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Full text of "Historia crítica de la literatura uruguaya"

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HISTORIA  CRÍTICA 

DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 

Desde  Í8Í0  hasta  Í885 


\ 
CARLOS  ROXLO 


HISTORIA  CRÍTICA 

DE  LA 

LITERATURA  URUGUAYA'^ 


EL  ROMANTICISMO 


TOMO  I 


:l.  dL3^^ 


MONTEVIDEO 

A.   BARREIRO   Y  RAMOS,  Editor 
Librería  Nacional 

Í9í2 


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Montevideo. —Talleret  A.  BARREIRO  y  RAMOS,  Bartolomí  Mitre  61 


DEDICATORIA 


Por  mi  país  y  para  mi  país* 


Carlos  Roxlo. 

I9ít. 


PREFACIO  Y  EPILOGO 


Señor  Antonio  Barreiro  y  Ramos. 

Montevideo. 
Señor  y  amigo: 

Gracias  á  su  apoyo,  gracias  á  sus  muchas  gentilezas 
de  hidalgo  y  á  sus  insistentes  palabras  de  aliento,  ter- 
minada queda  la  primera  parte  de  mi  labor.  Pronto, 
si  las  vicisitudes  de  la  vida  me  lo  permiten,  historiaré 
los  progresos  de  nuestra  literatura  desde  1885  hasta 
igi2. 

Tal  vez  así  consiga  apresurar  la  llegada  de  uno  de 
mis  sueños.  Varias  veces  me  he  preguntado  por  qué 
las  universidades  de  las  naciones  sudamericanas  no 
tendrán  una  clase  destinada  al  estudio  de  su  produc- 
ción intelectual  de  antaño  y  ogaño.  Ella  serviría  de 
estímulo  á  los  que  crean,  de  regocijo  á  los  que  la  dic- 
tasen, y  de  causa  de  patriótico  orgullo  á  los  que  asis- 
tiesen á  sus  lecciones.  Se  dirá,  tal  vez,  que  nosotros  no 
tenemos  aún  una  literatura  propia.  Según  y  conforme. 
Si  la  literatura  es  la  expresión  de  los  caracteres  del 
genio  de  un  país  y  de  los  ideales  más  acendrados  de 
una  nacionalidad,  nuestra  literatura,  á  pesar  de  lo  galo 
de  sus  tendencias  y  de  lo  hespérico  de  su  lenguaje. 


PREFACIO  Y  EPÍLOGO 


es  hija  de  los  pagos  en  que  silba  el  zorzal  y  en  que 
verdea  el  trébol,  por  la  abundancia  de  poetas  y  de  pro- 
sadores que  describen  los  hábitos  y  traducen  las  an- 
sias del  terruño.  En  sus  asuntos,  como  también  en  sus 
tropos  y  en  sus  modismos,  nuestra  y  muy  nuestra  es 
la  musa  de  Figueroa,  Magariños  Cervantes,  Acevedo 
Diaz  y  Juan  Zorrilla  de  San  Martín.  Si  esto,  que  es 
mucho,  nos  supiese  á  poco,  ¿no  nos  pertenecen  los 
discursos  de  Carlos  Maria  Ramírez?  ¿No  nos  perte- 
necen las  obras  jurídicas  de  Jiménez  de  Aréchaga? 
¿No  nos  pertenece  la  labor  económica  de  Eduardo 
Acevedo?  ¿No  nos  pertenecen  los  artículos  de  cos- 
tumbres de  Daniel  Muñoz?  ¿No  nos  pertenecen  las 
descripciones  de  Marcos  Sastre?  Y  si  esto  aun  no  bas- 
tase, ¿no  es  nuestra,  por  ventura,  la  "Beba"  de  Reyles? 
¿No  es  nuestro,  por  ventura,  el  "Gurí"  de  Viana?  ¿No 
son  nuestras  las  cantadoras  décimas  de  Regules?  ¿No 
es  nuestra,  en  fin,  la  musa  teatral  de  Florencio  Sán- 
chez? Existe,  pues,  —  con  caracteres  firmes  y  dife- 
renciales,—una  LITERATURA   URUGUAYA. 

No  ignoro,  no,  mi  señor  y  amigo,  que  el  desprecio 
á  lo  propio  y  el  influjo  francés  extravían  á  muchos. 
Aunque  lo  siento,  lo  reconozco;  pero  no  me  persua- 
den ni  me  acobardan  esas  desviaciones.  Si  nos  basá- 
semos sólo  en  la  imitación,  ¿serían  españoles  los  poe- 
tas peninsulares  de  la  centuria  décimaoctava?  Si  nos 
basásemos  sólo  en  la  imitación,  ¿serían  acaso  fruto 
de  su  país  muchos  de  los  poetas  con  que  se  enorgu- 
llece el  maravilloso  romanticismo  galo?  Es  preciso 
poner  de  relieve  lo  que  hay  de  típico  en  nuestra  co- 
piosa producción  intelectual.  Lo  nuestro,  por  ser 
nuestro,  se  impondrá  al  porvenir.  Pero,  aun  cuando 
en  lo  que  afirmo  me  equivocase,  ¿no  serviría  el  estu- 
dio académico  y  detenido  de  las  obras  nativas  para 
encaminar  á  nuestros  ingenios  por  sendas  no  trilla- 


PREFACIO  Y  EPILOGO 


das,  inspirándoles  un  fecundo  deseo  de  gloria  y  un 
sincero  cariño  á  las  cosas  nuestras?  Yo  entiendo  que 
sí,  y  entiendo  más,  porque  entiendo  que  á  nuestros 
jóvenes  les  es  preferible  conocer  la  oratoria  de  Pedro 
Bustamante  y  Francisco  Bauza,  que  conocer  los  mo- 
dos de  decir  de  Demóstenes  y  de  Cicerón. 

Todo,  pues,  me  demuestra  que  no  hice  mal  al  escri- 
bir mi  libro.  A  los  que  piensen  de  distinto  modo,  per- 
mítame y  toléreme,  mi  distinguido  amigo,  que  les 
diga  como  Mariana :  —  "Del  fruto  de  esta  obra  depon- 
drán otros  más  avisados.  Por  lo  menos  el  tiempo,  como 
juez  y  testigo  abonado  y  sin  tacha,  aclarará  la  ver- 
dad."—  En  el  tiempo,  que  no  calumnia  ni  envidia, 
me  fío  y  amparo.  El  dirá  que  yo  fui  el  primero  que 
traté  este  asunto  con  un  fin  patriótico  y  educacional. 
El  tiempo  no  es  ni  rojo  ni  blanco,  ni  socialista  ni  con- 
servador, ni  creyente  ni  ateo.  El  tiempo  no  sabe  si  el 
crítico  era  de  alta  estatura  ó  de  mediocre  talla,  barbi- 
lindo ó  curvado  hasta  servir  de  cuco,  pretensioso  ó 
sin  vanidades,  cortés  en  su  trato  ó  adusto  en  sociedad; 
porque  aunque  el  tiempo  sepa  todo  lo  que  antecede, 
concluye  fácilmente  por  olvidarlo,  deteniéndose  sólo 
en  la  hermosura  y  en  el  bien  que  halla  dentro  de  los 
crisoles  de  la  crítica  imparcial  y  serena.  En  último 
apuro  no  me  encuentro  solo.  Alemania,  en  el  plan  de 
enseñanza  que  elaboró  en  los  dos  últimos  decenios  del 
pasado  siglo,  dio  en  entender  que  la  literatura,  en  las 
universidades,  debía  dirigirse  principalmente  á  acen- 
tuar la  tendencia  patriótica  que  siempre  tuvo.  Para 
los  alemanes,  la  incumbencia  esencial  en  la  enseñanza 
de  la  literatura  es  exaltar  el  sentimiento  del  amor  al 
país,  el  orgullo  noble  é  iluminado  de  la  nacionalidad 
y  de  la  raza.  Así  pensaban  entonces  y  piensan  aún 
los  poderes  públicos  de  la  patria  de  Kant  y  Fichte,  de 
Goethe  y  de  Schiller,  de  Raabe  y  de  Sudermann. 


PREFACIO  Y  EPÍLOGO 


Esto  demuestra  que,  si  me  engaño,  me  engaño  en 
compañía  muy  respetable  y  docta  en  asuntos  de  cá- 
tedra. Por  algo  el  universo  se  va  germanizando.  Es 
que  la  fe  en  sí  mismo  la  aprende  el  alemán  en  los 
viejos  romances  y  en  los  viejos  relatos  de  sus  poetas 
y  sus  historiadores,  que  son  la  lectura  obligada  y 
constante  de  su  juventud  universitaria.  Sus  hijos 
pueden,  al  salir  de  las  aulas,  recorrer  el  mundo.  La 
gran  madre  los  sigue  metida  en  su  espíritu,  y  cada 
noche,  cuando  el  sueño  se  aposenta  en  sus  ojos,  los 
mece  y  los  arrulla  con  alguna  canción  nativa,  con 
alguna  canción  épica  é  inmortal  de  los  antiguos  bar- 
dos de  la  Germania. 

Nacionalizar  la  enseñanza  de  la  literatura  es  labor 
patriótica. 

Esto  no  obsta,  por  otra  parte,  para  que  al  mismo 
tiempo  que  se  estudie  lo  nuestro  en  clase  separada,  se 
estudie  lo  otro  al  historiar  la  literatura  greco-latina. 
Así  lo  requiere,  si  bien  se  mira,  la  creciente  amplitud 
de  nuestros  programas,  en  los  que  se  habla  mucho  del 
ingenio  de  los  extraños  y  poco  del  ingenio  de  los 
nativos.  De  cualquier  manera,  mi  libro  está  lejos  de 
ser  inútil,  puesto  que  facilitará  los  futuros  empeños 
de  otros  más  doctos  y  más  avisados,  de  gusto  más  exi- 
mio y  mayor  agudeza  en  el  discernir.  Ello  me  dis- 
culpa, sino  me  encomia,  y  en  ello  confío  para  que  no 
nos  falte  la  bondad  del  público,  que  siempre  me  trató 
como  á  un  niño  mimoso  é  indisciplinado.  A  esa  bon- 
dad apelo  al  cerrar  estas  líneas,  escritas  con  la  imagen 
del  país  de  los  molles  grabada  en  mis  pupilas  y  en 
mi  corazón.  Arroyos  azules,  campos  feracísimos,  fron- 
das embalsamadas,  cielos  que  parecéis  una  explosión 
de  incendios  cuando  la  noche  empieza  y  la  calandria 
teje  su  salve  en  el  omhú,  ¡bendecidos  ahora  y  por 
siempre  seáis! 


PREFACIO  Y  EPILOGO 


Dejando  constancia  de  la  ayuda  de  todo  género  que 
debí  á  su  hidalguía  durante  mi  labor,  saluda  á  Vd. 
con  cariño  firme  y  gratitud  sincera. 

Carlos  Roxlo. 

La  Plata,  2g  de  Octubre  de  igii. 


CAPÍTULO    PRIMERO 


Desde  la  ciencia  de  Lrarrañaga  Kasta  la  musa 
de  los  A.raticKos 

SUMARIO: 

I.  —  Etimología  de  la  palabra  literatura.  —  Amplitud  de  sus  do- 
minios. —  La  literatura  es  un  arte  y  es  una  ciencia.  —  La 
forma  y  el  fondo.  —  Del  valor  de  los  vocablos.  —  Poder  de  la 
lima  sobre  el  estilo.  —  Algunos  ejemplos.  —  El  artista.  —  El 
fin  de  la  obra  estética.  —  La  memoria  imaginativa  y  el  talento 
técnico.  —  El  artista  y  el  núcleo  social.  —  Opiniones  de  Taine. 

—  Lo  que  dice  Hennequin.  —  La  civilización  y  la  tiranía  de 
la  multitud.  —  Qué  se  entiende  por  historia  de  la  literatura 
uruguaya.  —  Sus  épocas  y  modos.  —  Lo  que  abarca  su  estudio. 

—  Objeto  de  este  libro. 

n.  —  La  literatura  sudamericana  y  el  movimiento  revoluciona- 
rio. —  Los  primeros  ensayos.  —  El  talento  y  la  temperatura 
moral. —  La  instrucción  pública  durante  el  coloniaje.  —  Apa- 
rición de  la  prensa  montevideana.  —  La  poesía  popular.  —  De 
las  reglas  retóricas.  —  El  genio,  el  talento  y  la  crítica.  —  El 
gaucho  cantor  de  Sarmiento.  —  Los  poetas  de  la  revolución 
según  Bauza.  —  Una  décima  de  Valdenegro.  —  Bartolomé  Hi- 
dalgo. —  El  poeta  y  las  desgracias  públicas.  —  Examen  de  los 
Diálogos  de  Chano  y  Contreras.  —  Fragmentos  de  algunas  poe- 
sías de  Hidalgo. 

IIL  —  Dámaso  Antonio  Larrañaga.  —  Su  familia.  —  Su  educación 
y  su  carrera.  —  Su  actitud  en  1806.  —  Su  afición  á  la  historia 
natural.  —  Párrafos  de  sus  cartas.  —  Larrañaga  y  las  Instruc- 
ciones del  año  13.  —  Universalidad  de  la  sabiduría  de  Larra- 
ñaga. —  Su  discurso  en    la  biblioteca  pública  de  Montevideo. 

—  Trozos   principales  del  mismo.  —  Larrañaga  y   la  invasión 


14  HISTORIA  CRÍTICA 

portuguesa.  —  La  enseñanza  lancasteriana.  —  De  otras  inicia- 
tivas civilizadoras  de  Larrañaga.  —  Sus  relaciones  con  Bon- 
pland  y  SaintHíIaíre.  —  Del  estilo  de  Larrañaga.  —  El  triunfo 
del  fango  sobre  el  Océano.  —  Las  ciencias  físicas  y  naturales 
en  la  primera  mitad  del  siglo  XIX.  —  Examen  del  Dia.rio  de 
Montevideo  á  Paysa.ndú.  —  Larrañaga  y  Artigas.  —  Debilidades 
patrióticas.  —  Los  últimos  años  de  Larrañaga.  —  Obras  que 
conservamos  de  su  ingenio. 
V.  —  La  literatura  española  en  el  siglo  XVIIL  —  El  gusto  francés. 

—  La  lucha  de  escuelas.  —  El  clero  colonial.  —  Juan  Francisco 
Martinez.  —  Asunto  de  La  lealtad  más  acendrada.  —  Su  forma. 

—  Híbridez  de  su  clasicismo.  —  Los  dos  Arauchos.  —  Un  paso 
en  el  Pindó.  —  Clasificación  de  las  poesías  que  contiene  ese 
libro.  —  El  canto  A  la  batalla  de  Ituzaingó.  —  Algunas  palabras 
sobre  la  técnica  de  la  oda  pindáríca.  —  Un  monólogo  de  Ma- 
nuel Araucho.  —  Su  destreza  en  el  castizo  manejo  del  romance. 

—  El  endecasílabo  y  sus  acentos.  —  Utilidad  de  los  cortes  que 
el  romance  permite.  —  La  loa  La  contienda  de  los  dioses.  —  El 
drama  Los  Treinta  y  Tres.  —  Conclusión. 


La  palabra  literatura  viene  de  littera,  palabra  latina 
que  quiere  decir  letra,  lo  que  significa  que  todas  las 
pasiones  y  todas  las  ideas,  expresadas  por  medio  del 
lenguaje,  pertenecen  al  fuero  y  están  en  los  dominios 
de  la  literatura. 

Las  palabras  se  componen  de  letras,  las  oraciones 
se  forman  de  palabras,  y  así  como  cada  vocablo  con- 
tiene una  idea  ó  el  germen  de  una  idea,  cada  cláusula 
contiene  un  juicio  ó  varios  juicios,  que  se  unen  y  ar- 
monizan con  arreglo  á  los  principios  lógicos  y  gra- 
maticales de  cada  idioma. 

Las  letras  en  primer  término,  las  palabras  después, 
y  las  frases  al  fin,  ponen  el  cerebro  del  hombre  en  co- 
municación con  el  cerebro  de  sus  ascendientes,  de 
sus  contemporáneos  y  de  sus  pósteros,  siendo  la  li- 
teratura á  modo  de  red  telegráfica  y  telefónica  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  15 

une  el  espíritu  del  mundo  que  existe  con  el  espíritu 
del  mundo  que  vendrá  y  con  el  espíritu  del  mundo 
que  fué,  valiéndose  de  lo  que  sintieron  y  de  lo  que 
pensaron  las  intelectualidades  de  cada  época  histó- 
rica y  de  cada  nación  constituida. 

Así,  por  ejemplo,  sabemos  que  el  alma  índica  de 
los  tiempos  remotos  era  más  teológica  que  poética, 
por  lo  que  deducimos  de  la  lectura  de  los  episodios 
educadores  del  Bagarata,  como  también  sabemos  que 
la  santidad  de  los  sepulcros  formaba  parte  del  código 
del  deber  para  el  mundo  griego,  por  lo  que  deducimos 
de  la  lectura  de  las  grandes  tragedias  de  Sófocles  y 
Eurípides. 

En  buena  lógica,  si  atendiésemos  sólo  á  su  etimo- 
logía, podríamos  decir  que  todas  las  obras  escritas 
por  el  hombre  son  obras  literarias,  aunque  esas  obras 
traten  de  teodicea,  legislación,  medicina,  ó  náutica. 
Sin  embargo,  restrictivamente  y  por  convenio  uná- 
nime, se  entiende  por  literatura  el  conjunto  de  obras 
escritas  que  tienen  á  la  belleza  por  objeto  principa- 
lísimo, siendo  la  literatura  un  arte  cuando  trata  de 
los  principios  técnicos  á  que  obedecen  las  obras  lite- 
rarias, y  siendo  la  literatura  una  ciencia  cuando  trata 
de  la  filosofía  de  la  producción  intelectual  de  la 
belleza. 

En  toda  obra  literaria,  ó  sea  en  toda  obra  cuyo  fin 
primordial  es  la  hermosura,  es  forzoso  atender  á  la 
forma  y  al  fondo,  porque  siendo  la  belleza  el  fin  su- 
premo de  esta  índole  de  producciones,  el  fondo  y  la 
forma  deben  asociarse  para  embriagarnos  con  los  zu- 
mos del  placer  calológico,  con  el  vino  tonificante  del 
deleite  estético. 

Teófilo  Gautier  afirmaba  que  los  vocablos,  como 
las  piedras  preciosas,  tienen  un  valor  apreciable  y 
propio,  valor  de  que  se  dan  cuenta  automáticamente 


i6  HISTORIA  CRÍTICA 

los  centros  ópticos  y  auditivos,  que  son  los  que  con- 
trolan el  colorido  y  el  timbre  de  las  palabras.  Los 
vocablos,  dentro  de  las  oraciones,  y  las  cláusulas,  den- 
tro de  la  elocución,  tienen  un  lugar  designado  por 
su  influencia  pictórica  y  musical,  sintáxica  y  emo- 
tiva. Como  cada  vocablo  representa  un  valor  sensa- 
cional é  ideológico,  claro  está  que  cada  vocablo,  si 
se  une  armónica  y  sustancialmente  con  los  demás  vo- 
cablos de  un  párrafo  ó  período,  sirve  para  darles 
realce  y  para  aumentar  su  valor  con  el  valor  suyo, 
como  una  piedra  preciosa,  si  se  une  con  arte  á  otras 
piedras  preciosas,  sirve  para  realzarlas  y  para  aumen- 
tar el  precio  del  joyel  con  su  propio  precio. 

El  arte  de  escribir  es,  para  muchos  de  los  elegidos 
de  la  inmortalidad,  un  arte  de  tanteos.  Se  prueban 
las  palabras,  como  los  záfiros  y  los  diamantes,  antes 
de  engarzarlas  definitivamente  en  la  dicción,  y  lo 
mismo  que  se  hace  con  los  vocablos,  se  hace  con  las 
oraciones,  con  las  cláusulas,  con  los  trozos  enteros 
de  un  discurso  ó  de  un  libro.  El  estilo  se  perfecciona 
por  el  trabajo,  porque  el  trabajo,  que  es  una  dignidad 
y  que  es  un  consuelo,  desarrolla  y  robustece  las  ap- 
titudes.—  "El  ejemplo  de  todos  nuestros  autores  clá- 
sicos nos  enseña,  dice  Albalat,  que  el  trabajo  es  una 
condición  absoluta  para  toda  obra  escrita."  —  La  per- 
fección se  obtiene  retocando  y  refundiendo  lo  ela- 
borado. Ariosto  rehizo  más  de  diez  y  seis  veces  al- 
gunas de  las  octavas  de  su  poema.  Pascal  volvió  á 
escribir,  modificando  su  alcance  y  su  redacción,  casi 
todas  sus  Provinciales.  Chateaubriand  examinaba  cada 
vocablo  y  pesaba  cada  período,  pasando  cerca  de  un 
lustro  en  la  corrección  de  su  Átala  y  más  de  siete 
años  en  la  corrección  de  Los  Mártires.  Flaubert,  en 
fin,  escribía  apenas  veintisiete  páginas  en  dos  meses, 
guiándose  por  las  exigencias  del  aliento  y  del  oído. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  17 


hasta  considerar  paupérrima  y  deleznable  la  prosa 
que  no  es  susceptible  de  ser  declamada  como  un 
poema  homérico  ó  como  un  discurso  ciceroniano. 
Sudó  sangre  sobre  las  correcciones  de  su  célebre 
Madame  Bovary,  hasta  que  el  trabajo  del  estilo  llegó 
á  convertirse  en  una  dolorosa  tortura  para  su  ce- 
rebro, pues  las  menores  asonancias  ó  cacofonías  le 
sonaban  á  modo  de  martillazos,  conduciéndole  el 
abuso  de  la  lima  exacerbada  á  la  disecación  antiar- 
tística que  se  observa  en  el  lenguaje  de  Bouvard  et 
Pécuchet. 

Estos  ejemplos  prueban  la  importancia  que  el  ar- 
tífice debe  conceder  á  la  forma,  siendo  inútil  mani- 
festar que  la  banalidad  del  fondo  perjudica  tanto 
como  lo  prosaico  del  lenguaje  á  la  producción,  que 
sólo  es  bella  y  sólo  es  durable  cuando  deja  de  ser 
prosaica  y  banal.  Son  muy  pocos  los  improvisadores 
que  han  elaborado  obras  que  resistan  á  la  acción  del 
tiempo,  como  Voltaire  y  como  Lamartine.  Royer  Co- 
llard  decía  que  lo  bello  se  siente  y  no  se  define;  pero, 
como  todo  sentimiento  entraña  un  juicio,  al  senti- 
miento de  la  hermosura  va  unido  siempre  el  juicio 
de  la  belleza,  que,  aunque  no  se  defina,  puede  ava- 
lorarse por  la  clara  excelsitud  del  pensamiento  y  por 
la  eximia  esplendidez  de  los  atavíos. 

Los  vocablos,  en  las  obras  literarias,  no  deben  con- 
siderarse como  sones  independientes  de  la  idea  que 
ayudan  á  expresar.  Todas  las  voces,  en  las  obras  lite- 
rarias, son  ó  desean  ser  sugestivas,  lo  que  demuestra 
la  necesidad  de  preocuparse  del  fondo  y  de  la  forma, 
del  espíritu  y  la  envoltura,  de  la  esencia  y  del  vaso 
que  la  contiene.  La  forma  vivifica  á  la  idea,  que  gana 
en  relieve  cuando  el  estilo  es  original,  armonioso, 
conciso  y  pintoresco,  del  mismo  modo  que  la  idea 
centuplica  el  valor  del  estilo,  cuando  los  pensamien- 

2.  -  I. 


i8  HISTORIA  CRÍTICA 

tos  se  presentan  eslabonados  con  tan  lógica  maestría, 
que  los  accesorios  sirvan  únicamente  para  hacer  re- 
saltar la  novedad,  el  brío  y  la  nobleza  de  los  que  cons- 
tituyen el  fondo  verdadero  de  la  composición. 

Después  de  habernos  ocupado  de  la  obra,  ocupé- 
monos del  artista,  que  no  es  otra  cosa  que  un  ser  po- 
derosamente imaginativo,  que  toma  del  mundo  sen- 
sible y  del  mundo  ético  los  caracteres  diferenciales 
de  la  belleza  física  ó  de  la  belleza  moral,  modificán- 
dolos ó  combinándolos  con  arreglo  á  su  idea  de  la 
hermosura.  En  el  mundo  de  la  naturaleza  y  en  el  del 
espíritu,  los  seres  y  los  objetos  tienen,  entre  las  cua- 
lidades que  los  caracterizan,  una  cualidad  esencial, 
de  la  que  derivan  y  de  la  que  dimanan  todas  las  otras 
cualidades  del  objeto  ó  del  ser.  El  fin  de  la  obra  ar- 
tística, como  dice  Taine,  consiste  en  reproducir  ese 
carácter  fundamental,  ó  por  lo  menos  las  cualidades 
dominadoras  que  más  se  le  aproximen;  pero,  como 
esos  rasgos  característicos  del  ser  ó  del  objeto  no 
siempre  se  perciben  de  un  modo  claro,  la  imagina- 
ción del  artista,  guiada  por  su  idea  de  la  belleza, 
trata  de  eliminar  todos  los  caracteres  que  nos  ocul- 
tan la  cualidad  esencial,  de  poner  de  relieve  todos 
los  que  nos  la  manifiestan  en  su  plenitud,  y  de  corregir 
todos  los  que  la  desvirtúan  en  la  híbrida  confusión 
del  conjunto. 

Taine  agrega  en  el  tomo  segundo  de  su  Filosofía 
del  Arte:  "La  obra  artística  tiene  por  objeto  mani- 
festar algún  carácter  genial  ó  saliente,  de  una  ma- 
nera más  completa  y  clara  de  lo  que  lo  hacen  las  co- 
sas reales.  Por  eso  el  artista,  una  vez  se  forma  la  idea 
de  ese  carácter,  transforma  el  objeto  real  conforme 
á  su  idea.  Así,  las  cosas  pasan  de  lo  real  á  lo  ideal 
cuando  el  artista  las  reproduce  modificándolas  con- 
forme á  su  idea,  y  las  modifica  conforme  á  su  idea 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  19 

cuando,  recibiendo  y  haciendo  sobresalir  en  ellas  al- 
gún carácter  notable,  altera  sistemáticamente  las  re- 
laciones naturales  de  sus  partes,  para  hacer  ese  ca- 
rácter más  visible  y  dominador." 

Se  deduce  de  lo  que  antecede  que  el  verdadero  ar- 
tista es  el  que  toma  del  mundo  físico  y  del  mundo 
moral,  los  rasgos  más  característicos  y  expresivos, 
los  rasgos  que  tienen  más  valor  estético,  los  rasgos 
que  mejor  traducen  la  belleza.  Para  poder  realizar 
su  misión,  el  artista  necesita  en  primer  lugar  de  la 
memoria  imaginativa,  que  le  permite  evocar  clarísi- 
mamente  todos  los  aspectos  diferenciales  de  la  vida 
social  y  de  la  vida  de  la  naturaleza,  poniendo  en 
orden  y  dando  unidad  á  los  caracteres  entrevistos 
en  sus  horas  de  laborioso  ensueño.  En  segundo  lu- 
gar, el  artista  necesita  del  talento  técnico,  de  lo  que 
podríamos  llamar  aptitud  artesana,  del  don  de  poder 
realizar  las  ideas  estéticas  por  medio  del  lenguaje. 
La  primera  de  estas  condiciones  no  se  concibe  sin 
la  vocación,  sin  el  propósito  decidido  de  consagrar 
la  vida  al  hallazgo  de  la  hermosura,  como  la  segunda 
de  esas  condiciones  sólo  se  adquiere  por  el  estudio 
y  por  el  trabajo.  El  trabajo  acompaña  á  la  vocación 
como  el  brillo  á  la  perla.  Son  asombrosas  las  adicio- 
nes y  las  variantes  que  hizo  Rousseau  en  el  primero 
de  los  manuscritos  de  su  Nueva  Eloísa.  Buffón  re- 
compuso, en  varias  ocasiones,  casi  todos  los  párrafos 
de  sus  Épocas  de  la  naturaleza.  Balzac  corrigió  quince 
veces  las  pruebas  de  César  Birotteau,  y  quiso  quemar, 
por  considerarlas  pobremente  escritas,  las  páginas  me- 
jores de  Eugenia  Grandet. 

Como  el  artista  es  hombre  y  el  hombre  no  está 
solo,  como  el  artista  forma  parte  del  núcleo  social 
y  el  núcleo  social  influye  sobre  sus  componentes,  el 
artista  es  un  reflejo  de  las  costumbres  y  del  estado 


HISTORIA  CRITICA 


del  espíritu  del  tiempo  en  que  vive.  Taine  dice: 
"Lo  mismo  que  hay  una  temperatura  física  que  por 
sus  variaciones  determina  la  aparición  de  cada  es- 
pecie de  plantas,  lo  mismo  hay  una  temperatura  mo- 
ral que  por  sus  variaciones  determina  la  aparición 
de  cada  especie  de  arte.  Y  lo  mismo  que  se  estudia 
la  temperatura  física  para  comprender  la  aparición 
de  una  especie  de  plantas,  como  el  maíz  ó  la  avena, 
el  áloe  ó  el  pino,  lo  mismo  es  necesario  estudiar  la 
temperatura  moral  para  comprender  la  aparición  de 
una  especie  de  arte,  como  la  escultura  pagana  ó  la 
pintura  realista,  la  arquitectura  mística  ó  la  literatura 
clásica,  la  música  voluptuosa  ó  la  poesía  idealista.'' 
—  Sin  embargo,  aunque  es  indiscutible  que  la  obra 
de  arte  depende  en  cierto  modo  del  conglomerado 
social,  es  indiscutible  también,  como  dice  Henne- 
quin,  que  el  hombre  tiende,  por  economía  de  fuerzas, 
á  persistir  en  su  modo  de  ser,  y  á  conservar  intacta 
su  personalidad,  resistiendo  á  las  influencias  domi- 
nadoras del  medio  en  que  vive.  "Así,  dice  Henne- 
quin,  en  el  ambiente  actual,  que  parece,  sin  embargo, 
poseer  una  fisonomía  llena  de  alegría  ligera  y  de 
agitación  ruidosa,  en  el  París  fin  de  siglo,  la  novela 
va  de  Feuillet  á  Goncourt,  de  Zola  á  Ohnet;  el  cuento 
de  Halévy  á  Villiers  de  l'Isle  Adam;  la  poesía  de 
Leconte  de  Lisie  á  Verlaine;  la  crítica  de  Sarcey  á 
Taine  y  Renán;  la  comedia  de  Labiche  á  Becque;  la 
pintura  de  Cabanel  á  Puvis  de  Chavannes,  de  Mo- 
reau  á  Redon,  de  Raffaélli  á  Hébert;  la  música  de 
César  Franck  á  Gounod  y  á  Offenbach." 

De  esto  se  deduce  que  el  estudio  de  la  obra  requiere 
no  sólo  el  estudio  del  medio,  sino  también  el  estudio 
del  artista.  Cuanto  más  complicada  es  una  civiliza- 
ción, mayor  es  la  resistencia  que  el  espíritu  indivi- 
dual  opone   al    influjo   absorbente  del  medio,   y   ma- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 


yores  las  facilidades  que  tienen  las  escuelas  para  re- 
sistir á  la  tiranía  del  gusto  variadizo  de  la  multitud. 
En  las  edades  primitivas,  en  el  mundo  índico  y  en  el 
mundo  griego,  la  influencia  del  medio  fué  todopo- 
derosa, como  fué  todopoderosa  en  los  lustros  de  oro 
del  sincretismo  monárquico  y  sacerdotal.  En  nues- 
tra época  la  influencia  del  medio  se  va  alejando,  como 
se  alejan  la  influencia  de  la  raza  y  de  la  familia, 
siendo  preciso  conocer  no  sólo  el  influjo  de  la  colec- 
tividad sobre  la  labor  de  cada  cerebro  fuerte,  sino  tam- 
bién las  resistencias  que  cada  cerebro  fuerte  opone 
á  la  dictadura  de  la  colectividad.  Tenemos  el  culto 
de  la  independencia,  la  fiebre  de  los  viajes,  el  cos- 
mopolitismo que  se  deriva  del  conocimiento  de  los 
idiomas  y  de  la  universalidad  de  las  bibliotecas,  lo 
que  permite  al  nacido  en  el  Japón  vivir  y  pensar 
del  mismo  modo  que  vive  y  piensa  el  que  nace  en 
Chile   y  se  educa  en  Londres. 

Dado  lo  que  antecede,  ya  podemos  decir  que  la 
historia  de  la  literatura  uruguaya  no  es  otra  cosa 
que  la  historia  de  la  belleza  realizada  en  las  obras 
literarias  de  nuestro  país.  Ese  estudio  abarca  no  sólo 
el  examen  retórico  y  estético  de  las  obras  de  cada 
autor,  sino  también  el  estudio  cronológico  y  biográ- 
fico de  los  artífices  del  vocablo  y  de  la  idea  nacidos 
aquí,  junto  á  los  ríos  en  que  se  mece  el  camalote  azul 
y  sobre  las  planicies  en  que  se  apiñan  los  oros  del 
maizal.  Ese  doble  estudio,  el  estudio  de  las  obras  y 
el  de  los  autores,  vistos  en  sus  costumbres,  en  sus  pa- 
siones, en  sus  ideales,  en  las  influencias  á  que  obede- 
cieron y  en  el  desarrollo  intelectual  que  prepararon; 
ese  doble  estudio,  el  de  las  obras  y  el  de  los  autores, 
es  lo  que  nos  proponemos  esbozar  en  las  páginas  de 
este  modestísimo  libro,  que  ha  de  ser,  como  todos  los 
productos  de  nuestra  pluma,  flor  de  una  noche,  luz 


HISTORIA  CRÍTICA 


de  luciérnaga  y  nido  abandonado  en  arbusto  zarcero. 

Las  literaturas  varían  con  el  clima,  las  institucio- 
nes, las  formas  religiosas,  los  movimientos  sociales 
ó  políticos,  la  influencia  del  genio  ó  de  la  crítica.  La 
indomable  leyenda  de  nuestros  toldos  embellecidos 
con  plumas  de  ñandú,  lo  templado  y  purísimo  de 
nuestra  atmósfera,  la  índole  republicana  de  nuestras 
leyes,  el  cristianismo  de  la  educación  de  nuestros  ho- 
gares, la  idea  que  nuestras  muchedumbres  tuvieron 
de  lo  colonial,  nuestras  cruentísimas  batallas  por  el 
derecho,  y  el  gusto  de  los  que  sobresalían  por  el  lu- 
minoso é  imantado  vigor  de  su  numen,  explican  los 
caracteres  diferenciales  del  ciclo  literario  que  vamos 
á  historiar. 

Ese  ciclo  fué  civil  y  regionalista.  Lo  primero  está 
justificado  por  las  pamperadas  que  nos  sacudieron 
después  de  la  contienda  emancipadora;  y  lo  segundo 
está  justificado  porque  necesitábamos  crearnos  una 
individualidad,  en  virtud  de  los  peligros  á  que  nos 
exponían  nuestra  posición  topográfica  y  la  pequenez 
de  nuestro  jardín,  donde  el  armonioso  silbido  de  los 
zorzales  arrulla  el  sueño  de  las  flores  eucarísticas  y 
fraganciosas  del  guayacán. 

Las  literaturas  pueden  ser  originales  ó  imitativas, 
cosmopolitas  ó  producto  genuino  de  la  nación  que 
les  dá  la  existencia.  Una  literatura  entera  y  absoluta- 
mente original  es  inconcebible,  porque  todas  se  rela- 
cionan y  se  entrelazan  por  su  comunidad  en  el  modo 
de  plantear  y  de  resolver  algunos  de  los  problemas 
psíquicos  ó  sociológicos  que  conmueven  y  angustian 
á  las  naciones  civilizadas.  —  Una  literatura  entera  y 
absolutamente  imitativa  no  merecería  el  nombre  de 
literatura,  porque  la  imitación  literaria  tan  sólo  es 
justificable  y  digna  de  encomio  cuando  se  esfuerza 
en  ennoblecer  ó  agrandar  sus  modelos.  —  Una  litera- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  23 

tura  es  nacional,  cuando  se  place  en  reproducir  las 
costumbres,  los  sentimientos,  los  fenómenos  natura- 
les y  característicos  del  pueblo  en  que  nace  y  se  des- 
envuelve, como,  por  ejemplo,  la  literatura  judaica  y 
la  literatura  española  del  siglo  de  oro.  —  Una  litera- 
tura es  cosmopolita  cuando  se  ocupa  con  preferencia 
del  hombre  y  de  la  humanidad,  haciendo  abstracción 
de  lo  que  hay  de  característico  en  la  naturaleza  y  en 
la  sociedad  que  la  circundan  y  en  que  se  mueve;  pero 
una  literatura  esencialmente  cosmopolita,  sin  rasgos 
fijos,  sin  rasgos  propios,  sería  una  literatura  llena  de 
vaguedades  y  palideces,  por  carecer  de  todo  lo  que 
de  individualista  y  de  diferencial  buscamos  en  el  arte. 
Tampoco  podría  existir.  Los  idiomas  tienen  un  alma; 
suctan  los  jugos  de  la  tierra  en  que  han  sido  form.a- 
dcs;  son  el  vehículo  de  los  modos  de  sensación  del 
pueblo  que  los  pule  y  les  dá  su  espíritu.  Al  cosmo- 
politismo absoluto  de  una  literatura,  se  opone  le  per- 
sonalidad del  lenguaje  que  la  engendra  y  la  valoriza. 
—  Nosotros  hemos  sido  originales  en  el  sentir,  por 
los  modos  de  sensación  de  nuestros  modismos;  imi- 
tativos en  el  hacer,  por  lo  constante  de  nuestro  con- 
tacto con  las  evoluciones  del  gusto  europeo;  regiona- 
listas,  por  el  color  local  y  nuestra  profunda  idolatría 
al  pago  inviolable ;  de  todas  las  patrias,  porque  los 
venidos  de  todas  las  patrias  algo  nos  traían  de  las 
melancólicas  saudades  de  todas  ellas. 

En  el  ciclo  que  vam.os  á  estudiar,  fuimos  primero 
clásicos,  porque  clásico  era  el  influjo  educativo  de  la 
península,  cuyas  enseñanzas  no  se  alejaron  así  que 
las  colonias  rompieron  sus  grilletes.  El  movimiento 
rom.ántico  nos  envolvió  por  sed  de  novedades,  por 
odio  á  lo  que  fué,  porque  el  romanticismo  era  una  re- 
beldía, porque  el  romanticismo  representaba  el  triunfo 
del  espíritu  liberal  de  nuestras  instituciones.  Víctor 


24  HISTORIA  CRITICA 

Hugo  proclamaba,  en  el  prólogo  de  su  Hernani,  que 
la  escuela  romántica  era  "el  liberalismo  en  literatura". 
Estudiaremos,  pues,  el  conflicto  entre  clásicos  y  ro- 
mánticos, siempre  que  necesitemos  investigar  la  di- 
ferencia existente  entre  las  dos  escuelas  de  que  trata 
esta  obra.  Según  dice  Théry,  en  su  erudita  Histoire 
des  opinions  littéraires,  el  clasicismo  se  basa  en  la 
idea  del  orden  y  tiene  al  ideal  sensible  por  finalidad, 
en  tanto  que  el  género  romántico  se  basa  en  la  idea 
de  la  libertad  y  tiene  al  espíritu  del  hombre  por 
objeto  definitivo.  Así,  para  Théry,  lo  clásico  es  la 
expresión  del  ideal  sensible.  Pero,  ¿cómo  llegar  á  la 
perfección  relativa  de  la  forma  sin  poner  de  relieve 
las  bellezas  y  sin  omitir  lo  que  tiene  de  defectuoso 
lo  que  pintamos?  De  esa  selección  nacen  la  regulari- 
dad y  el  orden  del  clasicismo.  Generaliza  eliminando 
las  disonancias  particulares.  En  cambio  el  romanti- 
cismo, que  es  unas  veces  la  libre  expresión  de  la  rea- 
lidad individual  y  que  es  otras  veces  la  expresión 
aproximada  del  ideal  espiritualista,  antinomia  del 
ideal  sensible  de  los  clásicos,  busca  en  la  materia  los 
caracteres  que  nos  permiten  conocer  los  misterios  del 
mundo  interior,  afanándose  al  mismo  tiempo  en  des- 
cifrar los  insondables  enigmas  del  pensamiento  hu- 
mano. El  objetivo  clásico  es  la  belleza  tangible  de  la 
forma.  El  romanticismo  batalla  por  la  conquista  de 
lo  absoluto.  Nosotros,  en  el  ciclo  que  vamos  á  estu- 
diar, fuimos  clásicos  con  Figueroa  y  románticos  con 
Alejandro  Magariños  Cervantes. 

Concretemos  ordenadamente  estas  diferencias  de  es- 
tilo y  sentimiento. 

La  historia  de  la  literatura  uruguaya  puede  divi- 
dirse en  tres  grandes  períodos. 

Primero:  período  clásico  ó  inicial,  que  va  desde 
1810  hasta  1841.  —  Este  período  se  caracteriza  por  el 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  25 

acrisolado  amor  de  la  forma,  siendo  el  arte  á  modo 
de  dificultad  técnica  muy  dulce  de  vencer.  Los  mo- 
delos predominantes  en  esta  época  son  Horacio  y 
Meléndez. 

Segundo:  período  romántico  ó  romancesco,  que  nace 
en  1841  y  empieza  á  declinar  en  1885.  —  Este  período 
se  caracteriza  por  su  desdén  hacia  la  antigüedad  clá- 
sica, siendo  el  arte  á  modo  de  arte  de  imaginación 
más  que  de  gusto  y  de  discernimiento.  Los  modelos 
predominantes  en  esta  época  son  Echeverría,  Lamar- 
tine, Becquer  y  Hugo. 

Tercero :    período    ecléctico    ó    de    transición,    que 
va  desde  1885  hasta  igii.  —  Este  período  se  caracte- 
riza porque  en  él  se  cultivan,  se  mezclan  y  entrecru- 
zan todas  las  escuelas  ó  modalidades  retóricas,  mani- 
festándose en  todas  ellas  cierta  sed  de  verismo.  Los 
románticos    del    fin    de    la  edad    anterior   abandonan 
el   culto   y   el  ornato   de   sus   altares,   como   deseosos 
de  asimilarse  el  jugo  de  las  vigilias  del  positivismo 
contemporáneo.    Así    Eduardo    Acevedo    Díaz,    extra- 
ordinariamente   romancesco    en    Brenda,    adopta    el 
modo  de  composición  naturalista  en  las  mejores  pá- 
ginas de  su  Ismael.  Así  Carlos  María  Ramírez,  —  cul- 
tor de  la  oratoria  tribunicia  gala  hasta  1890,  y  émulo 
de   Francisco   Bauza,   prototipo   constante   de   la  ora- 
toria tribunicia   de   Arguelles   y   López,  —  se  aparta, 
desde    1890,    del    decir    de   Vergniaud,   educando   sus 
cláusulas  en  la  lectura  sobria  y  serena  de  Macaulay. 
También,  en  ese  período  tercero,  aparece  el  deca- 
dentismo  con   Roberto  de   las   Carreras  y   Julio  He- 
rrera y  Reissig,  influyendo  hasta  en  la  magnifícente 
verba  riojana  de  Papini  y  Zas,  en  quien  se  nota  la 
evolución,  no  siempre  feliz,  que  puede  observarse  en 
Santos    Chocano    y    en   Amado    Ñervo.    Los  modelos 
predominantes  en  esta  época  son  unas  veces  Zola  y 


26  HISTORIA  CRÍTICA 

Otras  Pérez   Galdós,  unas  veces  Hugo  y  otras  veces 
Rueda,  unas  veces  Verlaine  y  otras  Rubén  Darío. 

Hasta  1870  impera  casi  en  absoluto  la  poesía.  La 
prosa,  que  en  el  apogeo  de  las  dos  primeras  edades 
gusta  poco  del  libro,  sólo  brilla  y  se  desenvuelve  en 
la  prensa,  la  tribuna  y  la  cátedra  doctoral.  Desde  1870 
en  adelante  la  prosa  disputa  sus  dominios  al  verso, 
poco  en  consonancia  con  el  carácter  práctico  de  la 
edad  presente,  desarrollándose  la  historia  con  Bauza, 
el  derecho  político  con  Aréchaga,  el  cuento  con  Viana, 
la  novela  con  Reyles,  la  crítica  con  Blixén,  el  teatro 
con  Sánchez,  las  especulaciones  filosóficas  con  Vaz 
Ferreira  y  los  altos  estudios  estéticos  con  Rodó. 


II 


Nuestra  literatura,  como  todas  las  literaturas  sud- 
americanas, nace  con  el  movimiento  que  nos  indepen- 
diza del  dominio  español.  Sólo  algún  tiempo  antes 
de  alejarse  de  nuestras  playas  la  bandera  en  que  se 
hiergue  el  león  castellano,  nuestra  prosa  y  nuestra 
poesía  luchan  por  adquirir  un  carácter  propio,  no  en 
la  forma,  que  es  imitativa  y  clásica,  sino  en  los  asun- 
tos, que  unas  veces  se  refieren  á  cosas  del  país,  y  que 
otras  veces  tratan  del  sentimiento  autonómico  que 
enardecía  á  los  espíritus  de  aquella  edad  de  hierro. 

Desde  los  orígenes  del  coloniado  hasta  los  últimos 
años  del  siglo  diez  y  ocho,  la  palabra  escrita  poco  pro- 
duce y  prospera  poco  en  las  tierras  americanas,  siendo 
escasísimas  sus  elucubraciones,  siempre  triviales  y 
calcadas  siempre  sobre  el  sentir  estético  de  la  lite- 
ratura peninsular.  Hacia  1800  nuestra  prosa  se  inicia 
con  algunos  fragmentos  sobre  la  utilidad  de  la  agri- 
cultura, que   permiten  á  su  autor,  don   José  Manuel 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  27 


Pérez  Castellano,  disertar  con  lucidez  acerca  de  los 
árboles  que  nos  son  familiares  y  acerca  de  los  cultivos 
que  tienen  mayor  arraigo  en  nuestras  planicies,  lo 
mismo  que,  hacia  1S07,  casi  al  salir  de  las  invasiones 
inglesas,  nuestra  labor  poética  se  inicia  con  el  drama 
en  verso,  de  índole  mitológica  y  mal  pergeñado,  del 
sacerdote  Juan  Francisco  Martínez,  La  lealtad  más 
acendrada  ó  Buenos  Aires  vengada,  título  que  re- 
cuerda los  títulos  de  que  se  burla  el  donaire  de  Mo- 
ratín  en  La  Comedia  Nueva. 

Lamento  contrariar  algunas  ilusiones  de  esta  afa- 
nadísima generación  presente.  El  teatro  nacional  no 
tiene  sus  orígenes  ni  en  las  obras  de  Blixén  ni  en 
las  obras  de  Sánchez,  El  teatro  nacional,  cuando  éstos 
nacieron,  ya  estaba  fundado.  Sus  raíces,  como  vere- 
mos, son  mucho  más  hondas  y  mucho  más  antiguas 
de  lo  que  se  cree,  pues  siempre  nuestros  ingenios 
manifestaron  afición  y  aptitudes  para  el  difícil  cul- 
tivo de  la  escena.  Ya  en  el  año  de  1808,  un  descono- 
cido,—  un  L.  A.  M.  —  escribió,  en  la  ciudad  de  Mon- 
tevideo, un  drama  en  cinco  actos  titulado  Idamía.  El 
argumento  del  drama  es  una  insensatez,  por  lo  grande 
de  su  inverosimilitud;  pero  la  versificación  del  dra- 
ma, en  romance  octasílabo,  es  fluida  y  sonora.  Onoxia, 
hija  de  lord  Murray,  se  ha  casado  en  secreto  con  el 
conde  Ernesto  de  Staxtley;  pero  temerosa  de  su  fa- 
milia, que  maldice  este  amor  oculto  y  voluptuoso,  en- 
trega el  fruto  de  su  unión  á  un  criado,  que  jura  pro- 
teger la  infancia  de  Sofía.  El  criado  desaparece,  sin 
que  los  padres  de  la  niña  sepan  donde  se  esconde  el 
perverso  raptor.  Los  años  pasan,  y  por  una  larga  serie 
de  coincidencias,  no  siempre  lógicas,  Ernesto  y  Ono- 
xia, á  quienes  ha  separado  la  fatalidad,  naufragan  en 
un  territorio  salvaje  de  la  América  Septentrional. 
Ernesto  vive  allí,  como  una  fiera,  á  fuerza  de  frutas 


28  HISTORIA  CRÍTICA 

y  vestido  de  pieles,  en  tanto  que  Onoxia  es  recogida 
por  un  noble  pastor,  que  tiene  una  hija  que  se  llama 
Idamía.  Lord  Starríston,  jefe  de  una  escuadra  inglesa 
detenida  por  una  tempestad  en  aquellos  parajes,  ve 
á  la  joven  indígena  y  se  enamora  de  su  hermosura; 
pero  Idamía  está  destinada  al  príncipe  Indatiro,  em- 
pezando una  lucha  de  heroísmos  y  generosidad  en  la 
que  siempre  vence  el  caballeresco  príncipe  americano. 
Idamía  parece  inclinarse  á  Indatiro,  cuando  se  des- 
cubre que  Idamía  es  el  fruto  de  la  unión  secreta  de 
Ernesto  y  Onoxia.  Una  tempestad  sorprendió  al  criado 
junto  á  aquellas  playas,  donde  antes  de  morir  con- 
signó en  un  papel  la  verdad  del  origen  de  la  supuesta 
hija  del  pastor.  Ernesto  y  Onoxia  resuelven  regresar 
á  Inglaterra,  Idamía  consiente  en  casarse  con  Jacobo 
Starríston,  y  el  príncipe  Indatiro  renuncia  á  su  sueño, 
quedándose  á  reinar  sobre  las  cinco  tribus  que  pue- 
blan y  defienden  las  costas  del  Pacífico.  Idamía  ó  la 
reunión  inesperada  no  se  publicó  nunca,  encontrán- 
dose actualmente  su  manuscrito  en  la  "Biblioteca  Na- 
cional" de  Buenos  Aires. 

Esta  obra  vale  menos,  por  ser  muy  pobre  copia  de 
los  ridículos  engendros  de  Comella  y  de  Valladares, 
que  la  obra  teatral  del  clásico  Martínez.  Dado  el  es- 
píritu del  año  en  que  la  primera  de  estas  producciones 
fué  escrita,  es  regular  que  los  ingleses  saliesen  per- 
diendo en  aquellos  conflictos  de  amor  y  de  pujanza; 
pero  no  lo  es  aquel  amasijo  de  extrañezas  é  invero- 
similitudes con  que  nos  regalaba  su  anónimo  autor, 
educado  en  la  escuela,  mentirosa  y  absurda,  que  cris- 
paba los  nervios  de  Moratín.  No  resultara  peor  aquel 
pobrísimo  ensayo  si  hubiese  sido  fruto  de  la  elabo- 
ración de  la  hiperbólica  musa  de  Monzín  ó  de  la  ex- 
travagante musa  de  Laviano. 

No  lo  extrañemos,  porque  no  podía  ser  de  otro  modo. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  29 

Cerno  Taine  dice,  "la  obra  de  arte  es  determinada  por 
un  conjunto,  que  es  el  estado  general  del  espíritu  y 
de  las  costumbres  circunstantes."  —  Los  talentos  abor- 
tan, cuando  falta  la  temperatura  moral  necesaria  para 
su  desarrollo.  La  presión  de  las  costumbres  y  del  es- 
píritu público  los  comprime  ó  los  desvía,  impidiendo 
su  florecimiento  ó  imponiéndoles  un  florecimiento 
determinado.  En  la  época  á  que  nos  referimos,  el  de- 
seo de  la  producción  estética  no  existía  ó  estaba  con- 
trariado por  la  atmósfera  moral  de  que  nos  habla 
Taine.  Hasta  1810,  hasta  poco  antes  del  primer  movi- 
miento emancipador,  los  pueblos  y  las  campiñas  de 
esta  parte  del  virreinato  carecían  de  escuelas  casi  en 
absoluto.  Sólo  la  Colonia  del  Sacramento  y  sólo  Santo 
Domingo  de  Soriano  contaban  con  establecimientos 
de  cultura  espiritual,  gracias  á  la  orden  educadora 
de  los  jesuítas  y  gracias  á  los  religiosos  de  otras  ins- 
tituciones semimonásticas;  pero  el  catecismo  y  el  si- 
labario eran  todo  lo  que  enseñaban  los  segundos  á  los 
chañas,  y  por  lo  que  toca  al  colegio  coloniense,  justo 
es  decir  que  desapareció  poco  después  de  la  expulsión 
del  3  de  Junio  de  1777,  en  que  Zeballos  rendía  y  obli- 
gaba á  capitular  á  Francisco  José  da  Rocha. 

Dice  Bauza  que  "la  conquista  española  en  el  Uru- 
guay, desde  que  Solís  pisó  nuestras  playas  hasta  que 
Fonseca  se  estableció  en  Montevideo,  puede  consi- 
derarse como  una  operación  esencialmente  militar." 
Así  es,  en  efecto.  Siempre  en  lucha  con  los  pórtugos, 
sus  vecinos,  nuestros  gobernadores  vivieron  de  con- 
tinuo en  vigía  ó  en  guerra,  afanándose  en  asegurar 
á  sus  reyes  el  dominio  del  suelo  conquistado,  que  aso- 
laban perennemente  las  tempestades  trágicas  del  ma- 
lón fronterizo.  No  utilizaron  las  riquezas  de  nuestro 
suelo,  ni  les  desveló  la  idea  de  nuestra  cultura,  y  si 
érameos,  en  los  últimos  días  de  la  centuria  décima  oc- 


30  HISTORIA  CRÍTICA 

tava,  algo  más  que  un  conjunto  de  campiñas  desiertas 
y  de  toldos  salvajes,  el  milagro  debíase  no  á  los  ce- 
ñudos representantes  de  nuestros  monarcas,  sino  á  la 
relativa  acción  civilizadora  de  las  reducciones  jesuí- 
ticas, que  convirtieron  á  los  indómitos  pobladores  de 
nuestros  campos,  con  la  magia  de  su  palabra  y  con 
la  destreza  de  su  proselitismo,  "en  pueblos  de  labrie- 
gos sometidos  á  la  ruda  faena  del  trabajo  agrícola,  y 
vinculados  á  la  civilización  por  el  conocimiento  de 
sus  complicadas  ventajas,"  según  nos  refiere  Francisco 
Bauza  en  el  tomo  primero  de  su  Historia  de  la  domi- 
nación española  en  el  Uruguay. 

En  Montevideo  mismo,  durante  el  coloniado,  el 
denuedo  sobra  y  la  cultura  falta.  Tanto  es  así  que  la 
primera  de  las  escuelas  que  tuvo  la  capital  fué  fun- 
dada por  los  jesuítas  recién  en  1744,  pasando  esa  es- 
cuela, cuando  se  llevó  á  cabo  la  expulsión  de  la  cé- 
lebre orden,  á  ser  propiedad  de  los  padres  del  Con- 
vento de  San  Francisco.  A  esa  escuela  siguió,  en  1796, 
una  escuela  laica  dirigida  por  don  Mateo  Cabral;  pero 
tanto  en  estos  dos  establecimientos  como  en  el  colegio 
para  niñas  pobres  establecido  en  1795  por  doña  María 
Clara  Zavala,  lo  único  que  se  enseñaba  era  á  rezar, 
un  poco  de  gramática  y  algo  de  aritmética,  siendo 
mucha  la  disciplina  y  cosa  corriente  los  palmetazos. 
Aun  esto  mismo,  con  ser  tan  primordial  y  defectuoso, 
no  alcanzó  á  los  criollos  de  la  clase  media  ni  llegó 
jamás  á  los  campesinos  de  las  chacras  próximas,  mo- 
nopolizando la  juventud  aristocrática,  de  viejo  y  puro 
abolengo  español,  lo  mejor  de  la  escasa  siembra  es- 
piritual de  la  escuela  laica  y  la  escuela  monjil.  No 
teníamos  ni  universidades,  ni  bibliotecas  públicas,  ni 
librerías,  que  pudiesen  ampliar  ó  servir  de  auxilio  á 
la  acción  de  la  escuela.  El  primer  periódico  nacido 
aquí.  La  Estrella  del  Sur,  no  duró  dos  meses,  siendo 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  31 

aquella  hoja  de  publicidad,  escrita  en  inglés  y  en  cas- 
tellano, un  órgano  especialísimo,  una  especie  de  tri- 
buna en  la  que  la  invasión  británica  trataba  de  probar 
los  beneficios  que  podían  esperarse  del  afianzamiento 
de  un  dominio  antibonapartista  y  antiborbónico.  Del 
segundo  periódico  que  tuvimos,  dice  Francisco  A. 
Berra  en  su  Bosquejo  histórico  de  la  República  Orien- 
tal del  Uruguay:  "El  segundo  periódico  que  tuvo 
Montevideo  fué  la  Gaceta  de  Montevideo,  que  apa- 
reció el  13  de  Octubre  de  1810  por  la  Imprenta  de  la 
Caridad,  redactada  por  fray  Cirilo  de  la  Alameda  y 
Brea,  franciscano  de  vasta  erudición,  que  había  ve- 
nido huyendo  de  Madrid  por  temor  á  los  franceses. 
Se  aplicó  principalmente  á  publicar  documentos  fa- 
vorables á  les  españoles  de  Europa  en  sus  relaciones 
con  Francia  y  á  los  españoles  de  Montevideo  en  sus 
relaciones  con  los  revolucionarios  de  Buenos  Aires." 
Sería,  pues,  labor  sin  resultados  querer  marcar  uno 
de  los  instantes  de  la  época  colonial  como  punto  de 
partida  de  la  incipiente  historia  de  nuestras  letras. 
Como  dice  Taine,  faltaba  la  atmósfera  moral  nece- 
saria para  el  desarrollo  de  la  producción.  La  savia 
del  árbol  indígena  se  hubiera  helado  en  aquel  clima 
podo  estival,  secándose  además  los  brotes  del  árbol 
indígena  en  la  extrema  sequedad  de  aquel  suelo.  Una 
vida  casi  monacal  y  una  precaria  educación  común,  el 
conocimiento  de  los  libros  ascéticos  de  menor  fuste 
y  la  lectura  de  los  clásicos  latinos  más  familiares,  no 
podían  dar  otros  frutos  que  el  silencio  y  la  muerte. 
El  arte,  nos  enseña  Veron,  es  el  producto  y  como  la 
flor  de  las  civilizaciones.  En  tanto  que  éstas  no  se 
cristalizan,  el  arte  balbucea,  porque  el  arte,  en  la  his- 
toria de  todas  las  patrias,  es  una  válvula  groserísima 
de  la  vida  del  sentimiento,  antes  de  convertirse  en  el 
intérprete   iluminado  de   la  vida  cerebral.   La  litera- 


32  HISTORIA  CRÍTICA 


tura  sudamericana  surge  con  la  revolución  sudame- 
ricana, siendo  la  poesía  popular  la  primera  forma  en 
que  se  manifiesta  el  ingenio  nativo;  pero  aun  esa 
forma,  producto  colectivo  de  la  época  y  de  la  raza, 
que  tiende  á  traducir  los  ensueños  y  los  dolores  del 
espíritu  público,  es  tan  rudimentaria  que  difícilmente 
puede  ser  considerada  como  una  forma  artística. 

El  génesis  de  nuestra  poesía  popular  se  encuentra 
en  los  campos,  y  en  los  campos  de  entonces  la  incul- 
tura era  grande,  lo  que  convertía  todas  las  manifes- 
taciones estéticas  en  inarmónicos  balbuceos.  En  el  es- 
píritu del  primero  que  talló  el  sílex  en  forma  de  fle- 
cha, ya  existía  el  sentimiento  artístico;  pero  como 
sentir  bien  no  equivale  á  expresar  con  perfección,  el 
rústico  tallado  del  sílex  no  corresponde  á  la  idea  que 
hoy  nos  formamos  del  arte  de  la  escultura.  La  forma, 
sin  la  que  las  producciones  literarias  viven  lo  que 
vive  un  cimbro  de  achira  y  lo  que  vive  un  copo  de 
espuma,  era  casi  absolutamente  desconocida  no  sólo 
en  la  soledad  de  nuestras  lomadas,  sino  también  en 
la  quietud  patriarcal  de  nuestras  ciudades.  El  esta- 
llido revolucionario  pudo  exaltar  á  la  musa  patrió- 
tica; pero  no  pudo  dar  fijeza  y  excelsitud  á  su  pen- 
samiento, desde  que  era  inconsciente  el  delirante  ins- 
tinto de  libertad  á  que  obedecía  la  muchedumbre,  ni 
pudo  dar  tampoco  á  los  engendros  de  esa  musa  la 
perfección  artística,  la  sabia  nitidez  de  la  forma,  que 
sólo  se  adquiere  con  el  estudio  de  los  modelos  y  con 
la  lima  obstinada  del  ritmo  verbal.  Morley  afirma 
que  las  palabras  gobiernan  el  mundo;  pero  para  que 
las  palabras  puedan  ejercer  la  tiranía  que  les  atri- 
buye el  crítico  inglés,  es  necesario  que  las  palabras 
se  ordenen  y  asocien  con  arreglo  á  la  técnica  artís- 
tica, ó  sea,  á  la  mecánica  del  oficio  de  escribir  con 
belleza,  rimar  con  armonía,  y  hablar  con  lógica  do- 
nosura. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  33 

El  hombre  es  un  ser  expresivo.  La  necesidad  de 
traducir  y  comunicar  sus  sentimientos  y  sus  ideas, 
necesidad  sin  la  que  las  sociedades  no  existirían,  ex- 
plica el  desarrollo  del  lenguaje  escrito  y  del  lenguaje 
oral.  El  primero  que  grabó  la  figura  de  un  rengífero 
sobre  una  roca,  no  conocía  ninguna  de  las  reglas  del 
dibujo.  Obedeció  á  la  imperiosa  necesidad  de  realizar 
la  imagen  que  le  torturaba,  creando  sin  fines  de  ca- 
rácter estético,  una  rudimentaria  expresión  artística. 
Parece  deducirse  de  lo  que  decimos,  que  la  produc- 
ción de  la  obra  debe  anteceder  al  conocimiento  de 
las  reglas.  Esto  sería  una  irrefutable  verdad  si  el 
esbozo  primitivo  fuera  más  perfecto  que  las  escultu- 
ras basadas  en  el  uso  de  las  reglas  artísticas,  y  si  la 
historia  del  arte  de  escribir  no  fuese,  antes  que  nada, 
la  historia  crítica  de  las  bellezas  realizadas  por  el  hu- 
mano ingenio.  El  creador  puede,  aplicándolos  instin- 
tivamente, ignorar  los  principios  más  esenciales;  pero 
no  puede  prescindir  de  su  aplicación.  El  genio  es  el 
que  impone  reglas  al  arte;  pero  las  impone  demos- 
trando, al  aplicarlas  sin  conocerlas,  la  utilidad  de  las 
reglas  de  que  hace  uso.  Así,  Homero  es  anterior  á 
la  teoría  literaria  de  la  epopeya;  pero  es  el  primero 
que  sigue  los  preceptos  teóricos  á  que  después  se 
sujeta  la  musa  de  Virgilio. 

Por  otra  parte,  ni  todos  los  escritores  son  genios, 
ni  el  crítico  puede  proceder  como  el  creador  de  un 
género  literario.  Max  Nordau  dice  bien  cuando  dice 
que  el  genio  es  un  hombre  que  imagina  actividades 
nuevas  y  hasta  entonces  no  practicadas,  ó  un  hombre 
que  aplica  actividades  ya  conocidas,  siguiendo  un  mé- 
todo enteramente  propio  y  personal.  Los  genios  son 
excepciones,  rarezas  de  la  vida  intelectual  de  un  país. 
La  mayor  parte  de  los  escritores,  aun  de  los  escrito- 
res más  afamados,  son  simples  talentos,  lo  que  ya  es 

3.  -  I. 


34  HISTORIA  CRÍTICA 


mucho,  sierxdo  el  talento,  según  Max  Nordau,  un  sér 
que  desarrolla  actividades  frecuentemente  practicadas, 
mejor  que  la  mayoría  de  los  que  han  tratado  de  ad- 
quirir la  misma  aptitud.  El  genio  es  un  explorador 
que  descubre  nuevos  caminos,  comarcas  misteriosas 
y  mares  ignotos.  El  talento  es  un  viajero  que  cruza 
los  piélagos  y  sube  á  las  montañas  que  el  genio  des- 
cubrió. El  genio  aplica  inconscientemente  las  reglas 
necesarias  á  la  belleza.  El  talento  hace  suyas  esas 
mismas  reglas;  pero  ya  convencido  de  la  utilidad 
práctica  de  su  aplicación.  El  crítico,  á  su  vez,  cuando 
juzga  las  obras  geniales,  señala  principios  y  deduce 
reglas;  pero  aplica  también,  al  valorar  las  obras  que 
estudia,  los  principios  ya  aceptados  y  las  reglas  ya 
establecidas.  De  lo  contrario,  falto  de  rumbos  fijos 
y  de  moldes  maestros,  el  crítico  haría  siem.pre  crítica 
de  impresión  personal,  transformándose  el  juicio  de 
la  belleza  en  algo  más  variable  que  la  ola  que  rueda 
y  el  viento  que  pasa.  La  crítica  literaria  no  tendría 
autoridad  alguna,  ni  el  arte  de  escribir  merecería  el 
nombre  de  arte.  Quien  dice  arte  dice  disciplina,  re- 
glamentación, manera  de  hacer.  Juan  d'Udine  afirma, 
en  su  interesante  obra  L'art  et  le  geste,  que  la  pri- 
mera de  las  condiciones  de  una  obra  literaria  es  es- 
tar bien  hecha,  y  una  obra  de  arte  sólo  está  bien  he- 
cha cuando  el  mecanismo  de  los  signos  imitadores 
no  tiene  secretos  para  su  autor,  ó,  en  otros  términos, 
cuando  su  autor  posee  á  la  perfección  la  doctrina  y 
la  práctica  del  oficio  sintáxico  y  el  oficio  estilístico. 
Estas  cualidades  no  se  encuentran  en  los  cultores 
de  la  poesía  de  los  lustros  de  hierro  de  nuestra  his- 
toria, poesía  cuyas  primeras  manifestaciones  se  re- 
ducen al  informe  ritmo  de  las  payadas,  que  se  alzan, 
como  las  quejas  de  un  pájaro  desconocido,  sobre  la 
soledad  de  los  campos  y  sobre  la  melancolía  de  los 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  35 


desiertos.  Sarmiento  dice,  en  una  de  las  inimitables 
páginas  de  su  Facundo:  —  "El  gaucho  cantor  es  el 
mismo  bardo,  el  vate,  el  trovador  de  la  Edad  Media, 
que  se  mueve  en  la  misma  escena,  entre  las  luchas 
de  las  ciudades  y  el  feudalismo  de  los  campos,  entre 
la  vida  que  se  va  y  la  vida  que  se  acerca."  —  "El  can- 
tor está  haciendo  candorosamente  el  mismo  trabajo 
de  crónica,  costumbres,  historia,  biografía,  que  el 
bardo  de  la  Edad  Media,  y  sus  versos  serían  reco- 
gidos más  tarde  como  los  documentos  y  datos  en  que 
habría  de  apoyarse  el  historiador  futuro,  si  á  su  lado 
no  estuviese  otra  sociedad  culta,  con  superior  inte- 
ligencia de  los  acontecimientos,  que  la  que  el  infeliz 
despliega  en  sus  rapsodias  ingenuas."  —  Si  esto  acon- 
tecía con  la  musa  campesina  de  1850,  ¡calcúlese  lo 
que  daría  de  sí  la  musa  popular  de  181 1! 

Nuestra  literatura  poética  nació  espontáneamente 
y  sin  estímulo,  junto  á  los  fogones  revolucionarios 
y  bajo  la  enramada  de  los  ranchos  de  totora.  El  gau- 
cho fué  nuestro  primer  poeta,  despertado  al  senti- 
miento de  lo  bello  por  sus  atavismos  de  raza,  por  lo 
constante  de  su  comunicación  con  la  naturaleza,  y 
por  las  obscuras  melancolías  de  su  vida  nómada.  El 
toldo  charrúa  le  dio  sus  hurañeces  y  la  sangre  espa- 
ñola sus  hidalguías,  habiendo  en  la  levadura  nostál- 
gica de  su  numen  como  un  eco  de  los  acordes  de  las 
vihuelas  con  que  los  rawíes  entretienen  los  ocios  de 
la  multitud  en  las  calles  de  Oran.  Nuestro  pueblo, 
como  dice  Bauza,  formóse  por  el  estrecho  lazo  con 
que  el  poder  despótico  de  la  península  unió  á  los  hi- 
jos del  indígena  sometido,  el  portugués  capturado  y 
el  español  de  progenie  humilde,  naciendo  de  esta 
amalgama  de  elementos  heterogéneos  "una  raza  con 
miras  y  tendencias  propias,  con  carácter  especial,  y 
con  aspiraciones  bastante  sospechables  de  libertad  é 


36  HISTORIA  CRÍTICA 


independencia."  Esa  raza,  que  se  esparció  por  los 
campos  más  que  por  las  ciudades,  en  busca  de  sol 
libre  y  de  amplitud  de  vuelo,  conservó  siempre  la 
hurañez  y  la  melancolía  con  que  las  persecuciones, 
y  los  castigos,  y  los  desdenes  sellaron  su  plebeya 
cuna  de  ilota,  su  misérrima  cuna  de  paria.  La  eterna 
perspectiva  del  mismo  horizonte,  la  comunión  cons- 
tante con  el  desierto,  el  continuo  despego  á  la  auto- 
ridad amenazadora,  la  lucha  sin  descanso  con  la  res 
bravia  y  las  fieras  del  monte,  la  costumbre  del  silbo 
del  zorzal  y  el  alerta  del  tero,  el  amor  al  caballo  y 
la  fe  en  el  cuchillo,  forman  la  idiosincrasia  peculia- 
rísima  de  nuestros  primeros  poetas,  que,  como  todos 
los  poetas  populares  de  aquella  edad  viril,  se  distin- 
guen por  el  carácter  exclusivamente  guerrero  de  su 
inspiración.  Desde  las  montañas  de  Venezuela  hasta 
las  orillas  del  Río  de  la  Plata,  la  musa  de  aquellos 
lustros  heroicos  es  una  musa  armada  de  lanza  y  que 
tiene  en  los  labios  un  himno  á  la  victoria.  Pedro 
Arismendi  dice,  hablando  de  las  tierras  cercanas  al 
centro  del  continente,  "que  el  movimiento  literario  de 
los  días  libertadores  se  redujo  á  cantar  las  proezas  y 
á  lamentar  los  martirios  de  los  patriotas."  Por  su 
parte,  Juan  María  Gutiérrez,  hablando  de  la  poesía 
popular  de  las  patrias  del  Sur,  dice  que  "la  revolución 
política,  que  convirtió  los  virreinatos  en  repúblicas, 
acordó  en  bronce  la  lira  americana." 

Nuestra  poesía  de  1811,  de  ampuloso  lenguaje  y  de 
rígida  metrificación;  nuestra  poesía  de  181 1,  de  pen- 
samiento ignaro  y  de  forma  paupérrima,  fué  tristona 
y  batalladora,  como  enamoradísima  del  pago  con  cu- 
yos troncos  de  ñandubay  fabricaron  los  montoneros 
la  vara  de  sus  rústicas  lanzas  de  tijera.  El  culto  del 
terruño  fué  la  suprema  pasión  de  la  musa  popular. 
"Leyendo  las  imperfectas  estrofas  de  sus  trovadores. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  37 

dice  Bauza,  se  ve  hasta  donde  llevaban  esta  ideali- 
zación de  la  patria,  que  para  ellos  no  era  sólo  el  te- 
rritorio nacional  con  sus  habitantes  y  tradiciones,  sino 
todo  eso  personificado  además  en  una  mujer  de  for- 
mas semidivinas,  sujeta  á  dolores  y  alegrías  especia- 
les, vagando  en  el  espacio  y  eternamente  preocupada 
de  nuestras  cosas.  Tal  era  la  deidad  por  cuyo  amor 
se  debía  morir;  cuyo  nombre  no  se  podía  ofender; 
cuyos  agravios  vengaba  Dios  mismo  dando  fuerza  al 
brazo  de  sus  hijos  para  escarmentar  á  los  tiranos.  De 
ahí,  los  cánticos  en  que  alternativamente  brillaban  el 
orgullo  y  la  piedad,  la  dedicación  y  la  fiereza,  ento- 
nados á  coro  en  los  fogones  al  son  de  la  guitarra,  y 
prolongados  en  las  largas  noches  de  espera  por  las 
encrucijadas  y  las  lomas  que  cruzaba  algún  chasque 
medio  dormido." 

El  pueblo  campesino  comenzó  á  ser  poeta  á  raíz  de 
181 1.  Eusebio  Valdenegro  inicia  el  movimiento  con 
una  canción  patriótica  dedicada  á  la  junta  revolucio- 
naria, canción  que  se  ha  perdido  como  todas  las  com- 
posiciones que  su  ingenio  produjo.  En  el  año  11  ya 
figuraba  en  las  filas  del  ejército  artiguista,  distin- 
guiéndose por  la  audacia  de  su  denuedo  en  la  glo- 
riosa batalla  de  las  Piedras.  En  el  primer  sitio  de 
Montevideo,  cuando  los  patriotas  pugnaban  porque  el 
Cabildo  recibiese  las  comunicaciones  del  ejército  li- 
bertador, los  pliegos  dirigidos  á  los  cabildantes  fue- 
ron clavados  en  una  bandera,  cuyos  pliegues  rojos  y 
blancos  se  mecían  al  viento  cerca  de  las  murallas  de 
la  ciudad.  Sobre  aquellos  pliegos  escribió  la  musa  de 
Valdenegro : 

"El  blanco  y  rojo  color 
Con  que  la  patria  os  convida, 
Es  para  que  se  decida 


38  HISTORIA  CRÍTICA 

Vuestro  aprecio  en  lo  mejor; 
Si  al  rojo,  nuestro  valor 
Breve  os  sabrá  castigar, 
Y  si  al  blanco  queréis  dar 
Discreta  y  sabia  elección, 
Contad   con  la  protección 
Del   Ejército   Auxiliar." 

Pero  más  que  Valdenegro,  que  tenía  sus  pujos  de 
cultiparlista,  el  verdadero  representante  del  senti- 
miento popular  fué  Bartolomé  Hidalgo,  cuyos  prime- 
ros versos  fueron  algunos  himnos  y  algunas  marchas 
de  valor  insignificante.  Mientras  el  movimiento  re- 
volucionario se  desenvuelve  de  un  modo  feliz,  la 
musa  de  Hidalgo  no  levanta  el  vuelo;  pero,  no  bien 
el  desastre  mordió  los  pliegues  de  la  bandera  heroica 
el  numen  gauchesco  de  nuestro  poeta  pareció  subli- 
marse, imponiéndose  á  la  admiración  de  la  muche- 
dumbre con  sus  Diálogos  patrióticos  de  Chano  y  Con- 
treras.  Taine  dice:  "Es  preciso  notar  que  las  desgra- 
cias que  entristecen  al  público,  entristecen  también 
al  poeta.  Como  es  una  cabeza  del  rebaño,  sufre  la 
suerte  del  rebaño."  El  desaliento  que  siguió  al  triunfo 
de  las  ideas  reaccionarias,  la  opresión  que  pesaba  so- 
bre los  patriotas,  el  obligado  exilio  de  sus  jefes  ilus- 
ties  y  el  injusto  desastre  del  ideal  autonómico  de  la 
diezmada  muchedumbre  batalladora,  transfiguraron  y 
enardecieron  á  la  musa  de  Hidalgo.  Bueno  es  decir 
que,  para  Hidalgo,  nuestra  causa  se  perdió  en  la  mag- 
nitud de  la  causa  de  la  revolución  sudamericana. 
Cantó  los  desastres  de  la  segunda,  olvidando  nues- 
tros mesénicos  y  luctuosos  desastres.  Su  tristeza  fué 
mayor  que  la  tristeza  de  la  multitud,  por  ser  mayor 
su  sentimiento  artístico  que  el  rudimentario  senti- 
miento artístico  de  la  muchedumbre.  Taine  enseña  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  39 

lo  que  hace  que  el  hombre  se  convierta  en  artista,  'es 
la  costumbre  de  distinguir  en  los  objetos  el  carácter 
esencial  y  los  rasgos  salientes,  pues  allí  donde  ios 
otros  no  ven  más  que  porciones,  él  percibe  el  con- 
junto y  el  espíritu."  Cuando  pertenece  á  una  patria 
vencida  y  á  un  tiempo  lúgubre,  el  poeta  todo  lo  ve 
cubierto  por  el  velo  de  la  tristeza  y  por  la  ceniza  de 
la  desolación.  Y  Taine  concluye:  "Cuando  el  carácter 
saliente  de  su  tiempo  es  la  tristeza,  el  poeta,  por  el 
exceso  de  imaginación  y  por  el  instinto  de  exagera- 
ción que  le  son  propios,  amplifica  ese  carácter  y  lo 
lleva  hasta  el  último  límite,  se  impregna  de  él  é  im- 
pregna de  él  sus  obras,  de  suerte  que  ordinariamente 
vé  y  pinta  las  cosas  con  colores  aun  más  negros  que  lo 
harían  sus  contemporáneos." 

Si  la  tristeza  pública  podía  sublimar  el  numen  de 
Hidalgo,  no  podía  librarle  de  las  imperfecciones  que 
son  peculiares,  y  hasta  necesarias,  á  las  trovas  de  ín- 
dole gauchesca.  En  esa  clase  de  poesías,  la  belleza  no 
debe  ni  puede  buscarse  en  la  forma,  sino  en  la  emo- 
ción y  en  la  verdad,  en  lo  gráfico  de  la  frase  y  en 
lo  profundo  del  sentimiento.  Del  mismo  modo  que 
cada  planta  corresponde  á  un  suelo  y  á  un  ambiente, 
cada  forma  poética  debe  adaptarse  á  la  intelectuali- 
dad de  aquellos  á  quienes  trata  de  conmover  y  de 
seducir.  ¿Cómo  sugestionar  á  los  espíritus  que  nos 
cercan,  si  les  hablamos  un  lenguaje  que  no  es  el  suyo? 
El  poeta,  como  el  orador,  debe  ponerse  al  nivel  de  su 
auditorio,  renunciando  á  los  afeites  de  la  corrección 
académica  cuando  su  auditorio  es  incapaz  de  apre- 
ciarla. Por  otra  parte,  ni  la  cultura  ni  el  ingenio  de 
Hidalgo  se  avenían  con  esa  corrección,  que  hubiera 
disonado  en  el  ambiente  de  bravuras  indómitas  y  casi 
salvajes  de  la  patria  vencida  y  montonera.  Era  pre- 
ciso hablar  al  pago  con  el  dialecto  rústico  y  pictórico 


40  HISTORIA  CRÍTICA 

que  el  pago  empleaba  para  llorar  sus  penas;  con  el 
dialecto  de  uso  en  los  fogones,  cuya  llamarada  ha- 
bían avivado  los  revuelos  de  la  tricolor;  con  el  dia- 
lecto corriente  en  los  hogares  de  paredes  de  barro  y 
techo  de  totora;  con  el  dialecto  dulce  á  los  niños  y 
dulce  á  los  ancianos  del  terruño  invadido,  porque  te- 
nía para  los  primeros  algo  de  la  canción  oída  en  la 
cuna  y  porque  tenía  para  los  segundos  la  magia  irre- 
sistible de  los  recuerdos  de  la  juventud.  Como  Verón 
afirma,  la  poesía  de  los  himnos  sin  estudio  ni  esfuerzo, 
que  se  encuentran  mezclados  á  los  orígenes  de  todas 
las  patrias,  reside  especialmente  en  la  sinceridad  de 
la  emoción  que  los  inspira.  Casi  siempre  su  forma  es 
descriptiva  de  tipos  y  costumbres.  Más  que  un  pro- 
ducto del  espíritu  analítico  del  poeta,  son  un  pro- 
ducto colectivo  de  la  raza  naciente,  que  los  sella  con 
el  sello  de  su  carácter  y  que  ve  en  sus  estrofas  las 
ánforas  depositarías  del  generoso  vino  de  sus  senti- 
mientos. Semejantes  en  un  todo  á  esos  himnos  son 
las  poesías  patrióticas  de  Hidalgo.  Su  numen  se  des- 
pertó al  compás  del  ruido  de  los  combates  por  la  in- 
dependencia. El  ejército  libertador  le  contó  entre  los 
suyos.  Lloró  las  derrotas  de  los  montoneros  con  sus 
mejores  lágrimas.  El  ideal  revolucionario  fué  el  ideal 
que  idolatró  su  musa.  Chano  y  Contreras,  los  popu- 
lares héroes  de  sus  diálogos,  son  la  personificación 
de  las  esperanzas  y  las  desilusiones  de  la  muchedum- 
bre viril  y  melancólica  con  que  estuvo  en  contacto 
durante  su  cruzada  por  la  libertad,  siendo  lógico  que, 
dignificando  á  los  vencidos  hasta  en  su  peculiar  ma- 
nera de  decir,  su  numen  prefiriese  el  rústico  dialecto 
de  la  campaña  indómita  al  hablar  cortesano  de  las 
ciudades  sometidas  al  dominio  regio.  Lo  cierto  es 
que  creó  un  género  popular  que  ha  formado  escuela, 
dando   á   ese    género,   humildísimo    y    tosco,    carta   de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  41 

ciudadanía    en    el    mundo    de    las    letras    americanas. 

Bartolomé  Hidalgo  se  caracteriza  por  la  originali- 
dad, la  fluidez,  el  donaire,  la  pintura  gráfica,  los  de- 
cires criollos  y  la  incorrección.  Eco  del  sentir  de  las 
muchedumbres  menos  alborozadas  que  melancólicas 
de  aquellos  días,  censura  los  errores  de  los  que  man- 
dan y  llora  el  infortunio  de  los  que  combaten  por 
la  independencia,  comprendiendo  instintivamente  que 
la  libertad,  adorada  y  apetecida,  será  por  largos  años 
una  mentirosa  ilusión  y  un  utópico  ensueño.  Su  gui- 
tarra es  la  alegría  de  los  humildes,  de  los  ofendidos, 
de  los  agraviados,  porque  sus  romances  abrevian  las 
noches  del  campamento  heroico  y  endulzan  la  escasez 
del  rancherío  trabajador.  Él  encarna  la  poesía  popu- 
lar, la  poesía  de  los  suburbios  analfabetos  y  de  las 
planicies  casi  desiertas,  la  poesía  que  se  dialoga  en 
la  tertulia  de  los  almacenes  de  los  caminos  y  en  el 
corro  zahereño  que  churrasquea  junto  al  fogón  de 
la  cocina  rústica.  Él  comprende  los  gravísimos  males 
que  engendrarán  la  anarquía  y  la  dictadura,  frutos  ma- 
léficos de  las  disidencias  de  los  patriotas,  y  une  al  bu- 
llicio de  las  fiestas  populares  los  jubilosos  sones  de 
su  vihuela  forjada  con  maderos  de  árbol  nativo.  Hijo 
de  Soriano, —  del  departamento  de  los  indios  chañas 
y  de  las  misiones  catequizantes,  de  las  grutas  gredosas 
y  de  la  tierra  negra,  —  nuestro  trovero  es  continental 
y  unionista,  poniendo  su  brazo  y  sus  canciones  sólo 
al  servicio  de  la  causa  sudamericana,  de  la  causa  mal- 
trecha en  Huaquí  y  victoriosa  en  las  llanuras  de  Tu- 
cumán.  Magariños  Cervantes  habló  con  elogio  del  nu- 
men de  Hidalgo. 

Ya  lo  hemos  dicho.  La  forma  es  lo  de  menos  en  las 
poesías  de  Hidalgo.  Lo  único  que  puede  y  debe  bus- 
carse en  ellas  es  la  sinceridad  con  que  traducen  el 
sentimiento  colectivo  de  los  días  que  fueron.  En  una 


43  HISTORIA  CRÍTICA 

de  esas  poesías,  escritas  todas  ellas  en  forma  de  diá- 
logo, el  capataz  Jacinto  Chano,  incitado  por  el  gau- 
cho Ramón  Contreras,  relata  así  las  desventuras  que 
siguieron  á  la  revolución,  como  siguen  las  chispas 
eléctricas  á  la  tempestad: 

"Pues  bajo  de  ese  entender 
Emprésteme  su  atención, 

Y  le  diré  cuanto  siente 
Este  pobre  corazón, 

Que  como  tórtola  amante 
Que   á  su   consorte   perdió, 

Y  que  anda  de  rama  en  rama 
Publicando  su  dolor; 

Así   yo   de  rancho  en  rancho 

Y  de  tapera  en  galpón, 
Ando  triste  y  sin  reposo, 
Cantando  con  ronca  voz 
De   mi   patria  los  trabajos, 
De  mi  destino  el  rigor. 
En  diez  años  que  llevamos 
De  nuestra  revolución, 
Por  sacudir  las  cadenas 
De  Fernando  el  baladrón, 
¿Qué  ventaja  hemos  sacado? 
Las  diré  con  su  perdón: 
Robarnos  unos  á  otros. 
Aumentar  la  desunión. 
Querer  todos  gobernar, 

Y  de    facción   en   facción 
Andar  sin  saber  que  andamos, 
Resultando  en  conclusión 

Que  hasta  el  nombre  de  paisano 
Parece  de  mal  sabor, 

Y  en  su  lugar  yo  no  veo 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  43 


Sino  un  eterno  rencor, 

Y  una  tropilla  de   pobres 
Que  metida  en  un  rincón 
Canta  al  son  de  su  miseria: 
¡No  es  la  miseria  mal  son!" 

Dice  después,  quejándose  de  las  inici.as  arbitrarie- 
dades de  los  que  mandan : 

"La  ley  es  una  no  más, 

Y  ella  dá  su  protección 
A  todo  el  que  la  respeta. 
El  que  la  ley  agravió 

Que  la  desagravie  al  punto, 
Esto  es  lo  que  manda  Dios, 
Lo  que  pide  la  justicia 

Y  que  clama  la  razón, 

Sin  preguntar  si  es  porteño 

El  que  la  ley  ofendió. 

Ni  si  es  salteño  ó  puntano. 

Ni  si  tiene  mal  color. 

Ella  es  igual  contra  el  crimen, 

Y  nunca  hace   distinción 
De  arroyos  ni  de  lagunas, 
De  rico  ni  pobretón; 

Para  ella  es  lo  mismo  el  poncho 
Que  casaca  y  pantalón: 
Pero  es   platicar  de  balde, 

Y  mientras  no  vea  yo 
Que  se  castiga  el  delito 
Sin  mirar  la  condición, 

Digo  que  hemos  de  ser  libres.  . . . 
Cuando  hable  mi  mancarrón." 

Contreras,  respondiendo  á  su  compañero,  dice  ha- 


44  HISTORIA  CRÍTICA 

blando  del   desorden   administrativo   y   del   abandono 
en  que  se  encontraban  los  soldados  de  la  libertad: 

"Lo  que  á  mí  me  causa  espanto 
Es  ver  que  ya  se  acabó 
Tanto  dinero,  por  Cristo; 
Mire  que  daba  temor 
Tantísima  pesería! 
¡Yo  no  sé  en  qué  se  gastó! 
Cuando  el  general  Belgrano, 
(Que  esté  gozando  de  Dios), 
Entró  en  Tucumán,  mi  hermano 
Por  fortuna  lo  topó, 

Y  hasta  entregar  el  rosquete 
Ya  no   lo  desamparó. 

¡Pero  ha  contar  de  miserias! 
De  la  misma  formación 
Sacaban  la  soldadesca 
Delgada  que  era  un  dolor! 
Con   la   ropa   hecha  miñangos, 

Y  el  que  comía  mejor 
Era  algún  trigo  cocido 
Que  por  fortuna  encontró; 

Los  otros,  cual  más  cual  menos 
Sufren  el  mismo  rigor. 
Si  es  algún  buen  oficial 
Que  al  fin  se  inutilizó. 
Da  cuatrocientos  mil  pasos 
Pidiendo   por  conclusión 
Un  socorro:  No  hay  dinero. 
Vuelva....    todavía  no.... 
Hasta  que   sus   camaradas 
(Que   están   también   de   mi   flor). 
Le   largan   una   camisa. 
Unos   cigarros   y   adiós!" 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  45 

Hidalgo  Utiliza  la  misma  difícil  facilidad  con  que 
relata  penas,  para  caracterizar  tipos  y  describir  cos- 
tumbres. En  otro  diálogo,  de  distinta  índole  que  el 
que  antecede,  narra  las  patrióticas  fiestas  celebradas 
el  25  de  Mayo  de  1822  en  la  populosa  ciudad  de  Bue- 
nos Aires. 

"Dormí,  y  al  cantar  los  gallos 
Ya  me  vestí;  calenté  agua, 
Estuve   cimarroneando  ■ 

Y  luego  para  la  plaza 
Cogí,  y  me  vine  despacio. 
Llegué,  ¡bien  haiga  el  humor! 
Llenitos  todos  los  bancos 

De  pura  mujerería, 

Y  no,  amigo,  cualquier  trapo, 
Sino  mozas  como  azúcar. 
Hombres,  ¡eso  era  un  milagro! 

Y  al  punto  en  varias  tropillas. 
Se  vinieron  acercando 

Los  escueleros  mayores 
Cada  uno  con  sus  muchachos, 
¡Con  banderas  de  la  patria 
Ocupando  un  trecho  largo; 
Llegaron  á  la  pirami 

Y  al  ir  el  sol  coloreando 

Y  asomando   una  puntita. .  . . 
¡  Bracatán !  los  cañonazos. 
La  gritería,  el  tropel. 
Música  por  todos  lados. 
Banderas,   danzas,   funciones. 
Los  escuelistas  cantando; 

Y  después  salió  uno  solo 
Que  tendría  doce  años. 
Nos  echó  una  relación.... 


46  HISTORIA  CRITICA 

¡Cosa  linda,  amigo  Chano; 
Mire  que  á  muchos   patriotas 
Las  lágrimas   les   saltaron!" 

Contreras  sigue  la  relación  de  las  fiestas,  empleando 
siempre  la  misma  naturalidad  y  las  mismas  imágenes 
gráficas  de  que  hace  uso  en  los  versos  anteriores; 
pero  su  lenguaje  aumenta  en  donaire  satírico  al  ocu- 
parse de  los  incidentes  que  acompañan  al  juego  po- 
pular del  palo  enjabonado. 

"Pero  era  tan  belicoso 
Aquel  potro,  amigo  Chano, 
Que  muchacho  que  montaba 
i  Contra  el  suelo!....   y  ya  trepando 
Estaba  otro. ...  y. .  . .   ¡zas,  al  suelo! 
Hasta  que  vino  un  muchacho 

Y  sin   respirar  siquiera 

Se  fué  el  pobre  resbalando 
Por  la  guasca,  llegó  al  fin 

Y  sacó  el  premio  acordado. 
Pusieron    luego   un   pañuelo 

Y  me  tenté,  ¡mire  el  diablo! 
Con  poncho  y  todo  trepé, 

Y  en  cuanto  me  lo  largaron 
Al   infierno  me  tiró, 

Y  sin  poder  remediarlo, 
(Perdonando  el  mal  estilo). 
Me   pegué  tan  gran  culazo 
Que  si  allí  tengo  narices 
Quedo  para  siempre  ñato." 

Espontáneo,  en  su  mucha  originalidad,  fué  el  in- 
genio del  creador  de  nuestra  poesía  campera,  cuyas 
composiciones  patrióticas  y  descriptivas  no  han  sido 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  47 


superadas  aún  por  ninguno  de  los  que  han  descollado 
imitándole.  Sin  embargo,  la  musa  nacional  no  adquiere 
un  carácter  artístico,  una  forma  verdaderamente  es- 
tética, hasta  que,  una  vez  alcanzada  la  independencia, 
crece  y  se  lozanea  nuestra  cultura.  Dado  el  medio  en 
que  el  ingenio  nativo  se  desenvolvía,  dados  los  de- 
sastres de  nuestra  causa,  y  dados  los  disturbios  que 
siguieron  á  las  indecisiones  de  los  cerebros  dirigen- 
tes del  movimiento  emancipador  sudamericano,  bas- 
tante hizo  la  musa  popular,  —  m.anteniendo  viva  la  fe 
de  la  libertad,  é  incólume  la  esperanza  de  la  inde- 
pendencia en  el  fiero  corazón  de  las  multitudes.  Fran- 
cisco Bauza  dice :  "Lo  que  tiene  de  halagador  nues- 
tra literatura  revolucionaria,  es  que  señala  un  esfuerzo 
intelectual,  al  lado  de  un  esfuerzo  guerrero,  cuya 
intensidad  parece  excluir  todo  cultivo  de  emociones 
dulces.  Esa  combinación  de  las  armas  y  las  letras, 
asociándose  para  hacer  triunfar  una  idea,  demuestra 
que  los  independientes  tenían  no  sólo  confianza  en 
su  causa,  sino  pasión  por  los  ideales  que  iban  anexos 
á  su  triunfo.  Habían  soñado  una  patria  libre,  y  que- 
rían presentarla  de  tal  m.odo  á  las  miradas  del  mundo, 
que  no  echase  de  menos  en  ella  nada  de  lo  que  for- 
maba el  ornamento  de  los  demás  pueblos  libres  de  la 
tierra.  El  empeño  era  atrevido,  sin  duda,  y  su  éxito 
no  correspondió,  artísticamente  considerado,  á  la  al- 
teza de  los  propósitos  que  lo  impulsaban ;  pero  ha- 
bía en  ello  un  síntoma  bastante  satisfactorio  para  el 
orgullo  nacional."  —  Y  Bauza  acierta.  —  Un  pueblo, 
que  sabe  morir  por  el  ideal,  y  que  sabe  cristalizar  al 
ideal  por  que  muere,  en  los  himnos  que  se  cantan  en 
sus  hogares,  es  un  pueblo  artista  por  el  heroísmo  trá- 
gico de  sus  hechos,  y  artista  por  las  rudimentarias 
manifestaciones  de  su  intelectualidad.  El  son  de  las 
guitarras  de  sus  payadores  puso  de  manifiesto  la  sed 


48  HISTORIA  CRÍTICA 

de  belleza,  la  sed  de  justicia,  la  sed  de  luz,  que  tor- 
turaba al  espíritu  indómito  de  los  combatientes,  á 
pesar  de  la  estrechez  cerebral  del  escenario  en  que 
éstos  se  movían,  y  á  pesar  de  la  falta  de  estímulo  con 
que  tropezaban  los  ansiosos  de  sobresalir  por  la  ma- 
gia hechicera  del  pensamiento  rítmico.  La  posteridad 
ha  puesto  un  gajo  del  laurel  de  la  fama  sobre  el  se- 
pulcro de  los  poetas  de  la  revolución.  La  posteridad, 
al  hacerlo  así,  no  ha  hecho  otra  cosa  que  cumplir  un 
sagrado  deber  de  gratitud.  En  el  libro  de  nuestras 
letras,  están  escritos,  pues,  con  letras  de  oro,  los  gau- 
chescos romances  de  Bartolomé  Hidalgo. 


III 


Nuestra  prosa,  más  feliz  que  la  poesía,  surgió  cal- 
cada en  excelentes  moldes  literarios.  Dámaso  Antonio 
Larrañaga  la  inicia. 

El  más  sabio  de  los  sabios  de  nuestro  país  ha  sido 
Larrañaga,  nacido  en  la  ciudad  de  Montevideo  en 
los  primeros  días  del  mes  de  Marzo  de  1771.  Su  fa- 
milia ocupaba  lugar  de  preferencia  entre  las  familias 
de  mejor  abolengo  de  la  colonia,  y  quiso  dedicarle  á 
la  práctica  de  la  medicina,  dando  con  ello  pruebas  de 
sagacidad,  si  se  tienen  en  cuenta  el  corazón  y  las  ap- 
titudes del  niño  inteligente,  destinado  á  ilustrar  el 
nombre  de  los  suyos  con  la  doble  aureola  del  saber 
y  de  la  virtud. 

Su  hermano  mayor,  muerto  en  Buenos  Aires,  es- 
torbó aquel  designio,  y  Larrañaga  trasladóse  á  la  ciu- 
dad vecina,  donde,  no  pudiendo  dedicarse  á  la  cura 
de  cuerpos,  se  preparó  para  el  sacerdocio  de  la  cura 
de  almas,  haciendo  sus  primeros  estudios  bajo  las  bó- 
vedas del  colegio  de  San  Carlos. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  49 

El  colegio  de  San  Carlos,  así  como  las  universida- 
des de  Chuquisaca  y  Córdoba,  fué  un  centro  que  es- 
parció los  beneficios  de  los  estudios  superiores  sobre 
las  tierras  del  sur  del  coloniado,  surgiendo  de  sus 
aulas  no  sólo  la  sabiduría  científica  de  Larrañaga, 
sino  también  la  clásica  inspiración  de  don  Juan  Fran- 
cisco Martínez. 

Desde  Buenos  Aires,  Larrañaga  pasó  á  la  ciudad  de 
Córdoba,  y  de  la  ciudad  de  Córdoba  á  Río  Janeiro, 
donde,  en  1798,  recibió  las  órdenes  que  le  habilitaban 
para  recoger  los  primeros  vagidos  del  niño  y  los  úl- 
timos alientos  del  moribundo,  en  el  nombre  de  aquel 
que  tiende  en  los  espacios  las  curvas  del  iris  y  que 
pone  en  los  mares  la  fúlgida  nevada  de  las  perlas. 

Vuelto  á  su  patria,  de  la  que  nunca  se  había  apar- 
tado su  corazón,  se  mezcló  á  todos  los  movimientos 
del  espíritu  público  desde  1806  hasta  1844.  Así,  cuando 
España,  en  virtud  de  su  alianza  con  el  imperio  galo, 
rompió  con  Inglaterra,  y  cuando  Inglaterra,  creyén- 
dose ofendida  por  la  metrópolis,  trató  de  apoderarse 
de  los  dominios  de  la  antigua  Hespérides,  Dámaso 
Larrañaga  actuó  como  capellán  de  las  milicias  que 
libertaron  á  Buenos  Aires  de  las  garras  conquistado- 
ras de  Berresford,  viéndosele  socorrer  á  los  heridos 
y  bendecir  á  los  agonizantes  durante  los  encuentros 
del  día  25  de  Mayo  de  1806. 

Así  también,  en  181 1,  cuando  las  banderolas  monto- 
neras de  Artigas  ondularon  en  torno  de  los  muros  de 
Montevideo,  Larrañaga  tuvo  que  abandonar  el  cicló- 
peo recinto  de  la  ciudad  sitiada,  por  creérsele  cóm- 
plice de  los  que  lanzaron  el  grito  de  Asencio,  aquel 
grito  que  atravesó  con  la  prisa  del  rayo  el  país  donde 
nacen  los  teros  y  silba  el  ñandú,  en  el  mes  en  que  el 
puma  recorre  lujurioso  el  juncal  y  al  son  de  los  cla- 
rines montaraces  de  Viera. 


50  HISTORIA  CRÍTICA 


Asilado  junto  á  las  cristalinas  corrientes  del  Manga, 
pero  en  comercio  siempre  con  los  patriotas,  Larra- 
ñaga  se  consagró,  durante  el  armisticio  que  interrumpe 
el  cerco,  al  misterioso  estudio  de  nuestra  fauna  y  de 
nuestra  flora,  reuniendo  la  primera  colección  de  plan- 
tas indígenas  que  tuvo  el  país.  Desde  entonces,  cada 
vez  que  se  lo  permitían  su  sacerdocio  y  las  públicas 
inquietudes,  nuestro  docto  se  encerraba  con  sus  es- 
critos y  con  sus  herbarios,  que  llegaron  á  ser  el  más 
grande  de  los  amores  de  su  vida  y  el  único  de  los  pla- 
ceres de  su  existencia. 

Hablando  de  sus  estudios  le  decía  á  Bonpland: 

"Linneo  ha  sido  mi  único  maestro,  y  ciego  admi- 
rador de  sus  principios,  los  he  seguido  en  un  todo. 
No  obstante,  como  es  preciso  seguir  la  moda  y  con- 
formarse á  las  luces  que  nos  suministra  el  siglo  XIX, 
remito  á  usted  los  mammilares  clasificados  por  los 
nuevos  métodos,  y  también  con  algunas  innovaciones 
mías,  ya  que  no  es  permitido  á  todos  metodizar.  En 
esto  he  imitado  á  Lamarck  en  su  flora  de  Francia; 
pero  tengo  también  trabajos  generales  para  aquellas 
especies  que  no   se  encuentran  en   Gceclin." 

Y  le  agregaba  en  otra  de  sus  cartas,  lamentando  no 
poder  consagrarse  con  más  solicitud  á  sus  aficiones: 

"Pero  ¿cuándo  podré  reunir  estos  grandes  materia- 
les? ¿Tendré  tiempo  para  colocar  estas  hermosas  pie- 
dras, que  están  labradas  y  cinceladas?  ¿Me  moriré 
sin  tener  la  dulce  complacencia  de  dejar  perfeccio- 
nado este  suntuoso  templo  al  Autor  de  la  Natura- 
leza, para  hacerme  acreedor  á  que  me  reciba  más  be- 
nignamente en  sus  eternos  tabernáculos?  Lo  temo 
mucho;  ya  tengo  46  años,  y  no  veo  término  á  los 
desórdenes  que  nos  impiden  entregarnos  á  nuestros 
trabajos  predilectos.  ¡  Si  al  menos  viera  yo  el  término 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  51 

á  tantas  desgracias  públicas  y  privadas  que  me  em- 
bargan los  sentidos  y  abaten  mis  fuerzas!" 

¿Qué  parte  cupo  á  Larrañaga  en  la  elaboración  de 
las  Instrucciones  del  año  13?  Carlos  María  Ramírez 
le  atribuye  su  redacción  y  Francisco  Bauza  piensa  lo 
mismo  que  Carlos  María  Ramírez.  Lo  vasto  de  los 
conocimientos  de  Larrañaga  y  la  personería  de  nego- 
ciador único  con  que  le  invistió  Artigas  ante  la  Asam- 
blea Constituyente  de  Buenos  Aires,  parecen  demos- 
trar que,  si  no  le  pertenece  la  redacción  entera  de 
aquel  tratado,  le  pertenecen  algunos,  por  lo  menos, 
de  sus  artículos.  Lo  que  es  indudable,  como  dice  el 
doctor  Héctor  Miranda,  es  que  ni  don  Miguel  Barreiro, 
con  lo  mediocre  de  su  cultura,  ni  fray  José  Benito 
Monterroso,  que  no  se  encontraba  en  las  filas  de  la 
montonera  de  1813,  pudieron  ser,  en  aquella  ocasión, 
los  consejeros  luminosos  de  Artigas.  Sin  disputar  la 
paternidad  de  las  célebres  instrucciones  al  blanden- 
gue de  la  leyenda  heroica,  desde  que  aceptó  sus  prin- 
cipios y  quiso  imponerlos  con  su  denuedo,  no  es  po- 
sible dejar  de  reconocer  la  lógica  de  las  conjeturas 
de  Bauza  y  Ramírez.  Si  se  atiende  á  que  las  Instruc- 
ciones, nunca  bien  ponderadas,  tienen  su  origen  en 
los  estatutos  estaduales  norteamericanos,  fácil  es  de- 
ducir que  el  único  capaz  de  sugerir  á  Artigas  la 
adopción  de  las  ideas  que  se  registran  en  esos  esta- 
tutos, era  el  criterio  ilustradísimo  de  Larrañaga.  A 
pesar  de  la  inteligencia  natural  del  guerrillero  ilus- 
tre, á  pesar  de  sus  relaciones  con  Azara,  y  á  pesar 
de  la  educación  que  pudo  recibir  en  los  claustros  del 
convento  de  San  Bernardino,  la  médula  y  la  forma 
del  convenio  inmortal  revelan  una  lectura  más  vasta 
y  un  criterio  democrático  más  docto  que  la  lectura 
y  el  criterio  que  nuestra  justísima  admiración  puede 


52  HISTORIA  CRÍTICA 


atribuirle,  sin  extraviarse,  á  la  mucha  clarovidencia 
y  al  espíritu  republicano  de  Artigas. 

En  sus  Estudios  Históricos  dice  el  doctor  Berra: 
"Las   instrucciones   de    1813   revelan   preparación   po- 
lítica,   un    pensamiento    excepcionalmente    cultivado 
por  estudios  teóricos,  y  una  voluntad  perfectamente 
adaptada  á  las  más  avanzadas  y  regulares  formas  de 
la  libertad.  Su  autor  no  era  un  federalista  improvi- 
sado, y  la  clase  de  cuestiones  que  formula  y  resuelve, 
esencialmente   argentinas,   revela   al  menos   perspicaz 
que  las  exigencias  de  aquel  programa  eran  exigencias 
de  la  vitalidad  nacional  de  la  época,  desde  antes  for- 
madas y  más  ó  menos  irregularmente  definidas,  á  las 
que  daba  la  razón  ilustrada  del  político,  formas  espe- 
culativas y  regulares." — ¿Quién  tenía,  dentro  de  la 
montonera  heroica,  la  preparación  política,  los  estu- 
dios teóricos,  el  conocimiento  de  las  formas  más  avan- 
zadas y  regulares  de  la  libertad? — No  era,  sin  duda, 
don  Manuel  Barreiro. —  ¿Quién  era,  entonces,  desde 
que,   necesariamente,  tenemos  que   descartar  á  Mon- 
terroso?  —  El  sistema  confederado,  la  tolerancia  re- 
ligiosa,  la  libertad   civil,  la  autonomía  provincial,  la 
separación  de  los  tres  poderes  públicos  fundamenta- 
les, el  comercio   sin  trabas  y  el  odio  al  despotismo 
militar,  fueron  ideas  cuyo  fecundo  germen  se  encon- 
traba, sin  duda,  en  el  pensamiento  del  que  venció  á 
los  españoles  y  resistió  á  los  lusos;  pero  ordenar  to- 
das esas  verdades  en  un  cuerpo  de  doctrina  orgánico 
y  armónico,  que  contrastara  con  el  ideal  oligárquico 
y   centralista   de    los    hombres   de   Buenos   Aires,   era 
labor  más   propia   de   la   científica   erudición   de  La- 
rrañaga   que   del    federalismo   impuesto   por   la   nece- 
sidad á  las  aspiraciones  provinciales  de  Artigas. 

Es  indiscutible  la  universalidad  de  la  sabiduría  de 
Larrañaga.  Ella  se  puso  evidentemente  de  manifiesto 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  53 

cuando  al  abrirse  la  biblioteca  pública  de  Montevi- 
deo, Larrañaga,  —  que  la  enriqueció  con  obras  de  su 
propiedad,  organizándola  con  generoso  desinterés,  — 
pronunció  un  discurso,  calificado  con  justicia  de  ma- 
gistral, por  la  amplitud  de  los  conocimientos  que  re- 
vela y  por  la  sobria  donosura  de  su  lenguaje. 

"Una  biblioteca  no  es  otra  cosa  que  un  domicilio 
ó  ilustre  asamblea  en  que  se  reúnen,  como  de  asiento, 
todos  los  más  sublimes  ingenios  del  orbe  literario,  ó 
por  mejor  decir,  el  foco  en  que  se  reconcentran  las 
luces  más  brillantes  que  se  han  esparcido  por  los  sa- 
bios de  todos  los  países  y  de  todos  los  tiempos." 

Y  agregaba,  explanando  su  idea: 

"Os  pondremos  de  manifiesto  los  libros  más  clá- 
sicos que  hablan  de  nuestros  derechos:  las  constitu- 
ciones más  sabias,  entre  ellas  la  británica  con  su  co- 
mentador Blankstone;  la  de  Norte  América,  con  las 
actas  de  sus  congresos  hasta  la  fecha;  sus  constitu- 
ciones provinciales  y  principios  de  gobierno  por 
Paine;  las  de  la  Península,  con  sus  diarios  de  Cortes; 
la  de  la  República  italiana  por  Napoleón,  y  su  famoso 
código  del  pueblo  francés.  Nunca  más  que  ahora  de- 
béis consagraros  á  las  ciencias  políticas  que  cuando 
meditáis  fijar  vuestro  gobierno.  Los  grandes  sacudi- 
mientos de  la  revolución  no  sólo  han  desplomado  el 
edificio  político  antiguo,  sino  que  también  han  hecho 
grietas  tan  profundas  que,  descubriendo  sus  cimien- 
tos, podréis  conocer  mejor  en  qué  consistía  su  debi- 
lidad para  repararla.  ¡Qué  conocimientos  más  pro- 
fundos, qué  miras  tan  vastas,  qué  previsión  tan  sagaz 
no  deben  tener  vuestros  legisladores!  El  menor  error 
sobre  vuestra  Constitución  sería  de  una  trascenden- 
cia muy  funesta  para  vosotros  y  para  la  posteridad." 

Después  de  hablar  de  lo  árido  del  estudio  de  las 
lenguas  clásicas,  de  las  lenguas  que  fueron,  citando, 


54  HISTORIA  CRÍTICA 


entre  otros  muchos  representantes  de  la  civilización 
antigua,  al  geómetra  Euclides  y  al  físico  Arquímides, 
el  orador  decía: 

"¿Quién  puede  nombrar  estos  dos  últimos  sabios  sin 
acordarse  de  las  Matemáticas?  Estas  ciencias,  que 
dan  exactitud  al  entendimiento,  sujetan  á  cálculo  los 
astros,  miden  el  curso  complicadísimo  de  las  aguas, 
arreglan  el  movimiento  de  los  cuerpos  y  aun  de  la 
misma  velocidad  de  la  luz. — j  Qué  campo  tan  inmenso, 
jóvenes,  y  qué  estudios  tan  útiles!  —  Las  necesidades 
de  vuestro  país  son  inmensas  y  muchas  pueden  re- 
mediarse con  estas  ciencias.  Hay  que  abrir  caminos, 
elevar  calzadas,  construir  puentes,  hacer  canales,  po- 
ner compuertas,  limpiar  vuestro  puerto,  fortificar  el 
recinto,  traer  aguas  potables,  levantar  planos,  distri- 
buir la  campaña,  secar  pantanos;  pero  ¿dónde  voy? 
Todo  hay  que  hacerlo,  porque  estamos  en  una  infan- 
cia política.  Este  estudio  traerá  ventajas  para  nuestro 
país  y  para  las  ciencias  en  general." 

Y  el  orador  seguía,  seguro  de  su  tema,  y  con  los 
ojos  fijos  en  el  porvenir: 

"La  Astronomía,  por  ejemplo,  es  un  estudio  que 
embelesa,  principalmente  en  el  día,  en  que  en  virtud 
de  las  tablas  logarítmicas  de  Mendoza,  ó  de  las  grá- 
ficas de  Luyando,  los  cálculos  más  complicados  se 
resuelven  sumando  tres  partidas,  ó  bien  linealmente 
con  la  punta  de  una  alfiler  en  menos  de  cinco  mi- 
nutos, con  tanta  ó  mayor  exactitud  de  lo  que  se  hacía 
antiguamente.  Este  es  el  país,  á  mi  juicio,  de  los  as- 
trónomos: aquí  no  tenéis  ese  cielo  cubierto  de  nubes 
cue  ocultaban  los  astros  de  Kepler,  ni  esas  enormes 
montañas  que,  por  su  atracción,  perturbaban  el  pén- 
dulo de  la  Condamine  y  de  Jorge  Juan.  Por  otra 
parte,  las  observaciones  que  hiciereis,  en  un  cielo  tan 
despejado  y  con   tan   notable   paralaxe  á  las  de   Eu- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  55 

ropa,  acabarán  de  perfeccionar  la  Astronomía,  y  los 
arcos  que  mediréis  del  meridiano  en  unas  llanuras 
tan  inmensas,  quitarán  toda  duda  sobre  la  figura  de 
la  tierra,  uno  de  los  problemas  más  importantes.  Por 
último,  os  recomiendo  sobremanera  el  estudio  de  la 
Maquinaria,  porque  la  América,  falta  de  brazos,  no 
tiene  otro  medio  de  suplirlos  por  ahora;  la  esclavitud 
es  un  brazo  que  nos  hace  muy  poco  honor;  y  el  uso 
más  laudable  que  ha  hecho  de  su  preponderancia  co- 
losal la  filantrópica  Albión,  es  el  empeño  que  ha  to- 
mado en  la  abolición  general  de  este  tráfico  infame 
de  la  especie  humana." 

Así,  entre  comentarios  de  castiza  parla  y  fácil  com- 
prensión, el  orador  seguía  enumerando  los  libros  or- 
denados por  su  solicitud  y  puestos  por  sus  manos  en 
las  estanterías  del  edificio,  donde  el  negro  etiópico 
y  el  europeo  de  blanquísima  tez  podían  encontrar  el 
pan  del  espíritu,  los  zumos  que  se  truecan  en  lumbre 
cerebral  y  quietud  cardíaca.  Así  también,  mezclando 
lo  práctico  á  lo  especulativo,  las  realidades  á  los  en- 
sueños, el  orador  trataba  de  difundir  el  culto  de  la 
ciencia  y  de  inspirar  el  gusto  de  la  lectura  á  un  pue- 
blo joven  y  poco  experimentado,  no  salido  aún  de 
los  combates  por  la  autonomía  territorial  y  casi  in- 
consciente de  las  labores  civilizadoras  en  que  se  basa 
la  organización  de  los  núcleos  sociales.  Si  se  tiene  en 
cuenta  que  la  biblioteca,  ideada  por  la  sed  de  cultura 
del  doctor  Pérez  Castellano,  se  inauguró  por  orden 
y  bajo  el  patrocinio  del  general  Artigas,  uno  se  pre- 
gunta como  ha  podido  tildarse  de  bárbara  á  la  mon- 
tonera sublime,  que,  al  mismo  tiempo  que  trazaba  los 
contornos  del  mapa  de  nuestro  país  con  el  hierro  de 
la  lanza  de  sus  héroes,  sembraba  en  el  espíritu  de  la 
juventud,  por  la  voz  doctoral  de  sus  conferenciantes, 
los  gérmenes  de  un  futuro  bendito,  hablando  de  la 


56  HISTORIA  CRÍTICA 

Utilidad  de  la  agricultura  como  pudieren  hacerlo  Mi- 
11er  ó  Gyllemborg,  ó  subiendo  por  los  escaños  de  la 
ciencia  política  como  pudieran  hacerlo  Blankstone  ó 
Paine,  al  compás  de  la  campestre  vihuela  de  Hidalgo 
ó  de  la  lira  clásica  de  Francisco  Araucho. 

Escuchemos  de  nuevo  al  orador: 

"Mucho  tenemos  que  hacer,  dirá  alguno;  pero, 
¿dónde  están  los  medios?  ¿dónde  los  ingentes  cau- 
dales que  necesitamos  para  ello?  ¿Dónde?  En  el  fo- 
mento del  pastoreo  y  de  la  agricultura,  en  la  libertad 
del  comercio,  de  la  pesca  y  de  la  navegación,  en  la 
acertada  dirección  de  las  rentas,  etc.  El  Pastoreo,  la 
inocente  ocupación  de  los  primeros  patriarcas,  nos 
ha  dado  en  esta  provincia  un  producto  neto  más  cuan- 
tioso que  lo  que  producía  últimamente  el  Potosí.  La 
Agricultura,  el  destino  que  el  mismo  Dios  dio  al 
hombre  en  este  mundo,  y  mientras  hubiere  vivientes 
el  más  necesario,  es  la  base  más  sólida  de  las  incal- 
culables riquezas  del  poderoso  reino  de  la  Gran  Bre- 
taña, en  un  clima  agrio  y  en  una  tierra  ya  cansada: 
¿qué  no  deberá  producir  en  una  región  benigna  y  en 
un  suelo  virgen?  El  Comercio,  este  gran  puente  de 
comunicación  entre  los  dos  continentes  del  mundo, 
que  los  une  y  estrecha  con  los  más  fuertes  vínculos; 
que  hermana  los  hombres  más  distantes  y  los  hace 
cosmopolitas;  que  endulza  las  costumbres  de  las  na- 
ciones feroces,  reduciéndolas  á  sociedad,  al  paso  que 
multiplica  sus  necesidades  y  el  genio  emprendedor 
de  los  proyectos  más  atrevidos  y  temerarios.  Sí,  ama- 
dos compatriotas,  al  comercio  animado  de  ese  resorte, 
el  más  animado  del  corazón  humano,  es  á  quien  se 
debe  el  feliz  descubrimiento  del  nuevo  mundo,  el 
precioso  país  que  habitamos:  á  tan  miserable  interés 
se  deben  los  viajes  de  Colón,  de  Américo  Vespuccio, 
de   Gaboto   y  de   Magallanes." 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  57 

Luego  vino  el  naufragio  de  la  £e  patriótica,  en- 
volviendo en  sus  remolinos  á  Larrañaga.  En  los  al- 
bores de  1819,  después  de  dos  años  y  medio  de  com- 
bates  crueles,  tocaba  á  su  término  la  resistencia  que 
opusieron  los  orientales  al  poder  lusitano.  El  Cabildo 
de  Montevideo,  obediente  á  las  órdenes  de  Lecor, 
minó  el  espíritu  de  algunas  de  las  autoridades  de  la 
campaña,  logrando  que  abandonasen  la  ennoblecedora 
causa  de  Artigas.  La  batalla  de  Tacuarembó,  perdida 
por  Latorre  el  22  de  Enero  del  año  20  y  que  esterili- 
zaba la  victoria  obtenida  por  nuestras  armas  en  Santa 
María  el  14  de  Diciembre  de  1819,  hizo  que  la  obra 
maléfica  de  los  cabildantes  fructificase  como  simiente 
buena  en  pródigo  suelo.  Dámaso  Larrañaga  cayó  en- 
vuelto en  la  ola  de  los  desertores,  sentándose  en  el 
célebre  Congreso  Cisplatino;  en  el  Congreso  que  de- 
claró incorporado  el  edén  de  la  patria  á  la  monarquía 
de  Portugal ;  en  aquel  Congreso  de  memoria  triste  y 
en  el  que  se  encontraron,  unidos  por  el  error,  bajo  la 
presidencia  de  don  Juan  José  Duran,  Fructuoso  Ri- 
vera y  Tomás  García  de  Zúñiga,  Luis  Eduardo  Pérez 
y  Alejandro  Chucarro. 

Muy  poco  antes,  hacia  fines  de  1820,  después  de  las 
cargas  mésenlas  de  Catalán,  y  de  la  patriótica  heca- 
tombe de  Tacuarembó,  donde  dejamos  ochocientos  ca- 
dáveres tendidos  á  lo  largo  de  las  orillas  del  río  fú- 
nebre, Dámaso  Larrañaga,  aportuguesado  y  conver- 
tido en  cura  de  la  iglesia  Matriz,  fundó  una  escuela 
lancasteriana  de  índole  popular,  para  propender,  como 
bien  dijeron  los  cabildantes  de  aquella  época  de  apos- 
tasías,  "á  la  felicidad  general  y  al  progreso  de  la 
moral  pública."  El  sistema  de  la  enseñanza  mutua, 
fundado  por  Bell  en  las  landas  de  Escocia,  debe  su 
difusión  y  su  universalidad  á  Lancaster,  nacido  en 
Londres  en  1778  y  muerto,  seis  décadas  después,  en 


58  HISTORIA  CRITICA 


la  populosa  y  riquísima  ciudad  de  Nueva  York.  En 
ese  método  de  enseñanza,  los  alumnos  más  adelanta- 
dos se  convierten  en  monitores  de  sus  condiscípulos. 
á  quienes  instruyen  en  las  reglas  del  cálculo  y  en  los 
rudimentos  de  la  escritura  ortográfica,  manteniéndose 
la  disciplina  y  la  aplicación  por  un  severo  régimen 
de  recompensas  y  de  castigos.  El  primer  director  de 
la  escuela  lancasteriana  de  1820,  fué  don  José  Cátala, 
venido  para  ese  objeto  de  Buenos  Aires,  y  uno  de 
los  primeros  ayudantes  que  tuvo  aquel  colegio  fué 
el  sacerdote  Lázaro  Gadea,  patriota  abnegadísimo  y 
de  no  pocas  luces,  destinado  á  sentarse  en  el  cónclave 
constituyente  de  la  Florida. 

En  1832,  al  separarse  Montevideo  de  la  diócesis  de 
Buenos  Aires,  Larrañaga  llegó  á  vicario  apostólico 
de  la  República,  después  de  haber  sido  electo,  en  dos 
ocasiones,  para  defender  nuestros  autonómicos  ideales 
en  la  asamblea  de  las  provincias  del  Río  de  la  Plata. 
Fué  también  uno  de  los  iniciadores  de  nuestro  pri- 
mer asilo  de  expósitos,  propendiendo  además  á  la  di- 
fusión de  la  arboricultura  en  nuestras  planicies  y  tra- 
tando de  inspirar  á  nuestros  campesinos  el  amor  á 
la  cría  del  gusano  de  seda,  del  que  esperaba  pingües 
beneficios  y  hábitos  de  trabajo  con  el  correr  del 
tiempo. 

Larrañaga  era  diestro  en  el  manejo  de  los  idiomas 
de  origen  indígena,  como  el  tupí  y  el  quichua;  pero 
había  nacido,  más  que  para  otra  cosa,  para  el  estudio 
de  la  naturaleza,  por  lo  prolijo  de  su  observación  y 
por  lo  paciente  de  su  perseverancia.  Encontró  los 
vestigios  y  determinó  la  estructura  del  megaterio  ó 
armadillo  fósil.  Conoció  como  pocos  las  obras  de 
Linneo,  el  hábil  clasificador  de  las  plantas  según  la 
índole  de  sus  estambres  y  de  sus  pistilos,  del  mismo 
modo  que   conoció  como   pocos   las  obras  de   Cuvier, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA         S9 

el  sabio  consejero  del  vencedor  de  Rivoli  y  de  Jena. 
Se  relacionó,  cautivándoles  con  lo  extremo  de  su  cul- 
tura, con  todos  los  naturalistas  que  visitaron  á  Mon- 
tevideo desde  1806  hasta  1827,  mereciendo  justicieros 
elogios  de  Aimé  Bonpland  y  de  Augusto  de  Saint- 
Hilaire.  El  primero  declara  que  los  trabajos  de  nues- 
tro compatriota  eran  acreedores  á  la  atenta  conside- 
ración del  mundo  científico,  y  el  segundo  nos  dice 
que  ninguno  de  los  americanos  de  aquella  edad  tenía 
tantas  aptitudes  para  el  cultivo  de  las  ciencias  como 
nuestro  Dámaso  Antonio  Larrañaga. 

Este  escribió,  desde  1808  hasta  1813,  un  Diario  de 
historia  natural,  dibujando  y  pintando  por  sí  mismo 
los  minerales  y  las  especies  zoológicas  que  descubría, 
sobresaliendo  aquellos  dibujos  por  lo  grande  de  su 
corrección  y  por  la  verdad  de  su  colorido.  Como  to- 
dos los  que  la  cerebrología  moderna  llama  degene- 
rados superiores,  enorgullecíase  nuestro  docto  dando 
muestras  de  erudición  y  de  retoricismo.  Placíale  pre- 
sentar sus  ideas  envueltas  en  un  vestido  de  imágenes, 
sino  muy  brilladoras,  casi  siempre  precisas  y  pulcras. 
Según  sus  doctrinas,  la  forma  terrestre  se  va  modifi- 
cando, no  por  los  grandes  cataclismos  de  que  habla 
Cuvier,  sino  por  la  acción  constante  y  paulatina  de 
los  agentes  atmosféricos  y  de  las  aguas.  Esa  es  tam- 
bién la  opinión  de  Reclus.  Así  un  lento  movimiento 
geológico  es  la  causa  creadora  y  el  motivo  único  de 
los  depósitos  de  conchas  que  se  advierten  sobre  las 
márgenes  del  Paraná  y  del  Río  de  la  Plata.  Y  Larra- 
ñaga exponía,  erudita  y  retóricamente,  el  triunfo  del 
fango  y  de  la  arena  sobre  el  Océano. 

"La  lengua  de  tierra  sobre  que  Alejandro  edificó 
su  gran  ciudad  no  existía  en  tiempo  de  Homero;  el 
Nilo  ha  reducido  el  cabo  Mercotis  á  casi  nada;  Ro- 
seta y  Damieta,  que  ahora  menos  de  mil  años  estaban 


6o  HISTORIA  CRÍTICA 


sobre  el  mar,  distan  hoy  dos  leguas  de  éste;  el  Rhin, 
el  Pó  y  el  Arno,  en  pocas  centurias,  han  depositado 
en  sus  bocas  tantas  materias  aluviales  que  forman  lar- 
gos promontorios;  Venecia  no  puede,  á  pesar  de  sus 
muchos  esfuerzos,  conservar  los  lagos  que  la  separan 
del  Continente;  Adria,  que  daba  nombre  al  Adriático 
y  que  ahora  veinte  siglos  era  su  único  puerto,  dista 
en  el  día  seis  leguas  del  mar.  Según  el  cálculo  de 
M.  de  Prony,  del  instituto  de  Francia,  el  Pó  avanza 
anualmente  229  pies,  7  pulgadas  y  9  décimos.  ¿El  Río 
de  la  Plata  conserva  acaso  el  mismo  fondo  que  antes? 
¿No  se  ha  cegado  ya  una  boca  del  Riachuelo?  ¿El 
puerto  de  Montevideo  no  ha  disminuido  el  fondo  y 
está  lleno  de  lodo?  ¿Hay  acaso  puerto  alguno  que 
no  pida  limpiarse  de  tiempo  en  tiempo?  ¿Cuánto  más 
abrigados  son  los  puertos  no  son  mayores  las  depo- 
siciones fluviales?  ¿Qué  labrador,  por  rústico  que 
sea,  no  ha  observado  que  el  arroyuelo  que  divide  su 
terreno  le  ha  robado  algo  de  él  para  darlo  á  su  ve- 
cino, y  que  por  otro  lado  le  sucede  todo  lo  contrario? 
Confesemos  que  el  Océano,  por  grande  que  sea,  es  un 
cobarde,  que  el  menor  grano  le  detiene,  y  que  el 
triunfo  en  estos  grandes  choques  está  por  los  ríos, 
que  tienen  á  su  disposición  arsenales  copiosos  de  esta 
arena,  al  parecer  tan  despreciable." 

Justo  es  decir  que  en  la  época  en  que  nuestro  sabio 
observaba  y  escribía,  gozándose  en  hacer  preguntas 
como  los  oradores  de  la  antigüedad  clásica,  las  cien- 
cias físicas  y  naturales  se  iban  desenvolviendo  de 
un  modo  prodigioso.  El  movimiento  intelectual  fué 
enorme  durante  toda  la  primera  mitad  de  la  centu- 
ria decimonona.  Mientras  la  química  conquistaba  el 
ozono  y  el  ácido  fénico,  Lyell  aplicaba  la  teoría  de 
la  evolución  á  las  agitaciones  geológicas,  se  descom- 
ponían las  estrellas  dobles  en  los  espejos  de  seis  pies 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  6i 

de  Ross,  y  los  cálculos  astronómicos  encontraban  su 
código  definitivo  en  las  tablas  de  Leverrier.  Mien- 
tras la  ciencia  fisiológica  alemana  se  prepara  al  ad- 
venimiento de  Moleschott,  y  el  ruso  Hertzen  hace 
depender  la  actividad  mental  de  las  variaciones  de 
la  temperatura  nerviosa,  llaman  la  atención  de  los  na- 
turalistas los  trabajos  innovadores  de  Buchland  y 
Murchison.  Mientras  Caselli  aplica  la  electricidad  al 
telégrafo,  mientras  Brewster  descubre  la  polarización 
de  la  luz,  mientras  Konig  encuentra  el  esteroscopio, 
mientras  Perrens  destila  el  agua  oceánica,  la  indus- 
tria se  agranda  con  los  hornos  perpetuos  de  Hoffman 
y  con  el  mecanism.o  circular  de  Erisson.  Algo  de 
aquel  movimiento,  apenas  naciente,  llegaba,  por  las 
cartas  de  los  doctos  que  había  conocido,  á  nuestro 
compatriota,  estimulando  su  insaciable  deseo  de  sa- 
ber y  empeñándole  más  en  sus  nobles  tareas.  Da- 
dos sus  afanes  y  sus  aptitudes,  ¿cómo  no  había  de 
amar  á  nuestra  naturaleza  fuerte  y  generosa,  que 
le  brindaba  el  tesoro  exquisito  de  su  virginidad 
científica?  Encontraba  tipos  no  observados  y  es- 
pecies ignoradas  en  este  mundo  nuestro,  sobre  cu- 
yas palmas,  de  abanico  columpiador,  se  dicen  los 
zorzales  su  deseo  estival,  y  en  cuyos  jazmineros,  de 
perfume  sutil,  sestean  los  churrinches  de  plumaje 
rojo  y  zumban  las  avispas  del  camoatí  montes. 

Sus  hábitos  de  observación  y  su  idolátrico  culto 
por  nuestra  naturaleza  se  echan  de  ver,  más  que  en 
ninguna  de  sus  otras  obras,  en  su  Diario  desde  Mon- 
tevideo al  pueblo  de  Paysandú.  Larrañaga  cruzó  este 
trayecto,  en  aquella  época  muy  inculto  y  poco  po- 
blado, desempeñando  una  comisión  de  nuestros  cabil- 
dantes para  el  entonces  temido  y  glorioso  general 
Artigas.  Corría  el  mes  de  Mayo  de  1815  cuando  el 
viajero  salió  de  la  casa  capitular,  en  un  buen  coche 


62  HISTORIA  CRÍTICA 

tirado  por  dos  muías  y  un  cinchero  á  caballo.  Aquel 
tiempo  era  el  tiempo  de  la  tiránica  dominación  de 
Otorgues,  en  que  la  soldadesca  desenfrenada  se  en- 
tregaba á  todo  género  de  rapiñas  y  de  hechos  bru- 
tales, envidiosa  de  la  siniestra  fama  y  los  instintos 
viles  de  Blasito  y  de  Gay;  pero  era  también  el  tiempo 
en  que  Corrientes  y  Santa  Fe,  Córdoba  y  Entre  Ríos 
oponían  la  política  federal  de  nuestro  blandengue  á 
la  política  absorbedora  de  los  directorios  de  Buenos 
Aires. 

En  el  Diario  de  Larrañaga  se  encuentran  señaladas 
por  vez  primera  las  especies  botánicas  conocidas  con 
el  nombre  vulgar  de  macachín.  "Llegamos  á  las  cinco 
y  cuarto  al  arroyo  del  Colorado,  cuyas  barrancas  son 
de  tosca  colorada  que  parece  ser  arcilla  endurecida, 
ferruginosa,  y  según  un  ligero  examen  que  hice  tiene 
granos  de  selenita.  Estas  toscas  le  dan  el  nombre  á 
este  arroyo,  que  lleva  muy  poca  agua  y  el  paso  es  de 
arena.  Hasta  aquí  el  camino  deja  cardales,  á  la  de- 
recha principalmente.  Estas  plantas  cubren  grandes 
porciones  de  estos  campos,  son  originarias  de  Eu- 
ropa, que  provienen  de  los  alcauciles,  que  por  falta 
de  cultivo  se  hacen  silvestres  y  se  erizan  de  largas 
espinas.  La  falta  de  árboles  en  estas  inmediaciones 
hace  que  se  recurra  á  ellas  para  el  fuego;  los  hornos 
de  ladrillos  hacen  mucho  uso  de  esa  planta.  Algunas 
otras  plantas  apreciables  encontramos  que  vestían  y 
hermoseaban  el  campo,  no  obstante  que  ya  apuraban 
los  fríos;  entre  ellas  la  exálide  ó  macachines,  cuyas 
raíces  producen  una  batatilla  muy  tierna  y  de  un 
gusto  exquisito;  pero  á  más  de  este  beneficio  creo 
que  se  pueden  sacar  otras  ventajas  de  las  túnicas  de 
que  se  componen  y  que  son  de  un  vellón  muy  fino, 
como  si  fuera  seda,  que,  cuando  no  den  un  hilo  muy 
fuerte  y  consistente,  podría  servir  para  pasta  de  som- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  63 

breros.  No  he  visto  hasta  ahora  que  se  haga  otro  uso 
que  aplicarlas  para  hacer  yesca,  metiéndolas  en  lejía 
ó  en  agua  nitrada." 

Así  en  estilo  nunca  retórico,  pero  siempre  amable 
y  natural,  sigue  relatando  sus  interesantísimas  im- 
presiones, que  tan  pronto  versan  sobre  costumbres, 
como  sobre  política  ó  sobre  botánica.  Como  había  le- 
vantado á  su  país  y  á  la  naturaleza  un  pedestal  sa- 
grado y  misterioso  en  su  corazón,  todo  lo  nativo  le 
atrae  y  le  admira,  desde  el  ñapindá,  con  sus  espinas 
en  forma  de  uña,  hasta  la  calandria,  que  canta  sus 
canciones  de  amor  cuando  el  estío  entreabre  los  ca- 
pullos celestes  de  la  anagálide  roja.  Aquel  hombre 
que,  nacido  en  nuestros  días,  hubiera  hablado  de  agri- 
cultura como  Vailant  y  de  fisiología  comparada  como 
Ricardo  Vesta,  lo  anota  todo  y  todo  lo  apunta,  desde 
la  destreza  con  que  nuestros  paisanos  cruzan  los  ríos, 
hasta  la  destreza  con  que  nuestros  paisanos  se  sirven 
de  las  aprisionantes  boleadoras,  y  desde  el  telar  que 
emplean  las  campesinas  para  hacer  pellones  azules, 
que  exigen  quince  días  de  dura  labor  y  que  se  ven- 
den por  menos  de  una  onza,  hasta  el  nombre  del  pa- 
raguayo que  le  dice  que  la  corteza  del  laurel  es  la 
más  útil  de  las  cortezas,  y  que  las  pieles,  para  tomar 
buen  tinte,  deben  ser  teñidas  antes  de  engrasadas. 
Llega  á  Mercedes  y  nos  la  describe  de  una  pincelada, 
con  sus  edificios  de  ladrillo,  con  sus  huertas  de  gra- 
nados y  naranjales,  con  su  iglesia  de  techo  de  caba- 
llete, que  no  tiene  pórtico  ni  tiene  atrio,  que  no  per- 
tenece á  ningún  género  de  arquitectura  y  en  cuyo 
altar  mayor,  compuesto  de  piezas  de  varios  retablos, 
sonríe  una  virgen  que,  como  obra  artística,  en  nada 
cede  á  la  Dolorosa  de  Canelones. 

El  Diario  dice,  al  ocuparse  del  general  Artigas,  con 
quien  se  encuentran  los  comisionados  en  Paysandú: 


64  HISTORIA  CRÍTICA 

"Nuestro  alojamiento  fué  en  la  habitación  del  Ge- 
neral. Esta  se  componía  de  dos  piezas  de  azotea,  una 
de  cuatro  varas  y  otra  de  seis,  con  otro  rancho  con- 
tiguo que  servía  de  cocina.  Sus  muebles  se  reducían 
á  una  petaca  de  cuero  y  unos  catres  sin  colchón,  que 
servían  de  camas  y  sofás  al  mismo  tiempo.  En  cada 
una  de  las  piezas  había  una  mesa  ordinaria,  como  las 
que  se  estilan  en  el  campo,  una  para  escribir  y  otra 
para  comer.  Me  parece  que  había,  también,  un  banco 
y  tres  sillas  muy  pobres.  Todo  daba  indicio  de  un 
verdadero  espartanismo.  El  General  estaba  ausente,  y 
se  había  ido  á  comer  á  bordo  de  un  falucho  en  que 
se  hallaban  los  Diputados  de  Buenos  Aires.  Este  bu- 
que, con  una  goleta,  eran  los  que  habían  saludado  el 
día  antes  al  General  con  el  mismo  motivo,  y  cuyos 
cañonazos  oímos  en  el  camino.  Fuimos  recibidos  por 
don  Miguel  Manuel  Francisco  Barreiro,  joven  de  29 
años,  pariente  y  secretario  del  General,  y  que  ha  par- 
ticipado de  todos  sus  trabajos  y  privaciones:  es  me- 
nudo y  débil  de  complexión,  tiene  un  talento  extraor- 
dinario, es  afluente  en  su  conversación,  y  su  sem- 
blante es  cogitabundo,  carácter  que  no  desmienten 
sus  escritos  en  las  largas  contestaciones,  principal- 
mente con  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  como  es 
bien  notorio." 

El  Diario  agrega: 

"A  las  cuatro  de  la  tarde  llegó  el  general,  el  señor 
don  José  Artigas,  acompañado  de  un  ayudante  y  una 
pequeña  escolta.  Nos  recibió  sin  la  menor  etiqueta. 
En  nada  parecía  un  general:  su  traje  era  de  paisano 
y  muy  sencillo:  pantalón  y  chaqueta  azul  sin  vivos, 
ni  vueltas,  zapato  y  media  blanca  de  algodón;  som- 
brero redondo  con  gorro  blanco  y  un  capote  de  ba- 
yetón eran  todas  sus  galas,  y  aun  todo  esto  pobre  y 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  65 

viejo.  Es  hombre  de  una  estatura  regular  y  robusto, 
de  color  bastante  blanco,  de  muy  buenas  facciones, 
con  nariz  algo  aguileña,  pelo  negro  y  con  pocas  ca- 
nas: aparenta  tener  unos  cuarenta  y  ocho  años.  Su 
conversación  tiene  atractivo,  habla  quedo  y  pausado; 
no  es  fácil  sorprenderlo  con  largos  razonamientos, 
pues  reduce  la  dificultad  á  pocas  palabras,  y  lleno 
de  mucha  experiencia  tiene  una  previsión  y  un  tino 
extraordinario.  Conoce  mucho  el  corazón  humano, 
principalmente  el  de  nuestros  paisanos,  y  así  no  hay 
quien  le  iguale  en  el  arte  de  manejarlos  Todos  le 
rodean  y  todos  le  siguen  con  amor,  no  obstante  que 
viven  desnudos  y  llenos  de  miserias  á  su  lado,  no  por 
falta  de  recursos,  sino  por  no  oprimir  á  los  pueblos 
con  contribuciones,  prefiriendo  dejar  el  mando  al  ver 
que  no  se  cumplían  sus  disposiciones  en  esta  parte 
y  que  ha  sido  uno  de  los  principales  motivos  de  nues- 
tra misión." 

Y  El  Diario  concluye: 

"Nuestras  sesiones  duraron  hasta  la  hora  de  la  cena. 
Esta  fué  correspondiente  al  tren  y  boato  de  nuestro 
General:  un  poco  de  asado  de  vaca,  caldo,  un  guiso 
de  carne,  pan  ordinario  y  vino  servido  en  una  taza 
por  falta  de  vasos  de  vidrio :  cuatro  cucharas  de  hie- 
rro estañado,  sin  tenedores  ni  cuchillos,  sino  los  que 
cada  uno  traía,  dos  ó  tres  platos  de  loza,  una  fuente 
de  peltre  cuyos  bordes  estaban  despegados,  por  asiento 
tres  sillas  y  la  petaca,  quedando  los  demás  en  pie. 
Véase  aquí  en  lo  que  consistió  el  servicio  de  nuestra 
mesa,  cubierta  de  unos  manteles  de  algodón  de  Mi- 
siones, pero  sin  servilletas,  y  aún,  según  supe  mu- 
cho después,  esto  era  prestado.  Acabada  la  cena  nos 
fuimos  á  dormir,  y  me  cede  el  General  no  sólo  su  ca- 
tre de  cuero,  sino  también  su  cuarto,  y  se  retiró  á 
un  rancho.  No  oyó  mis  excusas,  desatendiendo  mi 
5.  -  r. 


66  HISTORIA  CRITICA 


resistencia,  y  no  hubo  forma  de  hacerlo  ceder  en  este 
punto.  Yo,  como  no  estaba  aún  bien  acostumbrado  al 
espartanismo,  no  obstante  el  que  ya  nos  habíamos 
ensayado  un  poco  en  el  viaje,  me  hice  tender  mi  col- 
chón y  descansamos  bastante  bien." 

No  comentaremos  lo  que  antecede.  El  estilo  suelto, 
grácil,  incorrecto  á  veces  y  sin  avalorios  de  cristal 
de  la  descripción  que  acabamos  de  transcribir,  prueba 
que  el  primero  de  nuestros  sabios  trató  de  ser  veraz 
y  sencillo  al  ocuparse  del  más  glorioso  de  nuestros 
héroes.  Culpa  fué  de  lo  duro  de  su  tiempo  si  el  docto 
ilustrísimo  no  permaneció  firme  en  sus  ideas,  aleján- 
dose de  los  revuelos  de  águila  de  la  tricolor,  para 
aceptar  el  tutelaje  espúreo  del  poder  lusitano.  Cuando 
don  Dámaso  Larrañaga  entregó  á  Lecor  el  oficio  en 
que  se  le  ofrecía  la  entrega  de  la  ciudad  de  Montevi- 
deo, Lecor  avanzaba  ya  sobre  Montevideo,  á  la  que 
Artigas  no  podía  prestar  el  menor  auxilio  y  á  la  que 
Pueyrredón  negaba  toda  índole  de  socorro.  Don  Je- 
rónimo Pío  Bianqui,  aprovechándose  de  la  tristeza 
de  los  espíritus  y  del  desánimo  que  esparcían  las  di- 
ficultades de  la  situación,  arrastró  á  la  minoría  ca- 
pitular, que  puso  las  llaves  de  la  plaza  en  las  manes 
del  luso  ensoberbecido,  á  pesar  de  la  airada  pro- 
testa de  las  turbas  indígenas,  que  no  miraban  á  los 
aportuguesados  con  ojos  benévolos.  El  destino  no  es- 
taba con  nosotros  en  aquellos  instantes.  ¡Los  clarines 
de  Artigas  lloraban  aún  el  desastre  del  Arapey,  y  aún 
los  clarines  de  Latorre  lloraban  la  sangrienta  derrota 
de  Catalán ! 

Tocó  á  nuestro  sabio  vivir  y  morir  en  épocas  crue- 
les y  desesperanzadas,  cuando  la  nacionalidad  balbu- 
ceaba los  himnos  de  la  cuna,  y  cuando  la  nacionali- 
dad tanteaba  el  derrotero  de  su  organización  defini- 
tiva.  Muchos  años  antes   de  cerrar  para  siempre   los 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  67 


ojos,  el  USO  excesivo  del  microscopio  arrojóle  en  la 
noche  de  la  ceguera,  desde  cuyas  negruras  sintió  des- 
plomarse el  techo  de  la  sala  donde  estaban  deposita- 
das sus  colecciones,  quedando  dispersos  y  desorde- 
nados sus  manuscritos  cuando  la  muerte  le  besó  en 
el  corazón  el  16  de  Febrero  de  1848. 

Don  Andrés  Lamas,  que  con  patriótica  solicitud 
trató  de  reunir  y  publicar  los  valiosos  trabajos  de 
aquel  cerebro  vigorosísimo,  nos  dice  hablando  de  La- 
rrañaga:  "Observando,  meditando,  razonando,  ha  pe- 
netrado las  obscuridades  y  vencido  todas  las  dificulta- 
des que  lo  rodeaban,  y  falto  de  maestros,  de  libros,  de 
métodos  é  instrumentos  científicos,  que  ahora  nos  son 
familiares,  nos  ha  dejado  materiales  preciosos  en  todo 
tiempo,  y  llegado  á  intuiciones  y  conclusiones  que  la 
ciencia  moderna  no  puede  desdeñar." 

Además  del  diario  de  su  viaje  desde  Montevideo 
hasta  Paysandú  y  además  de  su  interesante  estudio 
sobre  la  formación  geológica  de  los  terrenos  del  Río 
de  la  Plata,  nos  quedan  de  Larrañaga  una  descrip- 
ción física  y  sociológica  de  los  indios  Minuanes  y 
un  relato  de  su  viaje  desde  Montevideo  á  Río  Ja- 
neiro en  1817.  Estas  labores,  unidas  á  otros  escritos 
de  menor  cuantía,  explican  la  fama  de  erudito  y  de 
literato  que  alcanzó  en  su  tiempo  y  en  su  país,  in- 
capaces aún  de  valorar  la  excelsitud  científica  de 
aquel  que  era  un  sabio  y  que  era  casi  un  santo,  según 
la  frase  gráfica  y  justiciera  de  Carlos  María  Ramí- 
rez. ¡  Que  su  espíritu  flote  perpetuamente  sobre  la 
patria,  en  cuya  aptitud  para  la  independencia  no  siem- 
pre creyó,  impregnándose  en  el  perfume  de  las  flo- 
res de  nuestros  yerbales  y  meciéndose  en  las  ondas 
de  la  música  de  los  nidos  de  nuestras  arboledas!  ¡Que 
su  espíritu  flote  perpetuamente  sobre  la  patria,  unido 
á  los   espíritus  de  los  montoneros  con  que  vivió  en 


68  HISTORIA  CRITICA 


contacto,  dejando  caer  sobre  nuestra  tierra,  que  fué 
su  amor  único,  el  óleo  sacratísimo  de  su  talento  y  de 
sus  virtudes,  de  su  abnegación  proba  y  su  fe  en  el 
trabajo ! 


IV 


Casi  al  mismo  tiempo  que  nacía  nuestra  musa  po- 
pular con  Hidalgo,  el  clasicismo  rítmico  sentaba  sus 
reales  en  nuestro  suelo,  como  manifestación  de  una 
cultura  más  alta  que  la  cultura  del  pueblo  bajo  de  es- 
tos países  y  como  un  nuevo  lazo  entre  estas  regiones 
y  el  rudo  tutelaje  de  su  valiente  descubridora.  Claro 
es  que  poco  podíamos  pedirle  al  clasicismo,  porque 
muy  poco  daba  el  árbol  decrépito  del  clasicismo  es- 
pañol en  los  últimos  años  de  la  centuria  décimaoc- 
tava,  en  que  predomina  sin  oposiciones  el  gusto  fran- 
cés, gusto  que  se  inicia  con  la  publicación  de  la  Efi- 
genia  de  Cañizares.  Desde  el  reinado  de  Carlos  II 
hasta  el  reinado  de  Carlos  III,  como  dice  Fitzmaurice 
Kelly,  las  letras  y  las  artes  perecieron  de  hecho  en 
la  península,  debido  al  predominio  alcanzado  por  la 
literatura  transpirenaica,  hallándose  plagadas  de  ga- 
licismos todos  los  estilos,  desde  el  enfático  estilo  del 
docto  Feijóo  hasta  el  prosaico  estilo  de  las  fábulas 
sin  avalorios  de  Samaniego.  —  Aun  bajo  el  reinado  de 
Carlos  III,  fecundo  por  muchos  conceptos,  la  historia 
literaria  española,  según  Revilla,  "tiene  poco  de  glo- 
riosa y  nada  de  envidiable,  por  la  falta  de  elevación 
y  espontaneidad  que  se  observa  en  las  producciones 
de  este  período,  la  estrechez  de  criterio  á  que  en  él 
se  subordina  la  crítica,  el  exagerado  espíritu  de  imi- 
tación que  en  todos  los  géneros  impera  y  la  escasa 
valía  de  los  ingenios  de  entonces."  Bajo  Carlos  III. 
el  gusto  clásico  francés  quedó  entronizado  en  las  le- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA         69 


tras  españolas,  á  pesar  de  los  esfuerzos  que  hicieron 
para  detenerle  los  que  se  agrupaban  en  torno  del  trá- 
gico Vicente  García  de  la  Huerta.  Como  el  mal  gusto 
de  los  que  sostenían  la  antigua  tradición  poética  pe- 
ninsular en  nada  cedía  al  mal  gusto  de  los  sostene- 
dores de  la  técnica  francesa  y  del  ideal  calológico 
galo,  pronto-  los  partidarios  de  la  escuela  transpire- 
naica desbarataron  la  resistencia  de  los  tradiciona- 
listas,  gracias  al  ingenio  flexible  de  José  Cadalso  y 
á  la  elevación  lírica  de  Nicolás  Fernández  de  Mora- 
tín.  Entre  los  tradicionalistas  y  los  reformadores  me- 
dió con  éxito  la  celebrada  escuela  salmantina,  cuyo 
triunfo  debióse  en  gran  parte  á  Meléndez  Valdés, 
poeta  grácil  y  delicado  que  sobresale  en  las  églogas 
y  en  las  anacreónticas,  cuyas  huellas  siguieron  el  epi- 
gramático numen  de  Iglesias  y  la  viril  inspiración 
de  la  brillante  musa  de  Alvarez  Cienfuegos. 

Sin  embargo,  á  pesar  de  estos  refucilos  esplendo- 
rosos, la  lírica  y  la  dramática  españolas,  durante 
el  siglo  decimoctavo,  tienen  escaso  mérito,  siendo 
aquella  época  una  época  de  esterilidad  para  la  lite- 
ratura de  la  península,  gracias  á  lo  constante  de  la 
"fluctuación"  entre  lo  nacional  y  lo  importado,  entre 
lo  que  se  sacaba  del  odre  propio  y  lo  que  se  extraía 
del  odre  extranjero.  Y  no  era  lo  mejor  de  la  produc- 
ción de  aquel  período  de  decadencia  lo  que  lle- 
gaba, cruzando  los  mares,  á  las  colonias  mal  atendi- 
das, almacenándose  en  las  bibliotecas  de  los  conventos 
y  de  los  institutos  sudamericanos,  siendo  la  moda 
imperante  en  aquellos  días  y  el  deseo  naturalísimo 
de  novedad,  causas  de  que  el  Pelayo  de  Jovellanos 
y  la  Zoraida  de  Cienfuegos  fueran  preferidos  á  La 
niña  de  Gómez  Arias  de  Calderón  y  á  La  firmeza  en 
la  hermosura  de  Tirso  de  Molina,  como  se  preferían 
las  odas  defectuosísimas  de  Meléndez,  á  las  horacia- 


70  HISTORIA  CRITICA 


ñas  canciones  de  Francisco  de  Rioja,  y  el  Méjico  con- 
quistado de  Juan  Escoiquiz  á  La  victoria  de  Ronces- 
valles  de  Bernardo  de  Valbuena. 

El  clero  de  la  colonia,  que  constituía  la  parte  ilus- 
trada de  la  población  continental,  era  el  más  apro- 
piado para  el  cultivo  de  la  literatura  sujeta  á  moldes, 
por  ser  el  que  recogía  con  mayor  ahinco  lo  que  sem- 
braban las  universidades  de  Chuquisaca  y  Córdoba. 
El  eco  de  la  lucha  de  las  escuelas  literarias  penin- 
sulares, que  no  llegó  hasta  la  multitud,  llegaba  hasta 
las  celdas  de  los  conventos,  en  los  que  el  clasicismo, 
con  sus  tendencias  galas,  pronto  tuvo  cultores  y  pa- 
negiristas. Durante  el  coloniado,  como  en  los  prime- 
ros siglos  de  nuestra  era,  el  arte  y  el  saber  se  refu- 
giaron en  los  claustros  y  en  las  catedrales,  huyendo 
del  ruido  de  las  contiendas  originadas  por  la  sed  de 
conquista  de  las  coronas  de  origen  divino,  y  no  ha- 
llándose bien  entre  las  muchedumbres  hurañas  y  me- 
lancólicas, perdidas  en  las  planicies  mudas  y  solita- 
rias, en  que  aun  no  se  hundían  los  hierros  del  arado 
y  en  las  que  aun  vagaba  la  nubécula  de  humo  de  los 
toldos  de  las  tribus  indígenas.  Fué  á  raíz  de  las  in- 
vasiones inglesas,  fué  en  el  año  de  1807,  que  la  musa 
escondida  en  las  celdas,  bajó  á  la  calle,  con  la  repre- 
sentación de  un  drama  en  verso  del  padre  Juan  Fran- 
cisco Martínez,  que  figuró  como  capellán  en  las  filas 
de  los  que  vencieron  á  los  expedicionarios  de  Berres- 
ford.  Aquel  drama  en  dos  actos,  que  llevaba  por  tí- 
tulo La  lealtad  más  acendrada,  fué  el  primero  de  los 
productos  de  nuestra  musa,  poniendo  claramente  de 
manifiesto  la  tendencia  clásica  y  el  gusto  ineduca- 
dísimo de  su  autor.  La  acción,  que  la  música  acom- 
paña y  comenta  de  trecho  en  trecho,  se  desarrolla  en 
una  selva  cercana  á  nuestro  estuario,  donde  una  ninfa, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  71 


que  representa  á  Montevideo,  se  queda  dormida  des- 
pués de  haber  manifestado  al  público  sus  temores  de 
que  se  apodere  de  Buenos  Aires  la  escuadra  inglesa 
que  comanda  Popham.  Otra  ninfa,  que  es  Buenos  Ai- 
res, despierta  á  la  primera,  enterneciéndola  con  el 
relato  de  sus  marchitas  glorias  y  sus  duelos  recien- 
tes. Refiérele  luego  la  conquista  de  Buenos  Aires, 
para  pedirle  al  fin  ayuda  y  protección,  lo  que  hace 
que  la  ninfa  montevideana  caiga  en  un  desmayo  que 
dura  poco,  y  del  que  sale  con  el  propósito  decidido 
de  arrebatar  su  presa  á  los  buques  británicos.  Lo  que 
de  España  fué  volverá  á  ser  de  España.  La  ninfa, 
después  de  convocar  y  enardecer  al  pueblo,  ordena 
de  general  en  jefe  á  Liniers,  que  parte  para  la  guerra 
entre  ruido  de  clarines  y  de  atambores.  El  primer 
acto  concluye  con  un  monólogo  de  la  ninfa  que  re- 
presenta á  Montevideo: 

"¡  Deidades  sacras,  amparo 
De  vuestro  solio  supremo, 
Enviad  á  estos  campeones 
E   infundidles  vuestro  aliento! 
Marte  amado,  padre  mío. 
Mirad  que   son  hijos  vuestros 
Esos  soldados,  que  hoy 
Marchan  contra  los  isleños. 

Sol,   luna,  aurora,   planetas, 
Estrellas  del  firmamento, 
Para  guiar  á  mis  hijos 
Aumentad   los   lucimientos; 
Y  vosotras,  avecillas 
De  esta  selva,  vuestros  ecos 
Diviertan  en  algún  modo 
La  congoja  con  que  quedo." 


72  HISTORIA  CRITICA 

En  el  acto  segundo,  Montevideo,  falta  de  nuevas 
de  los  reconquistadores,  se  aflige  y  llora,  cuando  de 
pronto  aparece,  entre  rayos  y  truenos,  el  dios  Nep- 
tuno,  que  ha  tomado  á  su  cargo  la  defensa  de  los  sol- 
dados de  Berresford.  —  El  dios  de  los  mares  ame- 
naza iracundo  á  la  ninfa  nuestra,  que  se  asusta  y 
sobrecoge;  pero  Marte,  el  invencible  Marte,  riñe  for- 
midable batalla  con  la  deidad  de  las  olas,  abando- 
nando los  dos  olímpicos  la  escena  asiéndose  de  las 
gargantas  y  los  cabellos,  en  vista  de  lo  cual,  y  ya 
más  serena,  nuestra  ninfa  se  adormece  otra  vez,  siendo 
despertada,  como  en  el  primer  acto,  por  la  ninfa  de 
Buenos  Aires,  que  le  anuncia  la  derrota  de  los  in- 
gleses, el  triunfo  de  Marte  sobre  el  dios  del  Océano. 
Cuando  nuestra  ninfa  vuelve  á  quedarse  sola,  salen 
las  autoridades  y  el  pueblo,  que  acaban  de  recibir  el 
parte  en  que  Liniers  cuenta  la  desventura  de  Berres- 
ford. Después  que  un  oficial  hace  una  larguísima  des- 
cripción de  la  batalla,  sobreviene  una  tempestad  y 
Neptuno,  arrastrado  por  Marte,  aparece  en  escena, 
donde  el  dios  de  las  lides  le  maltrata  y  le  insulta 
como  no  cuenten  dueñas,  apoyándole  la  flamígera 
lanza  sobre  el  pecho  vencido,  y  diciendo  á  los  recon- 
quistadores de   Buenos  Aires: 

"j  Hijos  de   Marte,  gloriosos 
De   serlo   habéis   dado   pruebas, 
Haciendo  flamear  laureadas 
Las   españolas   banderas! 
Pues   decid,  triunfantes   héroes, 
De   tanta   alegría  en  muestras: 
¡  Vivan   las   dos  más   ilustres 
Ciudades  de  nuestra  América!" 

Si  el  drama  es  clásico  por  lo  mitológico  de  sus 
afeites  y  por  la  unidad  de  la  acción,  unida  á  la  uni- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  73 


dad  de  lugar,  el  drama  es  de  buena  cepa  española 
por  la  variedad  de  metros  en  que  está  escrito,  va- 
riedad que  comprende  desde  el  romance  eptasílabo 
hasta  la  octava  real  y  desde  la  octava  real  hasta  la 
silba  de  andaluza  progenie  riojana.  En  él  hallan  ca- 
bida y  elogio  desde  el  donativo  de  cincuenta  mil  pe- 
sos, que  hizo  el  gremio  de  hacendados  á  los  recon- 
quistadores, hasta  la  patriótica  decisión  de  Liniers, 
todo  ello  entre  los  periódicos  síncopes  de  nuestra 
ninfa,  y  la  risible  brutalidad  del  victorioso  Marte, 
correspondiendo  lo  desmañado  de  la  obra  al  gusto 
de  la  época  en  que  fué  representada  y  marcando  su 
híbrico  clasicismo  el  primer  paso  dado  por  el  numen 
de  la  colonia  en  el  entonces  obscuro  camino  de  la 
literatura  continental.  Francisco  Bauza  dice,  no  sin 
razón,  que  algunas  de  las  escenas  de  este  drama  tie- 
nen movimiento  y  vida,  agregando  que  su  autor  de- 
muestra "disposiciones  que  de  haber  sido  cultivadas 
en  un  centro  más  vasto  que  su  pobre  ciudad  de  en- 
tonces," hubieran  convertido  en  un  buen  dramaturgo 
á  nuestro  Juan  Francisco  Martínez. 

El  sendero  trazado  por  éste,  pronto  fué  seguido 
por  otros  ingenios,  siendo  clásica  también  la  musa 
de  los  dos  Arauchos,  ambos  patriotas  y  revoluciona- 
rios, pues  si  el  primero,  llamado  don  Francisco, 
canta  y  comparte  el  heroico  empeño  de  los  monto- 
neros que  seguían  al  blandengue  de  la  leyenda,  el 
segundo,  hermano  del  primero  y  llamado  Manuel, 
canta  y  toma  parte  en  la  lucha  por  la  independencia 
de  nuestro  suelo.  Francisco  Araucho,  que  fué  tem- 
porariamente secretario  de  Artigas,  ocupando  la  mis- 
ma plaza  junto  á  Otorgues,  con  cuyos  bandalismos 
no  simpatizó,  era  menos  poeta  que  latinista,  valiendo 
muy  poco  lo  muy  contado  que  de  su  desacorde  nu- 
men  nos   queda,   no   pudiendo   decirse   lo   mismo  de 


74  HISTORIA  CRÍTICA 

Manuel  Araucho,  que  excede  á  su  hermano  en  ins- 
piración y  en  vigor  poético.  Manuel  de  Araucho,  que 
tomó  parte  en  las  bregas  gloriosas  del  año  25,  lle- 
gando á  ser  teniente  coronel  de  la  caballería  de  nues- 
tro ejército,  reunió  sus  composiciones,  dos  lustros 
más  tarde,  en  un  volumen  de  188  páginas,  que  se  ti- 
tulo Un  paso  en  el  Pindó.  Las  composiciones  que 
publicó  están  divididas  en  canciones,  odas,  elegías, 
poesías  escénicas,  cartas  amatorias,  letrillas,  sátiras, 
epigramas  y  poesías  varias,  pudiendo  afirmarse,  con- 
tra lo  que  sostiene  Francisco  Bauza,  que  no  son  sus 
letrillas  lo  mejor  de  su  numen  ni  la  prueba  más  clara 
de  su  talento.  La  obra  de  Araucho  está  dedicada  á 
don  Manuel  Oribe,  presidente  de  la  República  en  el 
año  en  que  aquélla  fué  publicada,  abriéndose  el  libro 
con  tres  octavas  acrósticas,  tan  malas  como  todos  los 
acrósticos  que  contiene  nuestro  parnaso,  á  las  que 
siguen  algunas  canciones,  entre  las  que  citaremos, 
más  por  el  asunto  que  por  el  numen  y  por  el  estilo, 
la  dedicada  A  la  Constitución  y  la  dirigida  A  la  cam- 
paña de  Misiones.  Las  odas  valen  más,  por  ser  más 
sostenido  su  vuelo  poético  y  por  ser  más  límpido  su 
lenguaje.  La  primera,  la  más  elevada,  es  una  com- 
binación de  eptasílabos  y  endecasílabos,  no  siempre 
irreprochables,  pero  siempre  sonoros  y  emocionados. 

"¡Oh   sol   de   Ituzaingó!   Tu   lumbre   de   oro 

Brillando   esplendorosa 

Sobre   los  campos  del   precioso   Oriente, 

Conduce  presurosa 

Donde   la   seña   del   clarín   sonoro 

Llama   á   la   lid,   la   hueste    combatiente. 

Muy  breve  tiempo  queda: 

Y   en   cuanto   el   fuego   del   fusil   preceda 

Empezará   el    horror,   y   trasvenarse 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  75 


La  sangre  se  verá.  Así  en  el  Plata 
La  corriente  arrebata 

Consigo   cuanto   encuentra,   sin   que   pueda 
Con  el  poder  del  hombre  restañarse 
Hasta  que  el  mismo  suyo  la  combata. 

"Ya  levanta  la  muerte 

La  mano   destructora  que   amenaza 

La  ilustre  vida  del  heroico  y  fuerte. 

Y  empuñando  la  clava  con  que  arrasa 
En   un   momento   ejércitos   enteros 

La  revuelve:  mil  vidas 

Van   á  no   ser  de   intrépidos   guerreros, 

Y  entre  la  furia  y  el  horror  perdidas. 

"¡Se   concluyó   el  amago. 
Revienta  el  trueno  del  cañón  y  el   rayo, 
Que  al  combatiente  lustra  la  coraza, 
Disemina  el  estrago, 

Y  en  su  carrera  cuanto  encuentra  abrasa; 
A  uno  lleva  la  muerte,  á  otro  el  desmayo, 

Y  aunque   á   miles   las  vidas   amenaza. 
No   se  sacian  de  muertes  los  campeones. 
Que  á   cada  golpe   de  homicida  lanza 
Dirigido   á    contrarios    corazones, 

Vuelven  á  repetir:   ¡sangre! ¡venganza!" 

En  el  mismo  tono  continúa  nuestro  poeta  reseñando 
el  homérico  brío  de  los  héroes  gallardos, 

"Que   al    Ecuador   ardiente 
Llevaron  libertad  y  que  triunfantes 
Hoy  la  colocan  en   el  bello   Oriente." 

A  este  cuadro  de  tintes  sanguinosos  opone  núes- 


76  HISTORIA  CRÍTICA 

tro  clásico  el  cuadro  apacible,  de  cultura  y  de  ale- 
gría, que  debió  seguir  á  la  victoria  de  nuestras  armas: 

"En  la  campaña  amena 
Surca  el  arado;  y  en  la  paz  dichosa 
Las  naves  que  el   divino  río  argenta 
Conducen  á  la  arena 

De  los  puertos  de  Oriente  la  industriosa 
Riqueza,   que   los   pueblos   hoy   fomenta. 
Las  artes  y  las  ciencias 
Fecundan   la  lumbrera 
Con   que  en   la  senda  del   saber   camina 
El   hombre   pensador;   y   la   experiencia 
Muestra  la  perspectiva  lisonjera 
Que   á   la  pingüe  fortuna   determina. 

"¡Ciudadanos!   Guerreros   inmortales! 
¡Fuertes    columnas   de    la    Patria    amada! 
Escribid   de   la  historia  en   los  anales 
Nuestra  Carta  sagrada. 
Los  más  preciados  bienes. 
Los  más  bellos  laureles 
Que  en   el   Orbe   produzca   la  natura 
En   todas   las   edades, 
No  basten  á   las  sienes 
De   los  que,   al   voto   de  su   pecho   fieles, 
Al    Estado   Oriental   constituyeron." 

Y   el   poeta   concluye   su   patriótica  oda   con   estas 
palabras: 

"Perezca  el   despotismo; 

Y  antes  que   el   cetro   del  tirano  fiero 
Otra   vez    las   cervices   nos   oprima, 
Descendamos    gustosos   al    abismo; 

Y  sobre   las   cenizas   del    guerrero 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  77 

El  mismo   Cielo   nuestra  muerte  gima, 
Quedando  escrito  allá  en  el   firmamento, 
Con  caracteres  de  amargura  y  pena, 
Que   el  valiente   Oriental  muere   contento 
Entre  la  ruina  de  su  Patria,  al  cabo, 
Antes  que   soportar   esa   cadena 
Que  arrastra  en  llanto  el  miserable  esclavo." 

La  oda,  el  himno  ó  cántico  de  los  antiguos,  abraza 
todos  los  asuntos  que  pueden  dar  origen  al  deleite 
estético,  desde  el  asunto  más  sublime  hasta  el  asunto 
más  familiar.  Caben  en  la  oda,  como  dice  Marmontel, 
no  sólo  todas  las  emociones  que  elevan  y  depuran 
el  alma,  sino  también  todos  los  sentimientos  que  vo- 
luptuosamente la  seducen  y  atraen,  puesto  que  la 
oda  nos  puede  ser  inspirada  por  el  culto  idolátrico 
de  la  naturaleza,  por  la  admiración  hacia  los  gran- 
des hechos  que  eterniza  la  historia,  por  los  transpor- 
tes del  amor  burlado  ó  correspondido,  y  por  alguna 
idea  filosófica  que  siembra  en  lo  profundo  de  nues- 
tro corazón  aquella  dulce  melancolía  de  que  nos  ha- 
bla la  musa  de  Milton. 

La  brillantez  apolicromada  de  las  imágenes  es  pro- 
pia de  las  odas,  porque  el  poeta,  apasionadísimo  del 
asunto  que  ocasiona  su  cántico,  siente  inflamada  su 
fantasía  más  y  mejor  que  en  la  mayor  parte  de  las 
otras  composiciones  poéticas,  siendo  tan  rico  y  pom- 
poso en  su  lenguaje  como  es  desordenado  y  ardiente 
en  sus  afectos,  lo  que  explica  la  desigualdad  que 
se  observa  en  el  estilo  de  las  odas  más  aplaudidas, 
porque,  de  trecho  en  trecho,  aunque  el  fuego  de  los 
afectos  no  disminuye,  la  brillantez  de  los  tropos  se 
turba  y  obscurece,  á  causa  del  cansancio  que  lo  rá- 
pido del  cóndoreo  vuelo  del  numen  produce  en  la 
imaginación. 


78  HISTORIA  CRITICA 

La  oda  que,  según  Horacio,  estaba  destinada  á 
cantar 

Et  pugilem  victorem,  et  equum  certamine  primum, 
Et  juvenum   curas,  et  libera  vina, 

ha  sido  dividida  por  los  retóricos  en  sagrada,  he- 
roica, moral  y  anacreóntica,  recibiendo  el  segundo  de 
estos  nombres  la  que  consagra  y  perpetúa  la  gloria 
de  los  benefactores  de  la  humanidad  y  el  brío  de 
los  que  se  sacrifican  en  aras  de  la  patria.  Es  en  la 
oda  heroica  y  en  la  sagrada,  más  que  en  las  otras  espe- 
cies de  la  misma,  donde  "se  despliega  toda  la  eleva- 
ción y  riqueza  del  género  lírico,  tanto  con  respecto 
á  los  sentimientos  y  á  las  imágenes  como  á  los  re- 
cursos prosódicos  de  cada  lengua,"  según  nos  dice 
Milá  y  Fontanals  en  sus  útiles  y  magistrales  Princi- 
pios de  Literatura.  Píndaro,  á  quien  en  vano  Horacio 
pretendió  imitar,  es  el  modelo  clásico  de  la  oda  he- 
roica, del  cántico  noble  de  los  griegos,  siendo  los 
mejores  cultores  castellanos  de  la  oda  pindárica,  an- 
tes del  siglo  decimonono,  Fernando  de  Herrera,  Me- 
léndez  y  Cienfuegos. 

Si  las  odas  de  Meléndez,  como  dice  Revilla,  son 
prosaicas  y  defectuosas  por  lo  general,  á  pesar  de  ser 
consideradas  como  modelos  de  esta  especie  antiquí- 
sima de  poemas  líricos,  ¡  calcúlese  si  merecen  ate- 
nuación las  imperfecciones  y  los  desmayos  de  los 
himnos  pindáricos  de  nuestro  Araucho!  Ya  hemos 
manifestado  que  la  impetuosidad  de  los  giros  y  el 
encumbramiento  de  las  imágenes  de  la  oda,  fatigan 
al  numen,  obligándole  á  detenerse  y  á  descansar, 
como  descansan  las  aves  emigradoras,  á  pesar  de  lo 
fuerte  de  sus  alas  y  de  lo  rápido  de  su  vuelo,  durante 
su  viaje  en  busca  de  los  bosques  cuyas  ramas  calienta 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  79 

la  luz  del  estío.  Por  otra  parte,  sería  injusto  pedirles 
todos  los  cuidadosos  retoques  que  requiere  la  forma 
perfecta  á  unos  ingenios  que,  además  de  luchar  con 
la  falta  de  estímulos  con  que  el  arte  tropieza  en  los 
lustros  genésicos  de  las  patrias,  iban  internándose 
heroicamente  en  las  tierras  de  promisión  del  por- 
venir, llevando  en  una  mano  la  lira  de  sus  cantos  y 
en  la  otra  la  espada  libertadora,  siendo  natural  que 
la  lluvia  y  el  viento,  que  tostaban  las  frentes  y  des- 
colorían las  banderas,  desacordasen  las  rústicas  har- 
pas de  nuestros  gallardísimos  trovadores. 

No  hicieron  poco  perpetuando  las  hazañas  de  nues- 
tros padres  y  poniendo  el  invicto  laurel  de  sus  es- 
trofas sobre  el  sepulcro  de  las  muchedumbres  sacri- 
ficadas por  la  conquista  de  nuestra  independencia. 
Ellos  sabían  que  su  poético  sacerdocio  debía  concre- 
tarse á  estimular  la  generosa  pasión  del  patriotismo, 
santificando  todos  los  martirios  y  todas  las  glorias 
de  la  montonera  indomable  y  ceñuda.  Virgilio  dice, 
enseñando  á  la  musa  los  grandes  deberes  que  la  vida 
le  impone,  que  se  consagre  á  aquellos 

Hic   manus   ob  patriam  pugnando   vulnera   passi. 

Más  que  las  odas  publicadas  en  Un  paso  en  el 
Pindó,  vale  el  primero  de  los  monólogos  que,  bajo 
el  nombre  de  poemas  escénicos,  el  libro  contiene. 
Es  mucho  el  arte  con  que  está  elaborado  el  romance 
endecasílabo  de  ese  monólogo,  cuyo  argumento  se 
funda  en  una  alucinación  parecida  á  las  alucinaciones 
que  sirven  de  base  á  algunos  de  los  mejores  dramas 
de  Shakespeare.  Ese  monólogo,  por  la  intensidad  de 
sus  frases  y  por  la  ardentía  de  sus  afectos,  cautiva 
el  espíritu  y  se  impone  á  la  crítica.  Osear,  arrebatado 
por  la  ciega  pasión  de  los  celos,  asesinó  á  Dermidio. 


8o  HISTORIA  CRÍTICA 

Filian,  hijo  de  éste,  trata  de  encontrar  los  restos  de 
la  víctima.  Sobrecogido  por  el  lúgubre  aspecto  de 
la  selva  en  que  el  crimen  se  cometió,  el  apenado  jo- 
ven se  estremece  y  dice: 

"j  Qué   triste   soledad !   Naturaleza 
Se  mira  enmudecida.  Ni  aun  el  viento 
La  verde   copa   del   flexible   sauce. 
Que   parece   llegar   al   alto   cielo. 
Inquieto  mueve,  ni  tampoco  se  oye 
Más  que  mi  respirar.  .  .  .    Todo  es  silencio." 

Una  voz  íntima  le  dice  al  huérfano  que  en  aquella 
selvática  fronda  fué  donde  su  padre  cayó  bajo  los 
golpes  de   su  matador. 

"¡Todo   me   presagia 
Que   entre   esas  ramas   fué   donde   el   acero 
Del   asesino   Osear   mató   á  su   amigo! 
El  corazón  que  late  turbulento 
Con   impulso   feroz;   el  pavoroso 
Sentir   que   me   aniquila   el   pensamiento; 
El  frío  hielo  que  mi  cuerpo  cubre; 
El   súbito  temblor  que   por  mis  miembros 
Circulando  se  esparce;  todo  anuncia 
Que  estoy  cercano  de  encontrar  los  restos 
De  mi  padre  infeliz....    Por  estos  robles, 
Mudos  testigos  de   su   fin   sangriento, 
Talvez   los   hallare....    Pero   es   en   vano; 
¡  Dolorosa  ilusión   de  mi   deseo! 
La  planta  errante  y  tímida  se  niega 
A    continuar    siguiendo   el    bosque    espeso; 
El    cruel    cansancio   mis   sentidos   turba; 
El   pie  vacila  sobre  el  verde  suelo; 
Al    débil    cuerpo    la    firmeza   falta, 
Y   falta   fuerza   á  mis  cansados   miembros." 


I 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  8i 

El  sueño  vence  al  joven,  que,  de  pronto,  se  levanta 
despavorido.  Acaba  de  aparecérsele  la  sombra  de  su 
padre.  Aquella  sombra,  amada  y  amante,  le  dice  con 
una  voz  cuyos  sonidos  no  se  parecen  á  los  sonidos 
de   la  voz  humana: 

"En  vano  buscas   por   la   espesa  selva 
De  tu   Dermidio   los  helados   restos; 
Las    corbas    garras   de   las   leonas    fieras 
Los  destrozaron  ya;   y  á  sus  hijuelos 
El   cuerpo   fuerte   que  animó   mi  vida 
En  una  gruta  sirve  de  alimento. 
Vuelve  á  Malvina,  que  entre  luto  y  llanto, 
Sin  mí,  sin  tí,  ni   Osear  yace  muriendo; 
Vuelve,   Filian  amado,  y  á   Malvina 
Sirve    de   apoyo,   sirve   de   consuelo. 
Díle  que  si  mi  Osear  mató  á  su  amigo 
Fué  en  un  delirio  de  amorosos  celos. 
Que  yo   le  he  perdonado  y  no  maldiga 
La  voluntad  sagrada   del   Eterno." 

El  arte  con  que  nuestro  poeta  se  sirve,  en  este 
caso,  de  la  variedad  de  los  acentos  rítmicos,  varie- 
dad que  impide  que  el  endecasílabo  degenere  en  mo- 
nótono, así  como  los  cortes  cesurales  y  de  sentido 
que  utiliza  con  parca  sabiduría  en  la  principal  de 
sus  dos  composiciones  escénicas,  cortes  que  permi- 
ten al  sentimiento  trágico  traducirse  y  comunicarse 
con  rapidez,  prueban  que  los  secretos  del  influjo  de 
la  dicción  no  eran  secretos  indescifrables  para  Arau- 
cho.  El  romance,  que  siempre  lleva  libres  los  versos 
impares  y  asonantados  los  pares,  siendo  una  acertada 
transformación  de  los  antiguos  monórrimos,  es  pro- 
piedad exclusiva  de  la  literatura  española,  compo- 
niéndose, en  casi  todos  los  casos,   de  versos   isomé- 

6-1. 


82  HISTORIA  CRITICA 


trieos  Ó  de  igual  medida;  pero,  se  fabrique  con 
octasílabos  ó  con  endecasílabos,  sirve  para  insinuar 
las  ideas  y  las  pasiones  de  una  manera  leve  y  su- 
gestiva más  que  para  grabarlas  de  un  modo  acerado 
y  profundo,  por  ser  más  manejable  y  mucho  más 
dúctil  que  las  consonancias  fijas  y  sonoras.  La  des- 
treza con  que  nuestro  bardo  emplea  el  romance  en 
el  primero  de  sus  monólogos,  unida  al  brío  poético 
de  algunas  de  las  composiciones  pindáricas  de  Arau- 
cho,  hacen  que  la  crítica  salude  con  respeto  á  la 
musa  de  arte  clásico,  pero  de  patriótico  corazón,  del 
que  puso  en  el  concierto  de  nuestras  letras  las  ar- 
monías de  Un  paso  en  el  Pindó. 

Por  aquel  mismo  tiempo,  en  que  caminan  juntas  las 
armas  y  las  letras,  el  numen  del  teatro  lucha  por  ad- 
quirir colorido  local  y  sabor  de  tierruca.  No  pudo 
obtenerlos,  porque  el  clasicismo  no  toleraba  el  uso 
del  lenguaje  que  se  requiere  para  la  fidelísima  repro- 
ducción de  los  tipos  y  de  las  costumbres.  Unas  veces 
el  manoseado  empleo  de  la  mitología,  y  otras  veces 
la  hinchazón  culterana  de  los  diálogos,  afean  aquellas 
tentativas  de  nuestra  incipiente  literatura.  En  1832 
se  publicó,  por  la  imprenta  de  la  Caridad,  un  pequeño 
folleto  titulado  La  contienda  de  los  dioses  por  el  Es- 
tado Oriental.  Era  una  loa.  Entiéndese  por  loa,  en  el 
teatro  antiguo,  un  discurso  ó  coloquio  en  que  se  ce- 
lebran alegóricamente  las  virtudes  de  un  héroe,  las 
hazañas  de  una  nación  ó  algún  acontecimiento  feliz. 
La  loa  de  1832,  de  autor  desconocido,  pertenece  al 
más  puro  género  clásico.  Intervienen  en  ella  Jove, 
Marte,  Apolo,  Astrea,  la  Paz  y  la  Fortuna.  En  el 
monte  Olimpo  los  dioses  andan  como  las  divisas  en 
nuestras  planicies.  Jove  se  inquieta.  Jove  es  un  pre- 
sidente amante  de  la  unión.  ¿Por  qué  la  Paz,  descom- 
puesto el  cabello,  y  la  Fortuna,  lacrimosos  los  ojos. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  83 

se  preparan  á  batirse  con  Marte,  el  de  la  lanza,  y 
Apolo,  el  de  la  lira?  Es  que  cada  olímpico  quiere 
transformarse  en  el  único  numen  tutelador  del  Es- 
tado Oriental.  Apolo  dice: 

"¿Quién  como  yo  regulará  la  audacia 
De    los   claros    ingenios   que   allí   habitan, 
Y  que  para  brillar  en  todo  el  orbe 
De  mi  auxilio   tan   sólo  necesitan? 
Si   el   cuidado   y   custodia  se   me   niega 
De  la   planta   de  Oriente  afortunada, 
¿Por  quién  será  cual   debe   cultivada? 
O  tal   honor  á  mí   se  me  concede 
Por  premio  á  mis  sudores  competente, 
O  callará  mi  lira  eternamente." 

La  Paz,  ceñuda  y  quejumbrosa,  reclama  sus  dere- 
chos. La  pobre  los  está  reclamando  todavía,  á  pesar 
del  padre  de  los  dioses  y  del  autor  de  la  loa.  Y  la 
Paz  exclama: 

"El   nuevo   Estado 
Jamás  podrá  gozar   sino   á  mi  sombra 
Del   cúmulo  de  bienes  y  riqueza 
Que   en   su   suelo   sembró   naturaleza. 
Millares   de   familias   industriosas, 
Que  mi   señal  esperan, 
Pasarán  á  sus  playas   deliciosas, 
Y   sus  verdes  campiñas,  ahora   yertas, 
Pondré  de  inmensa  población  cubiertas." 

Marte,  que  no  podía  faltar  tratándose  de  nosotros, 
responde  al  numen  de  la  concordia,  y  dice  que  á  su 
ardor  se  lo  debemos  todo: 


84  HISTORIA  CRÍTICA 


"Al  sonar  de   mi   trompa  belicosa 
Del    profundo   letargo   despertaron, 

Y  de   Iberia  en   los  bravos   ensayaron 
El   arte   de  vencer.  Yo  mismo   he   sido 
El  que  la  diestra  armé  de  los  guerreros 
Que   en   el   Rincón,  el   Sarandí   y   Misiones 
Con   esplendor   triunfaron;   yo   en   el   pecho 
De    treinta  y    tres   Patriotas    denodados 
Prendí   la  llama  de   guerrera   gloria 

Y  dirigí   su  brazo  á   la  victoria." 

Astrea.  con  su  balanza,  y  la  Fortuna,  con  su  pro- 
digioso cuerno,  quieren  también  ampararnos  con  amo- 
rosa solicitud.  Ante  tan  empecinada  rivalidad,  Jove 
resuelve,  en  endecasílabos,  que  los  dioses,  dejando 
el  Olimpo,  se  establezcan  en  la  costa  del  Uruguay. 
De  este  modo  el  Estado,  edénico  y  naciente,  crecerá 
bajo  la  protectora  mirada  de  todos  los  inmortales.  La 
versificación,  fluida  y  bastante  correcta  de  la  loa, 
dice  bien  lo  que  fué  nuestro  clasicismo:  una  moda- 
lidad retórica  casi  siempre  infantil  y  artificial.  Cuidó 
el  lenguaje  y  el  metro;  pero  no  la  idea  y  la  sensibi- 
lidad. No  tuvo,  sino  en  raros  casos,  la  artística  inven- 
ción de  Luzán,  el  estro  eglógico  de  Porcel,  el  musical 
oído  de  Meléndez  y  la  ardorosa  fantasía  de  Cien- 
fuegos. 

Siguió  á  esta  loa,  en  1835,  una  mal  llamada  comedia, 
en  tres  actos  y  en  verso,  de  don  Carlos  G.  Villade- 
moros.  Esa  comedia,  de  alto  coturno,  se  titulaba  Los 
Treinta  y  Tres.  En  su  acción  intervenían  los  dos  La- 
vallcja.  Oribe,  Zufriateguy,  Laguna,  Trápani,  Tomás 
Gómez,  la  esposa  de  éste  y  algunos  personajes  sin 
importancia.  Al  alzarse  el  telón  aparece  la  costa  orien- 
tal. Gómez,  perseguido  por  las  patrullas  brasileñas, 
huyó  de  su  casa  y  se  asiló  en  el  bosque.  Al  rayar  el 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  85 


día,  descendió  á  la  costa,  donde  tropieza,  tras  un  breve 
monólogo  explicativo,  con  Manuel  Lavalleja  y  otros 
dos  cruzados  de  la  cruzada  grande.  Gómez  trata  de 
disuadirles  de  la  peligrosa  y  homérica  aventura;  pero 
don  Manuel  le  confunde  y  convence  con  algunas  des- 
cargas de  endecasílabos  bien  burilados,  llenos  de  fe 
en  el  triunfo  y  de  piedad  patriótica.  El  acto  segundo 
también  está  compuesto  de  líricas  tiradas,  que,  — 
fuera  de  la  escena,  —  serían  dulces  al  oído  y  al  cora- 
zón, como  las  canciones  de  los  dos  cardenales  cha- 
rrúas que,  desde  sus  jaulas,  me  ayudan  á  escribir.  Vi- 
nieron conmigo,  y  á  juzgar  por  el  melancólico  dejo 
de  sus  endechas,  se  diría  que  saben  que  me  ocupo 
del  pago.  En  el  acto  segundo,  los  expedicionarios  ju- 
ran su  célebre  juramento  de  libertad  ó  muerte,  y  la 
esposa  de  Gómez,  que  anda  gimiendo  en  busca  del 
fugitivo,  bendice  la  audacia  y  besa  las  manos  de  don 
Juan  Antonio  Lavalleja.  En  el  acto  tercero,  en  el 
acto  último,  nos  encontramos  en  el  pueblo  de  San  Sal- 
vador, donde  se  entrevistan  Lavalleja  y  Laguna.  El 
primero  trata  de  ganar  al  segundo  para  la  causa  li- 
bertadora; pero  el  segundo  resiste  á  sus  ruegos,  no 
por  imperialismo  ni  por  cobardía,  sino  por  entender 
que  aquella  aventura,  insensata  y  estéril,  aumentará 
las  iras  de  los  dominadores  y  hará  más  férrea  la  ser- 
vidumbre de  los  vencidos.  Lavalleja  insulta,  amenaza 
y  despide  á  Laguna.  Después  un  juez  de  paz,  que  nada 
tiene  que  hacer  allí,  entretiene  al  público  comentando 
el  coloquio  de  los  dos  generales,  hasta  que  suenan 
algunos  tiros  y  muchos  vivas.  Es  que  los  soldados 
criollos  de  Laguna  forman  ya  parte  de  la  legión  sa- 
grada de  Lavalleja.  Es  que  no  han  querido  luchar 
con  sus  compatriotas,  y  han  hecho  suya  la  causa  glo- 
riosísima de  los  Treinta  y  Tres.  Y  la  obra  concluye 
con  este  apostrofe  de  Lavalleja: 


86  HISTORIA  CRITICA 

"¡Hijos   de  Marte! 
Las  cadenas  rompimos:  ya  está  dado 
El   golpe    de   la   muerte,   que   amagaba 
Al   trono   usurpador.   El  triste  llanto 
Que   regó   tantas   veces   las  mejillas 
Del  valiente   Oriental,   las   del  tirano 
Trillará  hoy  á  su  vez.  Ya  desparece 
La  inerme  presa  que  oprimiera  en  vano, 

Y  sólo  la  vergüenza  y  el  oprobio 

De  la  injusta  invasión,  —  con  que  insensato 
Provocara   la  cólera   del   libre,  — 

Y  atroz   remordimiento,   le  han  quedado. 
¿No  lo  veis?   ¿No  lo  veis?   El   sólo  aspecto, 
El  aire  vengador,  sólo  el  amago, 

¿No  bastó  á  disipar,  á  nuestra  vista. 

Todo  el   poder   del   enemigo   campo? 

Pero  aun  tenéis  que  obrar,  aun  es  preciso 

Combatir  y  vencer,  j  Fácil   trabajo 

A  tan   alto  valor!    Esos  cobardes. 

Que  á  nuestra  vista   huyeron,   nunca  osados 

Volverán  á   mostrarse.   Ni   un   asilo 

Les   dejemos  tomar:  sobre   sus  pasos 

Llevemos   la   victoria   y   la   venganza 

Y  el  horror  y  la  muerte  á  los  tiranos. 
¡Vamos,   pues,  compatriotas!  Sólo  guerra 
Sea  nuestra   divisa:   no  hay   descanso 

Ya   para  los  valientes,   sino  encima 
De  cuerpos  portugueses.   Allí   es  dado 
Reposar  de   fatigas:   las   heridas 
Allí   es   dado   curar.  ¡Sí,  ciudadanos! 
Prontitud  y  valor:  que  cuando  al   seno 
De   la  amada   familia,  en   paz   volvamos. 
Diga   aquel    que   nos   mire   y   nos   señale: 
— Es  de  los  Treinta  y  Tres  ¡ved,  respetadlo! — ' 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  87 

Perdóneme  Dios  si  digo  que  no  me  desagradan  los 
versos  de  Villademoros.  Toda  la  obra  está  escrita  en 
romance  endecasílabo.  Lo  que  me  desagrada  es  su 
comedia,  que  no  es  comedia,  sino  drama  y  muy  drama 
á  pesar  de  lo  jubiloso  de  su  desenlace.  ¿Cómo  ha  de 
ser  comedia  una  composición  en  la  que  no  encontra- 
mos un  solo  tinte  azul ;  pero  en  la  que  abundan  hasta 
la  saciedad,  los  matices  purpúreos  ó  atezados?  Drama 
es  lo  que  su  autor  tildó  de  comedia,  y  es  drama  por 
el  asunto,  el  lenguaje,  los  héroes  y  las  pasiones.  En 
cambio,  ese  drama  nos  parece  pobre  como  labor  es- 
cénica, porque  carece  de  movimiento  y  vida  en  sus 
dos  primeras  jornadas,  porque  el  diálogo  es  una  larga 
serie  de  largos  discursos,  porque  los  personajes  ha- 
blan mucho  más  de  lo  que  debieran  y  hablan  en  un 
estilo  que  no  consiente  la  verdad  histórica.  Aquellos 
libertadores  se  hallan  muy  cerca  de  nuestra  edad,  para 
que  podamos  atribuirles  una  fraseología  que  estaba  en 
pugna  con  su  educación  y  el  medio  nativo.  Vestirles 
con  tan  rebuscadísimos  oropeles  casi  equivale  á  ridi- 
culizarlos. Hubiera  sido  cien  veces  preferible  enredar 
la  trama,  suprimir  las  arengas,  mover  los  coloquios  y 
servirse  sin  miedo  de  la  frase  cortada,  de  la  sentencia 
ruda,  del  estilo  marcial  y  nervioso  y  rápido  y  cente- 
lleador.  ¡  Ya  vendrá,  con  el  correr  del  tiempo,  la  musa 
que  haga  con  los  héroes  del  pago  lo  que  hizo  Esquilo 
con  Prometeo  y  Agamenón ! 


CAPÍTULO  II 


Francisco  Acxiña  de   Fig-ueroa 

SUMARIO : 

I.  La  poesía  urbana  en  la  época  de  la  emancipación.  —  La  po- 
pularidad de  Figueroa.  —  Su  influencia.  —  Clásicos  y  román- 
ticos. —  Educación  española  y  dinástica  de  nuestro  poeta.  —  El 
Himno  Na.ciona.1.  —  Figueroa  y  el  movimiento  emancipador.  — 
El  Diario  Histórico.  —  Figueroa  y  la  invasión  luso  brasileña.  — 
Desarrollo  del  numen  de  Figueroa.  —  Su  vida  pública.  —  Sus 
Obras  completas.  —  Principio  del  análisis  de  las  mismas.  —  La 
madre  africana. 

II.  —  La  Malam.br uñada.  —  El  asunto  de  sus  dos  primeros  cantos* 

—  Algunas  de  sus  estrofas.  —  Figueroa  y  lo  cómico  de  lo  bajo. 

—  Rápido  examen  del  canto  tercero.  —  Intención  satírica  del 
poema.  —  Sus  cualidades  y  sus  defectos.  —  La  literatura  pla- 
tense  y  el  sitio  de  Montevideo.  —  Algunas  palabras  sobre  la 
poesía  épico  burlesca. 

III.  —  Las  letrillas  de  Figueroa.  —  Los  decretos  pilatunos.  —  Exa- 
men de  los  tomos  séptimo  y  octavo.  —  Las  elegías  á  Rivera  y 
á  Lavalleja.  —  De  otras  composiciones  serias  y  satíricas.  —  In- 
convenientes del  abuso  de  la  facilidad.  —  Cualidades  poéticas 
de  Figueroa.  —  El  epigrama.  —  Excepcional  valor  de  la  Anto- 
logía epigramática  de  Figueroa.  —  Las  toraídas.  —  Fragmentos. 

—  Sarmiento  y  las  corridas  de  toros.  —  Una  página  de  Eduardo 
Wilde.  —  Nuevos  ejemplos. 

IV.  —  La  instrucción  colonial.  —  El  pseudo  clasicismo.  —  Las  dos 
escuelas  clásicas.  —  Contradicción  entre  la  poesía  clásica  y 
nuestro  ambiente.  —  El  clasicismo  de  Figueroa.  —  La  Defensa 
y  el  influjo  literario  argentino.  —  El  certamen  de  J844.  — 
Gómez.  —  Románticos  y  clásicos.  —  Conclusión. 


93  HISTORIA  CRÍTICA 


Francisco  Acuña  de  Figueroa  fué  el  ídolo  de  la 
sociedad  montevideana  y  fué  el  maestro  de  nuestros 
poetas  clásicos  en  la  edad  de  bronce,  en  la  edad  de 
los  combates  por  la  emancipación  continental,  en  la 
edad  en  que  la  musa  fuerte  y  batalladora  de  Valde- 
negro  y  el  numen  campesino  de  Hidalgo  reinaban  sin 
rivales  sobre  nuestras  planicies  solitarias  é  incultas. 

Del  mismo  modo  que  las  décimas  viriles  del  pri- 
mero entretenían  los  ocios  de  los  combatientes,  pues- 
tos de  cuclillas  junto  á  los  fogones  encendidos  en 
torno  de  las  carpas,  y  del  mismo  modo  que  los  gau- 
chescos diálogos  del  segundo  endulzaban  lo  duro  del 
trote  de  la  montonera  á  través  del  país  yermo  y  en- 
sangrentado, en  luto  y  en  escombros,  —  la  musa  del 
poeta  de  las  toraidas,  unas  veces  jacarandosa  y  otras 
veces  grave,  distraía  los  ocios  y  abreviaba  las  horas 
de  la  sociedad  colonial  más  selecta  y  de  mayor  fuste, 
sociedad  cuyas  diversiones  se  redujeron  siempre  á 
las  cabalgatas  por  las  proximidades  del  amurallado 
recinto,  á  los  largos  paseos  por  las  calles  que  al 
puerto  conducían,  y  á  las  tertulias,  con  giros  de 
danza  y  juegos  de  prendas,  á  que  todas  las  bodas  y 
todos  los  bautizos  daban  ocasión,  salvo  de  algún  in- 
sólito estreno  de  aficionados  en  la  entonces  reciente 
y  concurridísima  Casa  de  hacer  comedias. 

Era  Figueroa  el  obligado  comensal  de  los  banque- 
tes y  el  mirlo  blanco  de  los  saraos,  en  los  lustros 
del  chocolate  nutritivo  y  los  bollos  de  pasta  fina,  en 
aquellos  lustros  en  que  las  marimbas  de  los  candom- 
bes torturaban  el  tímpano,  y  en  los  que  el  guitarreo 
de  las  rondallas  salpicó  de  ilusiones  el  insomnio  de 
las  mujeres  de  corta  edad.  Era  Figueroa  el  centro  y 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  91 

la  perla  de  los  velorios  en  los  lustros  en  que  nues- 
tras cuadrillas  de  toreros  carecían  de  matador,  y  en 
que  las  mo«as,  de  ojos  como  carbunclos  y  talle  de 
palmera,  lucieron  los  donaires  de  la  mantilla,  la  falda 
corta  y  la  media  bordada,  por  ser  Figueroa  el  más 
chistoso  y  el  más  afluente  de  nuestros  poetas,  per- 
sonalidad literaria  de  mucho  imperio  y  bien  definida 
por  la  clásica  índole  de  sus  gustos  y  por  la  cepa  es- 
pañola de  su  flexible  ingenio. 

La  influencia  de  Figueroa  duró  muchos  años,  sos- 
teniéndose la  hegemonía  de  aquella  inagotable  musa, 
á  causa  de  su  abolengo  y  de  su  valer,  hasta  que  el 
clasicismo  fué  puesto  en  derrota  por  los  continuos 
golpes  que  le  asestara  el  gusto  romántico,  sirviéndose, 
á  modo  de  puñales,  de  las  enfermizas  estrofas  de 
Adolfo  Berro  y  de  las  melancólicas  endechas  de  Juan 
Carlos  Gómez.  La  lucha  de  clásicos  y  románticos, 
más  que  un  torneo  entre  dos  escuelas  estéticas,  es 
un  combate  entre  dos  modalidades  retóricas,  com- 
bate que  se  libra,  principalmente,  en  los  dominios 
de  la  musa  dramática.  Sólo  de  rechazo  turba  la  quie- 
tud del  dilatado  imperio  de  la  poesía  lírica,  donde 
no  hay  unidades  de  tiempo  y  de  lugar  que  correr  á 
lanzadas,  siendo  el  clasicismo  la  imitación  de  los  mo- 
dos de  hacer  de  la  antigüedad  gentílica,  y  siendo  ro- 
mántica la  literatura  que  no  se  amolda,  como  el  ani- 
llo al  dedo,  á  las  reglas  que  se  deducen  del  estudio 
de  la  composición  de  las  obras  de  los  autores  greco- 
romanos.  El  acto  de  concebir  precede  al  acto  de  com- 
poner y  no  necesita  cánones  técnicos,  siendo  el  acto 
retórico  de  componer  el  que,  en  verdad  de  verdades, 
divide  hoy  en  facciones  á  los  hombres  de  letras,  como 
dividió  en  facciones  á  los  hombres  de  letras  de  la 
primera  mitad  del  siglo  diez  y  nueve.  Las  pequeñas 
capillas,  lo  mismo  que  las  grandes,  han  sido  siempre 


HISTORIA  CRITICA 


y  en  todos  los  casos  capillas  retóricas.  Escuchad  lo 
que  dice  el  fundador  de  la  más  reciente  de  las  sectas 
literarias,  la  secta  futurista.  Dice  Marinetti:  "El  Fu- 
turismo es  una  dinamita  crepitante  bajo  el  ruinoso 
edificio  de  lo  pasado."  Y  agrega:  "Para  purificar  esta 
atmósfera  de  vejeces,  en  la  que  imperan  el  culto  ma- 
niático de  lo  antiguo  y  el  más  pedantesco  academi- 
cismo, he  creado  el  vasto  y  el  valiente  movimiento 
futurista."  —  ¿No  se  diría,  comparando  sus  progra- 
mas, que  los  revolucionarios  de  191 1  hablan  el  mismo 
lenguaje  de  los  revolucionarios  de  1830?  Unos  y  otros 
levantan  su  bandera  de  rebeldía  contra  lo  antiguo, 
combatiendo  los  futuristas  de  hoy  el  modo  de  com- 
poner de  los  académicos  actuales,  con  el  mismo  ardor 
con  que  los  románticos  de  entonces  combatían  á  los 
académicos  de  la  primera  mitad  de  la  centuria  de- 
cimonona. El  romanticismo  uruguayo  de  1840  des- 
deñaba á  Francisco  Acuña  de  Figueroa,  como  los  de- 
cadentes uruguayos  de  1910  hablan  con  displicencia 
del  martilleo  de  los  alejandrinos  de  Juan  Carlos 
Gómez. 

Francisco  Acuña  de  Figueroa  nació  en  Montevideo 
el  20  de   Setiembre  de   1790. 

La  bandera  española  flotaba  todavía,  aunque  un 
poco  atenuados  sus  prestigios  y  sus  altiveces,  sobre 
los  achirales  de  nuestras  costas  y  sobre  los  ombúes 
de  nuestras  lomadas.  Nacido  en  un  hogar  de  tradi- 
ción monárquica  y  educado  en  las  reglas  de  un  claus- 
tro monjil,  el  numen  poliforme  de  nuestro  primer 
bardo  refleja  las  angustias  y  las  inquietudes  de  los 
lustros  genésicos  en  que  floreció.  Cuando  el  patriarca 
de  las  letras  nacionales  se  despertó  á  la  luz  de  la 
vida,  aun  el  frac  y  el  chupetín  de  raso,  la  camisa  de 
encajes  y  el  calzón  con  hebilla,  form.aban  parte  del 
vestuario  de  la  colonia  en  los  días  de  las  solemnida- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  93 

des  dinásticas  y  religiosas.  El  que  no  idolatraba  en 
Horacio,  tenía  los  ojos  puestos  en  Moratín. 

Así,  si  los  padres  de  nuestro  poeta  le  enseñan  re- 
verentes el  culto  del  trono,  aprende  á  valorar  las 
sales  del  verbo  bajo  la  disciplina  de  los  reclusos  de 
San  Francisco,  bajo  cuyas  bóvedas  se  dicen  y  re- 
suenan los  latinos  primores  de  los  tristes  de  Ovídeo, 
saboreando,  en  los  diálogos  que  debió  tener  con  los 
frailes  de  grosero  sayal,  las  mieles  latinas  de  los 
himnos  geórgicos  del  ruiseñor  de  Mantua.  La  edu- 
cación clásica  que  le  dan  los  monjes,  recitándole  á 
veces  sonetos  de  Argensola  y  octavas  de  Ercilla,  la 
afinan  y  depuran  los  doctos  del  Real  Colegio  de  San 
Carlos,  tenaz  antagonista  de  las  célebres  universida- 
des de  Chuquisaca  y  Córdoba.  De  aquel  colegio  sale, 
conociendo  al  dedillo  á  su  Quintiliano  y  repitiéndose 
de  memoria  los  epigramas  de  Baltasar  de  Alcázar, 
apenas  cumplidos  los  cuatro  lustros,  el  satírico  in- 
signe y  el  hablista  sapiente  que  escribió  las  estrofas 
del  Himno  Nacional. 

"¡Orientales!   mirad   la   bandera 
De   heroísmo   fulgente   crisol ; 
Nuestras  lanzas  defienden  su  brillo; 
¡Nadie  insulte  la  imagen  del  sol!" 

Nutrido  en  las  tradiciones  de  un  hogar  que  creía 
en  el  derecho  divino  de  los  reyes,  y  amamantado  en 
las  enseñanzas  de  los  reclusos  de  un  convento  cató- 
lico, escribe  más  tarde,  hablando  de  la  patria  y  con 
letras  de  fuego,  sobre  el  bronce  de  nuestro  escudo : 

"¡Ni   enemigos   le   humillan   la  frente, 
Ni  opresores  le  imponen  el  pié. 
Que  en  angustias  selló  su  constancia 
Y  en  bautismo  de  sangre  su  fé!" 


94  HISTORIA  CRÍTICA 


Su  musa,  que  crece,  colonial  y  dinástica,  al  com- 
pás del  estruendo  de  los  cañones  peninsulares,  y  al 
arrullo  del  repiqueteo  de  las  campanas  que  anuncian 
jubilosas  el  natalicio  de  los  príncipes  borbónicos,  es 
la  misma  musa  que  les  dirá  después  á  los  reyes  con- 
quistadores y  á  los  poderes   liberticidas: 

"Y   hallarán   los  que  fieros  insulten 
La   grandeza  del   pueblo  Oriental, 
Si   enemigos,   la   lanza   de   Marte, 
Si   tiranos,  de   Bruto   el   puñal." 

i  Ironías  de  la  existencia!  El  que  rimó  esta  salve 
fué  uno  de  los  que  contrariaron  y  combatieron  el 
movimiento  emancipador  de  1811.  No  supo  ver  que 
aquella  desgreñadísima  nebulosa  llevaba,  en  el  fondo 
de  sus  torbellinos  de  púrpuras  de  incendio,  la  cón- 
dorea  nidada  de  veinte  naciones  libres,  el  archipié- 
lago prometeano  de  veinte  vigorosísimas  democracias. 
Lo  áspero  del  sacudimiento  ígnico,  el  temor  de  que 
la  libertad  degenerase  en  demagogia,  lo  que  mamó 
de  adoración  al  trono  en  la  cuna  adornada  con  los 
colores  de  la  bandera  peninsular,  no  le  dejaron  per- 
cibir al  poeta  lo  mucho  que  había  de  justo  y  de  re- 
dentor en  aquella  avalancha  de  rejones  pulidos  sobre 
la  carona  del  arnés  campero.  Estuvo  con  la  sombra; 
estuvo  con  los  buscadores  de  púrpuras  incásicas  y 
armiños  borbónicos;  estuvo  con  Belgrano  y  con  Puey- 
rredón ;  estuvo  con  Alvear  y  con  Rivadavia.  El  blan- 
dengue sublime,  el  heroico  vencedor  de  las  Piedras, 
el  refugiado  en  las  entrerrianas  soledades  del  Ayuí, 
el  visionario  de  las  proféticas  instrucciones  del  año 
13,  no  fué  comprendido  por  Figueroa,  cuyo  numen 
realista  y  católico  se  despertó,  comenzando  á  escribir, 
cuando  las  tropas  revolucionarias  pusieron  cerco  de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  95 

lanzas  de  tijera  á  los  graníticos  bastiones  de  Mon- 
tevideo. 

Su  Diario  Histórico  no  es  sino  una  crónica,  deta- 
llada y  difusa,  de  todos  los  acontecimientos  del  sitio. 
Anota  y  versifica,  con  constancia  benedictina,  los  he- 
chos que  resuenan  y  los  hechos  triviales.  Lamenta, 
con  inspiración  pobre,  los  infortunios  de  las  armas 
del  rey,  mostrándose  angustiado  y  sobrecogido  por 
lo  negro  del  porvenir  que  espera  á  las  colonias.  De 
trecho  en  trecho  su  musa  cómica  ya  ensaya  las  ré- 
miges,  caricaturando  con  ático  donaire  algunos  de 
los  episodios  de  aquellos  días.  Se  educa  en  la  cos- 
tumbre de  hacer  reir  á  la  zozobra  y  á  la  tristeza.  Aun- 
que el  poeta,  muchos  años  después,  revisa  y  pule  con 
solicitud  su  labor  de  entonces,  nada  le  debe  su  jus- 
tísima fama  á  las  pedestres  rimas  con  que  llora  el 
derrumbe  del  poder  colonial.  ¡La  musa  americana  no 
quiso  eternizar,  con  la  lira  de  oro  que  la  libertad 
fabricó  para  sus  manos  de  virgen  morena,  los  últimos 
rugidos  del  león  que  luchaba  con  los  jaguares  de 
los  montes  en  que  crecen  los  fatídicos  gajos  de  la 
aruera  y  las  selváticas  ramazones  del  ñangapiré ! 

Cuando  batido  el  gobierno  de  Buenos  Aires  en  el 
campo  de  la  diplomacia  por  los  hombres  de  Artigas, 
Montevideo  se  asfixia  bajo  el  yugo  despótico  de 
Otorgues,  Figueroa  se  traslada  á  Río  Janeiro,  donde, 
agregado  á  la  legación  de  España,  compuso  algunas 
sátiras  y  una  serie  de  cartas  escritas  en  verso.  Las 
primeras  se  distinguen  por  su  mal  gusto,  por  lo  ca- 
llejero de  su  lenguaje,  por  su  mucha  chocarrería,  en 
tanto  que  las  segundas,  más  dignas  de  encomio,  tie- 
nen en  ocasiones  un  interés  político  y  social  que  se 
avalora  considerablemente  por  lo  fluido  y  espontá- 
neo de  la  versificación  que  las  engalana.  Poco  tiempo 
después   nuestro   poeta  regresó  á   su  patria,  que   ya 


96  HISTORIA  CRÍTICA 

no  era  colonia  de  la  península;  pero,  durante  toda 
la  lucha  contra  la  dominación  portuguesa,  permane- 
ció sombrío,  batallando  entre  el  amor  á  sus  ideas 
monárquicas  y  el  amor  á  su  hermosísima  tierra  na- 
tal, tan  valiente  como  desgraciada  en  los  fieros  com- 
bates de  aquel  lustro  trágico.  No  podía  extrañarle 
nuestro  heroísmo  estoico,  porque  aquella  tierra  era 
la  tierra  del  toldo  irreductible  y  el  árbol  del  hierro. 
Realista  por  las  mieles  que  libó  en  la  cuna  y  por  los 
jugos  que  suctó  en  la  escuela,  el  satírico  insigne  de- 
seaba que  el  régimen  monárquico  arraigase  de  nuevo 
en  las  regiones  continentales,  y  triste  por  la  sangre 
que  vertíamos  á  torrentes,  pero  sin  simpatizar  con 
la  montonera  de  poncho  y  chiripá,  asistió  á  la  derrota 
de  Andresito  en  San  Borja  y  á  la  derrota  de  Rivera 
en  el  Higuerón,  á  la  sorpresa  que  sufrió  Artigas  en 
el  Arapey  y  al  tremendo  desastre  que  sufrió  Latorre 
junto  á  las  aguas  del  Catalán. 

Los  tiempos  cambiaron.  Sarandí,  con  el  eco  jubi- 
loso de  sus  clarines,  le  dijo  que  renunciase  á  toda 
esperanza  de  dominación  regia;  pero  el  poeta,  que 
fué  siempre  un  ciudadano  por  demás  pacífico,  no  tuvo 
la  dicha  de  que  la  victoria  nos  proporcionase  la  quie- 
tud codiciada  por  su  numen  eximio,  pues  al  estruendo 
de  la  lidia  con  los  extraños  pronto  siguió  el  estruendo 
de  la  guerra  civil.  Su  musa,  excitada  por  lo  dramático 
del  espectáculo  á  que  asistía,  se  desarrolló,  adqui- 
riendo á  veces  una  elevación  lírica  que  no  estaba  en 
consonancia  con  la  índole  epigramática  de  su  ingenio. 
Desde  entonces,  sin  dejar  de  escribir  á  destajo,  des- 
empeñó con  probidad  extrema  diversos  puestos  pú- 
blicos, siendo  tesorero  general  del  Estado,  director 
de  la  Biblioteca  Nacional,  vocal  del  Consejo  de  Ins- 
trucción Pública,  censor  de  Teatros  y  miembro  de  la 
Asamblea  de  Notables,  para  morir  á  la  edad  de  se- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  97 


tenta  y  dos  años,  querido  y  llorado  por  todos  los  que 
le  conocían,  el  6  de  Octubre  de  1862. 

Figueroa  produjo,  en  ese  largo  y  borrascoso  tiempo, 
montones  de  letrillas,  de  odas,  de  canciones,  de  dé- 
cimas, de  sonetos  y  de  acertijos,  mostrándose  sen- 
cillo, fecundo,  ingenioso,  espontáneo  y  maestro  en 
la  rima.  De  vena  inagotable,  despilfarraba  su  inteli- 
gencia como  los  pródigos  derrochan  su  fortuna,  es- 
parciendo la  oleada  de  sus  coplas  con  la  misma  na- 
turalidad con  que  los  astros  esparcen  la  oleada  de  su 
luz.  En  la  interminable  y  apolicromada  serie  de  sus 
composiciones,  nunca  es  sublime;  algunas  veces  es 
serio  y  melancólico;  casi  siempre  es  frivolo  y  trivial. 
Escribiendo  y  rimando  en  tertulias  familiares  y  ofi- 
cinas públicas,  asistió  al  triunfo  del  general  Oribe 
en  Carpintería  y  al  triunfo  del  general  Rivera  en  el 
Palmar,  al  vencimiento  de  Echagüe  en  Cagancha,  y 
á  la  organización  de  la  defensa  de  Montevideo.  Decía 
en  1846,  al  compilar  sus  obras  poéticas  que  forman 
doce  gruesos  volúmenes  de  nutrida  lectura:  "He  co- 
piado, interpolados  expresamente,  los  diversos  géne- 
ros de  mis  composiciones,  á  manera  de  un  mosaico 
poético,  para  evitar  al  lector  el  fastidio  de  la  mono- 
tonía, pues  bien  conozco  que  sólo  la  variedad  con- 
tinuada de  asuntos  y  estilos  puede  hacer  soportable 
la  lectura  de  unas  poesías  generalmente  mediocres  y 
muchas  veces  triviales  y   frivolas." 

Examinemos  rápidamente  el  contenido  de  los  doce 
volúmenes  escritos  por  Figueroa.  Si  bien  es  verdad 
que  su  Diario  Histórico,  con  que  los  encabeza,  sera 
siempre,  como  él  mismo  asegura,  "una  producción 
acreedora  á  la  indulgencia  pública",  por  ser  la  única 
crónica  imparcial  y  verídica  de  los  lances  del  sitio 
de  Montevideo,  no  es  menos  cierto  que  el  vuelo  de 
la  musa  de  nuestro  poeta  es  vuelo  gallináceo  en  los 
7.  -  I. 


98  HISTORIA  CRÍTICA 

días  de  luto  y  de  borrasca  que  antecedieron  á  la  De- 
fensa. El  Diario,  que  como  obra  literaria  vale  poquí- 
simo, sólo  sobrevive  porque  nos  prepara  y  nos  ayuda 
al  íntimo  conocimiento  de  las  costumbres  de  la  época 
colonial,  permitiéndonos  estudiar  algunos  de  los  ras- 
gos característicos  del  período  que  va  desde  1812 
hasta  1815.  Lo  mismo  acontece  con  las  composiciones 
contenidas  en  el  primer  tomo  de  las  poesías  varias 
de  Figueroa.  Exceptuemos  el  himno  nacional,  de  que 
ya  hemos  hablado  y  cuyas  valentías  no  se  discuten. 
Ninguno  pone  en  duda  la  inspiración  patriótica  y  los 
marciales  timbres  de  aquel  canto  heroico,  que  escu- 
chan con  los  ojos  llenos  de  lágrimas  lo  mismo  el 
hombre  crecido  entre  libros  y  entre  doctrinas,  que 
las  muchedumbres  calzadas  con  botas  de  piel  de  po- 
tro, en  que  brillan  los  dardos  de  las  grandes  espuelas 
de  rodajas  rechinadoras.  Exceptuando  el  himno,  ¿qué 
es  lo  que  aquel  tomo  ofrece  al  lector?  Entre  unos 
anagramas  al  general  Rivera  y  un  soneto  satírico  al 
doctor  Peichoto,  la  vista  tropieza  con  un  canto  lírico 
al   sol   de   Mayo: 

"¡Helo   en   su   alto   cénit!   Mirad,   mortales, 

Al  sol  de  Mayo  hermoso. 

Cuan   sublime   se  ostenta  y  majestuoso 

Difundiendo   de   luz  ricos  raudales! 

Rey   de   los  astros,  su   grandeza  suma 

Los  astros  contemplaron 

Y  su  imagen  esplendida  adoraron 

Los   hijos   de   Atahualpa   y    Moctezuma. 

Lámpara  celestial,  ya  del  Oriente 

Refleja  en   la  bandera: 

j  Salud   y  acatamiento!   En  tu  carrera 

Detente,  oh   Sol.  detente; 

Dame   un   clarín  de  bronce  en   vez   de   lira 

Que  hoy  tu  fuego  me  inflama  y  Dios  me  inspira." 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  99 


En  este  mismo  tono  y  en  variedad  de  metros  se 
desenvuelve  toda  la  composición,  que  peca  de  pro- 
saica y  hasta  de  incorrecta.  Con  razón  decía,  en  sus 
lecciones  retóricas,  don  Francisco  Sánchez:  "Con- 
viene mirar  con  desconfianza  los  principios  de  las 
odas  en  que  el  poeta  anuncia  estar  poseído  del  estro 
y  arrebatado  de  una  deidad.  Semejantes  transportes 
suelen  ser  lugares  comunes,  dirigidos  á  aparentar  con 
palabras  sonoras  el  fuego  de  que  carece  el  poeta."  — 
Y  los  mismos  defectos  del  himno  á  Mayo,  se  encuen- 
tran en  el  canto  á  la  inundación  del  Maciel,  aunque 
están  armoniosamente  versificadas  algunas  de  las  oc- 
tavas reales  con  que  ese  canto  concluye: 

"En  sobresalto  súbito  aturdidos 
Despiertan  los  valientes  que  se  hallaban 
Cercados  de  la  muerte ;  y  no  abatidos, 
Con  ella  brazo  á  brazo  reluchaban. 
A  muchos  en   letargo  entorpecidos 
Las  ondas  al  profundo  arrebataban. 
Realizándose  en  ellos  de  esta  suerte 
Ser  el  sueño  la  imagen  de  la  muerte. 

Suenan  gritos  y  voces  lastimeras 
Implorando   favor....    ¡lamento  vano! 
Si  al  más  amigo   entre   las  ondas   fieras 
El  temor  de  morir  le  hace   inhumano. 
Algunos  con  las  ansias  postrimeras 
De  los  cuerpos  flotantes  echan  mano. 
Pues  no  hallando  en  los  vivos  acogida 
A   los  muertos,  tal  vez,  deben   la  vida." 

Tampoco  responden  á  la  fama  de  Figueroa,  por 
las  causas  expuestas,  ni  el  Himno  a]  Sol,  ni  las  rimas 
de  Un  aniversario  en  el  Cementerio,  ni  la  oda  á  Lñ 
escarlatina,  ni  la  oda  A  la  jura  de  la  Constitución,  de 


HISTORIA  CRITICA 


la   cual,   sin   embargo,   transcribimos   con   placer   los 
versos  siguientes: 

"Oh  cuan  dichosos  días  el  futuro 

Te  anuncia,   ¡oh  patria  mía! 

No  más  la  esclavitud  ni  la  anarquía 

Turben  tu  dicha  con  aliento   impuro: 

En  tu   fecundo  suelo 

Sus  bendiciones  derramando  el  cielo, 

Gozarás  venturosa,  independiente, 

La  paz  y  la  abundancia  permanente. 

Verás  crecer  frondoso 

De  libertad  el  árbol  delicioso: 

Bajo  tu  sombra  amena 

Del  Támesis  al  Nilo 

Y  desde  el  Volga  al   Sena 
Vendrán  los  libres  á  buscar  asilo; 

Y  dirá  el   mundo  al  repetir  tu  nombre: 

—  ¡He  aquí   la  patria  universal   del   hombre!  — 

En  la  industria  y  las  artes  prosperando 

Irás  con  tal  destreza, 

Que  al   contemplar  tu   colosal   grandeza, 

Si  eres  tú  misma  quedarás  dudando; 

Mas   viendo   de   repente 

Del    Sarandí    la   plácida   corriente, 

Dirás:    ¡La   misma   soy,   aquí   vencieron! 

¡Aquí   mis   hijos   libertad   me   dieron!" 

Avaloran,  en  cambio,  este  primer  volumen  una  pe- 
rífrasis del  Stabat  Mater;  algunas  letrillas,  como 
Ruede  ¡a  bola;  una  atildada  traducción  de  Horacio, 
y  los  sentidos  versos  que  llevan  por  título  La  madre 
africana. 

España,  que  no  supo  asimilar  las  colonias  con  la 
metrópoli,  contentándose  con  domeñarlas  en  su  fiebre 
de  cristianismo  y  en  su  fiebre  de  oro;  España,  la  con- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 


quistadora  y  la  inquisitorial,  nos  afrentó  con  la  in- 
mensa ignominia  de  la  esclavitud,  compañera  insepa- 
rable de  todas  las  colonizaciones  á  la  moda  antigua, 
de  todas  las  colonizaciones  de  régimen  despótico  y 
centralizador.  Ni  la  prudencia  de  sus  virreyes,  ni  el 
humanitarismo  de  sus  índicas  constituciones,  atenúan 
lo  enorme  de  aquella  falta  ante  los  ojos  adustos  de 
la  historia.  Cuando  los  montoneros  la  echaron  con  sus 
chuzas  del  edén  de  los  toldos,  nos  dejó  la  lepra  de 
la  trata  embrutecedora ;  pero  pronto  nacieron  en  los 
cerebros  y  en  las  voluntades  la  idea  y  el  designio  de 
la  abolición,  que  nos  imponían  el  triunfo  y  la  con- 
ciencia. Las  colonias,  que  acababan  de  romper  sus 
cadenas,  comprendieron  que  no  es  país  de  libres  el 
país  donde  existe  un  solo  hombre  esclavo.  La  libertad, 
que  no  alcanza  á  todos,  no  es  una  garantía  para  nin- 
guno. Comprendieron  también  que  no  pueden  ser  ben- 
ditas por  el  cielo  las  patrias  donde  las  madres  consi- 
deran como  una  propiedad,  usable  y  vendible,  á  los 
hijos  que  otras  madres  sin  dicha  dieron  á  luz.  El  cielo 
no  bendice  á  los  que  hacen  odioso  el  amor,  apartando 
á  las  pobres  mujeres  del  sueño  de  la  cuna,  balanceada 
por  las  manos  que  velan  sobre  el  niño  dormido.  La 
trata  es  una  ofensa  á  la  justicia.  La  trata  se  ríe  de 
la  misericordia.  La  trata  es  un  insulto  á  la  dignidad 
humana.  La  trata  es  el  cómplice  bellaco  de  la  lujuria 
estéril.  Es  natural  que  la  América  de  1820  fuese  abo- 
licionista, diciendo,  al  nacer  á  la  vida  de  las  repúbli- 
cas, que  después  de  haber  emancipado  todo  un  con- 
tinente, era  lógico  proclamar  la  libertad  de  todos  los 
hombres  que  alumbraba  su  sol.  Bolivia  abolió  la  es- 
clavitud en  1826.  En  1827  Perú  siguió  el  ejemplo  de 
Bolivia.  En  1828  Méjico  pensó  lo  mismo  que  el  Perú. 
En  1829  nosotros  opinamos  como  ya  opinaban  Gua- 
temala y  Méjico. 


HISTORIA  CRITICA 


Los  intereses  privados  se  resistieron.  —  Nadie  puede 
quitarme  á  mi  esclavo,  que  es  mío  como  son  míos  mi 
dogo  y  mi  buey.  —  Se  saltó  por  encima  de  la  piedad. 
—  Para  violar  las  leyes  naturales,  se  violaron  las  le- 
yes escritas.  —  El  delito  fué  doble.  —  La  trata  ava- 
riciosa se  convirtió  en  contrabando  inmundo.  —  El  ne- 
grero aprovechó  las  noches  obscuras  y  las  playas  de- 
siertas para  desembarcar  á  rebencazos  la  mercancía 
humana.  —  Figueroa  salió  al  encuentro  de  aquel  ho- 
rror. —  Hizo  suyos  los  lloros  angustiados  de  las  ma- 
dres negras.  —  La  musa  se  sublima  cuando  compadece 
el  dolor  ajeno.  —  El  poeta  de  los  epigramas  y  de  los 
acertijos  nunca  fué  más  poeta  que  en  aquella  ocasión. 

"  —  Y  así,  cruel  pirata,  así  te  alejas. 

Robándome   tirano, 
Los  hijos  y  el  esposo?   ¿Así  inhumano 
En   desamparo  y  en  dolor  me  dejas? 
¡Ay!  ¡vuelve,  vuelve!  En  mi  infeliz  cabana. 

Donde  te  di  acogida, 
¡Vé  cual  me  dejas,  como  débil  caña 
Del   huracán  violento  combatida! 

Vuelve,  entrañas  de  fiera. 

Que    por   mi    mal    viniste; 
Llévame  á  mí  también,  y  al  menos  muera 
Con  mis  prendas  amadas.  .  .  .    Mas  ¡ay  triste! 
Ya  no  espero  ablandar  tu  p^cho  duro 

Con  lamentos  prolijos: 
¡Tú  no  sientes  amor  ni  tienes  hijos!  —  " 

Esta  oda.  verdaderamente  clásica  por  el  movimiento 
y  la  elevación,  merece  ser,  como  ha  sido  y  como  será. 
considerada  siempre  como  una  de  las  mejores  poe- 
sías de  Figueroa.  Le  fué  inspirada  á  nuestro  poeta 
por   un   hecho    real,   que   supo   explotar   maravillosa- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  103 


mente  su  musa  correcta  y  armoniosísima.  Un  buque. 
El  Águila,  á  pesar  de  que  el  bárbaro  comercio  de  es- 
clavos ya  había  sido  abolido  por  nuestras  leyes,  se- 
guía ejerciéndolo,  con  bandera  oriental,  en  las  costas 
de  África.  El  poeta,  indignado,  decía  con  patriótica 
exaltación : 

"Y  es  posible  que  el  sol  resplandeciente 

Que  ostenta  esa  bandera, 
Llegue  á  estas  playas  por  la  vez  primera 
A  autorizar  un  crimen  tan  patente? 
¡  Oh  globo  celestial,  que  esplendoroso 

Dominas  en  las  cumbres, 
Obscurece  tu   luz  y  al  monstruo   odioso 
Sólo   sangriento   y   con   horror   alumbres!" 

Y  el  numen  seguía,  embargado  de  nuevo  por  la 
piedad,  fuente  copiosa  y  pura  de  inspiraciones  altas 
y  duraderas: 

"  —  Mas  ¡  ay !   ¡  qué  nueva  pena 

Descubren  ya  mis  ojos! 
He  aquí  el  arco  y  las  flechas,  que  en  la  arena 
Del  asalto  traidor  fueron  despojos; 
¡  Infeliz  compañero,  tú  ignorabas 

Que  esos  blancos  altivos 
Proclaman  libertad  y  hacen  cautivos !  — 

De  esta  suerte  la  mísera  africana 

Se  queja  inútilmente. 
Mientras  su   nave  apresta   indiferente 
El  traficante  vil  de  "carne  humana. 
Y  truena  el  bronce,  y  su  clamor  repite. 

Que  el  clamar  la  consuela; 
Mas  el  Águila,  en  hombros  de  Anfitrite, 
Suelta  las  alas  y  al  estruendo  vuela. 


104  HISTORIA  CRÍTICA 


Al   punto   encadenados 

Los  cautivos  se  miran, 
Y  al  fondo  del  bajel   desesperados 
Los   lanzan    sin   piedad,   y   ellos   suspiran; 
Mientras   que   la   infeliz   desde   la   peña 

Se  arroja  y  dá  un  lamento 
Que  en  pos  de  la  alta  popa  lleva  el  viento." 

Esta  composición,  acabado  modelo  de  las  compo- 
siciones de  su  misma  índole,  y  que  parece  arrancada 
á  las  hojas  de  una  antología  de  los  poetas  castella- 
nos del  siglo  de  oro,  reúne  la  hermosura  del  fondo 
á  la  impecable  belleza  de  la  forma,  estando  los  afec- 
tos, que  la  inspiran,  traducidos  con  sencilla  eleva- 
ción y  con  enternecedora  fidelidad.  Ella,  sólo  ella, 
bastaría  para  demostrarnos  que  era  mucho  y  de  muy 
buena  ley  el  talento  poético  de  don  Francisco  Acuña 
de   Figueroa. 

En  el  tomo  segundo,  al  lado  de  no  pocas  compo- 
siciones insignificantes;  en  el  tomo  segundo,  entre 
una  cachivachería  de  juegos  de  ingenio,  indignos  del 
poeta  que  nos  ocupa;  en  el  tomo  segundo,  perdidas 
bajo  el  haz  de  los  brindis,  acrósticos,  enigmas  y  cha- 
radas á  que  tanto  su  debilidatl  se  prestó  y  en  que 
tanto  derrochó  su  donaire,  nos  encontramos  con  una 
amplificación  del  Dies  irae,  de  no  poco  mérito,  y  con 
dos  de  sus  más  sabrosas  letrillas.  Eso  Dios  lo  sabe 
y  Buena  va  la  danza,  amén  de  una  oda  al  Aniversario 
del  2S  de  Agosto,  que  es,  á  pesar  de  algunos  pro- 
saísmos y  de  algunas  incorrecciones,  de  lo  más  so- 
noro y  de  lo  más  viril  que  ha  escrito  la  pluma  del 
autor  del  Diario  Histórico.  Dice,  en  esa  oda,  recor- 
dando las  homéricas  cargas  de  Sarandí  y  el  victorioso 
choque  de  Rincón: 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  105 

"¡  Lavalle ja  inmortal !   tu   nombre  y   fama 

Y  la  de  esos  valientes 

Que  allí  tu  ardor  inflama, 
Respetarán   atónitas   las   gentes. 
Cese  ya  tu  ostracismo,  vuelve  ansioso 
Como  nuevo  Temístocles  virtuoso ; 

No  quiera  el  hado  insano 
Hacer  de  un  Escipión  un  Coriolano. 

¿Y  quién  los  altos  hechos 
De   Rivera  dirá,  cuando  animoso 
Vibró  en   Haedo   el  brazo   poderoso? 

O   bien,   cuando   deshechos 

Los  fieros  escuadrones 
Del  potente  opresor,  salvó  á  Misiones? 
¿Quiqn   al   estrecho   verso   circunscribe 
La   gloria   inmensa   del   valiente   Oribe? 

No  más  tremendo   ante   Ilion,  armado 

Se   vio   Aquiles   furente. 

Cuando  hacia  tras  turbado 
Volvió   el   undoso    Janto   su    corriente, 
Que  en   Sarandí  se  viera,  y  en  el  Cerro, 
Aquel   héroe  blandir  el   duro   hierro. 

El  hierro  que  en  sus  manos 
Fué   terror    de    opresores    y    tiranos. 

¡  Oh   Sarandí   glorioso ! 
La  falanje  oriental  en  tu  ribera 
Postró  á  sus  opresores....    Allí  fuera 

El  choque  sanguinoso. 

Allí   el   lidiar   tremendo, 

Y  hubo  cabeza  que,  con  golpe  horrendo. 
Dividió   de   sus   hombros   la   cuchilla, 

Y  fué  á  parar  hasta  la  opuesta  orilla." 


io6  HISTORIA  CRITICA 


II 


En  ese  mismo  tomo,  en  el  tomo  segundo,  se  en- 
cuentra el  poema  joco-serio,  dividido  en  tres  cantos 
y  que  tiene  por  título  La  Malambrunada.  Este  poema, 
escrito  casi  todo  en  octavas  reales,  canta  el  com- 
bate que  algunas  viejas,  mal  avenidas  con  su  viudez, 
entablaron  con  algunas  jóvenes  de  gracioso  palmito, 
á  quienes  envidiaban  el  don  de  la  hermosura  y  el 
bien  inapreciable  de  la  lozanía.  Dirige  á  las  prime- 
ras, á  las  envidiosas,  la  cruel  Malambruna,  ardorosa, 
soberbia,  de  torvos  ojos,  de  flojas  carnes  y  de  se- 
senta inviernos.  El  poema  está,  por  lo  general,  do- 
nosamente versificado,  aunque  duela  el  descuido  que 
en  ocasiones  se  nota  en  sus  estrofas.  En  el  canto 
primero,  Malambruna  logra  interesar  en  pro  de  su 
causa  á  un  enjambre  de  brujas,  perorando  con  brío  en 
contra  de  las  jóvenes,  en  un  aquelarre  que  preside 
Satán.  Para  enardecer  á  las  hechiceras,  Malambruna 
concluye  así   su   belicosa   disertación: 

"No   pretendo   el  auxilio,   ni   lo   imploro. 
De  ancianas  que  prefieran,  en  la  holganza. 
El  necio  miramiento  del  decoro 
Al    heroico    placer   de    la   venganza; 
Viejas    que    tiemblan    del    clarín    sonoro. 
Viejas    que    asusta    la    bruñida    lanza, 
Y   que   sordas   al    eco   de   mis  quejas 
Las  miro  indignas  de  llamarse  viejas. 

Suene  el  fatal  momento;  ya  las  horas 
Urgen  á  la  venganza;   yá  imagino 
Mirar  entre   mis   uñas   vengadoras 
Derrengadas   las   ninfas  que   abomino; 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  107 


Y  sabed  que   si   somos  vencedoras, 
Una  hecatombe   de   ellas  os  destino 
Porque  os   hartéis   de   sangre.   Esto   aseguro 

Y  ante  el  tremendo  Lucifer  lo  juro." 

El  demonio  acepta  la  súplica  y  el  juramento  de 
Malambruna,  que,  confiada  en  el  amparo  del  rey  de 
las  tinieblas,  vuelve  á  su  casa,  que  dejó  bajo  la  cus- 
todia de  su  perro  Cerverino. 

"Entra  al  fin  en  su  casa  Malambruna, 

Y  sube  hasta  un  recóndito  sobrado. 
Separando  á  su  can  que  la  importuna, 
Pues  no  está  para  perros  su  cuidado; 
Este,  como  la  vio  de  mala  luna. 

Las  orejas  bajó  desconsolado, 

Y  repelido  en  sus  caricias  tiernas, 

La  sigue  con  el  rabo  entre  las  piernas. 

Allí   una  antigua  caja  á  ver  se  alcanza 
A  la  luz  de  una  triste  veladora, 
Que  á  tener  en  su   fondo  á  la  esperanza, 
Pudiera  ser  la  caja  de  Pandora; 
En  ella,  para  un  caso  de  ordenanza. 
Los  marciales  trebejos  atesora, 
Algunos  por  sus  manos  construidos, 

Y  otros,  herencia  de  sus  tres  maridos. 
Mordicantes  olores  el  ambiente 

Esparce  en  torno  de  mastuerzo  y  ruda, 

Cuando  ella  asida  al  aldabón  ingente. 

Suspendiendo  la  tapa  aprieta  y  suda; 

Mas  una   enorme   rata   de   repente 

Saltó  tan  formidable  y  bigotuda. 

Que  aterrada  la  vieja  cae  de  espaldas. 

Tapándose  los  ojos  con  las  faldas."  ; 


io8  HISTORIA  CRITICA 


La  vieja  reniega,  el  perro  ladra,  la  rata  chilla,  y  el 
can  acosa,  apura,  atrapa,  sacude  y  dá  muerte  al  roe- 
dor, después  de  lo  cual,  calmado  ya  el  repentino 
susto,  la  vieja  extrae,  del  fondo  del  arca,  un  morrión 
enorme,  peludo  y  abollado,  con  el  que  se  corona  y 
gallardea.  Con  dos  zaleas  se  forma  una  armadura, 
convierte  un  plato  de  balanza  en  minervino  escudo, 
trueca  una  alfajía  en  agudo  lanzón,  pónese  un  asa- 
dor al  cinto,  y  con  una  tacuara  se  fabrica  un  trabuco. 

"Guarnecido  de  pieles  de  conejo 
Vístese  un  mameluco  de  añascóte, 

Y  con  un  embreado  cordelejo 

De  tres  dobleces   preparó  el  chicote; 
Al  pasar  de  esta  guisa  ante  el  espejo. 
Vio  al  mismo   Satanás  con  capirote, 

Y  haciéndose  la  cruz  corre  al   establo, 
Pensando  que  en  su  cara  ha  visto  al  diablo." 

Ya  en  la  cuadra,  enjaeza  á  su  asno  y  cabalga  sobre 
sus  lomos,  saliendo  al  campo  más  fiera  y  arrogante 
que  las  heroínas  del  célebre  Ariosto.  La  casa  queda, 
obscura  y  en  paz,  bajo  la  custodia  del  fiel  Cerverino. 

"Sobre  el  asno,  al  que  adornan  negras  bandas 
Y   fúnebres  penachos  juntamente. 
Como  sombra   fatídica  en  volandas 
Se  mece   Malambruna  lentamente; 
Negro  mandil,   y  negras  holapandas 
Cubriendo   al   animal   hasta   la  frente. 
Parece   aquella   el    Genio   de   las   viejas 
Montado   en    una   tumba  con    orejas." 

Aquí  termina  el  canto  primero  del  poema  de  Fi- 
gueroa,  labor  que  no  hubiera  merecido  el  aplauso  de 
Juan   María   Gutiérrez,   para  quien   "la  trivialidad  no 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  109 


tiene  sonido  en  la  lira  americana.  Sus  notas  son  le- 
vantadas y  nobles  como  son  grandiosos  los  objetos 
de  la  naturaleza  que  la  inspira.  El  cinismo  y  las  pro- 
vocaciones á  la  risa,  propias  de  las  literaturas  acha- 
cosas y  artificiales,  se  buscarán  en  vano  entre  los 
buenos  versos   firmados  por  nuestros  poetas." 

Apresurémonos  á  decirlo.  Aun  considerando  el  gé- 
nero burlesco  como  uno  de  los  géneros  más  inferiores 
de  la  escala  poética,  no  lo  condenamos  con  tanta  se- 
veridad como  el  docto  y  adusto  crítico  argentino.  No 
hay  género  malo  cuando  el  orfebre  es  de  índole  su- 
perior, y  siendo  la  risa,  según  los  fisiólogos,  la  salud 
del  espíritu,  bueno  es  que  algún  ingenio,  digno  de 
loa,  trate  en  ocasiones  de  provocarla.  Nuestro  par- 
naso sufriría  mucho  si  la  suprimiéramos,  pues  con 
ella  desaparecería  la  nota  satírica  y  epigramática  con 
que  le  enriquecieron,  además  de  Acuña  de  Figueroa. 
Francisco  Xavier  de  Acha  y  Washington  P.  Ber- 
múdez.  A  veces,  empleada  como  látigo  contra  los  vi- 
cios, no  sólo  salubrifica  los  cerebros,  sino  que  mejora 
las  sociedades,  siendo  lo  cómico  un  recurso  estético 
de  eficacia  extrema,  á  pesar  del  triste  concepto  que 
les  mereció  á  Platón  y  á  Aristóteles. 

El  canto  segundo  empieza  con  la  llegada  de  Ma- 
lambruna  al  sitio  en  que  las  viejas,  congregadas  por 
el  diablo,  deben  reunirse  para  su  cruzada  en  contra 
de  la  hermosura.  Una  vez  allí,  nuestra  heroína  desen- 
frena y  afloja  la  cincha  al  jumento,  que  llena  los 
aires  con  el  más  sonoro  de  los  rebuznos.  Poco  á  poco 
van  llegando,  como  ánimas  en  pena,  los  escuadrones 
de  las  convocadas,  bien  decididas  á  batirse  á  la  greña 
con  todos  los  donaires  y  juventudes  que  les  salgan 
al  paso,  como  murciélagos  membranudos  que  envidian 
los  policromos  tintes  y  el  ágil  vuelo  de  las  alas  de 
seda   de   las   mariposas. 


HISTORIA  CRÍTICA 


"La  primera  que  llega  es  Curtamona, 
Vieja   fornida,   armada  de   una  tranca, 
Desabrochado   el   pecho,   y   por  valona 
De   púas   guarnecida   una   carlanca; 
Un  verso  bacanal  canta  ó  pregona 
Con  ronco  acento  que   del   pecho  arranca, 
Y  entre  ramos  de  parra  y   de  tabaco, 
Por  blasón  de  su  arnés  tiene  al  dios  Baco." 

Lentamente,  el  campo  de  la  cita  se  llena  de  una 
muchedumbre  de  viejas  ceñudas,  en  cuyo  estandarte 
se  mira  bordado  un  Cupido  desnudo  y  mofletón.  Uno 
de  los  escuadrones  obedece  á  Falcomba,  á  quien  aca- 
tan y  siguen  trescientas  desdentadas;  pero  Falcomba, 
á  la  que  quita  el  sueño  la  realeza  de  Malambruna, 
quiere  ser  generala  de  aquel  ejército  de  reumatismos 
y  carrasperas.  Tomados  los  votos  de  las  beligerantes, 
Falcomba  es  derrotada  por  Malambruna,  la  que  divide 
al  ejército  en  húsares  y  dragones,  confiando  la  te- 
nencia de  las  asmáticas  á  los  marimachos  más  intri- 
gadores y  maldicientes  que  figuran  en  el  diabólico 
y  feo  tropel.  Surge  de  pronto  una  querella  entre  Ma- 
lambruna y  Facomba,  pues  ésta  rechaza  los  conci- 
liábulos y  las  precauciones,  en  tanto  que  la  primera 
quiere  proceder  con  cautela,  para  no  prevenir  y  alar- 
mar á  las  jóvenes.  La  sorpresa  hará  más  fácil  la  vic- 
toria. Sorprender,  para  Malambruna,  es  sinónimo  de 
triunfar.  Falcomba  se  encabrita  y  protesta.  Ante 
aquella  rebeldía  inesperada,  Malambruna  siente  la  ne- 
cesidad de  imponer  sus  derechos  de  generala.  Oidla: 

"¡Silencio!  dice  la  otra  dando  un  grito. 
El   Genio  del   desorden   te  aconseja: 
¡Tú   oponerte   á   los   planes   que   medito! 
¿Es  esto  ser  comadre  ó  comadreja? 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 


Extraño  tu  insolencia,  lo  repito; 
¡Maldición  á  tu  escándalo  y  tu  queja! 
Pues  no  sé,  á  la  verdad,  como  concuerdes 
Cabello  blanco  y  pensamientos  verdes. 

No   es   intriga,  ambición,   ni  cobardía. 
Invitar  á  un   consejo  que   en  secreto, 
Bajo  un  orden  legal,  sin  anarquía. 
Fije  el  plan  de  batalla  más  discreto, 
Y  guárdate  de  hablar  con  demasía. 
Pues  no  te  ha  de  valer,  si  te  acometo, 
El  chafalote  que  te  cuelga  al  anca. 
Ni  aunque  tuvieses  de  Hércules  la  tranca. 

—  ¡Cesa  de  hablar  dislates  imprudentes!  — 
La  envidiosa  Falcomba  respondiera; 

Tus  intrigas  conozco,  en  todo  mientes; 
¡Aquí  lo  digo  y  lo  diré  doquiera!  — 

—  ¡Respeta  mi  poder,  momia  sin  dientes!  — 
Malambruna   gritó;   mas  la  otra,   fiera: 

—  Esto  me  importas  tú,  —  dice,  y  altiva 
Escupe  al  suelo  y  pisa  la  saliva. 

Las  viejas  hablan,  ríen,  se  hacen  gestos  de  rego- 
cijo» y  procuran  excitar  disimuladamente  á  las  que- 
rellantes; pero  Patifone,  cuya  prudencia  comprende 
los  males  que  originaría  la  continuación  de  aquel  es- 
cándalo, tercia  entre  las  combatientes,  aconsejándoles 
que  pregunten  al  Estado  Mayor  del  Ejército,  com- 
puesto de  treinta  viejas  que  suman  como  veinte  si- 
glos, si  debe  seguirse  el  plan  de  Falcomba  ó  si  se 
debe  proceder  de  acuerdo  con  la  cautela  patrocinada 
por  Malambruna.  La  generala  vence,  las  augures  se 
inclinan  á  favor  suyo,  y  el  ejército  se  pone  en  mar- 
cha hacia  un  monte  próximo,  donde  se  decidirá  la 
mejor  manera   de  que  las  reumáticas  aporreen,  des- 


HISTORIA  CRITICA 


calabren,  humillen,  deterioren  y  sustituyan  á  las  en- 
galanadas con  los  favores  de  la  juventud. 

Asi  concluye  el  canto  segundo  del  poema  de  Fi- 
gueroa.  Éste  explota  maravillosamente,  en  el  poema 
de  que  tratamos,  lo  que  Lemcke  llamaba  "lo  cómico 
de  lo  bajo",  no  sin  caer,  por  repetidas  veces,  en  el 
mal  del  achatamiento  y  la  ramplonería.  ¿Eran  cen- 
surables las  aficiones  de  nuestro  poeta?  El  mismo 
Lemcke  dice:  "Nada  más  sano  que  lo  cómico  bueno 
con  su  risa  franca.  En  su  marea  se  lavan  los  negros 
cuidados,  quedando  limpios  y  claros;  en  ella  desapa- 
recen las  más  sombrías  manchas.  Ensancha  y  refresca 
á  la  vez,  no  pudiendo  excogitarse  restauración  más 
á  propósito  ni  mejor  regulador.  Parece  mal  un  pue- 
blo de  vida  sana  del  cual  se  haya  desterrado  con 
gazmoñería  lo  bajo  cómico,  y  parece  mal  porque  in- 
dica un  estado  de  estrechez  en  todas  las  clases  de  la 
sociedad  que  es  perjudicial  para  el  conjunto.  Pero 
hay  que  tener  medida  para  lo  cómico  y  mantenerla 
con  gran  vigor."  Figueroa  no  siempre  lo  entendió 
así.  Buscando  la  expansión  de  risa,  cayó  frecuente- 
mente en  los  sucios  pantanos  de  la  vulgaridad  la- 
mentable y  grosera.  En  algunos  trozos  del  poema 
que  disecamos,  su  ingenio  sólo  se  salva  de  los  de- 
rrumbes mortales  á  que  le  empujan  sus  extravíos,  — 
cuando  se  hunde  con  exceso  en  lo  cómico  de  lo  bajo, 
—  por  la  donosura  de  la  versificación  de  las  octavas 
reales  en  que  casi  todo  el  poema  está  escrito.  La  oc- 
tava real,  que  es  el  metro  preferido  por  la  epopeya, 
es  un  metro  difícil.  Se  explican,  aunque  no  se  jus- 
tifiquen, los  traspiés  de  Figueroa,  observando  que 
la  chanza,  cuando  se  hace  violenta,  se  convierte  en 
bufonada,  transformándose  insensiblemente  en  impú- 
dica jocosidad  ó  en  chocarrería  tosca  y  sin  gracejo. 
A    veces,    por   soltarle   demasiado   la   brida   á  su   do- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  113 

naire,  nuestro  primer  poeta  rebajó  sus  chistes  é  in- 
geniosidades más  de  lo  que  permite  lo  cómico  de 
buena  ley,  lo  cómico  aceptable  como  resorte  produc- 
tor del  deleite  estético. 

En  el  canto  tercero,  Venus  resuelve  que  las  jó- 
venes sepan  el  peligro  que  las  amenaza.  No  quiere 
que  sus  rivales,  á  merced  de  la  noche,  las  sorprendan 
dormidas.  Los  mensajeros  de  la  voluble  diosa  del 
amor,  cupidillos  y  mariposas  de  alas  de  diamante, 
cumplen  su  encargo  con  solicitud,  vistiéndose  y  ar- 
mándose las  jóvenes  á  toda  prisa.  Reúnense  en  un 
prado  que  embalsama  el  céfiro,  y  donde  Citerea,  re- 
clinada en  el  coche  de  nácar  qué  tiran  dos  palomas, 
las  incita  á  nombrar  una  generala  que  las  guíe  á 
la  lid. 

"La  diosa  del  amor,  que  ya  empeñada 
En  favor  de  las  jóvenes  se  mira, 
Toma  á  su  cargo  la  elección  preciada, 

Y  entre  las  bellas  atenciosa  gira; 
Mas  fíjase  en  Violante  embelesada. 

Que  respeto  y  amor  á  un  tiempo  inspira, 

Y  dándole  un  jazmín  y  una  corona, 
Por   Generala  en  jefe  la  pregona." 

Con  aquella  corona  de  laurel,  sembrada  de  rubíes 
de  trecho  en  trecho,  la  hermosura  de  Violante  resalta 
de  tal  modo  que  el  niño  ciego,  el  dios  de  los  quereres 
apasionados,  el  dios  de  las  caricias  y  de  los  suspiros, 
la  vé  con  envidia  y  llora  de  angustia.  Violante  es 
más  encantadora  que  Cupido  y  más  hechicera  que 
Psiquis. 

"Quiere   Venus   armarla   de   guerrera, 

Y  el  arco  de  Cupido  con  su  mano 
Le  acomoda,  y  le  dá  la  lanza  fiera 
Que  maneja  en  la  lid  Mavorte  ufano ; 

8.  -  I. 


114  HISTORIA  CRÍTICA 


El  escudo  que  Palas  recibiera 
De   Júpiter,  presente  soberano, 

Y  ajusta  al  cuerpo,   delicado  y   fino, 
Cual  talismán,   su   ceñidor   divino." 

Al   fin,  en  un  llano  espacioso,  se  encuentran  ira 
cundos  los  dos  ejércitos,  tocándoles  á  las  jóvenes,  en 
los  comienzos  de  la  batalla,  la  parte  peor,  porque  la 
histérica  embestida  de  las  brujas  es  irresistible. 

"Caen  cien  ninfas,  que  atónitas  repelen 
El  embate  de  tanta  cachiporra. 
Mas  las  viejas  las  cascan  y  las  muelen 
Sin  andar  con  respetos  ni  pachorra; 
A   unas   les   dan  pellizcos   donde   duelen, 

Y  ellas  chillan  por  si  hay  quien  las  socorra: 
Vuelan  rizos,   plumajes  y   guirnaldas. 
Cayendo  unas  de  boca,  otras  de  espaldas. 

Allí  vieron  las  viejas  con  sus  ojos 
Cosas  que  nunca  vio   la  luz  del   día, 

Y  á  su  aspecto   crecían   los  enojos 
Que  un  recuerdo  de  envidia  las  movía; 
Dábanles  con  chicotes,  con  abrojos, 
Con  cuanto  Satanás  les  sugería, 

Y  las   cuitadas   ninfas   dirigentes 

Se   defienden   con   uñas   y   con    dientes." 

El  temor  de  prolongar  demasiado  este  modesto  es- 
tudio, no  nos  permite  reproducir  los  encuentros  par- 
ciales de  la  batalla.  Mucho  nos  duele  el  sacrificio  á 
que  nos  obliga  la  brevedad,  pues  se  nos  antoja  que 
merecen  ser  leídos  y  recordados  los  lances  de  Olim- 
pia y  Arcombrota,  Argia  y  Plutonisia.  La  versifica- 
ción, por  otra  parte,  es  siempre  esmerada,  pues  no 
sólo  los  consonantes  son  generalmente  poco  vulgares,. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  115 

lo  que  demostraría  descuido  y  falta  de  habilidad  en 
el  poeta,  sino  que  las  palabras  de  los  versos  están 
colocadas  con  arreglo  á  su  importancia  ideológica, 
lo  que  no  impide  á  las  octavas  ser  siempre  sonoras 
sin  afectación,  y  musicales  sin  abuso  visible  de  la 
cacofonía  que  tan  buen  efecto  produce  en  las  com- 
posiciones de  carácter  festivo.  El  poema  concluye 
cuando  Violante,  iluminada  por  la  diosa  del  amor, 
hace  que  su  escolta  cargue  sobre  las  viejas  enfure- 
cidas. Entonces,  muerta  Malambruna  de  un  estacazo 
que  le  machaca  los  sesos,  las  diabólicas  huestes  hu- 
yen y  se  precipitan  en  una  laguna,  donde  el  demonio 
las  esconde  y  convierte  en  plañideras  ranas. 

Tal  es  el  poema,  jacarandosa  sátira  sobre  la  que- 
rella de  clásicos  y  románticos.  Si  el  ingenio  de  Fi- 
gueroa  dá  la  victoria  á  los  últimos,  lo  hace  ridiculi- 
zando sus  exageraciones  con  la  risible  heroicidad  de 
sus  versos.  Blandolfa,  una  de  las  ancianas  más  au- 
daces y  más  coléricas,  nos  explica  bien  claramente  el 
alcance  de  la  composición  en  este  fragmento  de  silva: 

"Venga  esa  charlantina, 
Romántica   y   doctora   Minervina, 

Difundiendo  sus  tropos 
De   ¡maldición!   ¡Satán!   y  otros  piropos. 

Venga  con  su  repisa 
De   ensueños,  talismán  y  blanda  brisa; 

Yó  le  daré  tarugo 
Aunque  apele  á  Ducange  y  Víctor  Hugo." 

El  poema,  —  que  imita  burlescamente  á  las  compo- 
siciones románticas  en  lo  altisonante  del  estilo  y  lo 
fantástico  de  los  episodios,  así  como  también  en  la 
variedad  é  índole  de  los  metros  que  su  orfebre  em- 
plea, —  es  gracioso,   aunque   chocarrero,  y  no   empa- 


ii6  HISTORIA  CRÍTICA 


lidece,  sino  que  agranda  el  lustre  y  el  brillo  del  re- 
nombre de  Figueroa.  La  forma  epopéyica  de  que  se 
vale,  para  ridiculizar  á  la  escuela  literaria  que  triunfa 
y  se  impone  en  aquellos  días,  está  empleada  con  sin- 
gular acierto,  mereciendo  plácemes  la  originalidad 
del  asunto  y  el  primoroso  desarrollo  de  la  mayor 
parte  de  las  situaciones  cómicas  del  poema.  Justo  es 
decir  que  algunos  de  sus  versos  no  son  tan  pulcros 
como  la  crítica  desearía,  habiendo  estrofas  que,  por 
lo  mediocres,  pudieran  suprimirse  sin  que  se  notara 
su  eliminación.  Es  verdad,  también,  que  algunos  le 
reprochan,  con  visos  de  justicia,  haber  ridiculizado 
en  aquellas  octavas  á  la  vejez,  á  la  vida  que  se  hunde 
en  un  crepúsculo  de  tristezas  sagradas,  olvidando  que 
el  chiste  corrompe  y  se  corrompe  cuando  clava  sus 
flechas  en  lo  augusto  y  lo  grande;  pero  ese  cargo 
resulta  poco  consistente  si  se  tiene  en  cuenta  que, 
en  determinados  fragmentos  de  su  obra,  el  poeta  ad- 
virtió que  sólo  á  las  viejas  casquivanas  alcanza  su 
férula,  y  si  se  observa,  por  otra  parte,  que  la  escuela 
clásica  no  era  para  muchos,  en  aquel  entonces,  sino 
una  caducidad  gruñosa,  imperativa  y  cultiparlera. 
Este  poema,  escrito  durante  la  Defensa,  en  el  mejor 
de  los  períodos  creadores  del  satírico  excelso,  realza 
y  avalora,  —  tanto  como  sus  letrillas  y  sus  magistra- 
les composiciones  de  carácter  místico,  —  el  segundo 
de  los  volúmenes  de  las  obras  completas  de  Figueroa. 
Conviene  saber  que  la  Defensa,  el  sitio  de  Montevi- 
deo por  las  fuerzas  de  Oribe,  había  convertido  á  la 
ciudad,  hoy  alegre  y  coqueta,  en  un  centro  intelectual 
de  suma  importancia.  Casi  todos  los  hombres  de  al- 
guna representación  en  las  letras  platenses  residían 
en  la  ciudad  sitiada,  huyendo  de  la  cruel  tiranía  y 
del  exagerado  americanismo  de  Rosas.  Durante  aque- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  117 

lias  horas  de  lucha  cruel,  vivieron  y  pensaron  bajo 
el  cielo  de  luz  de  la  capital  uruguaya  Juan  María 
Gutiérrez,  Florencio  Várela,  Bartolomé  Mitre,  José 
Mármol,  Rivera  Indarte  y  Echeverría.  Rivera  In- 
darte,  que  había  sido  uno  de  los  pregoneros  del  par- 
tido federal,  cuando  abrazó  la  causa  de  los  unitarios 
por  motivos  personales  más  que  por  razones  políticas, 
mostróse  un  prosista  y  un  versificador  vehementí- 
simo y  lleno  de  facundia.  Propagandista  exaltado  y 
fogoso,  zarandea,  aturde,  amarga  y  enfurece  á  sus 
enemigos  desde  las  columnas  de  El  Nacional  de  Mon- 
tevideo, convirtiendo  en  un  cráter  eruptivo  de  pa- 
siones frenéticas  lo  que  fué  tribuna  de  decir  sesudo 
bajo  la  dirección  de  Alberdi  y  de  Lamas,  contrastando 
las  jóvicas  iras  de  sus  artículos  y  de  sus  estrofas  con 
el  temple  dogmático  del  decir  periodístico  de  Floren- 
cio Várela,  bajo  cuya  rúbrica  aparecían  los  editoriales 
de  El  Comercio  del  Plata.  Junto  á  ellos  se  levanta  don 
Esteban  Echeverría,  filósofo  político  en  el  Dogma 
socialista  de  la  Asociación  de  Mayo,  y  poeta  román- 
tico en  La  Cautiva,  primer  golpe  de  lanza  que  el  in- 
genio platense  dirigió  al  clasicismo  y  ánfora  en  que 
se  deposita  por  vez  primera  el  zumo  de  las  vides  de 
la  poesía  continental,  de  la  poesía  que  copia  el  ruido 
del  pampero  en  los  pajonales  y  el  chispear  de  la  luz 
en  la  policroma  diadema  de  los  siete  colores.  Dice 
Adolfo  Saldías:  "Gutiérrez,  Mármol,  Domínguez  y 
otros,  concurrían  con  sus  ecos  poéticos  á  la  revolu- 
ción contra  Rosas,  no  tanto  con  la  intención  precon- 
cebida de  asumir  la  propaganda  que  absorbe  todos 
los  momentos,  cuanto  impulsados  á  desenvolver  sus 
talentos  en  el  único  teatro  que  les  dejaba  la  época 
de  la  guerra  civil  en  que  se  deslizaban  sus  mejores 
años."  La  explosión  de  lirismo,  que  ilumina  con  lia- 


ii8  HISTORIA  CRITICA 

maradas  de  oro  y  de  púrpura  los  horizontes  de  aque- 
llos lustros  de  tempestad,  fué  sumamente  útil  á  la 
fecunda  musa  y  al  donairoso  ingenio  de  Figueroa. 

A  aquel  prodigioso  período  literario  pertenece  La 
Malambrunada,  que,  como  todos  los  poemas  burles- 
cos, no  es  sino  una  parodia  de  la  epopeya,  cuya  gra- 
cia reside  en  el  contraste  de  lo  trivial  del  asunto  con 
la  grandiosidad  del  estilo.  Si  se  los  considera  como 
factura,  no  valen  más  que  el  poema  de  Figueroa,  El 
faristol  de  Boileau  y  El  cubo  robado  de  Tasoni.  Esta 
manera  de  lo  cómico  artístico,  que  no  siempre  es  la 
imitación  de  lo  cómico  real,  tiene  su  origen  en  la 
tendencia  del  espíritu  humano  á  reproducir  y  á  pa- 
rodiar todo  lo  que  le  admira  y  todo  lo  que  le  seduce, 
mimetismo  de  que  ya  nos  habla  la  poética  de  Aris- 
tóteles. La  poesía  épico  burlesca  es,  pues,  —  como  dice 
Revilla,  —  una  variedad  especial  de  la  poesía  épica, 
que  afecta  las  formas  exteriores  de  la  épica  seria,  que 
debe  tener  los  mismos  elementos  y  que  debe  suge- 
tarse  á  las  mismas  condiciones  que  los  poemas  he- 
roicos de  mayor  fuste;  pero  en  la  cual,  "la  concep- 
ción épica  aparece  perturbada  y  contradicha  por  una 
manifestación  de  lo  cómico,  libremente  producida  por 
el  poeta."  El  contraste  entre  la  concepción  y  la  eje- 
cución, entre  el  fondo  y  la  forma,  como  antes  diji- 
mos, es  el  resorte  estético  de  que  se  vale,  en  éste 
como  en  casi  todos  los  casos  similares,  la  musa  có- 
mica. Como  los  hechos  heroicos  son  los  más  fáciles 
de  ridiculizar,  por  lo  mucho  que  se  prestan  á  la  exa- 
geración hinchada,  ningún  género  es  más  susceptible 
de  ser  parodiado  que  el  género  épico,  desarrollándose 
considerablemente  esta  variedad  de  la  poesía  heroica, 
por  las  facilidades  que  el  ambiente  sociológico  le 
proporcionó,  durante  el  medio  evo  y  las  primeras  ho- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  119 

ras  de  la  edad  moderna.  En  el  género  de  La  Malam- 
brunada,  el  parnaso  español  posee,  además  de  La  Ga- 
tomaquia  de  Lope  de  Vega,  notable  por  su  gracejo  y 
su  facilidad,  La  Perromaquia  de  Nieto  Molina,  especie 
de  plagio  de  la  obra  anterior,  que  vale  muy  poco,  y 
La  Mosquea  de  José  de  Villaviciosa,  que  no  sólo  ma- 
neja con  donaire  diestrísimo  la  octava  rima,  sino  que 
se  distingue  por  lo  acertado  del  plan,  lo  primoroso 
de  las  descripciones,  lo  realista  de  los  caracteres  y 
la  pomposa  elevación  del  estilo,  virtudes  que,  aun- 
que en  mucha  menor  escala,  también  se  encuentran  en 
el  poema  heroico  burlesco  de  nuestro  Figueroa. 


III 


En  los  tomos  tercero  y  cuarto  de  las  obras  de  éste, 
á  pesar  de  su  mucha  extensión,  nada  hallamos  digno 
de  especial  encarecimiento,  fuera  de  algunos  memo- 
riales en  verso  y  de  algunas  letrillas  bien  trabajadas. 
Género  es  éste  en  que  sobresalía  nuestro  poeta.  La 
letrilla,  al  final  de  cada  una  de  cuyas  estrofas  se  re- 
pite un  mismo  pensamiento,  debe  caracterizarse  por 
la  sencillez,  la  facilidad  y  la  gracia  en  el  lenguaje 
y  en  la  intención.  Es  un  tema  que  se  amplifica  en 
las  glosas,  llamándose  estribillo  á  la  parte  que  se  re- 
pite en  cada  una  de  las  estancias,  y  siendo  modelos 
de  esta  especie  inferior  del  poema  lírico  las  letrillas 
satíricas  que  burilaron  con  travesura  extrema  Gón- 
gora  y  Quevedo.  Casi  todas  las  que  escribió,  con 
chistosísima  fluidez,  nuestro  Figueroa,  tienen  un 
marcado  carácter  político,  lo  que  nos  permite  ase- 
verar, sin  miedo  á  reproches,  que  los  males  de  hoy 
eran  ya  conocidos  por  los  hombres  de  antaño. 


HISTORIA  CRITICA 


"Caudillo  ambicioso, 
Tirano   insolente, 
¿Tú  invocas  perjuro 
La  patria  y  las  leyes? 
Quien  no  te   conozca 
Te  compre  y  en  breve 
Dirá   arrepentido: 
(Qué  el  diablo  te  lleve! 

El  beso   de   Judas 
Traidor   nos  ofreces 
Con   esas  patrañas 
Que   dices   y   mientes; 
Si  un  tonto  con  ellas 
Se  emboba  y  embebe, 
Hay  mil  que  repiten: 
¡Qué   el   diablo   te   lleve!" 

Otras  veces,  en  Los  decretos  pilatunos,  nos  pinta 
la  eterna  injusticia  de  las  resoluciones  gubernamen- 
tales, que  todo  lo  conceden  al  servilismo  vil  y  que 
todo  lo  niegan  al  mérito  altivo. 

" —  El  que  suscribe,  editor 
De   El  libre,   hoy    desengañado. 
Con   el   ministro   ha  pactado 
No  ser  más  opositor; 
Mas  como   los  liberales 
Se   le   borran,   justo   es 
Le   abone   el    gobierno   al   mes 
Dos  mil   cruzados  cabales, 
Y   dos  mil   también  mensuales 
Para  reclutar   partido. 
—  Concedido. 

—  Yo,   nacional,   lograr  quiero 
Un   cargo   que   me   disputa 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 


Otro,  que  á  tiempo  disfruta 
De  tres  naciones  el   fuero. 
Político   camaleón 
A  todo  rumbo  hace  vela, 
Pues  para  él  la  escarapela 
Es  mueble  de  quita  y  pon; 
Yo  espero  en  mi  pretensión 
La   preferencia  alcanzar. 
—  No  ha  lugar." 

Además  de  las  letrillas,  que  pueden  ser  amorosas 
y  satíricas,  según  el  asunto  en  que  están  basadas, 
señalaremos,  en  el  tomo  cuarto  de  las  obras  de  nues- 
tro poeta,  la  composición  que  lleva  por  título  Los 
tertulianos  del  mus.  Reuníanse,  después  del  sitio,  al- 
gunos personajes  de  cierta  importancia  en  la  casa  de 
don  Mateo  Martínez.  Nuestro  bardo  se  entretuvo  ca- 
ricaturándolos en  unas  décimas  tan  ricas  en  donaire 
como  pródigas  en  juegos  de  palabras,  concluyendo  la 
serie  de  siluetas  con  su  propio  retrato,  que  dice  así: 

"Infalible   allí   se   vé. 
Con  varita  y  antiparras. 
El  miope  vate   de  marras. 
Que   fuma  y  toma  rapé; 

Y  aunque  en  largas  coplas  dé 
Perlas  por   dientes  á   Irene, 
Largo   cabello   á   Climene 

Y  sonora  voz  á  Elisa, 
Todo  es  charla  y  causa  risa. 
Que  eso  es  dar  lo  que  no  tiene." 

Pocas  novedades,  dignas  de  mención,  encontramos 
también  en  el  tomo  quinto,  cuyas  páginas  abundan 
en  charadas,  improvisaciones  y  enigmas,  no  siendo 
estos  últimos  sino  una  especie  de  alegoría,  en  que 


HISTORIA  CRÍTICA 


se  representa  una  cosa  por  otra,  que  de  propósito 
se  envuelve  bajo  circunstancias  que  lleguen  á  obs- 
curecerla, según  la  clásica  definición  del  retórico 
Blair.  No  bastan  á  salvar  al  volumen  del  muérdago 
del  olvido,  el  cuadro  poético  El  ajusticiado  y  la  pro- 
saica Apología  del  choclo.  Figueroa  no  ha  nacido 
para  cantar  asuntos  tan  tétricos  como  el  asunto  en 
que  se  inspira  la  primera  de  las  composiciones  cita- 
das. Redujese  á  parodiar  unos  populares  versos  de 
Espronceda;  pero  poniendo  mucho  de  sí  mismo  en 
la  imitación,  porque  Figueroa,  hasta  en  sus  caídas, 
supo  ser  Figueroa.  En  cuanto  á  la  segunda  de  las 
poesías  citadas,  parécenos  que  no  es  merecedora  de 
los  muchos  elogios  que  nuestros  padres  le  tributa- 
ron, en  los  tiempos  felices  en  que  la  mazamorra  y  la 
carbonada  constituían  el  deleite  de  los  gastrónomos. 
Lo  mejor  de  ella  no  está,  por  cierto,  en  las  octavas 
reales  con  que  principia,  sino  en  el  romance  octasí- 
labo  en  que  nos  describe  el  maizal  alumbrado  y  bru- 
ñido por  las  rachas  ardientes  del  sol  del  verano. 

"Es   hermoso  en   el   estío 
Ver   en  los   prados   de   Oriente, 
El  maizal  nuevo  y  flexible 
Como   un   lago   de   ondas   verdes. 

O   como  ejército   inmenso 
Allí   apiñado   é   inerme, 
Cuyas  flotantes  garzotas 
Rojas  y  rubias  se  mueven. 

Mil   mariposas  en  torno 
Se   acercan,   huyen   y   vuelven 
O    sobre    sus   anchas    hojas 
Libando   el    néctar  se   mecen. 

Alh'    el    labrador   contempla 
Su   rico   tesoro   en    ciernes, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  123 

Que   en  vistoso   panorama 
Halagan   las   auras   leves. 

Y   el  fértil  suelo  bendice 
Do  benigno  el  cielo  quiere 
Que   una  mazorca   recoja 
Por  cada  grano  que   siembre. 

Allí,  en  su  largo  capullo, 
Se  vé  el  tierno  choclo  endeble, 
Que  luego  en  maíz  valioso 
El  sol  y  el  aire  convierten. 

Crisálida   inanimada, 
En  metamorfosis  breve, 
Sin  mudar  forma  ni  esencia. 
Su   calidad   ennoblece. 

De  él  se  hace  la  fresca  chicha 
Que  ansioso  el  etiope  bebe, 

Y  el  gofio  que  los  canarios 
Al   dulce   mejor  prefieren. 

Las   secas   hojas  al   pobre 
Mullido   colchón  ofrecen, 
O   en   el  aterido   invierno 
De  su  hogar  el  fuego  encienden. 

En  su  chala,  por  más  gratos. 
Los  cigarrillos  se  envuelven, 

Y  ella  misma,  en  las  penurias, 
Sirve  de  tabaco  á  veces. 

Así  á  la  virtud   del   choclo 
Mil   beneficios   se    deben. 
Pues   por   él   cocina   el   hombre. 
Bebe,   come,   fuma  y   duerme." 

Lleno  viene  también  el  tomo  siguiente  de  trivia 
lidades,  como   improvisaciones,  acertijos,   enigmas  y 
charadas.  Por  fortuna  le  dan  cierto  valor  un  memo- 
rial y  algunas  letrillas.  El  poeta  pide,  en  el  memo- 


124  HISTORIA  CRÍTICA 


rial,  que  le  abonen  un  par  de  sueldos,  aunque  se  los 
abonen  en  pequeñas  cuotas.  Sabe  las  penurias  que 
pasa  el  erario,  pero  funda  su  petición  en  que  es  tanta 
la  pobreza  de  su  indumentaria  que 

"Si   mis  zapatos   se   ríen 
Mis   pantalones   suspiran, 
Y  el  paltó  más  bien  parece 
Fariseo  que  levita." 

El  poeta  es  siempre  admirable  en  sus  letrillas,  que, 
como  el  soneto  y  el  romance,  son  formas  métricas 
más  que  verdaderos  géneros  líricos.  La  letrilla  per- 
mite á  sus  cultores  entregarse  á  todos  los  caprichos 
de  la  versificación,  haciendo  lujo  y  gala  de  fluidez 
y  de  ligereza.  El  origen  de  la  letrilla  se  pierde  en 
los  siglos  infantiles  de  la  lengua  castellana,  siendo 
la  sencillez,  el  donaire  y  la  ingenuidad  los  rasgos 
característicos  de  esta  índole  de  composiciones,  que 
ya  eran  estimadas  y  bien  queridas  entre  los  rimadores 
de  la  corte  de  don  Juan  II.  Tienen  por  objeto  el 
amor  y  la  sátira,  siendo  satíricas  la  mayor  parte  de 
las  que  nos  legó  nuestro  Figueroa. 

La  sátira  es  el  látigo  que  fustiga  las  extravagan- 
cias, las  ridiculeces,  los  vicios  y  la  perversidad  de 
los  hombres.  La  sátira  es  mordaz,  es  acre  y  vigorosa 
cuando  se  aplica  como  cáustico  sobre  los  vicios,  y  es 
chispeante,  es  chancera  y  zumbona,  cuando  persigue 
las  debilidades  humanas,  las  ridiculeces  dignas  de 
compasión  y  no  merecedoras  de  aborrecimiento.  La 
letrilla  no  gusta  de  la  indignación,  siendo  sus  armas 
la  risa  y  el  menosprecio,  la  ironía  punzante  y  ligera. 
Así,  en  el  tomo  sexto  de  las  composiciones  de  Fi- 
gueroa, las  letrillas  que  se  titulan  El  nuevo  progreso 
pican  y  huyen  como  las  abejas,  versando  sobre  la  in- 
tervención  anglo  -  gala,   los  malos  jueces,  los  malos 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  125 

médicos,  los  empleados  mediocres,  los  poetas  ínfimos, 
el  lujo  desmedido  y  el  préstamo  usurario,  que  ya 
existía  en  los  tiempos  del  locro  y  del  pororó.  Todas 
esas  letrillas  están  escritas  con  el  fino  gracejo  y  la 
difícil  facilidad  que  constituyen  la  característica  de 
la  musa  del  patriarca  de  nuestro  parnaso.  No  son  las 
mejores  que  produjo  su  numen;  pero  acrecientan, 
con  su  valer,  el  caudaloso  río  de  su  justa  y  perdu- 
rable fama. 

"Hay  juez  que  usa  de  dos  varas: 
Una  tuerta,  otra   derecha; 

Y  aun  tiene,  si  le  aprovecha, 
Como  el  dios  Jano,  dos  caras. 
El  litigante  á  sus  aras 
Llega,  y  le  asalta  un  sabueso: 

¡Qué  viva  el  progreso! 

Este   primer  mordiscón 
Que  le  dá  el  sabueso  en  puertas. 
Se  llama,  si  ya  no  aciertas. 
Juicio  de  conciliación. 
Aquí  empieza  la  pasión 
Del  Cristo,  que  llevan  preso: 

¡  Qué  viva  el  progreso ! 

Si  á  tela  de  juicio  vá 
Ya  tiene  la  vida  amarga: 
La   intervención  no   es  tan   larga 
Como  su  juicio  será; 
Porque  el  pleito  es  el  maná 
Que  mantiene  al   juez  obeso: 

¡  Qué  viva  el  progreso ! 

Sigue   al    Calvario   el   cuitado, 

Y  después  de  cien  gabelas. 


126  HISTORIA  CRÍTICA 

Le  chupan,  cual  sanguijuelas, 
Juez,  escribano   y   letrado; 
Y   al   fin,   exhausto,   arruinado, 
Le  sentencian   su   proceso: 
¡Qué  viva  el  progreso!" 

Empieza  el  tomo  séptimo  con  una  traducción  y  con 
una  perífrasis  de  las  Lamentaciones  de  Jeremías.  Fi- 
gueroa  sobresale  siempre  que  se  ocupa  de  asuntos 
místicos.  Tiene  unción,  armonía  y  grandeza,  por  lo 
que  agradan  y  sobreviven,  á  pesar  del  cambio  sufrido 
por  las  ideas,  estas  composiciones  suyas  de  carácter 
sacro,  que  ponen  de  manifiesto  y  en  transparencia 
la  casi  universalidad  de  su  numen.  También  se  en- 
cuentra, en  las  páginas  del  tomo  séptimo,  una  can- 
cioncilla  titulada  El  pío  -  pío,  que  pertenece  al  gé- 
nero de  las  canciones  bucólicas  y  elegiacas  de  Me- 
léndez  Valdés.  Un  zagal,  que  pasa  junto  á  un  arbusto, 
se  apodera  de  una  paloma  que  tenía  su  nido  allí.  En 
el  nido  piaban  dos  pichonzuelos.  Al  sentirlos  quejarse 
desesperados,  la  madre  aletea  sin  lograr  escaparse  de 
las  manos  del  rústico.  El  poeta  dice: 

"La   frígida   noche 
Llega,   y   en   el  nido 
Sufren    la   intemperie 
Los  dos  huerfanitos. 
Faltos  de  alimento, 
Implumes,  sin  brío, 
Van    desfalleciendo 
En  largo  martirio. 
Y  á  dúo   piaban 
Al  viento  y  al  frío: 

Pío,  pío, 

Pío,  pío. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  127 

La  triste   cautiva 
Sin  ver  á  sus  hijos, 
Desdeña  en  la  jaula 
El  trébol  y  el  trigo. 

Y  al  alba  naciente 
En  un  paroxismo 
Cayó  reclinando 

El  cuello  y  el  pico. 

Y  exhala  en   sus  ansias 
Este  último  trino: 

Pío,  pío, 
Pío,  pío. 

Zagal  insensible 
Con  pecho   felino. 
Tu  propia  conciencia 
Será  tu   castigo. 
La  triste  avecilla 
En  míseros  trinos 
Pedíate  en  vano 
Su  prole  y  su  nido. 
Doquier  su  lamento 
Resuene  en  tu  oído: 

Pío,  pío, 

Pío,  pío." 

El  género  bucólico,  inspirado  en  el  amor  de  la  na- 
turaleza, está  tan  lejos  del  prosaísmo  y  de  la  grosería 
como  de  la  cultura  excesiva  y  de  la  elevación  afec- 
tada. Son  propios  de  lo  eglógico  y  de  lo  idílico,  así 
como  también  de  la  elegía  bucólica,  los  sentimientos 
tiernos,  y  las  imágenes  dulces  y  sencillas.  En  la  le- 
trilla pastoral,  que  antecede,  el  pensamiento,  la  elo- 
cución, el  estilo  y  el  metro  concurren  al  fin  suave 
y  educador  que  se  propuso  el  numen  del  poeta.  Los 


128  HISTORIA  CRÍTICA  

versos  de  seis  sílabas,  que  hemos  transcrito,  además 
de  su  mucha  casticidad,  son  sobrios,  naturales,  llenos 
de  sentimiento  y  apropiadísimos  para  el  álbum  de 
una  niña  de  saya  corta,  objeto  para  que  nuestro  poeta 
los  buriló  con  el  docto  cincel  de  su  métrica  clásica. 

Merecen  también  especial  mención,  en  el  mismo 
tomo,  la  letrilla  Cosa  es  de  llorar,  cosa  es  de  reír; 
pero  apenas  merece  el  recuerdo  que  aquí  le  consa- 
gramos la  elegía  que  inspiró  á  su  patriotismo  la 
muerte  del  general  Rivera,  acaecida  el  13  de  Enero 
de  1854  en  las  orillas  del  arroyo  de  los  Conventos. 
Triste  era  el  aspecto  que  ofrecía  á  los  ojos  la  cam- 
paña de  nuestro  país  al  terminar  las  homéricas  lides 
de  la  Guerra  Grande,  Urquiza  y  Oribe  celebraron  el 
tratado  de  paz  que  la  clausuraba  el  8  de  Octubre  de 
1851.  Dispersas  las  familias,  las  chozas  en  escombros, 
los  rodeos  abandonados,  sin  cultivo  las  tierras  de 
pan  llevar,  mermada  la  población  por  la  escasez  y  la 
hoja  del  cuchillo,  lúgubres  y  sombríos  eran  los  cam- 
pos de  la  patria  recién  nacida  á  la  independencia.  En 
vano  quiso  restañar  las  heridas  abiertas  por  la  lucha, 
la  administración  proba,  pero  sin  energía,  de  don 
Juan  Francisco  Giró.  Las  pasiones  políticas,  la  sed 
de  preponderancia  de  los  partidos,  le  salieron  al  paso. 
La  fracción  colorada  no  se  avenía  con  la  derrota  á 
que  la  condenaron  las  elecciones  verificadas  á  raíz 
del  patriótico  convenio  de  Octubre.  Agitó  los  espí 
ritus,  incubando  una  nueva  y  dura  tempestad.  El  18 
de  Julio  de  1853  se  amotinaban,  fusilando  á  la  guar- 
dia nacional,  las  tropas  de  línea  puestas  bajo  las  ór- 
denes de  César  Díaz  y  de  León  Palleja.  Transcurrido 
dos  meses.  Giró,  aterrorizado  por  las  virulencias  opo- 
sitoras, abandonó  el  poder,  constituyéndose  un  triun- 
virato para  gobernar  provisoriamente  el  país.  Rivera, 
que  era  uno  de  los  triunviros,  volvió  del  Brasil,  donde 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  129 


se  encontraba,  cerrándole  los  ojos  los  dedos  de  la 
muerte  al  fulgor  de  las  luces  matinales  de  un  día 
de  estío  de  1854.  Eran  próximamente  las  seis  de  la 
mañana  cuando  murió  el  caudillo.  —  Renacía  la  gloria 
del  incásico  sol.  —  Cerró  los  ojos  cerca  de  Meló,  á 
poca  distancia  de  la  frontera  que  tantas  veces  de- 
fendió su  osadía  en  los  lustros  de  bronce,  mirando 
aun  las  piedras  de  los  marcos  labradas  con  las  chis- 
pas de  pedernal  de  los  trabucos  de  los  tiempos  de 
Artigas. 

Si  poco  vale  la  elegía  que  Figueroa  dedicó  á  Ri- 
vera, no  vale  mucho  más  el  epicenio  fúnebre  que 
consagró  su  musa  á  la  memoria  del  jefe  de  los  Treinta 
y  Tres,  caído  para  siempre  en  brazos  de  la  sombra 
muy  poco  antes  de  que  la  sombra  se  apoderase  del 
invasor  victorioso  de  las  Misiones.  ¡  Sarcasmos  y  lec- 
ciones del  destino!  ¡Los  restos  de  los  jefes  de  los 
dos  partidos  tradicionales  fueron  sepultados  en  la 
misma  nave  de  la  principal  de  las  iglesias  montevi- 
deanas,  con  la  misma  pompa,  con  la  misma  venera- 
ción, arrullando  su  letárgico  sueño  los  mismos  esqui- 
lones y  las  mismas  salmodias,  como  si  la  eternidad 
se  complaciese  en  decir  á  los  vivos  que  nada  significan 
los  matices  y  los  enconos  que  se  disuelven  en  un 
montón   de   tierra   descolorida! 

Si  es  escaso  el  valor  de  las  elegías  que  contiene 
el  octavo  tomo,  todas  las  letrillas  que  leemos  en  sus 
páginas  son  dignas  de  loa,  desde  la  que  la  musa  de 
nuestro  bardo  consagró  á  los  miriñaques  hasta  las 
consagradas  á  la  sarcástica  defensa  de  Los  bailes  la 
polka  y  el  schottish. 

"El  schottish  y  polka  son 
Dos  bailes  de  honra  y  provecho; 
Pie  con  pie,  pecho  con  pecho 
Se  baila,  y  viva  la  unión! 
9.  -  I. 


HISTORIA  CRITICA 


Y  á  esa  inocente  fusión 
Llaman  peligroso  exceso: 

¡A   otro   can   con   ese   hueso!" 

En  ese  tono  y  con  esa  fluidez  está  trazada  toda 
la  letrilla. 

"Esas  viejas  y  devotas 
Que  á  la  polka  hacen  el  bú, 
Antes  de  ahora  con  su  ondú 
Bien  se  ponían  las  botas; 

Y  hoy   quieren,   de   puro   idiotas, 
Servirnos   de   sobrehueso: 

¡  A  otro  can  con  ese  hueso ! 

En   sus   tiempos,   como   es   llano, 
Cada   uno   ha  sido   un   sultán, 

Y  hoy  el  rol  haciendo  están 
Del   perro   del   hortelano; 

Y  acusan  como  profano 

Lo  que  antes  fué  un  embeleso: 
i  A  otro  can  con   ese  hueso ! 

Rabian  porque  el   sexo   lleva 
El   descote   abierto   y   bajo: 
¿Qué  cotilla  ni  que  atajo 
Llevó  nuestra  madre  Eva? 
Santos  son  á  toda  prueba 
Pues  se   escandalizan   de  eso: 
¡A   otro   can    con   ese    hueso!" 

Son  igualmente  bellas,  en  el  tomo  octavo,  las  oc- 
tavillas italianas  tejidas  en  encomio  del  clavel  del 
aire: 

"i  Salve,  rey   de   los  claveles, 
Flor    del    aire   que   me    hechizas, 
Blanco  ó  rojo,  simbolizas 
La   inocencia  ó  el  rubor. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  131 

Más  sublimes,  no  tan  fieles, 
Otros  vates  te  han  loado, 
Silfo  aéreo,  flor  sin  prado, 
¡Oh  clavel  emperador! 

Bello  enigma  indefinible 
De  fragancia  y  donosura. 
Misterioso  en  la  natura 
Suspendido  al  aire  estás; 
Y   meciéndote   apacible 
Sobre  flores  exquisitas. 
Entre  cielo  y  tierra  habitas. 
Excepción  de  las  demás." 

Las  seis  octavillas,  de  que  consta  la  composición, 
son  tan  tersas  y  musicales  como  las  anteriores;  pero 
justo  es  decir  que  Figueroa  carecía  del  frenesí  lírico, 
del  entusiasmo  poético  que  requiere  la  índole  de  cier- 
tos asuntos.  Si  se  salva  siempre,  escriba  lo  que  escriba, 
es  por  lo  siempre  primoroso  de  la  versificación.  Para 
mal  de  su  gloria,  en  los  ocho  volúmenes,  todos  ellos 
de  más  de  ochocientas  páginas,  que  acabamos  de  re- 
correr, abundan  las  composiciones  de  circunstancias. 
Mejor  fuera  que  muchas  de  ellas,  indignas  de  su  in- 
genio, no  hubiesen  sido  coleccionadas  por  el  autor. 
Afean  su  obra  lo  que  no  es  decible  y  perjudican  no- 
tablemente á  su  fama,  saliéndose  de  la  lectura  de 
esos  ocho  libros  con  el  sentimiento  de  que  nuestro 
poeta  no  empleara  mejor  las  grandes  dotes  que  le 
concedió  la  naturaleza.  No  hay  presidente  que  no 
tenga  allí  una  felicitación,  un  saludo,  algún  home- 
naje de  aquel  cortesano  ingenio,  que  poco  distinguió 
ó  quiso  distinguir  de  consecuencia  y  colores  políti- 
cos. No  hay  bautizo,  merienda,  banquete,  sarao  ó  ve- 
lorio, en  cuyas  copas  no  deje  escritos  algunos  acrós- 
ticos ó  anagramas,  como  no  se  pasan  diez  páginas  de 


132  HISTORIA  CRÍTICA 

lectura  sin  su  correspondiente  charada,  acertijo  ó 
enigma,  pobres  juegos  de  ingenio  que  sólo  sirven 
para  que  la  crítica  ponga  en  duda  el  ingenio  de  los 
que  así  juegan,  estropeando  sin  discreción  el  propio 
donaire  y  el  ajeno  gusto.  No  extrañemos,  pues,  que 
aquella  caótica  é  insignificantísima  producción  de  ri- 
mas y  ritmos,  deslustre  las  contadas  composiciones 
de  verdadero  mérito  con  que  el  lector  tropieza  al  re- 
gistrar los  ocho  abultados  volúmenes,  porque,  amén 
de  las  letrillas  y  de  los  memoriales  en  verso,  pocas 
de  las  composiciones  burlescas  de  nuestro  primer 
bardo  hubieran  excluido  de  las  llamas  el  cura  y  el 
barbero  pintados  por  Cervantes.  Figueroa  abusa  de 
su  facilidad,  todo  lo  encuentra  digno  de  ser  trovado, 
y  cuando  algún  asunto  de  importancia  le  sale  al  en- 
cuentro, lo  teje  con  premura,  como  si  se  tratara  de 
cosa  baladí  ó  como  si  el  cancionero  temiera  que  otra 
lira  le  ganase  el  tirón.  Proporcionar  al  público  algu- 
nos minutos  de  inocente  placer  y  conseguir  el  aplauso 
de  los  corrillos  que  se  forman  delante  de  las  impren- 
tas, —  en  cuyas  tapias  está  pegado  el  número  del  día, 
—  diríase  que  es  todo  lo  que  apetece  y  busca  el  poeta 
que  escribió,  para  castigo  de  sus  pecados,  La  exaltación 
del  bagre.  El  frenesí  lírico  no  le  hizo  suyo  nunca, 
ni  conoció  jamás  el  platónico  transporte  de  las  ho- 
ras de  la  creación  destinada  á  ser  imperecedera.  No 
es  un  sensitivo,  lleno  de  saudades  contagiosas  y  ala- 
das, ni  tiene  la  elocuencia  del  numen  que  consigue 
deslumhrar  á  las  muchedumbres  con  la  arrebatadora 
visión  de  la  belleza  artística.  Jamás  se  embriaga,  ja- 
más se  desborda,  jamás  se  sobrexcita  con  el  perfume 
del  humo  y  con  el  contacto  de  las  brasas  del  entu- 
siasmo del  ensueño  inmortal.  La  canción  patria,  la 
canción  sublime,  la  canción  que  arrulló  nuestra  cuna 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  133 

y  flotará  consoladora  sobre  nuestro  sepulcro,  fué  un 
momento  de  excepción,  una  ráfaga  de  genio  no  repe- 
tida en  toda  su  vastísima  obra.  Es  correcto  en  sus 
rimas,  parco  en  sus  imágenes  y  frío  en  sus  apostro- 
fes, salvo  en  muy  contadísimos  momentos  de  efer- 
vescencia imprevista  y  feliz.  Ello  no  obsta  para  que, 
en  esos  raros  trances,  una  su  nombre  al  nombre  del 
terruño  en  que  se  despertó  á  la  luz  de  la  vida,  enla- 
zando al  recuerdo  de  nuestras  glorias  más  puras,  al 
recuerdo  de  las  glorias  de  nuestra  emancipación,  los 
melodiosos  sones  de  su  lira  de  oro,  que  la  naturaleza 
formó  para  la  jácara  más  que  para  la  oda  y  más  que 
para  el  himno. 

Lo  mejor  de  sus  obras  son  las  letrillas,  los  donaires 
epigramáticos  y  las  composiciones  que  le  inspiró  la 
brega  de  toros,  género  poético  por  él  inventado  y  al 
que  se  deben  algunos  de  sus  fragmentos  más  sobre- 
salientes. Muy  rica,  riquísima,  no  sólo  en  número, 
sino  en  valer,  es  su  Antología  epigramática,  que  con- 
tiene más  de  mil  cuatrocientas  composiciones,  dignas 
de  haber  nacido  en  las  mejores  épocas  del  parnaso 
español.  Muy  pocas  de  ellas  son  de  desecho,  porque 
en  todas  ellas  el  arquero  del  chiste  acierta  ó  se  apro- 
xima al  centro  del  blanco,  siendo  en  todas  ellas  do- 
nosa la  sal  y  sutil  la  zumba  de  que  se  vale.  A  pesar 
de  lo  negativo  del  medio  literario,  ó  tal  vez  porque 
era  negativo  ese  medio,  sus  composiciones  epigramá- 
ticas fueron  tan  celebradas  en  aquella  época  como 
en  nuestros  días,  pues  no  hay  que  olvidar  que  el  epi- 
grama, expresión  de  un  pensamiento  fino  é  ingenioso 
en  forma  jocosa  ó  satírica,  no  pasa  de  ser  uno  de  los 
géneros  poéticos  menores.  El  epigrama,  que,  según 
Marmontel,  es  el  más  corto  de  todos  los  poemas, 
funda  á  veces  su   gracia  en  un  simple   equívoco,  y 


134  HISTORIA  CRÍTICA  

no  es.  otras  veces,  sino  una  mera  trivialidad  inten- 
cionada. Compónese  de  una  parte,  llamada  nudo,  en 
que  se  pica  é  interesa  la  curiosidad  del  lector,  y  de 
otra  parte,  llamada  desenlace,  en  que  esa  curiosidad 
queda  satisfecha  por  el  chiste  oportuno  y  maligno- 
Muchos  de  los  poemillas  satíricos  de  nuestro  poeta 
podrían  servir  de  ejemplo  retórico,  teniendo  nuestros 
padres  sobrada  razón  para  aplaudir  y  perpetuar, 
aprendiéndola  de  memoria,  la  labor  de  nuestro  tro- 
vero, pues  éste,  sin  pretenderlo  y  sin  apercibirse 
de  lo  que  hacía,  nos  legó  la  más  abundante  y  la  más 
valiosa  de  las  antologías  epigramáticas  que  el  mundo 
conoce.  No  hay  país  que  pueda  oponernos  otra  que 
la  iguale,  ni  otra  siquiera  que  se  le  asemeje,  por  ser 
producto,  como  la  nuestra,  de  una  sola  edad  y  de  un 
ingenio  solo.  Una  frase,  un  tipo,  una  anécdota,  una 
cita  maliciosa,  una  ley  reciente,  un  juego  de  pala- 
bras oídas  al  pasar,  todo  le  servía  á  nuestro  poeta 
para  derroche  y  lujo  de  su  facundia.  Así  se  muestra, 
sin  esfuerzo  y  sin  petulancia,  burlón,  maligno,  feliz, 
oportuno,  antitético  é  hiperbólico,  según  lo  requie- 
ren el  donaire  ó  la  intención  del  asunto  que  explota. 
En  la  mayor  parte  de  sus  composiciones  de  índole 
epigramática,  el  gracejo,  oculto  al  principio,  estalla 
como  un  cohete  no  bien  se  trasluce  el  intento  atre- 
vido ó  sarcástico.  No  siempre  su  musa  es  limpia  y 
bien  hablada;  pero  es  siempre  decidora  y  regocijante, 
sintiéndose  en  sus  mismos  verdores,  más  que  afán 
de  impureza,  afán  de  esparcimiento  y  de  gozosa 
charla. 

"  —  Ayer   el    furriel    Marcial, 
Decía  un    chico   á   su   madre. 
Me   trató   de   hijo   sin    padre 
Y   también   de   hijo   de  tal. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  135 

—  ¡Tú  sin  padre!   Ese  furriel 
Miente  como  un  deslenguado; 
Talvez,   si   se   hila   delgado, 
Tengas  tú  más   padres  que   él." 

Léase  este  otro : 

"Enfermó  un  procurador, 
Trapalón   de   siete  suelas, 
Y  al  punto  unas  sanguijuelas 
Mandó  aplicarle  el  doctor. 

—  Eso,  dijo  un  circunstante 
Es  recetar  por  capricho, 
¡Sanguijuelas!....    Ese  bicho 
No  muerde  á  su  semejante." 

Léase  este  otro : 

" — ¿No  está  en  este  monasterio 
Sor   Inocencia,   novicia?  — 
Preguntó  uno  sin  malicia 
Al   capellán   fray   Silverio. 
Este,  que  de  mala  luna 
Salía   de  confesar, 
Respondió:  —  En   este   lugar 
No  hay  Inocencia  ninguna." 

Y  este  otro: 

" — Mira,  zopenco,  que  quiero, 
Dijo  á  un  aldeano  un  doctor. 
De  la  cebada  mejor 
Para  mi   caballo  overo.  — 
Y  él   responde:  —  Mi   cebada 
Podéis   probar,   voto  á    Dios! 
Es  fresca  y  ya  para  vos 
La  tengo  aquí  separada." 


136  HISTORIA  CRÍTICA 


Y  este  otro: 

"  —  Yo   por   adquirir   honor 
Escribo  y  no  por  dinero,  — 
Un  escritor  extranjero 
Dijo  á  un  patriota  escritor. 

Y  éste  responde:  —  Eso  es  de  ene: 
Tú  por  honor,  yo  por  plata; 
Cada  uno  en  el  mundo  trata 

De  ganar  lo  que  no  tiene." 

Así  son,  fáciles  y  traviesas,  todas  las  redondillas 
epigramáticas  de  Figueroa,  rayando  igualmente  en 
notabilísimas  algunas  de  sus  célebres  toraidas,  gé- 
nero que  su  numen  inventa  y  vulgariza.  Ved  como 
describe  un  banderillero  á  caballo : 

"Era  el   cebruno   corcel 
Hijo  del  aire  y  del  fuego, 
Pues  su  ser  no  participa 
De  inferiores  elementos. 

El  nervioso  cuello  encorva 
Bañando  de  espuma  el  pecho, 
Según  le  incita  ó  detiene 
El  acicate  ó  el  freno. 

Parte  el  bruto  como  un  rayo, 

Y  entre  giros  y  escarceos, 
Cubren  al   diestro  jinete 

Las   crines   que   azota   el   viento. 

Vuela,    y   las   herradas   manos 
Que  suelta  y  recoje  á  un  tiempo, 
Contra   la  cincha   sacuden 
El   polvo  que  alzan   del  suelo. 

La  adornada   banderilla 
Con  gallardetes  diversos 
Empuña  el  bravo,  y  la  fiera 
Sacude  airada  los  cuernos. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  137 


En  su  carrera,  repente 
Dale  un   grito,  y  revolviendo 
Sintió  el  toro  á  un  tiempo  mismo 
La  herida,  el  grito  y  el  trueno." 

Se  ocupa,  en  otra  de  sus  toraidas,  del  último  trance 
de  la  brega  con  un  toro  de  ley,  que  tiene  suspenso 
al  público  y  algo  atemorizados  á  los  toreros.  La  res 
no  atiende  al  trapo  y  embiste  al  bulto.  El  sol  luce 
con  radiaciones  apurpuradas  sobre  el  oro  que  borda 
las  chaquetillas  de  los  lidiadores,  amorenando  los  ros- 
tros de  la  muchedumbre  que  se  escalona  en  una  parte 
de  los  tendidos.  Después  de  describirnos  la  agitación 
de  los  palcos,  nos  pinta  al  matador  que,  según  sus 
crónicas,  era  de  los  buenos. 

"Ornan  su  chaquetilla  rozagante 
Recamos  y  melindres  de  oro  y  plata; 
En  la  diestra  el  acero  centelleante 

Y  en  la  siniestra  el  manto  de  escarlata. 
Un  ceñidor,  con   franjas  elegante. 

El   lucido   calzón  sujeta  y  ata; 
Llega,  y  llamando  al  animal  valiente. 
Le  agita  el  manto  ante  la  torva  frente. 

La  sangrienta  cerviz   entumeciendo, 
Al  purpúreo  cendal  embiste  airado ; 
Mas  le   evita  García,  y  revolviendo, 
Torna  á  llamarle  en   el   opuesto   lado. 
Otra  vez   acomete   el   bruto   horrendo, 

Y  entonces,  con  el  hierro  traspasado. 
Bambolea  un   instante,   desfallece. 

Cae  á  sus  pies  y  el  suelo  se  estremece." 

La  plaza  de  toros,  construida  casi  al  final  de  los 
tiempos  coloniales,  inauguró  sus  espectáculos  con 
mucha  parsimonia.  Al  principio,  las  astas  de  los  to- 


138  HISTORIA  CRITICA 

ros  estaban  emboladas,  y  las  cuadrillas,  casi  siempre 
de  aficionados,  carecían  de  espada,  contentándose  el 
público  con  un  picador,  dos  banderilleros  y  cuatro 
capeadores.  Con  la  afición  nacieron  las  exigencias. 
Se  solicitó  y  obtuvo  el  último  tercio  del  espectáculo, 
el  sacrificio  del  bruto  irascible  y  fácil  de  burlar, 
contratándose  diestros  peninsulares  de  labor  artística 
y  bravura  notoria.  No  faltó  quien  censurara  la  afi- 
ción de  nuestro  público  á  la  tauromaquia, —  lo  mismo 
en  los  tiempos  coloniales  que  en  las  épocas  que  si- 
guieron al  poder  español,  —  por  lo  que  nuestro  poeta 
responde  y  replica,  en  casi  todas  sus  versificadas  re- 
señas, á  los  que  la  tildan  de  bárbara  é   ineducadora. 

"j  Oh  espectáculo  grande  á  par  que  hermoso, 
Imán    del    alma   varonil   y   fuerte! 
Mal  que  pese  al  filantro  melindroso, 
Y   al   moralista   rígido   é   inerte. 
Ellos  mismos  se  ven  con  especioso 
Pretexto  allí  acudir;   y   de  esta   suerte 
La   diversión  que  bárbara  pregonan, 
A   par  del   pueblo  entero   la  sancionan. 

Llámanla  destructora;  mas  yo  infiero 
Que  es  vana  prevención,  cuando  imagino 
Que  sin  toros  se  muere  el  mundo  entero: 
Que  á  unos  los  mata  el  agua,  á  otros  el  vino; 
Pues   si   vuela   en   las  astas   un   torero, 
O  éste  al  toro  mató  por  ser  ladino, 
¿A  qué  excitar  de  humanidad  las  leyes. 
Si  hay  de  sobra  en  el  mundo  hombres  y  bueyes?" 

Nuestro  bardo,  que  sabe  que  estas  sinrazones  no 
son  razones,  sustituye  el  razonamiento  con  la  agu- 
deza. Desde  que  al  público  le  gustan  los  toros,  hay 
que  estar  con  el  público,  que  es  el  que  aplaude  los 
versos  y  las  estocadas.  Oidle: 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  139 

"Dijo  un  sabio,  y  con  razón, 
Que  á  los  pueblos  en   España, 
Con  pan  y  toros  se  engaña 
Como  á   niños   con   chupón. 
He  aquí  una  bella  ocasión 
De  usar  de  aquel  talismán; 
Justo  es  que  el  pueblo  en  su  afán 
De  guerra,  penuria  y  lloros, 
Tenga,  sino  pan  y  toros, 
Toros,   aunque  sea  sin  pan." 

Y  en  otra  parte  de  sus  toraidas,  increpa  al  lector 
en  los  siguientes  términos: 

"¿Y  no  admiras,  no  sientes,  no  te   late 
El   corazón   de   orgullo   y   de  contento, 
Al  ver  que  un  racional  resiste,  abate 

Y  postra  al   fin  de  un  bruto   el   ardimiento? 
¿Y  quién,   al  ver  el   hórrido   combate, 

De  una  parte   el  furor,   de   otra  el  talento. 
Aunque   el   bravo   espectáculo   le   asombre. 
No   saldrá   envanecido   de   ser   hombre?" 

¡El  buen  poeta  popular!  ¡El  rimador  eximio  y  ja- 
carandoso! Uno  se  envanece  de  ser  hombre  cuando 
lee  la  correspondencia  de  Larrañaga  y  los  versos  de 
Figueroa,  importándole  poco,  y  alegrándose  mucho, 
de  no  llevar  coleta  y  pantalón  ceñido  como  los  Juan- 
chos  y  los  Palancas.  Lo  cierto  es  que  uno  no  cambia 
á  un  Figueroa  por  siete  Repollos,  con  garrocha  ó  sin 
ella,  aunque  los  pepinos  y  el  agua  fría  se  lleven  más 
víctimas,  cuando  llora  el  verano  sus  chorros  de  sol, 
que  todas  las  astas  de  los  brutos  muertos  en  el  es- 
pectáculo de   la   lidia  toril. 


140  HISTORIA  CRÍTICA 


"Allí   todo   es  placer;  todo   es  motivo 
De  entusiasmo  y  ardor;  si  salta  un  perro 
Atolondran  el   tímpano  auditivo 
Los  silbos,  la  algazara  y  el  cencerro; 
Es  más  libre  de  lengua  el  más  festivo, 
Que   erigirse   en   censor   fuera   gran   hierro, 
Cuando   se   ensanchan   por   virtud   del   toro 
Las  melindrosas  trabas   del   decoro." 

A  veces,  como  en  el  pareado  anterior,  se  diría  que 
Figueroa  se  burla  del  público,  y  que  sólo  halaga  sus 
aficiones  por  respeto  á  los  gustos  de  la  multitud. 
La  musa  de  Figueroa  es  una  musa  rara.  A  trechos, 
como  en  el  himno  que  arrulla  al  corazón,  se  viste 
con  el  vestido  de  brocado  de  Dulcinea,  y  á  trechos, 
como  en  algunos  de  sus  trozos  satíricos,  se  cubre 
con  los  harapos  de  Maritornes.  Siempre,  sin  embargo, 
versifica  maravillosamente.  Palanca  es  embestido  por 
la  bestia  salvaje: 

"No  resisten  al  golpe  tremendo 
El   rejón  ni  la   fuerza  del  brazo. 
Que   el   jinete   con   fiero   porrazo 
Hizo  el  suelo  y  el  circo  temblar. 
El  caballo  le  oprime,  y  muriendo 
Con  su  cuerpo  le  sirve  de  escudo, 
Mientras  tanto  que  el  mísero  pudo 
Mal   herido   del   riesgo   salvar. 

El  dios  Baco  dio  un  grito  mirando 
Que  ya  el  toro  lo  prende  y  lo  agarra, 

Y  asustado,  con  hojas  de  parra. 
Por   no  verlo   sus   ojos   tapó; 

Y  perfumes    de   vino    exhalando 
Dijo   el   numen   patético  y   tierno: 

— ¡Oh,  mal  hayan  el  toro  y  el  cuerno! 
i  Ya  Palanca   su   gloria  eclipsó!" 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  141 


Esto  es  todo  lo  que  se  le  ocurre  á  la  musa  del  cé- 
lebre poeta  ante  un  hombre  mal  herido  y  ensan- 
grentado. ¿Defiende  la  diversión  ó  se  burla  de  la 
piedad?  Difícil  es  decirlo,  pero  se  nos  antoja  que 
Figueroa  lisonjeaba  á  la  multitud,  aprovechando  el 
espectáculo  para  hacer  aplaudir  sus  donaires  y  flui- 
deces de  rimador.  No  creemos,  en  verdad  de  verda- 
des, que  nuestro  poeta  gustara  sinceramente  de  la 
fiesta  monótona  y  cruel,  de  origen  morisco  y  de  abo- 
lengo peninsular,  que  no  es,  en  resumen,  sino  la 
cobardía  vocinglera  de  muchos  ante  el  estéril  valor 
de  unos  pocos.  En  1882,  por  iniciativa  de  Paul  y  Án- 
gulo, tratóse  de  establecer  una  plaza  de  toros  en 
Buenos  Aires.  Sarmiento,  el  inmortal  Sarmiento,  re- 
dactó una  petición  en  contra  de  aquella  tentativa, 
diciendo  que,  cuando  el  Parlamento  inglés  condenaba 
la  vivisección  de  los  animales  inferiores,  aun  en  be- 
neficio de  la  ciencia,  era  inicuo  esperar  que  las  au- 
toridades argentinas  autorizaran,  en  mal  del  pro- 
greso, "la  muerte  dada  por  un  bruto  á  otro  bruto", 
volviendo  á  someterse  al  yugo  de  una  fiesta  que 
"nuestros  padres  extirparon  como  la  verdadera  ima- 
gen del  antiguo  despotismo."  Eduardo  Wilde,  el  sa- 
bio ingenioso  y  educador,  ha  escrito  esta  inolvidable 
página:  "El  toreador  conoce  al  circo;  los  especta- 
dores son  animales  de  su  misma  especie ;  no  le  asus- 
tan, más  bien  lo  animan;  sabe  que  puede  saltar  las 
barreras  y  ponerse  en  salvo,  en  caso  de  apuro;  todo 
para  él  es  viejo,  previsto  y  trillado.  Para  el  toro,  á 
la  inversa,  todo  es  ignorado,  asombroso  é  inquie- 
tante; el  recinto  es  nuevo,  el  conjunto  de  objetos 
extraño;  la  gritería  alarmante,  y  la  nunca  vista  feria 
de  colores.  Los  espectadores  no  son  toros  como  él, 
sino  hombres  entre  los  cuales  no  ve  una  cara  cono- 
cida. La  pobre  bestia  es  tomada  por  sorpresa  en  un 


142  HISTORIA  CRÍTICA 


caso  Único  de  su  vida,  mientras  su  asesino  repite  un 
acto  mil  veces  ejecutado.  El  torero  conoce  á  los  toros, 
el  toro  no  conoce  á  los  hombres,  y  aun  cuando  su 
inteligencia  le  permitiera  intentar  medirlos  según  las 
leyes  de  los  instintos  animales,  nunca  los  creería  tan 
desalmados.  No  hay,  pues,  igualdad  en  la  situación 
moral  ni  en  los  medios  físicos  de  los  combatientes, 
y,  por  lo  tanto,  las  condiciones  de  la  lucha  son 
inicuas." 

Eduardo  Wilde  agrega:  "Una  impresión  extraña 
de  dolor,  de  cólera,  de  tristeza  y  de  reproche,  se  pro- 
duce en  todo  espíritu  recto  y  caritativo,  sensible  al 
menos  al  tormento  inútil,  cuando  después  de  admirar 
al  animal  valiente,  airoso,  bellísimo,  en  la  plenitud 
de  su  fuerza,  lo  ve  perder  poco  á  poco  sus  bríos 
por  el  dolor  de  las  heridas,  suprimir  sus  ataques  y 
entregarse  indefenso,  perdido,  exangüe  y  torturado 
á  su  enemigo  gratuito  é  implacable,  para  recibir  la 
muerte  de  sus  manos.  La  destrucción,  en  un  momento, 
de  tan  arrogante  valentía  y  de  tan  potente  vitalidad, 
causa  una  aguda  mortificación  é  infinita  tristeza.  ¡Y 
los  pobres  caballos  de  los  picadores  que,  con  el  vien- 
tre abierto  y  las  entrañas  colgando,  mueren  destro- 
zados, sin  mérito  y  sin  gloria,  por  salvar  la  vida  á 
sus  jinetes!" 

Wilde  concluye:  "Cuando  por  casualidad  he  asis- 
tido á  una  función  de  esta  clase,  he  sido  invariable- 
mente partidario  del  toro,  de  su  causa;  su  antago- 
nista, lleno  de  habilidades  y  de  destrezas,  me  ha  sido 
siempre  odioso." 

Perdonen  esta  digresión,  por  lo  siempre  oportuna, 
los  manes  sacratísimos  de  nuestro  Figueroa.  A  pesar 
de  la  ley  en  vigencia  contra  las  corridas,  ley  hipó- 
crita y  fácil  de  ser  burlada,  defiendo  á  mi  país  del 
retroceso   hacia   la   barbarie.    Entre   Figueroa,  amante 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  143 

de  los  toros,  y  Bauza,  que  los  combatía,  mi  corazón 
y  mi  inteligencia  sienten  y  piensan  como  Bauza.  La 
sangre  y  la  arena  son  buenas  para  divertir  á  los  es- 
clavos de  la  antigua  Roma,  y  no  para  educar  en  el 
culto  del  heroísmo  noble  á  las  libres  ciudades  de 
nuestra  América.  El  torero  es  un  perezoso  que  juega 
su  vida  una  vez  por  semana,  para  no  trabajar  de  una 
manera  útil,  en  favor  del  progreso  material  ó  del  pro- 
greso artístico,  en  el  resto  del  mes.  Este  mundo  nues- 
tro y  esta  nación  joven,  campo  escogido  por  la  civi- 
lización para  las  luchas  del  porvenir,  no  tienen  por 
que  recoger  los  desechos  de  los  usos  medioevales  de 
Europa.  Si  los  teatros,  los  museos,  las  exposiciones, 
la  prensa  y  el  libro  bastan  para  educar  la  mentalidad 
de  la  muchedumbre  en  las  horas  de  ocio  reparador, 
la  epopeya  maravillosísima  de  nuestros  combates  por 
la  libertad  basta  de  sobra  para  mantener  la  indome- 
ñable  fibra  de  los  republicanos  pueblos  de  América. 
Concluyamos.  Francisco  Acuña  de  Figueroa  es  un 
prodigioso  ingenio,  á  quien  perjudican  sobre  manera 
lo  inagotable  de  su  abundancia  y  lo  extraordinario 
de  su  facilidad.  Para  que  el  valiosísimo  joyel  de  su 
numen  fulgure  en  toda  su  plenitud,  sólo  se  necesita 
que  un  escalpelo  hábil  ampute  sabiamente  el  cuerpo 
monstruoso  de  sus  obras  completas.  El  bosque  pide 
que  el  hacha  del  leñador  lo  limpie  de  asperezas  es- 
pinosas y  parásitas  colgaduras.  El  valor  de  su  pro- 
ducción aumenta  muchísimo,  ante  nuestros  ojos,  cuan- 
do se  observa  que  la  musa  del  satírico  ilustre  era  ge- 
nuinamente  uruguaya.  Francisco  Bauza  dice:  "Hay 
algo  local,  característico,  peculiarmente  nuestro,  en 
su  estilo,  en  sus  giros,  en  todo  lo  que  ha  producido. 
Sobre  sus  páginas  puede  advertirse  el  reflejo,  ó  la 
estratificación,  si  así  puede  decirse,  de  lo  que  nos  es 
más  habitual  y  querido."  En  efecto,  aquel  fecundo  y 


144  HISTORIA  CRÍTICA 

simpático  poeta;  aquel  versificador  feliz  en  todos  los 
ramos  de  la  poesía  lírica;  aquel  excelente  modelo  de 
elocución  castiza  y  donosa;  aquel  hombre  que  se 
abriga  con  la  más  voluble  de  las  indiferencias  bajo 
el  paño  de  las  banderas  de  nuestros  dos  partidos  his- 
tóricos, de  nuestros  partidos  por  demás  irascibles  y 
en  todos  los  tiempos  irreconciliables,  puso  su  lira,  á 
pesar  de  lo  aristocrático  de  su  abolengo  y  de  lo  his- 
pano de  su  educación,  al  servicio  de  las  glorias  y  de 
las  costumbres  de  la  patria  engendrada  por  el  filoso 
sable  de  nuestros  gauchos,  por  la  sed  autonómica  de 
nuestros  montoneros  heroicos. 

Figueroa  sobresalió  en  el  cultivo  de  la  poesía  sa- 
grada, siendo  ardiente  y  profundísimo  el  sentimiento 
de  sus  traducciones  y  sus  perífrasis  de  los  salmos. 
Leed  su  Super  ilumina  Babilonis. 

"Sentados  en   la  margen 
Del  babilonio  río, 
Allí,  Sión,  tu  nombre 
Recordamos  llorosos  y  cautivos. 

Y  las  sonoras  arpas 

Y  címbalos   festivos. 
Tristes  ya  y  destemplados 

De    los   frondosos   sauces   suspendimos. 

Pues  los  que  á  servidumbre 
Nos    llevaron    vencidos. 
Por  escarnio  intentaron 
Oir  nuestras  canciones  allí  mismo. 

Y  los  que  nos  trajeron 
A  la  ignominia  huncidos, 
Entonad,  nos  decían. 

De   Sión   los  cantares  y  los  himnos. 
¿Cómo   cantar    podremos 

Y  profanar   impíos 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  145 


Del   Señor  los   cantares 

En  tierra  ajena  y  en  ajenos  grillos, 

No,   Sión;  y  primero 
Que  así  te  dé  al  olvido, 

Y  en  tu  ignominia  cante, 

Me  olvide  de  mi   diestra  y  de  mí  mismo. 

Yerta  mi  lengua  y  fija 
Al  paladar  indigno. 
Si   de  tí   me   olvidare 
Pásmese  inmóvil  con  letal  deliquio. 

Si   no  te  antepusiere, 
O   si   indolente   y  tibio, 
Jerusalem  no   fuese 
De  mi  alegría  origen  y  designio, 

Tu   ira,   Señor,   se   acuerde 
De   los   infandos   hijos. 

De  Edón,  —  cuando  disfrute  " 

Jerusalem  su  día  apetecido. 

Ellos   son   los  que   dicen 
Sedientos  de  exterminio: 
Hasta  los   fundamentos 
Asolad,   asolad   los   edificios! 

Hija   desventurada 
Del   pueblo   aborrecido. 
Feliz  quién  te  dé  el  pago 
Del  tratamiento  vil,  que  te  debimos. 

¡  Oh,  bienaventurado 
Quien  goce  vengativo, 
Levantar  con  sus  manos 

Y  en   la   piedra  estrellar  tus   parvulillos!" 

En  estos  versos,  como  en  casi  todas  sus  composicio- 
nes religiosas,  se  echa  de  ver  la  filiación  clásica  de 
nuestro  poeta.  El  estudio,  el  constante  contacto  con 
los  modelos  que  nos  legó  el  greco-latinicismo,  dio  sa- 
to. —  I. 


146  HISTORIA  CRITICA  

via  y  lozanía  á  la  flor  de  su  numen,  á  pesar  de  lo  pre- 
cario de  la  atmósfera  artística  en  que  se  desenvol- 
viera su  ingenio  feliz.  Imita  sin  plagiar.  Traduce  sin 
servilismos  que  sofoquen  el  sentimiento  profundo  que 
le  ennoblece,  y  que  hace  vibrar  las  fibras  de  su  ser 
como  vibran  las  cuerdas  de  un  salterio  bajo  el  hábil 
impulso   de   una   mano    inspirada. 

Figueroa  sobresale  también,  aunque  con  períodos 
de  desmayo,  en  el  cultivo  de  la  oda  pindárica,  de  la 
silva  heroica,  del  canto  noble  de  los  antiguos.  Oídle, 
solemnizando   la  jura  de   la   Constitución: 

"¡Orientales!   el   fuego  que   exhalando 

Están   los   corazones, 

Para  ejem.plo  y  lección  de  las  naciones 

Dure   más   que   el   vivir;    y   reanimando 

Nuestra   ceniza   inerte. 

Allá   en   la   obscura   estancia   de   la   muerte, 

Del  patriótico  amor  que  hoy  nos  inflama, 

Fósforo   sepulcral,   arda   la   llama!" 

Su  musa,  tal  vez,  carece  del  entusiasmo  arrebata- 
dor, del  movidísimo  frenesí,  que  la  retórica  leyenda 
exige  á  los  que  ensayan  la  canción  olímpica,  el  himno 
pindárico.  Tal  vez  no  tiene  la  vehemencia,  la  arden- 
tía, la  sublimidad  que  admiramos  en  los  que  loaban 
á  los  vencedores  de  los  juegos  píticos  y  ñemeos.  Es 
muy  posible;  pero,  ¿qué  nos  importa?  Cantó  lo  nues- 
tro como  pocos  han  sabido  cantarlo,  siendo  hijo  de 
su  musa  el  himno  nacional,  el  himno  del  terruño,  el 
himno  del  país,  y  siendo  su  numen  el  primero  que 
lloró  las  lágrimas  benditas  de  la  inspiración  sobre 
la  hoguera  de  nuestras  enconadas  luchas  civiles.  He- 
roico y  elegiaco,  su  estro  nos  invita  á  gemir  al  com- 
pás de  su  arpa. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  147 

"Pues   ya   el  monstruo  tremendo 

De   la   discordia  aleve, 
La  viborezna  frente  sacudiendo. 
Sangre   vierte   feroz,  y   sangre   bebe; 

Y  á  desolar  se  atreve 

El  suelo  patrio  con  furor  infando. 

Ya   sus   ojos  agrestes 
Lanzan   llama  sulfúrica  y  siniestra; 

Ya   en   su   horrorosa   diestra 
Brilla  el  puñal  del  parricida  Orestes 

Y  en  sus  hombros  se  mira 
La  túnica  fatal  de   Dejanira. 

Mas  ¡  oh  bárbaro  horror !  Ya  á  las  venganzas 
Miro  cruzarse  fratricidas  lanzas; 
Oigo   el  bronce   tronar....    ¡Oh  ansias   fatales! 

¡  Todos   son   orientales 
Y  van  á  destrozarse!  El  torpe  acero, 
Patriotas,   deponed.   El  bello   día 

Alumbre   placentero 
De  dulce  unión....    Mas  ¡ay,  oh  Musa  mía! 

¿Quién   el   abismo   cierra 
Si  á  los  ecos  de  paz  responde:   ¡guerra!" 

Nuestro  Figueroa  sobresale  igualmente  en  la  forma 
métrica  de  la  letrilla,  que  cultivó  con  excepcional 
acierto  y  donaire.  Parece,  dada  la  dureza  con  que  la 
sátira  azota  á  los  vicios,  que  sus  cultores  debieran 
hallarse  enfermos  de  misantropía.  Revilla  dice  que 
la  sátira  es  el  resultado  del  maridaje  entre  el  gracejo 
cómico  y  la  austeridad  crítica,  maridaje  que  pone  de 
manifiesto  la  contraposición  que  existe  entre  las  rea- 
lidades de  lo  presente  y  las  esperanzas  en  lo  porve- 
nir. Sin  negar  la  importancia  moral  y  sociológica 
del    género    satírico,   es   indudable   que   en   la   sátira 


148  HISTORIA  CRÍTICA 

casi  siempre  se  manifiesta  algo  de  maldiciente  y  algo 
de  impuro,  siendo  muy  pocos  los  burlones  que  sa- 
ben aplicar  con  provecho  la  máxima  antigua,  "par- 
cere  personis,  dicere  de  vitiis."  Por  rara  excepción 
el  gracejo  de  Figueroa  es  inofensivo,  siempre  agra- 
dable y  digno  de  loa,  pues  censura  los  errores  sin 
envenenada  malignidad  y  ataca  los  pecados  sin  pon- 
zoñosa mojigatería.  Oidle: 

"Vá  el  pueblo  en  una  elección 
A   votar  como  en   barbecho. 

Y  la  astucia  y   el   cohecho 
Triunfan   en   la  votación: 
Se  repite  otra  ocasión 

Y  sigue    la    contradanza. 
Buena  vá   la  danza." 

¡Alto  ahí  —  dice  un  figurón 
Yo  soy  la  patria  y  la  ley. 
Los  demás  son  una  grey 
De  irracional  condición; 
Mis  fueros  son  el  cañón 

Y  mi  derecho  la  lanza! 
Buena  vá  la  danza." 

Todas   las   letrillas   de   nuestro   poeta   están   capri- 
chosa y  magistralmente   versificadas. 

"  —  Pues  que  sabe   tanto 
Diga,  mamá  mía, 
¿Qué   cosa   sería 
Don    Código    Santo? 
En   prosa  y  en  canto 
No   hay   quien   no   le   alabe; 
Todos  le   idolatran. 
—  jEso   Dios   lo   sabe! 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  149 

—  ¿Será   cosa   bella 
La  patria,  mamita? 
Pues   cada   cual   grita 
¡La  vida  por  ella! 
Dichosa  su  estrella 
Es  en  cuanto  cabe 
Con  novios  tan   finos; 

—  j  Eso  Dios   lo   sabe! 

—  De  igualdad  completa 
Nadie   hay   que   no   hable, 
Los   hombres   de  sable 

Y  los  de  chaqueta; 
¿Todo   se   sujeta 
A   la   ley   suave 
Que   á  todos   iguala? 

—  Eso   Dios  lo  sabe ! 

—  La   ley  y  el   derecho 
Guardemos,   decían; 

¿Dó  los  guardarían? 
¿Adentro  del   pecho? 

Y  por  más   provecho 
Debajo  de   llave 

En   algún   baulito? 

—  ¡Eso  Dios  lo  sabe!" 

Nuestro  Figueroa,  como  epigramático,  no  tiene  des- 
perdicio: es  burlón,  chancero,  ocurrente,  oportuno  y 
original. 

"Enfermó  Gil  gravemente 

Y  Baltasar  su   heredero, 

Gime   y   siente, 
Porque  ha  sanado  el  doliente 
Con  un  remedio  casero. 


150  HISTORIA  CRÍTICA 


Si   el  viejo  vuelve  á  enfermar, 
Como    es   fácil    que    suceda, 

Baltasar 
Debe  á  un  médico  llamar 

Y  verá  que  pronto   hereda." 

Oid  este  otro: 

"A    Juanilla,   que    pujando 
No  cabe  en   su  miriñaque, 
Preguntó  con  sorna  un  jaque: 
—  ¿Ese  bulto  es  contrabando?  — 

Y  ella   responde:  —  i  Ah,   fisgón! 
En   mi    aduana   hilan   delgado; 
Cuanto    aquí    llevo,   ha   pagado 
Derechos   de   introducción.  — " 

Ciudadano  honesto,  y  poeta  para  el  que  la  muerte 
no  fué  sino  el  principio  de  la  inmortalidad,  dado 
lo  fecundo  y  lo  poliforme  de  su  ingenio  feliz, 
Figueroa  aun  espera  la  estatua  que  le  debe  la  gra- 
titud pública.  El  porvenir  pagará  la  deuda,  cuando 
ya  no  se  pregunte  á  los  elegidos  de  la  nombradía 
el  color  de  la  pasión  política  que  los  animaba.  El 
estudio  conserva.  El  trabajo  mental  vivifica.  Larra- 
ñaga  murió,  en  su  quinta  del  Miguelete,  á  la  edad  de 
77  años.  —  Francisco  Acuña  de  Figueroa  había  cum- 
plido los  72  años,  cuando  la  virgen  de  los  últimos 
amores  apagó  la  luz  de  la  lámpara  de  su  cerebro 
fuerte.  Puede  decirse,  sin  miedo  á  réplicas,  que  el 
más  popular  y  el  más  jacarandoso  de  los  poetas  de 
nuestro  país,  de  nuestro  edén  nativo,  de  nuestra  dulce 
patria,  es  Francisco  Acuña  de  Figueroa. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  151 


IV 


Recapitulemos  lo  que  antecede. 

La  creación  del  virreinato  del  Río  de  la  Plata  se 
remonta  á  1776.  Cincuenta  años  antes,  en  1609,  Fe- 
lipe III  aprobó  las  concesiones  hechas  por  el  gober- 
nador Osorio  al  Colegio  de  Córdoba,  fundado  y  di- 
rigido, desde  los  orígenes  del  siglo  decimoséptimo, 
por  los  padres  de  la  renombrada  Compañía  de  Jesús. 
A  aquel  instituto,  del  que  hablan  con  elogio  Lozano 
y  Funes,  vino  á  unirse,  durante  la  progresista  gober- 
nación de  Vertiz,  el  Real  Colegio  de  San  Carlos,  casi 
tan  famoso  como  las  universidades  de  Méjico  y  Lima, 
Quito  y  Chuquisaca,  fundada  la  primera  en  155 1  y 
fundada  la  última  en  1726.  El  Real  Convictorio  Caro- 
lino,  gala  y  gloria  de  Buenos  Aires,  trató  de  difundir 
todo  género  de  conocimientos  útiles,  de  acuerdo  con 
las  levantadas  aspiraciones  de  don  Juan  José  de  Ver- 
tiz. Es  claro  que  debió,  ser  clásica  la  educación  inte- 
lectual que  allí  recibieron  los  hijos  de  los  colonos 
peninsulares,  enseñándose  la  literatura  según  las  re- 
glas de  Aristóteles  y  de  Horacio.  Padecieron  los  re- 
gulares del  abuso  de  la  educación  de  la  memoria,  en 
la  que  los  escolásticos  supieron  ver  al  más  fuerte  de 
los  apoyos  de  la  inteligencia,  —  y  del  demasiado  amor 
á  los  principios  técnicos,  convencidos  de  la  profunda 
verdad  que  entraña  el  aforismo  poético  de  Boileau: 

Pour  savoir  son  métier,  il  faut  l'avoir  apris. 

¡Fenómeno  curioso!  Aquel  clasicismo,  desenvuelto 
á  la  sombra  de  los  claustros  ascéticos  y  los  reyes  ca- 
tólicos, se  entretuvo  en  paganizar  sus  tropos  más  finos 
y  sus  visiones  más  esplendorosas.  Casi  todas  las  ama- 
das de  aquellos  poetas  se  apellidan  Filis  ó  Cloris. 
Los  dioses  ante  los  que  se  arrodillan  aquellas  musas 


152  HISTORIA  CRITICA 


son  el  pítico  Apolo,  con  la  lira  á  la  espalda  y  la  ar- 
diente cuadriga  lanzada  al  galope;  Venus,  que  nace 
desnuda  y  sonrosada  en  el  columpio  azul  de  las  olas 
egeas,  entre  dulces  revuelos  de  palomas  mansísimas 
y  caprichosos  brincos  de  delfines  alborozados;  Diana, 
la  hija  de  Júpiter  y  de  Latona,  la  virgen  de  los  bos- 
ques en  que  crece  el  laurel,  la  que  transforma  en  cier- 
vos á  los  que  la  sorprenden  en  las  estivas  molicies 
del  baño,  la  que  habla  de  amores  con  Endimión  dor- 
mido en  las  profundidades  de  la  gruta  de  Caria.  Con- 
siderando al  arte  como  frivolo  pasatiempo  y  no  atri- 
buyéndole ninguna  misión  social,  metrizar  es  un  sim- 
ple juego  de  ingenio  para  aquellas  melódicas  liras 
del  período  clásico,  que  en  lugar  de  pedir  vivificante 
oxígeno  al  pampero  que  cruza  las  cumbres  de  Po- 
lanco  ó  miel  de  lechiguana  á  los  montes  de  las  cer- 
canías de  San  Gregorio,  van  á  pedir  aire  de  cosas 
muertas  á  las  cumbres  vetustas  del  Píreo  ó  áticos  zu- 
mos á  las  abejas  de  los  antiquísimos  bosques  de  The- 
salia 

No  deben  confundirse  el  clasicismo  verdadero  y  el 
pseudo  clasicismo.  El  verdadero  clasicismo  aspiraba 
á  la  perfecta  armonía  entre  el  fondo  y  la  forma,  al 
enlace  perfecto  de  la  idea  con  su  vestidura,  al  per- 
fecto connubio  del  espíritu  inmaterial  con  el  mundo 
sensible.  En  la  poesía  griega  lo  incorpóreo  del  espí- 
ritu se  encierra  sin  esfuerzo  en  la  claridad  serenísima 
de  la  forma,  porque,  en  el  mundo  helénico,  la  natu- 
raleza es  como  la  prolongación  del  hombre,  que  la 
enaltece  y  ia  agranda  y  la  personifica  prestándole 
lo  etéreo  y  lo  mejor  de  sus  atributos  espirituales.  El 
verdadero  clasicismo  era,  á  la  vez,  armonía  y  belleza, 
orden  y  hermosura,  elevándose  la  forma  con  facili- 
dad suma  hasta  la  altitud  de  los  pensamientos,  que 
jamás  pasaron  de   la  altitud  del   hombre,  porque,  en 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  153 

el  mundo  jónico  y  en  el  mundo  ateniense,  los  dioses 
y  los  astros  y  las  aves  y  las  plantas  y  los  pedruscos 
no  eran  sino  cosas  y  fuerzas  humanizadas.  En  Grecia, 
y  por  reflejo  en  Roma,  el  hombre  y  la  naturaleza  se 
vinculan  estrechísimamente  como  dos  prometidos, 
como  dos  desposados,  del  mismo  modo  que  armonizan 
allí,  en  la  tierra  de  las  estatuas  y  de  las  columnas,  la 
ley  y  las  costumbres,  la  moral  y  los  actos,  el  héroe 
y  el  medio.  Para  cantar  al  hombre,  casi  divino,  y  á  la 
naturaleza,  transformada  en  espiritual,  concibe  el  arte 
clásico  los  versos  dulces  como  la  miel  de  la  lésbica 
Erina,  las  báquicas  y  eróticas  canciones  de  Alceo,  los 
tiernísimos  y  anacreónticos  decires  de  Meleagro,  los 
agudos  y  zumbadores  epigramas  de  Marcial,  ó  las  bri- 
llantes y  voladoras  metamorfosis  del  patético  Ovidio. 
El  arte  pseudo  clásico,  y  en  especial  el  arte  pseudo 
clásico  de  la  centuria  decimoctava,  aspiró  también 
al  connubio  perfecto  de  la  forma  y  la  idea,  pero  obs- 
tinándose absurdamente  en  paganizar  lo  que  ya  no 
era  de  ningún  modo  paganizable,  puesto  que  ya  existía 
una  profunda  contradicción  entre  el  alma  incorpórea 
y  el  mundo  sensible,  entre  la  ley  y  el  uso,  entre  lo 
sereno  de  la  forma  clásica  y  lo  muy  conturbado  del 
núcleo  social.  El  cristianismo,  purificando  y  engran- 
deciendo á  lo  absoluto,  desterró  á  los  tritores  de  las 
olas  oceánicas  y  desterró  á  las  ninfas  de  los  bosques 
en  que  se  abre  la  flor  al  soplo  del  céfiro,  como  la  de- 
mocracia, purificando  y  engrandeciendo  la  ley  polí- 
tica, hizo  á  los  héroes  menos  divinos  y  mucho  más 
humanos.  Nuestro  clasicismo  no  quiso  convencerse  de 
estas  verdades,  y  por  mantener  incorrupta  la  forma 
serena,  amenguó  el  pensamiento  y  redujo  sórdida- 
mente la  fantasía.  No  pudiendo  levantar  lo  corpóreo 
hasta  lo  psíquico,  rebajó  lo  psíquico  hasta  lo  corpó- 
reo.  Así   convirtió  el   arte   de   cantar  emociones   pro- 


154  HISTORIA  CRITICA 


fundas  y  anhelos  íntimos,  en  arte  artificioso  de  hurdir 
con  destreza  los  vocablos  pulidos  en  forma  de  rimas, 
tomando  por  modelos  y  por  mentores  á  los  doctos 
artífices  de  aquella  antigüedad  que  dio  luz  al  pincel 
y  movimiento  al  mármol.  Esa  absurda  y  visible  con- 
tradicción entre  el  ambiente  y  la  poesía,  resultaba  aun 
mucho  más  visible  y  mucho  más  absurda  en  nuestro 
propio  medio.  Las  Filis  y  las  Calateas  no  cabían  en 
la  ciudad  donde  los  legionarios  se  despertaban  con 
el  amanecer  al  son  de  los  obuses  de  los  sitiadores, 
como  las  culteranas  Ceres  y  Flora  se  hallaron  pronto 
á  disgusto  bajo  la  cúpula  de  los  vírgenes  montes 
donde  enhebran  sus  himnos  el  cabecita  negra  y  el 
chingólo  pequeño.  ¿Qué  Tantálide,  con  el  cutis  un- 
gido por  ungüento  de  Siria,  era  posible  que  conso- 
nara con  una  sociedad  en  la  que  sólo  se  toleraron 
los  libros  ascéticos,  en  la  que  se  creía  en  la  expiatoria 
aparición  de  las  ánimas,  y  en  la  que  las  gentes  se  qui- 
taban el  gacho  al  resonar  la  seña  del  rezo  vespertino? 
¿Qué  Cloris  ó  qué  Leda,  fácil  como  las  fáciles  nubiles 
de  Rodia  y  con  los  ojos  verdes  como  los  verdes  ojos 
de  Palas,  era  posible  que  consonase  con  una  sociedad 
en  que  se  amortajaba  á  los  muertos  con  un  hábito  fran- 
ciscano, en  que  los  ataúdes  tenían  por  único  adorno 
el  signo  de  la  cruz,  y  en  que  doblaban  las  campanas 
sobre  los  séquitos  que  iban,  lentamente  y  á  pie  y  con 
trémulas  luces  en  las  manos,  hacia  las  iglesias  con 
olor  á  ciriales  y  á  mirra?  ¿Cómo  era  posible  que  sim- 
patizasen las  nueve  hermanas,  nacidas  en  deíficos  va- 
lles y  montes  olímpicos,  con  las  cuchillas  y  los  arbo- 
lados del  jaguar  salvaje  y  la  res  indómita,  el  ñandú 
ligero  y  el  cardenal  purpúreo,  el  negro  con  ojotas 
y  el  gaucho  con  vincha,  la  vidalita  triste  y  la  guitarra 
de  origen  moro?  El  clasicismo  se  sintió  morir,  como 
los  árboles  que   deseca   el  rocío  salobre   de  las  aguas 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  155 


del  mar.  El  último  de  sus  levitas  y  de  sus  cruzados 
fué  Figueroa. 

No  lo  fué  siempre  á  la  moda  del  siglo  XVIII.  No 
lo  fué  en  El  Dies  Irae,  ni  en  el  Super  flumina  Baby- 
lonis.  No  lo  fué  en  sus  Toraidas,  ni  en  su  composición 
El  Ajusticiado.  Lo  fué  y  de  veras,  en  la  mayoría  de 
sus  odas,  canciones,  letrillas  y  epigramas.  Lo  fué  en 
casi  todos  sus  múltiples  é  insubstanciales  juegos  de 
ingenio,  en  los  que  malamente  derrochó  el  suyo.  Lo 
fué  en  sus  muy  contadas  endechas  amatorias,  y  lo 
fué  en  sus  apropósitos  para  días  de  días.  Sólo  el  mé- 
rito de  aquel  artífice,  que  por  desgracia  vino  muy 
tarde  ó  vino  muy  pronto,  prolongó  la  agonía  de  la 
musa  clásica,  de  la  musa  nacida  en  montes  de  laurel 
y  cerca  de  las  olas  de  un  mar  azul.  ¿Qué  importa? 
Gracias  á  aquel  momentáneo  reflorecimiento,  aun 
tiembla  el  corazón  al  compás  de  los  lloros  de  La  ma- 
dre africana. 

Es  que  el  verdadero  clasicismo,  el  clasicismo  de  la 
antigüedad,  no  es  el  clasicismo  de  Figueroa. 

El  mundo  griego,  sobrio  y  sin  hábitos  de  molicie, 
libre  y  soberano  en  la  ciudad  libre  y  soberana,  no 
tenía  otro  oficio  que  los  negocios  públicos  y  la  gue- 
rra cruel.  Para  ser  fuerte,  es  decir,  para  ser  soldado, 
era  preciso  que  el  cuerpo  se  distinguiera  por  su  per- 
fección. El  gimnasio  aspiraba  á  que  el  cuerpo  del 
hombre  fuese  perfecto  como  es  perfecto  el  cuerpo 
de  los  olímpicos.  Esa  adoración  por  el  cuerpo  mus- 
culoso y  activo  engendró  la  adoración  de  la  forma  se- 
rena y  gallarda,  que  debía  ser  adorable  y  sin  máculas, 
como  era  adorable  y  sin  máculas  el  cuerpo  de  los  hé- 
roes y  las  deidades.  La  forma  ño  es  sino  el  cuerpo  de 
las  ideas.  Manifestar  esa  belleza  exterior  de  un  modo 
sensible  y  poner  de  relieve  esa  vigorosa  hermosura, 
causa  permanente  de  la  gloria  y  de  la  excelsitud  de 


156  HISTORIA  CRÍTICA 


la  ciudad,  es  el  fin  utilitario  del  clasicismo  griego. 
—  Cuatro  siglos  después  de  su  fundación,  Roma,  obli- 
gada á  luchar  con  las  artes  y  las  armas  helénicas,  ven- 
ció en  las  lides,  pero  cayó  de  hinojos  ante  las  mara- 
villas de  mármol  y  de  bronce  que  encontró  en  Corinto. 
Ella  también  es  guerrera  y  conquistadora.  Ella  tam- 
bién ama  los  torsos  de  piedra  como  el  de  Atlas  y  los 
muslos  de  hierro  como  los  de  Pólux.  En  Sicilia,  la 
griega,  la  ateniense,  la  llena  de  recuerdos  de  otras 
edades,  la  que  recorre  un  soplo  venido  de  los  balsá- 
micos vergeles  de  Aretusa,  la  que  recita  en  éxtasis  y 
de  memoria  los  himnos  de  Píndaro  y  las  églogas  de 
Teócrito,  se  despierta  al  amor  de  la  forma  impecable 
el  numen  que  navega  en  las  triunfantes  y  felices  flo- 
tas del  Lacio.  Hasta  entonces  el  genio  romano  había 
podido  decir  semita  nulla  pedem  stabilihat;  pero  desde 
entonces  las  romanas  musas  ascienden  á  las  cumbres 
del  ritmo  y  la  elegancia,  porque  es  en  ese  tiempo  que 
nace  y  se  eleva  el  numen  latino,  ó  como  diríamos  en 
su  propia  lengua,  simul  aureus  exoritur  sol.  —  El  cla- 
sicismo de  la  centuria  decimoctava,  en  que  el  león 
ibérico  ya  no  conquista,  ama  á  la  forma  sólo  por  el  de- 
leite que  produce  vencerla,  sin  ver  en  esa  forma  nada 
que  le  recuerde  la  hermosura  física  de  los  olímpicos 
y  de  los  gladiadores.  Poco  le  importa  el  pensamiento 
al  clasicismo  de  las  letrillas  y  de  los  acrósticos.  Su 
única  y  constante  preocupación  es  el  rimar  pulido. 
Esa  escuela  no  supo  que,  como  ha  dicho  Horacio: 

Scribendi  recte  sapere  est  et  principium  et  fons. 

Cuando  aparece  el  romanticismo,  el  arte  clásico  no 
es  ya  sino  un  conjunto  de  fórmulas  estériles.  Está 
enamorado  de  las  negaciones.  Prefiere  lo  correcto  á 
lo  original,  las  cobardías  de  lo  prudente  á  las  vitali- 
dades de  lo  rejuvenecedor.  Cada  género  tiene  sus  in- 
violables  formas   hieráticas.   El   numen    es   un   indus- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  157 

trial,  un  laborioso,  un  especiero,  que  sabe  la  cantidad 
de  azúcar  y  vainilla  que  exige  cada  droga.  Metrizar 
es  un  pueril  ejercicio  retórico.  Para  ser  poeta  basta 
ser  versificador  rítmico  y  elegante.  Esa  escuela,  cu- 
yos críticos  se  parecen  en  un  todo  á  Laharpe,  com- 
prime y  disminuye  á  Figueroa. 

Este  usa  y  abusa  de  su  admirable  facilidad.  Es  ma- 
ravillosa su  profusión ;  pero  á  fuerza  de  prodigarse, 
cae  en  lo  malo  y  en  lo  vulgar.  Como  epigramático, 
abunda  en  ingeniosos  chistes.  Como  poeta  serio,  tiene 
algunas  odas  y  algunas  composiciones  sacras  que  per- 
duran. Dada  la  educación  y  dado  el  ambiente,  sería 
ridículo  pedirle  otra  cosa.  Los  dominicos  y  los  fran- 
ciscanos, que  sucedieron  en  la  enseñanza  á  los  jesuítas, 
comprendían  escolásticamente  la  retórica.  En  el  si- 
glo XVIII  se  pensaba  y  se  vivía  á  la  francesa.  Con 
Cadalso  se  afirma  esa  tendencia  hacia  lo  extranjero. 
Iiiarte  y  Samaniego,  con  su  prosaísmo,  no  hacen  más 
que  precipitarla.  Meléndez,  más  feliz,  sobresale  por  su 
estilo  y  su  imaginación  en  los  géneros  cortos,  en  los  ro- 
mances y  en  las  anacreónticas.  Cienfuegos  es  galo  por 
su  filosofía  y  los  vicios  de  su  dicción.  Estos  son  los 
maestros  peninsulares  de  nuestros  clásicos.  Así,  en  los 
albores  de  la  centuria  decimonona,  aun  nos  regíamos 
por  la  técnica  de  Luzán.  Esta  persistió  por  algunos 
lustros  en  los  colegios  de  las  colonias.  La  Defensa 
hirió  con  un  golpe  de  muerte  al  clasicismo.  Con  la 
Defensa  viene  Echeverría.  El  influjo  de  aquel  emi- 
grado, ó  mejor  aún  de  sus  imitadores,  es  poderosí- 
simo. De  Echeverría  dice  Pedro  Goyena: 

"Rompió  la  tradición  clásica  á  que  habían  estado 
sujetas  las  generaciones  poéticas  de  la  República  Ar- 
gentina, quitó  á  nuestra  literatura  el  carácter  de  cos- 
mopolitismo incoloro  que  había  tenido  hasta  enton- 
ces, inspirándose  en  las  peculiaridades  de  nuestra  na- 


158  HISTORIA  CRÍTICA 


turaleza  y  de  nuestra  sociedad,  é  introdujo  en  la  poesía 
las  audaces  franquezas  de  la  expresión,  que  muestran 
con  sus  verdaderos  matices  y  en  todo  su  vigor  los  fe- 
nómenos del  alma  humana." 

Es  innegable  la  influencia  de  los  emigrados  bonae- 
renses sobre  nuestro  espíritu.  Basta  recordar  que  en 
1844,  entre  el  clamoreo  de  las  guerrillas  y  el  estam- 
pido de  los  cañones,  el  Instituto  Histórico  Geográfico 
de  Montevideo  celebró  un  certamen  para  cantar  el 
aniversario  del  más  glorioso  de  los  días  de  América. 
Don  Andrés  Lamas,  al  frente  entonces  de  la  jefatura 
política  de  la  capital,  invitó  á  todos  los  poetas,  que 
habitaban  en  el  país,  á  asistir  al  concurso  en  honor 
del  25  de  Mayo  de  1810.  Tomaron  parte  en  aquel  pa- 
cífico encuentro  don  Esteban  Echeverría,  don  Fran- 
cisco Acuña  de  Figueroa,  don  José  Rivera  Indarte, 
don  Luis  L.  Domínguez,  don  Bartolomé  Mitre,  don 
Alejandro  Magariños  Cervantes  y  don  José  María  Can- 
tilo.  Echeverría  concurrió,  lo  mismo  que  Figueroa, 
con  dos  composiciones.  Las  del  último  eran  un  canto 
lírico  en  variedad  de  metros  y  un  himno  de  veintitrés 
octavas  italianas  en  versos  de  seis  sílabas.  Su  valor 
es  poquísimo.  La  extensa  poesía  de  Magariños,  tam- 
bién en  variedad  de  metros,  se  denominaba  Patria, 
libertad  y  gloria.  Empieza  con  diez  octavas  reales,  en 
las  que  el  poeta  pide  raudales  de  armonía  para  ha- 
cerse digno  del  hecho  que  rememora.  Sigue  después 
en  romance  heroico,  que  nos  pinta  la  encarnizada  lu- 
cha de  los  españoles  con  los  colonos,  cuya  constancia 
y  cuyo  ardimiento  coronó  la  victoria.  Vienen  en  pos 
algunos  decasílabos  sonoros  y  flexibles: 

"¡Gloria  á  los  días  de  horrenda  lucha 
En    que   sangrienta,    pero    inmortal, 
Sobre  tiranos,   siervos  y   tronos 
Se   alzó   triunfante    la   libertad!" 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  159 


Después  Magariños  pone  á  los  oribistas  como  di- 
gan dueñas,  porque  yo  no  me  atrevo,  para  concluir 
saludando,  en  alejandrinos  tamborileantes,  al  tiempo 
que  viene.  En  las  composiciones  de  Figueroa  y  de 
Magariños  se  revela  más  el  influjo  de  Rivera  Indarte 
que  la  influencia  de  Echeverría.  La  musa  política  de 
aquellas  horas  es  la  misma  musa  epiléptica  que  tur- 
bará las  noches  de  Heraclio  C.  Fajardo.  Para  llegar 
á  la  poesía  torturada  por  la  sed  de  lo  imperecedero 
y  por  el  contacto  de  lo  transitorio,  á  la  poesía  hu- 
mana y  personal,  es  preciso  que  las  reverberaciones 
de  la  flora  interna  del  espíritu  se  manifiesten  en  al- 
gunas de  las  estancias  de  Juan  Carlos  Gómez.  Este 
gran  torturado,  este  incansable  cazador  de  esperan- 
zas, este  orgulloso  triste  le  dice  al  tiempo,  que  es  el 
refugio   de  todas  las  vanidades  nobles  y  luminosas: 

"Témate  ¡oh  tiempo!  viajador  amigo. 
Quien   no  tiene  memorias,   quien   no   espera. 
Apresura  tu   rápida   carrera: 
Aunque  tú  haces  morir,  yo  te  bendigo. 

Te    llevas    en    cada   hora   una  tristeza, 
Traes  en  cada  minuto  una  esperanza; 
A  cada  nuevo  sol,   en   lontananza 
Una   ilusión   del   porvenir   empieza. 

Si   destroza   tu   mano   bienhechora, 
Su   destrucción  consagra,  y   en   la   puerta 
De  una  mansión  por   el  amor  desierta. 
El  serafín  de  los  recuerdos  llora. 

Tuya  es   la   religión   del   sentimiento, 
Que   para  siempre   al   corazón   conserva 
Una  huella  de  un  pie  sobre  la  yerba. 
El  timbre   de  una  voz  hiriendo   el  viento. 


i6o  HISTORIA  CRITICA 


Tuyo  es  el  musgo  que  á  la  ruina  viste, 
La   flor   nacida  en   la   muralla   rota, 
La  yedra   fiel  que  junto  al   tronco  brota, 
El  llanto  dulce  y  la  sonrisa  triste. 

La  poesía,  de  tu  mano  asida. 
Va  por  la  tierra  consolando   el   duelo. 
Hada  gentil,  que  en  su  misión  del  cielo, 
Rasga  el  cendal  para  vendar  la  herida. 

¡Tiempo,  amigo   del  bien!  al  alma  llena 
De   un   paraíso,   en   sus  melancolías 
Tú  le  presentas  los  soñados  días 
Del   horizonte   en   la  región   serena. 

¡Padre  de  la  esperanza!  con  sus  galas 
Deja   un   momento   que    al   dolor    encante; 
El   Edén   de   la  vida  está  delante: 
Llévame  al   porvenir  sobre   tus  alas." 

El  arte  de  rimar,  que  la  llegada  del  romanticismo 
rejuvenecía,  pudo  decirle  á  éste,  como  Elena  á  Fausto: 
—  "Me  parece  haber  vivido  y  revivir  ahora  refundida 
en  ti,  mi  fiel  desconocido."  —  Bien  es  verdad  que, 
antes  de  la  aparición  del  romanticismo,  la  vida  literaria 
no  existía  en  ninguna  de  las  dos  ciudades  platenses. 
Pasaron,  casi  al  nacer  y  como  meteoros  que  no  dejan 
rastro,  el  Club  de  1810,  La  Sociedad  Literaria  de  1812, 
La  Sociedad  Patriótica  de  1816  y  El  Buen  Gusto  de 
1818,  tentativas  estériles  é  infecundas  para  reunir  á 
los  ingenios  bonaerenses  en  un  centro  común  de  pro- 
tección y  estímulo.  El  primer  núcleo  literario  argen- 
tino formóse  recién  en  1822,  realizando  un  certamen 
de  índole  jurJJica  el  25  de  Mayo  de  1823  y  otro  cer- 
tamen de  índole  económica  el  8  de  Junio  del  mismo 
año.  No  se  sabía  aún  separar  lo  útil  de  lo  hermoso. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  i5i 

Los  poetas  se  consideraban  mentores  y  augures  de  la 
sociedad  surgida  del  huracán  de  fuego  de  la  revolu- 
ción. Venían  vestidos  de  férreas  cotas  y  brillantes  ar- 
mas, importándoles  el  derecho  más  que  la  belleza.  Las 
cítaras  sirvieron  de  lanza  y  de  tizona.  La  influencia 
europea  por  una  parte,  y  por  otra  parte  el  espectáculo 
de  aquella  sociedad  profundísimamente  perturbada, 
hicieron  que  el  primer  vagido  de  la  escuela  romántica 
fuese  una  elegía.  El  romanticismo  exageró  el  dolor. 
El  romanticismo  tuvo  enfermiza  y  escéptica  la  sub- 
jetividad, que  es  el  fundamento  de  sus  creaciones  más 
originales.  El  romanticismo  consideró  la  tierra  como 
un  sepulcro  y  la  vida  como  una  noche.  Teócrito  y 
Virgilio  habían  amado  la  naturaleza,  la  calma  suave 
y  virgen  de  los  campos  en  flor.  La  poesía  pagana 
adoró  en  la  gran  madre,  en  la  madre  inmortal,  en  la 
madre  bendita  que  dá  alas  al  gusano,  perfumes  al  cla- 
vel, matices  á  la  perla  y  acordes  al  jilguero.  Sobre 
la  aurora  de  las  liras  románticas,  que  cubre  un  flo- 
tante y  luctuoso  crespón,  pesa  la  influencia  terrible 
de  lord  Byron.  La  naturaleza  es  una  madrastra.  El 
mundo  está  mal  hecho.  Es  preciso  vivir  en  la  duda 
y  en  el  desorden  como  Espronceda,  ó  asilarse  en  la 
muerte,  pidiéndole  al  suicidio  las  dichas  de  la  paz, 
como  Larra  y  Chatterton.  El  menor  contraste,  el  más 
trivial  de  los  desengaños,  una  desilusión  amorosa  ó 
política,  removía  el  veneno  sutil  y  misterioso  que  flo- 
taba en  la  atmósfera  del  espíritu  byroniano  de  nues- 
tros poetas,  porque  el  romanticismo  de  estos  países 
fué  cunado  por  Byron  antes  de  que  le  fortaleciesen 
Lamartine  y  Hugo. 

Aquel  modo  de  ser  de  la  romántica  poesía  estaba 
en  concordancia  con  el  temperamento  de  Juan  Carlos 
Gómez.  Éste,   siempre  triste   y  descontento  siempre, 

II.  -  I. 


i62  HISTORIA  CRITICA 

gannit  omni  familioe,  como  dice  Plauto.  Es  un  legí- 
timo descendiente  de  Lara  y  de  Manfredo. 

De  todos  modos  con  el  clasicismo  se  van  las  letrillas 
con  erótico  sonsonete,  los  madrigales  en  que  el  beso 
es  abeja  y  los  labios  rosas,  las  canciones  en  que  el 
patriotismo  apela  á  la  ayuda  de  las  divinidades  olím- 
picas para  decirnos  mal  lo  que  siente  bien,  los  acrós- 
ticos en  forma  de  lira  y  de  cruz.  El  clasicismo,  sa- 
grado por  su  helénica  cuna,  terminó  su  misión  con 
ios  reyes  despóticos  á  cuyos  pies  quemaba  el  fino 
cinamomo  de  las  endechas  de  sus  tiempos  triunfales, 
cediendo  su  corona  y  su  cetro  á  la  musa  romántica, 
como  los  reyes  cedían  su  corona  y  su  cetro  á  las  mu- 
chedumbres cansadas  de  sufrir.  Es  verdad  que  su  tú- 
mulo parece  un  obelisco  rememoradcr  de  grandes 
victorias.  Es  verdad  que  puede  reclamar  como  suyos, 
con  todas  las  voces  de  las  brisas  que  ríen  en  las  olas 
tirrenas,  al  jónico  y  alegre  Anacreonte,  á  la  ardorosa 
y  legendaria  Safo,  al  fecundo  y  multigenérico  Simó- 
nides,  al  tumultuoso  y  célebre  Píndaro.  Es  verdad 
que  también  puede  reclamar  como  suyos,  con  todas 
las  voces  de  las  brisas  que  juegan  en  las  frondas  itá- 
licas, al  dulce  Virgilio,  al  profético  Horacio  y  al  rudo 
Juvenal ;  pero  no  es  menos  cierto  que  se  apagó  la  lám- 
para de  sus  inspiraciones,  y  que  otra  lámpara  es  la 
que  va  á  consumir  su  aceite  de  nardo  sobre  el  altar 
eterno  del  eterno  Apolo.  Pasó,  para  siempre,  la  edad 
de  Figueroa.  Al  mismo  tiempo  y  bajo  el  mismo  in- 
flujo que  reformaba  la  poesía,  nuestra  prosa,  que  prin- 
cipia á  expandirse  con  Larrañaga,  se  afina  con  Lamas, 
hasta  que  llega  á  ser  una  maravilla  de  sentimiento,  de 
frescura,  de  color,  de  luz  y  de  poética  espontaneidad 
en  las  descripciones  de  Marcos  Sastre. 


CAPITULO  III 


El  rocnanticismo  de  I84O 
SUMARIO: 

I.  —  Los  cabildos  abiertos.  —  Su  oficio  y  su  importancia.  —  Algu- 

nos de  ellos.  —  Los  congresos  provinciales.  —  Artigas  y  la 
prensa.  —  Un  discurso  de  Artigas.  —  Influencia  de  la  época 
sobre  el  estilo.  —  La  Asamblea  Constituyente.  —  Examen  de 
sus  actas.  —  La  colegialidad  del  Poder  Ejecutivo.  —  El  debate 
sobre  el  papel  moneda.  —  La  ínamovílidad  ministerial.  —  La 
oración  de  Ellaurí.  —  El  articulo  5.°  —  El  sistema  parlamen- 
tario. —  El  gobierno  municipal.  —  Lo  que  pensaba  Alberdí  de 
las  constituciones.  —  Algo  más  sobre  la  niñez  de  nuestra  ora- 
toria. —  La  soberanía  de  la  Nación  y  las  libertades  públicas. 

II.  —  El  periodismo  desde  1830  hasta  1 85 1.  —  Eí  Uníversa.í.  —  El 
Nacional  Y  El  Iniciador.  —  Lamas  como  historiador.  —  El  Defen- 
sor de  la  Independencia.  —  Don  Andrés  Lamas  y  don  Eduardo 
Acevedo.  —  El  romanticismo.  —  El  culto  de  lo  clásico  y  la 
libertad  en  eí  arte.  —  Adolfo  Berro.  —  índole  de  su  numen.  — 
Fragmentos  de  algunas  de  sus  poesías.  —  El  arte  por  la  idea. 

III.  —  Juan  Carlos  Gómez.  —  Los  Estados  Unidos  del  Plata.  — 
Juan  Carlos  Gómez  y  la  política  de  fusión.  —  Juan  Carlos 
Gómez  y  el  caudillaje.  —  Juan  Carlos  Gómez  y  los  gobiernos 
de  partido.  —  Heraclio  C.  Fajardo.  —  Su  escaso  valer.  —  Juan 
Carlos  Gómez  y  la  guerra  del  Paraguay.  —  Juan  Carlos  Cómez 
y  el  romanticismo.  —  Examen  de  sus  Poesías  selectas.  —  índole 
personal  y  psicológica  de  su  musa.  —  El  romance  Figueredo.  — 
El  canto   La  Libertad.  —  Las  tristezas  de  Juan  Carlos  Gómez. 

—  Sus  últimos  años.  —  Explicación  de  su  modalidad  artística. 

—  El  ensueño  estético  según  Souriau.  —  El  himno  A  la  poesía.  — 
Resumen. 


i64  HISTORIA  CRÍTICA 


En  estas  andanzas,  desde  que  nuestro  poeta  des- 
pertó á  la  vida,  hasta  que  su  espíritu  se  perdió  en 
las  luminosas  profundidades  de  nuestro  cielo,  inten- 
samente luminoso  y  azul,  todas  las  formas  de  la  in- 
telectualidad literaria,  —  desde  la  didáctica,  cuyo 
objeto  es  instruir,  hasta  la  elocuencia,  que  es  el  arte 
de  bien  hablar,  —  habían  empezado  á  desenvolverse 
en  el  edén  charrúa,  en  la  tierra  del  coatí  y  el  tordo 
silbador. 

Encuéntrase  el  génesis  de  nuestra  oratoria  en  los 
cabildos  abiertos,  en  aquellos  concilios  en  que  las  au- 
toridades y  el  vecindario  se  reunían  para  deliberar 
y  resolver  sobre  los  asuntos  públicos, —  concilios  pa- 
recidos en  su  esencia  á  los  concilios  de  provincia 
que  el  imperio  romano  concedió  á  los  moradores  pe- 
ninsulares, para  discutir  los  problemas  administrati- 
vos y  económicos  que  se  relacionaban  con  su  pros- 
peridad. 

Cuando  la  trascendencia  de  algún  negocio  de  ca- 
rácter colectivo  requería  que  se  le  sacase  de  su  ju- 
risdicción natural,  de  la  jurisdicción  ejecutiva  y  ju- 
diciaria  de  la  corona,  los  representantes  de  ésta,  los 
gobernadores  de  cuño  militar,  se  reunían  en  cón- 
clave con  los  delegados  elegidos  directa  y  acciden- 
talmente por  los  colonos,  de  acuerdo  con  el  antiguo 
derecho  romano  que  reclamaba,  para  que  el  rigor  de 
las  leyes  senaduriales  fuese  legítimo,  que  esas  leyes 
contasen  con  la  aquiescencia  y  el  beneplácito  de  la 
multitud. 

Eran  los  cabildos  abiertos,  cuerpos  deliberantes, 
convocados  por  la  iniciativa  de  los  ediles  ó  del  ve- 
cindario, tratándose  generalmente  en  esas  asambleas 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  165 

del  monto  y  de  la  justicia  de  los  impuestos  que  gra- 
vitaban sobre  los  colonos.  Eran  esos  cabildos  cóncla- 
ves deliberantes,  en  los  que  el  consejo  del  mayor  nú- 
mero predominaba,  y  eran  á  modo  de  fortín  de  la  li- 
bertad comunal,  que  no  osó  desconocer  y  respetó 
siempre  el  absolutismo  de  los  reyes  borbónicos,  por 
hallarse  vinculados  á  esa  libertad  los  lúgubres  y  alec- 
cionadores recuerdos  de  la  entereza  de  Lanuza  y  del 
patíbulo  de  Padilla. 

Era  un  hueso  muy  duro  de  roer  para  los  monarcas 
peninsulares  la  institución  de  los  municipios.  Roma 
había  reconocido  á  las  ciudades  hespéricas  el  derecho 
de  gobernarse  de  acuerdo  con  las  leyes  anteriores  á 
la  conquista,  derecho  que  no  desapareció  cuando  la 
ola  muslime  y  la  ola  germánica  se  esparcieron  sobre 
las  cumbres  y  las  llanuras  del  jardín  español,  A  me- 
dida que  la  cruz  reconquistadora  se  impuso  á  los  ára- 
bes, las  municipalidades  se  multiplicaron,  por  ver  los 
reyes  en  la  concesión  de  las  cartas-pueblas  un  medio 
de  restringir  los  abusos  y  los  avances  del  poder  feu- 
dal. Desde  el  siglo  décimo  hasta  la  centuria  décima 
tercera,  fueron  muchos  los  fueros  que  la  corona  con- 
cedió á  las  ciudades,  resucitándose  y  extendiéndose 
el  tipo  comunal  visigodo  con  las  cartas  -  pueblas  de 
Sepúlveda,  León,  Burgos,  Logroño  y  Castrojeriz. 
Enamoradas  las  ciudades  de  sus  privilegios  por  la 
honda  raíz  que  los  mismos  tenían  y  por  la  libertad 
que  les  aseguraban,  los  defendieron  con  tenacidad  y 
con  intrepidez  contra  los  nobles  y  aun  contra  los  re- 
yes, pues  si  uno  de  los  justicias  de  Aragón  tuvo  á 
maltraer  á  Felipe  II,  á  maltraer  tuvieron  á  Carlos  V, 
no  sólo  los  comuneros  de  Castilla,  sino  también  las 
germanías  del  reino  de  Valencia  y  las  juntas  de  la 
isla  de  Mallorca. 

Aun  después  de  promulgadas  las  Nuevas  Leyes  de 


i66  HISTORIA  CRÍTICA 


Indias,  los  cabildos  americanos  no  perdieron  del  todo 
las  franquicias  de  carácter  político  dadas  por  los  re- 
yes á  los  cabildos  peninsulares,  siendo  las  cartas- 
pueblas  de  Méjico  y  de  Lima  de  la  misma  índole  y 
de  la  misma  alcurnia  que  las  cartas-pueblas  de  León 
y  de  Burgos.  Así  los  municipios  americanos,  pre- 
ocupados siempre  del  avance  material  y  ético  de  las 
colonias,  no  redujeron  su  acción  á  lo  meramente  ad- 
ministrativo, sino  que  vigilaban  con  empeñoso  celo 
la  conducta  de  los  apoderados  de  la  monarquía,  im- 
poniéndose á  la  consideración  de  la  multitud  por  su 
mucha  probidad  en  el  manejo  de  las  rentas  públicas 
y  por  el  coraje  con  que  batallaron  para  mantener  en- 
teras las  franquicias  de  las  ciudades  que  representa- 
ban. Al  aproximarse  el  sol  de  Mayo  de  1810,  del  seno 
de  los  cabildos  salió  la  chispa  revolucionaria,  el  im- 
pulso emancipador,  la  flecha  con  que  el  porvenir 
hirió  mortalmente  al  pasado,  pues  el  yugo  español 
se  hubiera  mantenido  en  su  adustez  despótica,  si  los 
cabildos  no  hubiesen  hecho  trizas  los  hierros  colo- 
niales con  el  empuje  de  sus  visiones  de  democracia 
y  con  el  empuje  de  sus  ensueños  de  independencia. 
Merecen  mención  especialísima,  entre  los  cabildos 
abiertos  de  nuestra  historia,  el  celebrado  el  25  de 
Setiembre  de  1808  y  el  celebrado  el  15  de  Julio  de 
1810.  En  la  primera  de  estas  asambleas  populares, — 
obedeciendo  al  mandato  de  nuestro  ardiente  instinto 
autonómico,  —  desconocimos  á  Michelena,  nombrado 
para  gobernarnos  por  el  virrey  Liniers,  sustituyén- 
dole con  una  junta  de  gobierno  propio,  presidida  y 
encabezada  por  el  célebre  Elío.  En  el  segundo  de 
aquellos  cabildos  memorables  nos  inclinamos  ante  la 
legitimidad  del  consejo  de  la  regencia,  —  como  si  adi- 
vináramos que  nuestra  suerte  iba  á  divorciarse  de  la 
suerte  argentina,  —  contra   lo   decidido  y  aconsejado 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  167 

por  la  junta  de  Buenos  Aires,  á  pesar  del  ardoroso 
empeño  con  que  defendió  la  causa  de  la  junta  el  elo- 
cuente americanismo  de  don  Juan  José  Passo. 

Si  los  cabildos  abiertos  contribuyeron  al  desarrollo 
de  nuestra  educación  cívica,  no  contribuyeron  me- 
nos á  ella  los  congresos  celebrados  durante  la  epo- 
peya, sanguinosa  y  dura,  que  preside  la  imagen  del 
blandengue  heroico.  El  derecho  de  las  provincias 
para  intervenir  en  la  formación  de  la  autoridad  cen- 
tral del  Río  de  la  Plata,  había  sido  reconocido  con 
amplitud  á  raíz  del  movimiento  de  Mayo  de  1810.  Ese 
derecho  fué  proclamado  y  fué  estatuido  por  la  pri- 
mera junta  gubernativa  de  Buenos  Aires,  por  la  junta 
que  presidió  y  condujo  don  Cornelio  Saavedra.  De 
acuerdo  con  esta  resolución,  el  triunvirato  de  1812 
convocó  á  las  provincias  para  que  eligiesen  los  di- 
putados que  debían  actuar  en  la  próxima  asamblea 
constituyente;  pero  el  pueblo  oriental  no  recibió  la 
convocatoria,  negándosele  el  derecho  de  intervenir  en 
aquellos  debates,  lo  que  dio  motivo  para  que  dudá- 
semos de  si  debíamos  obediencia  á  la  asamblea  magna, 
al  concilio  de  las  provincias  ya  libres  de  tutela.  En- 
tonces, por  orden  del  blandengue  indomable,  se  re- 
unió el  congreso  provincial  del  Peñarol,  en  el  que 
se  sentaron,  además  de  Larrañaga  y  de  Monterroso, 
don  Joaquín  Suárez  y  don  Miguel  Barreiro.  Tras 
maduro  examen,  el  congreso  resolvió  unirse  á  los 
trabajos  del  cónclave  federal,  siempre  que  éste  acep- 
tara los  patrióticos  y  elevadísimos  postulados  de  que 
dan  cuenta  las  instrucciones  del  año  13. 

En  los  primeros  días  del  mes  de  Diciembre  del 
mismo  año,  Rondeau,  á  impulsos  del  gobierno  de 
Buenos  Aires,  reunió  un  nuevo  congreso  provincial 
en  la  chacra  del  señor  Francisco  A.  Maciel,  formando 
parte  de  aquel  congreso  don  Juan  José  Duran  y  don 


i68  HISTORIA  CRITICA 


Tomás  García  de  Zúñiga,  don  Manuel  Haedo  y  don 
Juan  Francisco  Martínez,  don  Bartolomé  Muñoz  y 
don  Juan  Manuel  Pérez.  Si  la  asamblea  constituyente 
no  aceptó  á  los  diputados  elegidos  por  el  congreso 
del  Peñarol.  tampoco  los  diputados  elegidos  por  el 
congreso  de  la  Capilla  de  Maciel  se  incorporaron  á 
la  Asamblea  de  Buenos  Aires,  pues  Artigas  vio  un 
ultraje  á  su  persona  y  un  reto  á  su  autoridad  en  la 
convocatoria  y  en  las  resoluciones  del  congreso  de 
Diciembre  de  1813.  El  congreso  de  la  Capilla  de  Ma- 
ciel fué,  pues,  uno  de  los  motivos  fundamentales  del 
rompimiento  que  sobrevino  entre  la  causa  centralista, 
encarnada  en  Rondeau,  y  la  causa  autonómica,  encar- 
nada en  Artigas. 

Podemos  persuadirnos  de  cómo  debió  ser  nuestra 
elocuencia  durante  la  época  revolucionaria,  estudiando 
los  documentos  oficiales  de  aquellos  días  de  afán  y 
de  gloria.  La  imprenta  de  que  carecíamos  por  falta 
de  materiales,  no  pudo  dar  publicidad  alguna  á  los 
debates  de  nuestros  cabildos,  siendo  la  prensa  que 
vino  después  antiautonómica  y  antiartiguista,  como 
órgano  y  producto  de  las  aspiraciones  de  patronato 
y  de  predominio  que  nos  circundaban.  No  se  ocultó 
al  caudillo  de  las  derrotas  resplandecientes  lo  mucho 
que  favorecía  á  sus  adversarios  esta  carencia  de  me- 
dios de  publicidad,  como  lo  prueba  la  nota  que  el  12 
de  Diciembre  de  1815  dirigió  al  patriótico  Cabildo 
de  Montevideo:  "Pocos  y  buenos  somos  bastantes 
para  defender  nuestro  suelo  del  primero  que  intente 
invadirnos.  Para  mí  es  muy  doloroso  que  no  haya 
en  Montevideo  un  solo  paisano  que,  encargado  de  la 
prensa,  dé  á  luz  sus  ideas,  ilustrando  á  los  orientales 
y  procurando  instruirlos  en  sus  deberes."  Nos  queda, 
sin   embargo,  una  parte  de  la  elocución  pronunciada 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  169 

por  el  blandengue  en  la  apertura  del  congreso  del 
Peñarol.  El  discurso  del  caudillo  principia  así : 

"Ciudadanos:  mi  autoridad  emanó  de  vosotros,  y 
ella  vive  por  vuestra  presencia  soberana;  vosotros  es- 
táis en  el  pleno  goce  de  vuestros  derechos;  ved  ahí 
el  fruto  de  mis  ansias  y  desvelos,  y  ved  ahí  también 
todo  el  premio  de  mi  afán. 

"Ahora  en  vosotros  está  el  conservarla;  yo  tengo 
de  nuevo  la  satisfacción  hermosa  de  presentaros  mis 
sacrificios,   si   queréis  hacerla  estable. 

"Nuestra  historia  es  la  de  los  héroes. 

"El  carácter  constante  y  sostenido  que  habéis  os- 
tentado en  los  diferentes  lances  que  ocurrieron,  anun- 
ció al  mundo  la  época  de  la  grandeza.  Sus  monumen- 
tos majestuosos  se  hacen  conocer  desde  los  muros 
de  nuestra  ciudad  hasta  las  márgenes  del  Paraná:  ce- 
nizas, ríos  de  sangre  y  desolación,  ved  ahí  el  cuadro 
de  la  Banda  Oriental,  y  el  precio  costoso  de  su  rege- 
neración ! 

"Pero  ella  es  Pueblo  libre." 

Refiriéndose  á  los  manejos  de  Sarratea,  que  jamás 
se  borraron  de  su  memoria,  y  á  si  el  congreso  debía 
reconocer  la  autoridad  de  la  junta  de  Buenos  Aires, 
el  blandengue  agregaba: 

"Paisanos,  pensad,  meditad,  y  no  cubráis  de  opro- 
bio las  glorias,  los  trabajos  de  529  días  en  que  visteis 
restar  sólo  escombros  y  ruinas  por  vestigio  de  vues- 
tra opulencia  antigua.  Traed  á  la  memoria  las  intri- 
gas del  Ayuí,  el  compromiso  del  Yi,  y  las  transgre- 
siones del  Paso  de  la  Arena. 

"¿A  cuál  execración  será  comparable  la  que  ofre- 
cen esos  cuadros  terribles?  Corred  los  campos  ensan- 
grentados de  Belén,  Yapeyú,  Santo  Tomé,  Itapeby; 
visitad  las  cenizas   de  vuestros  conciudadanos,   para 


170  HISTORIA  CRÍTICA 

que  ellos,  desde  el  hondo  de  sus  sepulcros,  no  nos 
amenacen  con  la  venganza  de  una  sangre  que  vertie- 
ron para  hacerla  servir  á  vuestra  grandeza. 

"Preguntaos  á  vosotros  mismos  si  queréis  volver 
á  ver  crecer  las  aguas  del  Uruguay  con  el  llanto  de 
vuestras  esposas,  y  acallar  en  los  bosques  el  gemido 
de  vuestros  tiernos  hijos!.  ..." 

El  estilo  arcaico  y  lleno  de  hinchazones  de  este 
discurso,  se  aviene  con  el  carácter  bravio  y  receloso 
de  aquella  época,  preñada  de  riesgos  y  de  angustias 
para  la  libertad.  El  alma,  enardecida  por  lo  injusto 
de  nuestras  desgracias  y  por  la  visión  luminosa  del 
porvenir,  deformaba  los  moldes  del  lenguaje  escrito 
y  del  lenguaje  hablado,  para  que  el  lenguaje  estu- 
viera de  acuerdo  con  la  grandeza  trágica  de  la  lucha 
á  que  nos  obligaba  el  culto  devotísimo  de  nuestra 
autonomía.  Artigas,  al  pedirle  que  suspendiera  sus 
sesiones,  le  habla  en  el  mismo  tono  al  Congreso  que 
convoca  y  preside  Rondeau:  "El  amor  á  la  gloria  y 
á  los  intereses  de  la  Provincia  es  lo  que  me  conduce. 
Yo  puedo  lisonjearme  con  franqueza  de  que  ella  me 
mira  como  su  primer  apoyo;  mi  desinterés,  mis  fati- 
gas y  mi  buena  fe,  me  han  labrado  esa  ventura,  y  las 
invectivas  de  alguna  fracción  escandalosa  no  me  pre- 
sentarán como  ingrato  á  mi  pueblo,  á  un  pueblo  cu- 
yos esfuerzos  he  conducido  en  los  días  gloriosos  que 
abrieron  la  época  de  su  regeneración,  y  que,  aunque 
acosado  por  la  envidia  y  la  perfidia,  me  mira  como 
á  su  libertador."  Y  con  la  misma  dicción  patética  con 
que  habla  de  sus  servicios,  habla  de  la  intrepidez  su- 
blime de  los  montoneros  agrupados  en  torno  del  es- 
tandarte de  las  tres  franjas.  —  Así  le  dice,  el  7  de 
Diciembre  de  1812,  á  la  Junta  Gubernativa  del  Para- 
guay: "Un  puñado  de  patriotas  orientales,  cansado 
de  humillaciones,  había  decretado  ya  su  libertad  en 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  171 

la  villa  de  Mercedes.  Llena  la  medida  del  sufrimiento 
por  unos  procedimientos  los  más  escandalosos  del 
déspota  que  les  oprimía,  habían  librado  sólo  á  sus 
brazos  el  triunfo  de  la  justicia.  Y  tal  vez  hasta  enton- 
ces no  era  ofrecido  al  templo  del  patriotismo  un  voto 
ni  más  puro,  ni  más  glorioso,  ni  más  arriesgado;  en 
él  se  tocaba  sin  remedio  aquella  terrible  alternativa 
de  vencer  ó  morir  libres,  y  para  huir  ese  extremo  era 
preciso  que  los  puñales  de  los  paisanos  pasasen  por 
encima  de  las  bayonetas  veteranas.  Así  se  verificó 
prodigiosamente,  y  la  primera  voz  de  los  vecinos 
Orientales  que  llegó  á  Buenos  Aires,  fué  acompa- 
ñada de  la  victoria  del  veintiocho  de  Febrero  de  mil 
ochocientos  once,  día  memorable  que  había  señalado 
la  Providencia  para  sellar  los  primeros  pasos  de  la 
libertad  en  este  territorio,  y  día  que  no  podrá  recor- 
darse sin  emoción,  cualquiera  que  sea  nuestra  suerte." 
Y  agregaba,  más  tarde,  en  la  misma  nota:  "No  eran 
los  paisanos  sueltos,  ni  aquellos  que  debían  su  exis- 
tencia á  su  jornal,  ó  sueldo;  los  que  se  movían  eran 
vecinos  establecidos,  poseedores  de  buena  suerte,  y 
de  todas  las  comodidades  que  ofrece  este  suelo.  Eran 
éstos  los  que  se  convertían  repentinamente  en  solda- 
dos; los  que  abandonaban  sus  intereses,  sus  casas, 
sus  familias;  los  que  iban  acaso,  por  vez  primera,  á 
presentar  su  vida  á  los  riesgos  de  una  guerra;  los  que 
dejaban,  acompañadas  de  un  triste  llanto,  á  sus  mu- 
jeres é  hijos;  en  fin,  los  que  sordos  á  la  voz  de  la 
naturaleza,  oían  sólo  la  de  la  patria.  Este  era  el  pri- 
mer paso  para  su  libertad;  y  cualesquiera  que  sean 
los  sacrificios  que  ella  exige,  V.  S.  conocerá  bien  el 
desprendimiento  universal,  y  la  elevación  de  senti- 
mientos poco  común  que  se  necesita  para  tamañas 
empresas,  y  que  merece  sin  duda  ocupar  un  lugar 
distinguido  en  la  historia  de  nuestra  revolución." 


172  HISTORIA  CRÍTICA 

La  esforzada  altitud  del  estilo  corresponde  á  la 
esforzada  altitud  de  la  época.  La  pasión  encendía  el 
lenguaje,  hinchándole  á  veces  con  su  soplo  épico,  y 
cortándolo,  á  veces  con  pausas  parecidas  á  silbidos 
de  proyectil.  El  orgullo  nace  de  la  conciencia  de  lo 
difícil  y  augusto  de  la  misión  que  se  está  cumpliendo 
á  botes  de  lanza  y  saltos  de  bagual.  La  elocución  se 
acera  y  se  aguza,  ó  se  amplía  y  dilata,  según  el  ca- 
rácter de  las  visiones  que  cruzan  por  el  fondo  de  los 
espíritus,  como  las  garzas  emigradoras  por  los  ver- 
des matices  que  en  las  cortinas  del  crepúsculo  de  la 
tarde  descubrió  la  musa  soñadora  y  fantástica  de  Co- 
leridge.  Los  discursos  y  las  notas  del  tiempo  aquél, 
son  hijos  genuinos  del  ideal  confuso,  pero  grandioso, 
porque  batalla  la  montonera  del  trabuco  de  recorta- 
dos, la  pobre  montonera  sacrificada  con  heroísmo  en 
los  altares  del  porvenir  desde  1811  hasta  1828. 

Muchos  años  más  tarde  de  haberse  escrito  las  notas 
anteriores,  al  iniciarse  el  sitio  de  Montevideo  y  á 
raíz  de  los  primeros  triunfos  de  los  Treinta  y  Tres, 
constituyóse  un  gobierno  provisional  por  iniciativa 
de  Lavalleja.  Ese  gobierno,  que  el  14  de  Junio  de 
1825  se  instaló  en  la  Florida;  ese  gobierno,  del  que 
formaban  parte  don  Manuel  Calleros  y  don  Manuel 
Duran,  don  Francisco  Joaquín  Gómez  y  don  Juan 
José  Vázquez,  don  Loreto  Gomensoro  y  don  Gabriel 
Antonio  Pereyra;  ese  gobierno,  de  rápido  paso  y  de 
larga  memoria,  empezó  á  disponer  las  elecciones  de 
diputados  para  la  primera  legislatura  de  nuestro  país. 
El  24  de  Noviembre  de  1828  se  instaló,  en  San  José, 
la  asamblea  general  constituyente  y  legislativa  que 
presidía  don  Silvestre  Blanco  y  en  la  que  se  senta- 
ban, además  de  don  Gabriel  A.  Pereyra  y  don  Joa- 
quín Suárez,  Alejandro  Chucarro  y  Atanasio  Lapido, 
José    Ellauri    y    Pablo   Zufriategui,   Lázaro   Gadea   y 


I 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  173 

Luis  Bernardo  Cavia,  Miguel  Barreiro  y  Ramón  Ma- 
sini,  todo  aquel  núcleo  de  patriotas  de  corazón  firme 
y  de  vida  intachable,  cuyo  recuerdo  perdurará,  mien- 
tras la  patria  sea,  en  el  espíritu  de  las  generaciones 
que  van  á  florecer.  En  Diciembre  de  1828  las  tropas 
argentinas  y  las  imperiales  abandonaban  la  ciudad 
de  Montevideo,  y  el  primero  de  Mayo  de  1829  nues- 
tros poderes  públicos  entraban,  jubilosos  y  emocio- 
nados, en  la  capital,  generosa  y  noble,  que  había  sido 
el  último  de  los  baluartes  de  España  en  América. 

Son  interesantes  los  primeros  asuntos  á  que  la 
asamblea,  reunida  en  San  José,  dedicó  su  atención, 
siendo  de  lamentar  que  no  conservemos  íntegros  los 
discursos  que  nuestros  proceres  pronunciaron.  Las 
actas  nos  dicen  que  hubo  alocuciones  que  duraron 
más  de  hora  y  media,  siendo  empeñosos  los  debates 
á  que  algunos  proyectos  dieron  lugar,  como  el  pro- 
yecto presentado  por  el  señor  Gadea  sobre  la  forma 
en  que  iba  á  constituirse  nuestro  primer  gobierno. 
¿El  poder  ejecutivo  debía  componerse  de  una  ó  dos 
personas?  De  más  de  una,  "dada  la  diferencia  de  opi- 
niones y  el  choque  de  partidos  que  se  sentían  en  el 
país."  Creían  los  señores  Gadea  y  Calleros  que  el 
poder,  confiado  con  igualdad  á  los  jefes  de  las  dos 
agrupaciones  políticas  que  se  iniciaban,  aseguraría 
el  goce  de  la  quietud  á  la  patria  naciente,  á  la  repú- 
blica recién  emancipada  de  la  tutela  de  los  extran- 
jeros. Ellauri,  más  avisado  y  menos  soñador,  man- 
tuvo y  logró  imponer  la  doctrina  de  la  unidad  del 
ejecutivo.  Pensaba,  como  Hamilton,  que  la  autoridad 
ejecutiva  debe  estar  confiada,  para  el  mejor  y  más 
pronto  desempeño  de  sus  funciones,  á  un  magistrado 
único.  Así  también  lo  entiende  la  ciencia  política  de 
nuestra  edad,  de  acuerdo  en  un  todo  con  Montes- 
quieu,  para  quien  el  poder  ejecutivo  está  mejor  ad- 


174  HISTORIA  CRÍTICA 


ministrado  por  uno  que  por  muchos,  al  revés  de  lo 
que  sucede  con  el  poder  legislador,  que  casi  siempre 
está  mejor  ordenado  por  muchos  que  por  uno  solo. 
Laboulaye  dice:  "Es  un  error  funesto  creer  que  se 
fortifica  la  libertad  dividiendo  el  poder  ejecutivo. 
No  hay  responsabilidad  sino  allí  donde  el  poder  eje- 
cutivo es  único.  Sin  duda  el  primer  magistrado  de 
una  república  puede  usurpar;  pero  es  bien  cierto  que 
si  el  poder  se  confía  á  cuatro  ó  cinco  personas,  la 
diferencia  de  vistas  y  de  voluntades,  así  como  la  au- 
sencia de  toda  responsabilidad,  conducen  fatalmente 
á  la  impotencia,  y  de  la  impotencia  al  desorden  no 
hay  sino  un  paso."  Esmein  piensa  como  Montesquieu 
y  como  Laboulaye.  Esmein  sostiene  que  si  la  forma 
de  la  colegialidad  del  poder  ejecutivo,  por  garantir 
mejor  las  libertades  públicas,  está  más  de  acuerdo 
con  el  régimen  republicano  que  la  forma  del  poder 
ejecutivo  unipersonal,  ofrece,  en  cambio,  las  desven- 
tajas de  la  lentitud  y  de  la  poca  fijeza  en  los  rumbos 
de  que  suelen  adolecer  los  cuerpos  deliberantes.  Por 
otra  parte,  en  fin,  la  historia  nos  enseña  que  la  rea- 
lización de  las  leyes  es  más  firme  y  segura  bajo  un 
poder  ejecutivo  unipersonal,  que  bajo  la  forma,  ya 
desusada,  de  la  colegialidad  del  poder  ejecutivo. 

Al  trasladarse  la  asamblea  á  Canelones,  el  2  de  Di- 
ciembre de  1828,  se  ocupó  con  celosa  solicitud  de  las 
rentas  fiscales,  declarando  que  el  ganado  vacuno  po- 
día ser  libremente  extraído  de  nuestro  territorio,  dic- 
tando el  derecho  que  se  pagaría  por  esa  extracción, 
y  discutiendo  si  las  oficinas  públicas  debían  recibir, 
como  moneda  de  curso  legal,  el  papel  argentino,  in- 
troducido á  la  fuerza  en  nuestro  país  y  que  nadie 
aceptaba  por  su  valor  escrito,  según  dijeron  los  se- 
ñores Barreiro  y  Gadea.  Ya  en  aquellos  debates  échase 
de  ver   la   preferencia  que   nuestros  economistas  tu- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  17S 


vieron  siempre  por  la  moneda  metálica.  Estaban  en 
lo  justo.  Como  dice  Block,  la  diferencia  entre  el  bi- 
llete de  banco  y  el  papel  inconvertible,  farsaica  simu- 
lación de  aquél,  es  fundamental.  Esa  diferencia  estriba 
en  que  mientras  el  billete  de  banco  es  reembolsable  á 
la  vista,  el  papel  se  reduce  á  un  signo,  á  una  ficción, 
á  un  valor  despreciable,  desde  que  no  puede  conver- 
tirse en  valor  efectivo  siempre  que  lo  desea  la  volun- 
tad de  sus  tenedores.  Así  el  papel  moneda  es  un  ex- 
pediente económico  muy  difícil  de  recomendar,  por- 
que el  papel,  en  verdad  de  verdades,  sólo  representa 
el  valor  que  le  dá  la  confianza  pública.  Leroy  Beau- 
lieu  nos  dice  que  las  especies  monetarias  no  valen 
realmente  sino  por  la  cantidad  de  metal  en  ellas  con- 
tenida, y  como  el  papel  no  contiene  sino  la  cantidad 
de  metal  que  corresponde  á  la  apreciación  que  el  pú- 
blico le  otorga,  el  papel  no  convertible  viene  á  ser, 
en  resumen,  una  falsificación  legalizada  de  la  verda- 
dera moneda.  El  valor  de  los  billetes  sube,  según  Le- 
roy Beaulieu,  cuando  el  público  cree  que  el  gobierno 
los  retirará  gradualmente  de  la  circulación,  y  baja 
cuando  el  público  abriga  la  sospecha  del  lanzamiento 
de  nuevas  emisiones,  lo  que  hace  que  la  atmósfera 
moral  actúe,  de  una  manera  rápida  y  profunda,  sobre 
la  valorización  del  papel  moneda  no  convertible,  que 
en  el  mercado  internacional  sólo  puede  crear  emba- 
razos y  dificultades  entre  el  país  que  lo  emite  y  los 
países  que  fían  en  su  riqueza  y  en  su  honradez.  La 
moneda,  cuyo  valor  legal  no  es  permanente,  pierde 
su  verdadero  carácter  de  moneda,  alejando  de  los  mer- 
cados á  la  moneda  de  buena  ley.  Dice  el  doctor 
Eduardo  Acevedo :  "La  mala  moneda  expulsa  á  la 
buena,  mientras  que  la  buena  moneda  no  tiene  la 
virtud  de  expulsar  á  la  mala.  Tal  es  la  ley  formulada 
por   Tomás   Gresham.   Cuando   la   ley   atribuye   igual 


176  HISTORIA  CRITICA 


valor  cancelatorio  á  dos  piezas  monetarias  que  tie- 
nen distinto  valor  como  mercancía,  tiene  el  comercio 
positiva  conveniencia  en  acaparar  la  mercancía  más 
valiosa  para  fundirla  ó  exportarla  y  en  llenar  el  mer- 
cado de  la  mercancía  depreciada."  Por  eso  Leroy 
Beaulieu  ha  podido  afirmar  que  la  rapidez  de  circu- 
lación del  papel  moneda,  que  nadie  guarda  y  que  á 
todos  nos  quema  los  dedos,  es  mucho  más  grande 
que  la  rapidez  de  la  circulación  del  oro,  siendo  esta 
misma  circulación  vivísima  una  de  las  causas  del  des- 
mérito del  papel  moneda.  El  doctor  Acevedo  añade 
que  el  billete,  tenido  por  inconvertible,  "sufre  una 
depreciación  más  ó  menos  considerable,  que  es  de 
gravísimas  consecuencias,  como  que  al  disminuir  el 
poder  de  compra  del  billete,  surge  un  vacío  en  la 
circulación,  exactamente  igual  al  que  produciría  la 
disminución  del  monto  circulante,  viéndose  obligado 
el  Estado  á  realizar  nuevas  emisiones,  que  actúan 
ellas  mismas  como  causa  de  depreciación  y  colocan 
al  país  en  la  pendiente  rápida  del  empapelamiento 
y  de  los  grandes  trastornos  económicos."  Así  también 
pensaban,  insinuándolo  sobriamente,  los  señores  Ba- 
rreiro  y  Gadea.  Como  el  señor  Giró,  encargado  en- 
tonces del  Ministerio  de  Hacienda,  se  empeñase  en 
sostener  la  legalidad  del  papel  y  la  conveniencia  de 
utilizarlo  para  cumplir  los  empeños  de  la  Nación,  es- 
tableciendo una  moneda  que  desterrase  á  las  extran- 
jeras, el  señor  Gadea  le  respondió  que  nada  se  con- 
seguiría con  convertir  al  papel  en  moneda  legal,  si 
el  comercio  lo  resistía  y  no  lo  aceptaba  por  su  valor 
escrito.  Apoyando  al  señor  Barreiro,  que  sostuvo  que 
el  Gobierno  no  debía  servirse  del  papel  para  pagar 
los  servicios  públicos,  desde  que  el  valor  efectivo  de 
los  billetes  no  correspondía  á  su  valor  nominal,  el  se- 
ñor Gadea  agregó  que  lo  aconsejado  por  el  Ministerio 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  177 

engendraría  graves  confusiones.  "Si  hoy  el  Gobierno 
recibe  en  sus  oficinas  el  peso  de  papel  por  dos  reales, 
y  si  mañana,  último  de  mes,  el  valor  de  ese  peso  baja 
á  un  real,  ¿por  qué  precio  lo  dará  al  empleado?  Si 
por  el  que  lo  recibió,  lo  perjudica,  y  si  por  el  que 
corre,  perjudica  á  la  Nación."  El  señor  Gadea  dijo 
más,  pues  dijo:  "El  oro  y  la  plata  tienen  su  valor 
intrínseco;  no  así  el  cobre  y  mucho  menos  el  papel, 
porque  la  sociedad  toda  está  bien  persuadida  que  su 
valor  es  nominal  ó  ideal.  De  la  admisión  de  la  plata 
y  el  oro  en  las  oficinas  de  recaudación,  nada  puede 
decirse.  Tampoco  estaré  lejos  de  convenir  en  que  se 
admita  una  pequeña  parte  de  cobre;  pero,  manifes- 
tados ya  los  perjuicios  que  resultarían  de  la  admisión 
de  la  moneda  papel,  creo  que  convendría  más  que  se 
aboliese  enteramente,  porque  de  hecho  esta  moneda 
ya  se  halla  abolida."  El  porvenir  dio  la  razón  á  los 
señores   Gadea  y  Barreiro. 

De  otras  cosas  trató  aquel  cónclave  de  imperece- 
dera memoria,  siendo  sensible  que  la  mucha  brevedad 
de  sus  actas  no  permita  extenderse  sobre  la  forma 
oral  y  el  lógico  desenvolvimiento  de  los  debates  ce- 
lebrados en  Canelones  y  San  José,  Otro  tanto  puede 
decirse  acerca  de  las  actas  que  se  relacionan  con  la 
discusión  de  nuestro  código  fundamental.  El  proyecto 
de  constitución,  presentado  á  aquella  misma  asamblea 
el  6  de  Mayo  de  1829,  fué  discutido  durante  cuatro 
meses  con  empeñosa  y  sabia  solicitud.  La  comisión 
redactora  estaba  compuesta  por  los  señores  Ellauri 
y  Cavia,  Zudáñez  y  Echeverriarza,  Zubillaga  y  Gar- 
cía. La  importancia  oral  de  los  discursos  á  que  dio 
lugar  el  examen  del  proyecto  de  nuestro  código 
magno,  se  pierde  en  la  extrema  concisión  de  las  ac- 
tas, que  apenas  nos  permiten  adivinar  el  fundamento 
ideológico  de  lo  estatuido  por  la  asamblea.  Sabemos, 

12.  —  I. 


178  HISTORIA  CRÍTICA 

por  fortuna,  como  se  discutió  el  nombre  que  debía 
darse  á  nuestro  país,  triunfando  la  opinión  del  señor 
Gadea,  que  propuso  que  se  le  llamase  Estado  Oriental 
del  Uruguay,  sobre  la  opinión  del  señor  Ellauri,  que 
aconsejaba  que  se  le  llamase  República  de  Montevi- 
deo. Sabemos  también  que  se  discutió  con  amplitud 
el  artículo  quinto,  por  el  que  se  establece  la  índole 
de  la  religión  del  Estado,  pues  mientras  unos,  como 
los  señores  Barreiro  y  Zudañez,  querían  que  esa  de- 
claración fuera  excluyente  y  categórica,  adoptándose 
como  culto  oficial  el  culto  católico,  otros,  como  el 
señor  Ellauri,  querían  que  la  religión  del  Estado 
fuese  la  religión  santa  y  pura  de  Jesucristo,  recha- 
zando, por  antiliberal  y  por  redundante,  toda  pro- 
mesa de  protección,  pues  una  vez  declarada  consti- 
tucionalmente  la  religión  oficial  del  país,  los  pode- 
res públicos  contraían  el  compromiso  constitucional 
de  sostenerla.  Sabemos  también  que,  por  consejo  del 
señor  Zudáñez,  al  tratarse  de  la  composición  de  la 
cámara  de  diputados,  se  estableció  que  éstos  serían 
elegidos  por  elección  directa,  contrariando  el  pro- 
yecto de  la  comisión,  que  dejaba  librados  á  la  ley  de 
elecciones  el  modo  y  la  forma  de  efectuarla,  estando 
lo  resuelto  en  armonía  con  el  carácter  de  la  cámara 
joven  y  con  la  doctrina  jurídica  que  sostiene  que  los 
parlamentos  son  y  deben  ser  siempre  el  órgano  di- 
recto de  la  nación,  como  dice  Jellinek  y  explica  Du- 
guit.  Sabemos,  también,  que  el  señor  Ellauri  planteó 
el  problema  de  la  inamovilidad  de  los  ministros,  sa- 
liéndole  al  encuentro  el  señor  Vázquez  y  el  señor 
Masini.  Larga  y  empeñosa  fué  la  discusión  de  aquel 
inciso  del  artículo  ochenta.  El  señor  Ellauri  dijo  que 
el  derecho  de  destituir  á  los  ministros,  que  quería 
acordarse  al  Presidente  de  la  República,  era  un  prin- 
cipio  arbitrario   sólo  admisible   en  las  monarquías   é 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  179 


inadaptable  á  nuestro  sistema  representativo.  Respon- 
dióle el  señor  Vázquez  que  en  ninguna  constitución 
se  encontraba  establecido  el  sistema  de  la  inamovi- 
lidad  ministerial,  agregando  que  si  en  las  monarquías 
de  carácter  templado,  donde  los  ministros  son  res- 
ponsables y  donde  el  poder  real  no  es  otra  cosa  que 
un  poder  moderador,  el  rey  puede  destituir  á  los  mi- 
nistros cuando  le  place,  con  más  razón  podía  hacerlo 
el  primer  magistrado  de  los  países  donde  la  respon- 
sabilidad gubernativa  se  divide  entre  los  ministros 
y  el  jefe  de  los  poderes  públicos.  Añadió  que  "la 
destitución  no  infería  nota  ni  agravio  al  ministro, 
cuyo  crédito  y  premio  dependían  exclusivamente  de 
la  opinión  y  de  la  historia,  y  que  así  como  no  había 
tenido  otro  derecho  para  obtener  el  puesto,  que  el 
concepto  ó  elección  del  primer  magistrado,  así  tam- 
poco tenía  otro  para  conservarle."  Como  el  señor 
Ellauri  insistiera  sobre  lo  irritante  de  una  destitu- 
ción basada  en  la  simple  voluntad  presidencial,  y 
como  aludiese  á  lo  estatuido  por  las  constituciones 
españolas,  el  señor  Vázquez  volvió  á  hacer  uso  de  la 
palabra,  apoyándole  el  señor  Masini,  que  era  el  más 
joven  de  los  miembros  de  la  augusta  asamblea,  en  los 
términos  siguientes:  "Como  el  prestigio  de  una  pro- 
posición falsa,  vertida  sin  contradicción  en  este  lu- 
gar, puede  influir  en  la  deliberación,  no  puedo  me- 
nos que  manifestar  la  falsedad  de  la  aserción  que 
acabo  de  oir,  —  que  la  Constitución  española  negaba 
al  rey  el  derecho  de  deponer  á  los  ministros.  —  Todo 
lo  contrario :  ella  dá  al  rey  esta  facultad ;  y  aun  al 
jefe  de  una  república,  que  es  responsable,  creo  que 
también  debe  dársele,  porque  en  ello  nada  se  aven- 
tura. ¿Y  quién  querría  ocupar  el  elevado  y  espinoso 
cargo  de  presidente,  si  se  le  liga  á  no  poder  remover 
los  ministros  que  él  elige?   Estos   son   los  ojos,  los 


i8o  HISTORIA  CRÍTICA 

brazos  con  que  él  debe  ver  y  obrar.  Déjesele,  pues, 
que  él  los  elija  y  remueva  libremente,  porque,  de  lo 
contrario,  ¿cómo  se  podrá  exigir  que  él  sea  respon- 
sable de  sus  operaciones?"  Sabemos,  por  último,  que, 
al  discutirse  la  sección  correspondiente  al  gobierno 
y  administración  interior  de  los  departamentos,  el 
señor  Costa  pidió  y  obtuvo  que  se  declarase  y  esta- 
tuyese que  para  ser  jefe  político  se  necesitaba  tener 
más  de  treinta  años,  ejercitar  la  ciudadanía,  y  ser  ve- 
cino, con  propiedades,  del  departamento  cuya  jefa- 
tura se  iba  á  desempeñar,  agregándose  por  el  señor 
Vázquez,  de  acuerdo  con  los  principios  liberales  y 
en  contra  de  lo  aconsejado  por  la  Comisión  redactora 
del  estatuto,  que  los  jefes  políticos  no  podían  pre- 
sidir las  sesiones  de  las  Juntas  Económico  Adminis- 
trativas. 

Este  somero  examen  de  las  actas  del  meritorio  cón- 
clave nos  permite  darnos  una  ligera  idea  del  empe- 
ñoso celo  con  que  nuestros  padres  se  preocuparon 
de  las  públicas  libertades  y  los  públicos  intereses. 
Si  las  dotes  del  orador  parlamentario  son,  como  los 
retóricos  aseguran,  el  denuedo  cívico,  la  probidad,  la 
ciencia  jurídica,  el  lenguaje  claro  y  la  improvisación 
fácil,  es  justo  reconocer  que  muchos  de  nuestros  cons- 
tituyentes las  poseyeron  con  abundancia.  Lo  conciso 
de  las  actas  no  nos  permite  apreciarlos  por  la  rotun- 
didad de  sus  períodos  ni  por  la  viveza  de  sus  imá- 
genes, siendo  de  creer,  dado  lo  solemne  de  las  cir- 
cunstancias, que  no  se  distinguieron  por  la  incisiva 
sátira  de  sus  réplicas;  pero  lo  que  no  puede  ponerse 
en  duda  es  que  se  hicieron  dignos  de  los  encomios 
del  porvenir  por  lo  metódico  de  su  raciocinio,  por  los 
recursos  de  su  saber,  por  la  facilidad  de  su  palabra, 
por  lo  incorruptible  de  su  conciencia,  por  la  hidalguía 
de  su  corazón  y  por  lo  inquebrantable  de  sus  patrió- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  i8i 


ticos  entusiasmos.  Ellos  adivinaron,  más  que  supie- 
ron, que  la  elocuencia  de  la  tribuna,  que  no  es  otra 
cosa  que  la  discusión  de  los  asuntos  que  interesan  al 
país,  debe  ser  decorosa  y  grave,  natural  y  sencilla, 
sin  perjuicio  de  ser  enérgica  y  vehemente  cuando  lo 
exige  el  caso,  distinguiéndose  y  caracterizándose,  más 
que  todas  las  otras  ramas  de  la  elocuencia,  por  la  cla- 
ridad de  la  exposición  y  por  la  solidez  de  los  argu- 
mentos. 

Bastaría  leer  el  discurso  pronunciado  por  el  señor 
Ellauri,  antes  de  entrar  en  la  discusión  general  del 
magno  estatuto,  para  persuadirnos  del  modo  cómo 
obedecían  á  los  dictados  de  su  deber  aquellos  pro- 
ceres, cuya  voluntad  fué  siempre  más  firme  que  el 
diamante  negro,  usado  victoriosamente  por  la  indus- 
tria de  las  minas  en  las  perforaciones,  y  cuya  cons- 
tancia fué  mucho  más  dura  que  el  corindón,  piedra 
preciosa  y  piedra  alumínica  que  ocupa  y  tiene  el  pen- 
último lugar  en  la  escala  de  la  dureza.  Después  de 
haber  expuesto,  con  frase  sobria  y  castiza,  que  la  co- 
misión no  tenía  la  vanidad  de  haber  hecho  una  obra 
original,  grande  ni  perfecta,  dijo  el  señor  Ellauri : 

"En  cuanto  á  los  derechos  reservados  á  los  ciuda- 
danos, ellos  se  ven  diseminados  por  todo  el  proyecto. 
Entre  otros  muy  apreciables  me  fijaré  solamente,  para 
no  ser  difuso,  en  el  de  la  libertad  de  imprenta,  esa 
salvaguardia,  centinela,  y  protectora  de  todas  las  otras 
libertades:  esa  garantía  la  más  firme  contra  los  abu- 
sos del  poder,  que  pueden  ser  denunciados  inmedia- 
tamente ante  el  tribunal  imparcial  de  la  opinión  pú- 
blica; y  en  cuyo  elogio  dice  un  célebre  publicista  de 
nuestros  días  que,  mientras  un  pueblo  conserve  in- 
tacta la  libertad  de  la  prensa,  no  es  posible  reducirlo 
á  esclavitud:  este  insigne  derecho  lo  vemos  con  otros 
consignados  en  nuestra  carta  Constitución. 


i82  HISTORIA  CRÍTICA 

"La  forma  de  gobierno  no  ha  ofrecido  grandes  du- 
das á  la  Comisión.  Ella  se  ha  dejado  arrastrar  gus- 
tosamente del  torrente  de  la  opinión  pública,  pronun- 
ciada desde  muchos  años  atrás  por  la  universalidad 
de  nuestros  conciudadanos  de  un  modo  tan  uniforme 
y  franco.  Así  es  que  no  ha  trepidado  en  proponer  se 
adopte  la  de  representativo  republicano,  que  se  ve  en 
la  sección  3.''  Esta  es  la  de  todas  las  Repúblicas  libres 
de  América,  admitida  sin  esfuerzos  y  con  aplausos, 
cual  si  fuese  inspirada  por  un  sentimiento  natural." 
Y  el  procer  seguía,  elocuente  y  rumbeando  bien: 
"La  división,  y  reparación  de  los  poderes,  el  fijar 
sus  atribuciones,  y  el  modo  de  desempeñarlas,  es  lo 
que  realmente  ha  exigido  á  los  miembros  de  la  Co- 
misión un  trabajo  muy  superior  á  sus  débiles  fuer- 
zas. Ellos  han  meditado,  han  conferenciado,  y  han 
hecho  cuanto  en  sus  circunstancias  podían  hacer  para 
aproximarse,  ya  que  no  pudiesen  llegar  al  acierto.  La 
delegación  del  ejercicio  de  la  soberanía  de  la  Nación 
en  los  tres  altos  poderes,  legislativo,  ejecutivo  y  ju- 
dicial, se  encuentra  especificada  en  el  artículo  ca- 
torce. El  I."  tiene  la  voluntad,  el  2."  la  acción,  y  el 
3.0  la  aplicación.  Aquel  se  presenta  organizado  por 
dos  Cámaras,  una  de  Diputados  y  otra  de  Senadores. 
Aquí  está  el  principal  escollo,  que  la  Comisión  se  ha 
esforzado  en  evitar.  Ha  procurado  tener  á  la  vista 
las  Constituciones  más  liberales,  las  más  modernas, 
para  tomarlas  por  modelo  en  todo  aquello  que  fuese 
adaptable  á  nuestra  situación.  Ha  observado  que  las 
más  de  ellas  se  resienten  de  un  cierto  espíritu  aris- 
tocrático en  la  formación  de  la  Cámara  de  Senadores, 
que  han  deseado  sirva  como  de  cuerpo  intermediario 
para  contener  las  aspiraciones  de  los  otros  Poderes. 
La  Comisión  ha  encontrado  estos  principios  algo  des- 
conformes con  los  sentimientos  más  generales  de  este 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  183 

país,  y  por  lo  mismo  es  que  sin  dejarle  de  dar  res- 
petabilidad y  circunspección  al  Senado,  exigiendo  las 
más  exquisitas  cualidades  en  sus  miembros,  le  dá  si- 
multáneamente más  popularidad,  circunscribe  su  du- 
ración, y  en  lo  demás  apenas  le  deja  el  nombre  de 
esos  cuerpos  aristocráticos,  que  establecen  otras  Cons- 
tituciones." 

El  orador,  después  de  decirnos,  con  la  misma  sen- 
cillez y  la  misma  pureza,  que  sin  el  respeto  de  las 
leyes  la  existencia  de  la  patria  sería  tan  precaria 
como  la  de  un  meteoro,  agregaba  que  los  autores  del 
proyecto  habían  tratado  de  revestir  al  poder  ejecu- 
tivo del  vigor  necesario  para  la  conservación  del  or- 
den, aunque  con  las  restricciones  precisas  para  que 
el  abuso  de  ese  poder  no  pusiese  en  peligro  á  la  li- 
bertad. Lo  sincero  de  las  virtudes  ciudadanas  de  nues- 
tros padres  echó  en  olvido  que  poco  importan  las 
restricciones  impuestas  por  la  ley,  si  la  multitud  no 
sabe  defender  sus  derechos,  ó  si  el  que  ejerce  la  au- 
toridad falsea  y  estrangula  los  principios  fundamen- 
tales de  la  ley  escrita.  Es  preciso  no  sólo  que  una 
constitución  sea  buena;  sino  que  también  es  preciso, 
en  primer  lugar,  que  los  magistrados  no  la  interpre- 
ten conforme  á  su  interés,  y  en  segundo  lugar,  que 
la  educación  pública  nos  haga  capaces  del  ejercicio 
de  la  soberanía.  Alberdi  afirmaba  con  extrema  cor- 
dura: "Los  sudamericanos  creen  que  son  las  leyes 
escritas  las  que  han  hecho  libres  á  los  ingleses  y  á 
los  norteamericanos,  y  no  los  ingleses  los  que  han 
hecho  á  sus  libres  leyes  y  á  las  leyes  de  sus  libres 
colonos  de  América.  La  ley  inglesa  es  libre,  porque 
el  inglés  es  libre.  ¿Queréis  copiar  su  libertad?  No 
copiéis  su  ley;  copiad  la  persona  del  inglés,  es  decir, 
sus  costumbres,  su  modo  de  ser,  si  la  vida  puede  ser 
copiada."  La  libertad  estatuida  está  muy  lejos  de  ser 


i84  HISTORIA  CRÍTICA 

la  libertad  puesta  en  obra.  El  mismo  Álberdi  agrega: 
"Es  un  error  creer  que  una  ley  escrita  cambia  las 
cosas.  Si  así  fuera,  la  obra  de  civilizar  una  nación 
se  reduciría  á  darle  un  código,  es  decir,  á  unos  pocos 
meses  de  trabajo.  La  civilización  no  se  decreta.  Por 
haber  sancionado  constituciones  republicanas,  ¿tenéis 
la  verdad  de  la  república?  No  ciertamente:  tenéis  la 
república  escrita,  pero  no  la  república  práctica.  La 
ley  es  un  oráculo  de  palo,  que  habla  por  la  boca  del 
juez."  Entre  nosotros,  casi  todos  los  ejecutores  de 
la  ley  han  sido  enemigos  de  la  libertad.  Nuestras 
presidencias  son  monarquías,  basadas  en  una  especié 
de  derecho  divino.  Marte,  el  dios  de  la  fuerza,  sigue 
siendo  aun  el  origen  y  el  sustentáculo  de  su  poder. 

Ellauri  terminó  con  estas  palabras  su  magistral  dis- 
curso, que  parece  el  fruto  de  las  meditaciones  de 
algún  insigne  orador  contemporáneo:  "La  Asamblea 
se  halla  íntimamente  penetrada,  no  sólo  de  lo  con- 
veniente y  oportuno,  sino  hasta  de  lo  importante  y 
necesario  que  es  ya  constituir  el  Estado.  Por  expre- 
sarme con  más  propiedad,  diré  que  es  ya  una  obliga- 
ción forzosa,  de  que  no  podemos  desentendernos:  nos 
ha  sido  impuesta  por  una  estipulación  solemne,  que 
respetamos,  y  en  la  que  no  fuimos  parte  á  pesar  de 
ser  los  más  interesados  en  ella.  Apresurémonos,  pues, 
señores,  á  cumplir  de  un  modo  digno  los  votos  de 
nuestros  comitentes,  llenos  de  ese  fuego  sagrado,  que 
inspira  el  verdadero  amor  de  la  patria;  desprendá- 
monos de  todo  sentimiento  que  no  sea  el  del  bien  y 
felicidad  de  los  pueblos  cuyo  pacto  social  vamos  á 
establecer  en  su  nombre." 

¿Hay  lagunas  ó  errores  en  el  código  magno?  Sí, 
los  hay,  como  en  todas  las  obras  que  cuentan  más  de 
veinte  lustros  de  vida.  El  artículo  5.",  por  ejemplo, 
nos  amarra  y  no  nos  satisface  á  los  que  creemos  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  185 

las  patrias  no  deben  tener  religión  alguna,  á  los  ene- 
migos del  sistema  proteccional  y  á  los  que  ya  no  ado- 
ramos, en  el  altar  de  nuestra  conciencia,  la  lacrimosa 
y  llagada  imagen  del  Cristo. —  Estamos  lejos  de  los 
días  dulcísimos  de  nuestra  niñez,  y  por  grande  que 
sea  nuestra  fantasía,  ya  no  nos  asalta,  cuando  llega 
Diciembre  con  sus  rosales  llenos  de  flores  y  con  sus 
nidos  llenos  de  epitalamios,  la  visión  oriental  de  aque- 
llos reyes  que  condujo  una  estrella,  flotante  é  incen- 
diada, hacia  el  rústico  establo  donde  sintió  los  dolores 
benditos,  los  sagrados  dolores,  los  augustos  dolores 
del  alumbramiento  la  virgen  palidísima  de  Nazareth. 
—  Estamos  lejos  de  los  días  dulcísimos  de  nuestra 
niñez,  y  por  grande  que  sea  nuestra  vanidad,  ya  no 
creemos  en  otras  eternidades  que  en  las  eternidades 
de  la  materia,  que  el  sepulcro  convierte  en  átomos 
dispersos  y  la  mecánica  vital  transforma  en  polen  de 
clavel,  en  cimbro  de  palma,  en  iris  de  torrente,  en 
himno  de  zorzal,  en  lista  de  estandarte  ó  en  rayo  de 
sol.  —  Una  religión  protegida  oficialmente  pone  va- 
llares á  la  libertad  religiosa  con  que  hace  muchos 
años  sueña  nuestro  espíritu  para  todas  las  patrias, 
y  es  indiscutible  que  los  constituyentes  entendieron 
que  el  Estado  debía  proteger  á  la  religión  católica, 
como  claro  lo  dijo  el  señor  Ellauri,  contestando  al 
señor  Masini,  en  la  sesión  del  13  de  Mayo  del  año 
29.  —  El  sistema  patronímico,  que  siempre  creó  y  que 
creará  siempre  embarazosos  pleitos  entre  el  poder  es- 
piritual y  los  poderes  temporales  de  la  tierra;  el  sis- 
tema patronímico,  que  no  permite  que  esos  poderes 
actúen  con  libertad  absoluta  dentro  de  los  dominios 
de  sus  respectivas  atribuciones ;  el  sistema  patroní- 
mico, que  sino  decreta  el  reinado  de  un  culto,  fa- 
vorece su  expansión  y  ayuda  á  sostenerlo,  no  es  el 
que  más  conviene  á  las  repúblicas   democráticas,  en 


i86  HISTORIA  CRITICA 

las  que  no  existe  ni  puede  existir,  por  razones  de  his- 
toria y  de  ideal,  una  armonía  perfecta  entre  el  poder 
político  y  el  poder  eclesiástico,  aunque  la  £e  prote- 
gida sea  la  fe  del  que,  triste  y  ensangrentado  y  cu- 
bierto de  espinas,  oyó  cantar  á  los  vientos  de  la  tarde 
el  sermón  de  las  misericordias  y  sintió  pasar  por  los 
vientos  de  la  tarde  las  frescuras  del  odre  de  la  sa- 
maritana,  cuando  dobló  la  frente  y  cerró  los  ojos  so- 
bre la  sien  en  sombras  del  Calvario.  —  Una  religión 
autoritaria  é  infalible  no  puede  ser  la  religión  de  un 
pueblo  progresista  y  republicano,  que  se  educa  en  la 
práctica  del  libre  examen  y  que  no  ignora  que  lo  te- 
rrestre está  sometido  á  error.  Una  democracia  sin 
violar  las  conciencias,  que  son  una  inalienable  pro- 
piedad, no  puede  ni  debe  contribuir  á  imponer  una 
religión,  protegiendo  un  culto  y  siguiendo  las  hue- 
llas de  Teodosio  el  Grande  ó  Enrique  VIII.  La  con- 
ciencia tiene  derechos  ilegislables,  que  sólo  se  saben 
y  se  sienten  garantidos  con  la  absoluta  separación 
del  poder  espiritual  y  del  poder  civil,  con  la  absoluta 
separación  de  la  Iglesia  y  el  Estado. 

Tampoco  es  dudoso  que  nuestros  constituyentes  pu- 
sieron débiles  vallas  á  la  ambición  y  al  nepotismo  de 
nuestros  gobernantes,  por  más  que  dijesen,  en  un  me- 
morabilísimo manifiesto,  que  habían  encomendado  á 
la  legislatura — "el  cuidado  de  crear  los  destinos  que 
demande  el  servicio  público;  designarles  las  dotacio- 
nes á  que  sean  acreedores;  disminuir  ó  aumentar  en 
esta  proporción  los  impuestos  que  forman  la  renta 
de  la  Nación;  sancionar  las  leyes  que  reglen  el  uso 
de  vuestras  propiedades,  de  vuestra  libertad  y  segu- 
ridad; proteger  el  goce  de  vuestros  derechos;  defen- 
deros contra  el  abuso  de  la  autoridad;  velar  sobre  el 
cumplimiento  de  las  leyes,  y  hacer  responsables  á 
los    infractores."  —  En    vano    agregaron    que  —  "estas 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  187 

augustas  funciones  forman  la  base  de  las  garantías 
sociales,  y  la  Nación  para  conservarlas,  sólo  necesita 
fijar  su  elección  sobre  personas  que,  ligadas  íntima- 
mente á  ella,  no  sean  contenidas  por  el  temor  ni  pros- 
tituidas por  el  interés.  Es  en  precaución  de  esto,  que 
son  excluidos  de  representaros  los  dependientes  á 
sueldo  del  Poder  Ejecutivo ;  porque  debiendo  aquéllos 
ser  guardianes  vigilantes  del  cumplimiento  de  la  Ley, 
y  rígidos  censores  de  cualquier  abuso,  necesitan  fir- 
meza para  defenderlos,  y  que  sus  intereses  no  se  opon- 
gan á  los  vuestros." 

Pronto,  muy  pronto,  el  interés  y  el  temor  hicieron 
nidal  en  el  cuerpo  legislativo,  lo  que  necesariamente 
debía  verificarse  en  un  país  de  facciones  violentas, 
de  presidentes  engolillados,  y  cuya  constitución  re- 
conoce que  permite  al  que  manda  —  "emplear  la  fuerza, 
ya  para  contener  las  aspiraciones  individuales,  ya 
para  defenderos  contra  todo  ataque  exterior  im- 
previsto, porque  sin  esta  atribución,  vuestra  libertad 
política  y  civil  quedaría  á  merced  del  ambicioso  que 
intentase  destruirla;  pero  es  obligado  á  dar  cuenta 
inmediatamente  al  Cuerpo  Legislativo,  y  á  esperar 
su  resolución,  porque  este  Poder  fuerte,  que  admi- 
nistra la  Hacienda  Nacional,  manda  la  fuerza  armada, 
distribuye  los  empleos  públicos,  y  ejerce  directamente 
su  influencia  sobre  los  ciudadanos,  no  daría  garantías 
bastantes,  si  no  hubiese  de  respetar  y  reconocer  la 
Ley  como  única  regla  de  su  conducta."  —  Los  graves 
privilegios  dados  á  las  presidencias  para  salvaguardar 
nuestra  libertad  política  y  civil,  sólo  sirvieron  para 
acrecer  su  orgullo  y  su  predominio,  sustituyéndose 
á  la  voluntad  popular  y  convirtiéndose  en  electoras 
de  los  cuerpos  formados  para  contenerlas,  gracias  al 
tesoro  de  la  nación,  á  la  fuerza  armada,  á  los  empleos 
públicos  y  á  la  suma  de  atribuciones  excepcionales  de 


i88  HISTORIA  CRÍTICA 

que  disponían.  El  mayor  número  legislativo,  más  cui- 
dadoso de  su  bien  personal  que  del  bien  del  país;  el 
hiayor  número  legislativo,  hechura  de  aquella  volun- 
tad electora  y  cuya  suerte  dependía  de  aquella  vo- 
luntad tiranizante,  siempre  ó  casi  siempre  estuvo  con 
el  poder,  castigándose  las  rebeliones  con  el  destierro 
de  las  recompensas  que  el  país  les  debe  á  los  servi- 
cios y  á  las  virtudes,  á  los  grandes  caracteres  y  á 
grandes  hechos.  Así,  enervada  ó  muerta  la  fibra  moral, 
la  democracia  fué  dictadura  y  la  república  una  espe- 
cie de  gobierno  sátrapa,  unas  veces  despótico  con  ar- 
tería y  otras  veces  dilapidador  hasta  la  insensatez, 
cual  lo  comprueban  todas  las  páginas  de  nuestra  his- 
toria, iluminada  por  el  incendio  interminable  de  nues- 
tras muchas  revoluciones,  como  lo  está  la  cima  de  una 
cordillera  por  la  purpúrea  lumbre  de  un  intermitente 
y  furioso  volcán. 

Es  indudable,  pues,  que  no  es  perfecta  la  obra  rea- 
lizada por  la  Asamblea  General  Constituyente  y  Le- 
gislativa. Esta  se  instaló  en  San  José  el  24  de  No- 
viembre de  1828.  —  Ocho  días  más  tarde  estableció 
su  sede  en  Canelones.  —  Un  huracán  derrumbó  la  casa 
en  que  se  reunía,  obligándola  á  trasladarse  á  la  ca- 
pilla de  la  Aguada,  en  Febrero  de  1829.  —  El  primero 
de  Mayo  de  aquel  año  mismo  entró,  con  el  gobierno 
y  las  fuerzas  patriotas,  en  Montevideo.  —  Entonces, 
sólo  entonces,  principió  á  discutir  el  proyecto  cons- 
titucional; pero,  por  desventura  y  como  á  presagio 
de  la  suerte  que  nos  esperaba,  el  cónclave  ilustre  ya 
empezó  á  padecer  por  los  antagonismos  lavallejistas 
y  riveristas.  —  Con  setenta  mil  pobladores  contaba  el 
país,  cuyas  rentas  anuales  apenas  ascendían  á  seiscien- 
tos mil  pesos;  pero,  aunque  el  comercio  y  la  industria 
iban  prosperando,  no  eran  muy  halagüeñas  las  pers- 
pectivas por  el  recelo  de  los  trastornos  á  que  las  am- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  189 

biciones  de  los  caudillos  nos  abocaban.  —  En  su  amor 
al  orden,  los  congresionales  pensaron  más  en  las  pre- 
rrogativas del  ejecutivo  que  en  los  privilegios  de  la 
multitud,  entonces  iletrada  y  heroica.  —  Olvidaron 
que,  como  dice  Tocqueville,  el  poder  presidencial  no 
debe  ejercerse  sino  en  la  esfera  de  una  limitada  so- 
beranía, porque  es  bien  sabido  por  la  experiencia  que 
sobrevienen  los  males  del  abuso  y  entran  en  martirio 
las  libertades  públicas,  cuando  no  son  muy  circuns- 
critos los  derechos  que  se  conceden  al  poder  que 
manda. 

Nuestros  constituyentes  olvidaron  también  que  la 
educación  de  la  vida  republicana  empieza  por  el  ejer- 
cicio de  la  vida  municipal,  que  ellos  estatuyeron  como 
una  promesa,  pero  no  arreglaron  como  un  hecho  ac- 
tivo. —  No  hay  democracia  donde  no  existen  las  mu- 
nicipalidades autónomas,  que  son  la  primera  cátedra 
donde  la  realidad  nos  enseña  lo  que  vale  el  buen  uso 
del  ejercicio  de  la  soberanía. —  Dice  Joel  Tiffany  en 
su  Derecho  Constitucional :  "Es  un  principio  de  los 
gobiernos  democráticos  realizar,  en  cuanto  es  posible, 
la  idea  del  gobierno  propio.  Por  eso,  en  vez  de  con- 
fiar toda  la  administración  interna  al  gobierno  ge- 
neral, siempre  se  ha  considerado  más  propio  y  con- 
veniente confiar  al  pueblo  de  cada  estado  el  ejercicio 
de  la  autoridad  gubernativa  en  los  asuntos  especial- 
mente suyos,  y  jurisdicción  al  gobierno  general  en 
todos  los  asuntos  que  afectan  primariamente  el  bien- 
estar del  pueblo  de  la  nación.  Según  el  mismo  prin- 
cipio, el  pueblo  del  estado  confía,  en  cuanto  es  con- 
forme con  los  intereses  generales,  el  gobierno  de  las 
ciudades  y  villas  á  la  municipalidad." 

Nuestros  constituyentes  entrevieron,  pero  no  ase- 
guraron, la  autonomía  de  las  comunas.  —  No  hicieron 
bien,  porque  todos  los  poderes  tiranizadores  son  ene- 


igo  HISTORIA  CRÍTICA 

migos  del  régimen  comunal.  Benjamín  Constant  lo 
ha  reconocido  así,  afirmando  que  los  intereses  locales 
contienen  un  germen  de  resistencia  que  la  autoridad 
no  sufre  sino  á  regañadientes,  tratando  por  todos  los 
medios  de  desarraigarla. —  No  hay  despotismos  tor- 
vos donde  prosperan  las  municipalidades  dueñas  de 
su  destino,  porque  las  municipalidades,  cuyo  origen  se 
remonta  á  la  edad  romana,  con  sus  actos  jurisdiccio- 
nales ó  de  competencia  y  sus  actos  administrativos 
ó  de  atribución,  tan  admirablemente  descritos  y  des- 
lindados por  Fauchet,  nos  imponen,  como  dice  Blacks- 
tcne,  reglas  y  modos  de  conducta  civil,  educándonos 
en  la  idea  de  lo  justo  y  lo  injusto  dentro  de  la  co- 
munidad. 

Como  asegura  Hippert,  el  porvenir  de  los  pueblos 
libres  se  encuentra  y  radica  en  las  comunas  libres, 
administradoras  de  sus  propios  asuntos  y  sin  otros 
vínculos  con  el  poder  central  que  las  relaciones  de 
suprema  ó  de  última  instancia.  Así  la  historia  de  los 
progresos  de  la  nación  inglesa  no  es  otra  cosa  que  la 
historia  de  los  progresos  del  régimen  municipal  bri- 
tánico, que  es  el  que  ha  permitido  á  aquella  sociedad, 
educada  por  las  comunas  en  el  ejercicio  del  gobierno 
propio,  elevarse  progresivamente  hasta  la  plenitud 
de  una  independencia  apoyada  y  sostenida  por  sus 
franquicias  incorruptibles  y  tradicionales.  —  Leed  el 
libro  de  Carlos  Valframbert.  —  Leed  la  obra  monu- 
mental de  Gneist. —  El  régimen  de  los  municipios, 
la  constitución  comunal,  surgen  de  aquellas  páginas 
como  una  garantía  eficaz  contra  los  poderes  depri- 
midores  y  como  una  seguridad  robusta  para  los  de- 
rechos de  los  ciudadanos.  —  Si  arrancáis  de  las  manos 
del  Estado  todas  las  tasas  comunales,  desde  la  tasa 
de  los  pobres  hasta  la  tasa  de  los  caminos  y  desde  la 
tasa  escolar  hasta  la  tasa  de  justicia  y  de  policía,  con 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  191 

todas  las  voluntades  de  que  se  sirve  para  su  organi- 
zación y  mantenimiento,  habréis  reducido  notable- 
mente la  fuerza  absorbedora  del  poder  central  y  dado 
independencia  á  las  localidades.  Eso  es  lo  que  soñaron, 
pero  no  supieron  hacer  nuestros  constituyentes.  Eso 
es,  sin  duda,  lo  que  hará  el  porvenir. 

No  ignoro,  no,  que  nuestros  constituyentes  se  pre- 
ocuparon de  que  las  Juntas  Económico  Administra- 
tivas, elegidas  por  elección  directa,  estuviesen  forma- 
das por  ciudadanos  con  residencia  y  bienes  en  los 
departamentos  cuya  agricultura  debían  promover  y 
por  cuya  instrucción  primaria  debían  velar,  cuidando 
asimismo  de  la  conservación  de  los  derechos  indivi- 
duales de  sus  pobladores.  No  ignoro,  no,  que  los  cons- 
tituyentes, para  asegurar  á  las  Juntas  su  autonomía, 
se  opusieron  á  que  las  presidieran  los  Jefes  Políticos, 
como  sé  también  que  el  señor  Chucarro  quiso  poner 
en  manos  de  las  mismas  los  recursos  que  pide  su  mi- 
sión de  cultura,  y  como  sé  también  que  el  señor  García 
quiso  ampliar,  robusteciéndolas,  sus  atribuciones.  Esto 
es  innegable ;  pero  es  igualmente  innegable  que  nues- 
tra manera  de  entender  el  gobierno  interior  del  país 
está  muy  lejos  de  aquel  sistema  comunal,  con  sus  bur- 
gos y  sus  parroquias,  en  el  que  la  raza  inglesa  ha  de- 
jado las  marcas  características  de  su  espíritu  y  que 
ha  contribuido  de  un  modo  poderoso  á  la  evolución 
democrática  de  un  pueblo  conservador  por  natura- 
leza, como  dice  con  justicia  Mauricio  Vauthier. 

Sin  embargo,  dado  el  balbuceo  de  nuestra  cultura, 
digna  de  aprecio  fué  la  empeñosa  labor  de  nuestros 
constituyentes.  —  Por  razones  de  cercanía  y  por  miedo 
al  desorden,  el  centralismo  se  nos  impuso  como  un 
sistema  digno  de  imitación.  —  La  Argentina,  desde 
Julio  hasta  Diciembre  de  1828,  fué  el  campo  de  ba- 
talla de  los  partidos  de  Lavalle  y  Borrego,  siendo  las 


192  HISTORIA  CRÍTICA 


ambiciones  localistas  de  los  jefes  provinciales  la 
causa  del  fracaso  de  la  convención  constituyente  y 
federal  de  Santa  Fe.  —  Desde  Diciembre  de  1828  hasta 
Abril  de  1829,  la  lucha  sigue  y  el  caos  se  agranda, 
imperando  Bustos  en  Córdoba,  Quiroga  en  Cuyo  é 
Ibarra  en  Santiago,  hasta  que  la  reacción  unitaria 
triunfa  y  se  impone  momentáneamente  gracias  á  las 
brillantes  condiciones  del  general  Paz.  —  Así  el  es- 
pectáculo de  la  anarquía  y  los  feudos  locales  nos  llevó 
al  centralismo  de  los  gobiernos  fuertes,  porque  si  es 
verdad  que  el  estatuto  de  la  nación  chilena  de  1828 
fué  descentralizador  y  hasta  federalista,  no  es  menos 
cierto  que  aquel  estatuto  quedó  profundamente  des- 
acreditado por  los  abusos  y  por  las  pretensiones  de 
las  desacertadas  asambleas  provinciales  del  país  de 
O'Higgins,  lo  que  dio  lugar  á  la  centralización  admi- 
nistrativa y  á  la  suma  de  facultades  concedidas  á  la 
presidencia  por  la  constitución  araucana  del  año  33. 
No  es  de  extrañar,  entonces,  que  no  comprendié- 
ramos que  un  presidente  que  actúa  á  su  capricho  du- 
rante cuatro  años,  sin  la  obligación  de  escuchar  á  los 
ministros,  ni  á  los  legisladores,  ni  á  la  opinión  pú- 
blica, es  un  poder  terrible  y  casi  despótico,  muy  in- 
ferior, dentro  del  sistema  representativo,  al  régimen 
parlamentario  de  la  responsabilidad  ministerial,  que 
Laboulaye  encuentra  más  republicano  y  menos  incó- 
modo que  el  régimen  nuestro.  —  Como  dice  Carlos 
Savary  en  Le  gouvernement  constitutionnel,  bajo  el 
verdadero  sistema  representativo  y  en  presencia  del 
principio  de  la  soberanía  nacional,  es  preciso  que  allí 
donde  el  pueblo  no  puede  actuar  por  sí  mismo,  la  au- 
toridad preponderante  pertenezca  al  menos  á  los  man- 
datarios elegidos  por  el  país;  pero  como  éstos,  á  su 
vez,  no  pueden  ejercer  directamente  el  poder  ejecu- 
tivo, es  lógico  que  tengan  bajo  su  mano  á  los  que  lo 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  193 

ejercen,  gracias  al  régimen  de  la  responsabilidad  mi- 
nisterial, en  que  el  ministerio  no  es  otra  cosa  que  una 
comisión  siempre  revocable  de  la  Asamblea." 

Nuestros  presidentes,  que  sólo  están  en  contacto 
con  la  legislatura  por  sus  mensajes  ó  sus  favoritos; 
nuestros  presidentes,  cuyos  ministerios  no  necesitan 
ser  homogéneos  y  populares,  porque  sus  ministros 
nada  representan  y  nada  significan  ante  la  opinión; 
nuestros  presidentes,  en  la  realidad  de  la  realidad, 
vienen  á  ser  á  modo  de  monarcas  corruptores  por  el 
caudal  de  mercedes  administrativas  y  presupuestadas 
que  distribuyen  entre  sus  allegados  y  sus  hechuras.  — 
Cámaras,  cuya  reelección  depende  de  la  presidencia, 
y  ministerios  formados  por  hombres  que  no  se  han 
conocido  antes  entre  sí,  que  no  tienen  un  pensamiento 
común,  y  que  no  están  designados  para  gobernar  ni 
por  la  opinión  parlamentaria  ni  por  la  opinión  pú- 
blica, son  cuerpos  inútiles,  completamente  inútiles 
para  el  progresivo  desenvolvimiento  de  la  adminis- 
tración y  de  la  política,  siendo  casi  un  axioma  que 
en  política  y  en  administración  lo  que  es  inútil  no 
está  lejos  de  ser  perjudicial.  —  Pocos  oradores,  en 
nuestro  recinto  legislativo,  pueden  decir  como  Oló- 
zaga:  —  "Yo  no  sé  en  qué  consiste  que  mi  lengua  no 
se  presta  para  ensalzar  á  los  poderosos."  —  Por  su 
parte  son  pocos  los  ministros  que  tienen  el  valor  de 
caer  defendiendo  principios  ó  salvando  intereses,  por- 
que esos  ministerios  y  esas  legislaturas  presidenciales 
tan  sólo  aspiran  á  reforzar  el  dominio  absorbedor  de 
la  presidencia.  —  Todo  lo  aceptan,  para  coadyuvar  al 
triunfo  del  ídolo  dispendioso  y  benefactor,  sin  de- 
cirse jamás  como  Pacheco  decía  en  1846  á  las  resig- 
nadas Cortes  Españolas:  "Si  el  que  conspiran  los 
enemigos  del  orden  público  es  una  razón  para  que 
no  se  atienda  á  la  ley,  rasguemos  la  constitución,  va- 
is. —  I. 


194  HISTORIA  CRÍTICA 

yámonos  á  nuestras  casas,  y  proclamemos  el  gobierno 
absoluto." 

Así,  por  las  causas  expuestas,  por  falta  de  control 
y  por  falta  de  bridas,  el  gobierno  nuestro,  el  gobierno 
personal,  el  gobierno  de  un  responsable  único  y  en- 
soberbecido, el  gobierno  de  un  único  y  caprichoso 
dispensador  de  bienes,  no  está  en  armonía  con  el  ré- 
gimen republicano  y  se  halla  más  cerca  del  cesa- 
rismo  que  de  la  democracia,  siendo  el  sistema  de  la 
responsabilidad  ministerial  el  único  medio  de  que  los 
cuerpos  legisladores  lleguen  á  ser  más  autónomos  é 
influyentes  que  nuestros  poco  libres  y  muy  des- 
acreditados cuerpos  legislativos. 

Reconocemos  y  confesamos  que  esto  no  basta.  — 
Se  necesita  el  municipio  libre  para  la  seguridad  de 
la  nación  libre.  —  El  gobierno  constitucional  y  par- 
lamentario no  es  una  barrera  contra  el  abuso  de  las 
mayorías  apasionadas.  Oid  á  Laboulaye  en  L'Etat  et 
ses  limites:  "Una  representación  nacional,  una  prensa 
y  una  tribuna  independientes  temperan  el  gobierno 
en  el  interior  y  le  dan  el  poder  necesario  para  de- 
fender el  honor  nacional  contra  el  enemigo;  pero, 
por  grandes  y  necesarias  que  sean  estas  garantías, 
ellas  no  son  bastantes  para  la  protección  del  indi- 
viduo." 

En  efecto,  cuando  las  pasiones  políticas  ó  religiosas 
incendian  un  país,  ¿quién  impide  á  sus  cámaras  in- 
clinarse hacia  la  violencia  ó  hacia  la  injusticia?  — 
En  ese  caso  los  derechos  del  individuo  están  á  mer- 
ced de  la  administración  y  de  las  mayorías  políticas. 
—  Laboulaye  encuentra  un  eficaz  lenitivo  contra  esos 
males  en  la  descentralización,  en  el  municipio,  en  el 
gobierno  propio,  "porque  se  diría  que  la  centraliza- 
ción y  la  revolución  se  llaman  mutuamente." — Y 
Laboulaye    añade:    "Hoy    todos    reconocemos    que    la 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  195 

comuna  es  la  escuela  de  la  libertad.  Es  allí  donde 
se  forman  los  espíritus  prácticos;  es  allí  donde  se 
vé  de  cerca  lo  que  son  los  negocios;  es  allí  donde  se 
conocen  sus  condiciones  y  sus  dificultades.  Allí  se 
vive  en  consorcio  con  los  conciudadanos,  allí  uno  se 
vincula  á  la  patria  pequeña,  allí  se  aprende  á  amar 
á  la  grande,  y  allí  las  ambiciones  legítimas  pueden 
satisfacerse  con  honradez."  —  Se  dice  que  las  comu- 
nas libres  son  manantiales  de  revolución.  —  Labou- 
laye  lo  niega,  sosteniendo  que  los  países  más  cen- 
tralizados son  los  más  turbulentos,  y  afirmando  que 
los  más  tranquilos  son  los  países  en  que  es  más  enér- 
gica la  vida  municipal.  —  Laboulaye  niega  también 
que  las  comunas  autónomas  se  arruinen  ó  vivan  en 
penurias  por  falta  de  administración,  demostrando 
que  Holanda,  Suiza,  Inglaterra  y  los  Estados  Unidos, 
es  decir,  los  países  de  las  comunas  abandonadas  á  su 
propio  esfuerzo,  son  más  ricos  y  valen  más  que  los 
gobiernos  que  carecen  de  vida  municipal  como  Bi- 
zancio,  la  China  y  el  Egipto. 

Como  enseña  Mauricio  Block,  en  los  estados  ver- 
daderamente libres,  "es  preciso  que  los  ciudadanos 
no  abandonen  al  poder  sino  los  negocios  que  están 
por  encima  de  sus  propias  fuerzas,  ó  aquellos  que 
necesitan  ser  dirigidos  bajo  un  punto  de  vista  ge- 
neral." —  Un  gobierno,  que  tutela  mucho,  es  un  amo 
en  excelentes  condiciones  para  oprimir.  —  No  son  li- 
bres ni  los  incapaces  ni  los  menores.  —  Las  comunas 
autónomas  aseguran  su  dignidad  y  su  independencia 
á  los  ciudadanos.  —  Carey  nos  dice,  en  el  tomo  ter- 
cero de  sus  Principies  of  Social  Science:  "Cada  pe- 
queña localidad,  municipalmente  constituida,  puede 
atender  mejor  lo  que  conviene  al  interés  local.  Los 
municipios  de  las  ciudades,  que  son  como  pequeñas 
repúblicas  independientes,  —  as  little  independent  re- 


196  HISTORIA  CRÍTICA 

publics,  —  han  sido  justamente  considerados  por  Toc- 
queville,  como  formando  el  principio  vital  de  la  liber- 
tad americana."  —  A  su  vez  Woolsey,  en  el  tomo  pri- 
mero de  su  Political  Science  or  the  State,  nos  enseña 
que  la  gran  ventaja  del  sistema  de  los  burgos  libres 
radica  no  sólo  en  que  esos  burgos  educan  al  pueblo 
para  el  ejercicio  de  sus  derechos  políticos  en  todas 
las  regiones  del  país,  "sino  también  en  que,  hasta 
cuando  el  gobierno  central  es  lo  más  perfecto  po- 
sible, poca  participación  le  dan  á  ese  gobierno  en  los 
negocios  locales  de  cada  villa  ó  comuna,  lo  que  ase- 
gura á  éstas  la  apetecida  y  necesaria  tranquilidad." 
—  Woolsey  añade  que  "el  régimen  del  gobierno  pro- 
pio excita  ó  provoca  el  sentimiento  denominado  es- 
píritu público  ó  general  mucho  más  de  lo  que  pueden 
hacerlo  las  comunidades  puramente  pasivas,  porque 
el  patriotismo  es  una  pasión  compleja  que  hace  que 
el  hombre  se  identifique  con  su  comarca  según  el 
grado  de  participación  que  tiene  en  sus  negocios."  — 
Y  Woolsey  concluye  por  afirmar  que,  si  bien  las  mu- 
nicipalidades no  deben  pedir  poderes  que  les  permi- 
tan arruinar  su  prosperidad  futura,  deben  hallarse 
revestidas  de  todos  los  que  requieren  y  exigen  las 
necesidades  locales,  "lo  que  hará  que  se  acrecienten 
la  reflexión  y  la  inteligencia  de  sus  habitantes,  no 
sólo  en  lo  que  con  sus  asuntos  privados  se  relaciona, 
sino  también  en  aquello  que  atañe  al  sentimiento  de 
la  responsabilidad,  and  in  a  sense  oí  responsability." 
Las  constituciones  no  reforman  las  costumbres; 
pero  pueden  contribuir,  de  un  modo  relativo,  á  pu- 
rificarlas.—  Aparisi  y  Quijarro  decía  bien  cuando  de- 
cía: "De  hombres  honrados  y  de  pueblos  sobrios  y 
virtuosos  se  hacen  pueblos  libres;  pero  de  hombres 
ó  pueblos  á  quienes  domina  el  libertinaje  del  espíritu 
ó  el  apetito  desenfrenado  de  goces  materiales,  —  ha- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  197 

ced  las  constituciones  que  queráis, — ^  no  haréis  más 
que  pueblos  turbulentos  y  esclavos."  —  Estamos  con- 
formes; pero  también  estamos  seguros  de  que  la  re- 
pública hubiera  sido  mucho  más  dichosa,  si  se  hu- 
biesen mermado  las  facultades  de  la  presidencia  y 
engrandecido  los  privilegios  de  las  comunas  por  los 
inmortales  de  la  Asamblea  del  año  29. 

Es  necesario,  pues,  crear  la  autonomía  municipal 
plena,  y  convertir  nuestros  gobiernos  unipersonales 
en  reflexivos  gobiernos  de  gabinete.  Es  necesario  que, 
como  dice  Franqueville,  los  ministros,  de  acuerdo  con 
la  ciencia  política  contemporánea,  no  sean  ya  los  sim- 
ples ejecutores  de  la  voluntad  individual  del  jefe 
del  Estado,  sino  que  sean  sus  consejeros  solidarios 
y  responsables,  es  decir,  los  jefes  efectivos  de  las 
diversas  reparticiones  públicas.  Es  necesario,  como 
quiere  Franqueville,  que  el  parlamento  imponga  al 
director  de  lo  ejecutivo  la  elección  de  los  hombres 
encargados  de  presidir  los  diversos  servicios  guber- 
namentales, escogiéndolos  entre  los  conductores  más 
clarovidentes  de  las  asambleas  legislativas  de  origen 
popular.  Es  necesario,  como  enseña  Franqueville,  que 
los  ministros  dejen  de  ser  los  servidores  obedientes 
de  un  poder  omnímodo,  que  los  eleva  ó  destituye  sin 
más  razón  ó  ley  que  la  ley  ó  razón  de  su  voluntad, 
como  acontece  en  el  imperio  ruso,  para  convertirse 
en  las  ruedas  más  importantes  y  más  activas  del  me- 
canismo gubernamental,  como  acontece  en  la  presti- 
giosa y  libre  nación  británica,  en  aquella  nación  que 
abriga  bajo  sus  estandartes  desde  los  verdes  lagos  de 
Escocia  hasta  los  criaderos  de  perlas  de  Ceilán  y 
desde  las  húmedas  planicies  de  Irlanda  hasta  los  co- 
diciados terrenos  auríferos  de  Port-Phillip. 

Las  fuentes  de  las  instituciones  inglesas  deben  bus- 
carse,  más   que    en   los   documentos   escritos,  en   las 


198  HISTORIA  CRÍTICA 

costumbres  y  en  las  prácticas  constitucionales.  Ni  lo 
pactado  entre  el  rey  y  el  parlamento  en  1215,  ni  lo 
pactado  entre  el  monarca  y  el  parlamento  en  1688,  ni  lo 
pactado  entre  la  corona  y  el  parlamento  en  1701  sub- 
sistiría ya,  si  la  costumbre,  que  es  la  ley  verdadera 
de  aquel  gran  país,  no  hubiese  autorizado  y  hubiese 
mantenido  el  desarrollo  de  la  autoridad  de  los  pode- 
res populares,  impidiendo  que  la  monarquía  traspu- 
siese los  límites  que  los  pactos  y  los  estatutos  asig- 
naban á  sus  privilegios.  El  mismo  gobierno  de  ga- 
binete ó  gobierno  parlamentario  no  ha  sido  creado, 
de  un  solo  golpe  y  con  todas  sus  piezas,  por  un  de- 
creto real  ó  por  una  sanción  legislativa,  sino  por  los 
esfuerzos  continuos  del  uso,  naciendo  de  la  costumbre 
que  tenían  los  antiguos  monarcas  de  pedir  y  buscar 
el  aviso  secreto  de  sus  familiares  en  los  negocios  ar- 
duos, lo  que  dio  ocasión,  á  fines  de  la  centuria  dé- 
cimasexta,  á  que  los  Comunes  reclamasen,  como  uno 
de  sus  derechos  más  esenciales,  el  derecho  de  con- 
ducir á  los  malos  consejeros  de  la  corona  ante  la  jus- 
ticia de  la  Cámara  de  los  Lores. 

Así  el  parlamento  pudo  sobreponerse  á  los  reyes 
de  la  casa  de  Lancaster,  y  aunque  su  prerrogativa 
cayó  en  desuso  bajo  el  dominio  de  la  casa  de  Tudor, 
volvió  á  reaparecer  más  amplia  y  más  robusta  bajo 
los  Stuardos,  con  el  juicio  público  y  la  condena  á 
muerte  de  Strafford.  Desde  aquel  instante  el  parla- 
mento se  preocupó  de  cercenar  el  poder  de  los  re- 
yes, imponiéndoles  la  elección  de  sus  ministros  y  de 
sus  consejos,  apenas  restaurada  la  monarquía  que  de- 
rribó Cromwell;  pero  la  lucha  es  larga,  indecisa,  du- 
dosa en  ocasiones,  y  sólo  en  1721  puede  decirse  que 
nace  el  gobierno  parlamentario  fuerte  y  unido  con 
el  gabinete  de  Roberto  Walpole,  estableciéndose  de- 
finitivamente la  disciplina  interior  de  los  ministerios 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  199 

bajo  Guillermo  Pitt  y  quedando  el  monarca  reducido 
al  papel  de  simple  moderador  de  sus  consejeros  des- 
pués de  la  reforma  electoral  del  año  de  1832. 

Hablando  de  Inglaterra,  dice  Dupriez:  —  "La  ca- 
rrera parlamentaria  es  el  solo  camino  que  conduce 
al  ministerio."  —  "En  teoría,  los  ministros  reciben  del 
rey  su  título  y  sus  poderes;  pero,  en  realidad,  su 
nombramiento  es  el  resultado  de  una  complicada  elec- 
ción, en  la  que  intervienen,  en  grados  desiguales,  mu- 
chos factores,  de  los  cuales  el  más  influyente  es  la 
Cámara  de  los  Comunes.  Al  Soberano  pertenece  el 
derecho  de  escoger;  pero  no  tiene  la  libertad  de  la 
elección  ni  puede  llamar  al  ministerio  sino  á  los  hom- 
bres aceptados  por  la  mayoría  de  los  Comunes."  —  Y 
Dupriez  agrega:  —  "El  Gabinete  es  un  cuerpo  per- 
fecta é  íntimamente  unido,  siendo  una  su  voluntad 
como  es  una  su  acción.  Los  hombres  que  lo  componen 
pertenecen  al  mismo  partido  político,  ó  cuando  menos 
á  los  partidos  coaligados:  al  constituirse  el  ministe- 
rio, se  han  puesto  de  acuerdo  para  la  realización  de 
un  programa  común  de  gobierno.  Si  más  tarde  sur- 
giesen nuevas  cuestiones,  si  la  aplicación  del  pro- 
grama adoptado  suscita  dificultades,  se  restablece  el 
acuerdo  primitivo  al  discutirlas  en  el  seno  del  Ga- 
binete. Una  vez  la  decisión  tomada,  todos  deben  tra- 
bajar para  ejecutarla  y  aun  para  defenderla,  si  fuere 
necesario,  delante  del  Parlamento."  —  Y  Dupriez  con- 
cluye: "El  Gabinete  es  el  resorte  que  pone  en  movi- 
miento todas  las  ruedas  del  organismo  político.  No 
abarca  sólo  el  poder  ejecutivo,  sino  que  juega  un  pa- 
pel importante  en  materia  legislativa:  su  acción  se 
extiende  á  todos  los  dominios,  excepto  el  judicial,  y 
ella  es  ilimitada,  aunque  no  soberana,  en  la  vida  pú- 
blica de  la  nación." 

Dupriez  resume  todo  lo  que  antecede  diciéndonos 


HISTORIA  CRÍTICA 


que  el  ministerio,  dentro  del  sistema  parlamentario, 
"ejerce  el  poder  ejecutivo",  siendo  éste  el  campo  de 
acción  en  que  su  autoridad  es  más  incontrastable,  di- 
recta y  segura;  "guía  y  dirige  el  poder  legislador", 
por  la  enormie  influencia  que  dan  á  sus  palabras  la 
jefatura  de  la  mayoría  de  la  asamblea  y  su  conoci- 
miento de  las  necesidades  administrativas,  —  y  "es  el 
lazo  de  unión  entre  el  poder  que  ejecuta  y  el  poder 
que  legisla",  porque  allí  donde  el  sistema  parlamen- 
tario existe,  la  separación  de  los  poderes  legislativo 
y  ejecutivo  no  es  más  que  una  palabra.  ¿Qué  le  queda, 
entonces,  al  jefe  del  Estado?  Le  quedan  los  tres  de- 
rechos de  que  habla  Bagehot  y  cuya  eficacia  reconoce 
Dupriez:  el  derecho  de  ser  consultado  obligadamente 
por  los  ministros,  el  derecho  de  estimular  á  los  miem- 
bros del  gabinete,  y  el  derecho  de  advertirles  de  sus 
errores  cuando  el  bien  público  lo  reclama.  Es  verdad 
que  no  puede  imponerles  su  política  personal,  ni  ne- 
garles su  apoyo,  ni  sembrar  su  camino  de  dificulta- 
des, aunque  pueda  intervenir,  como  mediador,  para 
sujetar  las  pretensiones  de  la  mayoría  ó  contener  la 
cólera  de  los  partidos  de  la  llanura. 

Este  poderío  ministerial  está  limitado  por  una  do- 
ble serie  de  responsabilidades.  Como  enseña  Dicey, 
Jos  ministros  no  sólo  son  responsables  ante  la  legis- 
latura, sin  cuya  confianza  no  pueden  gobernar,  sino 
que  son  responsables  ante  sus  jueces  de  fuero  propio 
por  los  actos  ilegales  que  patrocinen,  sin  que  ami- 
nore esta  responsabilidad  la  afirmación  de  que  han 
obedecido  á  las  órdenes  imperiosas  del  jefe  del  Es- 
tado. Y  Dicey  añade:  "Después  de  la  responsabilidad 
parlamentaria  está  la  responsabilidad  legal,  y  los 
actos  de  los  ministros  no  están  menos  sometidos 
al    reino    de    la    ley    que    los    actos    de    los    funcio- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 


narios  de  orden  inferior."  —  Así  el  gobierno  de  ga- 
binete, que  empieza  á  surgir  de  un  modo  caracterís- 
tico en  el  reinado  de  Carlos  II,  es  hoy,  como  nos  dice 
Wilson,  el  centro  de  la  Constitución  inglesa,  ha- 
biendo aceptado  el  principio  justiciero  y  regulador 
de  la  responsabilidad  ministerial  Bélgica,  Italia  y 
hasta  la  misma  Prusia. 

Por  su  parte  Esmein  sostiene  que  la  responsabili- 
dad ministerial  es  la  pieza  esencial  del  sistema  gu- 
bernativo francés,  siendo  esa  responsabilidad,  según 
Duguit,  no  sólo  política  solidaria  é  individualmente, 
lo  que  permite  al  parlamento  ejercer  un  continuo 
control  sobre  los  actos  gubernamentales,  sino  de  ín- 
dole criminal  y  civil,  cuando  un  ministro,  en  el  ejer- 
cicio de  sus  funciones,  infringe  las  leyes  de  la  pú- 
blica penalidad,  ó  perjudica  al  fisco  ó  á  los  ciuda- 
danos en  sus  intereses. —  ¿Qué  pasa  en  América?  — 
A  pesar  de  lo  que  dispone  el  artículo  86  de  nuestra 
Constitución,  á  pesar  de  lo  que  dispone  el  artículo  87 
de  la  Constitución  Chilena,  y  á  pesar  de  lo  que  dis- 
pone el  artículo  88  de  la  Constitución  Argentina,  en 
los  países  americanos  no  podemos  decir  que  existe  la 
responsabilidad  ministerial,  puesto  que  los  actos  de 
los  ministros  no  son  verdaderos  actos  ministeriales, 
sino  actos  casi  exclusivos  del  presidente  de  la  Repú- 
blica. Donde  los  ministros  nada  pueden  decidir  ó  re- 
solver por  sí  solos,  donde  los  ministros  no  son  luces 
sino  reflejos  de  una  única  lámpara  central,  la  res- 
ponsabilidad no  puede  hacerse  práctica  sin  herir  al 
jefe  de  la  nación,  lo  que  no  es  muy  fácil  á  su  tiempo 
debido  y  sin  grandes  trastornos,  dada  la  influencia 
y  los  recursos  de  que  dispone.  Por  eso  Saint-Girons 
ha  podido  decir,  sin  herirnos  ni  calumniarnos,  que 
"los   Estados  Unidos  y  las  diversas  repúblicas  ame- 


HISTORIA  CRÍTICA 


ricanas  nos  ofrecen  una  república  presidencial  con  un 
rey  electivo,  temporario  y  muy  independiente,  por 
lo  común,  de  las  Cámaras  Legislativas." 

Si  el  sistema  parlamentario  no  tiene  antecedentes 
en  nuestro  suelo,  el  gobierno  municipal  no  es  una 
novedad  para  nosotros.  Recordad  los  anales  y  las  atri- 
buciones de  los  Cabildos.  Recordad  la  importancia 
especialísima  de  aquellas  juntas  en  la  constitución 
de  las  colonias.  —  Instituciones  populares  elegidas 
anualmente  por  cédulas  cerradas;  instituciones  abier- 
tas á  los  nativos  y  en  cuya  elección  los  gobernadores 
no  podían  intervenir  bajo  pretexto  alguno;  institu- 
ciones compuestas  siempre  de  vecinos  probos  y  bien 
conceptuados,  las  juntas  se  reunían,  á  son  de  trom- 
peta ó  á  toque  de  campana,  para  administrar  los  in- 
tereses comunes  de  cada  ciudad,  de  cada  villa,  de  cada 
pueblo  del  uruguayo  edén. —  Eran  cuerpos  locales; 
pero  cuerpos  autónomos,  ejecutivos  y  legisladores, 
con  su  presidente,  sus  alcaldes  de  primer  voto  y  de 
segunda  vara,  su  juez  de  policía  y  su  juez  de  fiestas, 
su  alférez  real  y  su  síndico  procurador.  —  Ellos  guar- 
daban las  llaves  de  las  villas,  cuidaban  el  archivo  de 
su  jurisdicción,  aprontaban  á  nuestras  milicias  para 
defender  los  límites  del  pago,  tasaban  equitativamente 
los  artículos  de  primera  necesidad,  administraban 
casi  todas  las  rentas  rurales  y  urbanas,  y  esparcían 
el  bien  de  la  justicia  por  pueblos  y  lomas.  —  Ellos 
tenían  á  su  cargo  exclusivo  proteger  á  los  pobres, 
amparar  á  los  huérfanos,  perfeccionar  las  cárceles, 
sanear  los  hospicios,  construir  las  escuelas,  ordenar 
los  festejos,  y  proveer  al  abasto,  la  hermosura,  el 
aseo  y  la  luz  de  las  poblaciones  del  país  naciente.  — 
Ellos,  en  fin,  fueron  verdaderas  democracias  con  pri- 
vilegios económicos  y  políticos,  que  reprimían  y  con- 
trarrestaban   las   exigencias   de    los   gobernadores   de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  203 


cuño  militar,  sembrando  el  germen  fecundo  del  sis- 
tema representativo,  al  favorecer  el  ejercicio  del  de- 
recho de  petición,  y  preparándonos  para  el  adveni- 
miento de  la  república,  á  pesar  de  las  injurias  de 
Viana,  los  destierros  de  del  Pino  y  las  violencias  de 
Olaguer  Feliú. 

Su  origen  es  ilustre.  Aquellas  juntas  eran  las  su- 
cesoras  y  las  herederas  de  las  antiguas  municipali- 
dades romanas,  casi  regidas  por  leyes  propias  y  casi 
dotadas  de  gobierno  propio,  con  sus  decuriones  y 
sus  duunviros  de  provinciales  fuentes  y  provinciales 
prerrogativas.  —  Su  origen  es  ilustre.  Aquellas  jun- 
tas eran  las  sucesoras  y  las  herederas  de  los  munici- 
pios rurales  del  Medio  Evo,  que,  regulando  las  con- 
diciones de  la  propiedad  en  su  jurisdicción,  enfre- 
naban los  absurdos  derechos  de  las  señorías,  siendo 
personalidades  de  estructura  orgánica,  tan  ardiente 
como  batalladora  con  sus  consejos  de  índole  demo- 
crática y  popular.  —  Su  origen  es  ilustre.  Aquellas 
juntas  eran  las  herederas  de  la  flor  de  los  fueros  de 
Castrojeriz,  Escalona,  Logroño  y  Sepúlveda,  siendo 
igualmente  las  sucesoras  de  las  esforzadas  comuni- 
dades de  la  proba  Castilla  y  de  las  irreductibles  ger- 
manías  de  la  feraz  Valencia. 

No  sería,  pues,  un  asombro  para  nuestras  leyes  des- 
posarse con  otras  leyes  que  resucitaran,  mejorando 
sus  líneas,  nuestro  antiguo  y  autonómico  régimen  mu- 
nicipal, en  lo  que  nada  perdería  el  país,  pues  el  mu- 
nicipio es  el  origen  y  la  verdadera  escuela  del  go- 
bierno del  pueblo,  como  bien  dice  la  mucha  ciencia 
administrativa  de  Adolfo  Posada.  Nuestros  constitu- 
yentes se  lo  desearon  al  porvenir,  pero  no  lo  esta- 
blecieron para  su  edad  de  genésica  organización,  lo 
que  es  de  lamentarse  y  es  de  corregirse  en  holocausto 
á  nuestras  franquicias  y  á  nuestra  cultura.  No  haría- 


204  HISTORIA  CRÍTICA 

mos  Otra  cosa  que  seguir,  magnificándolo  republica- 
namente, el  general  impulso.  Sabido  es,  y  Wilson  lo 
enseña,  que  el  gobierno  de  las  ciudades  prusianas  es 
un  ejemplo  vivo  de  gobierno  propio,  como  sabido  es, 
y  Wilson  lo  enseña,  que  el  municipio  helvético  es 
una  corporación  jurídica  de  muy  amplias  atribucio- 
nes. Si  siendo  colonia  realista  tuvimos  cabildantes 
independientes,  siendo,  república  soberana  con  más 
razón  debiéramos  tener  municipios  autónomos,  para 
que  nuestra  república  no  sea  menos  democrática  de 
lo  que  lo  fueron  aquellas  monarquías  limitadas  por 
los  concelleres  de  Cataluña,  por  los  justicias  de  Ara- 
gón, por  los  fueros  de  Sobrarve,  y  por  la  libertad  que 
había  labrado  su  nido  de  cóndor  en  el  árbol  secular 
de  Guernica.  La  autonomía  local  cabe  bien  en  nues- 
tra legislación,  porque  tiene  fuertes  raíces  en  nuestra 
historia,  empezada  á  escribir  cuando  la  municipalidad 
de  Montevideo  respondía  con  acritud  á  la  arrogación 
de  atribuciones  á  que  se  entregó  el  orgullo  bélico  de 
Zabala,  y  ceñida  de  lauros  por  el  regionalismo  de  los 
montoneros  cuyo  cutis  se  amorenó  en  la  hoguera  de 
los  refucilos  del  sol  charrúa  sobre  las  homéricas  lan- 
zas de  Latorre.  No  lo  olvidemos.  Artigas,  nuestro 
Artigas,  respetó  á  los  Cabildos. 

¿Quiere  decir,  acaso,  lo  que  antecede,  que  no  es 
digna  de  encomio  la  magna  obra  del  cónclave  inmor- 
tal?—  De  ningún  modo.  —  Merecen  gratitud  y  me- 
recen aplauso,  por  todos  los  siglos,  nuestros  inolvi- 
dables constituyentes  del  año  30.  —  Allí,  en  aquel  cón- 
clave, fué  donde  el  señor  Lamas  sostuvo  que  el  go- 
bierno no  podía  vender  ningún  terreno  de  propiedad 
pública  sin  la  competente  autorización  legislativa;  allí 
fué  donde  el  señor  Urtubey  dijo  que  "los  legisladores 
de  un  pueblo  deben  ser  los  espejos  sin  mancha  en 
que  él  se  mire";  allí  fué  donde  el  señor  Llambí  afirmó 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  205 

que  la  facultad  del  ejecutivo  para  disponer  de  la 
fuerza  armada,  no  era  ni  podía  ser  de  tal  índole  que  la 
legislatura  no  pudiese  reclamar  las  garantías  que  la 
nación  tiene  el  derecho  de  pedir  para  evitar  que  se 
abuse  de  esa  misma  fuerza;  allí  fué  donde,  al  hacerse 
extensiva  la  libertad  de  vientres  á  todos  los  puntos 
del  territorio,  dijo  el  señor  Diago  que  "era  caer  en 
una  extraña  contradicción  que  en  un  país  donde  mo- 
rían los  hombres  por  ser  libres,  naciesen  al  mismo 
tiempo  hombres  esclavos";  allí  fué  donde  el  señor 
Masini  pidió  que  se  restableciera  la  biblioteca  pú- 
blica de  Montevideo,  fundada  por  la  iniciativa  y  parte 
de  los  bienes  del  doctor  José  Manuel  Pérez  Caste- 
llano; y  allí,  por  último,  aquellos  hombres,  muchos 
de  los  cuales  no  eran  elocuentes,  dieron  á  nuestra 
tribuna  política  la  convicción  de  la  verdad,  el  gusto 
de  lo  honesto,  el  entusiasmo  de  la  virtud  y  el  he- 
roísmo de  la  patria,  todas  aquellas  condiciones  de 
que  la  oratoria,  —  haciendo  al  espíritu  justo,  y  á  la 
razón  sana,  y  viril  al  denuedo,  y  querida  á  la  libertad, 
—  se  sirve  para  convertir  en  bueno  al  ciudadano  y  en 
grande  á  la  nación,  según  las  hermosas  palabras  de 
Lamartine. 

La  asamblea  establecida  en  San  José  y  más  tarde 
entre  los  viejos  muros  del  viejo  Cabildo,  no  hizo  otra 
cosa  que  ratificar  los  votos  y  las  aspiraciones  de  los 
congresionales  de  la  Florida,  de  aquellos  que  decla- 
raban libre  al  patrio  suelo  bajo  las  rojas  luces  del 
sol  de  Agosto  del  año  25.  Durante  la  blanda  adminis- 
tración de  don  Manuel  Calleros  esos  votos  y  esas 
aspiraciones  del  patriotismo  se  fueron  transformando 
en  carne,  en  verbo,  en  ley  definitiva  por  los  mesenios 
lances  de  Rincón  y  de  Sarandí,  por  el  marítimo  cho- 
que del  Juncal  y  por  la  osada  conquista  de  las  Mi- 
siones. ¡  El  corazón  aun  envía  su  salve  respetuosa  á  los 


2o6  HISTORIA  CRITICA 

que  entregaban  al  porvenir  las  democráticas  fórmu- 
las del  código  que  todos  los  poblados,  y  todas  las 
cumbres,  y  todos  los  bosques,  y  todos  los  valles,  y 
todos  los  ríos  del  país  charrúa  juraron  acatar  y  de- 
fender el  i8  de  Julio  de   1830! 

Después  vinieron  los  días  tristes:  la  revolución  de 
Julio  de  1832,  vencida  en  el  encuentro  de  Tupambay, 
y  la  revolución  de  Julio  de  1836,  derrotada  en  el 
choque  de  Carpintería,  triunfante  en  la  brega  de  Yu- 
cutujá,  derrotada  de  nuevo  en  la  acción  del  Yi,  y 
triunfante  otra  vez  en  la  sangrienta  batalla  del  Pal- 
mar. El  23  de  Octubre  de  1838  Oribe  renunciaba  á 
la  presidencia,  casi  á  raíz  de  haberse  apoderado  la 
escuadra  francesa  del  islote  roqueño  de  Martín  Gar- 
cía, entablándose  entonces  una  guerra  á  muerte  entre 
el  general  Rivera  y  el  general  Rosas,  venciendo  Ri- 
vera á  Echagüe  en  Cagancha  y  siendo  vencido  Rivera 
por  Oribe  en  el  rudo  entrevero  de  Arroyo  Grande. 
La  elocuencia  parlamentaria  desplegó  su  vuelo  en 
aquella  atmósfera  de  pasiones  embravecidas,  en  aquel 
período  de  luto  y  de  desolación,  en  que  todos  apa- 
recen culpables  ante  la  austera  musa  de  la  historia, 
porque  todos  sacrificaban  el  interés  público  á  sus 
intereses  de  hegemonía.  Ser  capaz  de  dirigir,  equi- 
vale á  ser  capaz  de  renunciación.  En  aquellas  horas, 
más  que  crueles,  ningún  caudillo  supo  sacrificar,  en 
aras  del  país,  el  estéril  orgullo  de  prevalecer  contra 
viento  y  marea,  el  goce  impurísimo  y  antipatriótico 
de  vengar  sus  agravios  de  jefe  de  pandilla. 

Apenas  nacidos  á  la  vida  independiente,  que  no  es 
sinónimo  de  la  vida  libre,  avanzábamos  hacia  lo  por- 
venir bajo  la  dirección  de  dos  graves  errores,  de  dos 
perniciosísimos  baqueanos.  No  nos  dimos  cuenta  de 
que,  como  Alberdi  dice,  "poner  un  gobierno,  cuya 
esencia  es  poblar,  en  manos  de  un  hombre  de  guerra. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  207 


cuya  naturaleza  es  pelear,  es  decir,  de  despoblación, 
es  proceder  al  revés  de  lo  que  enseña  el  sentido  co- 
mún." Del  mismo  modo,  tampoco  adivinamos  que, 
como  enseña  Alberdi,  "gobernar  con  su  partido,  es 
hacerse  gobierno  de  un  partido,  no  el  gobierno  del 
país.  Cuando  un  partido  es  todo  el  país,  deja  de  ser 
un  partido.  Reconocerse  un  partido  es  confesarse 
una  parte  del  país,  con  exclusión  de  la  otra  parte  en 
las  funciones  del  gobierno,  que  es  y  debe  ser  de  to- 
dos. Un  gobierno  de  partido  no  puede  dejar  de  ser 
un  gobierno  de  guerra,  donde  las  armas  son  el  sólo 
medio  de  resolver  los  conflictos  que,  en  los  países 
libres  como  Inglaterra  y  los  Estados  Unidos,  sólo  se 
resuelven  por  los  debates  libres  en  el  parlamento  y 
la  prensa." 

Pero  ¿á  qué  castigar  al  pasado  si  eligió  por  lazari- 
llos á  dos  errores?  Equivaldría,  y  no  es  ese  nuestro 
propósito,  á  castigar  al  hoy,  porque  lo  que  pensaban 
los  hombres  de  1838  es  lo  mismo  que  piensan,  á  pe- 
sar de  las  duras  lecciones  de  la  historia,  los  hombres 
de  191 1.  La  humanidad  es  un  niño  que  no  escarmienta 
nunca.  La  oratoria  política  no  desapareció  en  el  pe- 
ríodo de  la  Defensa.  Montevideo,  atacada  con  bra- 
vura, se  defendió  con  heroísmo  de  los  aliados  del 
poder  rosista;  pero  cayendo  en  la  debilidad  de  apo- 
yarse en  el  extranjero,  y  de  entrar  en  combinaciones 
con  lo  no  nativo.  Alberdi  dice:  "La  independencia 
ó  libertad  exterior  de  una  nación,  es  el  derecho  de 
gobernarse  según  su  propia  voluntad,  y  no  según  la 
voluntad  de  los  demás."  Se  engañaban  todos  los  que 
creían,  desde  1843  hasta  1851,  en  la  eficacia  de  los 
extraños  para  extinguir  el  volcán  de  nuestras  dolo- 
rosas  contiendas  de  partido.  Todas  las  intervenciones 
son  condenables,  porque  todas  atentan  á  la  soberanía 
de  los  países   intervenidos,  sirviendo  todas  ellas  de 


2o8  HISTORIA  CRÍTICA 


acicate  al  rencor  de  los  bandos  en  pugna,  y  siendo 
todas  ellas  gravosas  al  país  que  fía  en  su  dudoso  des- 
interés. En  nombre  del  libre  albedrío  de  los  pueblos 
convulsionados,  la  conciencia  del  mundo  las  rechaza 
con  acritud,  prohibiéndolas  categóricamente  el  dere- 
cho público  internacional  cuando  sólo  responden  al 
propósito  de  levantar  á  un  partido  sobre  otro  par- 
tido, á  un  matiz  sobre  otro  matiz,  á  una  pasión  so- 
bre otra  pasión.  Leed  lo  que  Heffter  dice  sobre  el 
derecho  de  existencia  territorial  libre  é  independiente 
de  los  estados.  Leed  lo  afirmado  por  Merignhac  so- 
bre lo  abusivo  de  las  intervenciones  hechas  á  ruego 
de  una  fracción  política  ó  de  una  colectividad  reli- 
giosa. Leed,  en  fin,  lo  que  Fiore  sostiene  acerca  de 
las  intervenciones  que  tienen  por  objeto  suavizar  las 
rudezas  de  la  guerra  civil.  No  olvidemos  nunca  que 
una  nación,  cuando  se  trata  de  su  libertad,  debe  bas- 
tarse á  sí  misma,  prescindiendo,  para  conquistarla,  de 
los  recursos  que  la  ofenden  en  su  soberanía  y  ponen 
en  peligro  la  unidad  nacional.  Cuando  apelan  á  la 
mediación  de  lo  no  nativo,  cuando  buscan  la  alianza 
de  los  extranjeros  contra  lo  propio,  no  estamos  con 
los  hombres  de  Oribe  ni  estamos  con  los  hombres 
de  la  Defensa. 

La  oratoria  política  se  desarrolló  vertiginosamente 
desde  1835  hasta  1851.  No  nos  cause  extrañeza,  por- 
que las  situaciones  excepcionales  originan  cerebros 
exacerbados.  El  lenguaje  se  caldea  hasta  el  rojo 
blanco,  cuando  sobre  el  espíritu,  que  es  la  fragua 
que  lo  produce,  sopla  el  pampero  de  la  pasión.  La 
musa  del  decir  mostróse,  pues,  á  menudo  en  los  par- 
lamentos y  con  mucha  frecuencia  en  las  calles;  pero, 
como  hija  de  aquel  tiempo  batallador  fué,  por  lo  ge- 
neral, impulsiva  y  colérica  y  apasionada.  La  elocuen- 
cia política,  que  es  la  más  variable  en  sus  asuntos,  la 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  209 

más  libre  en  su  forma  y  la  que  más  tolera  que  la  per- 
sonalidad del  orador  se  manifieste  con  amplitud,  de- 
bía fatalmente  crecer  de  extraordinario  modo,  como 
flor  colocada  bajo  un  soplete  de  oxígeno  puro,  en 
las  épocas  activas  y  rudas,  enérgicas  y  tormentosas 
á  que  nos  referimos.  El  tribuno  político,  que  no  tiene 
más  guía  que  sus  pasiones  ni  más  bridaje  que  el  bri- 
daje  de  su  razón,  se  mueve  á  gusto  en  días  de  bo- 
rrasca, como  las  gaviotas  en  el  mar  agitado  por  el 
viento  bravio,  porque  el  choque  de  los  intereses  de 
las  banderías  sobrexcitadas  estimula  sus  facultades, 
ofreciéndole  la  oportunidad  de  satisfacer  su  ambi- 
ción personal  de  lucro  ó  de  renombre.  Muchos  de 
los  tribunos  de  aquella  época  carecían,  sin  duda,  de 
los  vastos  y  profundos  conocimientos  jurídicos  é  his- 
tóricos que  requiere  la  oratoria  parlamentaria;  pero, 
por  razones  que  se  deducen  del  carácter  mismo  de 
la  época  en  que  vivieron,  tenían  el  brío,  la  fogosi- 
dad, el  entusiasmo  y  la  imprevisión  propias  de  las 
asambleas  populares,  jóvenes,  batalladoras,  agrias  y 
divididas  en  credos  afanosos  de  prepotencia  y  de  fas- 
tuosidad. La  oratoria  política,  que  requiere  firmeza 
de  espíritu,  serenidad  de  ánimo,  posesión  del  asunto 
y  tino  en  el  empleo  del  lenguaje  metafórico,  mal 
podía  enarcar  del  todo  sus  alas  en  cónclaves  como 
aquellos  cónclaves  donde  se  sentaron  los  Bustamante, 
los  Otero,  los  Castellanos,  los  Sagra,  y  los  Herrera  y 
Obes. 

Nuestro  pueblo,  orgulloso  y  dominador  como  el 
pueblo  romano,  amigo  de  la  pompa  y  de  la  armonía 
de  los  decires  como  el  pueblo  español,  fácilmente  se 
deja  embriagar  como  todos  los  pueblos  de  la  raza  la- 
tina, por  el  vino  espumante  de  las  palabras,  demos- 
trando predilección  por  los  que  le  hablan  de  virtud, 
de  gloria,  de  consecuencia,  de  libertades  públicas  y 

J4.  -  I. 


HISTORIA  CRÍTICA 


de  dignidad  nacional.  Somos  muy  propensos  los  sud- 
americanos á  cambiar  el  oro  de  nuestra  emotividad 
por  las  cuentas  de  vidrio  de  las  cláusulas  que  con- 
cluyen con  retórica  redondez.  Del  mismo  modo,  un 
pensamiento  melancólico  ó  grave  nos  hace  sonreír, 
y  la  sátira  mordaz  ó  dicharachera  nos  provoca  al 
aplauso.  Casi  nunca  le  exigimos  al  orador  las  cuali- 
dades éticas  que  debe  tener.  Poco  nos  significa  que 
el  orador  carezca  de  virtud  y  de  dignidad,  si  es  ga- 
llardo de  cuerpo  y  de  voz  sonora,  si  es  de  memoria 
firme  y  de  ingenio  sutil.  ¿Qué  importa  que  sus  cos- 
tumbres se  hallen  en  discordancia  con  sus  palabras, 
si  tiene  la  imaginación  arrebatadora  de  los  poetas, 
acompañada  por  lo  simpático  del  acento  y  la  gracia 
del  ademán  de  los  grandes  actores?  Nos  contentamos 
con  que  sepa  fingir,  con  artística  maña,  la  probidad 
y  la  modestia  de  que  carece.  Siempre  que  halague 
nuestras  pasiones,  tan  sólo  le  pedimos  las  cualidades 
externas  exigidas  por  Cicerón  y  poco  nos  importa 
que  no  le  cerquen  los  prestigios  morales  de  que  ha- 
bla Quintiliano.  Por  esta  enfermedad,  de  carácter  en- 
démico en  nuestro  país;  por  esta  enfermedad  de 
preferir  lo  que  nos  adula  y  lo  que  nos  seduce  á  lo 
que  nos  persuade  y  á  lo  que  nos  corrige,  Caliópe, 
la  musa  de  la  oratoria,  esgrime  casi  siempre  ante  la 
multitud  el  agudo  puñal  de  Medea,  mientras  se  re- 
tuercen en  torno  de  su  semblante  las  culebras  entre- 
lazadas á  los  cabellos  de  las  Euménides. 

A  pesar  de  lo  caliginoso  de  aquellas  horas,  que 
huelen  más  á  salitre  que  á  libro,  muchas  veces  la  elo- 
cuencia política  resplandeció  con  purísimo  fuego 
desde  1834  hasta  1851.  Así,  en  la  sesión  del  21  de 
Mayo  de  1835,  cuando  aun  no  tenía  rivales  ni  con- 
tradictores la  autoridad  de  Oribe,  don  Alejandro 
Chucarro,   á   quien   el    fantasma   de    la  omnipotencia 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  211 

de  los  caudillos  siempre  amargó  el  sueño,  presentó 
un  proyecto,  en  uno  de  cuyos  artículos  se  estatuía 
que,  para  que  fuesen  legítimas  las  acciones  de  cuño 
presidencial  que  necesitan  de  la  intervención  de  la 
legislatura,  era  preciso  que  ésta  aprobara  de  un  modo 
previo,  "y  no  después  de  haberse  ejercido",  los  actos 
del  poder  que  reglamenta  y  ejecuta  las  leyes.  Sos- 
tuvo que  su  proyecto  interpretaba  con  fidelidad  el 
espíritu  y  la  forma  de  las  disposiciones  constitucio- 
nales, porque,  dejando  al  ejecutivo  en  toda  la  pleni- 
tud de  su  poder,  aseguraba  y  fortalecía  las  facultades 
que  le  eran  inherentes  á  la  legislatura.  Sostuvo  que, 
como  las  acciones  del  ejecutivo  debían  ser  autoriza- 
das por  el  parlamento  "antes  y  no  después"  de  rea- 
lizarse, no  bastaba  ni  podía  bastar  para  su  validez  el 
subterfugio  de  que  el  gobierno  las  sometiese,  después 
de  ejercidas,  al  examen  tardío  del  Cuerpo  Legislador 
ó  de  la  Comisión  Permanente.  Sostuvo,  en  fin,  que 
eran  funestas  las  dudas  y  peligrosos  los  embarazos 
á  que  esa  errónea  práctica  daba  lugar,  añadiendo  que, 
en  caso  de  vencimiento,  le  quedaría  la  satisfacción 
de  haber  cumplido  con  uno  de  los  deberes  que  la 
confianza  de  los  electores  impuso  á  su  conciencia. 
Del  mismo  modo,  en  la  sesión  de  8  de  Mayo  de  1839, 
al  discutirse  el  proyecto  de  ley  autorizando  al  poder 
ejecutivo  para  admitir  un  cuerpo  de  extranjeros  que 
le  ayudara  contra  la  invasión  rosista,  el  señor  Neves 
se  opuso  á  esa  medida,  que  llamó  imprudente,  por 
entender  que  la  República  contaba  entonces,  como 
cuenta  hoy,  con  las  fuerzas  que  necesita  para  de- 
fender sus  derechos,  sin  necesidad  de  mendigar  el 
auxilio  de  los  extraños.  Agregó  que  si,  según  la  his- 
toria, algunas  naciones  habían  obtenido  felices  resul- 
tados recurriendo  al  apoyo  exterior,  "esa  misma 
historia  nos  mostraba  también  cuan  funestos  habían 


HISTORIA  CRÍTICA 


sido  para  otras,  semejantes  auxilios",  y  terminó  ma- 
nifestando que  jamás  se  haría  responsable  de  las 
consecuencias  que  la  sanción  del  proyecto  podía 
traerle  á  nuestro  país.  De  igual  manera,  en  la  sesión 
del  2  de  Enero  de  1844,  no  bien  conoció  la  legisla- 
tura las  condiciones  que  sobre  el  licénciamiento  de 
voluntarios  quiso  imponernos  el  cónsul  general  de 
Francia,  el  señor  Sagra  dijo  con  viril  prontitud:  "El 
pueblo  oriental  es  idólatra  de  su  libertad,  y  ha  de- 
rramado mucha  sangre  para  salvarla  y  sostener  sus 
derechos  como  nación  independiente.  Los  orientales 
no  reconocen  otra  autoridad  que  la  de  la  ley,  y  no 
han  podido  ver  con  calma  la  lectura  de  esas  piezas 
oficiales  que  nos  presentan  las  humillantes  deman- 
das del  Rey  de  los  Franceses."  Y  concluyó  pidiendo 
que,  "firmes  en  la  justicia  que  los  asistía  y  oyendo 
sólo  la  voz  de  la  patria",  los  legisladores  aprobasen 
la  dignidad  y  la  firmeza  con  que  el  Poder  Ejecutivo, 
al  rechazar  la  imposición  ajena,  había  sostenido  los 
derechos  de  la  República.  De  este  modo,  á  pesar  del 
carácter  de  la  época  y  de  lo  difícil  de  las  circuns- 
tancias, la  oratoria  política  defendió  unas  veces  nues- 
tras libertades,  valiéndose  de  espíritus  tan  probos 
como  el  espíritu  del  señor  Chucarro,  y  defendió  otras 
veces  la  soberanía  de  nuestro  suelo,  valiéndose  de 
corazones  tan  puros  como  los  corazones  del  señor 
Neves  y  del  señor  Sagra.  De  este  modo,  á  pesar  del 
carácter  de  la  época  y  de  lo  turbulento  de  las  cir- 
cunstancias, la  oratoria  política  encontró  acentos  que 
se  parecían  á  los  acentos  del  discurso  constituyente 
del  señor  Ellauri,  nacido  en  Montevideo  en  1790, 
estudiante  de  la  universidad  de  Chuquisaca,  parti- 
dario de  la  revolución  de  Mayo,  adicto  á  la  cruzada 
de  Lavalleja,  secretario  de  la  Comisión  redactora  de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  213 

la  Constitución  y  el  más  ilustre  de  los  ministros  que 
tuvo  el  gobierno  riverista  del  año  31. 


II 


Es  digno  también  de  tenerse  en  cuenta  el  progreso 
alcanzado  por  nuestro  periodismo  desde  la  jura  de 
la  Constitución  hasta  el  final  de  la  Guerra  Grande. 
Entre  las  publicaciones  de  más  valía  de  aquella  época 
mencionaremos  El  Universal,  que  duró  desde  1829 
hasta  1838,  siendo  dirigido  y  redactado  por  don  An- 
tonio Díaz,  autor  de  una  historia  de  nuestro  país  que, 
si  no  sobresale  por  el  estilo,  se  recomienda  por  lo  mi- 
nucioso de  la  narración,  por  el  interés  de  los  porme- 
nores, y  por  la  abundancia  de  los  datos  valiosísimos 
que  contiene.  El  diario  del  entonces  coronel  Díaz 
fué  el  primero  de  los  órganos  del  partido  blanco, 
como  El  Nacional,  que  surge  á  la  luz  en  1835,  fué  el 
primero  de  los  órganos  periodísticos  del  partido  co- 
lorado. Es  en  las  columnas  de  El  Nacional  donde 
don  Andrés  Lamas,  diplomático  y  publicista,  dio  á 
conocer  lo  grande  de  su  talento  y  lo  culto  de  su 
dicción.  Nacido  en  1817,  jefe  político  de  Montevideo 
bajo  la  Defensa  y  representante  de  la  Defensa  ante 
la  corte  de  San  Cristóbal,  don  Andrés  Lamas  supo 
unir  los  prestigios  de  la  acción  á  los  prestigios  del 
pensamiento,  repartiendo  su  actividad  entre  la  polí- 
tica y  la  pluma,  distinguiéndose  sus  escritos  por  lo 
variado  de  los  asuntos,  por  la  riqueza  de  los  con- 
ceptos y  por  la  sobria  elegancia  de  su  lenguaje.  Fe- 
cundo y  castizo,  penetra  en  los  dominios  del  dere- 
cho y  la  historia,  la  ciencia  económica  y  el  arte  li- 
terario, dejando  un  reguero  de  hermosas  y  eruditas 


214  HISTORIA  CRÍTICA 

páginas  esparcido  en  la  heredad  de  lo  porvenir.  La 
muerte  le  sorprendió  en  1891,  lejos  de  la  patria  que 
ilustró  con  el  brillo  de  su  talento,  y  sean  las  que 
fueren  sus  opiniones  de  bandería  y  los  yerros  en  que 
cayera  durante  su  actuación  de  los  días  difíciles,  su 
nombre  está  á  salvo  del  olvido  glacial,  de  ese  olvido 
que  venga  á  los  excepcionales  de  la  envidia  enve- 
nenada de  los  mediocres,  envolviendo  á  estos  últi- 
mos en  el  sudario  de  los  anónimos,  en  la  tétrica  no- 
che de  la  fosa  común.  Lo  largo  de  la  lucha,  que  em- 
pezó en  1843  y  terminó  en  1851,  arrojando  sobre  el 
país  una  deuda  de  más  de  cien  millones  de  pesos; 
lo  largo  de  la  lucha,  durante  la  cual  los  directores 
de  la  ciudad  sitiada  tuvieron  que  lidiar,  no  sólo  con 
el  enemigo  exterior,  sino  con  todo  género  de  disen- 
siones intestinas  y  con  todo  género  de  apuros  eco- 
nómicos, explica,  aunque  no  justifique,  el  precio  á 
que  compramos  el  apoyo  imperial,  que  siempre  fué 
funesto,  como  todos  los  apoyos  extraños,  á  la  gran- 
deza del  terruño  bendito.  Don  Andrés  Lamas  com- 
prendió bien  lo  enorme  de  la  responsabilidad  que 
asumía  ante  el  juicio  austero  de  lo  futuro.  En  sus 
cartas  de  1848  le  hace  saber  á  don  Manuel  Herrera 
que  nada  podía  llevarse  á  cabo  sino  sobre  la  base  del 
sacrificio  de  nuestros  límites,  y  en  sus  cartas  de  1849 
le  hace  saber  á  don  Manuel  Herrera  que  la  negocia- 
ción, engendradora  de  la  alianza  del  imperio  con  la 
ciudad,  era  mala,  malísima,  causándole  disgusto  y  pe- 
sadumbre la  firma  de  aquel  convenio  cartaginés.  El 
porvenir,  á  quien  no  se  oculta  lo  irreparable  de  aque- 
lla falta,  no  desconoce  el  valor  intelectual  del  que 
angustiado  y  confuso  la  cometió,  siendo  pruebas  cla- 
rísimas de  aquel  valer  insigne  La  legislación  de  Ri- 
vadavia,  el  Génesis  de  la  Revolución,  La  patria  de 
Solis,  el  Estudio  histórico  y  científico  del  Banco  de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  215 

la  Provincia  de  Buenos  Aires  y  la  colección  de  Me- 
morias y  documentos  para  la  historia  y  geografía  del 
Río  de  la  Plata. 

Don  Andrés  Lamas  representa  la  invasión  del  soplo 
romántico  en  la  manera  de  escribir  la  historia.  La 
reflorescencia  de  los  estudios  históricos  coincide  con 
el  advenimiento  del  romanticismo.  La  historia  clá- 
sica fué  retórica  y  racional,  dando  á  sus  personajes 
la  menor  dosis  de  individualidad  posible.  La  historia 
clásica,  por  lo  común,  es  un  catálogo  científico  y  re- 
gular de  los  hechos  y  de  las  fechas.  La  historia  pseudo 
clásica  casi  nunca  investiga  las  causas  de  los  fenó- 
menos que  describe,  porque  esas  causas,  de  origen 
providente,  no  tienen  otro  objeto  que  el  mayor  brillo 
de  las  coronas  y  la  mayor  firmeza  de  los  altares.  La 
índole  aristocrática  y  palaciega  del  clasicismo  no  per- 
mitía complacerse  en  la  pintura  de  la  verdad  exacta, 
que  es  el  fin  de  la  historia.  El  romanticismo,  que 
coincide  con  la  llegada  de  las  tendencias  liberales, 
favoreció  el  gusto  de  lo  pintoresco,  poniéndose  en 
contacto  con  las  muchedumbres,  y  el  historiador  pudo 
remontarse  á  las  fuentes,  estudiar  los  monumentos, 
revivir  los  usos,  valerse  de  las  cartas  y  las  memorias, 
dándonos  cuenta  fiel  de  lo  que  descubría  ó  adivinaba 
sin  miedo  al  castigo  y  sin  identificar  á  la  providencia 
con  la  monarquía.  Desde  entonces  la  historia  fué  crí- 
tica, filosófica,  grave,  humana  é  independiente  de 
mecénicos  tutelajes,  aunque  no  siempre  libre  de  reto- 
ricismo  y  de  énfasis  oratorio.  Guizot,  romántico,  ge- 
neraliza. Mignet,  romántico,  hace  lo  que  Guizot.  Son 
jueces  cuando  estudian.  Son  moralizadores  políticos 
y  sociales  cuando  deducen.  El  romanticismo  concluye 
con  la  historia  oficial.  La  nación  no  es  el  rey.  Los 
acontecimientos  significan  poco.  Se  debe  conden- 
sarlos,  para   descubrir   lo   que    hay   de   aleccionador, 


2i6  HISTORIA  CRÍTICA 

de  humano,  de  utilizable  en  el  espíritu  de  un  hom- 
bre ó  de  una  época.  La  historia  de  los  clásicos  na- 
rraba para  los  reyes.  La  historia  romántica  dogmatiza 
para  las  muchedumbres.  Esto  no  excluye  la  imagina- 
ción ni  el  apasionamiento.  Por  el  contrario.  Cada 
grupo  tira  inconscientemente  para  su  escuela,  para 
su  partido,  para  sus  opiniones,  tratando  de  que  los 
hechos  respondan  á  lo  que  persiguen  las  afinidades 
éticas  ó  políticas  del  historiador.  Y  la  verdad  se  abre 
paso  en  estos  torneos,  en  estas  batallas,  en  las  que 
todo  puede  ponerse  en  duda,  menos  el  empuje  y  la 
sinceridad  de  los  paladines.  Lamas  piensa,  como  Mi- 
gnet,  que  las  causas  y  las  consecuencias  valen  más  que 
los  hechos,  que  sólo  valen  por  las  causas  que  los  ori- 
ginan y  por  las  consecuencias  que  de  ellos  se  dedu- 
cen. Lamas  no  es,  como  Thiers,  un  narrador  escla- 
recido de  lo  grande  y  de  lo  trivial.  No  es,  como  Mi- 
chelet,  un  poeta  épico,  que  transforma  los  hechos  en 
imágenes  y  que  vive  la  vida  de  lo  que  cuenta.  Es  un 
filósofo,  un  político,  un  dogmatizador,  un  providen- 
cialista  que  cree  que  lo  sucedido  debió  suceder  por 
lógica  y  explicable  fatalidad,  entendiendo  la  historia 
como  la  entendieron,  en  más  vasta  escala  y  en  otro 
ambiente,   Mignet  y  Guizot. 

Para  esclarecer  y  para  comprobar  lo  que  decimos, 
citemos  una  página  de  las  muchas  escritas,  sobre 
asuntos  históricos,  por  don  Andrés  Lamas.  Habla  de 
la  reconquista  de  Buenos  Aires: 

"Este  suceso,  que  tanto  brillo  reflejó  en  las  armas 
del  Río  de  la  Plata,  fué  funesto  á  la  dominación  es- 
pañola, dando  al  pueblo  el  conocimiento  de  su  propia 
fuerza,  debilitando  el  prestigio  del  supremo  repre- 
sentante del  monarca,  sometiendo  este  alto  magis- 
trado al  juicio  y  á  la  voluntad  popular,  é  iniciando 
al  común  en  el  ejercicio  del  derecho  de  deponerlo  y 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  217 

sustituirlo  en  el  nombre  y  el  interés  de  la  comunidad. 

"Todo  esto  aconteció  en  un  solo  instante. 

"El  12  de  Agosto  ensayó  el  pueblo  su  fuerza,  y  el 
13  se  reunieron  los  principales  vecinos  en  una  junta 
de  que  hacían  parte  la  Audiencia,  el  Obispo,  el  Ca- 
bildo y  demás  corporaciones,  y  conferían  el  título 
de  gobernador  y  comandante  de  las  armas  al  afor- 
tunado Liniers. 

"A  este  acto  se  siguió  la  creación  de  cuerpos  cívicos 
para  la  defensa  del  territorio  amenazado  de  nueva 
invasión. 

"Organizada  militarmente  la  población,  se  colocó  en 
ella  la  fuerza  efectiva. 

"El  armamento  y  demás  medidas  de  defensa  revis- 
tieron formas  populares,  y  la  primera  corporación 
popular,  el  Cabildo,  adquirió  la  primera  importancia." 

Pocas  fechas;  ningún  detalle;  sólo  lo  preciso  para 
que  comprendamos  que  el  pueblo  se  levanta  sobre  el 
representante  de  la  corona. 

Y  sigue  después: 

"La  corte  confirmó  á  Liniers  en  el  puesto  de  vi- 
rrey y  don  Fernando  Javier  de  Elío  ocupó  interina- 
mente el   gobierno  de   Montevideo. 

"La  corte,  invistiendo  á  don  Santiago  Liniers  de  la 
misma  suprema  magistratura  de  que  había  sido  des- 
pojado el  marqués  de  Sobremonte,  obedecía  á  una  ne- 
cesidad, quizás  inexorable;  pero  de  cierto  que  no  era 
procediendo  así  que  podía  restituir  á  su  autoridad, 
en  estas  lejanas  regiones,  la  fuerza  moral  de  que  ha- 
bía sido  desnudada. 

"La  posición  en  que  se  encontró  el  nuevo  virrey  era 
por  extremo  delicada  y  quebradiza. 

"Las  autoridades  locales  habían  ejercido  funciones 
soberanas,  y  engreídas  por  el  suceso,  difícil  era  que, 
renunciando  al  brillante  papel  que  habían  asumido,  se 


2i8  HISTORIA  CRITICA  

redujeran  de  buen  grado  á  las  extremas  atribuciones 
normales. 

"El  pueblo  estaba  en  posición  semejante  á  la  de  sus 
autoridades  locales,  y  sus  voluntades  se  apoyaban 
ahora  en  la  fuerza  material  organizada  de  que  era 
depositario. 

"Las  trepas  populares  representaban  diversos  inte- 
reses, y  desde  el  origen  esa  diversidad  de  interés  aso- 
maba en  la  rivalidad  entre  europeos  y  americanos. 

"A  estas  dificultades,  de  suyo  graves,  acrecieron 
otras  de  mayor  cuenta,  producidas  por  el  vuelco  que, 
poco  más  tarde,  sufrió  en  Aranjuez  y  Bayona  la  di- 
nastía de  los  Borbones." 

La  historia,  romántica  con  Thierry  y  realista  con 
Taine  y  Fustel  de  Coulanges,  es  un  arte  más  que  una 
ciencia  en  la  época  en  que  florece  don  Andrés  La- 
mas. Durante  ese  período  la  sensibilidad  y  la  imagi- 
nación, que  reinan  como  soberanas  en  la  literatura, 
influyen  sobre  el  modo  de  componer  de  los  historia- 
dores, impidiéndoles  ser  impersonales,  no  sistemati- 
zados y  absolutamente  objetivos.  Atentos  á  la  exacti- 
tud, pero  con  retóricas  pretensiones  y  sumisos  al  in- 
terés de  una  fracción  política  combatiente, — república 
ó  fracción  de  república,  —  además  del  cuidado  de  ser 
verdaderos,  escriben  con  el  cuidado  de  justificar  la 
causa  en  que  militan,  favoreciendo  así  el  triunfo  de 
sus  ideas  democráticas  ó  de  bandería.  La  mayor  parte 
de  nuestros  cronistas,  que  no  son  muchos,  no  están 
aún  lo  bastante  lejos  de  los  sucesos  que  nos  refieren, 
para  historiarlos  con  la  impasibilidad  con  que  histo- 
riarían los  viajes  de  Sebastián  Gaboto  y  las  em- 
presas de  don  Pedro  de  Mendoza.  Don  Andrés 
Lamas,  que  gusta  de  los  documentos,  que  es  claro  y 
preciso,  que  se  complace  en  dogmatizar  sobre  lo  que 
narra,  no  siempre  razona  sobre  nuestras  democráticas 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  219 

tempestades  como  lo  haría  si  razonara  sobre  las  lu- 
chas de  los  patricios  y  los  plebeyos  de  la  antigua 
Roma. 

Ved  sus  Apuntes  históricos  sobre  las  agresiones  del 
dictador  argentino  don  Juan  Manuel  Rosas.  Fueron 
publicados  en  1849.  El  texto  del  libro  se  compone  de 
147  páginas,  á  las  que  siguen  148  de  notas  y  documen- 
tos justificativos.  Lamas  empieza  por  estudiar  la  con- 
vención celebrada  entre  la  República  Argentina  y  el 
Brasil  en  el  año  1828.  Aquella  convención,  al  asegu- 
rar nuestra  independencia,  nos  convertía  en  un  estado 
autónomo  y  neutro,  sumamente  útil  para  el  manteni- 
miento del  equilibrio  entre  dos  poderosos  antagonis- 
tas. Después  de  1828,  la  Argentina,  por  miedo  á  los 
tumultos  que  la  desangraban,  aspiró  á  la  paz  de  los 
gobiernos  opresores  y  fuertes.  Entonces  surgió  Ro- 
sas. Este  no  funda  su  poderío  ni  en  la  gloria  de  sus 
hazañas,  ni  en  la  sabiduría  de  sus  leyes,  ni  en  los 
beneficios  de  la  quietud,  ni  en  los  progresos  económi- 
cos, ni  en  la  caballeresca  religión  del  honor,  ni  en 
nada  que  no  sea  el  fruto  de  las  necesidades  de  su  pro- 
pia conservación.  ¿Tiene  algo  á  favor  suyo?  Lamas 
cita  el  hecho;  pero  no  lo  reconoce  como  una  cantidad 
en  el  haber  de  la  dictadura.  Pertenece  al  débito.  En 
Rosas  es  un  signo  de  barbarie  y  un  arma  de  dominio 
exaltar  el  sentimiento  nacional  y  americano  de  los 
criollos.  Montevideo  es  amiga  de  Europa.  Rosas  ne- 
cesita someter  á  Montevideo.  Es  preciso  que  las  in- 
tervenciones, en  caso  de  bloqueo,  no  tengan  ningún 
punto  de  apoyo  en  nuestras  costas.  ¿Rosas  pensaba 
mal?  Para  Lamas  sí,  para  nosotros  no.  Las  naciones 
del  Plata,  en  caso  de  conflicto,  deben  ser  para  el 
Plata.  Es  una  alianza,  más  aún,  es  una  complicidad 
impuesta  por  sus  vinculaciones  históricas  y  sociales. 
Así  lo  han  querido  nuestras  hazañas  y  nuestras  desven- 


HISTORIA  CRITICA 


turas.  ¿Siempre  y  en  todo  caso?  Para  nosotros  siem- 
pre y  en  todos  los  casos,  mientras  que  no  se  trate  de 
la  conservación  de  la  propia  soberanía.  ¿Atentó  á 
ésta  el  vesánico  Rosas?  Abiertamente  no,  sí  de  un 
modo  oblicuo  ó  indirecto.  En  1829,  Montevideo  es  el 
refugio  de  los  amigos  políticos  de  Rosas.  Don  Juan 
Manuel  no  se  queja  de  la  hospitalidad  que  les  conce- 
demos. En  1830,  Montevideo  es  el  puerto  de  asilo  de 
sus  adversarios.  Rosas  reclama  y  exige  su  extradición, 
Rosas  no  quiere  privarnos  de  la  independencia;  pero 
la  independencia,  sin  la  autonomía,  es  sólo  una  pa- 
labra. ¿Favorece  Rosas  á  los  gobiernos  legales  del 
país  oriental?  Cuando  le  ayudan.  Si  le  contrarían  ó 
permanecen  neutros,  trata  de  derribarlos,  á  pesar  de 
lo  dispuesto  en  la  convención  del  año  28.  Es  verdad 
que  tiene  una  excusa  en  su  americanismo;  pero  esa 
excusa  no  le  basta  al  historiador,  porque  su  america- 
nismo nos  impide  consolidarnos  como  nación  libre  de 
gobierno  propio,  uniendo  la  suerte  de  nuestros  par- 
tidos á  la  suerte  de  los  partidos  históricos  de  la  otra 
banda.  ¿Termina  la  guerra  de  1836  con  el  cambio  de 
Raña?  Rosas  se  felicita  porque  hemos  conseguido  el 
bien  de  la  paz.  ¿Vencen,  en  1838,  los  revolucionarios? 
Rosas  se  indigna  y  cierra  los  puños  y  enseña  los  dien- 
tes. Eso  es  lo  que  quiere  don  Andrés  Lamas  decirle 
al  porvenir. 

¿Qué  método  emplea?  El  método  de  la  filosofía 
y  el  de  las  notas.  Aclarar  documentos  y  extenderse 
con  complacencia  en  las  deducciones.  Pocos  hechos, 
los  más  fundamentales,  los  que  menos  se  prestan  á 
dubitación.  El  alzamiento  del  coronel  Leonardo  Ro- 
sales en  Setiembre  de  1830;  el  motín  militar  del  Du- 
razno en  Junio  de  1832;  la  ayuda  de  Rosas  al  mo- 
vimiento iniciado  por  Lavalleja  en  Mayo  de  1833. 
Lamas  cita  los  hechos  casi  sin  relatarlos.  Lo  que  le 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 


importa  no  es  historiar  el  hecho,  sino  la  idea  que  lo 
motiva  y  el  fin  que  persigue.  A  veces  se  engaña.  To- 
dos aquellos  hombres  padecían  la  obsesión  de  Rosas. 
Cuentan  que  Lamas,  en  el  retiro  de  Buenos  Aires,  te- 
nía el  retrato  del  dictador  en  todas  las  paredes  de 
su  aposento  de  la  calle  de  Piedad.  Temeroso  de  ol- 
vidar al  tirano,  quería  que  su  efigie  se  lo  recordara 
incesantemente.  Aquellos  púgiles  no  sabían  abando- 
nar la  arena.  Hubieran  resucitado  la  dictadura,  para 
poderla  combatir  de  nuevo.  A  pesar  de  lo  grande  de 
su  saber,  consideraban  á  Rosas  como  un  caso  normal, 
sin  apercibirse  de  que  Rosas,  como  todos  los  tiranos 
crueles,  era  un  curiosísimo  caso  patológico.  Dionisio, 
Calígula,  Enrique  VIII,  Felipe  II,  son  casos  de  ve- 
sania, de  neurosis,  de  histerismo  ó  de  epilepsia.  El 
mismo  Napoleón,  que  es  un  supersticioso  y  que  es 
un  anormal,  odia  lo  negro  en  los  trajes,  en  los  tapices, 
en  los  caballos,  en  cuanto  vé.  Lo  negro  vence  y  pone 
en  derrota  al  triunfador  glorioso  de  Austerlitz  y  de 
Jena. 

Historiadores  de  un  tiempo  en  que  no  era  posible 
vivir  sin  pasiones  de  bando,  sin  crispaduras  y  eriza- 
mientos  en  el  espíritu,  á  los  hombres  de  la  Defensa 
no  puede  pedírseles  la  indiferencia,  la  sangre  fría,  la 
objetividad  de  que  harán  gala  los  siglos  que  vienen. 
En  sus  manos  nerviosas  el  libro  es  un  ariete,  el  dis- 
curso una  espada,  la  cita  una  flecha,  porque  son  hom- 
bres y  aquello  que  cuentan  es  su  propia  vida,  pues 
en  aquellos  lustros  no  se  narra,  se  vive  la  historia.  No 
importa.  Aun  en  aquellos  gritos  de  combate  ó  deses- 
peración que  el  futuro  recogerá  por  su  nobleza  y  por 
su  ardentía,  cada  historiador  pone  de  relieve  el  mé- 
todo que  sigue  para  esculpir  la  tragedia  en  que  tiene 
asignado  un  papel.  Lamas  es  narrativo  en  muy  pocos 
casos.  El  método  de  Lamas  es  siempre  el  filosófico. 


HISTORIA  CRÍTICA 


En  el  libro  consagrado  por  la  gratitud  argentina  al 
primer  centenario  del  natalicio  de  Rivadavia,  libro 
que  vio  la  luz  en  1882,  cúpole  á  Léimas  la  honrosa  ta- 
rea de  escribir  el  prólogo  y  la  primera  parte  de  la 
obra  de  glorificación  tardía  y  justiciera.  En  aquel 
prólogo,  Lamas  indica  su  modo  de  entender  la  his- 
toria. Dice  que  su  estudio  sobre  Rivadavia  "tuvo  por 
único  objeto  precisar  bien  los  hechos,  conocer  las  cir- 
cunstancias en  que  se  produjeron,  y  por  un  método 
á  la  vez  crítico  y  narrativo,  llegar  á  presentarlos  de 
manera  que  resultase,  con  la  mayor  claridad  que  me 
fuera  posible,  la  verdad  de  los  hechos  mismos,  que 
es  el  fin  legítimo  de  estas  investigaciones;  y  las  en- 
señanzas políticas,  las  experiencias  ó  las  comproba- 
ciones científicas  que  de  ellos  pudieran  deducirse, 
que  es  en  lo  que  consiste  la  utilidad  de  la  historia.'* 
¿En  qué  basar  los  hechos  salientes,  los  que  facilitan 
el  hallazgo  de  la  verdad?  Lamas  nos  dice,  y  tiene 
razón,  que  "en  los  documentos  más  auténticos  y  en 
los  testimonios  contemporáneos  más  autorizados." 
¿Todos  los  hechos  son  dignos  de  la  atención  de  los 
historiadores?  Escuchad  á  Lamas:  "Los  hombres 
siempre  son  hombres,  por  grandes  que  sean;  y  como 
hombres  accesibles  al  error  ó  á  los  errores  de  su 
época:  sujetos  á  sus  propias  pasiones,  ó  influencia- 
dos ó  arrastrados  por  las  pasiones  de  su  tiempo:  sin 
el  poder  de  hacer  todo  el  bien  que  conciben  ó  de- 
sean, y  obligados  á  resignarse  al  bien  posible  y  en 
la  forma  en  que  el  bien  es  hacedero."  ¿Cuáles  son, 
pues,  los  hechos  que  perduran?  Los  actos  realizados 
y  las  verdades  descubiertas  luchando  con  las  pasio- 
nes propias  y  las  del  medio  ambiente,  ó  sea,  los  actos 
y  las  verdades  que  contribuyen  al  bien  de  un  pueblo 
ó  de  todos  los  pueblos.  Así  de  los  hombres  y  de  las 
ideas  "sólo  sobrevive  lo  que  es  intrínsecamente  ver- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  223 

dadero,  bueno,  necesario."  Y  Lamas  concluye  que  los 
títulos  á  vivir  en  la  memoria  de  las  generaciones  fu- 
turas, "no  pueden  aquilatarse  en  los  detalles  de  la 
vida  de  un  hombre."  Tenemos,  en  substancia,  que  los 
únicos  hechos  dignos  de  la  historia  son  los  hechos 
que  apresuran  ó  que  retardan  la  ascensión  de  los  pue- 
blos ó  de  los  hombres  hacia  las  cúspides  de  la  verdad 
y  el  bien. 

¿Qué  orden  debe  seguir  el  historiador?  Lamas  si- 
gue el  orden  cronológico.  Principia  estudiando  la  apa- 
rición de  Rivadavia  en  la  vida  pública.  Rivadavia 
empieza  ocupando  el  lugar  que  dejó  vacío  la  ausencia 
de  Moreno.  Ya  en  1812  Rivadavia  afirma  que  "no 
hay  libertad  ni  riqueza  sin  ilustración."  Es  notable 
el  juicio  de  Lamas  sobre  Moreno.  Este  era  un  hom- 
bre de  gobierno,  y  lo  era  porque  sabía  "que  la  repre- 
sión no  funda  nada  durable  ni  fecundo  sino  cuando 
el  poder  que  somete  las  individualidades  á  la  obe- 
diencia de  la  autoridad,  es  á  la  vez,  simultáneamente, 
el  poder  que  las  ampara  y  las  tranquiliza,  que  las  ga- 
rante en  todo  lo  que  tienen  derecho  á  ser  garantidas." 
Rivadavia  pensará  lo  mismo  que  Moreno.  Rivadavia 
tratará  de  realizar  las  ideas  de  éste.  Rivadavia  será 
un  civilizador.  Como,  dada  la  índole  de  nuestra  obra, 
lo  que  nos  interesa  es  el  biógrafo  y  no  el  biografiado, 
contentémonos  con  decir  que  Lamas  estudia  á  Riva- 
davia como  estadista  y  como  político.  Como  estadista, 
fundará  escuelas,  reglamentará  los  estudios  universi- 
tarios, reformará  el  ejército,  nos  dirá  que  la  industria 
es  un  derecho  útil  y  que  merece  ser  defendido,  anu- 
lará las  cargas  impuestas  á  la  importación,  prohibirá 
el  enajenamiento  de  las  tierras  públicas  y  hará  que 
los  que  vienen  hallen  dulce  el  asilo  de  la  tierra  ar- 
gentina. Como  político,  comprendiendo  que  sin  la  uni- 
dad no  es  posible  la  victoria  de  los  criollos,  es  enér- 


224  HISTORIA  CRÍTICA  

gico  y  centralista  en  el  triunvirato  que  sacuden  y 
embarazan  las  rivalidades  de  Chiclana  y  Pueyrredón, 
salvando  los  escollos  que  pretende  oponerle  al  por- 
venir la  conjura  de  Alzaga.  Aquel  unitario  carece  de 
la  inconmovible  £e  de  Moreno.  Desesperó  de  la  causa 
de  la  república,  como  Belgrano  y  como  San  Martín. 
Creyó  que  la  anarquía,  que  conspiraba  contra  la  in- 
dependencia de  estas  regiones,  sólo  era  remediable 
poniendo  estas  regiones  bajo  el  dominio  señorial  de 
un  príncipe.  Eligió,  para  transformarlo  en  rey  de 
los  platenses,  á  Francisco  de  Paula,  hijo  adoptivo 
de  Carlos  IV.  Rivadavia,  que  había  preparado  el  fu- 
turo, no  pudo  ser  más  fuerte  que  el  futuro.  Su  em- 
presa fracasó.  Él,  que  había  abolido  los  fueros  per- 
sonales; que  templó  la  espada  de  los  soldados  de  la 
libertad,  enseñándoles  el  camino  de  la  gloria  con  la 
regla  inflexible  de  la  disciplina;  que  entregó  á  los 
vientos  americanos  la  enseña  de  las  naves  de  una 
nueva  patria,  que  no  quería  ser  posesión  española 
ni  apéndice  europeo,  ¿cómo  pudo  engañarse  sobre  el 
destino  de  estas  regiones?  ¿cómo  no  comprendió  que 
la  democracia  era  la  finalidad  última  y  el  instintivo 
ensueño  de  América? 

Lamas  no  se  detiene  en  este  combate  de  aquel  gran 
hombre  con  el  gran  destino  á  que  corría  un  mundo. 
¿Qué  importa?  Lo  venidero  callará  como  Lamas.  En 
cambio,  el  estudio  que  Lamas  consagró  á  Rivadavia 
está  empedrado  de  pensamientos.  Escojo  al  azar, 
abriendo  á  la  ventura  las  ochenta  primeras  páginas 
del  libro  glorificador :  —  "Los  derechos  civiles  del 
hombre  son  anteriores  y  superiores  á  todos  los  otros, 
porque  sin  que  estén  garantidos  el  honor,  la  vida,  la 
familia  y  la  propiedad  individual,  no  pueden  existir 
las  libertades  y  los  derechos  políticos  de  los  ciuda- 
danos. Pueden  existir,  y  existen  bajo  algunas  formas 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  225 

de  gobierno,  los  derechos  del  hombre  sin  los  del  ciu- 
dadano ;  pero  nunca  los  de  éste  sin  los  de  aquél."  — 
"El  primer  instrumento  del  progreso  humano  es  el 
hombre  mismo."  —  "La  estructura  y  las  funciones  del 
gobierno  son  determinadas  por  el  estado  social.  En 
las  sociedades  civilizadas,  cuya  base  es  el  cambio  y 
la  diversidad  de  los  trabajos,  el  gobierno  es  un  me- 
canismo y  una  ciencia.  En  las  agrupaciones  de  hom- 
bres atrasados,  el  gobierno  es  simple;  es  el  gobierno 
unipersonal  de  los  patriarcas  ó  de  los  caciques."  — 
"La  ley  puede  poner  á  un  pueblo  en  el  camino  de 
adquirir  el  espíritu  y  los  hábitos  que  le  son  necesa- 
rios para  tener  el  gobierno  propio;  pero  sólo  el  tiempo 
puede  darle  ese  gobierno,  cuya  cuna  está  en  el  mu- 
nicipio. Si  no  lo  tiene  y  no  lo  practica  allí,  no  lo  ten- 
drá ni  como  provincia  ni  como  nación,  cualquiera  que 
sea  la  forma  institucional  de  su  gobierno." 

Dice  don  José  Manuel  Estrada  que,  aparte  de  las 
malas  odas  y  los  malos  sonetos  escritos  en  honor  de 
los  virreyes,  la  historia  fué  la  única  manifestación 
literaria  de  nuestros  viejos  padres;  pero  la  historia 
reducida  á  crónicas  áridas,  sin  crítica  ni  doctrina,  obli- 
gada á  sincerar  todos  los  excesos  de  los  conquista- 
dores, difusa  en  sus  relatos  y  tristemente  cínica  en 
materia  moral.  Con  la  independencia,  con  la  libertad, 
con  la  autonomía,  con  el  triunfo,  con  la  expansión, 
con  la  embriaguez  del  ensueño  de  lo  futuro,  nacen 
la  verdadera  historia  colombiana  y  el  verdadero  nu- 
men americano.  El  libro  inspiraba  la  más  profunda 
de  las  desconfianzas  á  los  conquistadores.  Sus  leyes 
prescribían  una  visita  anual  á  todas  las  bibliotecas 
privadas  existentes  en  las  colonias,  á  pesar  de  que 
los  libros  destinados  á  éstas  estaban  sometidos  á  dos 
censuras,  á  dos  reconocimientos,  el  primero  al  salir 
de  Sevilla  y  el  segundo  al  entrar  en  América.  El  co- 
is. —  I. 


226  HISTORIA  CRÍTICA 

mercio  de  las  ideas  inquietó  á  los  reyes.  Esta  inquie- 
tud es,  tal  vez,  la  más  fundamental  de  todas  las  acu- 
saciones en  el  proceso  seguido  por  las  colonias  con- 
tra la  dominación  hispano  -  americana.  El  Telégrafo 
Mercantil,  la  primera  publicación  periódica  del  Río 
de  la  Plata,  recién  apareció  el  primero  de  Abril  de 
1801.  Su  propaganda  fué  monárquica,  teológica,  es- 
pañolísima,  de  perfecto  acuerdo  con  el  modo  de  ser 
de  unas  universidades  en  que  no  se  enseñaba  sino 
una  dialéctica  de  comprensión  difícil,  más  apta  para 
nublar  las  inteligencias  que  para  esclarecer  y  nutrir 
los  espíritus.  Según  Coroleu,  el  virrey  don  Joaquín 
del  Pino  suprimió  autoritariamente  el  Telégrafo  de 
Cabello,  por  un  artículo  en  que  atacaba  con  violencia 
á  los  naturales  de  la  colonia.  Sólo  en  Setiembre  de 
1802  el  Semanario  de  Juan  Hipólito  Vieytes  se  es- 
forzó en  demostrar  que  no  nos  curaríamos  del  mal 
de  la  holganza  y  de  la  pobreza,  mientras  no  abriése- 
mos nuestros  puertos  á  la  inmigración  y  nuestras 
soledades  á  la  agricultura.  Aquello  era  el  principio 
de  una  sociedad  nueva  y  el  fin  de  la  sociedad  antigua. 
Aquello  era  un  chispazo  que  alumbraba  el  futuro.  Lo 
baldío  del  realengo,  es  decir,  la  no  exploración  de 
los  terrenos  pertenecientes  al  estado,  perpetuaba  el 
desierto,  la  vida  nómada,  la  existencia  gaucha,  todas 
las  ignorancias  del  pastoreo  imprevisor  y  semisal- 
vaje.  Era  preciso  subdividir  la  propiedad  pública  y 
privada,  colocándola  en  condiciones  de  producir  y 
evitando  que  se  esterilizase  por  falta  de  brazos,  y  era 
preciso,  además  de  esto,  abrir  al  excedente  de  los 
frutos  de  nuestras  cosechas  el  mercado  de  todos  los 
pueblos  que  se  enriquecen  con  la  permuta  civiliza- 
dora de  su  labor.  El  Semanario  no  circuló  tanto  como 
el  Telégrafo,  á  pesar  de  que  participaban  de  sus  ideas 
Belgrano  y  Escalada,  Castelli  y  Moreno.  Aquella  so- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  227 

ciedad  sufría  de  anquilosis,  á  fuerza  de  rutina  y  de 
españolismo.  Como  creció  á  la  sombra  de  la  tutela 
del  altar  y  del  rey,  ignoraba  los  prodigios  y  las  vir- 
tudes de  la  ayuda  propia.  Se  necesitó  la  gran  sacu- 
dida, se  necesitó  la  conquista  inglesa,  se  necesitó  que 
caducara  la  soberanía  de  la  corona  ante  la  soberanía 
de  la  multitud,  se  necesitó  que  los  prisioneros  britá- 
nicos nos  hicieran  sentir  la  augusta  sed  de  la  libertad, 
para  que  apareciesen,  con  los  heroísmos  por  la  inde- 
pendencia, la  historia  americana  y  el  arte  americano 
en  los  documentos  de  la  revolución  y  en  los  fogones 
de  las  huestes  nativas,  á  la  sombra  del  molle  de  licor 
dulce  y  del  chañar  de  sabrosa  fruta,  en  las  praderas 
vestidas  de  pastizales  y  en  los  cerrillos  donde  enver- 
dece la  copa  del  ombú. 

Más  tarde  la  escuela  romántica  que,  apartándose  del 
racionalismo  cartesiano  y  del  análisis  especulativo, 
recompone  y  resucita  vivisímamente  el  cuadro  de  las 
civilizaciones  muertas ;  la  escuela  romántica  que,  ca- 
zadora de  documentos  y  costumbres  y  paisajes,  tiene 
el  culto  de  lo  pintoresco  y  padece  de  la  fiebre  de  la 
acción ;  la  escuela  romántica,  que  batalla  por  el  triunfo 
de  la  política  liberal,  opera  en  la  historia  una  meta- 
morfosis no  menos  profunda  que  la  que  opera  en 
el  arte  dramático.  En  España,  durante  la  hegemonía 
del  romanticismo,  no  prosperó  la  historia.  Los  maes- 
tros de  nuestros  historiadores  fueron  los  franceses. 
Thierry  inaugura  el  método  pintoresco,  dedicándose 
con  preferencia  á  las  costumbres,  á  las  pasiones,  al 
decorado  y  á  las  circunstancias  que  pueden  ilustrar 
la  narración.  Con  Guizot  nace  el  método  filosófico. 
Este  principia  estudiando  los  hechos;  pero  se  sirve 
de  los  hechos,  ordenándolos  y  agrupándolos  lógica- 
mente, para  generalizar  sobre  las  causas  que  los  pro- 
ducen y  sobre  las  consecuencias  que   de   los  hechos 


228  HISTORIA  CRÍTICA 

nacen.  La  civilización  obedece  á  un  plan.  Descubrir 
las  líneas  generales  de  ese  plan  eterno  es  la  verda- 
dera misión  de  la  historia.  Cada  hecho  importante 
entraña  una  lección  moral  ó  política  que  interesa  al 
futuro.  Los  hechos  que  retardan  ó  apresuran  el  pro- 
greso de  las  naciones  tienen  los  mismos  elementos 
constitutivos  en  todas  las  edades.  El  problema  está, 
pues,  en  descubrir  y  poner  de  relieve  esos  elementos. 
Esa  es  la  misión  de  la  historia.  Cada  hecho  obedece 
á  una  ley  progresiva  ó  retardataria.  El  hecho  poco 
significa  y  vale  si  no  se  conoce  la  ley  á  que  obedece. 
Ese  principio  es  el  motor  del  hecho.  Esa  ley  ó  con- 
junto de  leyes  es  la  caldera  que  pone  en  movimiento 
la  máquina  de  la  historia.  Del  mismo  modb  piensa  don 
Andrés  Lamas. 

Volvamos  á  contar  su  paso  por  la  prensa  monte- 
videana. 

Don  Andrés  Lamas  fué  desterrado  en  1836  por  el 
gobierno  del  general  Oribe,  refugiándose  con  sus 
convicciones  en  el  Brasil.  El  Nacional  cesó;  pero  el 
desterrado,  que  tenía  una  profunda  fe  en  las  virtu- 
des de  la  propaganda,  volvió  á  la  prensa  cuando  vol- 
vió al  país,  fundando  en  1838  El  Iniciador,  en  el  que 
colaboraron  con  ardimiento  Echeverría,  Cañé,  Gu- 
tiérrez, Mitre,  Juan  Cruz  Várela  y  casi  todo  el  nú- 
cleo de  luminosas  intelectualidades  que  hicieron  su 
nido  de  cóndores  en  Montevideo  durante  el  azaroso 
período  de  la  Defensa.  En  el  mismo  año  de  1838  El 
Nacional  apareció  de  nuevo  redactado  por  Lamas. 
Cañé  y  Alberdi,  sosteniendo  ya  la  bandera  unitaria 
y  antirosista,  la  misma  bandera  que  debía  flamear  en 
1845  sobre  las  columnas  de  El  Comercio  del  Plata, 
diario  cuyos  propósitos  combatió,  desde  1844  hasta 
1855,  el  órgano  de  los  sitiadores,  el  órgano  que  diri- 
gieron don  Antonio  Díaz  y  don  Carlos  Villademoros, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  229 

el  Órgano  que  llevaba  por  título  el  título  fascinante 
de  El  Defensor  de  la  Independencia  Americana.  Los 
errores  se  encontraban  en  una  especie  de  torneo  feu- 
dal. Don  Andrés  Lamas  aceptó  como  legítima  la  in- 
tervención europea.  Don  Eduardo  Acevedo,  desde  las 
columnas  de  El  Defensor,  se  hizo  cómplice  de  la  in- 
gerencia rosista  en  el  pleito  nativo.  Fué  una  terrible 
fatalidad  la  fatalidad  que  pesaba  sobre  aquella  época 
de  confusiones  y  de  desventuras.  El  doctor  Acevedo 
estuvo  encargado  durante  doce  meses  de  los  edito- 
riales de  El  Defensor.  Nacido  en  Montevideo  en  1815 
y  graduado  en  la  carrera  de  las  leyes  por  la  univer- 
sidad de  Buenos  Aires,  dejóse  envolver  por  los  acon- 
tecimientos de  1843,  encontrándose  entre  los  que  cir- 
cundaban á  Oribe  en  el  Cerrito.  Desde  Octubre  de 
1846  hasta  Octubre  de  1847,  redujo  las  actividades 
de  su  periodística  propaganda  á  combatir  la  inter- 
vención anglo  -  francesa  y  á  predicar  la  paz,  compren- 
diendo muy  pronto  lo  inútil  de  prolongar  una  lucha 
en  la  que  nada  salía  ganando  el  patriotismo.  Su 
Proyecto  de  Código  Civil,  redactado  y  concluido 
tras  largos  meses  de  estudio  y  de  meditación,  le 
granjeó  más  tarde  la  estima  y  el  respeto  de  sus  ad- 
versarios, por  la  rectitud  del  criterio  jurídico  y  por 
la  profundidad  de  los  conocimientos  que  revelaba. 
Hecha  la  paz,  fundó  en  1852  La  Constitución,  que 
cesó  á  raíz  del  movimiento  revolucionario  del  18  de 
Julio  de  1853.  Nacido  más  para  las  tranquilas  elucu- 
braciones del  gabinete  que  para  los  debates  ardorosos 
de  la  tribuna,  el  doctor  Acevedo  trabajó  inútilmente 
por  esparcir  la  semilla  de  la  concordia  desde  las  co- 
lumnas de  La  Constitución.  Aquel  diario,  culto  en 
el  estilo  y  lleno  de  moderaciones  en  el  propósito,  que 
se  distinguía  por  lo  selecto  de  sus  correspondencias 
del    exterior   y    por    el    empeño    con   que   trataba    los 


230  HISTORIA  CRÍTICA 

asuntos  relacionados  con  el  progreso  económico  del 
país,  á  nadie  satisfizo,  porque  nadie  creía  en  la  sin- 
razón de  los  partidos  tradicionales.  Jefe  y  augur  de 
la  mayoría  parlamentaria  en  1852,  don  Eduardo  Ace- 
vedo  hizo  que  triunfara  la  candidatura  presidencial 
de  don  Juan  Francisco  Giró,  viendo  en  las  condi- 
ciones del  candidato  una  garantía  de  progreso  y  de 
paz.  Desterrado  á  consecuencia  de  los  sucesos  del 
año  siguiente,  ligó  su  nombre  á  la  historia  del  foro 
argentino  hasta  1860,  en  que  volvió  al  país  y  tuvo  á 
su  cargo,  durante  algunos  meses,  la  más  alta  de  las 
carteras  ministeriales  bajo  la  proba  administración 
de  don  Bernardo  Prudencio  Berro.  Presidente  del 
Senado  en  1862,  el  doctor  Acevedo  sintió  que  la  vida 
se  le  escapaba,  pidiendo  á  las  benignidades  del  clima 
paraguayo  un  lenitivo  á  las  dolencias  que  le  afligían; 
pero  la  muerte  pudo  más  que  la  atmósfera  tibia,  que 
la  atmósfera  con  perfume  á  naranjos  del  país  amigo, 
y  el  notable  jurisconsulto,  el  ilustre  redactor  de 
nuestro  primer  Código  Civil  y  de  nuestro  primer 
Código  de  Comercio,  cayó  dormido  en  el  regazo  de 
la  madre  inmortal  y  siempre  fecunda  al  declinar 
Agosto  de  1863. 

No  es  menos  laboriosa  la  vida  pública  de  don  An- 
drés Lamas.  Este  nació  en  Montevideo  el  3  de  Marzo 
de  1817,  haciendo  sus  primeras  armas  de  publicista, 
como  adversario  de  la  administración  de  don  Manuel 
Oribe,  en  1836  y  en  El  Nacional  de  Montevideo.  Desde 
entonces  ocupó  un  puesto  de  primera  línea,  durante 
medio  siglo,  en  el  escenario  político  y  literario  del 
Río  de  la  Plata,  pues  pronto  no  reconoció  émulos  ni 
rivales  por  su  estilo  nervioso  y  elegante,  por  la  abun- 
dancia y  la  valentía  de  sus  ideas,  por  la  amplitud  uni- 
versal y  generalizadora  de  su  pensamiento.  Asistió  á 
la  batalla  del  Palmar,  como  secretario  del  general  Ri- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  231 


vera,  siendo  nombrado,  después  del  triunfo,  oficial 
mayor  del  ministerio  de  Gobierno  y  Relaciones  Exte- 
riores. En  1839,  ya  odiando  á  Rosas,  hizo  renacer  El 
Nacional,  redactándolo  con  los  argentinos  Alberdi  y 
Cañé,  hasta  ponerlo  en  las  manos  terribles  del  impe- 
tuoso Rivera  Indarte.  Durante  el  sitio  grande  de  Mon- 
tevideo fué  jefe  político  y  de  policía  de  la  ciudad 
cercada,  dando,  con  su  vigor  y  con  su  inteligencia, 
nervio  y  recursos  á  los  sitiados.  Fué  luego  ministro 
de  hacienda  bajo  la  histórica  administración  de  don 
Joaquín  Suárez,  quien  viendo  en  1851  que  la  inter- 
vención de  las  potencias  europeas  no  lograba  terminar 
el  trágico  conflicto,  trató  de  ganarse  la  amistad  y  el 
apoyo  de  Urquiza  y  el  Brasil,  enviando  á  don  Benito 
Chain  para  entenderse  con  Entre  Ríos  y  confiando  á 
don  Andrés  Lamas  nuestra  plenipotenciaria  ante  la 
corte  de  San  Cristóbal. 

Don  Andrés  Lamas  contaba  con  valiosísimas  amis- 
tades en  Río  Janeiro,  en  donde  ya  estuvo  desde  1847 
hasta  cerca  de  1850,  negociando  un  empréstito  que 
nos  costó  el  sacrificio  de  nuestros  límites  y  del  que 
se  ocupa  dolorosamente  en  su  interesante  correspon- 
dencia con  el  doctor  Manuel  Herrera  y  Obes.  En  su 
viaje  de  1851  logró  neutralizar  la  influencia  de  la  di- 
plomacia de  Rosas  en  el  Brasil  y  establecer  las  con- 
diciones fundamentales  de  la  coalición  que  triunfó 
en  Caseros.  Esas  imperiales  condescendencias  las  pagó 
el  país  con  los  tratados  que  se  hicieron  públicos  en 
1859,  y  de  los  que  decía  Juan  Carlos  Gómez,  en  El 
Nacional  de  Buenos  Aires,  que  no  eran  otra  cosa  "que 
la  venta  de  la  dignidad  y  la  independencia  oriental, 
hecha  por  el  señor  Lamas,  al  gobierno  del  Brasil." 

No  carecía  de  fundamento  esta  crítica  dura.  Por 
aquellos  tratados  la  nación  oriental  no  podía  contraer 
alianzas    directas   ni    indirectas   con   ninguno   de   los 


232  HISTORIA  CRÍTICA 

estados  colindantes,  despojándose  así  de  su  derecho 
soberano  de  asociarse  políticamente  con  quien  más  le 
pluguiera,  —  y  por  aquellos  mismos  tratados  la  nación 
oriental  renunciaba  tácitamente  á  reivindicar  la  le- 
gítima posesión  de  las  mil  leguas  cuadradas  de  terri- 
torio de  que  se  le  había  adueñado  codicioso  el  Brasil. 
A  pesar  de  eso,  el  doctor  Lamas  fué,  en  1863,  nuestro 
agente  confidencial  en  la  República  Argentina,  de- 
biéndose á  su  influencia  y  á  su  sabiduría  el  arreglo 
de  varias  cuestiones  enojosas,  como  la  captura  del 
vapor  Villa  del  Salto,  y  la  detención  del  vapor  General 
Artigas.  Fué  también  uno  de  los  comisionados  para 
negociar,  sin  éxito  feliz  y  con  poderes  del  presidente 
Aguirre,  la  pacificación  de  la  república  en  1864,  tra- 
tando de  demostrar  al  gobierno  uruguayo,  desde  el 
mes  de  Agosto  hasta  el  mes  de  Diciembre  de  aquel 
año  fatal,  que  ya  era  un  hecho  la  alianza  entre  el  Bra- 
sil y  el  general  Mitre.  Auq,  en  1865,  Lamas  fué  nom- 
brado ministro  plenipotenciario  de  don  Venancio 
Flores  ante  el  regio  palacio  de  Petrópolis.  Protesta- 
ron contra  ese  nombramiento,  por  repetidas  veces, 
El  Siglo  y  La  Opinión  Nacional.  A  su  vez,  La  Tri- 
buna de  Buenos  Aires  se  preguntaba  cómo  podía  re- 
presentar á  la  situación  nueva  el  hombre  que,  después 
de  haber  servido  á  la  Defensa,  sirvió  á  Pereira  y  á 
Aguirre,  llamando  conspiración  de  puñales  envene- 
nados á  la  conspiración  de  1857.  Tampoco  carecía  de 
fundamento  aquella  censura.  De  Lamas  puede  decirse 
lo  que  de  O'Donnell  decía  Manuel  del  Palacio.  Era 
jilguero  en  Bilbao  y  mirlo  en  Pamplona.  No  segui- 
remos. Puede  afirmarse  que  hacia  aquella  época  se 
clausura  el  apogeo  de  la  vida  pública  del  doctor  La- 
mas, quien,  establecido  definitivamente  en  Buenos  Ai- 
res, murió  lejos  del  suelo  de  una  patria  sin  dichas  el 
23  de  Setiembre  de   1891.    Tenía  ya  setenta  y  cuatro 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  233 

años,  y  su  misión  estaba  concluida  desde  mucho  antes; 
pero  había  realzado  y  hecho  brillar  su  nombre  como 
historiador,  diplomático,  jurisconsulto,  arqueólogo, 
economista  y  crítico,  distinguiéndose  siempre  por  lo 
constante  de  sus  estudios  y  por  lo  enciclopédico  de 
su  erudición.  Le  tocó  actuar  en  tiempos  más  que  ru- 
dos y  de  dificilísimo  pilotaje,  lo  que  explica,  aunque 
no  disculpe,  los  cambios  políticos  y  las  concesiones 
hechas  al  extranjero  por  el  doctor  Lamas. 

En  estos  andares  de  la  rueda  del  tiempo,  la  intelec- 
tualidad del  país  se  había  engrandecido  prodigiosa- 
mente. 

La  poesía  lírica  se  desenvolvió  al  mismo  tiempo 
que  la  elocuencia  y  el  periodismo,  el  derecho  y  la 
historia.  Al  decálogo  aristotélico,  al  culto  de  las  re- 
glas á  que  nos  obligaba  la  imitación  de  la  antigüedad, 
al  respeto  á  los  modos  de  la  literatura  española  du- 
rante el  siglo  decimoctavo,  siguió  el  antiretoricismo 
de  la  escuela  romántica,  apasionadísima  de  la  fór- 
mula levantada  por  Víctor  Hugo  en  el  prólogo  de 
su  Hernani.  Víctor  Hugo  decía,  en  el  celebérrimo 
prefacio  de  su  primer  drama,  que  el  romanticismo 
no  era  sino  el  liberalismo  en  literatura,  y  que  la  do- 
ble bandera  bajo  cuyos  pliegues  debía  alinearse  la 
juventud  era  la  bandera  de  la  libertad  política  y  la 
libertad  en  el  arte.  Del  mismo  modo  que  nos  había- 
mos emancipado  de  las  viejas  formas  sociales,  era 
preciso  que  nos  emancipáramos  de  las  viejas  formas 
poéticas.  A  un  pueblo  nuevo  corresponde  un  arte 
nuevo.  ¡  Calcúlese  el  efecto  que  producirían  estas 
palabras  en  un  mundo  que  acababa  de  romper  á  sa- 
blazos los  hierros  coloniales,  arrojando  á  la  monar- 
quía de  sus  dominios  y  colocándose  con  soberbia  so- 
bre la  frente  el  gorro  frigio  de  las  repúblicas! 

Tocóle  ser  el  iniciador  de  aquel  movimiento  á  don 


234  HISTORIA  CRÍTICA 

Esteban  Echeverría,  que  era  alto  de  estatura,  pálido 
de  rostro,  de  agalgado  cuerpo,  de  palabra  dogmática 
y  carácter  sencillo.  Juan  María  Gutiérrez  nos  dice 
del  poeta  de  los  Consuelos:  "Echeverría  señala  una 
nueva  época  en  el  gusto  poético  del  Río  de  la  Plata. 
El  mató  la  tradición  clásica  latina;  confundió  los 
géneros,  mezcló  los  ritmos,  exageró  y  afeminó  un 
tanto  la  armonía  del  período.  Rasgó  el  velo  que  ocul- 
taba al  público  las  pasiones  y  los  dolores  individua- 
les del  poeta,  salpicando  con  la  atrevida  palabra  yo, 
casi  todas  sus  producciones.  Le  oímos  con  extrañeza 
hablar  de  él,  de  su  corazón,  de  sus  hastíos  y  des- 
encantos, y  nos  trajo  ese  raudal  de  lágrimas  que 
muchos  han  derramado  después,  brotadas  únicamente 
de  sus  plumas  de  acero.  En  una  palabra,  él  levantó 
un  altar  á  Lamartine,  y  deprimió  los  ídolos  de  aque- 
lla noble  escuela  que,  teniendo  por  maestros  á  Ho- 
racio y  Virgilio,  había  llegado  hasta  nosotros  en  las 
páginas  de  Racine,  de  Meléndez  y  de  Quintana." 

Educado  en  Francia,  donde  fué  testigo  de  las  pri- 
meras victorias  de  Víctor  Hugo,  y  asilado  en  Mon- 
tevideo, por  culpas  de  la  tiranía  de  don  Juan  Manuel 
de  Rosas,  Echeverría  ejerció  la  más  incontrastable 
de  las  influencias  sobre  los  ingenios  platenses  de 
aquella  edad,  todos  los  cuales  pudieron  decirle  como 
Adolfo  Berro: 

"Cuando  por  vez  primera  en  mis  oídos 

Sonara   melodioso 

Tu    canto    doloroso. 
Violento  se  agitó  mi  corazón: 
En   lágrimas  ardientes  se  empapara 

Mi   pálido  semblante, 

Y  el   labio   palpitante 
Rompió  en  voces  de  intensa  admiración." 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  235 

Piensa  bien  don  Andrés  Lamas  cuando  piensa  que 
el  arte  que  sacrificaba  el  fondo  á  la  forma,  que  el 
arte  enamorado  de  los  dioses  del  paganismo,  era  in- 
compatible con  una  sociedad  que  se  debatía  por  re- 
hacerse hasta  en  sus  cimientos,  estando  en  pugna  sus 
marmóreas  tranquilidades  con  la  fiebre  revoluciona- 
ria de  aquellas  horas  de  renovación.  El  arte  clásico 
era  el  arte  del  altar  y  del  trono.  Era  el  arte  de  Luis 
XIV  y  de  Carlos  II.  Había  imperado  protegido  por 
el  esplendor  de  las  monarquías,  siendo  justo  que  ca- 
yese con  ellas,  puesto  que  se  empeñaba  en  seguir  flo- 
reciendo sobre  su  derrumbe,  á  modo  de  ciprés  que 
esparce  el  triste  brillo  de  sus  verdores  sobre  una  lá- 
pida sepulcral.  La  poesía,  considerada  hasta  enton- 
ces como  un  deleite,  como  una  liza  entre  el  ingenio 
de  los  artífices  y  las  dificultades  de  la  técnica,  cam- 
bió de  carácter  y  cambió  de  rumbo,  independizándose 
del  yugo  de  lo  preceptivo  y  sacrificando  lo  precep- 
tivo unas  veces  en  aras  del  sentimiento,  y  otras  veces 
sobre  los  augustos  altares  de  la  idea.  Aunque  el  cla- 
sicismo se  defendió  con  la  heroicidad  propia  de  nues- 
tro suelo,  pues  clásico  fué  don  Francisco  Acuña  de 
Figueroa,  no  pudo  resistir  á  la  juventud  de  su  anta- 
gonista, más  en  concordancia  con  la  índole  de  la 
época,  con  las  rebeldes  actividades  del  tiempo  aquel, 
siendo  arrancado  del  arzón  y  de  los  estribos  por  las 
rudas  lanzadas  de  su  rival.  La  nueva  escuela,  que 
abrió  un  mundo  inexplorado  á  la  fantasía,  no  sólo 
permitiendo  al  poeta  explotar  los  tesoros  caballeres- 
cos de  la  edad  medioeval,  sino  valiéndose  de  la  mú- 
sica polifórmica  de  los  ritmos  para  conmovernos  con 
sus  propios  pesares;  la  nueva  escuela,  que  abrió  un 
mundo  inexplorado  á  la  fantasía,  porque  al  alejarse 
de  la  antigüedad,  recogió  el  ruido  de  las  batallas  filo- 
sóficas y  sociales  de  su  tiempo,  que  no  eran  otra  cosa 


236  HISTORIA  CRÍTICA 

que  las  dianas  de  los  clarines  de  la  vanguardia  de  lo 
porvenir;  la  nueva  escuela,  que  desenterraba  á  la 
musa  de  los  lirismos,  rompiendo  el  mármol  del  se- 
pulcro en  que  la  habían  emparedado  el  amor  á  la 
forma  tranquilamente  pulimentada,  y  el  culto  de  la 
belleza  pura  y  serena  como  un  ensueño  platónico, 
pero  inmóvil  y  fría  en  la  majestad  de  su  corrección; 
la  nueva  escuela,  cuyos  arrebatos  y  cuyas  audacias 
eran  dulces  á  los  arrebatos  y  á  las  audacias  de  toda 
especie  con  que  se  inicia  el  prodigio  de  la  centuria 
decimonona,  pronto  clavó  su  estandarte  triunfal  so- 
bre la  última  de  las  cimas  del  Helicón. 

Uno  de  los  espíritus  á  quienes  el  movimiento  ro- 
mántico sedujo  y  envolvió  fué  el  espíritu  suave  de 
Adolfo  Berro,  nacido  en  Montevideo  el  ii  de  Agosto 
de  1819.  Iba  á  cumplir  los  diecisiete  años  cuando 
empezó  la  carrera  de  la  abogacía,  familiarizándose 
con  la  práctica  de  los  expedientes  en  el  estudio  del 
doctor  Florencio  Várela.  Cuatro  lustros  tenía  cuando 
vistió  la  toga  que  le  habilitaba  para  batirse  por  los 
ofendidos  en  su  derecho,  designándosele  para  ase- 
sorar al  defensor  de  esclavos  no  bien  abandonó  las 
aulas  de  la  universidad,  donde  supo  ganarse  los  co- 
razones con  lo  vivaz  de  su  inteligencia  y  con  lo  recto 
de  su  conducta.  Escribía  versos,  pero  los  ocultaba, 
hasta  que  uno  de  los  suyos  descubrió  su  afición,  em- 
peñándose en  darlos  á  la  publicidad.  Fueron  bien  re- 
cibidos por  el  perfume  que  de  aquel  manojo  de  flores 
se  desprendía.  Flores  de  pasionaria,  sensitivas  mo- 
destas parecen  las  estrofas  que  produjo  su  ingenio. 
Es  exquisita  la  oleada  de  sensibilidad  con  que  nos 
envuelven  aquellos  balbuceos  de  una  musa  enferma, 
aquellos  candorosos  preludios  de  una  lira  que  la 
muerte  se  prepara  á  romper.  Diríase  que  todos  los 
dolores  atraen  la  compasión  de  aquel  dulce  laúd,  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  237 

se  apiada  de  la  suerte  del  negro  africano,  de  la  niña 
expósita,  del  mendigo  harapiento,  del  país  que  tor- 
tura la  guerra  civil,  de  las  madres  cubiertas  de  cres- 
pones de  luto.  Sus  versos  parecen  niños  que  lloran, 
y  niños  son  por  la  sencillez  de  su  vestidura,  por  lo 
muy  candoroso  de  sus  afectos  y  de  sus  imágenes.  Es 
un  arbusto  que  quiere  florecer,  mecido  por  los  so- 
plos de  una  primavera  naciente;  pero  arbusto  cuyos 
botones  quemará  la  escarcha  antes  de  que  se  rompan 
en  mirra  y  en  matiz.  Su  musa  es  una  virgen  apenas 
esbozada  por  un  pintor  místico,  virgen  clorótica,  vir- 
gen envuelta  en  una  túnica  de  color  indeciso  y  con 
una  tenue  aureola  de  oro  sobre  los  cabellos  de  un 
rubio  pálido.  Su  tiempo  le  atribuyó  perfecciones  que 
no  tenía,  aunque  algunas  de  sus  endechas  las  presa- 
giaran. Don  Andrés  Lamas  no  se  equivoca  cuando  nos 
asegura  que  sus  versos  "reúnen  todas  las  condiciones 
que  constituyen  la  belleza  de  la  forma,  claridad,  sen- 
cillez, unidad  simbólica,  proporción  en  las  partes  y 
correspondencia  entre  el  estilo  y  el  asunto."  ¿Qué 
les  falta  entonces?  Fuerza  en  los  trazos,  refucilos 
que  cieguen  en  los  tropos,  lo  que  sólo  la  plétora  de 
la  vida  y  el  goce  de  sentirse  vivir  dan  á  la  inspira- 
ción. No  le  culpemos  por  su  carencia  de  robustez. 
Murió  sin  cumplir  los  veintidós  años,  en  1841,  y  en 
torno  de  su  tumba  pulsaron  el  salterio  de  los  adioses 
últimos  Francisco  Acuña  de  Figueroa,  José  Mármol, 
Rivera  Indarte,  Juan  Carlos  Gómez,  Magariños  Cer- 
vantes y  Bartolomé  Mitre. 

Las  poesías  de  Adolfo  Berro,  coleccionadas  por  vez 
primera  en  1842  y  por  segunda  vez  en  1884,  forman 
un  volumen  de  más  de  doscientas  páginas.  Adolfo 
Berro,  como  Echeverría,  es  de  los  que  posponen  la 
forma  al  pensamiento,  el  ritmo  á  la  idea.  Entiende 
que   el   poeta   no   es   un   pájaro   cancionero,   sino   un 


238  HISTORIA  CRÍTICA     

sembrador  consciente  y  activo.  Creyó  que  las  musas 
deben  consagrarse  á  endulzar  los  dolores  humanos, 
como  las  oceánides  consolaron,  con  la  profética  voz 
de  sus  coros,  el  martirio  de  Prometeo.  Dios  debe  mal- 
decir, maldice  sin  duda, 

"Al  que  vé  en  el  dolor  al  inocente 
Sin   enjugar   el   llanto  que   derrama." 

Así  el  poeta,  fiado  en  la  inocencia  de  su  vida,  no 
le  teme  á  la  noche  de  los  sepulcros.  Es  natural  que 
el  misterio  de  la  muerte  espante  á  los  tiranos,  á  los 
viciosos,  á  los  negros  de  corazón;  pero,  aunque  la 
virgen  de  los  ojos  secos  y  la  boca  sin  carne  le  per- 
siga con  saña, 

"¿El  que  inocente  vive 
Qué  mal  podrá  temer?" 

Ello  no  obsta  para  que  le  duela  dejar  la  vida,  des- 
pedirse del  sol  y  del  cielo  azul.  Ello  no  obsta  para 
que  le  duela  caer  en  los  comienzos  de  la  jornada,  an- 
tes de  señalar  un  rumbo  á  los  que  dudan,  y  antes  de 
conocer  las  embriagueces  que  produce  el  amor,  ese 
doloroso  engaño  de  los  sentidos. 

*'¡  Morir,  cuando  en  redor  todo  respira, 
Cuando   todo   sonríe   en   el   solaz. 
Sin  que   un  ángel  de  gracia  en   la  agonía 
Me  dé  pasando  el  ósculo  de  paz! 

¡  Morir,  sin  que  entre  el  polvo  los  tiranos 
Haya  visto   en  el  mundo  de   Colón, 
Demandando   al   eterno   en   mis   plegarias 
Para  los  abatidos  el  perdón! 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  239 

¡  Morir,   cuando   se  agita  el  orbe   entero 
En   pos  de   esa   deseada  libertad, 
Sin  que  pueda  el  camino,  arrebatado. 
Mostrar  á  la  obcecada  humanidad! 

¡  Y  dejar  en  el  suelo  por  memoria 
El  recuerdo  fugaz  de  un  ataúd, 
Con  los  truncos  acentos  arrancados 
En  horas  tribuladas  al  laúd!" 

Adolfo  Berro  se  distingue  especialmente  en  el  ma- 
nejo del  romance  octosílabo.  El  origen  de  éste  se  con- 
funde con  el  origen  de  la  lengua  castellana.  Es  el 
metro,  entonces  rudo  y  poco  armonioso,  de  que  se 
valió  la  poesía  popular  más  antigua  de  la  península 
para  impedir  que  el  olvido  se  ensañase  con  sus  tra- 
diciones milagrosas  y  caballerescas.  Apareció  el  ro- 
mance con  la  misma  estructura  con  que  le  vemos  hoy, 
pues  los  más  antiquísimos  están  formados  por  versos 
de  ocho  sílabas,  en  que  los  impares  se  mueven  libres, 
en  tanto  que  los  pares  arrullan  al  oído  con  una  desi- 
nencia igual,  lo  que  hace  suponer  que  el  romance 
español  proviene  de  los  versos  árabes  de  dieciséis 
sílabas,  que  rimaban  de  dos  en  dos,  escribiéndose  los 
romances,  por  error  ó  propósito  de  novedad,  en  he- 
mistiquios, y  llenándose  una  línea  con  cada  uno  de  és- 
tos, á  fin  de  que  la  rima  apareciese  alterna  y  separada 
por  un  verso  blanco.  Al  principio  los  asonantes  no 
eran  asonantes,  sino  consonancias  perfectas,  que  re- 
sultaban de  una  insufrible  monotonía,  hasta  que  en 
la  centuria  decimosexta  el  asonante  se  dejó  ver  como 
artificio  original,  precioso  y  exclusivo  de  la  versifi- 
cación castellana,  perfeccionándose,  hasta  convertirse 
en  joya  primorosísima,  gracias  al  teatro  de  Lope  y 
de  Tirso,  de  Moreto  y  de  Calderón. 

Es  el  romance  útil  que  no  reemplaza  ninguna  de 


240  HISTORIA  CRÍTICA 


las  otras  combinaciones  métricas  para  el  buen  cultivo 
de  la  poesía  narrativa  ó  de  la  poesía  histórica,  por 
lo  extraordinariamente  vario  de  sus  cortes,  que  le 
permiten  un  infinito  cambio  de  tono,  y  por  lo  mara- 
villoso de  su  elasticidad,  que  le  permite  ser  empleado 
en  los  asuntos  de  todo  género.  En  la  energía  de  su 
sencillez,  muy  aparente  para  el  diálogo,  no  desdeña 
ni  lo  translaticio,  ni  lo  jacarandoso,  ni  lo  patético, 
ni  ninguna  de  las  filigranas  del  arte  de  escribir.  Así 
lo  comprendió  la  musa  de  Berro.  Leed  el  fragmento 
titulado  El   Ombú. 

"Venga  la  blanda  guitarra. 
Venga,  bien  mío,  y  cantemos. 
Que  ya  el  Oriente  de  rojo 
Tiñen  del  Sol  los  reflejos. 

Venga,  que  en  lomas  y  llanos 
Rebrama  el  toro  soberbio, 
Y  bajo  altivos  caballos 
Retumba   herido   el   potrero." 

La  maestría  que  en  el  manejo  del  romance  octasí- 
labo  demostró  siempre  nuestro  poeta,  se  echa  de  ver 
en  sus  composiciones  históricas  la  Población  de  Mon- 
tevideo y   Yandubayú  y  Liropeya. 

Escuchadle  en  la  primera  de  ellas. 

"Ya  la  mitad  de  su  curso 
El  Dios  del  Inca  tocaba. 
Aun  las  arenas  quemando 
Que   humedeció   la  resaca, 

Cuando  un   gran   ruido   las   aves 
Hizo   volar   en  bandadas. 
Que   entre   las   peñas  ocultas 
O   entre  la  yerba  posaban; 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  241 

Y  luego  al  punto  se  vieron 
Cruzar  ligeros  la  playa, 

En  poderosos  corceles 

Que   ansiosos  el    freno   tascan, 

Bien  ordenados  guerreros 
De   cuyas  fúlgidas   lanzas 
Penden  airosos  listones 
Con  los  colores  de  España. 

Sobre   un   tostado   revuelto 
Que  en  propia  espuma  se  baña, 
De   aquella  alegre   cuadrilla 
El   noble  jefe   cabalga, 

Y  en  su  mirar  atrevido 

Y  en   su  apostura  gallarda 
Decir  á  todos  parece: 

Don   Bruno    soy    de    Zabala, 

Recto   y  noble   caballero 
Del   orden   de   Calatrava, 
A  quien  el   Rey   diera   el  mando 
De  las  provincias  del  Plata. 

Luego  que  en  presta  carrera 
La  leve  arena  cruzaran, 
Clavó  el  caudillo  en  la  cuesta 
El   pendón  regio   de   España, 

Y  con  mil  flámulas  bellas, 

Y  con  mil   bélicas  salvas, 
Le  saludaron  las  naves 

Que   ya  en  el   puerto  le  aguardan. 

Al   viento    dieron   entonces. 
Que  mansamente  soplaba. 
Las   no  bien   regidas  velas 
De  sus   perezosas   barcas: 

En  ellas  nuevos   guerreros 
A  tierra  rápidos  bajan, 

16.  —  I. 


242  HISTORIA  CRÍTICA 

Y  á  los  jinetes  sudosos 
Contra  sus   pechos  abrazan. 

Solaz,  por  breves  momentos, 
Dióles   don   Bruno   Zabala, 

Y  al  punto  ordena  que  todos 
Dejen  las  lanzas  y  espadas, 

Y  den  comienzo  á  la  empresa 
Que  tiene  el  Rey  ordenada. 
Poblando  aquellos  contornos 
En  buen  servicio  de  España." 

Mucho  más  correcto   es   el   romance  que  se   titula 
Yandubayú  y  Liropeya. 

"Siguiendo  va  por  un  bosque 
Del  Paraná  renombrado 
A   Yandubayú,   cacique. 
El   sanguinario   Carvallo. 

Vuela  el   indígena,  y  sólo 
Se   para   así   que   lejano 
De   Juan   Garay  y  su  tropa 
Vé  al  atrevido  cristiano. 

Entonces,   cual  tigre   fiero 
Que  sobre  el  toro  inmediato 
Revuelve   y   la  aguda  zarpa 
Clava  en  el  cuello  gallardo, 

Él,  esquivando  la  espalda 
De   furibundo  lanzazo, 
Ha,  con  los  brazos  ñudosos, 
A  su  enemigo  aferrado. 

Mil  veces  el   indio   fiero 
Cree   ya  vencido  á   Carvallo; 
Pero  mil   veces   sin   fruto 
Le  anuda  al  cuello  los  brazos. 

Rendido,  en  fin,  al  esfuerzo 
De  aquel  luchar  tan  extraño, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  243 

Víctima  ya   del   cacique 
Era  el  soberbio  cristiano, 

Cuando  del  ruido  avisada 
Que   hacen   las  voces   de   entrambos, 
A  despartir  la  pelea 
Vino,   con   rápido   paso, 

La  muy   gentil  Liropeya, 
India  de  rostro  lozano, 
Del   Paraná  rica  perla 
Que  guarda  el  bosque  callado. 

Por  ella  en  castos  amores 
Se   está   el   cacique   abrasando, 

Y  por  haberla,  ofreciera 

A  grave  empresa  dar  cabo; 
Cinco   terribles  guerreros 
Tiene  á  la  lucha  emplazados. 
Pues   ofendieron   sus  deudos 

Y  él  ha  jurado  vengarlos." 

Liropeya,  recordando  al  cacique  la  lucha  en  que 
debe  conquistar  su  cobriza  belleza,  logra  que  el  indio 
suelte  al  confuso  español. 

"Fresca  y   hermosa  es  la  india, 
Bien   lo   notó   el   castellano, 
Que   por   falaces  deseos 

Y  torpe   saña   llevado. 
Hunde  la  espada  traidora 

En  el  cacique  preclaro. 

Que   cae   sangriento   y   sin   vida 

De  Liropeya  en  los  brazos. 

Como  la  tórtola  blanda 
Viendo  á  su  amante  llagado, 
Por  el  mortífero  plomo 
Que  le  echó  al  suelo  del  árbol. 


244  HISTORIA  CRÍTICA 

Con  nunca  oídas  querellas 
Asorda  bosques  y  llanos 
Aun  á  piedad  las  entrañas 
Del  cazador  excitando, 

Así   con  voces  sentidas, 
Vertiendo   fúnebre   llanto 
Sobre  el  cadáver  que  estrecha 
Contra  su   seno   torneado, 

La   hermosa   indígena   increpa 
Al  matador  inhumano, 

Y  á  su  maldito  destino 
Que  á  tal  desgracia  la  trajo. 

De  allí  llevarla  procura 
Con  tiernos   ruegos   Carvallo; 
Pero  ella  airada  resiste 
Sus  seductores  halagos. 

Al  fin,  volviendo  los  ojos 
Al   desleal  castellano, 
—  Seguirte   quiero,   le    dice, 
Si  con  tus  ágiles  brazos 

Abres  la  fosa  que  encierre 
Este   cadáver   helado, 
Para  que  pasto  no  sea 
De   los  voraces  caranchos.  — 

Lleno  de  impróvido  gozo 
Suelta  la  espada  el  villano, 

Y  empieza  á  abrir  el   sepulcro 
Del  que  mató  descuidado: 

En  él  le  arroja,  y  le  cubre 
Después   con   tierra   y  guijarros, 

Y  donde  está  Liropeya 
Vuelve   contento   sus   pasos. 

Ella  del   suelo  ligera 
El   fuerte  acero  ha  tomado. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  245 

Y  al  español  inclemente 
Fiera  mirada  lanzando, 

—  Abre   otra  fosa,   le   dice, 
Oh  maldecido   cristiano,  — 

Y  con  la  espada  sangrienta 
Se   pasa   el   seno  angustiado." 

Este  romance,  escrito  en  1840,  no  ha  sido  superado 
aún  por  ninguno  de  los  romances  de  nuestro  parnaso, 
pudiendo  considerársele  como  el  modelo  de  las  com- 
posiciones de  su  misma  índole  por  lo  indígena  del 
asunto,  la  viveza  de  los  afectos,  la  sencillez  de  la  dic- 
ción, lo  natural  de  las  comparaciones  y  la  armoniosa 
elegancia  de  la  forma  métrica.  Es  fácil,  es  espontá- 
neo, es  castizo,  es  sonoro,  es  enternecedor  y  basta 
para  salvar  de  la  niebla  de  los  olvidos  á  la  musa  ado- 
lescente y  generosa  de  nuestro  Berro. 

Cuando  Adolfo  Berro  se  hundió  en  la  eternidad, 
corría  el  año  de  1841.  El  Nacional,  redactado  enton- 
ces por  Rivera  Indarte,  era  el  centro  donde  se  re- 
unían los  hombres  de  letras  á  que  dieron  asilo  los 
fortines  ciclópeos  de  Montevideo.  Allí  Juan  Cruz 
Várela,  Mármol,  Gutiérrez  y  Echeverría,  que  acababa 
de  iniciar  la  escuela  romántica  con  sus  composicio- 
nes de  carácter  sugestivo  ó  de  asunto  pampeano,  ha- 
blaban de  sus  ideales  literarios  y  de  sus  ideas  polí- 
ticas con  el  lenguaje  ardiente  propio  de  aquellas 
horas  de  inquietud  cruel.  Ya  lo  hemos  dicho.  Es  in- 
dudable el  interés  histórico  de  las  publicaciones  pe- 
riodísticas del  tiempo  que  venimos  analizando,  por- 
que ellas  nos  permiten  conocer  acabadamente  la  ín- 
dole de  aquella  época,  la  maravillosa  intelectualidad 
de  aquel  período,  en  que  el  choque  de  las  armas  se 
une  al  choque  de  las  ideas,  como  si  el  cansancio  de 


246  HISTORIA  CRITICA 

la  acción  no  fuera  bastante  para  aplacar  la  fiebre  de 
los  espíritus.  La  política,  la  historia,  el  derecho,  la 
literatura,  la  ciencia  misma,  suministraban  ocasión  y 
motivo  á  aquellos  cerebros  para  entregarse  al  divino 
placer  de  engarzar  ideas  en  el  oro,  no  siempre  puro, 
del  lenguaje  viril  de  aquellos  días.  La  atmósfera  mo- 
ral, intensamente  caldeada  por  las  pasiones  de  los 
partidos  y  lo  dramático  de  los  sucesos  que  traían  las 
horas,  explican  lo  copioso  y  múltiple  de  la  produc- 
ción intelectual  desde  1840  hasta  1851.  El  editorial, 
el  verso,  el  discurso,  las  cartas,  el  diálogo,  todo  se 
convertía  en  arma  de  combate,  en  saeta  y  pedruzco 
de  una  catapulta  siempre  en  actividad.  Aquellos  ri- 
madores hicieron  bien.  El  arte  por  el  arte  no  entrará 
jamás  en  el  número  de  los  principios  defendidos  por 
mí.  Me  explico  la  pasión  de  lo  hermoso,  cuando  al 
concepto  de  la  hermosura  va  unido  el  concepto  de  la 
verdad,  de  la  justicia,  de  la  virtud,  del  odio  al  error, 
de  la  misericordia  por  los  que  padecen.  De  no  ser 
así,  el  cultivo  de  las  bellas  letras  sería  la  más  para- 
sitaria de  las  labores,  labor  propia  tan  sólo  de  los 
egoísmos  inútiles,  labor  reservada  despreciativamente 
á  las  intelectualidades  sin  sexo  y  sin  finalidad.  Está 
muy  lejos  de  ser  un  crimen  que  el  ingenio  se  asile 
en  una  torre  de  marfil,  para  que  no  se  manche  con  el 
contacto  de  las  pedestres  aspiraciones  de  la  multitud ; 
pero  á  condición  de  que  esa  torre  tenga  una  ventana 
que  nos  deje  ver  no  sólo  lo  infinito  del  cielo,  sino 
también  los  valles  de  la  tierra,  permitiéndonos,  cuando 
sea  preciso,  acudir  en  ayuda  de  los  ideales  enaltece- 
dores y  de  los  propósitos  dignos  de  alabanza.  El  arte 
por  el  arte  es  un  juego  de  niños  y  de  doncellas;  pero 
no  la  misión  que  corresponde  á  los  cerebros  fuertes, 
á  los  corazones  enrojecidos  por  el  calor  de  la  llama 
de  un  ensueño  inmortal.  Por  eso,  es  hondamente  me- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  247 

recedora  de  respeto  y  de  encomio  la  vida  de  los  hom- 
bres de  aquellos  lustros  viriles  y  entusiastas.  Es  in- 
dudable que  se  equivocaron  más  de  una  vez.  Hasta 
el  sol  tiene  manchas  y  hasta  el  numen  homérico  se 
extravía.  Jove  también  dormita  con  el  águila  acurru- 
cada sobre  el  respaldo  de  su  sitial.  Por  otra  parte, 
aun  en  los  hombres  políticos  más  puros  caben  los  odios 
apasionados  que  siente  la  multitud;  pero  la  pasión 
no  excluye  la  sinceridad,  ni  está  reñida  con  la  gran- 
deza de  los  propósitos.  Aquellos  hombres  eran  sin- 
ceros, como  los  mártires,  y  estaban  atormentados, 
como  las  sibilas,  por  el  delirio  pásthmico  de  lo  por- 
venir. Fueron  ciudadanos,  sin  dejar  por  eso  de  ser 
poetas.  Pastores  de  su  pueblo  y  faros  de  su  época, 
jamás  los  hizo  suyos  la  desaborida  y  retórica  pueri- 
lidad del  arte  por  el  arte.  ¡  Como  si  la  forma  se  ase- 
mejara á  un  odre  primoroso,  pero  vacío !  ¡  Como  si  se 
pudiera  escribir  sin  exponer  ideas !  ¡  Como  si  el  pen- 
samiento fuese  otra  cosa  que  la  sangre  oxigenada  de 
la  dicción!  ¿Qué  son  los  versos  y  qué  es  la  prosa?  Mo- 
dalidades, más  ó  menos  regularmente  rítmicas,  de  la 
elocución.  Y  ¿qué  es  la  elocución?  Es  la  manifesta- 
ción de  nuestros  pensamientos  por  medio  del  len- 
guaje. Luego  no  hay  elocución  sin  pensamiento,  como 
no  hay  obra  literaria  sin  una  serie  de  raciocinios  más 
ó  menos  conformes  con  la  realidad.  No  se  puede  es- 
cribir sin  pensar  y  el  arte  por  el  arte  es  una  niñería 
sin  significado.  Yo  puedo  proponerme  como  fin  ex- 
clusivo conquistar  la  belleza;  pero  sólo  puedo  reali- 
zar mi  propósito  por  medio  de  una  serie  ordenada 
de  ideas  sublimes  ó  sencillas,  graves  ó  agudas,  va- 
lientes ó  graciosas,  verdaderas  ó  inverosímiles.  Sólo 
apoyándose  en  el  pensamiento,  príncipe  soberano  y 
vestido  con  su  traje  de  ceremonia,  se  llega  á  las  me- 
ridianas cumbres  de  lo  hermoso.  Maguer  las  exagera- 


248  HISTORIA  CRITICA 

ciones  que  dieron  á  la  doctrina  del  arte  por  la  idea» 
tenían  razón  los  hombres  de  1841. 


III 


Juan  Carlos  Gómez,  que  era  uno  de  los  concurren- 
tes á  las  tertulias  de  El  Nacional,  se  reveló  poeta 
junto  al  sepulcro  de  Adolfo  Berro. 

"Deja  el  guerrero  escrita  su  memoria 
En  el  rastro  de  sangre  de  sus  huellas; 
El  poeta  en  sus  lágrimas  su  historia, 
Los  que  saben  llorar  la  leen  en  ellas." 

Apenas  se  oyeron  los  salmos  de  aquella  musa 
nueva,  cuya  característica  es  lo  profundo  de  la  emo- 
ción personal,  formaron  cerco  al  poeta  naciente,  que 
iba  á  reemplazar  al  poeta  caído  antes  de  florecer, 
reuniéndose  todas  las  noches  en  su  casa  de  la  calle 
de  Ituzaingó,  que  se  llamaba  entonces  calle  de  San 
Juan,  Carlos  María  Gutiérrez,  Juan  Bautista  Alberdi, 
José  Mármol,  Francisco  Xavier  de  Acha,  Alejandro 
Magariños  Cervantes  y  Enrique  de  Arrascaeta.  De 
allí  surgió  la  idea,  pronto  realizada,  de  publicar  un 
órgano  político  y  literario.  En  las  columnas  de  ese 
órgano,  que  llevaba  por  título  La  Gaceta  del  Comer- 
cio, Juan  Carlos  Gómez  dio  á  conocer  su  leyenda  ro- 
mántica Figueredo,  compuesta  en  variedad  de  metros 
y  dividida  en  seis  cantos  ó  partes.  Figueredo  es  un 
anciano  que  sueña  con  la  liberación  de  su  patria  opri- 
mida. La  guitarra,  la  confidente  de  los  habitantes  de 
nuestros  campos,  la  lira  sexticorde  de  nuestros  gau- 
chos, le  sirve  de  vehículo  para  comunicar  á  sus  hijos 
el    ansia    de    emancipación    que    le    devora.    El   viejo. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  249 


cuando  ve  á  su  auditorio  sugestionado  por  su  canción 
guerrera,  tira  lejos  de  sí  la  guzla  campesina,  y  le 
dice  con  majestad: 

"Hijos,  ayer  peleaba  con  denuedo 
Por  daros  una  patria,  un  porvenir; 
Anciano  ya,  si  combatir  no  puedo, 
Si  no  puedo  vencer,   sabré  morir. 

Pesa  otra  vez  sobre  las  frentes  nuestras 
Infamante   señal   de   esclavitud, 

Y  puñales  tenéis,  y  tenéis  diestras, 

Y  rebosáis  de  vida  y  juventud. 

Es  la  victoria  el  premio  de  los  bravos, 
El  poder  lo  probó  del  español.... 
La  noche  ahora  nos  oculta  esclavos, 
¡Mañana  libres  nos  alumbre  el  sol!" 

Enardecidos  por  el  ejemplo  del  valor  paterno,  los 
jóvenes  dejan,  al  despuntar  el  día,  la  casa  en  que 
corrió  gozosa  su  niñez;  pero  en  el  primer  combate, 
en  el  primer  encuentro  con  el  opresor,  el  anciano 
cae  vencido  y  prisionero  á  causa  de  una  rodada  de 
su  caballo.  Sus  hijos  luchan  inútilmente  por  liber- 
tarle, porque  salvarle  es  preferible  á  triunfar,  desde 
que,  faltándoles  su  consejo  y  su  estoicismo, 

"La  victoria  es  inútil  sin  él." 

En  el  canto  último,  el  héroe,  salido  ya  de  las  pri- 
siones brasileñas,  prefiere  no  volver  á  la  patria.  ¿Qué 
sería  en  la  tierra  del  tordo  y  del  ombú?  ¿Qué  se- 
ría en  la  tierra  del  arrayán  y  del  mainumbí?  Un 
paria,  un  extranjero,  la  sombra  errante  de  un  hom- 
bre que  fué.  Es  preferible  no  volver  al  país  de  los 
toldos  charrúas,  de  los  campos  de  trébol,  de  las  cu- 


250  HISTORIA  CRÍTICA 

chillas  en  que  el  espinillo  se  deshace  en  perfumes 
embriagadores.  Y  el  héroe,  como  el  caudillo  de  la 
magna  leyenda  artiguista,  se  resigna  á  morir  lejos  de 
los  que  amó,  lejos  de  la  plácida  sombra  de  los  boscajes 
del  pago  nativo,  lejos  de  los  arroyos  que  retrataron 
las  criollas  gallardías  de  su  corcel  de  guerra. 

Juan  Carlos  Gómez,  nacido  en  1820  y  muerto  en 
1884,  fué  periodista,  poeta,  tribuno,  abogado,  minis- 
tro y  legislador.  Envuelto  por  la  vorágine  de  su 
tiempo  de  antagonismos  y  de  proscripciones,  de  ti- 
ranteces y  de  montoneras,  vivió  más  en  la  patria  de 
los  extraños  que  en  su  patria  propia,  dejando,  melan- 
cólico y  á  veces  iracundo,  la  huella  de  su  sombra  so- 
bre los  horizontes  policromados  de  Chile,  del  Bra- 
sil y  de  la  Argentina.  Gracias  al  sempiterno  choque 
de  nuestras  banderías  y  á  lo  azaroso  de  nuestra  exis- 
tencia institucional,  cometió  el  gravísimo  é  imperdo- 
nable error  de  creer  que  no  contábamos  con  elementos 
de  vida  propia  y  que  seríamos  más  felices  fusionán- 
donos con  la  gigantesca  República  Argentina  para 
constituir  los  Estados  Unidos  del  Plata.  Esperemos 
que  han  desaparecido  para  no  volver  los  temores  que 
abrigaba  aquel  grande  y  amargado  espíritu ;  y  que 
nadie  hará  suyo  en  lo  porvenir  la  utopía  soñada  por 
el  representante  del  año  52,  por  el  ministro  de  Es- 
tado del  53  y  por  el  proscripto  no  siempre  apacible 
de  1857.  Sabemos  ya  que  el  denuedo  de  nuestros  pa- 
dres nos  hizo  libres,  y  que  no  nos  impuso  el  bien  de 
la  independencia  la  voluntad  conjunta  de  los  argen- 
tinos y  de  los  brasileños.  Sabemos  ya  que  tenemos 
elementos  de  sobra  para  vivir  autónomos,  dueños  de 
nuestra  tierra  rica  en  fertilidad  y  rica  en  hermosura, 
tierra  á  la  que  dan  sombra  muchos  boscajes,  y  tierra 
que  recorre  una  gran  red  de  ríos  de  caudalosas 
aguas,  tierra  adaptable  como  muy  pocas  á  las  labores 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  2Sx 

de  la  agricultura  y  la  ganadería,  y  tierra,  en  fin,  seis 
veces  mayor  que  el  territorio  de  la  libre  Bélgica  y 
mayor  cuatro  veces  que  el  territorio  confederado  de 
la  Suiza.  Nuestro  pueblo  ya  no  puede  reaccionar  con- 
tra la  independencia,  porque,  dado  el  enorme  des- 
arrollo de  sus  vecinos,  anexionarse  sería  sinónimo  de 
someterse,  y  porque,  aun  después  de  realizada  la  in- 
corporación, seguiríamos  siendo  díscolos  y  batallado- 
res, pasando  por  los  mismos  períodos  de  anarquía  y 
de  intranquilidad  que  delata  la  historia  de  las  pro- 
vincias de  San  Juan  y  Corrientes,  Santa  Fe  y  Entre 
Ríos.  El  mal  no  está  en  nuestra  independencia,  te- 
soro de  altísimo  é  inestimable  precio,  sino  en  lo  cha- 
rrúa de  nuestro  carácter  y  en  nuestra  escasez  de 
educación  política,  pues,  á  pesar  de  las  angustiosas 
vorágines  que  hemos  sufrido,  nuestro  estado  social, 
nuestras  condiciones  para  ser  nación,  en  nada  difie- 
ren y  en  mucho  aventajan  á  las  condiciones  de  las 
otras  nacionalidades  americanas  de  origen  hispano. 
El  vínculo  federal  no  podría  curarnos  de  nuestras 
dolencias,  que  aventará  el  futuro,  y  nos  expondría  á 
que  los  otros  cuerpos  conglomerados  nos  hiciesen 
pagar,  á  sangre  y  á  fuego,  nuestra  altivez  indómita, 
nuestras  voraces  ansias  de  justicia  y  virtud.  La  pa- 
tria, grande  ó  chica,  es  siempre  la  patria.  ¿Qué  im- 
porta que  la  madre  no  sea  dichosa  y  que  no  sepa  ha- 
cer la  dicha  de  sus  hijos?  Esto  no  es  razón  para  re- 
pudiarla, sino  razón  para  bendecirla  y  compadecerla, 
siendo  un  crimen  suplicarla  que  abdique  de  su  sobe- 
ranía, convirtiéndose  de  señora  absoluta  en  provin- 
cial señora. —  ¡Himno,  escudo  y  bandera  deben  ser 
propios,  en  los  valles  edénicos  que  atraviesa  el  per- 
fumado aliento  de  nuestras  tardes  al  bajar  de  las 
cumbres  del  Yaguary! 

Juan    Carlos    Gómez   no    sacrificó   ninguna   paloma 


252  HISTORIA  CRÍTICA 

blanca  ni  ningún  cabritillo  inocente  en  los  altares  de 
la  anexión.  Como  nunca  se  le  vio  poner  en  remate 
su  gloria  ó  su  influencia,  y  como  nunca  se  le  vio 
cantar  alabanzas  tras  la  carroza  de  ningún  vencedor, 
fué  grande  y  merecida  su  autoridad  moral.  Hombre 
de  pasiones,  hombre  de  partido,  hombre  de  combate, 
fué,  sin  embargo,  probo  y  sincero,  lo  que  explica  que 
todas  sus  palabras  y  todos  sus  actos  tuvieran  la  vir- 
tud de  interesar  y  de  conmover.  Cumplía  veinte  años 
cuando  publicó  sus  primeros  versos.  Militaba,  enton- 
ces, en  el  partido  blanco;  pero  pronto  se  quitó  el 
cintillo  celeste,  á  causa  de  una  novela  de  corazón  y 
por  hallar  diabólica  la  mixtura  de  los  oribistas  con 
el  rosismo.  Disgustado  de  todo  y  en  pugna  con  todos, 
menos  con  sus  ideas,  abandonó  el  país  y  se  perdió 
en  las  vastas  soledades  del  mar,  ganándose  un  re- 
nombre de  polemista  excelso  en  Valparaíso. 

Los  acontecimientos  que  clausuraron  la  guerra  que 
nos  devoró  desde  el  i6  de  Febrero  de  1843  hasta  el 
8  de  Octubre  de  1851,  le  llevaron  de  nuevo  á  las  pla- 
yas nativas,  pasando  á  Buenos  Aires  en  busca  del  tí- 
tulo de  doctor  en  jurisprudencia  el  30  de  Agosto  de 
1852.  Corría  el  mes  de  Mayo  de  este  año  mismo 
cuando  Juan  Carlos  Gómez,  procedente  de  Chile, 
llegó  á  Montevideo,  donde  fundó  El  Orden,  dirigién- 
dole y  redactándole  hasta  1853.  Tres  meses  después 
de  su  vuelta  al  terruño,  apoyado  por  los  prestigios 
de  Lavalleja  y  de  Melchor  Pacheco,  entró  á  formar 
parte  de  la  legislatura.  El  Salto  le  tuvo  por  repre- 
sentante. Durante  los  caliginosos  debates  de  aquella 
asamblea,  se  opuso,  por  creerla  contraria  á  los  pre- 
ceptos de  nuestro  estatuto  fundamental,  á  la  moción 
de  los  que  querían  que  se  declarase  la  incapacidad 
administrativa  del  ministerio  constituido  por  los  se- 
ñores   Vázquez,   Castellanos   y   Brito   del   Pino.    Y   se 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  253 

opuso  también  á  la  ley  del  4  de  Junio  de  1853,  ley 
que  reglamenta  la  ciudadanía  legal,  sosteniendo  que 
era  una  insensatez  poner  restricciones  á  la  naturali- 
zación de  los  que  venían  á  la  tierra  charrúa,  tierra 
que  sólo  sería  grande  y  feliz  cuando  se  hubiese  apro- 
piado toda  la  civilización  de  que  gallardean  las  na- 
ciones de  Europa.  Hablando  de  los  que  hacían  gala 
de  estrecho  chauvinismo,  dijo  con  elocuencia:  "Ex- 
tranjero es  el  frac  con  que  se  visten  civilizadamente; 
extranjero  el  charol  de  la  bota  que  ostentan  lustrosa; 
extranjero  el  sombrero  con  que  se  cubren  de  la  in- 
temperie ;  extranjera  la  construcción  de  la  casa  que 
habitan;  extranjera  la  lengua  que  hablan,  las  nocio- 
nes que  tienen  de  la  ciencia,  las  instituciones  que  ga- 
ranten sus  derechos,  las  costumbres  de  donde  proce- 
den algunos  de  sus  goces." 

Convencido,  con  causa  ó  sin  causa,  de  que  la  polí- 
tica de  fusión  era  la  mejor  política  en  aquellas  horas 
de  recelos  y  enconos,  Juan  Carlos  Gómez  hizo  de  su 
diario  la  tribuna  y  la  barricada  del  partido  conser- 
vador, defendiendo  no  sólo  las  ideas  y  los  principios, 
sino  la  historia  y  los  intereses  de  los  hombres  de  la 
Defensa.  No  podemos  ni  queremos  seguir  paso  á  paso 
la  vida  pública  de  nuestro  poeta.  Bástenos  decir  que 
las  brillanteces  y  los  primores  de  su  estilo  periodís- 
tico no  resaltan  todo  lo  que  debieran  en  aquel  pe- 
ríodo de  propaganda  firme  y  tenaz.  Como  diarista 
fué  más  temible  y  más  inspirado  otras  veces.  Lo  que 
no  callaremos,  porque  redunda  en  elogio  de  nuestro 
procer,  es  que  cuando,  tras  largas  vicisitudes,  el  par- 
tido conservador  perdió  toda  influencia  gubernativa, 
Juan  Carlos  Gómez  no  fué  partidario  de  la  interven- 
ción imperial  con  que  soñaba,  al  verse  sin  recursos 
y  rodeado  de  dificultades,  el  presidente  Flores.  No 
le  plugo  la  intervención  ni  aun  bajo  el  punto  de  vista 


254  HISTORIA  CRÍTICA  

económico,  pensando  con  patriótico  acierto  que  si  nues- 
tras discordias,  nuestra  falta  de  tino  y  de  cordura, 
nuestra  ninguna  fe  en  las  ideas  y  nuestro  exceso  de 
fe  en  las  armas,  nos  habían  agriado  y  empobrecido, 
era  loco  pensar  que  nos  reconciliase  y  enriqueciese 
la  intervención  humilladora  é  interesada  de  un  poder 
extraño. 

Ni  en  1854  ni  en  1855  varió  la  situación,  cubrién- 
dose muchas  veces  el  horizonte  con  nubes  de  tor- 
menta. Desesperando  de  todos  los  ensueños  que  aca- 
riciaba, Juan  Carlos  Gómez  volvió  á  expatriarse  en 
1S56.  Buenos  Aires  recibió  al  poeta  con  regocijo,  con 
su  acostumbrada  y  generosa  hospitalidad.  Allí  diri- 
gió primero  La  Tribuna  y  El  Nacional  más  tarde,  allí 
volvieron  á  brillar  otra  vez  las  galanuras  sin  mancha 
de  su  ardiente  estilo,  y  allí,  como  doquiera  que  le 
llevó  la  suerte,  escribió  versos  emocionados,  versos 
que  se  caracterizan  especialmente  por  la  sensibilidad 
excepcionalísima  que  delatan.  Pronto  volvió  al  país, 
que  despoblaba  la  fiebre  amarilla  y  el  vómito  negro, 
haciéndose  cargo  de  la  dirección  de  El  Nacional,  fun- 
dado en  1835  por  don  Andrés  Lamas.  En  Buenos  Ai- 
res había  contribuido  á  la  elección  presidencial  del 
doctor  Alsina.  En  Montevideo,  firme  en  sus  ideas, 
se  declaró  en  contra  del  caudillaje,  retratándolo  con 
los  tintes  más  negros  que  encontró  en  la  rica  paleta 
de  su  estilo.  El  caudillaje  era,  para  Juan  Carlos  Gó- 
mez, la  negación  de  toda  ley,  de  toda  garantía,  de 
todo  derecho,  de  toda  cultura,  de  todo  principio  pro- 
gresista y  regulador.  En  su  aversión  á  la  lanza  y  al 
poncho,  no  hubo  injusticia  en  que  no  cayera  ni  cali- 
ficativo exagerado  á  que  no  apelara.  Modificadas  sus 
ideas  por  el  alejamiento  y  la  desventura,  ya  no  pre- 
dica la  política  de  fusión,  ya  no  ve  en  ella  el  instru- 
mento salvador  del  país.  ¿Qué  hacer  entonces?  Desde 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  255 

que  no  podía  suprimirse  el  antagonismo  de  los  par- 
tidos tradicionales,  lo  cuerdo  era  educar  á  esos  par- 
tidos en  las  virtudes  y  en  los  ideales  de  la  democracia. 
Los  partidos  existían  fatalmente,  y  era  necesario 
aceptarlos  como  una  fatalidad.  La  política  concilia- 
dora, que  soñó  con  volatilizarlos  en  las  retortas  de 
la  fusión,  había  sido  la  enfermedad  de  una  época  de 
esperanzas.  Esa  enfermedad  ya  había  hecho  su  lógica 
crisis,  dejando  en  los  espíritus  el  convencimiento  de 
que  la  política  fusionista  sólo  engendraba  gobiernos 
que  vivían  entre  inquietudes  y  vacilaciones.  Así  aquel 
desengañado  hacía  responsables  á  las  ideas  de  los 
crímenes  y  las  faltas  de  los  hombres,  sin  comprender 
que  la  subsistencia  de  los  partidos  coléricos  y  exclu- 
yentes,  de  las  banderías  de  montaña  y  llanura,  no 
nos  aseguraba  la  paz.  Acertaba  al  decir  que  los  par- 
tidos debían  permanecer  y  regenerarse,  puesto  que  na 
era  posible  su  eliminación ;  pero  no  acertaba  man- 
teniendo alzada  entre  las  fracciones  la  muralla  chi- 
nesca del  absolutismo  gubernamental  del  bando  triun- 
fador, porque  el  pandillaje  y  los  pequeños  cónclaves 
serán  en  todo  tiempo  los  enemigos  de  la  tolerancia 
y  los  adversarios  de  la  justicia.  Es  preciso  decir  no 
una,  sino  muchas  veces  que  la  política  conciliadora, 
la  política  fusionista,  la  política  sin  cintillos  embru- 
tecedores,  será  siempre  la  única  política  salvadora  y 
cuerda,  porque  es  la  única  que  puede  evitar  que  el 
círculo  predomine  sobre  el  país,  poniendo  un  límite 
á  los  desenfrenos  del  partido  en  auge  y  á  las  violen- 
cias del  partido  en  derrota. 

Sus  contendores,  hábiles  y  crueles,  aprovecharon 
sus  ensueños  anexionistas  para  zaherirle  y  llenarle 
de  enconos.  Justo  es  decir  que  aquellos  ensueños  eran 
compartidos  por  muy  pocos  espíritus.  Justo  es  también 
que  manifestemos  que  el  poeta  no  pretendía  que  llega- 


255  HISTORIA  CRÍTICA 

sernos  á  la  anexión  por  el  poder  de  las  bayonetas  de 
Buenos  Aires.  La  anexión  no  debía  ser  tampoco  el 
resultado  de  los  accidentes  ó  de  las  casualidades  de 
la  guerra  civil,  como  un  premio  otorgado  por  el  ven- 
cedor á  sus  auxiliares  del  Brasil  ó  de  la  República 
Argentina.  La  anexión  sólo  debía  llevarse  á  cabo 
cuando  la  voluntad  de  nuestras  poblaciones  la  recla- 
mase con  insistencia,  considerando  vejatoria  la  vida 
independiente  que  nos  había  impuesto  la  habilidad 
política  brasileña,  con  el  único  é  interesado  objeto 
de  desmembrar  y  de  reducir  el  poder  de  las  Provin- 
cias Unidas  del  Río  de  la  Plata.  Nuestra  historia,  llena 
de  turbulencias,  y  nuestro  terruño,  pequeño  y  despo- 
blado y  empobrecido,  demostraban  lo  irrisorio  de 
nuestras  quijotescas  aspiraciones  de  presentarnos 
como  nación  libre,  independiente  y  constituida  en  el 
armonioso  concierto  de  los  pueblos  de  América.  En- 
rostrándole su  ensueño  como  un  crimen,  contestaban 
sus  antagonistas  á  Juan  Carlos  Gómez,  cuando  Juan 
Carlos  Gómez  decía  en  1857,  desde  las  columnas  de 
El  Nacional,  que  era  preciso  que  nuestros  gobiernos 
fuesen  gobiernos  de  partido  si  querían  salvar  la  tran- 
quilidad pública  de  los  naufragios  de  la  licencia,  por- 
que solo  los  gobiernos  de  cintillo  colorado  ó  celeste 
eran  capaces  de  garantirnos  la  dicha  de  la  paz.  Poco 
á  poco,  enconado  con  los  que  le  echaban  en  cara  su 
porteñismo,  la  propaganda  del  poeta  se  torna  agre- 
siva, y  contestó  al  insulto  con  el  denuesto,  á  la  in- 
juria con  el  apostrofe  denigrante. 

Cuando  se  revisó  el  tratado  de  comercio  celebrado 
en  r85r  con  el  Brasil,  reemplazándosele  con  el  tratado 
de  comercio  de  1857,  Juan  Carlos  Gómez  atacó  el 
convenio,  que  también  fué  rechazado  por  la  Cámara 
de  Representantes,  á  pesar  de  los  discursos  que  pro- 
nunciaron y  de  los  esfuerzos  que  hicieron  en  su  de- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  257 

fensa  don  Joaquín  Requena  y  don  José  Gabriel  Pa- 
lomeque.  A  las  doce  del  día  del  30  de  Octubre  de  1857 
quedaban  clausuradas,  por  mandato  presidencial,  las 
sesiones  extraordinarias  de  la  legislatura,  y  el  pri- 
mero de  Noviembre  del  mismo  año,  tomando  por  pre- 
texto la  exaltación  que  en  los  espíritus  produjo 
aquella  medida,  apareció  un  decreto  gubernativo  pro- 
hibiendo una  reunión  popular  que  debía  celebrarse 
en  el  teatro  de  San  Felipe.  Juan  Carlos  Gómez  se  le- 
vantó contra  ese  ultraje  al  derecho,  y  en  las  últimas 
horas  de  la  tarde  de  aquel  tormentoso  día  fué  detenido 
y  embarcado  violentamente  para  Buenos  Aires.  Ocupó 
su  puesto  al  frente  de  El  Nacional,  Heraclio  C.  Fa- 
jardo, rimador  mediocre,  poeta  con  escaso  plumaje 
en  las  rémiges,  autor  de  un  drama  que  lleva  el  título 
de  Camila  O'Gorman,  de  una  leyenda  que  se  denomina 
La  Cruz  de  Azabache,  y  de  un  libro  de  versos  en  que 
campan  á  su  sabor  las  hadas  del  mal  gusto  y  que  res- 
ponde al  eufónico  nombre  de  Arenas  del  Uruguay. 
Nacido  en  San  Carlos  en  1833  y  muerto  en  Buenos 
Aires  en  1867,  Heraclio  C.  Fajardo  exageró  el  ro- 
manticismo que  entonces  imperaba  como  rey  abso- 
luto, en  su  adoración  por  Echeverría  y  por  Juan 
Carlos  Gómez,  de  cuyo  destierro  protestó  con  viril 
elocuencia,  en  lo  que  hizo  muy  bien,  porque  nadie 
puede  arrancar  á  un  hombre  de  la  sociedad  en  que 
vive  y  del  medio  en  que  nace,  olvidando  que  la  ley 
ha  puesto  otras  garantías  mejores  que  el  destierro 
en  las  manos  tuteladoras  de  los  poderes  públicos.  La 
deportación  es  un  crimen  hágala  quien  la  haga  y 
súfrala  quien  la  sufra,  un  crimen  contra  la  natura- 
leza y  contra  el  espíritu  de  justicia  reglada  que  debe 
imperar  en  todas  las  repúblicas. 

Vino  después  la  revolución  y  la  catástrofe  de  Quin- 

17.  —  I. 


258  HISTORIA  CRÍTICA 


teros.  Juan  Carlos  Gómez  no  fué  favorable  ni  á  la 
campaña  que  se  emprendía  ni  al  plan  con  que  iba  á 
desenvolverse.  No  desdeñaba  el  recurso  supremo  de 
la  fuerza;  pero,  dados  sus  factores  y  el  modo  como 
estos  iban  á  actuar,  estaba  persuadido  del  fracaso  de 
la  revolución.  Aunque  esperándola,  la  sangrienta  tra- 
gedia del  2  de  Febrero  de  1858  espantó  al  poeta,  quien, 
años  más  tarde,  volvió  á  brillar  en  toda  la  plenitud 
de  su  estilo  y  de  su  talento,  impugnando  los  procede- 
res de  la  Triple  Alianza  en  la  guerra  emprendida  con- 
tra el  Paraguay.  Juan  Carlos  Gómez  estuvo  con  los 
vencidos,  con  aquel  pueblo  "que  se  ha  dejado  exter- 
minar hombre  por  hombre,  mujer  por  mujer,  niño  por 
niño,  como  se  dejan  exterminar  los  pueblos  varoniles 
que  defienden  su  independencia  y  sus  hogares."  Cla- 
rovidente, augusto,  justiciero  decía  el  14  de  Diciem- 
bre de  i86g,  al  iniciar  su  brillante  polémica  con  el  ge- 
neral Mitre:  "La  alianza  ha  reducido  á  los  pueblos 
del  Plata  á  un  rol  secundario,  de  meros  auxiliares  de 
la  monarquía  brasilera.  Hemos  adulterado  la  lucha  en 
el  Paraguay,  la  hemos  convertido  de  guerra  á  un  ti- 
rano en  guerra  á  un  pueblo,  hemos  dado  al  enemigo 
una  noble  bandera  para  el  combate,  le  hemos  engen- 
drado espíritu  de  causa  y  le  hemos  creado  una  gloria 
imperecedera,  que  se  levantará  siempre  contra  nos- 
otros y  que  nos  herirá  con  los  filos  que  le  hemos  la- 
brado." ¡  Que  en  defensa  de  la  soberanía  de  los  pue- 
blos débiles  ó  sin  dicha,  eternamente  resuenen  esas 
palabras  en  los  oídos  de  todas  las  naciones  conquista- 
doras y  de  todos  los  bandos  políticos  que  confían  en 
la  virtud  del  apoyo  ajeno! 

Juan  Carlos  Gómez,  en  medio  de  la  lucha  de  cada 
día,  siguió  versificando.  Era  poeta,  si  se  entiende  por 
poetas  á  los  agraciados  con  una  sobrexcitación  parti- 
cular de  la  sensibilidad  y  de  la  fantasía,  que  hace  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  259 

se  vean  las  cosas  de  este  mundo  como  miradas  á  tra- 
vés de  un  vidrio  de  aumento.  En  tanto  que  dura  esa 
sobrexcitación  física  é  intelectual,  las  imágenes  y  las 
ideas  acuden  en  abundancia  al  cerebro  de  los  agra- 
ciados con  la  triste  virtud  de  deformar  las  realidades, 
siendo  más  poetas  los  espíritus  más  susceptibles  de 
emocionarse  de  un  modo  rápido  y  de  un  modo  pro- 
fundo. Juan  Carlos  Gómez  fué  siempre  como  un  trozo 
de  flexible  cera  entre  las  manos  de  la  emoción.  En- 
tendámonos bien ;  no  era  sólo  poeta  por  esta  cualidad, 
sino  porque  unió  á  ella  el  difícil  talento  de  identifi- 
carnos con  lo  que  sentía.  Supo  traducir  las  emociones 
que  experimentaba,  volviendo  á  vivirlas  con  la  vida 
de  la  memoria,  en  términos  bastante  precisos  para 
hacerlas  reconocibles  y  para  que  vibrase  la  lira  de 
nuestro  espíritu  con  acordes  idénticos  á  los  que  te- 
jiera en  el  teclado  de  su  maravillosa  sensibilidad. 
Como  en  el  tiempo  en  que  el  poeta  vivió  el  romanti- 
cismo predominaba;  como  el  romanticismo  fué  decla- 
matorio y  estuvo  sin  descanso  sacudido  por  accesos 
de  fiebre;  como  el  romanticismo  fué  magnifícente  en 
la  forma  y  exacerbado  en  la  sensación,  la  poesía  lí- 
rica de  nuestro  poeta,  de  carácter  psicológico  y  per- 
sonal, se  sirvió  de  su  frase  como  de  un  excepciona- 
lísimo  conductor  de  emociones.  Así,  pocos  como  él 
han  sabido  exprimir,  por  medio  de  imágenes,  la  me- 
lancolía de  que  va  acompañada  la  idea  de  la  separa- 
ción y  de  la  muerte. 

"¿Es  cierto,  amiga,  es  cierto?  ¿ya  no  nos  sentaremos 
Debajo  de  los  árboles  á  conversar  los  dos? 
¿Es  cierto,  hermana,  es  cierto?  ¿nosotros  nos  daremos 
En  medio  de  la  vida  nuestro  postrer  adiós? 

Después  vendrá  la  noche,  la  noche  del  olvido, 
La  noche  de  la  tierra  de  indiferencia  y  paz, 


26o  HISTORIA  CRITICA 

Y  viviré  en  la  mente  de  los  que  me  han  querido 

Y  no  echarán  de  menos  mi  compañía  ya. 

Vivir  así  en  los  otros!  como  un  vestigio  incierto. 
Como  algo  que  no  puede  la  mente  perpetuar; 
Reflejo  de  una  tarde  serena  en  el  desierto, 
Vislumbre  de  una  noche  de  luna  sobre  el  mar." 

La  poesía  es  eso.  El  verdadero  poeta  traduce  y  co- 
munica no  la  emoción,  sino  el  extracto  de  la  emo- 
ción, buscando  en  su  memoria  los  trazos  precisos  para 
reconstruir  la  imagen  sugestionadora  que  le  impre- 
sionó, pero  embelleciéndola  y  espiritualizándola  al 
volverla  á  vivir.  El  arte  poético  de  nuestra  edad  es 
esencialmente  expresivo.  El  arte  poético  de  nuestra 
edad,  sin  despreocuparse  de  la  belleza,  se  preocupa 
especialmente  de  manifestar  estados  de  alma.  El  arte 
poético  de  nuestra  edad  traduce  emociones,  depen- 
diendo su  fuerza  comunicativa  de  la  fuerza  con  que 
el  artífice  siente  y  exprime  la  emoción  experimen- 
tada. Es  indudable,  pues,  que  era  poeta,  verdadero 
poeta  Juan  Carlos  Gómez.  Le  faltó,  como  á  todos  los 
bardos  de  su  tiempo,  la  elocución  lírica.  El  ardiente 
verbo,  que  manejaban,  sólo  había  sido  aguzado  como 
arma  de  combate.  Se  resintió,  como  era  natural  y  ló- 
gico, de  lo  continuo  de  su  contacto  con  la  tribuna  y 
el  periodismo;  pero  á  falta  de  elocución  apropiada 
al  verso,  Juan  Carlos  Gómez  tuvo  no  sólo  excesiva 
la  sensibilidad,  sino  firme  y  muy  grande  la  memoria 
de  la  imaginación.  Aquel  errabundo  siente  lo  enorme 
de  su  soledad  y  nos  dice: 

"Siempre  una  bella  imagen 
Deploraré   lejana. 
Siempre  un  cariño  íntimo 
Me  faltará  mañana, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  261 


Siempre  una  sombra  fúnebre 
Habrá  en  mi  cielo  azul. 
Las  ilusiones  últimas 
Van  á  la  par  ligero 
Del  alma  desprendiéndose, 
Que  el  sol  del  extranjero 
Pronto  tiñó   de  pálido 
Mi  hermosa  juventud." 

Aquel  solitario  conoce  toda  la  deleitosa  languidez 
del  amor.  Como  es  un  triste,  no  sabe  hablar  del  de- 
leite sin  hablar  de  la  noche  que  el  deleite  acorta  y 
el  deleite  azula. 

"La  noche  ha  tendido  su  manto  y  la  tierra 
Dormida  se  ha  envuelto  con  él: 
La  vida  se  encierra 

En  las  blandas  memorias  de  ayer. 

Desciñe   el   joyante   cabello,   alma  mía; 

Con  él  haz  un  manto  de  sueño  á  mi  sien: 

Esta  noche  es  más  bella  que  el  día; 

Tan  sólo  en  tus  ojos  la  luz  quiero  ver. 

No  se  escucha  un   gemido   del  viento. 

Ni   el   crecer   de  una  flor; 

Del  bosque  al  aliento 
En  las  auras   se  duerme   el  amor. 
Las  aguas  reposan  en  muelles  arenas 
Calientes  del  rayo  postrero  del  sol. 
Dame  un  beso,  mi   bien.   ¡Cuan   serenas 
Las  horas  empiezan  de  amarnos  los  dos!" 

Casi  todas  las  poesías  de  Juan  Carlos  Gómez  están 
selladas  con  este  sello  íntimo  y  personal.  El  poeta 
no  conoce  otra  vida  que  la  vida  de  sus  emociones,  y 


262  HISTORIA  CRITICA 


son  SUS  emociones  las  que  enfloran  de  nuevo  en  los 
ramajes  del  jardín  de  sus  rimas.  Su  musa  es  triste  y 
nostálgica  y  soñadora,  porque  el  corazón  del  poeta 
está  colmado  constantemente  de  tristezas  y  de  sue- 
ños y  de  nostalgias.  La  vida  no  ha  sido  dulce  con 
él,  y  su  numen  pinta  con  matices  brumosos  y  crepus- 
culares, es  decir,  con  los  matices  que  la  vida  vertió 
en  su  paleta.  El  mayor  de  los  méritos  de  su  musa  es 
reproducir  con  fidelidad  sus  estados  de  alma.  No  es 
ella  la  que  los  crea  y  los  elige.  Es  la  atmósfera  moral 
de  su  tiempo  y  los  accidentes  de  su  propia  vida  los 
que  le  proporcionan  los  jugos  con  que  labora  la  tela 
columpiante  de  su  dicción.  Pocos  poetas,  en  nuestro 
parnaso,  han  sido  más  íntimos,  más  sinceros,  más 
personales,  más  emocionadores  que  este  poeta,  esclavo 
agradecido  del  precepto  horaciano  si  vis  me  flete, 
flere  te  ipsum.  Por  eso  perdura.  Por  eso  perdurará. 
Es  un  hombre  y  nos  interesa,  porque  su  dolor  es  un 
eco  de  nuestro  dolor,  porque  sus  melancolías  son  her- 
manas de  nuestras  melancolías,  porque  sus  ensueños 
están  hechos  con  las  mismas  nubes  grises  ó  azules 
con  que  fabricamos  nuestros  ensueños.  Es  un  hom- 
bre que  sufre  nadando  en  torno  del  islote  de  la  rea- 
lidad, al  que  sube  á  veces  y  en  el  que  nunca  se  en- 
cuentra bien,  lo  que  hace  que  de  nuevo  se  entregue 
al  mar,  y  porque  sabemos  que  es  un  hombre  que  sufre 
verdaderamente,  le  cerca  y  le  acompaña  nuestra  sim- 
patía por  el  dolor,  nuestra  misericordia  por  todos  los 
que  no  pueden  aprender  á  vivir.  Aquella  modalidad 
de  la  musa  de  Juan  Carlos  Gómez  es  un  reflejo 
del  modo  de  ser  de  todas  las  musas  políticas  y  lite- 
rarias de  su  época.  Lucía  la  hora  matutinal  del  pe- 
ríodo de  la  observación  exacta.  Nos  hallábamos  en 
el  confuso  génesis  del  arte  positivista  y  documenta- 
rlo. Leed  á  Fierens-Gevaert.   El  espíritu  del  román- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  263 


ticismo  era  esencialmente  individualista.  Los  román- 
ticos, al  reivindicar  la  libertad  del  arte,  reivindicaban 
la  libertad  del  ser  ellos  mismos.  El  ingenio,  aun  idea- 
lizando lo  que  pinta  en  sus  rimas,  se  deleita  ya  des- 
cribiendo, con  extraordinario  relieve  psicológico,  lo 
mismo  las  bellezas  que  las  fealdades  de  su  ser  íntimo, 
á  semejanza  de  lo  realizado  en  sus  Confesiones  por 
Juan  Jacobo  Rousseau.  Exagerando  la  nota  dada  por 
Chateaubriand  en  su  Rene  y  por  Benjamín  Constant 
en  su  Adolfo,  la  musa  hace  ostentación  de  todos  sus 
sentimientos,  hasta  de  sus  sentimientos  menos  con- 
fesables.  Las  estrofas  son  el  retrato  de  las  almas.  Mus- 
set,  Vigny,  Byron  y  Pouchkine,  son  solitarios,  soli- 
tarios feroces  y  desdeñosos  de  la  masa  brutal.  El  ro- 
manticismo de  Juan  Carlos  Gómez  fué  individualista, 
como  era  romántico  é  individualista  el  VVerther  de 
Goethe,  como  son  románticas  é  individualistas  las  no- 
velas mejores  de  la  Jorge  Sand. 

Puede  decirse  de  Juan  Carlos  Gómez  lo  que  Guizot 
decía  de  Chateaubriand,  que  si  era  ambicioso  como 
un  jefe  de  partido,  era  independiente  como  un  niño 
que  carece  de  hogar,  y  que  si  estaba  enamorado  de 
todas  las  cosas  grandes,  era  susceptible  hasta  el  su- 
frimiento por  las  más  pequeñas.  Su  yo  es  su  musa, 
dándose  el  caso  de  que  siendo  enorme  su  indiferen- 
tismo por  los  intereses  prácticos  de  la  vida,  era  enorme 
su  apasionada  preocupación  por  su  persona,  su  cele- 
bridad y  sus  desilusiones.  Am.ó  el  arte,  la  libertad,  la 
belleza  en  los  seres,  la  luz  en  los  objetos;  pero  más 
que  á  estas  cosas,  se  apegó  á  sí  mismo,  á  su  lustre, 
á  su  orgullo,  á  su  historia,  á  su  nombradía  y  á  sus 
ensueños  jamás  saciados. 

Juan  Carlos  Gómez  se  preocupaba  muy  poco  de  la 
forma  de  sus  rimas  y  se  preocupaba  menos  aún  de 
la  corrección  de  lo  ya  rimado.  En  una  de  sus  cartas 


264  HISTORIA  CRÍTICA  

le  decía  á  Estanislao  del  Campo:  "Amo  la  poesía  po- 
pular, cuanto  detesto  la  poesía  académica,  ficticia, 
perfumada  con  agua  de  Lubin."  No  es  de  extrañar,  en- 
tonces, que  sus  versos  pocas  veces  se  impongan  por 
la  perfecta  nitidez  de  su  estilo.  Es  espontáneo  y  mu- 
sical, fiando  más  que  en  el  aliño  de  las  palabras,  en 
lo  profundo  del  sentimiento  que  las  ordena  y  que  las 
colora.  Empezó  á  escribir  en  1841.  Sus  Poesías  Selec- 
tas, que  forman  un  volumen  de  254  páginas,  fueron 
coleccionadas  en  1906.  Su  primer  poesía,  de  valor  es- 
casísimo, llora  la  muerte  prematura  de  Adolfo  Berro. 
La  segunda  de  sus  composiciones,  más  burilada,  fué 
escrita  á  la  memoria  de  Diego  Furriol. 

"Leve  la  tierra  á  tu  descanso  sea, 
Eterno  el  mármol  que  tu  nombre  guarde, 
Purísima  oración  se  alce  en  la  tarde 

Ante  tu  yerta  cruz : 
Y  ya  que  ves  el  bien  desde  tu  asiento 
Pídelo  á  Dios  para  la  patria  amada, 
¡  Pide  para  mi  mente  un  pensamiento, 

Un  rayo  de  su  luz!" 

La  pobreza  de  nuestro  ambiente  literario  hizo  que 
se  considerasen  aquellos  balbuceos  como  joyas  riquí- 
simas. El  nuevo  poeta,  romántico  por  el  espíritu  y 
la  versificación,  fué  aplaudido  por  los  rimadores 
más  sobresalientes  con  que  entonces  contábamos.  En 
aquel  mismo  año  de  1841,  trató  de  responder  al  pres- 
tigio creciente  que  rodeaba  su  nombre  con  el  romance 
histórico  Figueredo.  Esa  leyenda,  como  ya  hemos  di- 
cho, se  compone  de  seis  cantos  escritos  en  variedad 
de  metros.  Figueredo  es  un  viejo  patriota  á  quien 
indigna  y  subleva  la  dominación  lusitana.  En  el  canto 
primero,  el  poeta  nos  lo  describe  cabalgando  por  las 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  265 

orillas  de  un  cristalino  arroyo.  El  sol  se  oculta.  El 
ambiente  abrasa.  Las  nubes,  espesas  como  el  aceite, 
anuncian  que  se  aproxima  una  tempestad. 

"Corre  el  potro  á  la  ventura, 
Veloz  como  si  quisiera 
Buscar  un  aura  más  pura. 
Respirar  en  la  carrera 
Un  aire  que  no  hay  allí. 
Llevan  su  vuelo  las  aves 
A  la  orilla  del  arroyo, 
Donde  corren  auras  suaves, 
Donde  les  ofrece  apoyo 
El  flexible  sarandí. 

Todos  procuran  asilo. 
Que  el  sol  camina  á  su  ocaso: 
Indiferente  y  tranquilo. 
Un  jinete,  paso  á  paso. 
Se  dirige  á  su  mansión. 
Cual  si  llevase  la  carga 
A  su  pesar  de  la  vida. 
Cual  si  su  experiencia  amarga 
No  le  dejase  cabida 
Sino  á  la  resignación." 

En  aquella  cabeza,  que  se  dobla  bajo  el  peso  de  los 
recuerdos,  bulle  incesantemente  una  idea.  Ya  que  no 
puede  batallar  por  la  libertad,  que  fué  el  culto  apa- 
sionado de  su  juventud,  puede  hacer  que  sus  hijos 
combatan  por  ella,  rompiendo  los  grilletes  del  terruño 
en  que  se  abre  la  flor  del  guayacán  y  en  que  agita 
las  plumas  de  sus  alas  el  hornero  madrugador.  El  be- 
licoso anciano,  pensando  en  el  proyecto  que  le  obse- 
siona y  que   le   fascina, 

"Llega  al  rancho,  de  su  frente 
El  sudor  seca  su  esposa. 


266  HISTORIA  CRÍTICA 


Sale  un  hijo  y  diligente, 
Mientras  él  allí  reposa, 
Desensilla  el  alazán. 
El  le  da  á  besar  la  mano 
Contemplándole   con  pena. 
Porque  sólo  ve  el  anciano 
En  la  tierra  una  cadena, 
En  el   cielo....    el  huracán." 

En  el  canto  segundo,  el  viejo  descuelga  la  guitarra 
testigo  de  su  gloria,  la  que  le  acompañó  por  valles  y 
cuchillas  cuando  el  blandengue  del  poema  homérico 
luchaba  con  los  leones  del  escudo  español.  Cercado 
de  sus  hijos,  mientras  la  lluvia  arrecia  y  el  viento  silba 
en  el  toldo  de  paja  de  su  vivienda  rústica,  el  mon- 
tonero narra  la  esclavitud  del  pago,  para  entonar  des- 
pués un  himno  á  lo  futuro,  á  la  patria  sin  grillos  del 
porvenir. 

"Al   retemblar   del   trueno, 
Al  susurrar  del  viento. 
Lamenta  de   la  patria 
La  torpe  esclavitud; 
De   su  animado  rostro. 
De  su  inspirado  acento 
El  entusiasmo  brota 
De  ardiente  juventud. 

La   voz   de  un    padre   siempre 
Resuena   irresistible, 
Cuando    su    imperio    halaga 
La  voz  del   corazón; 
Solemne,  cuando  en  medio 
De  situación   horrible. 
Enciende  de  la  gloria 
La  noble  aspiración. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  267 


Los  jóvenes,  que   oían 
Las  voces  del  anciano, 
Sus  impresiones  pintan 
En  la  encendida  faz; 
Ya  involuntarios  llevan 
Hacia  el  puñal  la  mano, 
Ya  secan  de  sus  ojos 
La  lágrima  fugaz." 

Figueredo  los  contempla  con  orgullo.  La  altivez 
de  sus  hijos  es  el  espejo  en  que  resurge  su  altivez 
de  otros  días.  En  aquellos  cachorros  de  jaguar  hay 
hambres  de  gloria  y  de  independencia.  El  viejo,  arre- 
batado por  el  entusiasmo  y  por  la  emoción,  tira  la 
guitarra,  y  propone  á  los  mozos  enardecidos  luchar 
hasta  morir  por  la  libertad,  ó  hasta  que  el  pago  sea 
la  tumba  del  poder  de  los  invasores. 

En  la  tercera  parte  de  la  leyenda,  el  poeta  princi- 
pia describiéndonos  el  amanecer.  En  el  confín  de  los 
campos  dilatados  se  perciben  los  vacilantes  reflejos 
de  la  aurora.  Los  caballos  relinchan,  la  alondra  canta 
y  silba  el  reptil. 

"De  las  aves  peregrinas 
Van  cruzando  las  bandadas, 
Que   parecen  ahuyentadas 
Por  el  brillo   de   la  luz; 
Y  subiendo  las  colinas 
Paso  á  paso,  silencioso, 
Camina  como  orgulloso 
De   sí  mismo  el   avestruz." 

Ha  llegado  la  hora  de  la  despedida.  Los  quejidos 
de  la  guitarra,  que  resonó  en  la  noche,  flotan  aún  en 
el  ambiente  crepuscular,  recordando  á  los  mozos  su  ju- 


268  HISTORIA  CRITICA 

ramento.  Las  mujeres  se  abrazan  llorando  á  los  hé- 
roes, que  no  pueden  reprimir  un  suspiro  de  pena. 
¿Volverán?  ¡Dios  lo  sabe!  La  muerte,  la  insaciada 
y  nunca  dormida,  nos  está  acechando  de  continuo 
desde  la  gruta  de  nuestra  propia  sombra,  como  el 
buitre  á  su  presa.  Sólo  Figueredo,  altivo  y  ceñudo, 
ni  llora  ni  suspira.  La  idea  de  la  patria  puede  más, 
en  su  espíritu,  que  la  amargura  de  la  separación, 

"Montad!  les  dice  imperioso, 

Y  mudos  todos  quedaron, 
Avergonzadas    dejaron 
Las  lágrimas  de  correr. 

¡  Sufrir,  mintiendo  reposo, 
El  dolor  que  las  oprime! 
¡  Qué  resignación  sublime 
No  le  es  dada  á  la  mujer! 

De  pronto,  como  temiendo 
Que  los   detengan  sus  voces, 
Se  precipitan  veloces 
Ellos,  murmurando  ¡adiós! 
Mas  del  galope  siguiendo 
Van  las  miradas  sus  giros. 
Mientras  vuelan  los  suspiros 
De  los  caballos  en  pos. 

A  las  pupilas  asoma 
La   lágrima   involuntaria, 
Al  corazón  la  plegaria 
Del   que    deja  lo   que   amó; 
AI  fin   trasponen   la   loma. 
Ellas  se  abrazan  llorando, 

Y  el  sol,   la    frente   mostrando. 
Su  dolor  iluminó." 

En  el  canto  que  sigue  los  montoneros  chocan  con 
una  fuerza  enemiga.  A  pesar  de  ser  menores  en  nú- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  269 

mero,  atraviesan  con  brío  las  falanges  pórtugas,  es- 
parciendo el  terror  y  la  muerte  con  la  punta  de  sus 
sables  libertadores.  De  pronto,  el  alazán  del  anciano 
rueda,  y  el  viejo  concolor  es  hecho  prisionero.  Sus 
hijos,  olvidándose  de  la  victoria  que  ya  les  sonreía, 
luchan  por  salvarle,  tratando  de  romper  la  muralla 
de  aceros  que  circunda  al  cautivo;  pero  el  escuadrón 
lusitano  retrocede  en  orden,  creyendo  que  aquella 
captura  es  suficiente  triunfo,  y  las  hadas  de  la  noche 
cuelgan  el  fanal  de  los  astros  sobre  las  cuchillas  en 
que  el  trébol  entona  la  voladora  endecha  de  sus  per- 
fumes. 

En  la  quinta  y  en  la  sexta  parte  de  su  romance  his- 
tórico, el  poeta  nos  pinta  las  angustias  del  viejo  re- 
cluido en  uno  de  los  pontones  de  la  ciudad  imperial. 
¿Dónde  están  los  días  de  la  juventud,  los  días  en  que 
soñaba  con  los  deliquios  del  primer  amor?  ¿Dónde 
está  la  nidada  que  dormía,  á  los  pálidos  rayos  de  la 
luz  de  la  luna,  en  su  nido  de  halcón?  En  vez  de  los 
brazos  de  la  esposa  fiel  y  los  hijos  amantes,  el  héroe 
sólo  tiene,  para  recostar  su  cabeza  dolorida  y  grisá- 
cea, una  reja  más  dura  que  el  mármol  de  un  sepulcro. 
En  vano  se  gastó  las  uñas  y  los  brazos  contra  las  pa- 
redes de  su  calabozo.  En  vano  se  revuelve  en  su  maz- 
morra como  el  león  del  desierto  en  su  jaula.  Nada, 
nada  puede  devolverle  al  pago  en  que  corren  los  arro- 
yos donde  se  mira  el  sauce ;  al  pago  en  que  se  alzan 
nuestras  cuchillas,  en  las  que  el  gargantillo  tañe  so- 
bre el  ombú  los  salmos  del  crepúsculo ;  al  pago  en 
donde  enfloran  las  enredaderas  asidas  á  los  muros  de 
su  cabana,  desde  cuyos  aleros  las  golondrinas  le  des- 
pertaban con  sus  diálogos  al  salir  el  sol.  Ya  no  vol- 
verá al  dulce  país  que  le  vio  nacer,  muriendo  prisionero 
en  aquella  tierra  donde  ni  el  avestruz  asciende  en 
silencio  por  las  barrancas, 


370  HISTORIA  CRÍTICA 

"Ni  el  chajá  las  tormentas  vaticina 
Del  viento  por  las  ráfagas  mecido." 

¿Qué  le  queda  al  héroe?  ¿Qué  le  reserva  el  porve- 
nir al  mártir  y  al  cautivo? 

"Nada....   mas  alza  su  cabeza  cana 
El  noble  orgullo  que  le  dan  sus  glorias, 
Porque   su   nombre  vivirá  mañana 
De  una  nación  unido  á  las  memorias." 

Este  romance  ó  leyenda,  lleno  de  incorrecciones  y 
que  más  parece  improvisación  repentina  que  obra  me- 
ditada, demuestra,  sin  embargo,  que  el  numen  de  nues- 
tro poeta  se  iba  afinando  y  desenvolviendo.  Su  inspi- 
ración está  emplumando  las  alas.  En  el  broche  de  la 
rosa  se  siente  el  sordo  crecer  de  los  pétalos.  En  1842, 
su  lirismo  romántico  desborda  en  octavillas  y  en  ale- 
jandrinos. Canta  á  La  Nube.  ¿Para  qué  llorar,  sobre 
la  tierra  impura,  lágrimas  del  cielo?  La  tierra  no 
merece  ese  llanto.  Los  perfumes,  los  céspedes,  las  bri- 
sas, sólo  sirven  para  encubrir  la  maldad  de  los  que 
hemos  nacido  en  esta  sepultura  blanqueada  por  la  ilu- 
sión. ¡Apiadarse  de  la  tierra  es  como  apiadarse  de 
un  reptil  iracundo  y  ponzoñoso! 

"Mas  ¡ay!  no  llores,  oh  nube. 
Que  no  merece  ese  llanto; 
Déjala  con  su  quebranto, 
Déjala  con   su  maldad. 
Deja  que  trague  á  sus  hijos 
Esa  madre  despiadada, 
Y  los  reduzca  á  la   nada 
Por   toda    una  eternidad. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  271 

Su   desnudez   cubre  el  hombre, 
Sus  fealdades  embellece, 

Y  en  recompensa  le  ofrece 
Sólo   una   tumba  no   más; 
Corrompe  con  sus  miasmas 
El  aire   que  aspirar   debe. 
Enturbia  el  agua  que  bebe 

Y  la  envenena  quizás. 

No  llores:  déjala,  nube. 
Que  no  merece  consuelo 
La  que  brindó  sólo  duelo 
Al  dar  hospitalidad; 
La  que,  mintiendo  placeres, 
A  un  término  de  dolores 
Por  una  senda  de  flores 
Conduce  á  la  humanidad." 

No  nos  fijemos  en  los  ripios,  como  el  ripio  quizás, 
ni  en  la  pobreza  de  los  consonantes.  La  calandria  en- 
saya su  vuelo  y  su  canto.  Fijémonos,  sí,  en  el  arre- 
bato lírico,  que  es  una  prueba  de  inspiración.  El  hom- 
bre está  en  armonía  con  la  tierra.  La  maldad  que  pasa, 
es  digna  de  la  maldad  que  perdura.  Y  el  poeta  le  dice 
á  la  nube: 

"Huye:  sólo  para  el  hombre 
Esta  morada  conviene. 
Que  sólo  como  ella  tiene 
La  rabia   en  el   corazón; 
El  rasgará  sus  entrañas 
Para  que  ella  le  sustente. 
Con  el  sudor  de  su  frente 
Inundando  su  extensión. 

El  cargará  sus  espaldas 
Con  torres,  palacios,  puentes, 


272  HISTORIA  CRÍTICA 

Y  secará  sus  corrientes 
Para  abrir  otras  después; 
La  privará  de  sus  galas, 
Escupirá  su  cabeza, 

Y  en   cuanto  tenga  belleza 
Irá  estampando  los  pies. 

Ella  de  las  altas  cumbres 
Desplomará  sus  torrentes, 

Y  torres,  palacios,  puentes. 
Deshechos  arrastrará; 
Ella  abrirá  sus  volcanes 

Y  al  hombre  que  la  provoca 
Con  un  soplo  de  su  boca 
Desaparecer  hará." 

Al  frenesí  lírico  sucede  después  la  melancolía  lí- 
rica. La  enfermedad  romántica,  la  tristeza,  se  ha  apo- 
derado de  Gómez.  Ya  no  le  abandonará  nunca.  No 
olvidemos  que,  como  dice  Fierens  -  Gevaert,  la  de- 
cepción de  su  ideal  místico  y  el  afán  de  disecar  todas 
sus  emociones,  hicieron  que  la  escuela  romántica  con- 
cluyese en  cantar  la  filosofía  de  Schopenhaüer  con 
la  lira  de  Leopardi.  Gómez  no  se  diferenció  de  sus 
contemporáneos.  La  vida,  que  el  poeta  empieza  á  co- 
nocer en  1842,  se  encargará  de  convertir  en  un  senti- 
miento profundo  y  real  aquella  literaria  pena  y  aquel 
desencanto  ficticio  de  que  está  impregnada  su  poesía 
La  nube, 

"Vierte  también  sobre  la  frente  mía 
La  benéfica  gota  de  tu  llanto. 
Porque  también  á  mí  me  tocó  un  tanto 

Del   padecer   común; 
Porque   también  aletargarme  siento 
El  vértigo  carnal  de  las  pasiones. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  273 


Y  no  quiero  perder  mis  ilusiones 

Y  mi  esperanza  aún! 
Vierte,  y  mis  ojos  cuando  leve  vayas 
Cruzando  los  espacios  presurosa, 
Como  si  fueses  mi  adorada  hermosa 

Te  seguirán  en  pos; 

Y  así  pudieras  tú,  que  la  existencia 
Como  yo  vas  llevando  solitaria. 
Conducir  en  tus  alas  mi   plegaria 

Hasta  los  pies  de  Dios!" 

También  pertenece  al  año  de  1842,  la  más  extensa 
y  la  más  conocida  de  las  composiciones  de  Juan  Car- 
los Gómez.  Me  refiero  á  su  canto  La  Libertad.  El 
martilleo  de  aquellos  endecasílabos  golpeó  fuerte- 
mente en  los  corazones  de  la  generación  á  que  nues- 
tro poeta  pertenecía.  Aquel  canto  llegó  á  ser  popular 
y  célebre,  y  no  lo  fué  por  cierto  sin  motivo,  pues  al- 
gunas de  sus  estrofas  se  leen  con  deleite  por  varoniles 
y  musicales.  Ellas  bastarían  para  probar  que  Juan 
Carlos  Gómez  merecía  el  título  de  poeta  con  que  le 
honró  su  tiempo,  título  que  los  pósteros  no  le  dis- 
cuten. Fué  poeta,  sí.  Lo  fué  muchas  veces  por  su  es- 
pontaneidad, su  armonía,  su  unción  y  el  sentimiento 
que  descubren  y  de  que  están  impregnadas  muchas 
de  sus  rimas.  Culpa  fué  de  su  tiempo,  pródigo  en  vi- 
rulencias y  en  agitaciones;  culpa  fué  de  su  tiempo, 
cuyas  ráfagas  de  tempestad  hacían  que  las  musas  hu- 
yesen espantadas,  como  aves  cancioneras  que  se  gua- 
recen en  la  muda  quietud  de  su  nido  cuando  el  viento 
silba  y  el  rayo  estalla;  culpa  fué  de  la  escasa  cultura 
de  su  época  y  culpa  fué  de  la  vida  que  le  llevó  por 
otros  más  espinosos  senderos,  si  no  se  desangraron 
en  rojos  ramilletes  los  tropicales  broches  de  su  ins- 
piración. Hay  estrofas  dignas  de  larga  vida,  por  la 

18.  -  I. 


274  HISTORIA  CRÍTICA 

forma  y  por  el  pensamiento,  en  La  libertad.  Si  esas 
estrofas  hoy  nos  parecen  triviales,  por  ser  nuestro 
gusto  muy  diferente  al  gusto  de  entonces,  majestuo- 
sas en  su  sonoridad  y  levantadas  en  su  propósito  de- 
bieron parecer  á  los  hombres  de  1842. 
La  libertad  se  anuncia  con  el  decálogo: 

"La  mano  de  Dios  mismo  te  colocó  en  las  leyes 
Dictadas  en   la  cumbre   del   alto  Sinaí ; 
Mas  cuando  en  vez  de  jueces  el  pueblo  pidió  reyes. 
En  vano  yo  te  busco,  tú  ya  no  estás  allí. 

De  Maratón  los  llanos,  los  campos  de  Platea, 
Te  vieron  esplendente   las   filas  recorrer: 
La  Grecia  se  alzó  tanto  durante  la  pelea 
Que  el  peso  de  su  nombre  no  pudo  sostener." 

Atenas  no  llega  á  ser  verdaderamente  libre  porque 
le  falta  el  sentimiento  de  la  humanidad,  porque  es 
injusta,  porque  es  ingrata,  y  porque  no  sabe  que  si 
la  igualdad  es  una  ley  vital  de  la  democracia,  es  tam- 
bién una  ley  vital  de  la  democracia  la  virtud  de  tratar 
á  los  hombres  según  el  mérito  de  los  actos  de  cada  uno- 

"Celosa  de  sí  misma  fulmina  el  ostracismo. 
La  cárcel  es  el  premio  del   hijo   de   Cimón, 
Ministra  la  cicuta  su  ciego  fanatismo, 
Y  quedan  sin  sepulcro  los  huesos  de   Poción." 

Tampoco  en  Roma  hace  nido  la  libertad.  El  imperio 
la  pervierte,  el  gozo  la  enerva,  y  la  estrangulan  los 
brazos  de  hierro  de  sus  legiones.  Vivió  para  la  es- 
pada y  para  el  placer.  El  placer  y  la  espada  la  ani- 
quilarán. 

"Sentada  sobre  el   trono,  brillante,  gigantea, 
Ceñida  de  trofeos  el   tiempo  avasalló; 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  275 

Mas  Roma  sólo  es  grande  durante  la  pelea, 
La  libertad  en  Roma  sus  huellas  no  estampó." 

Europa,  á  pesar  del  cristianismo  que  es  un  dogma 
de  luz,  no  supo  ser  libre.  La  libertad  necesita  buscar 
otra  patria  donde  nacer.  América  es  la  cuna  de  la 
libertad,  siendo  la  cuna  digna  de  la  diosa  que  va  á 
inmortalizarla  con  su  lloro  infantil. 

"América   desploma    sus    ríos    como  mares. 
Las  cumbres  de  sus  montes  se  ocultan  al  mortal. 
Sus  bosques   están   llenos  de  místicos  cantares 
Que  acaso  son  el  eco  del  coro  celestial. 

América  es,  sin  duda,  la  tierra  prometida, 
América  la  virgen  del  universo  es; 
¡  Oh  libertad,  quien  sabe  si  para  darte  vida 
La  mano   de  Dios  mismo  no  la  formó  después!" 

Washington  clava  el  pendón  de  la  libertad  en  las 
orillas  del  Missisipí.  San  Martín  desplega  el  lábaro 
celeste  de  la  augusta  diosa  sobre  los  hielos  de  los 
ciclópeos  Andes.  A  su  vez,  el  terruño,  el  pago,  la 
tierra  charrúa  esgrime  su  sable  de  montonero  heroico 
en  la  vanguardia  de  las  legiones  de  San  Martín.  Y 
el  poeta  le  dice  á  la  valiente  patria  de  Pagóla: 

"Los  ecos  del  desierto  tu  paso  repitieron. 
Tu  brazo  levantado  mostraban  en  Maipú, 
Los  Andes  á  tus  plantas  sus  moles  dividieron 
Y  al  pie  del  Chimborazo  también  estabas  tú. 

No  importa  si  tu  nombre  no  suena  en  la  victoria; 
Bastante  en  la  pelea,  bastante  se  escuchó: 
No  importa,  que  las  páginas  brillantes  de  tu  gloria 
Del  Sarandí   se   extienden  hasta   el    Ituzaingó." 

Abandono  al  poeta  de  La  Nube  y  de  La  Libertad, 
para   detenerme  en   el  verdadero   poeta,   en  el   poeta 


276    •,  HISTORIA  CRÍTICA 


íntimo,  en  el  poeta  de  las  profundas  é  incurables  me- 
lancolías. Los  asuntos  épicos,  los  himnos  de  combate, 
las  visiones  proféticas,  las  notas  sibilinas,  no  eran  el 
campo  más  apropiado  para  el  numen  personalísimo  y 
sentimental  de  Juan  Carlos  Gómez,  El  espadazo  de  la 
vida  le  armó  poeta.  Si  no  hubiese  sufrido,  nunca  hu- 
biera pasado  de  ser  una  esperanza,  j  Nace  á  la  gloria 
cuando  nace  para  el  dolor! 

En  el  acto  primero  del  drama  de  la  Defensa,  de- 
seoso de  abandonar  el  palenque  de  las  golillas,  partió 
para  Chile,  enardeciéndose  y  embriagándose  con  el 
cinamomo  que  allí  le  tributan.  Creció  á  sus  propios 
ojos.  Se  fué  sin  horizontes,  para  volver  resuelto  á 
actuar  como  arbitro  y  como  pontífice.  Entonces  em- 
piezan su  suplicio  y  su  excelsitud.  Aquel  hombre, 
polemista  violento,  y  aquel  poeta,  que  había  entrado 
en  la  vida  como  un  conquistador,  era  orgulloso  como 
el  Luzbel  de  Milton;  pero  le  llevaba  la  enorme  ven- 
taja de  saber  llorar  al  Luzbel  de  Núñez  de  Arce.  Ca- 
recía del  sentido  de  la  realidad,  como  los  peces  de 
las  cavernas  del  sentido  de  la  vista,  y  se  desesperaba 
viendo  á  la  espuma  de  sus  ensueños  deshacerse  sobre 
las  rocas  del  islote  de  lo  práctico,  repitiéndonos  hasta 
el  abuso  la  novela  rimada  de  sus  amarguras,  de  sus 
hastíos  y  de  sus  derrotas.  Aristócrata  en  una  sociedad 
olocrática,  soberbio  hasta  el  punto  de  creerse  capaz 
de  rehacerla  con  la  alquimia  de  sus  dogmáticos  idea- 
les, apasionadísimo  de  las  grandezas  del  país  ajeno 
y  lleno  de  desdenes  para  las  bravuras  del  terruño  pro- 
pio, vagó  por  la  vida  en  busca  de  la  felicidad  y  de  la 
quietud,  como  Ulises  vagó  por  los  mares  en  busca  de 
las  costas  de  Itaca.  Un  amor  propio,  mefistofélico  y 
exacerbado  por  una  larga  cadena  de  desastres,  fué  su 
talón  de  Aquiles.  El  yo  era  su  ídolo,  porque  el  yo  fué 
el  ídolo  de  la  escuela  literaria  que  se  vanagloria  de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  277 

que  le  pertenezcan  Las  noches  de  Musset  y  el  Man- 
iredo  de  Byron. 

Cada  escollo,  cada  caída,  cada  derrumbe  hacía  más 
iiritable,  más  delicada  su  sensibilidad,  y  entonces  es 
que  su  musa  encuentra  el  camino  que  conduce  á  la 
gloria,  porque  es  entonces  que  su  musa  encuentra  imá- 
genes parecidas  á  esta  dolorosa  imagen: 

"Envuelto   en  las  tormentas 
El  pájaro   del  polo. 
Recorre   infatigable 
La  procelosa  mar; 
Así,  sobre  las  olas 
Acongojado  y  solo. 
Sin  esperar   descanso 
Me  lleva  el  huracán." 

Entonces  es  que  escribe  composiciones  tan  natu- 
rales, tan  sencillas,  tan  bellas  y  tan  impregnadas  de 
suavidad  como  el  romance  que  lleva  el  título  de  Ida 
y  vuelta: 

"Hija  del  campo,  la  luna 
Hace  en  su  noche  de  plata, 
Vagar  las  melancolías 
Como  visiones   de  nácar; 
Al  unisón  de  la  noche 
Templa  la  dulce  guitarra, 
Y  cántame  unas  endechas 
Que  salgan  tristes  del  alma! 

Yo  pasé  aquí,  cuando  niña 
En  estos  sitios  jugabas, 
Ligera  como   la  brisa. 
Risueña   como    la   infancia. 
La  primavera  de  flores 
Todo   el   camino   alfombraba, 


278  HISTORIA  CRÍTICA 


Acariciando  mi    frente 
Ebrias   de   aroma   sus   auras. 
El  pobre  hogar  de  mis  padres 
Dejando   solo  á   la   espalda, 
Iba  á  pasear  por  el  mundo 
Mis  pesadumbres  sin  causa. 

Aquí  te  encuentro  de  vuelta 
Cual  genio  de  esta  morada, 
No   ya  como   antes   risueña. 
Sí  como  nunca  gallarda; 

Y  miro  tus  pensamientos 
En  tus  inquietas  miradas, 
Volar  hasta  el   horizonte 

De  algún  suspiro  en  las  alas. 

Después   de   tantos   inviernos 
Nada  ha  cambiado  aquí,  nada; 
Verde  está  el  campo,  y  el  cielo 
Como  hoy   entonces  brillaba; 
¿Por  qué  te  encuentro  más  triste 

Y  voy  más  triste  á  la  patria?" 

Acendrado  su  ingenio  por  el  infortunio,  purificada 
su  musa  por  el  dolor,  convertida  en  real  su  tristeza 
romántica  y  soñadora,  sabe  que  nunca  se  llega  á  la 
cumbre  donde  florece  el  árbol  de  los  sueños,  sin  te- 
ner llagadas  las  plantas  y  llevar  un  círculo  de  espinas 
sobre  la  frente: 

"¿Te  asusta  mi  existencia,  el  mar  en  que  navego. 
La  tempestad  continua  que  asalta  mi  bajel, 

Y  por  mi   vida  elevas  desconsolado  ruego 
Perdida   la  esperanza  de  que  me  salve  en  él? 

No  temas,  tierna  amiga,  dentro  del  pecho  siento 
El   corazón  más  fuerte,  más  alto  que  ese  mar; 
Aunque   la  barca  es   frágil,   la  vela  ciño  al  viento 

Y  en  el  timón  batido  firme  la  mano  va. 


I 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  279 

Si  el  huracán  arrecia,  y  aligerar  el  leño 
Me  es  fuerza  á  cada  instante  para  poder  vogar, 
Iré  arrojando  al  piélago  ya  una  ambición,  ya  un  sueño. 
Una  afección  querida,  una  esperanza  más. 

Y  he  de  llegar  al  puerto,  he  de  pisar  la  orilla, 
Al  templo  de  la  patria  he  de  llevar  honor: 
¿Qué  importa  que  en  la  playa  deje  la  rota  quilla, 
Si  pongo  en  sus  altares  la  vela  y  el  timón?" 

Es  entonces,  sólo  entonces,  cuando  pasa  sobre  su 
musa  una  especie  de  soplo  esquiliano,  una  racha  del 
viento  de  la  fatalidad: 

"Adiós,  hermana,  adiós!  Tiendo  la  vela 
Otra  vez  á  la  mar  embravecida; 
No  deben  las  tormentas  de  mi  vida 
Azotar  las  paredes  de  tu  hogar! 
Postrado  de  tristeza  y  de  fatiga, 
Quise   buscar   en  la   familia  asilo, 
Y   sólo   vine   de  tu   hogar  tranquilo 
A  perturbar  la  solitaria  paz! 

Vuelvo,  hermana,  á  lámar!  Dios  no  lo  quiere! 
Me  niega  un  día  de  descanso,  un  día! 
Fuerza  es  seguir  la  dolorosa  vía, 
A  mi  calvario  con  la  cruz  llegar! 
Deja  cumplir  la  voluntad  del  cielo. 
Vuelve  á  tus  hijos  y  á  tu  padre  anciano; 
¿Oyes  bramar  furioso  el  Océano? 
¡Está  impaciente  porque  tardo  ya!" 

Al  fin,  abandonó  la  patria  por  última  vez,  asilán- 
dose en  Buenos  Aires.  Obtuvo  una  cátedra.  Valen 
muy  poco  las  escasas  lecciones  que  en  ella  dio  sobre 
Filosofía  del  Derecho.  Tratan  de  Grecia.  Son  resú- 
menes analíticos,  no  siempre  exactos,  de  las  escuelas 


28o  HISTORIA  CRITICA 


morales  que  predominaron  en  la  antigüedad.  Pronto 
el  poeta  abandonó  aquel  recurso  supremo,  dejándose 
arrastrar  por  el  oleaje  de  su  desesperación.  La  tris- 
teza, la  soledad  y  la  escasez,  cuando  marchan  uni- 
das, concluyen  por  hacerse  sospechosas.  La  gente,  que 
había  empezado  compadeciendo,  terminó  esquivando. 
Era  el  peor  de  los  momentos  para  el  abandono.  La  ve- 
jez avanzaba,  las  fuerzas  se  iban,  y  se  hizo  la  noche. 
El  gladiador  cayó  desangrado  y  vencido  sobre  su  es- 
pada rota  y  su  escudo  en  pedazos.  Ya  era  tiempo  de 
desaparecer.  El  pan  escaseaba.  El  albergue  se  debía 
á  la  piedad  ajena  más  que  al  esfuerzo  propio.  Gómez 
pudo  decir  como  Timón :  —  He  vivido  demasiado.  La 
muerte  extendió  sus  alas  de  sombra  sobre  aquel  de- 
sastre y  el  espíritu  del  poeta  se  perdió  en  el  seno  de 
la  luz  increada  el  25  de  Mayo  de  1884. 

La  poesía,  como  dice  Souriau,  es  una  cosa  ideal  y 
psicológica,  que  no  podemos  percibir  fuera  de  nos- 
otros, sino  solamente  en  nosotros  y  en  lo  más  pro- 
fundo de  nuestro  ser.  Por  eso,  agrega  Souriau,  los 
poetas  son  finos  analistas,  tan  ejercitados  como  los 
psicólogos  profesionales  en  la  observación  y  en  la 
descripción  de  los  estados  de  conciencia.  Ellos  sa- 
ben que,  para  que  seamos  susceptibles  de  experi- 
mentar ó  de  traducir  una  impresión  poética,  es  ab- 
solutamente preciso  que  nos  encontremos  en  cierta 
disposición  intelectual.  Esa  disposición,  según  Sou- 
riau, se  designa  con  el  nombre  de  estado  de  ensueño, 
que  es  un  estado  entre  la  reflexión,  ó  sea  la  plena 
lucidez  del  espíritu,  y  esa  relativa  é  inconsciente 
actividad  cerebral  que  se  observa  en  el  acto  de  dor- 
mir, en  el  sueño  propiamente  dicho.  En  la  reflexión 
reconstruímos  integralmente  los  hechos  que  recorda- 
mos, siendo  las  imágenes  de  que  hacemos  uso  como 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  281 


copias  fieles  de  la  realidad,  como  exactas  reminiscen- 
cias de  las  cosas  vistas.  En  el  ensueño,  por  el  con- 
trario, la  imaginación  se  emancipa  de  sus  recuerdos, 
y  no  reconstruye  exactamente  el  cuadro  de  lo  que 
fué,  complaciéndose  en  dramatizar  lo  visto  y  lo  sen- 
tido ;  pero,  como  no  hemos  perdido  del  todo  el  sen- 
timiento de  la  realidad,  nos  dam.os  cuenta  aún  del 
carácter  ideal  de  las  representaciones  que  elaboramos. 
Así,  poeta  y  muy  poeta,  Juan  Carlos  Gómez  sueña 
su  vida,  pero  deformando  sus  incidentes  y  esparciendo 
sobre  sus  vicisitudes  un  barniz  elegiaco.  No  nos  ex- 
trañe desde  que  podemos  afirmar,  con  Souriau,  que 
el  modo  de  actividad  intelectual  que  corresponde  á 
la  poesía  es  esencialmente  un  estado  de  ensueño,  sin 
que  esto  signifique  que  todos  los  estados  de  ensueño 
fabrican  ó  traducen  emociones  poéticas.  Para  que  esto 
suceda  es  absolutamente  preciso  que  el  estado  de  en- 
sueño provoque  en  nosotros  el  sentimiento  de  la  be- 
lleza moral,  del  placer  calológico,  que  es,  sin  duda, 
lo  que  experimentaba  al  revivir  las  horas  de  su  vida 
Juan  Carlos  Gómez.  La  poesía  interior,  ó  lo  que  es 
lo  mismo  el  más  espontáneo  de  los  estados  de  ensueño 
descritos  por  Souriau,  será  majestuoso  ó  trivial,  pa- 
tético ó  alegre,  según  sean  augustas  ó  triviales,  dra- 
máticas ó  frivolas  las  cosas  que  nos  representamos, 
dependiendo  también  la  índole  de  la  representación, 
de  nuestro  carácter,  de  nuestra  edad,  de  las  circuns- 
tancias de  nuestra  vida,  y  de  la  atmósfera  moral  que 
nos  circunda  como  el  éter  al  astro  que  atraviesa  los 
velos  de  la  noche.  Las  vicisitudes  de  su  existencia,  su 
excesivo  orgullo,  la  escuela  literaria  á  que  perteneció, 
y  lo  dramático  de  la  época  en  que  le  tocó  nacer,  ex- 
plican acabadamente  la  idiosincrasia  de  la  poesía,  per- 
sonal y  psicológica,  de  Juan  Carlos  Gómez. 


282  HISTORIA  CRITICA 

La  poesía  le  engrandeció,  endulzando  sus  penas, 
siendo  naturalísimo  que  la  dijese,  arrodillándose  con 
emoción  y  con  gratitud  ante  sus  altares: 

"¿Qué  fuera  el  mundo 
Sin   tu    presencia? 
Yermo  infecundo, 
De    indiferencia 
Triste    mansión. 
Todo   lo    bello 
De   lo   creado 
Tiene  tu   sello, 
De  tí  ha  alcanzado 
Consagración. 

Un   vago   acento 
Llena  el  vacío: 
¿Se  queja  al  viento 
La  voz   del  río 
De   tanto   andar? 
¿La  selva  oscura 
Llora  una  pena? 
¿Himnos  murmura 
Sobre   la  arena 
La   ola   del   mar? 

¿Las  secas  hojas 
Hablan  al  llano 
De  sus  congojas? 
¿Le    hacen   en   vano 
Palidecer? 
¿Así  el  desierto 
Sentir  podría 
Vital  concierto? 
¿Viva  armonía 
Las  cosas  ser? 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  283 

No ;  un  mundo   inerte 
No  siente  y  piensa, 
Ni   así   convierte 
En   arpa   inmensa 
La  creación. 
Un  alma  en  ella 
Late  y  suspira, 

Y  su   querella 
Suena  en  la  lira 
Del  corazón." 

Y  concluye,  arrullando  con  ternura  á  la  diosa  gentil 
que  le  orea  la  frente  con  el  abanico  de  sus  alas  blan- 
quísimas: 

"Si    el    Iodo   humano 
Toca  mi   planta, 
Siento   su  mano 
Que  me  levanta 
Del    fango    vil; 
Cuando   á  abatirme 
Van   los   pesares, 
A  sonreirme 
Viene  á  más  lares, 
Hada    gentil. 

Trae   á  mis  años 
De   sinsabores. 
Los   mil   engaños, 
Las  frescas  flores 
De  juventud; 
Tal   vez   por  ella 
Deje  memoria. 
Porque   es  mi   estrella, 

Y  amo  á  la   gloria 

Y  á  la  virtud." 


284  HISTORIA  CRITICA 

Y  no  mentía,  amaba  á  la  gloria  con  frenético  afán, 
y  amaba  á  la  virtud  con  caballeresco  desinterés,  aquel 
hombre  que  tuvo  el  valor  de  no  enriquecerse,  cuando  le 
era  fácil  hacerlo,  y  que  tuvo  el  valor  de  manifestarse 
leal  á  sus  principios,  cuando  nada  podía  esperar  de 
su  consecuencia.  Estamos  muy  lejos  de  pensar  en  todo 
lo  mismo  que  él  pensaba;  pero  ¿qué  importa  si,  en  el 
fondo  de  aquel  corazón  dolorido,  lucía  un  rayo  de  la 
hidalga  locura  de  Don  Quijote? 

Hablando  de  la  edad  en  que  floreció  Pope  dice 
Adolfo  William  Ward  que  "hacia  esa  época  la  li- 
teratura puede  considerarse  bajo  dos  aspectos:  como 
un  instrumento  político  y  como  un  estímulo  intelec- 
tual, as  a  political  instrument  as  an  intellectual  sti- 
mulant."  —  Lo  mismo  puede  decirse  de  la  edad  en  que 
florece  Juan  Carlos  Gómez ;  pero  el  haber  convertido 
el  verso  en  arma  de  combate  y  el  haber  transformado 
á  la  literatura  en  útil  educativo  de  la  sustancia  gris, 
no  basta  para  explicar  el  carácter  de  los  ingenios  de 
la  edad  romántica,  que  no  hubieran  sido  ni  la  sombra 
de  lo  que  fueron  sin  la  influencia  omnímoda  de  lord 
Byron.  —  Es  forzoso  agregar,  á  la  índole  civil  y  per- 
feccionadora  de  sus  rimas,  el  desconcierto  de  los  es- 
píritus, el  tedio  de  la  vida,  la  duda  de  las  almas,  la 
sed  de  lo  ideal,  el  abuso  de  la  pasión,  todo  lo  íntimo 
y  todo  lo  grisáceo  que  bulle  en  las  arterias  de  la  musa 
romántica,  esencialmente  subjetiva  y  sin  cesar  ator- 
mentada por  el  orgullo  de  su  desbordante  personali- 
dad.—  Esa  personalidad,  que  sueña  con  ser  libre  y 
que  se  siente  esclava  del  ambiente  que  la  circunda; 
esa  personalidad,  vencida  por  el  contraste  entre  el 
hombre  agitado  y  la  siempre  impasible  naturaleza; 
esa  personalidad  se  hunde  en  la  melancolía  sin  fin, 
en  el  amargor  sin  fondo  y  sin  bordes,  en  el  orgullo 
rebelde  y  desdeñoso  que  se  observa  en  todos  los  ro- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  285 

mánticos  de  vuelo  altísimo.  —  Alfonso  Seché  ya  nos 
ha  revelado,  con  suma  justicia  y  perspicacia  extrema, 
las  semejanzas  existentes  entre  los  ingenios  de  By- 
ron,  Poé,  Musset  y  Heine.  —  Gómez,  por  la  claridad 
de  su  pensamiento  y  por  el  aire  negligente  de  su  ins- 
piración, perteneció  á  esa  familia  ilustre  y  nunca  ol- 
vidada. —  Sufrió,  como  lord  Byron,  del  instinto  de 
la  traslación  y  del  mal  de  vivir;  tuvo,  como  Alian 
Poé,  la  frente  dominadora  y  el  culto  devotísimo  de 
la  mujer;  fué  impertinente  y  voluntarioso  como  En- 
rique Heine,  y  luchó  con  la  musa  de  la  tragedia,  asi- 
lada en  el  fondo  de  su  corazón,  como  el  lírico  insigne 
de  Portia  y  de  Rolla.  —  Por  desgracia,  Juan  Carlos 
Gómez  desdeñó  la  forma.  —  Olvidó  ó  no  supo  que, 
como  ha  dicho  Brunetiére,  "nada  vive  y  nada  dura 
sino  por  la  perfección  de  la  forma,  y  por  preciosa 
que  una  materia  sea,  lo  único  que  el  tiempo  respeta 
en  la  misma  es  lo  que  el  arte  ha  sabido  agregarla."  — 
De  todas  las  poesías  de  Gómez  tal  vez  las  más  cortas 
y  las  menos  trascendentales  son  las  mejor  escritas.  — 
El  descuido  reina  en  aquel  florilegio,  que  hubiera  me- 
recido más  atención,  pues  no  son  ciertamente  modelos 
perdurables  de  buen  rimar  ni  el  himno  á  La  libertad, 
ni  las  sextillas  de  Gotas  de  llanto,  ni  la  leyenda  de 
Figueredo. 

Los  poetas  aurórales  de  nuestro  romanticismo,  cu- 
yas rimas  son  estéticamente  flojas  y  desmayadas,  lo 
que  menos  se  preocupan  es  de  la  perfección  de  su 
poesía. — Su  arte  no  tiene  la  timidez  de  aquellos 
ensayadores  pájaros,  de  los  que  dice  el  verso  de 
Thomson, 

Stir  the  faint  note,  and  but  attempt  to  sing. 

Para  nuestros  románticos  el  ritmo  es  lo  de  menos. 
—  El  ritmo  es  un  medio  casi  despreciable  de  que  se 


286  HISTORIA  CRÍTICA 


sirven  para  hacerse  admirar  y  entender.  —  Lo  que  im- 
porta es  la  esencia,  y  la  esencia  es  el  dolor  para  Juan 
Carlos  Gómez.  —  Abrid  su  libro,  el  libro  editado  en 
1906  por  don  Antonio  Barreiro  y  Ramos.  —  No  hay 
ni  una  nota  alegre  en  aquellas  páginas.  —  El  poeta, 
á  cada  instante,  grita  contra  su  soledad  y  contra  su 
destino. —  Cuando  habla  al  viento  de  la  noche  es  para 
decirle  que  la  luz  del  amanecer,  la  que  ahuyenta  los 
sueños,  sólo  deposita  pesares  sobre  su  ventana.  —  Si 
nos  cuenta  el  desposorio  de  una  verde  palma  con  un 
cedro  altivo,  es  para  narrarnos  que  la  palma  se  amus- 
tia y  el  cedro  queda  solo.  —  Aquella  lira  es  una  eterna 
y  fatigosa  lamentación.  —  Oidla  una  vez  más: 

"Tengo  del  peregrino  el  santo  voto, 
La    trabajosa   vida,    el    fin    incierto 
En  el  viaje  remoto. 
El   hambre   y   sed  en   árido   desierto; 
Como   él,   á   toda  hora. 
Pendiente  de  un   cabello 
Está  amenazadora 
La   cimitarra   infiel  sobre  mi  cuello." 

Repitámoslo  hasta  la  saciedad:  la  poesía,  que  se 
empeña  en  hablar  prosaicamente,  no  es  poesía.  Al- 
berto del  Bois  está  en  lo  cierto  cuando  nos  dice  que 
"cada  categoría  de  operaciones  intelectuales  posee  un 
medio  propio  de  expresión;  y  la  literatura  lleva  la 
huella  de  este  doble  instinto  universal  y  original  en 
la  división  de  las  formas  del  discurso,  en  verso  y 
prosa,  ó,  mejor  dicho,  en  lengua  rimada  y  no  rimada. 
Esta  última  es  la  lengua  de  la  voluntad  y  de  la  razón. 
Sirve  para  explicar  y  definir,  para  manifestar  un  de- 
seo, narrar  una  aventura,  consignar  un  hecho.  La  len- 
gua rimada  es  la   del  sentimiento.  La  lengua  no  ri- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  287 

mada  es  esencialmente  objetiva,  y  está  hecha  para 
hablar  á  otras  almas.  La  rimada  es  subjetiva,  y  la  ha- 
bla uno  para  sí.  Tenemos  que  vivir  y  pensar  para  los 
demás,  como  debemos  vivir  y  pensar  para  nosotros. 
En  el  primer  caso,  lo  que  deseamos,  sobre  todo,  es 
ser  claros,  precisos,  exactos;  en  el  segundo,  lo  que 
deseamos  es  ser  armoniosos,  elegantes,  bellos.  La  ten- 
dencia á  rimar  la  expresión  de  ciertos  sentimientos, 
es  tan  natural,  que  el  carácter  de  cada  pueblo  se  en- 
cuentra en  su  prosodia  tanto  como  en  su  lengua." 

Si  la  lengua  rimada  es  la  del  sentimiento  ennoble- 
cido por  la  visión  platónica  de  la  belleza  última  y  sin 
afeites,  claro  es  que  la  lengua  rimada  tiene  el  deber 
imperioso  de  ser  hermosa,  desde  que  las  visiones  á 
que  debe  la  vida,  por  tristes  que  sean,  están  envueltas 
en  el  velo  de  los  sueños  dulcísimos,  en  el  velo  de  los 
sueños  más  enaltecedores  y  delicados,  en  el  velo  azul 
y  casi  impalpable  de  la  reina  Mab.  La  lengua  rimada 
ha  de  tener  todas  las  condiciones  de  perfección,  de 
soltura  y  de  casticidad  que  la  crítica  le  exige  á  la 
prosa;  pero  ha  de  diferenciarse  de  la  prosa  por  el 
modo  especial,  cantable,  indefinible  é  íntimo  de  ele- 
gir y  agrupar  los  vocablos.  No  nos  engañaba,  pues, 
Alberto  del  Bois  cuando  sostenía  en  La  Revue  Bleue: 

"No  se  debe  escribir  en  verso  sino  lo  que  se  ha 
pensado  y  sentido  antes  en  verso.  El  verso  no  es  una 
lengua  de  arte.  La  palabra  rimada,  la  forma  poética 
es  tan  natural,  tan  espontánea  como  cualquiera  otra. 
El  hecho  de  arreglar  ciertas  palabras  conforme  á  un 
ritmo  que  las  hace  más  fáciles  de  cantar;  el  hecho 
de  prestar  á  estas  palabras  color  y  fuerza  por  medio 
de  repeticiones,  alteraciones  ó  asonancias,  es  insepa- 
rable de  la  expresión  de  ciertos  sentimientos.  El  verso 
debe  expresarse  con  la  misma  claridad,  sobriedad,  sen- 
cillez, precisión  y  limpieza  que  la  prosa.  El  verso  debe 


288  HISTORIA  CRÍTICA 

ser  semejante  á  la  prosa,  salvo  en  ese  no  se  qué  de 
armonioso,  de  fuerte,  de  luminoso,  de  vehemente,  de 
acariciador,  de  ligero,  de  alado  que  lo  sostiene,  lo 
eleva  y  lo  penetra." 

Esa  cualidad  indefinible,  pero  necesaria,  no  la  tu- 
vieron nuestros  románticos.  Les  faltó,  casi  siempre, 
el  sentimiento  de  la  armonía.  Su  oído  se  hizo  duro 
y  su  lenguaje  se  aplebeyó  en  la  práctica  de  la  tribuna 
política,  la  prensa  diaria  y  la  labor  forense.  Este  de- 
fecto no  debe  atribuirse  sólo  á  la  escuela  literaria  á 
que  pertenecieron,  sino  más  bien  al  carácter  civil  y 
de  agria  tormenta  de  la  edad  en  que  se  desarrolla- 
ron. Yo,  como  Amadeo  Boyer,  no  creo  en  las  escue- 
las. —  "Una  escuela  es  siempre  inferior  á  su  iniciador. 
Está  formada  por  un  núcleo  que  sigue  los  éxitos  del 
que  la  inició,  que  ha  surgido  espontáneamente  y  sin 
intención  previa.  Todos  los  genios,  por  lo  general, 
crean  una  escuela.  Las  escuelas,  en  sí,  nada  son  y  nada 
edifican.  La  evolución  de  los  siglos  es,  en  realidad, 
la  que  prepara  el  arte." 

Los  caracteres  diferenciales  de  las  escuelas  son  más 
caracteres  retóricos  que  de  substancia.  Lo  propio  en 
lo  íntimo  de  cada  autor  es  suyo,  y  no  de  la  modalidad 
calológica  en  que  milita.  La  escuela  no  influyó  sino 
de  reflejo  sobre  el  temperamento  de  Juan  Carlos  Gó- 
mez, que  fué  romántico  porque  romántica  era  su  com- 
plexión espiritual,  como  romántica  era  la  complexión 
del  tiempo  en  que  florece  su  atribulado  numen.  Es 
bravio  y  es  quijotesco,  como  su  edad  es  atávica  y  ba- 
talladora. Oidle:  —  "Lo  mismo  se  muere  de  una  pu- 
ñalada que  de  la  fiebre  amarilla,  y  las  causas  que  vi- 
ven son  aquellas  por  las  cuales  se  muere."  —  Es  sen- 
sitivo, es  ilusionado,  es  soñador  y  es  melancólico  como 
su  edad  es  impulsiva,  crédula,  visionaria  y  triste.  Es- 
cuchadle: 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  289 

"Regalóme  una  vez  mi  madre,  cuando  era  yo  niño, 
un  libro  con  grabados  ingleses,  en  que  había  una  fi- 
gura de  Julieta,  que  se  estereotipó  en  mi  memoria. 
Años  después,  niño  todavía,  me  encaminaba  á  mi  co- 
legio con  mi  gramática  latina  debajo  del  brazo,  y  tro- 
pecé en  mi  camino  con  la  vera  efigie  de  ese  tipo  bu- 
rilado. Esa  niña,  á  quien  encontraba  siempre  en  m.i 
paso,  á  quien  no  hablé  nunca,  á  quien  no  he  vuelto  á 
ver  en  la  vida,  desde  mi  niñez,  y  cuya  imagen  solía 
aparecerse  á  mi  memoria,  come  un  angiolo  celeste  di 
virtude  consiglier,  en  los  amargos  días  de  la  existen- 
cia, es  hoy  viuda  de  un  general  de  Rosas,  y  mis  de- 
beres de  ciudadano  me  han  obligado  á  herirla  en  su 
sensibilidad  y  en  su  infortunio. 

"Había  sacrificado  todo  á  la  política,  mis  hábitos 
y  mis  gustos  tranquilos  de  literato,  las  dulzuras  de 
los  afectos  del  hombre  sensible,  felicidades  que  no 
hay  en  California  y  Australia  oro  suficiente  para  pa- 
garlas. Tenía  un  rincón  ignorado  en  que  asilaba  y 
consolaba  á  mi  alma  de  los  desengaños  del  mundo,  y 
era  la  época  tranquila  é  inolvidable  de  mi  infancia. 
Allí  mismo  ha  ido  á  perseguirme  la  política,  allí  ha 
ido  á  arrancar  las  últimas  flores  que  perfumaban  to- 
davía mi  vida,  para  arrojármelas  al  rostro  deshojadas, 
como  se  arrojaría 

au  íront  de  l'homme  heureux, 
son  bonheur  en  debris." — 

En  estas  líneas  está  todo  el  corazón  de  aquel  ex- 
cepcional; pero  ya  volveremos  sobre  este  supliciado 
dantesco. 

De  Juan  Carlos  Gómez  ha  dicho  Miguel  Cañé:  — 
"Juan  Carlos  Gómez  era  un  alma  vibrante,  con  con- 
vicciones profundas  y  enamorado  de  sus  ideas.  Tenía 

19.  -  L 


290  HISTORIA  CRITICA 


el  espíritu  artístico  y  la  imaginación  esplendorosa. 
Nacido,  criado,  desenvuelto  en  la  oposición,  en  la  lu- 
cha contra  el  régimen  bárbaro  que  encontró  á  su  frente 
al  llegar  á  hombre,  nunca  tuvo  sobre  el  flamear  de 
sus  ideas  aquel  apagador  que  se  llama  la  responsabi- 
lidad del  poder.  Era  el  noble  poeta  nacido  para  cantar 
todo  lo  que  es  bello  en  la  naturaleza  humana,  sin  fle- 
xibilidades para  explicar  ó  atenuar  la  acción  fatal  de 
lia  miseria  de  la  especie.  Quería  la  libertad  en  el  he- 
cho, cuando  la  veía  en  sueños,  y  legitimaba  todas  las 
locuras,  los  delirios  de  los  pueblos  si  la  causa  inicial 
era  justa,  sin  balancear  jamás  el  mal  presente  con  el 
perjuicio  del  esfuerzo.  No  era  un  político;  era  uno 
de  esos  hombres  necesarios  en  toda  agrupación,  por- 
que mantienen  vivo  el  sentimiento  de  la  dignidad  hu- 
mana, y  aguijonean  los  espíritus  predispuestos  al 
cómodo  escepticismo  de  la  vida  indolente.  Su  exis- 
tencia fué  pura  y  brillante.  Amó  las  artes,  las  letras, 
las  mujeres  hermosas,  los  grandes  caracteres  y  murió 
en  la  pobreza,  rodeado  del  cariño  y  el  respeto  de  dos 
naciones." 


CAPITULO  IV 

Lra  Hegemonía  de  los  románticos 

SUMARIO:  ' 

I.  —  Don  Bernardo  Prudencio  Berro.  —  Su  vida  pública.  —  Carác- 

ter clásico  de  su  numen.  —  La  Epístols.  á  Doricio.  —  índole  y 
condiciones  del  género  bucólico.  —  Fragmentos  de  la  Epístola.. 

—  Don  Melchor  Pacheco  y  Obes.  —  Su  vida  política.  —  Su 
romanticismo.  —  El  cementerio  de  Alégrete.  ■ —  Disonancias  entre 
la  realidad  y  el  ensueño  romántico.  —  Oriental.  —  Don  Pedro 
P.  Bermúdez.  —  El  drama  histórico  El  Charrúa.  —  Exposición 
del  argumento.  —  Algunas  muestras  de  su  versificación.  — 
Amazampo. 

II.  —  Don  Enrique  de  Arrascaeta.  —  La  poesía  y  la  imaginación 
verbaL  —  Superioridad  de  la  poesía  sobre  las  otras  artes.  —  La 
prosa  y  el  verso.  —  Prosaísmo  de  las  composiciones  de  Arras- 
caeta. —  Su  himno  á  la  Esperanza.  —  Don  Francisco  Xavier 
de  Acha.  —  Su  labor  periodística  y  su  labor  poética.  —  El  libro 
Flores  silvestres.  —  Fragmentos  del  libro.  —  La  labor  dramá- 
tica de  Acha.  —  Breve  análisis  de  Como  empieza  acaba.  —  Don 
Heraclio  C.  Fajardo.  —  El  drama  Camila  O'Gorman.  —  El 
teatro  y  la  verdad  histórica.  —  Argumento  del  drama  de  Fa- 
jardo. —  Algunas  muestras  de  su  versificación.  —  Graves  defec- 
tos de  la  musa  política  de  Fajardo.  —  Estudio  de  su  poema  La 
cruz  de  azabache.  —  Fragmentos  del  poema.  —  Arenas  del 
Uruguay,  —  Trozos  de  la  poesía  Art\érica  y  Colón.  —  Síntesis 
de  lo  expuesto  sobre  Fajardo.  —  Sus  últimos  versos. 

III. —  Breves  palabras  acerca  de  don  Ramón  de  Santiago.  —  Su 
balada  La  loca  de  Bequeló.  —  Don  Fermín  Ferreira  y  Artigas. 

—  Carácter  de  su  vida  y  de  su  ingenio.  —  Su  libro  Páginas 
sueltas.  —  La  dificil  facilidad  de  Ferreira.  —  No  hay  arte  sin 
estudio  y  sin  reglas.  —  Defectos  de  la  elocución  romántica.  — 
La   melancolía  de  los  románticos.  —  Los  alejandrinos  á   Rosa. 


293  HISTORIA  CRITICA 

—  Rápido  análisis  del  asunto  y  la  versificación  del  proverbio 
Donde  las  dan  las  toman.  —  De  la  crítica  literaria. 
IV.  —  Literatura  jurídica.  —  Su  estilo  y  sus  fuentes.  —  De  la  ley  y 
los  códigos.  —  El  proyecto  de  Código  Civil.  —  Causas  que  lo 
inspiraron.  —  Dificultades  con  que  tropieza  su  sanción.  —  Su 
aplazamiento  definitivo.  —  El  Código  de  Comercio.  —  Su  im- 
portancia y  sus  orígenes.  —  Labor  de  cada  uno  de  sus  redacto- 
res ilustres.  —  El  Código  Civil  del  doctor  Narvaja.  —  Su  inte- 
rés práctico.  —  El  derecho  latino.  —  Mérito  de  las  labores 
codificadoras  del  doctor  Acevedo  y  el  doctor  Narvaja.  —  Con- 
clusión. 


Era  igualmente  un  rimador  donoso  don  Bernardo 
Prudencio  Berro,  nacido  en   1803  y  muerto  en   1868. 
Fué  ministro,  senador  y  presidente  de  la  República 
en  horas  de  angustia  y  en  horas  de  borrasca,  pues  es 
bien  sabido  que  también  la  musa  de  la  tragedia  tiene 
por  costumbre  descender  á  las  calles  para  intervenir 
en  las  obras  que  trama  la  realidad.  Larrañaga,  el  sabio 
y  el  virtuoso,  educó  la  inteligencia  y  formó  el  espí- 
ritu de  aquel  gran  ciudadano,  viéndosele  figurar  en 
el  grupo  de  los  que  defendían  á  la  legalidad  en  los 
sangrientos   choques   de    1836   y   de    1837.   Estuvo  sin 
mancharse   con   las  salpicaduras  de   ningún  atentado, 
como   el    codificador   don    Eduardo    Acevedo,  en   las 
oribistas  carpas  del  Cerrito  durante  los  monótonos  y 
aleccionadores  años  de  la  Defensa,  entrando  á  formar 
parte  de  la  legislatura  constituida  á  raíz  de  la  paz  del 
8  de  Octubre  de  1851.  Ministro  de  Gobierno  bajo  la 
presidencia  de  don  Juan  Francisco  Giró,  fué  uno  de 
los  más  agraviados  por  el  motín  del  18  de   Julio  de 
1853,  subiendo  con  aplauso  á  regir  los  destinos  de  la 
nación  el  primero  de  Marzo  de  1860.  Ya  era  conocido 
por  sus  ideas  sobre  la  urgente  necesidad  de  transfor- 
mar el  modo  de  ser  de  nuestros  viejos  bandos  tradi- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  293 


cionales.  Ya  había  dicho,  en  1854,  que  los  dos  tienen 
iguales  principios  políticos  en  sus  estatutos,  y  que 
sólo  se  diferencian  en  que,  ávidamente  anhelosos  de 
predominio,  la  elevación  del  uno  trae  envuelta  la  des- 
gracia sin  término  del  otro.  Ya  había  dicho,  en  1854, 
que  mientras  el  país  estuviese  dividido  en  dos  faccio- 
nes irreconciliables,  el  país  sería  la  víctima  expiatoria 
del  desorden  y  de  la  tiranía.  Ya  había  dicho,  en  1854, 
que  el  partido  blanco  debía  depurar  su  estandarte, 
declarando  que  ninguna  agrupación  tiene  privilegios 
de  casta  sobre  las  demás,  que  todas  ellas  están  some- 
tidas á  la  misma  igualitaria  y  justiciera  ley,  que  el 
interés  nacional  se  halla  más  alto  que  los  intereses 
de  las  banderías,  y  que  nuestros  duros  encuentros  á 
lanza  no  habían  dividido  á  la  nación  en  una  trailla  de 
perdidosos  y  en  un  ejército  de  vencedores. 

Proba  y  correcta  fué  la  labor  administrativa  de 
don  Bernardo  Prudencio  Berro,  tan  correcta  y  tan 
proba  como  la  que  más,  pues  encauzó  las  reclama- 
ciones contra  el  Estado,  siempre  que  estas  recla- 
maciones estuviesen  fundadas  en  los  perjuicios  que 
ocasiona  la  guerra  civil,  negándose  á  reconocer  el 
interés  mensual  que  los  ministros  anglofranceses  nos 
exigían  sobre  el  monto  de  los  créditos  de  sus  sub- 
ditos, por  no  haberse  estipulado  esta  obligación  en 
el  convenio  de  1857.  Otro  tanto  hizo  con  los  in- 
numerables y  abusivos  y  siempre  crecientes  recla- 
mos brasileños,  negándose  á  practicar  otras  liquida- 
ciones que  las  emanadas  del  tratado  de  12  de  Oc- 
tubre de  1851,  tratado  que  nos  impuso  la  dura  ley  de 
la  necesidad  y  que  era  muy  altamente  beneficioso  para 
el  Brasil.  Bajo  aquella  administración  sabiamente  hon- 
rada, díctase  un  generoso  proyecto  de  amnistía,  se 
crean  nuevos  barrios  en  la  capital  y  se  fundan  nuevas 
villas  en  la  frontera,  se  amortigua  la  deuda  pública 


294  HISTORIA  CRITICA 


en  más  de  dos  millones  de  pesos  oro,  y  se  declaran 
libres  de  todo  derecho  de  importación  á  muchos  ar- 
tículos de  uso  común;  pero  el  país  ha  padecido  siem- 
pre del  incurable  mal  de  posponer  su  bien  á  la  pasión 
política,  y  el  19  de  Abril  de  1863,  alzando  como  lábaro 
de  libertad  una  querella  entre  las  autoridades  ecle- 
siásticas y  el  Poder  Ejecutivo,  el  general  Flores  in- 
vadió el  terruño,  venciendo  su  bravura  á  la  bravura 
de  las  huestes  presidenciales  en  Coquimbo  y  Las  Ca- 
ñas. Al  poco  tiempo,  batidos  los  revolucionarios  en 
El  Peñarol,  la  guerra  se  convierte  en  guerra  de  acam- 
padas y  de  persecuciones  infructuosas,  hasta  la  dis- 
cutida elección  del  señor  Atanasio  C.  Aguirre,  que 
tuvo  lugar  en  1864. 

Viene  después  el  período  iluminado  por  la  heroi- 
cidad mésenla  de  nuestro  Paysandú,  defendida  hasta 
la  muerte  por  Lucas  Píriz  y  santamente  glorificada 
por  el  martirio  de  Leandro  Gómez.  Tras  largas  an- 
gustias, el  20  de  Febrero  de  1865,  se  firmó  el  convenio 
de  paz  entre  el  representante  diplomático  del  Brasil, 
el  general  Flores  y  don  Tomás  Villalba,  á  cargo  en- 
tonces del  Poder  Ejecutivo,  declarándose  que  nadie 
podía  ser  acriminado,  juzgado,  ni  perseguido  por  sus 
hechos  ni  por  sus  opiniones  durante  la  guerra  que 
acababa  de  terminar.  Establecióse,  en  virtud  de  aquel 
pacto,  un  gobierno  provisorio  presidido  y  encabezado 
por  el  segundo  de  los  firmantes,  empezándose  con 
premura  la  guerra  del  Paraguay,  que  fué  de  conquista 
y  de  desolación,  que  nos  impuso  considerables  é  inú- 
tiles sacrificios  de  dinero  y  de  vidas,  y  que  no  aplau- 
dieron ni  el  saber  de  Alberdi  ni  la  noble  imparcia- 
lidad de  Carlos  María  Ramírez.  Caminábamos  de  tris- 
teza en  tristeza,  de  drama  en  drama,  hasta  que  el  19 
de  Febrero  de  1868,  convulsos  los  agravios  y  ciegos 
los  odios.  Berro  caía  asesinado  sobre  las  losas  de  la 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  295 


casa  de  Gobierno  y  Flores  caía  asesinado  sobre  las 
piedras  de  la  calle  de  Rincón.  Al  segundo  el  poder  le 
cuesta  la  vida,  y  al  primero  le  cuesta  la  vida  el  afán 
revolucionario,  porque  nuestros  partidos  no  saben 
otra  cosa  que  desangrarse  sobre  las  aras  de  la  revo- 
lución ó  gozar  del  poder  tiránicamente.  La  revuelta 
sin  fin  nace  de  los  abusos  sin  fin  de  la  autoridad, 
como  los  gusanos  nacen  de  la  podredumbre.  ¡  De  esa 
mianera  los  ambiciosos  sin  aptitudes,  con  lo  infecundo 
de  sus  impaciencias,  y"  los  gobiernos  de  cintillo  y  de 
chuza,  con  sus  malas  tramoyas  electorales,  han  con- 
seguido que  el  país  no  crea  ni  en  la  virtud  del  voto 
ni  en  la  eficacia  del  apostolado ! 

Véase  como  el  señor  Juan  Thompson,  Encargado 
de  Negocios  de  la  República  Argentina  en  Montevi- 
deo, relataba  al  ministro  Elizalde  la  doble  tragedia 
del   19  de  Febrero  de   1868: 

"A  las  dos  de  la  tarde  del  día  de  ayer,  don  Bernardo 
Berro,  á  la  cabeza  de  un  grupo  armado,  se  presentó  en 
la  Casa  de  Gobierno  dando  los  gritos  de:  ¡Viva  el  Pa- 
raguay!, muera  la  Alianza!,  muera  el  Gobierno!  Como 
al  pronto  creyera  encontrar  resistencia  en  uno  de  los 
jóvenes  oficiales  que  mandaban  el  corto  piquete  de  in- 
fantería, de  guardia  á  la  sazón,  descargó  su  revólver 
sobre  él,  dirigiéndose  á  paso  rápido  con  los  suyos  al 
despacho  del  gobernador  señor  don  Pedro  Várela. 

"Este  alto  funcionario,  á  cuyo  oído  habían  llegado 
las  voces  del  tumulto,  pudo  evadirse  milagrosamente 
por  una  salida  reservada  del  edificio  y  encaminarse  al 
Cabildo  con  varios  empleados  de  la  administración, 
enviando  inmediatamente  aviso  al  general  Flores,  que 
se  hallaba  en  su  casa  á  aquella  hora  un  tanto  indis- 
puesto y  en  compañía  de  sus  antiguos  ministros  los 
señores  Flangini  y  Márquez. 

"Don  Bernardo  Berro  permaneció  breve  tiempo  en 


296  HISTORIA  CRÍTICA 

la  Casa  de  Gobierno  esperando  el  batallón  Constitu- 
ción, antes  Libertad,  contaminado  por  el  oro  de  los 
conjurados. 

"Mientras  esto  sucedía  en  la  morada  del  Gobierno, 
el  general  Flores  salía  de  su  casa,  en  un  carruaje,  junto 
con  los  señores  Flangini,  Márquez  y  Errecart,  arma- 
dos todos  de  revólver.  Al  poco  andar,  y  ya  á  la  vuelta 
de  su  casa,  en  la  calle  del  Rincón,  oyéronse  tiros.  Era 
un  grupo  de  asesinos  vestidos  con  poncho.  Hicieron 
éstos  una  primera  descarga  sobre  el  coche.  El  general 
Flores  y  los  susodichos  ciudadanos,  que  le  acompa- 
ñaban con  sus  armas,  ordenaron  al  propio  tiempo  al 
cochero,  Juan  Bergés,  francés  de  nacionalidad,  que 
castigase  los  caballos  para  salvar  aquel  paso,  mas 
apenas  hubo  andado  el  carruaje  el  espacio  de  una 
cuadra,  cuando  otro  grupo  más  certero  por  desgracia 
que  el  primero,  derribó  de  un  balazo  al  cochero,  mató 
un  caballo,  y  se  precipitó  pistola  y  puñal  en  mano 
hacia  la   portezuela   del   coche. 

"El  general  Flores  se  arrojó  el  primero  á  la  calle 
y  tras  él  don  Alberto  Flangini  y  los  demás.  El  ge- 
neral cayó  al  punto  examine,  con  una  herida  mortal 
de  bala  y  seis  puñaladas.  Los  señores  Flangini  y  Erre- 
cart salieron  ambos  heridos  con  arma  blanca,  sin  gra- 
vedad felizmente:  el  primero  en  la  espalda  y  el  se- 
gundo en  el  cuello.  El  señor  Márquez  quedó  ileso, 
salvándose  en  medio  de  la  confusión. 

"Mientras  sucedía  tan  lúgubre  escena  casi  en  el 
extremo  Este  de  la  ciudad,  en  la  del  Oeste,  cerca  del 
mar,  ocurría  otra,  si  no  tan  lamentable,  siempre  por- 
fiada y  decisiva.  Los  sargentos  mayores  don  Agustín 
de  Aldecoa,  jefe  de  la  artillería  y  don  Eduardo  Olave, 
del  batallón  Constitución,  sostenían  al  gobierno.  El 
segundo  con  un  corto  número  de  hombres  hizo  frente, 
en   los  primeros  momentos,  á  más  de  sesenta  revolu- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  297 

cionarios  que  acudieron  veloces  al  cuartel  de  Drago- 
nes, no  dudando  que  merced  á  los  trabajos  anteriores 
y  al  grito  de  ¡viva  el  Paraguay!  el  batallón  Constitu- 
ción sería  suyo  por  hallarse  alistados  en  él  soldados 
paraguayos.  El  mayor  Olave  con  notable  entereza  y 
un  valor  sereno,  no  sólo  consiguió  repeler  á  la  fuerza 
enemiga  matando  al  jefe,  sino  que  dominó  todo  el 
batallón,  hasta  entonces  tibio  y  vacilante.  Incorpóre- 
sele la  artillería,  y  ambas  fuerzas  emprendieron  la 
marcha  hacia  el  Fuerte. 

"Don  Bernardo  Berro  viéndose  burlado  en  sus  es- 
peranzas ó  en  sus  cálculos,  abandonó  su  puesto  pre- 
cipitadamente, no  sin  dejar  tras  sí  algunos  de  los 
suyos  que  fueron  hechos  prisioneros  por  las  citadas 
fuerzas  del  Gobierno. 

"La  revolución  estaba  dominada.  La  autoridad  era 
dueña  de  la  solución.  Muchos  ciudadanos  acudían  al 
Cabildo  á  ofrecer  sus  servicios.  Don  Bernardo  Berro, 
visto  y  aprehendido  por  un  pequeño  grupo  de  los 
defensores  del  Gobierno  en  la  calle  de  Sarandí,  no 
pudo  librar  de  sus  iras,  pagando  con  la  vida  su  injus- 
tificable actitud  en  aquel  día." 

También  el  señor  Thompson  opinaba,  pública  y  ofi- 
cialmente, en  cosas  que  debió  referir  sin  ningún  gé- 
nero de  comentarios. — ¿Para  qué  exasperar  á  la 
hidra  de  los  odios?  —  ¡  Como  si,  sobre  aquellas  dos  en- 
sangrentadas tumbas,  los  vientos  de  la  patria  no  arras- 
trasen el  mismo  funeral  susurro  de  ciprés!  —  Re- 
conozcamos que  fué  justo  el  decreto  que  declaró  día 
de  luto  nacional  el  día  ig  de  Febrero;  porque  si  en 
ese  aniversario  luctuosísimo  los  colorados  lloran  la 
muerte  de  don  Venancio  Flores,  también  en  ese  ani- 
versario más  que  luctuosísimo  los  nacionalistas  llo- 
ran la  muerte  de  don  Bernardo  Prudencio  Berro. 

A  pesar  de  la  brillantez  cegadora  de  sus  oropeles, 


298  HISTORIA  CRÍTICA 


el  romanticismo  no  cautivó  á  la  musa  de  don  Bernardo 
Prudencio  Berro.  Su  numen  fué  clásico,  como  el  nu- 
men de  Araucho  y  como  el  numen  de  Figueroa.  En 
todas  y  en  cada  una  de  sus  composiciones  se  echa  de 
ver  el  soberano  influjo  de  la  educación  recibida  de 
Larrañaga.  Clásico  es  en  su  letrilla  centra  los  pro- 
yectos de  don  Lucas  Obes,  y  clásico  es  en  las  estan- 
cias de  su  oda  A  la  Providencia. 

"j  Oh  Providencia  suma! 
¡  Vida  del  Universo  y  su  sustento ! 

Hasta  que   se  consuma 

Mi  prostrimer  aliento 
En  tí  yo  confiaré,  de  duda  exento. 

En  medio  á  la  tormenta 
Tú  serás  mi   consuelo  y  mi   esperanza, 

Y  á  tus  brazos   contenta, 
Con   entera  confianza. 

Mi   alma   se   arrojará  en   cualquier   mudanza. 

Y  mientras  en  sus  males 

De  ti  blasfeman  con   furor  ingrato 
Los  míseros   mortales, 

Y  en   su   impío  arrebato 

Te  niegan  y  maldicen  sin  recato, 

Yo   adoraré   rendido 
Las  dignas  obras  de  tu   juicio   santo, 

Y  á   tu   amparo   acogido. 
Enjugando   mi    llanto 

Alzaré   en  tu   loor  sonoro  canto." 

Su  Epístola  á  Doricio  puede  considerarse  como 
gala  y  joya  de  nuestro  Parnaso.  Muchos  de  los  poetas 
españoles  de  la  edad  de  oro  no  describieron  con  tanto 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  299 


primor,  con  tanta  naturalidad  y  con  tan  castizo  de- 
cir, como  nuestro  poeta,  las  campestres  hermosuras 
que  arroban  al  ánimo  contemplativo  con  el  murmullo 
de  sus  fuentes,  el  canto  de  sus  aves,  el  óleo  de  sus 
flores  y  la  apacible  sombra  de  sus  arboledas.  El  gé- 
nero bucólico,  cuyo  objeto  es  la  pintura  de  la  virtud 
y  la  simplicidad  de  las  costumbres  de  los  pastores, 
para  inspirarnos  un  amor  sin  mancha  á  lo  que  tiene 
de  poético  y  de  agradable  la  naturaleza;  el  género 
bucólico,  que  está  tan  lejos  del  prosaísmo  y  de  la 
grosería  como  de  la  elevación  pomposa  y  la  cultura 
afectada;  el  género  bucólico,  que  puede  reclamar 
como  suyos  los  poemas  descriptivos  que  han  inmor- 
talizado el  nombre  de  Delille  en  Francia  y  el  nombre 
de  Thomson  en  Inglaterra;  el  género  bucólico,  que 
cultivaron  Moscho  y  Bion  entre  el  susurro  de  los 
viñedos  en  donde  resonaba  la  flauta  de  Baco,  se  aviene 
bien  con  la  índole  de  la  musa  clásica  y  pensadora  de 
don  Bernardo  Prudencio  Berro. 

¿Qué  condiciones  debe  tener  la  poesía  descriptiva 
de  origen  bucólico?  Todas  las  que  resaltan  en  los 
tercetos  de  la  labor  de  nuestro  poeta.  La  musa  de  los 
céimpos  debe  pintar  las  bellezas  del  mundo  natural  y 
las  impresiones  que  su  contemplación  produce  en  el 
espíritu,  con  numen  sosegado,  con  pinceles  veraces, 
con  tierno  sentir,  con  sugestivos  tropos  y  con  sonora 
versificación.  La  musa  de  los  campos  es  una  paloma 
dulce  y  pacífica  como  un  cordero,  que  quiere  persua- 
dirnos de  que  la  dicha  está  en  los  fecundos  trabajos 
de  la  siega,  en  los  variados  trances  de  la  caza,  en  las 
relaciones  del  hombre  con  el  incienso  de  los  aromos, 
y  la  música  de  los  manantiales,  y  la  paz  de  las  puestas 
del  sol  en  los  trigos,  poniendo  en  uso  para  lograrlo 
las  gravedades  éticas  de  Rioja  y  los  geórgicos  arpe- 
gios de  Meléndez.  La  inspiración  que  nos  revela  los 


3QO  HISTORIA  CRÍTICA 


suaves  hechizos  de  la  vida  rústica,  no  es  una  pastora 
erudita  y  cultiparlada.  El  genio  de  la  poesía  bucólica, 
que  es  el  genio  del  idilio  y  la  égloga,  en  nada  se  pa- 
rece á  un  zagal  romancesco  y  almibarado.  Fiel  en  sus 
pinturas,  moral  en  sus  ideas,  noble  en  sus  afectos, 
gracioso  en  sus  discursos,  espontáneo  en  el  orgullo 
de  su  deleite  y  naturalísimo  en  todas  sus  imágenes, 
el  género  bucólico,  —  lírico  y  épico  como  descripción 
de  la  naturaleza  vista  á  través  de  un  temperamento 
personalísimo,  —  no  es  indigno  de  la  gran  preferencia 
que  le  manifestaba  el  retórico  Blair. 

Es  fácil  convencerse,  leyendo  algunos  de  sus  frag- 
mentos, de  que  no  hay  arbitraria  exageración  en  los 
elogios  que  tributo  á  la  Epístola  á  Doricio.  Oid  como 
describe  los  poéticos  paisajes  de  Casupá: 

"Vense  á  un  lado  montañas   estupendas 
De  hacinados   peñascos,  do  ferinas 
Bestias   moran   en   hórridas  viviendas; 

Y   al   otro   unas   bellísimas   colinas. 
Revestidas  de   flores  y  verdura. 
Se  extienden   por  las  tierras  más  vecinas. 

Por  entre  éstas  y  aquéllas,  su  agua  pura 
En   sesgo    curso    Casupá    derrama. 
Llenando   sus  riberas   de   frescura. 

Que   ya   la  alfombra   de  tejida   grama. 
Ya  el  bosque  ostentan,  cuyo  toldo  espeso 
Jamás   penetra  la  febea  llama. 

No   aquí   del  arte  el   monótono  exceso 
Sus   simétricas   calles  manifiesta, 
De  natura  estragando  el  embeleso. 

De  diferentes  árboles  compuesta. 
Los  varios  grupos  desigual  levanta 
En  hermoso  desorden   la   floresta. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  301 

El  grueso  lauro  de  soberbia  planta, 
El  duro  molle,  el  canelón  frondoso, 
La  excelsa  palma  que  la  vista  encanta, 

Enlazados   en  vínculo   amistoso 
Mezclan  sus  copas,  cobijando  el  suelo 
Húmedo  con  sombrío  delicioso. 
Aquí  mil  avecillas,  sin  recelo 
De  flecha,  ó  lazo,  ó  escopeta  fiera. 
Cruzan  de   rama  en  rama  el  libre  vuelo. 

Aquí  gime  la  tórtola  arrullera. 
Aquí   sus  tonos   la  calandria  agita, 
Aquí   canta  la  dulce  ratonera 

Música  suave  que   en  el   alma  excita 
Plácido  disvariar,  y  blandamente 
A  leves  sueños  halagüeña  invita. 

Ni  menos  embeleso  halla  la  mente 
En  la  alta  loma,  y  el  florido  prado, 
Y  en  el  cerro  riscoso  y  eminente. 

Por  éste  con  ligero  pie  el  venado 
Trepa,  llevando  en  su  gentil  cabeza 
El   ganchoso   cornaje   enarbolado; 

Y  en  aquéllos,  do   Flora  su  riqueza 
Entre  el  verde  tapiz  vario  y  hermoso 
Derramara  con  pródiga  largueza, 

El  hato  mugidor  el  perezoso 
Paso   mueve,   paciendo  la   crecida 
Yerba  con  diente  rígido  y  goloso. 

¡  Cuan  sencilla,  cuan  bella,  cuan  lucida 
Se  muestra  aquí  natura,  no  viciada 
Por  la  mano  del  hombre  corrompida!" 

Todos  los  tercetos  tienen  la  misma  ternura,  el  mis- 
mo sabor,  la  misma  académica  y  cincelada  forma.  Lo 
cierto  es  que  los  románticos  de  la  época  que  sigue  á 


3Ó2  HISTORIA  CRÍTICA 


la  época  en  que  esta  composición  se  escribía,  —  aun- 
que hayan  sabido  llorar  exquisitamente  sus  pesadum- 
bres y  conquistarnos  el  bien  de  la  libertad  en  el  arte, 
—  jamás  imaginaron  ni  compusieron  estrofas  tan  poé- 
ticas y  apacibles  como  estos  tercetos,  donde  la  verdad 
de  los  epítetos  y  la  cadencia  de  las  consonancias  y 
lo  puro  del  lenguaje  brillan  y  resaltan  como  rayos 
de  sol  primaveral  en  una  fronda  virgen  y  embalsamada 
por  bermejos  capullos. 

Oid  aún  cómo,  después  de  hablar  de  los  múltiples 
lances  de  la  caza,  la  musa  refiere  el  monótono  y  ador- 
mecedor goce  de  la  pesca: 

"La  pesca  descansada  y  agradable. 
Del   imaginativo   pensamiento 
Callada  compañera   inseparable; 

La   pesca   en   fin   filósofa,   fomento 
Al   hondo   meditar,   también   seranos 
De   igual,   sino   mayor   divertimento. 

¡  Oh  qué  gusto  será  mirar  ufanos 
Colgado  el  pez  de  la  flexible  caña. 
Haciendo    por   soltarse   esfuerzos   vanos! 

No  le   libertara  de  nuestra  maña 
Ni   el  bosque  marginal    del   arroj'uelo, 
Ni   su  tupida  juncia  y  espadaña. 

Que  al   dulce  cebo   de   falaz  anzuelo, 
De  sus  húmidas  cuevas  atraído 
Vendrá  al   fatal  engaño  sin  recelo." 

El  relato,  que  terceto  á  terceto  multiplica  sus  ricos 
tonos  y  sus  decires  de  sabor  arcaico,  concluye  con  la 
rápida  descripción  de  una  gruta  de  alcobas  tan  bellas 
como  extrañas,  donde  ríen  el  suspiro  del  céfiro  va- 
garoso y  el  bullir  del  caudal  de  cristales  azules.  Allí, 
ante  la  naturaleza,  que  yace  en  languidez  y  reposa  en 
calma,  la  musa  se  engrandece  poseída  por  una  inde- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  303 

cible  emoción,  sintiéndose  capaz  de  caridad  y  afecto 
para  con  todo  y  para  con  todos,  bajo  el  silencio  au- 
gusto del  bosque  plácido  y  secular. 

La  Epístola  á  Doricio,  escrita  en  1832,  es  una  de 
las  notas  más  altas  que  nos  ha  dejado  la  escuela  á 
que  perteneció  don  Francisco  Acuña  de  Figueroa. 

A  pesar  del  acre  estruendo  de  las  batallas  y  del 
clamor  continuo  de  las  polémicas,  otros  muchos  in- 
genios, merecedores  de  encomio  y  de  recordación,  se 
dedicaron  al  apacible  cultivo  de  las  musas  desde  1830 
hasta  1865.  La  actividad  poética  no  encontraba  un  obs- 
táculo, sino  un  acicate  en  la  actividad  política,  siendo 
el  trípode  deifico  á  modo  de  Sinaí  y  á  modo  de  Tabor. 
En  aquellos  lustros  de  algaradas  ideológicas  y  mar- 
ciales torneos,  no  fueron  pocos  los  que,  como  don 
Melchor  Pacheco  y  Obes,  entretenían  sus  ocios  y  sus 
pesares  rimando  girondinas  quimeras  y  amargas  de- 
cepciones. Nacido  en  Buenos  Aires  el  20  de  Enero 
de  1809  y  muerto  en  Buenos  Aires  el  21  de  Mayo  de 
1851,  pero  bien  enlazado  por  su  vida  y  por  su  corazón 
al  corazón  y  á  la  vida  de  nuestro  terruño,  fué  don 
Melchor  Pacheco  un  tribuno  ardoroso  y  un  soldado 
viril,  haciendo  lujo  de  estoicismos  laconios  y  bravuras 
romanas  en  la  época  que  ilumina  la  luz  de  Ituzaingó. 
Los  acontecimientos  de  1842  le  encontraron  al  frente 
de  la  comandancia  militar  de  Soriano,  desde  donde, 
no  pudiendo  resistir  á  la  invasión  de  las  fuerzas  alia- 
das con  Rosas,  vino  á  engrosar  la  hueste  de  los  encas- 
tillados tras  los  ciclópeos  muros  de  Montevideo.  Uni- 
tario y  antioribista  desde  las  primeras  horas  de  la 
Defensa,  fué  el  alma  y  el  acero  de  la  ciudad  sitiada, 
en  la  que  dispuso  y  ordenó  á  su  antojo,  no  reparando 
en  medios  para  adquirir  recursos  y  sostener  el  brío 
de  sus  legiones.  Bajo  su  férula,  que  pecó  en  ocasiones 
de  dura  y  de  bravia,  les  fué  preciso  á  todos  aceptar 


304  HISTORIA  CRITICA 

el  impuesto  de  sangre  ó  de  fortuna  que  les  marcó  su 
voluntad  inquebrantable  y  dominadora.  Representante 
del  gobierno  de  la  Defensa  en  Francia,  permaneció 
largo  tiempo  en  París,  siendo  su  vida  como  un  ro- 
mance complicadísimo,  pues  conoció  el  destierro  con 
sus  estrecheces,  la  diplomacia  con  sus  intrigas,  la 
tribuna  con  sus  efervescencias,  la  popularidad  con  sus 
veleidades  y  sus  abandonos,  haciéndose  tiempo  para 
escribir  opúsculos  y  enhebrar  estrofas  que  selló  con 
su  sello  la  musa  romántica.  Como  Juan  Carlos  Gó- 
mez, como  Fermín  Ferreira,  como  Fajardo,  se  lanzó 
tras  las  huellas  de  Echeverría,  siendo  la  más  sentida 
y  la  más  celebrada  de  sus  composiciones  la  que  lleva 
por  título  El  cementerio  de  Alégrete. 

"Los  que  en  las  dichas  de  la  vida  ufanos 
Corréis  jugando   su  azarosa  senda. 
Ceñidos   de  fortuna  con   la  venda 
Que   os  muestra  eternos   sus   favores  vanos; 

Los  que   de  risas  y  venturas  llenos, 
Orlada   en   flores  la  altanera   frente, 
Cruzáis  por  esa  rápida  corriente 
Que   en  barca   de   dolor  surcan   los  buenos; 

Los  que   libáis  en  la  nectarea  copa 
De  los  placeres  sus  delicias  suaves. 
Como   los  trinos  de  doradas  aves, 
Como  los  besos  de  una  linda  boca: 

Volved   la  espalda  á   la   suntuosa   sala 
De  orgullo  y  oro  y  corrupción  vestida, 
Venid  á  este  salón  á   que  os  convida 
La  muerte   orlada   de  su   eterna   gala. 

Venid   á   este   salón,   á   cuya   puerta 
Malgrado   tocaréis   en   algún   día; 
Aquí   de   los   vapores  de  la  orgía 
Vuestra  alma  libre   se  verá   despierta. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  305 

Y  es  bueno   conocer  una  posada 

A  que  hemos  de  llegar  precisamente, 
Ya  se  marche  en  carroza  refulgente. 
Ya  arrastrando  entre  zarzas  la  pisada. 

Y  es  útil  levantar  esas  cortinas 

Que  la  heredad  envuelven  más  preciosa 

Y  del   que   planta  solamente   rosa 

Y  del  que  coge  solamente  espinas! 

Y  es  justo  contemplar  lo  que  nos  queda 
De  todos  los  regalos  que  da  el  mundo, 

A  los  que  estamos  en  dolor  profundo 

Y  á  los  que  ensalza  la  voluble  rueda!" 

En  el  mismo  tono  melancólico  y  grave  se  des- 
envuelve el  resto  de  la  composición.  Los  dichosos  de 
la  tierra  no  debieran  olvidar  nunca  que  todo  concluye, 
que  todo  muere,  que  todo  se  olvida. 

"Sí,  que  en  dolor  el  alma  desgarrada 
Al  reino  de  la  muerte  nos  llegamos, 

Y  en  su  espejo  infalible  divisamos 
Que  gloria,  pena,  dicha,  todo  es  nada! 

Sí,  que  en  este  lugar  se  os  vé  temblando 
Palidecer  entre  congoja  y  miedo, 

Y  del  manto  del  tiempo  el  viejo  ruedo 
Con  mano  desperada  asegurando, 

Quisierais   detenerle  en  su  carrera 
Que  os  arrastra  tranquila  y  majestuosa, 

Y  al  batir  de  su  pie  sobre  la  fosa 
Que  inevitable  al  término  os  espera!" 

Si  el  ataúd  llega  á  la  última  morada  precedido  de 
regia  pompa,  es  que  el  mundo  engañoso  nos  arroja 
de  sí  con  engañoso  estrépito.  Nuestros  despojos  no 
son  sino   lecciones   que   no   sabe   aprovechar  la  pru- 

20.  -  I. 


3o6  HISTORIA  CRÍTICA 


dencia  humana,  y   que  le   dicen   elocuentemente  que 
nuestra  soberbia  es  un  montón  de  lodo. 

¿Lo  dudáis?  Preguntad  al  procer  fiero 
Que  entre  mármol  y  bronce  allí  reposa, 
Al   Creso   que   recubre   aquella   losa, 
Al  bravo  que  allí   duerme  con  su   acero, 

¿A  dónde  está  el  poder,  dónde  la  gloria 
Que  tanto  de  la  tierra  era  preciada, 
Dó   la  opulencia  que  brilló   envidiada, 
A  dónde  el  himno  audaz  de  la  victoria?" 

Todo  del  fango  viene  y  en  fango  se  deshace.  Todo 
pasa  y  se  pierde,  como  nube  de  humo  que  el  viento 
disipa.  La  musa,  que  lo  sabe,  se  ríe  de  los  favoritos 
del  poder  y  la  felicidad,  recostada  en  las  tumbas 
cubiertas   de   hiedra. 

Lo  esmerado  de  la  educación  recibida  en  los  cole- 
gios de  Buenos  Aires  y  de  Río  Janeiro,  salvó  al  poeta 
de  los  abultamientos  de  que  se  vanagloriaba  el  fe- 
briciente lirismo  de  sus  contemporáneos.  Por  desgra- 
cia no  le  salvó  de  sus  incorrecciones  rítmicas,  como 
fácilmente  se  echa  de  ver  leyendo  las  cuartetas  en- 
decasílabas de  su  ¡Adiós!  ó  las  octavillas  italianas 
de  su  Ella  y  el  clavel.  Tampoco  pudo  salvarle  del 
doloroso  engaño  de  mirar  la  existencia  á  través  de 
los  vidrios  de  aumento  de  su  fantasía.  El  romanti- 
cismo consiguió  que  la  imaginación  se  impusiese  á 
la  lógica  lo  mismo  en  métrica  que  en  política,  y  como 
la  realidad  nunca  responde  al  ensueño,  los  reveses 
siguieron  á  los  reveses  y  las  decepciones  á  las  decep- 
ciones, justificando  los  lacrimosos  ayes  de  aquellas 
dispépticas  y  misántropas  liras.  Volvieron  derrotados 
y  tristes  de  su  viaje  á  las  playas  del  ideal,  conside- 
rando el  mundo  como  un  manojo  de  sombras  movido 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  307 

y  removido  por  las  pamperadas  de  la  fatalidad.  El 
crucero  de  la  vida  es  un  terrible  naufragio  para  aque- 
llos soñadores  empedernidos,  como  fué  un  terrible 
naufragio  para  la  nerviosa  exasperación  de  Juan  Car- 
los Gómez. 

Pero  mucho  más  de  lo  que  nosotros  pudiéramos  de- 
cir sobre  la  fantasía  y  la  versificación  de  Melchor 
Pacheco,  dicen  las  estrofas  que  van  á  leerse  y  que 
constituyen  la  más  acabada  muestra  de  lo  que  fué 
nuestra  romántica  modalidad: 

"Y  dijo  un  día  el  fabuloso  Oriente: 
—  Yo  tengo  aromas  que  mi  Arabia  dá, 

Y  le  forman  las  hadas  de  sus  risas 
Cuando  al   Edén  descienden  en  solaz. 

Tengo  diamantes  cual  la  luz  sin  tacha; 
Los  guarda  cuidadoso  mi  Ceilán, 

Y  nacen  de  la  lágrima  amorosa 

De  las  hurís  que  en  mi  paraíso  están. 

Tengo  perlas  en  nácar  escondidas; 
Se  forman  de  las  gotas  de  cristal 
Que  vierten  mis  mañanas,  y  recogen 
Mis  ninfas  en  su  seno  virginal. 

Tengo  también   entre  mi  mar  extenso, 
Vestido   de   carmín,   rico  coral ; 
Sangre  pura  que  suele  á  mis  sirenas 
La  punta  de  las  rocas  arrancar.  — 

Y  yo  le  respondí:  —  Del  labio  de  ella 
El   ámbar  prueba  que   sonriendo   dá; 

Y  dime,  ¿cuál  aroma  de  tu  Arabia 
No  quisieras  por  él  luego  cambiar? 

Mira  la  luz  que  vierte   de   sus  ojos 

Y  que  el  dulce  pudor  viene  á  velar; 

Y  dime   si  ves   luz  en   los  diamantes 
Con  que  se  enorgullece  tu  Ceilán. 


3\>8  HISTORIA  CRÍTICA 

Mira  la  pura  lágrima  que  envía 
De  su  pecho  la  angélica  piedad; 

Y  dime  lo  que  valen  esas  perlas 
Que  se  cambian  con  vidas  en  tu  mar. 

Ve  en  su  linda  mejilla  los  colores 
Con  que  suele  á  la  rosa  embelesar, 

Y  quiebra  entre  tus  rocas  los  corales 
Que  pálidos  y  pobres  ya  verás. 

¿Para  dar  á  tus  joyas  más  valía 
Maravillas  me  vienes  á  contar? 
Para  hacer  que  te  admires  de  mi  joya 
Ahí  la  tienes  en  toda  su  verdad! 

De  tus  hadas  la  vara  misteriosa, 
Sus   dorados  palacios   de  marfil; 
La  beldad  que  escondida  en  mirra  y   flores 
Amorosas  ofrecen  tus  hurís; 

Tus  sirenas   de  cantos  melodiosos 
Con  diademas   de  perlas   y  rubí ; 

Y  tus  ninfas  que  arrastra  en  carros  de  oro 
Sobre  mares  azules   el   delfín: 

¡Oh!  que  vengan  con  todos  sus  encantos, 
A   contemplarla  en  su  beldad  gentil, 

Y  perderás  Oriente  fabuloso 
Las  ilusiones  que  adorar  te  vi! 

Si  prescindimos  de  la  monótona  cadencia  de  estas 
estrofas,  monotonía  explicada  por  el  empleo  de  los 
asonantes  agudos,  ¿puede  la  imaginación  desear  un 
festín  más  sabroso,  más  oriental,  más  poéticamente 
ornamentado?  Nuestro  romanticismo,  como  roman- 
ticismo, nada  tiene  que  le  caracterice  con  tanta  pro- 
piedad como  esta  calurosa  página  métrica  de  la  musa 
de   don  Melchor  Pacheco  y  Obes. 

Sobresale  también,  entre  los  ingenios  de  aquella 
época,  el  coronel  don  Pedro  P.  Bermúdez,  nacido  en 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  309 

1816  y  muerto  en  1860.  Colocado  entre  la  agonía  del 
clasicismo  y  el  apogeo  de  la  excentricidad  romántica, 
tiene  por  lo  común  la  perfección  con  que  se  reviste 
la  primera  de  estas  modalidades  retóricas,  sin  carecer 
de  los  líricos  fantaseos  propios  de  la  segunda.  Es- 
cribió algunas  composiciones  sueltas  y  un  drama  his- 
tórico en  cinco  actos,  cuya  representación  fué  un 
triunfo  y  que  lleva  por  título  El  Charrúa.  En  verso 
está  escrito  todo  el  trágico  drama,  hasta  la  dedica- 
toria y  el  prólogo,  siendo  este  último  uno  de  los  me- 
jores romances  octasílabos  que  poseemos,  no  sólo  por 
la  casticidad  de  su  dicción,  sino  también  por  los  fieles 
tiazos  con  que  reconstruye  el  tipo  y  los  usos  de  la 
ra^a  charrúa,  de  aquella  raza  invencible  é  indómita 
que,  según  el  poeta, 

"Iba  en  el  crinado  potro 
Recorriendo   la  campaña. 
Cruzando   ríos  y  arroyos, 

Y  bosques   y  hondas  quebradas, 

Y  pantanos  y  chircales, 

Y  lagunas  y  montañas.... 
Siempre  respirando  bríos, 
Siempre   vomitando   saña, 
Siempre  blandiendo  su  pica, 
Siempre   soñando  venganza." 

El  diálogo  de  la  obra,  que  es  un  poema  escénico 
más  que  un  verdadero  drama,  no  se  distingue  por  la 
naturalidad  y  la  animación,  pues  el  poeta  abusa  con 
frecuencia  de  los  parlamentos  que  le  permiten  lucir 
sus  dotes  de  versificador  armonioso  é  imaginativo. 
Como  describe  bien  y  rima  con  una  maestría  poco 
común  en  aquellos  lustros  en  que  la  política  y  la  li- 
teratura eran  como  un  febriciente  tanteo,  sus  líricas 


310  HISTORIA  CRÍTICA 


tiradas  nos  producen  deleite  y  nos  fatigan  menos  de 
lo  que  hace  esperar  su  mucha  inexperiencia  en  cosas 
de   teatro. 

La  acción  del  drama  se  desenvuelve  en  1573,  inter- 
viniendo en  ella  Juan  Ortiz  de  Zarate,  el  capitán  Car- 
vallo, y  los  charrúas  Zapicán,  Lirompeya,  Abayubá, 
Magaluna  y  Urambía.  Abayubá  adora  en  Lirompeya, 
que  paga  bien  los  quereres  del  indio  heroico,  el  que 
la  dice  á  la  sombra  de  nuestros  ceibos,  donde  levanta 
sus  cavatinas  el  cardenal : 

"Un  beso  tuyo,  Lirompeya  mía. 
Es  más  dulce  que  miel,  y  tus  amores 
Más  bellos  para  mí  que  lo  es  al  día 
El  luminar  de  inmensos  resplandores." 

Zapicán,  padre  de  Lirompeya,  le  concederá  la  mano 
de  la  virgen  salvaje  al  charrúa  valiente,  cuando  hayan 
conseguido  arrojar  á  los  españoles  del  patrio  suelo, 
y  la  sangre  del  mozo  hierve  irritada  por  la  impacien- 
cia, mientras  su  mano  aguza  las  saetas  de  su  carcax, 

"Cuando   pienso,  mi  bien,  que  está  lejano 
El  instante  que  dichas  me  asegura; 
Cuando  pienso,   mi   bien,  que   de  un  tirano 
Y  su  exterminio  pende  mi  ventura." 

Abayubá,  movido  por  Zapicán,  negocia  un  convenio 
con  las  otras  tribus  guerreras  del  pago,  á  fin  de  ex- 
pulsar á  los  peninsulares  de  nuestras  costas,  cele- 
brando los  caciques  una  gran  asamblea  para  resol- 
ver el  instante  y  el  modo  de  llevar  á  la  práctica  sus 
planes  de  vindicta  libertadora.  Las  opiniones  están 
divididas.  Zapicán  quiere  que  se  apresure  el  momento 
de  la  liberación;  pero  Urambía.  ciego  y  anciano,  cree 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  311 


que  no  ha  llegado  la  oportunidad  de  oponer  el  dardo 
al  mosquete  y  la  pica  á  la  espada,  porque  ni  todas 
las  tribus  están  reunidas  para  el  combate,  ni  se  ha 
dormido  aún  la  cautelosa  desconfianza  de  los  intru- 
sos. Zapicán  insiste  y  Urambía  trata  de  conmover  su 
paternal  ternura,  pintándole  los  peligros  á  que  la 
derrota  expondría  á  Lirompeya: 

"Concédeme   también   que   te  recuerde 
Tu   hija  querida,   pura   como   el   alba: 
La  pierdes   con   la  patria,   si  se   pierde; 
La  salvas  con  la  patria,  si  se  salva." 

Magaluna  está  inquieto.  No  cree  en  el  triunfo.  Ha 
tenido  un  sueño  que  le  desazona  y  que  cubre  su  cuerpo 
de  atleta  con  un  sudor  frío.  Cuenta  su  pesadilla,  pro- 
nóstico de  desastres  y  de  esclavitud,  para  reforzar  el 
piudente  discurso  del  anciano  Urambía.  Vio  que  so- 
bre una  loma,  extensa  y  desprovista  de  toda  vegeta- 
ción, su  tribu  se  batía  con  los  extranjeros,  siendo  te- 
rriblemente vencida  y  apacentándose  los  caranchos 
con  cadáveres  indios.  Allí,  junto  á  los  suyos,  lívido 
el  rostro  y  polvoso  el  labio,  pero  aun  reteniendo  la 
tronzada  lanza  en  su  mano  heroica,  yacía  Zapicán.  Y 
Magaluna  dice  á  los  caciques: 

"Tornando  en   vuestro  acuerdo,   no  imprudentes 
Despreciéis  los  avisos  que   dá  el   cielo 
A  las  dormidas  gentes." 

Zapicán  se  obstina.  Un  augurio  feliz  puede  contra- 
rrestar el  triste  augurio  de  la  siniestra  visión  de  Ma- 
galuna. Toma  una  flecha  de  su  carcax,  la  coloca  en 
su  arco,  y  la  dispara  como  si  pretendiese  herir  á  las 
nubes.   La  flecha  asciende   girando   por  los  aires,  y 


31(1  HISTORIA  CRITICA 

vuelve  á  desce,nder  clavándose  silbadora  sobre  la  es- 
cena. Ya  está  vencida  la  mala  suerte.  Abayubá,  que 
comparte  las  impaciencias  de  Zapicán,  se  pone  de  pie 
y  grita  con  ardimiento: 

"¿La  veis,  la  veis,  amigos?  Hay  quien  duda 
De  la  victoria  ahora?  Sin  tardanza 
Embrazad  vuestras  armas,  y  bizarros 
Corramos  á  la  lid  y  á  la  venganza!" 

El  acto  tercero  concluye  con  la  despedida  de  Li- 
rompeya  y  Abayubá.  Este  la  dice: 

"Llegó,   Lirompeya  amada, 
El  instante  torvo  y  fiero 
En  que  el  labio  del  guerrero, 
Sofocando  su  ay!   de  amor, 
Entone  con  habla  airada 
El  audaz  canto  de  guerra. 
Que  hace  tremer  á  la  sierra 

Y  agitar  el  corazón." 

La  virgen  de  los  toldos,  no  queriendo  ser  menos, 
le  responde  con  esta  otra  octavilla  italiana: 

"¡Otra   lid!    Dame  tus  brazos. 
En   ellos    encadenada 
El  alma  á  tí  consagrada 
Ahogue,  talvez,  su  dolor. 

Y  es  verdad?  Aquestos  lazos 
Que   unen  mi   vida  á  tu  vida, 
Va   tu  funesta  partida 

A  desanudarlos  hoy." 

En  el  acto  siguiente,  en  tanto  que  los  charrúas  se 
preparan  á  la  matanza  que  ha  de  asegurarles  la  sobe- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  313 

ranía  de  nuestras  costas,  donde  las  juncaleras  se  me- 
cen á  los  soplos  del  aliento  estival,  el  capitán  Car- 
vallo, valiéndose  de  Ontiveros,  un  desertor  de  la  es- 
cuadra española,  hace  llevar  un  cartel  de  desafío  al 
brioso  Abayubá.  El  cacique  no  rehusa  el  combate,  y 
adelantándose  hasta  las  empalizadas  del  fortín,  dice 
con  voz  serena  estos  octasílabos,  que  podrían  figurar 
entre  los  mejores  del  antiguo  romancero  español: 

"Guardias  que  dentro  esos  muros 
Asilando  vuestra  audacia 
Esquiváis  de  los  charrúas 
La  certeza  y  alta  lanza, 
Id,  y  á  Carvallo  el  infame 
Que  aquí,  escondido,  os  comanda. 
Decidle  que   el   que  emplazó 
Ya  está  en   abierta   campaña 
Esperándolo,   deseoso 
De  verlo  jugar  sus  armas 
Para  ver  si  corresponden 
Las  obras  á  las  palabras. 
Decidle  que   viene    solo, 
,  Aunque  trae  en  su  compaña 

El   desnudo   pecho  osado, 
Su   no  mentida   arrogancia, 
Su  valor,  su  aguda  pica 
Y  su  anhelo   de  venganza." 

Y  el  charrúa,  cada  vez  más  altivo,  termina  así: 

"Decidle   que   deje  el   lecho 
Si  es  que,  acaso,  en  él  descansa. 
Que   vista   tejida   cota. 
Que   cale   espesa   celada, 
Que  embrace  fuerte  rodela, 
Que   empuñe   filosa   espada. 


3Í4  HISTORIA  CRÍTICA 


Y  me  traiga  su  cabeza, 
Tanto  tiempo   aquí    esperada, 

Y  juróle  por  mi  vida 

Que  al  frente  de  sus  murallas 
Le    será    por   este    brazo 

Y  con  sus  armas  cortada." 

Carvallo  hace  que  sus  ballesteros  se  apoderen  del 
indio,  y  aprisiona  también  á  la  amada  de  éste,  atraída 
al  campo  de  la  lucha  por  un  ardid  mañoso.  Al  verla 
entre  sus  redes,  Carvallo  codicia  la  hermosura  de  la 
grácil  indiana,  como  el  milano  codicia  á  la  paloma 
de  plumaje  azul;  pero  Lirompeya,  aunque  cautiva  en- 
tre los  muros  del  fortín  hespérico,  resiste  á  la  lujuria 
del  capitán,  quien  se  goza  anunciándole  el  pronto  su- 
plicio del  cacique  que  supo  robarle  el  corazón.  En 
el  acto  quinto,  Lirompeya,  en  uno  de  los  coloquios 
que  ponen  á  prueba  su  amor  y  su  virtud,  roba  su  pu- 
fíal  al  jefe  de  los  peninsulares,  pensando  con  amarga 
alegría  que  los  muertos  son  libres.  Poco  después,  Aba- 
yubá,  ya  cerca  de  la  hora  de  su  martirio,  medita,  ante 
el  calabozo  de  su  adorada,  en  lo  engañoso  de  sus 
visiones  de  triunfo  y  de  ventura.  Pasaron  para  siem- 
pre, como  el  camalote  que  las  olas  del  río  arrastran 
hacia  el  mar. 

"Pasaron,  sí,   pasaron   los   ensueños 
De  guerra,  de  victoria  y  de  venganza, 
Con  que  bajo  mi   toldo   el   Grande   Espíritu 
En  horas  de  reposo  me  halagaba. 
Parto  al   país   de   los   justos:   un   pie   mío 
Toca  el  linde  feliz  de  esa  morada. 
Mis  ojos  van   á  ver  dentro   de   poco 
No    esta   cadena   vil    y  estas   murallas. 
Sino    los   verdes   y   quebrados    campos 
Donde  mi   padre  y  mis  abuelos  vagan 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  315 


Tras  el  venado  y  avestruz  ligeros, 
Gozando  de  la  paz  y  de  la  caza. 
Yo   con   ellos   allí....    Yo!    solo!   y   ella! 
¡Ella  del  blanco  aquí  mísera  esclava!.... 
¿Ella  esclava  del  blanco?  ¡Lirompeya, 
Ven  conmigo  á  la  patria  de  las  almas!" 

La  joven,  al  escuchar  la  voz  de  su  adorado,  fuerza 
el  cerrojo  de  su  prisión,  y  sigue  una  escena  de  amor 
que  es  una  de  las  más  hermosas  escenas  del  drama. 

"Abayubá. — ¿Es  posible?  ¡  En  mis  brazos !  ¡Lirompeya! 
¿Oíste  cuando  al   labio  te   llamó? 
Era  que  ansiaba  verte,  estar  contigo, 
Rodear  tu  cuello  y  escuchar  tu  voz. 
El  indio  no  era  un  hombre  en  ese  instante. 
Era  la   frágil   caña   seca  ya 
Que  en  pie  se  tiene,  mas  que  vuela  en  piezas 
Si  á  su  paso  la  toca  el  huracán. 
Sintiéndome  f laquear,  —  perdón,  —  tu  nombre 
Yo  escondí  aprisa  aquí   en   el  corazón, 
Y  volví  á  ser  charrúa,  mi  ser  todo 
Transpiró  fuego  y  bríos  y  valor. 

Lirompeya,  (mostrándole  el  puñal). — 

Lo  ves?   Hagamos  juntos  el  gran  viaje. 
Nos  esperan  tu  padre  y  Zapicán; 
No  vaciles,  partamos,   si   demoras 
Dentro  un  momento  será  tarde  ya. 

Abayubá.  —  ¡Y  yo  he  de  ver  tu  sangre  gota  á  gota 
Salpicando  la  lóbrega  prisión 
Que  levantara  en  nuestra  libre  tierra 
El   odiado   poder   del  español! 


3i6  HISTORIA  CRÍTICA 

Lirompeya.  —  Si  el  rayo  tronza  el   corpulento  ceibo 
Que  se  asoma  al  torrente  bullidor, 
La  alta  copa,  rodando  en  la  corriente, 
La  blanca  flor  del  aire  lleva  en  pos. 

Y  así,  como  nosotros,  enlazados 
De  risco  en  risco  despeñados  van, 

Y  al  cauce  llegan  del  arroyo,  y  siguen 
Del  lago  al  río  y  desde  el  río  al  mar." 

Lirompeya,  después  de  este  diálogo  riquísimo  en 
imágenes,  se  hiere  con  el  puñal  que  robó  á  su  ver- 
dugo, alargándole,  al  espirar,  el  ensangrentado  acero 
á  su  prometido.  Éste  á  su  vez,  se  mata  sobre  el  ca- 
dáver de  la  virgen  india,  mientras  los  charrúas  asal- 
tan el  fuerte,  apoderándose  de  Carvallo. 

Tal  es  el  asunto  y  tal  es  la  versificación  del  drama 
histórico  de   Bermúdez. 

También  en  pleno  romanticismo,  en  1848,  escribióse 
un  drama  trágico  en  siete  cuadros  y  en  correcta  prosa. 
Ese  drama  se  titula  Amazampo.  Su  autor  era  oriental 
y  no  debió  ser  lerdo,  sino  muy  avisado;  pero  ocultó 
su  nombre  con  modesta  é  incomprensible  solicitud. 
La  obra  cautiva  por  su  lenguaje  y  por  su  grandeza. 
La  acción  es  viva  y  rápida;  el  diálogo  es  fácil  y  elo- 
cuente; el  asunto  es  escénico  y  original.  La  acción 
del  drama  se  desarrolla  en  Lima  y  sus  alrededores 
hacia  el  año  de  1636.  El  primer  cuadro  representa  el 
interior  de  una  vasta  caverna,  en  cuyo  fondo  se  abre 
la  negra  boca  de  un  precipicio  donde  grita  un  to- 
rrente. Amazampo,  el  cazador  nervudo  y  terrible  de 
conquistadores,  aparece  en  la  gruta  brumosa  y  sel- 
vática, circundado  de  indios  que  le  miran  con  tris- 
teza y  respeto.  Por  orden  del  caudillo,  los  indios  se 
alejan  en  busca  de  tigres  y  en  busca  de  hispanos,  para 
apagar  con  sangre  de  extranjeros  y  fieras  la  sed  del 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  317 

territorio  que  ultrajan  implacables  la  zarpa  y  el  mos- 
quete. Amazampo  se  queda  á  solas  con  Zorés.  Éste  le 
pregunta  la  causa  de  la  inercia,  de  la  melancolía,  del 
desaliento  en  que  yace  el  caudillo,  que  poco  antes  era 
terror  de  los  extraños  y  orgullo  de  su  raza.  Ama- 
zampo  responde  que  está  cansado  de  vivir,  Maida,  su 
estrella,  la  virgen  de  los  bosques,  la  hermana  de  Zo- 
rés, ha  dejado  de  amarle  ó  no  le  amó  jamás.  Lo  siente. 
Lo  adivina.  Se  lo  dicen  á  gritos  el  cielo  y  la  tierra. 
Lo  sabe  por  el  ave  que  pasa  y  la  flor  que  se  rompe. 
Todo  se  lo  asegura  á  su  corazón.  Y  el  caudillo  no 
miente.  Maida,  la  indígena  de  ojos  de  paloma  y  talle 
de  junco,  está  apasionadísima  de  Fernando,  heredero 
del  conde  de  Chacón,  virrey  del  Perú.  Poco  después 
Amazampo  sorprende  una  cita  de  los  amantes,  des- 
arma á  su  rival  y  va  á  darle  muerte,  cuando  Maida 
interviene  y  dice  entre  sollozos: 

"Maida.  —  Piedad,  piedad  para  mí . . .  .  yo  le  amo. 

Amazampo.  —  Precisamente  porque  tú  le  amas,  debe 
morir. 

Maida,  (junto  al  abismo).  —  Hiere  si  quieres  que 
Maida  muera." 

En  ese  instante  los  indios  se  acercan.  El  caudillo, 
cuyo  amor  se  sublima  con  el  desengaño,  protege  la 
fuga  del  mozo  y  la  niña,  exclamando  con  noble  des- 
prendimiento : 

"Amazampo.  —  Maida,  sé  dichosa  sin  mí;  si  eres 
desgraciada,  llámame." 

El  cuadro  segundo  representa  un  subterráneo.  Allí 
están  los  sepulcros  de  los  antiguos  reyes  del  Perú. 
El  fuego  sagrado  brilla  sobre  un  altar.  Outougamés, 
el  último  descendiente  de  la  familia  incásica,  habita 
el  subterráneo.  Es  un  anciano  ciego,  pero  que  aun 
sueña  con  las  glorias  y  el  triunfo  de  su  estirpe.  En 
ese  subterráneo  se  oculta  Maida.  En  ese  subterráneo, 


3í8  HISTORIA  CRÍTICA 


Ataliba,  Zorés,  Ossani,  Adasio  y  Amazampo  traman 
el  modo  de  aniquilar  al  conquistador.  Amazampo  ha 
descubierto  que  un  árbol  salvaje,  el  árbol  de  la  muerte, 
un  árbol  tenido  por  venenoso,  es  un  árbol  de  vida.  El 
zumo  de  ese  árbol  cura  la  fiebre  que  despuebla  el 
país.  Los  indios  cuidarán  de  que  el  secreto  benefac- 
tor no  sea  conocido  por  los  españoles.  El  árbol  de 
la  selva  sólo  debe  ser  útil  á  los  naturales.  El  extran- 
jero seguirá  considerando  su  zumo  como  una  pon- 
zoña. Así  la  fiebre  acabará  con  la  raza  maldita.  Maida 
sale  de  su  escondite  para  decirles  que  el  real  sarcó- 
fago ya  no  es  un  refugio  para  los  indígenas.  Don  Juan 
de  Alvarado  conoce  el  secreto  de  aquel  asilo,  que 
pronto  invadirán  los  conquistadores.  Outougamés  se 
mata,  haciendo  jurar  á  la  virgen  india  que  no  revelará 
las  ocultas  virtudes  del  árbol  de  la  muerte.  Amazampo 
favorece  de  nuevo  la  fuga  de  Maida,  enseñándole  una 
salida  que  pone  al  subterráneo  en  comunicación  con 
el  palacio  del  virrey  del  Perú.  Luego  incita  á  los  in- 
dios á  batallar  sin  tregua  con  los  españoles. 

"Amazampo.  —  Jurad  disputarles  brazo  á  brazo,  uno 
contra  mil,  los  altares  de  la  patria.  ...  y  si  somos 
vencidos,  si  sobrevivimos,  juremos,  americanos,  que  no 
vencerán  nuestro  odio.  —  Que  no  nos  arrancarán  una 
súplica.  .  .  .  que  si  no  podemos  combatir  como  leones, 
nos  arrastraremos  como  serpientes  hasta  devorarles 
las  entrañas!" 

Los  indios  juran,  en  el  mismo  momento  en  que 
aparece  Alvarado  y  grita  á  los  suyos:  —  ¡Derribad  ese 
altar! 

En  el  cuadro  tercero  Amazampo,  Ataliba,  Zorés  y 
Ossani  están  prisioneros.  Maida,  á  quien  desprecian, 
les  dice  que  Fernando  ha  prometido  interceder  por 
ellos  y  salvarles  la  vida.  Son  acusados  de  rebeldes  y 
de  envenenadores.  Los  extranjeros  atribuyen   la   fie- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  319 

bre  á  una  ponzoña  que  la  astucia  de  los  indios  les  su- 
ministra de  un  modo  incomprensible.  Al  saber  Ama- 
zampo  la  promesa  de  su  rival,  dice  con  desconsolado 
desdén :  —  ¡  Prefiero  morir !  —  La  madre  de  Fernando, 
la  virreina  Teodora,  cuando  el  tribunal  condena  á 
los  caciques  al  suplicio  del  fuego,  ordena  la  suspen- 
sión del  fallo  cruel  hasta  que  el  conde  de  Chacón, 
que  anda  explorando  tierras,  regrese  á  Lima.  El  pue- 
blo insiste  en  que  el  fallo  se  cumpla  y  cuando  el  tu- 
multo se  convierte  en  borrasca  amenazadora,  Chacón 
aparece  declarando  que  la  fiebre  es  una  enfermedad 
y  no  un  maleficio.  En  ese  instante  la  virreina  vacila. 
El  médico  declara  que  ha  sido  atacada  por  el  mal  te- 
rrible. Maida  se  ofrece  á  cuidar  á  la  enferma  y  Ama- 
zampo  se  angustia  pensando  en  el  contagio  á  que  se 
expone  Maida.  En  el  cuadro  que  sigue,  Amazampo 
da  á  Maida  un  pomo  conteniendo  el  zumo  salvador 
del  árbol  de  la  muerte.  Teodora,  expirante,  arranca 
á  Fernando  la  promesa  de  regresar  á  España  después 
de  su  muerte,  para  casarse  allí  con  la  noble  y  hermosa 
Inés  de  Sandoval.  Maida  medita  que  si  la  virreina  re- 
cobra la  salud,  su  Fernando  no  partirá.  Cuando  va  á 
mezclar  con  la  medicina  de  la  virreina  el  contenido 
del  pomo  que  le  entregó  Amazampo,  la  sorprenden 
y  acusan  de  atentar  á  los  días  de  su  bienhechora. 
Maida  no  puede  defenderse  sin  traicionar  el  jura- 
mento que  hizo  en  el  subterráneo  al  inca  moribundo. 
Calla  y  es  condenada  á  muerte.  Fernando  se  aparta 
con  horror  de  ella,  á  quien  conducen  los  guardias  del 
virrey  al  fuerte  de  Lima.  La  enferma  queda  sola. 
Amazampo  aparece  por  el  camino  secreto  que  va  al 
subterráneo  y  la  obliga  á  beber  el  zumo  salvador. 
Sorprendido  á  su  vez  manifiesta  que  la  intención  de 
Maida  fué  salvar  á  la  enferma,  y  se  ofrece  á  quedar 
en  rehenes  hasta  que  la  virreina  recobre  la  salud.  El 


3ao  HISTORIA  CRÍTICA 

milagro  es  sólo  cuestión  de  horas.  En  el  cuadro  úl- 
timo Alvarado  quiere  apresurar  el  suplicio  de  Maida; 
pero  al  fin  se  sabe  que  ésta  es  inocente,  que  aspiró  á 
la  vida  de  la  virreina  y  le  devuelven  la  libertad.  Zo- 
rés,  al  saber  que  Amazampo  traicionó  el  secreto  del 
árbol  indígena,  mata  al  cacique  por  perjuro  á  sus  dio- 
ses y  traidor  á  su  tierra,  —  y  Amazampo  muere  con 
sus  manos  convulsas  entre  las  manos  de  Fernando  y 
de  Maida. 

Si  el  drama  seduce  por  la  rapidez  de  la  acción,  lo 
romántico  de  la  trama  y  la  hermosura  de  la  fraseolo- 
gía, el  drama  deja  mucho  que  desear  como  labor  his- 
tórica. El  virrey  del  Perú,  en  la  década  que  va  desde 
fines  de  1828  hasta  fines  de  1839,  no  tenía  el  título 
de  Chicón.  Fué  catalán  y  conde  de  Chinchón,  llamán- 
dose Luis  Jerónimo  Fernández  de  Cabrera.  En  cam- 
bio es  cierto  el  episodio  del  árbol  de  la  muerte  que 
se  transforma  en  manantial  de  vida,  pues  la  quina  fué 
descubierta  bajo  el  reinado  del  tercero  de  los  explo- 
radores del  Amazonas.  Lo  que  no  es  cierto  es  que 
los  indios  suministraran  ese  remedio  á  los  conquista- 
dores. Cuando  en  1628  la  virreina  se  sintió  fuerte- 
mente atacada  de  unas  tercianas,  el  célebre  medica- 
mento le  fué  suministrado  no  por  un  indígena,  sino 
por  el  rector  de  los  jesuítas,  que  recibió  la  magná- 
nima droga  de  un  misionero  errabundo  y  civilizador. 
Lo  que  no  podemos  poner  en  duda  es  que  el  virrey 
era  tan  ingenioso  como  justiciero,  y  tan  prudente 
como  aguerrido,  principiando  en  su  época,  aunque  no 
por  su  culpa,  la  decadencia  de  las  famosas  minas  del 
Potosí.  Maguer  lo  común  de  algunos  incidentes  y 
maguer  las  mentiras  con  que  el  autor  desfigura  la 
verdad  histórica,  la  labor  del  drama  es  labor  artística 
y  el  drama  vale  la  pena  de  ser  leído.  Hay  elocuente 
naturalidad  en  sus  diálogos,  calor  en  el  movimiento 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  321 

de  SUS  pasiones,  vida  espiritual  en  sus  personajes  y 
hondo  conflicto  en  la  batalla  de  sus  deberes.  Es  una 
nota  de  feliz  augurio  en  los  orígenes  de  nuestro  tea- 
tro. No  sé  si  el  drama  fué  impreso  por  su  autor ;  pero 
conozco  su  manuscrito,  que  se  encuentra  en  la  Biblio- 
teca Nacional  de  Buenos  Aires. 


II 

Poco  nuevo  podemos  decir  al  estudiar  á  don  En- 
rique de  Arrascaeta.  Fué  jurisconsulto,  legislador  y 
ministro  de  Estado,  manifestándose  su  ingenio  en 
toda  su  plenitud  desde  1844  hasta  1847.  —  Coleccionó 
en  un  libro  sus  principales  composiciones  en  1850,  y 
publicó  una  antología  de  poetas  americanos  en  188 1. 
Cuando  nosotros  le  conocimos,  ya  los  años  encorva- 
ban su  no  muy  elevada  estatura.  Era  de  decir  correcto 
y  doctrinal,  sin  ninguna  de  las  condiciones  externas 
que  la  musa  romántica  se  gozó  en  imponer  á  los  for- 
jadores de  madrigales  y  serventesios.  Sin  larga  me- 
lena, ni  pálido  rostro,  ni  ojos  hundidos,  ni  ademanes 
trágicos,  era  lo  que  deben  ser  un  hombre  de  talento 
y  un  ciudadano  probo.  Como  á  todos  los  bardos  de 
su  tiempo,  le  faltó  la  imaginación  verbal.  Su  len- 
guaje era  menos  fogoso  y  menos  encumbrado  que  sus 
ideas.  Oídle  hablar  de  la  mujer  en  La  flor  del  desierto. 

"Rica  planta  que  ciegos   despreciamos, 
Cuyo   inmenso  valor  no  conocemos, 
Y  con  nuestro  abandono  la  secamos 

Sin  verla    florecer, 
Como   el  hombre   educada  ella  sería 
Del  hombre   el   más   riquísimo  tesoro.... 
A   su   mágico  hechizo  reuniría 

Su  genio  y  su  saber. 

2í.  -  I. 


3aa  HISTORIA  CRITICA 


Entonces   todo   para   el   hombre   fuera: 
Esposa   casta,   deliciosa   amiga, 
En   su    incierto   vivir  lo   dirigiera 

Cual  prudente  mentor. 
Amante   fuera  su   ilusión,   su  encanto, 

Y  madre  fiel,  remedo  de  María, 

Fuera   en   fin,  como   dice   el    libro   santo. 
Su   tesoro    mayor." 

Oidle  ahora  dirigirse  á  la  divinidad  en  su  Alabanza 
al  Señor: 

"Heme,   Señor,    en   tu   sagrado   templo. 
Aquí  vine  de  tí  solo  inspirado. 
Desde   mi  hogar   tranquilo   y  olvidado, 
A   alabarte   en   tu    inmensa   excelsitud. 
Heme,   Señor,  aquí ;  ante  tus  aras 
Del   profeta   la  voz  presente  tengo, 

Y  con   su  unción   á  tu  santuario   vengo, 
Si  no  pulso  su  armónico  laúd. 

Heme  solo.  Señor,  en  tu   presencia; 
Familia,   esposa,   amigos  y   afecciones, 
Intereses  mundanos   y  pasiones 
A  las  puertas  del  templo  las  dejé. 
Allá  quedan,   también,  mi   vana  ciencia, 
Rota  y  sin  cuerdas  la  profana  lira; 
Del   mundo,   y   su    egoísmo,    y   su   mentira, 
Para    llegar   á   tí   me    despojé." 

Correcta  casi  siempre,  pero  siempre  fría,  poco  in- 
flujo ejerce  sobre  nuestro  espíritu  la  musa  de  don 
Enrique  de  Arrascaeta.  Es  que  le  faltaba,  como  he- 
mos dicho,  la  imaginación  verbal,  ó  sea  el  poder  de 
caldear  las  frases  en  el  horno  de  la  fantasía,  eligiendo 
y  ordenando   las  voces   poéticas  hasta  que   su   enlace 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  383 


resulte  la  copia  fiel  y  sugestionadora  de  lo  que  mira, 
siente  y  piensa  el  ingenio  que  las  elige  y  que  las 
agrupa.  Casi  todos  nuestros  románticos  carecieron  de 
ese  precioso  é  instintivo  poder,  que  obra  sobre  nues- 
tras facultades  anímicas  como  el  hipnotizador  obra 
sobre  la  voluntad  del  que  se  somete  á  sus  experien- 
cias. La  poesía  no  es  otra  cosa  que  la  expresión  de  la 
belleza  ideal  por  medio  de  la  palabra.  La  inspiración 
es  la  chispa  que  salta  del  choque  de  las  fuerzas  que 
componen  la  actividad  del  genio,  así  como  el  genio 
es  el  don  de  concebir  y  de  ejecutar  la  belleza  de  un 
modo  tan  nuevo  como  sorprendente  y  hechizador.  La 
poesía  aventaja  á  las  otras  artes,  sin  excluir  á  la  mú- 
sica misma,  en  que,  al  servirse  de  la  palabra,  puede  de- 
signar lo  que  las  otras  artes  no  lograrían  por  sus  medios 
simbólicamente  representativos,  pues  la  palabra  tra- 
duce sin  esfuerzo  ni  ayuda  todos  los  fenómenos  de 
la  naturaleza  física  y  todos  los  fenómenos  originados 
en  el  mundo  de  nuestro  espíritu,  desde  los  más  tri- 
viales hasta  los  más  sublimes.  Las  aventaja  también 
en  lo  completo  de  la  exposición,  pues  no  necesita  de 
preámbulos  explicativos,  como  la  música,  obligada  á 
echar  mano  de  accesorios  y  de  alianzas  que  determi- 
nen su  sentido  real,  ó  como  la  arquitectura,  que  exige 
una  clave  para  la  inteligencia  de  su  simbolismo  gó- 
tico ó  arábigo.  Como  el  primero  de  los  fines  de  la 
poesía  es  deleitar,  reproduciendo  la  belleza  por  medio 
de  la  palabra,  el  lenguaje  poético  debe  ser  apropiado 
al  primero  de  los  fines  que  persigue  la  poesía.  Por 
eso,  además  de  servirse  del  verso,  —  ó  sea,  del  ritmo, 
el  número,  la  medida  y  la  repetición  ordenada  de  los 
mismos  sonidos,  —  el  lenguaje  poético  se  diferencia 
del  lenguaje  prosaico  en  que  al  primero  le  es  lícito 
el  uso  de  inversiones  gramaticales  que  no  serían  acep- 
tadas en  prosa,  así  como  también  en  que  á  la  poesía 


334  HISTORIA  CRITICA 


le  es  lícito  el  uso  más  frecuente  y  atrevido  de  las 
metáforas,  la  perífrasis  y  las  prosopopeyas,  porque  la 
poesía  no  sólo  las  busca  con  solicitud,  sino  que  se 
complace  cuando  las  halla  y  se  enorgullece  cuando 
las  emplea.  El  lenguaje  poético,  además  de  tener  á 
su  alcance  todas  y  cada  una  de  las  voces  útiles  á  la 
prosa,  tiene  otras  muchas  voces  exclusivamente  su- 
yas, como  los  arcaísmos,  gozando  del  privilegio  de 
quitar  ó  añadir  letras  á  ciertos  vocablos,  y  gozando 
de  la  libertad  de  dar  á  ciertas  expresiones  un  sentido 
de  que  carecen  en  el  lenguaje  común.  La  poesía  lí- 
rica, que  es  la  que  canta  los  gozos  y  las  penas,  los 
sentimientos  y  los  ideales,  todo  lo  que  constituye  el 
mundo  interior  del  espíritu  del  artífice,  está  obligada 
más  que  otra  alguna  á  ser  noble  y  ardiente  en  sus 
ideas  y  en  su  dicción.  El  carácter  impersonal  de  la 
poesía  épica,  y  la  índole  representativa  de  la  poesía 
dramática  admiten  que  cada  héroe  hable  su  lenguaje 
propio,  sea  este  lenguaje  pintoresco  ó  no;  pero  la 
poesía  lírica,  producto  de  un  alma  que  traduce  lo  que 
tiene  de  más  íntimo  y  verdadero,  debe  ser  siempre 
inspirada  y  fascinadora,  hasta  cuando  se  cubre  con 
las  brumas,  negras  ó  grises,  de  la  desesperación  y  la 
melancolía.  En  su  profundo  desprecio  por  la  forma, 
nuestros  románticos  olvidaron  que  la  poesía  tiene  y 
debe  tener  su  especialísima  elocución.  A  la  prosa  le 
bastan  el  estudio  y  la  práctica.  El  poeta  necesita,  ade- 
más de  la  práctica  y  del  estudio,  del  instinto  que  le 
permite  transformar  las  palabras  en  colores  y  los  vo- 
cablos en  sentimientos.  Ese  instinto  le  faltaba  á  don 
Enrique  de  Arrascaeta.  Lo  que  dio  de  sí  su  romántica 
musa,  diralo  mejor  que  nuestras  palabras  la  poesía 
que  reproducimos  á  continuación  y  que  lleva  por  tí- 
tulo el  hermoso  título  de  Esperanza. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA 325 

"Tras  largos  años  de   discordia   impía 
Debe  el  poeta  su  laúd  pulsar, 
Hoy  que  ve  puro  el  cielo  de  la  patria 
Y  brilla  en  él  el  astro  de  la  paz. 

Que  esas  sombras  que  nublaron 
Nuestro  cielo  ya  pasaron, 
Quizás  para  no  volver, 
Bien  lo  dicen  elocuentes 
Esos  rostros  sonrientes 
Dó  se  viera  el   duelo  ayer. 

La  madre  al   hijo  querido. 
Que  á  sus  caricias  dormido 
Ve   en  el  halda  maternal, 
¡Ay!   no   mire   más  sin   vida 
Por  el  plomo  fratricida 
Sobre  el  desierto  erial. 

Tiempo  es  ya  que  cese   el   llanto 
Que  causara   duelo   tanto. 
Basta   ya    de    destrucción. 
Cruel   y  largo    fué   el   martirio. 
Fruto  amargo  del   delirio 
De  política  pasión. 

El  hombre  probo,  el  noble  ciudadano 
La  mujer  forma  en  el  materno  hogar. 
Si  al  hijo  enseña,  que  es  del  hombre  hermano. 
Amar  la  patria,   al   compatriota  amar. 

Decid,   pues,   á  vuestros   niños 
Que  Dios  en  su  libro  ha  escrito 
Que  es  el  más  grande  delito 
Al   propio   hermano   matar, 
Y   no  hay  acto   más  hermoso 
Entre    los    actos   humanos 
Que  ver  en  paz  los  hermanos 
La  misma  patria  habitar. 


336  HISTORIA  CRÍTICA 


Que   hay   una  lid  para  el  hombre 
Que  Dios  bendice  aquí  abajo, 

Y  esa  es  la  lid  del  trabajo. 
Donde   no    hay   sangre  ni    horror; 

^       Que  hay  otra  lid  para  el   hombre 
Que    engrandece    su    existencia, 

Y  esa  es  la  lid  de  la  ciencia. 
Que   le   dá   dicha  y  honor. 

Sin   cesar  á  vuestros   niños. 
Con   suavísimos   acentos. 
Esos    nobles    sentimientos 
En  sus  almas  imprimid, 

Y  nunca  más  vuestros  hijos 
Irán,   madres   orientales, 

A   esas   luchas   fraternales, 
A  esa  maldecida  lid. 
Bajarán  á   la   pelea 
En  el  campo  de  la  idea 
Donde  no   hay  sangre   ni  horror, 
Realizando   su   destino 
Del   progreso   en   el   camino 
En  pacífica  labor. 

En   medio   entonce   á   tan  serenos   días 
Veréis  al  vate  su  laúd  pulsar, 

Y  bajo  el  puro  cielo  de  la  patria 
De  paz  y  libertad  el  himno  alzar." 

El  prosaísmo  de  la  dicción  quita  realce  y  vuelo  á  las 
ideas.  Como  casi  todos  los  rimadores  de  aquel  tiempo 
son  periodistas  y  son  tribunos,  la  poesía  de  aquella 
edad  tiene  un  carácter  profundamente  civil,  un  ca- 
rácter de  discurso  ó  de  editorial  poco  en  consonan- 
cia con   la   verdadera   índole   y  con   el   fin   verdadero 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  327 

de  la  poesía.  En  la  mayor  parte  de  sus  composiciones, 
la  musa  de  Arrascaeta  se  dirige  más  al  cerebro  que 
á  la  fantasía.  Tiene  talento;  pero  carece  en  absoluto 
de  inspiración.   Ovidio  afirmaba: 

"Est  Deus  in  nobis;  agitante  calescimus  illo; 
Sedibus  cethereis  spiritus  Ule  venit." 

Poco  también  podemos  decir  de  Rafael  Ximénez, 
cuya  musa  sana  y  religiosa,  pero  incorrecta,  se  parece 
en  un  todo  á  la  musa  de  sus  contemporáneos.  Nacido 
en  1825  y  muerto  en  1904,  después  de  una  vida  laboriosa 
y  larga,  ni  como  lírico  ni  como  dramaturgo,  deja  obra 
de  valer  y  de  duración.  No  sucede  lo  mismo  con  don 
Francisco  Xavier  de  Acha,  despertado  á  la  vida  en 
1828,  que  se  impuso  no  sólo  en  el  campo  de  las  románti- 
cas hipocondrías,  sino  que  también  mostró  condiciones 
excepcionales  para  el  cultivo  del  género  epigramático 
y  jacarandoso.  Redactó  La  República  en  1860,  dirigió 
El  País  en  1862,  y  publicó  en  1868  un  periódico  satí- 
rico, muy  lleno  de  agudeza,  que  respondía  al  nombre 
de  El  Molinillo.  Su  ingenio  nos  legó  un  libro  de 
poesías  que  consta  de  350  páginas  y  que  se  titula 
Flores  silvestres.  —  Es  romántico  hasta  la  médula  de 
los  huesos  por  la  dicción  y  por  el  melancólico  dejo 
de  sus  estrofas ;  pero  ni  abundan  los  colores  en  su 
paleta,  ni  puede  citársele  como  modelo  de  decir  cas- 
tellano. 

"Mentira   sois,  ilusiones, 
Que  halagáis  los  corazones 

Al   pasar ; 
Quimera  de  un  mundo  extraño, 
Que  amargáis  del  alma  el   daño 

Sin   cesar. 


328  HISTORIA  CRITICA 


Un  tiempo  fué  que  dichoso 
Vuestro  prestigio  amoroso 

Yo   invoqué ; 
Pasó  leve  el  sueño  mío 
Y  en  pos  desierto  y  sombrío 

Todo  hallé." 

De  Francisco  Xavier  de  Acha  puede  decirse  que  es 
un  poeta  irregular,  variable,  dado  á  las  octavillas  y  al 
alejandrino;  pero  sonoro,  entusiasta,  poliforme  y  edu- 
cador. Adora  la  soledad  del  campo,  conoce  que  el 
amor  maternal  es  á  modo  de  vaso  sin  heces  agrias, 
protesta  contra  las  crueldades  de  la  guerra  civil,  en- 
vidia la  paz  del  espíritu  de  que  gozan  los  justos,  le 
angustian  la  mendicidad  de  los  niños  y  la  pena  de 
muerte,  pregona  la  libertad  de  la  prensa  y  cae  de  hi- 
nojos ante  la  bandera  de  Sarandí. 

"De  libertad  naciente  la  tricolor  bandera 
El  símbolo  sagrado  de  nuestras  glorias  es! 
Para  ostentarse  ufana,  con  arrogancia  fiera 
Necesitó  esa  enseña  los   héroes   Treinta  y  Tres! 

Cual  lábaro  bendito  flameaba  en  el  combate 
Por   ellos  conducida,   con   santa   abnegación. 
En  esa  lucha  heroica  á  cuyo   rudo  embate 
Surgió  para   la  patria  la  ansiada  redención! 

Patriotas  denodados,  de  brío  heroico  y  fuerte, 
La   enseña  tremolaron  venciendo  al  opresor, 
Que  en  ella  escrito  habían  —  O  libertad  ó  muerte, — 
Y  es  ley  que  un  pueblo  libre  no  tenga  amo  y  señor! 

¡  Salud  á  esos  girones  de  la  inmortal  bandera. 
Que  en  su  cruzada  alzaron  los  héroes  Treinta  y  Tres! 
¡Salud  á  esos   girones,   herencia  de  una  Era 
Que  el  símbolo  más  alto  de  nuestras  glorias  es! 

El   labio   del   patriota,  entusiasmado,  ardiente, 
Besar  debe  esa  enseña  con   gran   veneración, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  329 


Como  reliquia  hermosa  de  libertad  naciente, 
Cual   lábaro   bendito   de   santa   redención, 

¡  Salud  á  los  girones  de  la  primer  bandera 
Sin  manchas  que  la  empañen,  con  gloria  sin  igual, 

Y  lauros  en  la  tumba  á  la  constancia  fiera 
De  los  que  libertaron  al  gran  pueblo  oriental!" 

Como  se  ve,  la  dicción  no  es  mucho  más  poética  ni 
más  escogida  en  Francisco  Xavier  de  Acha  que  en 
Adolfo  Berro  ó  que  en  Enrique  de  Arrascaeta.  Sus 
estancias  patrióticas  le  sobreviven  sólo  por  el  entu- 
siasmo que  late  en  ellas,  como  la  luz  en  el  ópalo  y  en 
el  rubí;  pero,  fuera  de  la  ardentía  de  que  están  im- 
pregnadas, su  vuelo  es  débil  y  su  verba  pobre,  como 
es  débil  el  vuelo  y  pobre  la  verba  de  todos  los  rima- 
dos deliquios  de  Flores  Silvestres. 

Ricas  en  sentimiento  noble,  aquellas  páginas  care- 
cen de  brillo  por  el  prosaísmo  del  lenguaje  y  la  ca- 
rencia de  educación  de  la  fantasía.  Oid,  sin  embargo, 
como  llora  ante  la  suerte  de  la  patria  caballeresca  de 
los  polacos  y  como  se  indigna  ante  la  indiferencia 
con  que  los  reyes  europeos  asisten  al  reparto  sacri- 
lego de  la  nación  vencida: 

"¡Polonia,  noble  mártir,   su   libertad  defiende! 
Polonia,  sus  derechos  reclama  al   expirar! 

Y  ¡oh  Dios!  la  diplomacia  de  Europa  no  comprende 
Que  para   Europa  expira  también   la  libertad! 

¿Dó  están  los  bríos  heroicos  de  la  arrogante  Francia? 
¿Dó  está  el  orgullo  altivo  de  la  potente  Albión? 
¿De  Italia  el  fiero  arrojo,  de  España  la  arrogancia? 
¿Murió  para  esos  pueblos  la  santa  abnegación? 

Y  ¿cómo  no  responde  la  Europa,  ni  levanta 
La  humanitaria  enseña  de  civilización? 

¿No  escucha  ella  ese  grito  que  al  Universo  espanta, 

Y  va  de  polo  á  polo  cundiendo  con  horror? 


330  HISTORIA  CRITICA 


¿No  es  harto  el  infortunio,  no  es  harta  la  matanza, 
De  niños  y  mujeres  y  débil  senectud? 
¿No  habrá  para  Polonia  un  rayo  de  esperanza? 
¿No  basta  de  martirio,  horror  y  esclavitud?" 

Don  Francisco  Xavier  de  Acha  escribió  téuubién 
un  juguete  cómico  que  se  titula  Bromas  caseras,  y 
un  drama  en  verso  que  se  denomina  Una  víctima  de 
Rosas.  El  juguete  cómico,  en  tres  actos  y  en  prosa, 
pinta  con  verídicas  pinceladas  la  pasión  de  los  celos, 
siendo  á  mi  entender  más  teatral,  si  se  atiende  al  len- 
guaje y  al  movimiento,  que  el  drama  histórico  cuyos 
héroes  usan  y  abusan,  en  sus  largos  monólogos,  de 
las  octavillas  y  de  los  endecasílabos  aconsonantados. 
En  el  juguete  cómico,  el  carácter  más  propio  y  más 
sostenido  es  el  carácter  de  Elena.  Elena  está  enamo- 
rada de  Carlos.  Es,  en  cierto  modo,  la  hermana  menor 
de  la  gran  amorosa  descrita  sobre  la  escena  por  Porto 
Riche.  Elena,  idolatrándole,  desespera  y  martiriza  á 
su  marido.  Le  cuenta  las  horas,  hasta  los  minutos 
que  está  fuera  de  su  casa.  Hace  el  arqueo  más  escru- 
puloso de  sus  bolsillos,  para  saber  cuanto  llevó  al 
salir  y  cuanto  gastó  durante  su  ausencia.  Si  ella  quiere 
corretear  por  calles  ó  tiendas,  él  debe  acompañarla  sin 
manifestaciones  de  desagrado.  Como  sus  celos  ven 
sombras  chinescas  en  todas  partes,  espía  sus  mira- 
das, registra  su  escritorio  y  abre  sus  cartas,  llamando 
vejeces  á  las  lecciones  de  morigeración  que  le  pre- 
dica su  tío  don  Tomás.  Francisco  Xavier  de  Acha 
escribió  también  un  apropósito  titulado  La  cárcel  y 
la  penitenciaría,  y  un  drama  en  cuatro  actos.  La  fu- 
sión, para  festejar  la  jubilosa  paz  de  185 1.  Este  drama, 
publicado  casi  al  final  del  año  siguiente,  estaba  es- 
crito en  prosa  y  en  verso.  Algunas  de  las  rimas  de 
la  escena  final   fueron  trazadas  por  la  clásica  pluma 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  331 


de  Figueroa.  Es  la  historia  de  dos  amigos,  distancia- 
dos por  el  antagonismo  de  sus  pareceres  durante  toda 
la  guerra  civil,  á  los  que  la  paz  reconcilia  y  vincula 
de  nuevo,  facilitando  el  enlace  nupcial  del  hijo  de 
uno  de  ellos  con  la  hija  del  otro.  Es  inútil  decir  que 
los  jóvenes  no  participan  del  sectarismo  que  separa, 
como  un  infranqueable  muro  de  piedra,  á  sus  proge- 
nitores exacerbados,  é  inútil  agregar  que  el  drama  está 
repleto  de  discursos  patrióticos  preconizando  la  con- 
cordia y  maldiciendo  los  estragos  que  causa  la  lucha 
intestina.  Sin  que  valga  mucho  se  adapta  mejor  á  las 
necesidades  de  la  escena,  el  drama  en  tres  actos  y  en 
prosa,  Como  empieza  acaba,  representado  á  la  luz  de 
las  candilejas  de  San  Felipe  en  1877.  Fernando,  co- 
merciante y  padre  tiernísimo  de  Magdalena,  tiene 
por  socio  y  por  consejero  á  Federico,  tío  de  Carlos. 
Federico  pide  á  su  socio  la  mano  de  Magdalena,  que 
le  sorbió  el  seso ;  pero  como  sabe  que  Carlos  y  Mag- 
dalena se  quieren,  busca  un  pretexto  para  levantar 
entre  los  dos  apasionados  jóvenes  el  muro  de  la  au- 
sencia. Los  socios  han  comprado  un  cargamento  de 
carnes  y  fletado  un  buque  con  destino  á  la  Habana. 
Carlos  es  pobre.  Federico  le  ofrece  el  empleo  de  so- 
brecargo y  una  buena  comisión.  Carlos  duda.  Magda- 
lena está  cerca,  y  las  Antillas  están  muy  lejos.  Al  fin 
se  decide,  pensando  para  tranquilizarse:  —  "¿Qué 
arriesgo?  ¿no  voy  á  ganar  lo  que  no  tengo?  ¿no  me  fa- 
cilita esto  el  camino  para  la  realización  de  mis  sue- 
ños?" Entre  tanto,  Magdalena  está  absorta  y  preocu- 
pada. En  vano  una  de  sus  amigas  trata  de  sosegar  su 
instintiva  inquietud.  Ella  le  responde:  —  "Me  siento 
entristecida;  se  me  oprime  el  corazón  como  si  qui- 
siera presagiarme  algún  mal."  —  Fernando,  que  no 
quiere  contrariar  á  su  hija,  trata  de  sondearla,  cuando 
Federico  le  pide  la  mano  de  la  joven;  pero  antes  de 


333  HISTORIA  CRÍTICA 


que  ésta  se  resuelva  á  confesarle  su  amor  y  sus  rece- 
los, Federico  les  comunica  el  viaje  de  Carlos.  En  el 
intervalo  que  separa  al  acto  primero  del  acto  segundo, 
Federico  hace  creer  á  Magdalena  que  Carlos  ha  muer- 
to, logrando  así  que  la  joven  le  acompañe  al  altar 
coronada  de  azahares  y  vestida  de  blanco,  conside- 
rándose muerta  para  la  vida  ante  el  cadáver  de  su 
primera  y  dulce  ilusión.  Al  empezar  la  jornada  se- 
gunda, el  padre  de  Magdalena  recibe  una  carta,  que 
le  irrita  y  confunde.  Carlos  no  ha  muerto.  Federico 
se  burló  de  su  confianza,  conquistando  á  traición  la 
belleza  y  las  virtudes  de  la  virgen  entristecida.  El 
padre  irritado  busca  al  mentiroso,  reprochándole  con 
amarga  acritud  su  proceder,  y  cuando  pasa  del  re- 
proche al  insulto,  Magdalena  aparece  atraída  por  las 
voces  del  iracundo  viejo,  descubriendo  el  engaño  de 
que  fué  víctima,  aquel  engaño  que  enluta  y  que  des- 
troza para  siempre  su  corazón.  En  el  acto  que  sigue, 
en  el  acto  último,  Fernando  trata  de  que  su  hija  se 
separe  de  Federico.  El  buitre  no  tiene  derecho  á  su 
presa.  La  paloma  puede  y  debe  salir  de  la  jaula  en 
que  pérfidamente  se  la  encarceló.  Magdalena  resiste. 
Peor  para  ella  si  no  supo  amortajarse  en  los  recuerdos 
de  su  primer  amor;  si  creyó  que  la  muerte  le  desli- 
gaba de  sus  juramentos  de  eterna  fidelidad;  si  aceptó, 
casi  sin  resistir,  el  nombre  y  el  tálamo  de  Federico. 
En  estos  andares,  Carlos  vuelve  y  se  entrevista  con 
Magdalena.  En  vano  ésta  quiere  disculpar  su  olvido. 
Carlos  reclama  el  cumplimiento  de  sus  promesas.  El 
amor  de  Magdalena  y  la  traición  de  Federico,  justi- 
ficarán á  los  ojos  del  mundo  y  á  los  ojos  del  cielo 
todas  las  caídas  á  que  les  arrastre  la  fatalidad.  Mag- 
dalena lucha  y  le  dice:  —  "Os  he  amado  mucho,  os 
amo  aún  con  toda  mi  alma,  ¿para  qué  ocultarlo?  pero 
nuestro  destino  ha  levantado  entre   los   dos  una  ba- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  333 

rrera  que  no  podemos  salvar,  yo  sin  deshonrarme  y 
vos  sin  degradaros."  —  Carlos  se  encrespa,  la  obs- 
tiga,  la  injuria  y  Magdalena  cae  casi  desvanecida  á 
los  pies  del  colérico  galán.  Federico  aparece.  Carlos 
le  insulta  y  le  abofetea,  aprovechándose  de  su  asom- 
bro y  de  su  confusión.  Federico  y  Carlos  salen  para 
batirse.  El  primero  muere,  y  el  vencedor  retorna  ju- 
biloso á  su  amada,  que  ya  es  libre,  que  ya  está  en  con- 
diciones de  ser  dichosa  y  de  hacerle  feliz;  pero  Mag- 
dalena le  rechaza  diciéndole,  con  gravedad  descon- 
soladora, que  su  amor  ha  muerto,  y  que  —  "esta  mujer 
infortunada  de  hoy  más  no  os  conocerá  sino  como 
al  asesino  de  su  esposo."  —  El  drama  gustó,  á  pesar 
de  lo  pobre  de  su  lenguaje,  lo  infantil  de  la  trama 
y  la  falsedad  de  los  caracteres.  En  aquella  época,  el 
público  sollozaba  aun  escuchando  los  versos  de  la 
Flor  de  un  día. 

Heraclio  C.  Fajardo  milita  también  entre  los  soste- 
nedores de  la  escuela  romántica.  Nace  en  1833  y  muere 
en  1867.  Sustituye  á  Juan  Carlos  Gómez  en  la  direc- 
ción de  El  Nacional;  es  rematador  público,  después, 
en  Buenos  Aires;  y  enriquece  la  escena  con  un 
drama  titulado  Camila  O'Gorman.  Del  mismo  modo 
que  los  románticos  franceses  desfiguraron  á  Torque- 
mada,  los  románticos  de  estos  países  dieron  vicios 
que  no  tenía  al  célebre  Rosas.  La  musa  histórica  le 
supone  casto;  la  musa  unitaria  lo  describe  lascivo. 
La  musa  de  los  unitarios,  romántica  y  política,  con- 
sideró como  un  bárbaro  crimen  el  execrable  fusila- 
miento de  Camila  y  Gutiérrez.  Hizo  bien.  En  el  patio 
interior  de  los  Santos  Lugares,  donde  la  primera  fué 
ajusticiada;  entre  la  maleza,  donde  se  posaron  los 
pies  de  su  banquillo,  casi  á  raíz  de  la  ejecución,  la 
piedad  de  los  cielos  hizo  que  los  abrojos  se  transfor- 
masen en  margaritas  de  color  nevado  y  de  color  pur- 


3á4  HISTORIA  CRITICA 


púreo.  ¿Cómo  extrañar  que  los  hombres  se  conmo- 
vieran ante  un  suplicio  que  ensombreció  la  frente  de 
Dios?  Es  bueno,  sin  embargo,  advertir  que  el  drama 
histórico,  fundado  en  la  historia  real  de  los  pueblos 
modernos,  no  permite  á  su  autor  falsear  ni  los  hechos 
ni  los  personajes,  debiendo  presentarlos  del  mismo 
modo  que  la  crónica  los  retrata  y  presenta.  La  única 
libertad  que  tienen  los  autores  es  la  libertad  de  mez- 
clar personajes  imaginarios  y  hechos  ficticios  á  los 
personajes  y  á  los  hechos  de  la  época  de  que  se  sir- 
ven ;  pero  no  les  es  lícito  adulterar  la  verdad  de  la 
historia,  aunque  esa  verdad  perjudique  al  interés  y 
al  propósito  de  la  acción  dramática.  La  obra  teatral 
de  Fajardo,  aunque  no  se  sujeta  al  precepto  anterior, 
obsesiona  y  conmueve  por  lo  real  y  trágico  del  asunto. 
Se  representó  en  1856.  Está  dividida  en  seis  cuadros 
y  escrita  en  verso.  La  acción  empieza  en  casa  de  Ca- 
mila. Lázaro,  su  amigo  de  la  infancia,  conoce  que  la 
joven  le  oculta  una  pena.  La  interroga,  para  conso- 
larla, con  tierna  solicitud,  sin  dejarse  vencer  por  las 
negativas  de  la  atormentada.  Camila,  al  fin,  le  con- 
fiesa que  adora  en  un  hombre  parecido  á  un  arcángel 
que  ha  visto  en  sueños.  El  amor  que  le  tiene  es  como 
el  perfume  vital  de  su  corazón.  Ese  amor  es  la  raíz 
de  su  vida,  el  alma  de  su  alma,  la  luz  que  colora  y 
enflorece  su  porvenir. 

"Camila.  —  Escucha:  un  día  en  este  sitio  mismo 
Apareció  un  mancebo:  á  su  mirada 
Yo  sentí  que  me  helaba  un  parasismo.  .  .  . 
Yo  sentí,  en  fin,  que  estaba  enamorada. 
Bello  era  el  joven,  y  su  frente  pura 
De  inteligencia  y   de  nobleza  sello. 
Su   mirar   de   simpática   dulzura. 
Sedoso   y  renegrido  su   cabello. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  335 

Si  se  entreabría  para  hablar  su  boca 

Era  un  raudal  de  gracia  y  elocuencia. . . . 

¡  Capaz  seria  de  volverse  loca 

La  más  fría  mujer  en  su  presencia! 

Yo   sentí  que  mi   pecho  alborozaba 

Un  sentimiento  raro,  delicioso,  v, 

Porque  humanado  en  aquel  ser  hallaba 

De  mi  visión  al  querubín  hermoso. 

Y  desde  entonces  invadióme  el  alma 

La  divina  emoción  en  que  me  inflamo. .  .  . 

Y  desde  entonces  zozobró  mi  calma.  . .  . 

Y  desde  entonces  á  Gutiérrez   amo!" 

Lázaio  se  asombra.  Aquel  amor  le  asusta.  El  ado- 
rado tan  ardientemente  es  un  sacerdote.  ¿Qué  puede 
esperarse  de  una  ternura  reprobada  y  sacrilega?  An- 
drés Gañón,  un  esbirro  que  se  asemeja  al  diabólico 
esbirro  de  Gioconda,  ha  escuchado,  sin  que  le  vean, 
la  terrible  confesión  de  Camila.  Gañón  está  enamo- 
rado de  ésta,  como  el  policía  Vibert  de  Julia  Vidal 
en  uno  de  las  más  célebres  novelas  de  Belot.  Gañón 
abandona  la  escena  apresuradamente,  mientras  Camila 
trata  de  convencer  á  Lázaro  de  que  su  amor  es  puro 
y  castísimo.  En  estos  andares,  Eusebio,  tenido  por 
loco,  aparece  ceñudo  y  melancólico,  se  aproxima  á  Ca- 
mila y  le  anuncia  que  un  huracán  se  está  formando 
sobre  su  cabeza. 

"Camila. —  ¿Qué  dice? 

Lázaro. —  ¡Vive  Dios! 

Eusebio.  —  ¡  Ave  del  cielo 

No  luzcas  en  este  ámbito  tus  galas. 
Porque  ya  tiende  el  gavilán  su  vuelo 
Y  con  sus  uñas  tronzará  tus  alas! 
¡Cautela,   pues,   cautela!" 


336  HISTORIA  CRÍTICA 

Eusebio  desaparece  después  de  este  misterioso 
aviso.   Camila,  espantada,  pregunta  á  Lázaro: 

"Camila. —  ¿^^^   hombre   es   éste? 

Lázaro.  —  Es  un  loco,  Camila,  no  hagas  caso.... 

¿No  notaste  el  desorden  de  su  veste? 

Es  el  loco  de  Rosas,  su  payaso." 

Camila  vuelve  á  hablar  de  sus  amores.  Gutiérrez  es 
su  profesor  de  piano.  No  se  le  oculta  el  romántico 
extravío  de  la  doncella.  Al  fin,  cautivaao  por  su  ju- 
ventud y  por  su  ternura,  la  declara  que  comparte  su 
afán ;  pero  que  es  preciso,  buscando  un  refugio  en  el 
decoro  y  en  el  honor,  hacer  que  el  cariño  se  convierta 
en  ensueño,  en  poesía,  en  éxtasis  platónico. 

"Camila.  —  Ya  ves,  'Lázaro,  el  hombre  á  quien  adoro! 

Modelo   de   evangélica  entereza, 

Su  hermoso  corazón  es  un  tesoro 

Cuya  virtud    escuda   mi    pureza. 

Con  amor  ideal   nos  adoramos, 

Y  eternamente  así   nos  amaremos, 

Porque  en  ese  cariño  disfrutamos 

Cuanto    goce   moral   apetecemos. 
Lázaro.  —  Oh!   quiera  el  cielo   conservar   ileso 

Ese   noble  cariño ! .  . . . 
Camila.  —  No  lo  dudes, 

Pues  le   garante  del   menor   exceso 

Un  tesoro   de   sólidas  virtudes." 

Cuando  Lázaro  se  retira,  Gañón  reaparece.  Embo- 
zado en  una  capa,  para  que  Camila  no  le  conozca,  en- 
trega un  papel  á  la  joven,  aconsejándole  que  vaya  á 
Palermo  si  quiere  salvar  la  vida  de  Lázaro,  que  acaba 
de  ser  aprehendido  como  cómplice  de  los  enemigos 
de  Rosas.  Camila  duda.  Uladislao  Gutiérrez  trata  de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  337 

convencerla  de  que  es  un  peligro  confiar  en  la  mi- 
sericordia del  dictador  orgulloso  y  cruel;  pero  la 
amistad  puede  más  que  el  recelo,  y  la  joven,  en  com- 
pañía del  sacerdote,  parte  para  pedir  al  déspota  la 
libertad  y  la  vida  de  Lázaro. 

En  el  acto  segundo  el  autor  nos  traslada  á  los  San- 
tos Lugares.  Uladislao,  sombrío,  y  Camila,  encubierta 
por  un  largo  velo,  tratan  de  enternecer  el  corazón  de 
Rosas.  Este  galantea  á  Camila.  Quiere  quitarle  el  velo 
que  la  cubre.  La  dulzura  de  su  voz  y  la  gracia  de  su 
ademán  le  hablan  de  su  belleza.  El  tigre  se  enardece, 
ambicionando  poseer  las  curvas  de  aquel  talle  y  sir- 
viendo el  tul,  que  le  esconde  sus  labios  frescos  y  ro- 
jos, de  narcótico  á  su  conciencia  y  de  látigo  á  su 
deseo.  Camila  le  contiene  y  le  rechaza,  hasta  que 
rabioso,  despechado,  herido,  esclavo  de  un  capricho 
que  él  llama  calumniosamente  amor,  el  déspota  manda 
al  sacerdote  que  se  retire,  dejándole  solo  con  la  pedi- 
güeña velada  y  gentil.  Como  Camila  se  niega  á  que 
Gutiérrez  salga  de  la  habitación,  Rosas,  iracundo  é 
irónico,  quiere  que  Ensebio  decida  de  la  suerte  de 
Lázaro.  El  pobre  bufón  no  sabe  qué  hacer.  Eusebio 
pertenece  á  la  casta  de  los  personajes  de  Víctor  Hugo. 
Bajo  su  juglaresco  disfraz  palpita  la  encarnadura  de 
un  hombre  de  bien.  Su  espíritu  es  la  antítesis  de  su 
cuerpo.  Su  demencia  no  es  sino  una  máscara.  El  co- 
razón de  aquel  loco  fingido  es  un  noble  y  piadoso 
corazón.  Camila,  al  verle  enrojecer  y  titubear,  elige 
á  Manuelita,  la  hija  de  Rosas,  por  juez  de  su  causa. 
—  Manuelita,  hasta  para  los  unitarios,  es  el  ángel 
bueno,  el  ángel  de  luz  de  don  Juan  Manuel.  Manue- 
lita promete  salvar  á  Lázaro,  y  quedándose  á  solas 
con  Gutiérrez,  le  dice  que  sólo  la  fuga  podrá  escudar 
la  virtud  de  Camila,  si,  como  ella  supone,  la  gracia 
de  la  virgen  ha  despertado  la  lujuria  de  Rosas.  Ma- 

22.  —  I. 


338  HISTORIA  CRÍTICA 


nuelita  hace  más.  Abre  por  entero  su  corazón  al  cura 
enamorado,  refiriéndole  que  turban  la  paz  de  su  sueño, 
las  quejas  y  los  ayes  de  las  víctimas  inmoladas  ante 
el  altar  del  despótico  poder  de  su  padre,  y  cuando 
Gutiérrez  trata  de  consolarla,  mientras  ella  agrade- 
cida le  estrecha  las  manos,  Gañón  aparece  por  el  foro, 
enseñando  á  Camila,  el  grupo  que  forman  Gutiérrez 
y  Manuela.  Camila  siente  en  sus  oídos  el  agudo  silbar 
del  áspid  de  los  celos;  pero  desprecia  el  asqueroso 
desquite  que  la  lascivia  de  Gañón  trata  de  ofrecerla, 
irritando  al  esbirro,  que  jura  vengarse  de  su  desdén. 
En  el  cuadro  siguiente,  asistimos  á  una  reunión  de 
unitarios  que  conspiran  contra  Rosas.  Gutiérrez,  Lá- 
zaro, Camila  y  Gañón  asisten  á  la  asamblea.  Denun- 
ciados por  el  último,  la  mazorca  sorprende  á  los  cons- 
piradores. Lázaro  y  Gutiérrez  logran  salvarse  á  fa- 
vor del  tumulto;  pero  cuando  Gañón  se  apodera  de 
Camila,  Eusebio  interviene  reclamándosela  en  nom- 
bre del  dictador,  que  la  odia,  pero  la  desea  con  deseo 
invencible.  Trasportada  Camila  á  los  Santos  Lugares, 
Manuelita,  avisada  por  Gutiérrez,  salva  por  segunda 
vez  á  la  pobre  paloma  de  las  uñas  voraces  del  gavilán. 
En  tanto  que  Manuela  moraliza  á  Rosas,  Camila  huye 
con  Uladislao.  Se  refugian  en  Goya.  Allí  el  amor 
platónico  cede  su  puesto  al  amor  que  prefiere  las  rea- 
lidades á  los  suspiros.  El  sacerdote  falta  á  sus  votos 
y  la  enamorada  siente  palpitar  en  su  seno  al  hijo  de 
la  culpa.  Gañón  descubre  el  nido,  y  encarcela  á  los 
pájaros  ebrios  de  deleite  y  de  libertad.  En  vano  Ma- 
nuelita trata  de  salvarles.  En  vano  obtiene  una  orden 
en  que  Rosas  ordena  que  limen  los  hierros  de  la  jaula 
de  los  palomos  acongojados.  Rosas  es  un  hipócrita. 
Rosas  es  un  traidor.  Rosas  es  un  perjuro.  Rosas  se 
parece  á  Tiberio.  Rosas  es  más  cruel  que  Calígula. 
Cuando  Camila  quiere  hacer  efectiva  la  orden  que  le 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  339 


trajo  Manuela,  el  comandante  de  la  prisión  le  presenta 
una  nueva  orden  de  Rosas,  mandándole  fusilar  inme- 
diatamente al  sacerdote  apóstata  y  á  la  mujer  liviana. 
¿Qué  le  importa  al  dramaturgo  que  la  historia  nos 
diga  que  nadie  intercedió  por  los  dos  infelices  aman- 
tes? Sublimar  á  Manuela  conviene  al  unitario  y  al 
autor  escénico.  De  este  modo,  la  figura  de  Rosas  se 
ennegrece  más.  Ya  los  tiradores  están  formados  so- 
bie  la  alfombra  de  malezas  del  patio  interior  del  for- 
tín sombrío.  Camila  y  Gutiérrez  se  encuentran  y  ha- 
blan por  última  vez,  Oid  á  Camila. 

"Camila.  —  Gutiérrez !  dueño  mío !  nuestro  horóscopo 
Lo  quiere  así ! ... .   muramos  resignados ! 

Gutiérrez. — Morir!...  morir!...  pero  esto  es  horroroso! 

Camila.  —  No  Gutiérrez :  es  bello !  Ya  lo  sabes : 
Nuestra  unión  era  ilícita  á  los  ojos 
Del  mundo  en  que  vivimos:  por  lo  tanto 
La  dicha  nuestra  aquí  para  nosotros! 

Gutiérrez.  —  Camila. ...   y  nuestro  hijo? . . . . 

Camila.  —  Bautizado 

Será  dentro  mi  seno  antes  que  el  plomo .... 

Gutiérrez.  —  Horror !  horror ! 

Camila. —  Nos  seguirá  á  la  gloria 

Para  ser  ángel   del   celeste  coro.... 
Sí,  Gutiérrez,  y  es  justo  que  muramos 
Porque  la  muerte  logrará  tan  sólo 
Redimir  nuestra  culpa,  y  que  el  Eterno 
Bendiga  nuestra  unión  desde  su  solio! 
¿Y  qué   importa  morir  si  nuestras  almas 
Van  á  exhalarse  á  un  tiempo  de  nosotros? 
Ánimo,  pues!  la  dicha  nos  espera 
Más   allá   de  este  trámite  mortuorio!.... 
¡Vamos,  vamos,  Gutiérrez!....    ¿Por  qué  lloras? 
Mírame....    ¿ves?....   sonrío  de  alborozo.... 


340  HISTORIA  CRITICA 

¡Morir  juntos!....    ¡oh  dicha  inesperada!.... 
¡  Vamos,  vamos,  Gutiérrez  I .  . .  .  ¡  vamos  pronto !" — 

Este  es  el  drama.  Interesante  y  teatral  por  el  asunto, 
lleno  de  incidentes  y  bien  conducido.  Sus  versos  son 
dulces  y  armoniosos.  Tiene,  como  se  dice  en  lenguaje 
vulgar,  mucha  afinación,  mucho  oído,  mucha  caden- 
cia. Son  simpáticos  los  tipos  de  Camila,  Manuela,  Lá- 
zaro y  Eusebio.  —  Uladislao  Gutiérrez,  el  cura  pálido, 
melancólico,  lascivo,  perjuro  y  ladrón  de  las  alhajas 
del  templo  confiado  á  su  custodia,  está  bosquejado 
sin  mucha  firmeza.  Camila,  la  joven  sentimental,  ar- 
tista, soñadora  y  enamorada,  vale  más  que  su  seduc- 
tor. Rosas  y  Gañón  son  repulsivos,  verdaderos  mal- 
vados de  folletín.  En  resumen,  la  obra  histórica  es 
deliberadamente  falsa  y  de  una  dudosa  moralidad; 
pero  la  obra  escénica  se  impone  y  subyuga  por  el  po- 
der sinfónico  del  ritmo,  por  el  romántico  fuego  de 
las  pasiones,  por  el  novelesco  interés  de  los  episodios 
y  por  el  relieve  con  que  están  dibujados  algunos  de 
los   personajes  del  trágico  drama. 

Como  poeta  lírico,  en  Fajardo  se  nota  la  influencia 
poderosísima  de  José  Mármol;  pero  mentiríamos  si  no 
dijéramos  que  la  fantasía  y  la  elocución  del  poeta 
argentino  son  superiores  á  la  fantasía  y  á  la  elocución 
del  poeta  nuestro.  La  musa  política  de  Fajardo  es  una 
musa  epiléptica,  de  frenéticos  arrebatos  y  furiosos 
transportes,  que  usa  hasta  el  abuso  del  epíteto  acre 
y  callejero.  Su  rabioso  humor,  mal  dirigido  por  un  de- 
plorable gusto  literario,  no  es  la  indignación  noble 
que  despierta  en  nosotros  el  espectáculo  del  crimen 
triunfante  y  el  bien  en  derrota,  sino  un  arma  que  es- 
grime sin  discernimiento  contra  los  adversarios  de 
sus  ideas,  apelando  al  apostrofe  que  se  hincha  y  se 
deforma  como  el  bactracio  de  la  fábula  de  Lafontaine. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  341 

Sus  yambos  no  hacen  que  cruce  por  el  fondo  de  nues- 
tro espíritu  la  imagen  heroica  de  Tirteo,  ni  el  soplo 
que  caldea  las  sátiras  de  Juvenal  enrojece  los  ritmos 
de  las  composiciones  en  que  estigmatiza  á  Oribe  y  á 
Pereira.  Fajardo  es  un  Mármol  empequeñecido.  El 
mal  gusto  y  la  exageración  extrema  constituyen  los 
rasgos  característicos  de  su  numen  político.  No  mal- 
dice tan  bien  y  con  tanta  sugestionadora  eficacia,  aun- 
que maldiga  más  y  con  la  misma  virulencia,  como  el 
autor  famosísimo  del  canto  A  Rosas. 

Fajardo  publicó,  en  Buenos  Aires  y  en  1860,  el 
poema  de  112  páginas  que  se  titula  La  Cruz  de  Aza- 
bache. Helio,  el  poeta,  nos  dice  en  sus  primeras  es- 
trofas : 

"El   Uruguay  en   conjunción   del    Plata 
Meció  mi  cuna  con  sonoro  arrullo, 

Y  abrió  al  encanto  de  su  esfera  grata 
La  flor  de  mi  existencia  su  capullo. 

Bebí  en  las  auras  de  sus  ricas  selvas, 
Que  pasan  antes  de  invadir  las  lomas 
Por  cortinas  de  orientes  madreselvas 

Y  por  doradas  sábanas  de  aromas. 

Bebí  en  las  cumbres  de  sus  altos  montes 

Y  en  los  declives  de  sus  hondas  quiebras, 
Ya  en  los  prismas  de  varios  horizontes, 
Ya   del   torrente   en   las   plateadas   hebras; 

Ya  en  los  diurnos  conciertos  de  las  aves. 
Ya  en  los  silencios  de  la  noche  umbría, 
La  hambrienta  fiebre  de  deleites  suaves, 
Del  corazón  la  fértil  poesía! 

Bebí  la  sed,  el  insaciable  anhelo 
De  un  amor  ideal,  de  una  ventura 
Que  en  la  luz  y  en  las  sombras  de  aquel  cielo 
Voz   insinuante  sin  cesar  murmura. 


342  .  HISTORIA  CRITICA 

Y  me  lancé  con  vértigo  amoroso 
En  pos  de  mi   ideal,  —  una  mujer, — 
Sin  que   prestaran  á  mi  afán  reposo 
Las  infinitas  gradas  del   placer," 

Esa  misma  falta  de  bridaje  en  la  fantasía  y  en  la 
dicción  se  notan  en  todo  el  poema  de  Heraclio  C.  Fa- 
jardo. Ana,  una  hermosa  que  une  su  juventud  á  las 
frialdades  de  un  decrépito  anciano,  inicia  al  poeta  en 
la  ciencia  del  amor.  Después  su  afán  se  muda  y  quiere 
á  María;  pero,  al  volver  tras  unos  meses  de  ausen- 
cia, sufre  y  solloza  al  hallarla  cambiada  é  indife- 
rente. Entonces  el  poeta  se  dirige  á  Yola;  pero  la  ser- 
piente de  la  lascivia  pronto  turba  la  paz  de  su  risueño 
edén.  Tropieza,  al  fin,  con  la  suave  Vitalia,  en  cuyas 
glandes  pupilas  el  cielo  ha  escrito,  como  una  pro- 
mesa de  redención  y  de  felicidad,  la  palabra  fé;  pero 
tiene  que  ausentarse,  por  deberes  patrióticos,  y  por 
ensueños  cívicos,  de  su  nuevo  amor,  llevándose,  en 
recuerdo  y  como  cadena,  una  cruz  de  azabache  que 
la  virgen  lucía  pendiente  de  su  cuello  de  cisne.  Helio 
dice  á  esa  cruz: 

"Ven  á  mis  labios,  adorada  prenda, 
Y  con  mis  labios  en  estrecha  unión, 
Recibe  por  bautismo  y  por  ofrenda 
La  savia  de  mi  amante  corazón. 

Ven  á  mis  labios,  que  el  amor  consume. 
Impregnada  en   el   fluido   de  su   ser, 
En  el  suave  y  magnético  perfume 
Con  que  baña  el  ambiente   la  mujer. 

De  ellos   serás   constante   compañera, 
Ora   dos  veces  adorada   cruz, 
Símbolo    sacrosanto   del    que    espera 
La  dicha   humana  y   la  celeste  luz. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  343 

De  ellos  serás   inseparable  amiga, 
Confidente  también  de   mi   pasión, 
Reliquia  que  mis  ósculos  bendiga 
Y  derrame  en  mi  ser  mística  unción. 

De  ellos   serás  depósito  sagrado. 
Custodia,  tabernáculo  y  altar, 
Donde  sólo  un  afecto  acrisolado 
Pueda  dignas  ofrendas  consagrar. 

Tú   de  mi   fé   retemplarás  el   fuego 
En  el  bello  futuro  en  que  soñé. 
Cuando  sus  labios  con  sentido  ruego 
A  mis  oídos  murmuraron:  ¡Fé!" 

Durante  las  largas  noches  de  la  ausencia,  el  poeta 
no  hace  sino  soñar  con  la  que  dejó  triste  y  lacrimosa, 
diciéndole  á  la  imagen  de  su  adorada: 

"Lo  que  amo  en  tí,  vida  mía, 
No  son  las  fragantes  rosas 
De  tu  púber   lozanía, 
Ni   la  perfecta  armonía 
De  tus  facciones  hermosas. 

No   es  tu   sedoso    cabello, 
Ni  tus  ojos  de  gacela, 
Ni   tu  árabe  tipo  bello, 
Ni   el  contorno   de  tu  cuello 
Que  diestro  buril  revela. 

No  es  la  grieta  de  coral 
Que  muestra  en  el  fondo  perlas. 
Cuando    su   astuta  rival, 
Tu   sonrisa  celestial, 
Permite   á  mis   ojos  verlas. 

No  tu  delgada  cintura, 
Ni  ese  tu  seno  gentil 
Donde   anida  mi   ventura, 


344  HISTORIA  CRÍTICA 

Ni   de  tu  mano  la  hechura, 
Ni  tu  breve    pie    infantil. 

Lo  que  amo  en  tí,  vida  mía. 
Es  lo  que  dicen  tus  ojos 
En   tácita  melodía, 

Y  de  tu  voz  la  armonía, 

Y  tus  púdicos  sonrojos. 
Es  el   interior  reflejo 

Que  exhibe  tu  faz   divina 
Como   claro   y   fiel   espejo ; 
Es  ese  olímpico  dejo 
Que   en   tu   sonrisa    fascina. 
Es  tu   amoroso   transporte, 

Y  tu   lánguido  abandono; 
Es   ese   tu   regio  porte 

Y  esos  tus  aires  de  corte 

Que  te  hacen  digna  de  un  trono. 

Es   ese   profundo   arcano 
Que  se  llama  no  sé  qué 
En  el  ruin  lenguaje  humano ; 
Es  la  presión   de  tu  mano 

Y  la  gracia  de  tu  pie. 

Lo  que  amo  en  tí,  dueño  hermoso. 
No  es  tu  hechicero  semblante, 
El  cuerpo  esbelto  y  donoso ; 
No  es  el  engarce  precioso, 
Sino  el   alma,  su  brillante." 

Pronto  el  poeta  cede  su  puesto  al  batallador,  y  la 
poesía  íntima  se  transforma  en  poesía  civil.  Helio 
se  dirige  á  Víctor  Hugo,  explicándole,  en  octavas  rea- 
les, las  angustias  de  su  alma  y  la  manera  como  enten- 
demos la  república  en  estos  deliciosos  países  ameri- 
canos. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  345 

"La  nieve  de  los  años  aun  no  cubre 
El    fúnebre    crespón    de   mi   cabello, 

Y  mi    semblante,   que   el   dolor   descubre. 
Aun   se  conserva,   por  sarcasmo,  bello; 
Aun  está  por  lucir  el  sol  de  octubre 
Que   sazone   mi   edad   con  viril   sello, 

Y  aun    no   ha   girado   para   mí   la   esfera 
Veinte   y   seis  veces   en  su   anual  carrera. 

Y   ya   el    dolor   con  acerada   púa 
Sangró  mi   corazón  mil  y  mil  veces! 

Y  ya  la  horrible  duda  se   insinúa 

Del   desencanto   en  las   amargas  heces! 

Y  ya  débil  mi  espíritu  fluctúa 

En   la  expansión   de   mis  cristianas   preces, 
Que   el    cielo    sólo   con   afanes   premia 
Cual  si   fueran   irónica  blasfemia!" 

Por  combatir  y  odiar  á  los  tiranos,  ¿qué  ha  conse- 
guido? El  destierro,  la  ausencia,  la  soledad.  Sufre 
y  padece  porque  cambió  la  cítara  por  el  acero  para 
defender  y  salvar  á  la  ley  atropellada. 

"Si  sufrir  es  vivir,  y  si  los  años 
Por   sus   cuitas  el  ánimo   computa. 
Yo   he   bebido  hasta   el    fondo   la  cicuta 
Del   cáliz  del   dolor; 

Y  abrumado   de   acerbos  desengaños 
Mis  tristes   días  por  mis  ayes   cuento, 

Y  ya,  cual  tú,  decrépito  me   siento. 

Cansado  y  sin  vigor! 
¿Qué  importa  el  porvenir  para  el  que  mira 
Lo  mejor  de  su  vida  ya  agotado. 
Cuando  el  crespón   del  fúnebre  pasado 

Enluta  el   porvenir? 


34«  HISTORIA  CRÍTICA 

Para  el  que  tedio  y  sinsabor  respira 
De   la  existencia   apenas   en   el   limen, 

Y  cuyos  labios  solamente  exprimen 

Las   heces  del   vivir? 
¿Qué   importa  el   porvenir  para  el  que  sabe 
Que  son  gloria  y  saber  falaces  nombres, 

Y  que  tienen  por  premio  entre  los  hombres 

El  tósigo  y  la  cruz? 
¿Qué  no  hay  ventura  que  el  dolor  no  acabe, 
Ni   misión   sin    fatídico   sudario? 
¿Qué   á  la  cicuta  sucedió  el   calvario, 

Y  á   Sócrates,   Jesús?" 

Sólo  le  queda  una  esperanza,  un  deleite,  un  oasis, 
una  creencia,  un  cielo:  el  amor  de  Vitalia.  Y  la  se- 
gunda parte  del  poema  concluye  con  el  anuncio  de 
una  batalla,  en  la  que,  si  no  conquista  la  libertad  para 
su  país,  la  muerte  ha  de  encontrarle  con  la  cruz  de 
su  adorada  puesta  sobre  los  labios.  Aquel  aire,  que 
no  es  el  aire  que  ella  respira,  y  aquel  cielo,  que  no 
es  el  cielo  que  á  ella  la  cubre,  cansan  al  poeta.  Sin 
la  victoria,  no  es  posible  volver  á  la  patria,  desde  cu- 
yas orillas  ella  le  tiende  los  amantes  brazos,  como  una 
promesa  de  larga  y  embriagadora  felicidad.  Luchará 
hasta  morir,  y  si  no  puede  vencer  al  destino,  entrará 
en  la  noche  besando  con  ternura  desesperada  la  cruz 
de  azabache,  que  por  ser  cruz  y  que  por  ser  de  negro 
color,  parece  símbolo  de  su  vida  y  augurio  de  su 
muerte.  Morirá  como  trovador  y  como  caballero,  por 
su  fé  y  por  su  dama,  por  una  tierna  sonrisa  de  su  país 
y   por   un   dulce  beso   de  su   señora. 

En  la  tercera  parte  del  poema  Vitalia  recibe  una 
carta  de  Yola.  En  ella  le  refiere  que  Helio  la  aban- 
donó y  la  amenaza  con  que  no  verá  abrirse  la  flor  de 
la  dicha  en  su  alcoba  nupcial.  Creer  en  Helio  es  creer 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  347 

en  el  engaño,  en  la  mentira,  en  que  son  eternas  las 
ansias  sensuales.  Ella  tuvo  fe  en  Helio,  y  esa  fe  será 
su  perdición  terrena  y  divina. 

"Yo   también    le   creí,    porque  su  boca 

Con  tanto  halago  miente, 
Que  en  hipócrita  red,  crédula  y  loca, 
Prendióme  fácilmente ! 

Y  abrí  mi  pecho,  de  ternura  lleno 

A   su   falaz  ternura; 

Y  le  di  goces,  y  gusté  en  su  seno, 

Antes  que  tú,  ventura! 

Y  cuando   hubo  libado   todo   el   jugo 

Secando  la  corola. 
Todas  las  dichas  que  arrancar  le  plugo 

Al   corazón   de  Yola, 
El  pérfido   partió ! .  .  . .    partió   dejando 

En  mi   alma  negras   sañas, 

Y  el   triste    fruto    de    su   amor   nefando 

Prendido  á  mis  entrañas ! 
Si,  Vitalia,  su  casta  prometida, 

La   del   hermoso  nombre: 
Conoce,   al   fin,   el   crimen   de   su   vida, 

Conoce,  al  fin,  á  ese  hombre! 
Por  él  soy  madre,  aunque  no  soy  esposa 

Ni  en  mí  el  infame  piensa!.  .  . . 
Por   él    desciendo   á  prematura   fosa 

Cubierta  de  vergüenza! 
Por  él  mis  labios,  por  su  labio  enjutos. 

Veneno   apuran   lento! 
Por  él  seré  dentro  de  diez  minutos 

Cadáver  macilento." 

Este  poema,  lleno  de  lirismo  y  de  incorrecciones, 
es  un  rincón  de  la  vida.  Este  es  su  mérito  y  en  esto 


348  HISTORIA  CRÍTICA 

reside  su  virtud  sugestionadora.  Vale  porque  es  un 
tiozo  de  realidad  lo  que  nos  canta  en  los  variados 
caprichos  de  su  métrica,  que  vá  desde  el  soneto  hasta 
la  seguidilla.  El  poema  concluye  con  la  muerte  de 
Vitalia,  atenaceada  por  la  visión  del  campo  de  ba- 
talla, en  el  que  las  aves  de  rapiña  graznan  en  torno 
del  cadáver  de  Helio.  Aunque  deshilvanado,  aunque 
lleno  de  descuidos  y  de  hinchazones,  La  Cruz  de  Aza- 
bache nos  cautiva  y  perdura  por  la  viveza  de  imagi- 
nación, por  la  fuerza  de  sentimiento  y  por  el  lujo  en 
el  metrizar  que  nos  revela  y  nos  descubre  su  román- 
tico artífice.   No  debemos  olvidar,  sin  embargo,  que 

Nulla  sit  ingenio  quam  non  libaverit  artem. 

El  libro  de  versos  de  320  páginas,  publicado  en  1862 
y  que  se  titula  Arenas  del  Uruguay,  tiene  los  mismos 
aciertos  y  las  mismas  imperfecciones  que  La  Cruz 
de  Azabache.  La  fantasía  es  vivaz  y  hondo  el  senti- 
miento; pero  el  gusto  es  poco  delicado  y  es  poco  ele- 
gante la  versificación.  Canta  á  Montevideo,  á  la  ba- 
talla de  Ituzaingó,  á  las  glorias  de  Mayo,  al  triunfo 
de  Cepeda,  y  á  Garibaldi.  Cuando  la  musa  desciende 
atraída  por  cosas  menos  épicas,  es  la  misma  musa 
lacrimosa  é  hipocondríaca  que  preside  y  distrae  los 
insomnios  de  todos  los  campeones  del  romanticismo. 
Le  dice  á  una  joven: 

"Yo  te  quise  preservar 
De  la  atmósfera  viciada 
Que  amagaba   inficcionar 
Tu  existencia  delicada. 

Pobre  flor! 
Y    en    vano   intenté    ponerte 
De   mi    cariño    al    amparo, 
Porque  no  quiso  la  suerte. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  349 

Mi  destino  atroz  y  avaro 
Que  fuera  eficaz  mi  amor!" 

La  sociedad  es  una  ramera  anciana  y  pecaminosa, 
que  se  complace  en  la  seducción  para  divertir  su  in- 
curable hastío : 

"Tú  ignoras,  tal  vez  ignoras 
Que  expuesta  á   sus   golpes  recios, 
Las   risas   que   hoy   atesoras 
Mañana  serán  desprecios 

Y   baldón! 
Y  que  pasado  el  encanto 
Que  ante  tus  ojos  hoy  brilla. 
No   hallarás   quien    seque   el   llanto 
Con  que  riegue  tu  mejilla 
Tu   angustiado   corazón !" 

La  más  inspirada  y  la  más  pulida  de  las  composi- 
ciones de  Heraclio  C.  Fajardo  es  la  que  lleva  por  tí- 
tulo América  y  Colón.  Esta  composición  fué  pre- 
miada, con  una  medalla  de  oro,  el  13  de  Octubre  de 
1858,  en  el  certamen  del  Liceo  Literario  de  Buenos 
Aires.  Se  divide  en  cuatro  partes  ó  capítulos  rítmicos, 
y  pertenece  al  género  épico,  del  que  decía  Horacio: 

Res  gestee  regumque  ducumque,  et  tristia  bella. 

América  y  Colón,  á  pesar  de  sus  cortas  dimensio- 
nes, puede  incluirse  en  el  número  de  los  poemas  que 
los  preceptistas  llaman  históricos  ó  heroicos,  y  que 
no  son,  en  verdad  de  verdades, .  sino  poemas  épicos 
que  se  ajustan  á  la  fidelidad  de  la  historia  y  en  los 
que  no  se  admite  el  empleo  de  lo  maravilloso.  Estos 
poemas,  por  el  estilo  y  por  la  forma,  poco  difieren 
de  la  epopeya,  que  no  es  otra  cosa  que  la  relación 


350  HISTORIA  CRÍTICA 


versificada  y  dividida  en  cantos  de  una  acción  ínte- 
gra y  grandiosa,  en  la  que  lo  fabuloso  interviene  como 
parte  esencial  de  la  obra  misma,  debiendo  el  relato 
de  la  obra  épica  estar  lleno  de  profundo  interés  para 
la  especie  humana  ó  para  un  pueblo  dado.  El  estilo 
del  poema  épico,  histórico  ó  no,  requiere  una  eleva- 
ción constante  y  una  lentitud  llena  de  majestad  en  el 
sencillo  desenvolvimiento  del  asunto,  siendo  la  oc- 
tava real,  por  lo  regular  de  su  forma  y  la  amplitud 
de  sus  períodos  musicales,  el  metro  más  apropiado 
á  la  índole  objetiva  y  al  carácter  elevadísimo  de  la 
epopeya.  Fajardo  comenzó  en  octavas  reales  su  cé- 
lebre canto;  pero  tardó  muy  poco  en  abandonarlas, 
para  variar  de  metro  en  cada  uno  de  los  capítulos  de 
su  composición.  En  el  primero  nos  pinta  al  genovés 
ilustre  frente  á  Granada,  la  ciudad  de  Boabdil,  asis- 
tiendo indiferente  á  los  lances  de  la  conquista  que 
va  á  sellar  la  gloria  de  los  Reyes  Católicos. 

"Ese   hombre,   en   cuya  encanecida   frente, 
En  cuyo  rostro  pensativo  y  bello, 
El  resplandor   de   la   divina  mente 
Impreso  estaba  con  profundo  sello; 
Cuya  mirada  juvenil   y  ardiente, 
Contrastando   la  nieve   del  cabello, 
De  ciencia   y   genio   semejaba  el   foco.... 
Era  tenido   por  un   pobre   loco! 

Y  la  risa,  la  mofa  y  el   desprecio 
Su    paso   acompañaban    por    doquiera, 
Que  el  vendabal  del  infortunio  recio 
Su  alma   probaba   con   angustia   fiera! 
Y   sin    embargo,    y   aunque    el   vulgo   necio 
Lo  reputaba   insensatez,  quimera. 
Tras  las  brumas  del  piélago  profundo 
Ese  hombre  había  adivinado  un  mundo! 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  351 

¿Pero  cómo  vencer  la  envidia,  el   dolo, 
Remoras  cenagosas  de  la  idea, 
Para    encontrar   de   un    polo   al   otro   polo 
Un  potentado  que  en  tal  mundo  crea? 
El   corazón  de  una  mujer  tan  sólo 
Comprenderá  la   empresa  gigantea, 
Que   siempre   en   la  mujer  hay  una  fibra 
Donde  lo   grande  y  portentoso  vibra! 

Y  el  mundo  de  Colón,  la  empresa  santa 
Que  realizar  su  genio  concibiera, 
Tanto   á   la   ciencia   de   aquel   tiempo   espanta, 
Tanto   tiene   de   absurdo   y    de  quimera, 
Que  era  preciso  el  alma  de  una  santa, 
La  fe  profunda  de  Isabel  primera, 
Para  lograr,   como   logró,   en  su   abono 
Hasta  las  joyas   del   ibero  trono." 

En  el  canto  segundo,  el  poeta  nos  presenta  á  Cris- 
tóbal Colón  en  medio  del  Océano.  Ya  se  acerca  al  fin 
de  su  viaje.  Ya  quedó  atrás  el  archipiélago  de  las 
Afortunadas.  Ya  surcó  el  mar  tenebroso  durante  lar- 
gos días,  resistiendo  á  los  ruegos  y  á  las  amenazas 
de  los  tripulantes  estremecidos,  apoyado  por  la  au- 
dacia viril  y  por  la  náutica  experiencia  de  Pinzón. 
Ya  una  arrullera  tórtola  vino  á  caer  sobre  una  de  sus 
naves,  y  ya  una  de  sus  nayes  tropezó  con  la  rama  de 
hojiacanto  florido  de  que  habla  Lamartine.  Ya  sueña 
con  las  costas  que  le  anunció  su  genio  y  en  las  que 
no  creían  los  sabios  de  la  junta  de  Talavera.  Ya  van  á 
vestirse  de  color  rosáceo  las  nubes  aurórales  del  12 
de  Octubre  de  1492.  Y  el  poeta  dice,  después  de  se- 
guir al  nauta  imperecedero  en  su  inolvidable  pere- 
grinación por  los  tumbos  del  mar  desconocido: 

**En  medio  de  estos  sueños  de  ventura 
Que   rasgan  de   los  tiempos  el  capuz. 


353  HISTORIA  CRÍTICA 

Entre   las  sombras  de  la  noche  obscura 
Hiere   su  vista   repentina   luz. 

Era  un  vivo   destello  de  topacio 
Flotando  de   las  aguas  al   nivel, 
Como   estrella  caída   del   espacio 
Para  alumbrar  la  ruta  del  bajel. 

¡  Aquella   luz   que   su  retina   hería 
Turbó  el  alma  gigante  de   Colón, 
Como  debió   turbar  la  luz  del   día, 
Al   despertar   del   caos,   la   creación! 

j  Era  la  luz  de  una  verdad  que  él  solo 
Pudo   entrever   en   óptica   genial, 
Y   cuyo   paso  interceptara   el   dolo, 
La  ignorancia  con   toga  magistral! 

Era   la   luz   del  mundo   escarnecido 
Hasta   allí   cual   quimérica   ilusión! 
¡  Era  la  luz  del  triunfo   conseguido 
Sobre   todos   los   hombres   por   Colón! 

¡De    rodillas,    coloso,   de    rodillas! 
¡No   se   engañan  tus   ojos,  —  ahí    está! 
¡  Ahí  están,  á  tus  pies,  las  maravillas 
Que  ni   aun   tu   mente   concibió  quizá! 

Humilla  la  cerviz,  y   de   tu   pecho 
Eleva   un   himno  tácito   al    Señor.... 
Tú   las  hallas.  Él   es  quien   las   ha  hecho: 
¡No  eres  más  que  instrumento  del  Creador!" 

Siguen  luego  la  pintura  del  mundo  americano  y 
la  apoteosis  de  Colón.  En  el  comienzo  del  primero 
de  estos  dos  últimos  cantos,  el  poeta  derrochó  todos 
los  colores  de  su  fantasía.  Leed  algunas  de  aquellas 
quintillas  alejandrinas,  que  hablan  bien  de  la  musa 
de  Heraclio  C.  Fajardo. 

"Los  ámbitos  brillaron  con   fosforencias   de  oro, 
El   piélago  tiñeron   cambiantes   de   arrebol, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  353 

Y  cual  lejanos  ecos  de  misterioso  coro, 
El   himno   de  las  aves   del  trópico,  sonoro, 
Vibró  en   el   occidente,  —  y  en  el   oriente   el  sol! 

¡  Dignísimos   preludios   del    magistral    concierto 
Que   arrebatar  debía  el  alma  de   Colón! 
¡  Dignísima  lumbrera   del   hemisferio  incierto 
A  cuya  luz  había,  como  un  Edén,  abierto 
Su  vasto  panorama  la  incógnita  región! 

¡  Colón   la  contemplaba  de   pie,   sobre  la  popa, 
Cruzados   ambos  brazos,   radiante  de   altivez; 

Y  en  torno  de  rodillas,  la  miserable  tropa. 

Que  ayer  volver  quisiera  las  quillas  hacia  Europa, 
Hoy,  muda  de  entusiasmo,  prosternase  á  sus  pies! 

¡La  vista  del  marino  con  embriaguez  se  fija 
En  la  región  que  inunda  de  súbito  la  luz, 

Y  no  hay  portento,  nada  que  su  ambición  exija 
Que  no  halle  en  ese  suelo,  que  espléndida  cobija 
La  bóveda  cerúlea  del  célico  capuz! 

Embalsamadas   auras,  arroyos   cristalinos, 
Magníficos  estuarios,   vegetación   feraz ; 
Ejércitos   alados  de   melodiosos   trinos. 
Riquezas  minerales,  veneros  diamantinos, 

Y  cúspides   y   valles   de  deliciosa  paz. 
Rugientes   cataratas,   enmarañados  montes, 

Volcanes  que  vomitan  el  oro  en  profusión. 
Hermosas   perspectivas,    sombríos    horizontes. 
Cuadrúpedos   diversos,    gigantes   mastodontes..., 
¡Sublimidad   doquiera,  doquiera  animación! 

Y  sobre  las  colinas,  ó  en  la  risueña  falda 
Cubierta   de    palmeras   que    grata  sombra   dan. 
Teniendo  por  techumbre  sus  copas  de  esmeralda. 
Arroyos  por  alfombra,  montañas  por  espalda, 
t)e   indígenas  mil   tribus   que   viven  sin  afán.... 

¡Soberbio   panorama!   magnífico   hemisferio 
Que  enamorada  besa  del  trópico  la  luz, 

23.  —  I. 


354  HISTORIA  CRÍTICA  

Y  ejerce  sobre  el  alma,  bañado  de  misterio, 
La  mágica  influencia  y  el  poderoso  imperio 
De  un  sueño   iluminado   por  bíblico  trasluz. 

Colón  lo  contemplaba:   su  corazón  se   henchía 
Con  toda  la  grandeza  de  aquella  creación! 
Su   pensamiento   osado   los   siglos  trasponía, 

Y  en   lúcidas   visiones  el  porvenir  veía 
Que  al  hombre  deparaba  la  fúlgida  región: 

La  luz  del   Evangelio,  las  ciencias  y  las  artes, 
La  industria  y  el  comercio,  só  el  reino  de  la  ley. 
Alzar  con  ufanía  sus  libres  estandartes, 

Y  el  sello   del   progreso   llevar  á  todas  partes 
La  humanidad,  reunida  en  una  sola  grey. 

Y  envuelta  en  los  efluvios  del  alto  firmamento. 
Teniendo   por   alfombra   la   rica    inmensidad. 
El   Plata  y  Amazonas  por  brazos,  por  asiento 
La  cumbre  de  los  Andes,  y  el  férvido  concento 
Del    Niágara   por   himno,  —  surgir   la  Libertad!" 

Hemos  hecho  esta  larga  transcripción  porque  ella 
nos  permite  conocer  acabadamente  la  índole  del  in- 
genio de  nuestro  poeta.  Ese  ingenio  es  una  extraña 
mixtura  de  altitud  y  de  vulgaridad,  de  visiones  gran- 
diosas y  prosaicos  decires.  Abultado  con  mucha  fre- 
cuencia y  con  mucha  frecuencia  incorrecto,  ese  in- 
genio es  el  ingenio  de  un  poeta  noble,  á  quien  el  me- 
dio en  que  vive  no  le  permite  conocer  las  finuras  de 
su  arte,  que  es,  más  que  nada,  arte  de  elocución  y 
arte  de  buen  gusto.  A  pesar  de  eso,  en  el  templo  de 
la  literatura  de  nuestro  país,  el  cinamomo  humeará 
siempre  y  siempre  habrá  encendida  una  lámpara  ante 
el  altar  de  la  musa  belicosa  y  romántica  de  Heraclio 
C.  Fajardo. 

A   veces  tuvo  perfección  musical  y  verdadero  nu- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  355 


men,  aunque  amargado  siempre  por  sus  irascibles  en- 
conos políticos.  Leed  estos  versos,  que  escribió  á  la 
memoria  de  Antonio  Lenzi: 

"Meteoro  fulgentísimo, 
Del  almo   Ser  destello, 
Como   fugaz   luciérnaga 
Su  espíritu  brilló; 

Y  en  su  semblante  pálido, 
Con   funerario   sello, 

Su  brillantez   efímera 
Fatídico   estampó. 

Quince    años,   y   ya  lóbrega 

Con  su  glacial  sudario 

La  noche  del  sarcófago 

Bajó  sobre  su  sien! 

Quince  años!  cuando  el  pórtico 

Del  terrenal   santuario 

A  nuestros  pasos  ábrese 

De  par  en  par  recién! 

Quince  años!    cuando   fúlgida 
La  estrella  de   la  vida 
En   matinal   crepúsculo 

Y  entre  ópalo  y  zafir, 
Hacia  el  cénit  encúmbrase 
Deslumbradora,   henchida 
Con  las  promesas  mágicas 
De   dicha  y   porvenir! 

Quince  años!   cuando  el  éxtasis 
El   labio  apenas  prueba 
En  el  sabroso  cálice 
Del  néctar  ilusión; 


356  HISTORIA  CRÍTICA 


Cuando   el  amor,  prismático. 
En  cada  instante  lleva 
A  la  cabeza  un  vértigo 

Y  al   pecho   una  fruición! 

Murió:    como   relámpago 
Se  vio  brillar  tan  sólo 
Su  intelectual  aureola, 
Su  gracia  juvenil; 
Murió  como   los   párvulos 
Ajeno  al  mal  y  al  dolo, 
Mas   no   al   sagrado  estímulo 
De  la  ambición  febril. 

Ya  en  vértigos  habíale 
El  hada  de  la  gloria 
Hecho  entrever   la  cúspide 
Do  asienta  su   dosel ; 

Y  en   una  hermosa   página 
De  la  patricia  historia 

Su  nombre  con  espléndida 
Corona  de  laurel. 

-Mas,  ay ! . . . .  al  espectáculo 

De  la  natal  ribera 

En  manos  de  vandálica 

Jauría   criminal. 

De  muerte   hirió   su  espíritu 

La  decepción   primera, 

Y  prefirió  á  la  histórica 
La  gloria  celestial." 

En  el  año  de  1867,  cuando  iba  á  doblegarse  en  el 
regazo  de  la  sombra  sin  fin,  resplandeció  con  fulgo- 
res de  juventud  el  alma  del  poeta  de  La  Cruz  de  Aza- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  357 

bache.  —  La  tragedia  de  Querétaro  exaltó  su  numen, 
lo  mismo  que  exaltó  el  numen  de  Lapuente.  Heraclio 
C.  Fajardo  le  dijo  á  Juárez : 

"Del  nuevo   César  las  marciales  greyes 
Lanzáronse   hacia  Méjico,   engreídas, 
Hollando  fueros,  conculcando  leyes, 
A  suplantar  por  vastagos  de  reyes, 
Oh  Libertad,  tus  mieses  bendecidas. 

La  traición,   la  ignorancia,  el  fanatismo, 
Dieron  su  mano  al  pérfido  Tiberio: 
E  hízose  el  caos,  y  abortó  el  abismo, 

Y  vimos  como  odioso  anacronismo 
Levantarse  en  América  un  Imperio! 

Los  viejos  Andes  su  nevada  cresta 
Indignados  y  tristes  sacudieron, 

Y  el  golfo,  el  mar,  el  valle  y  la  floresta 
Con  el  grito  de  unánime  protesta 

La  conciencia   del   mundo   estremecieron. 

Un   lustro   transcurrió.  —  Liberticida, 
Cerró  la  usurpación  su  vil  cadena; 

Y  de  aquel  pueblo  la  robusta  vida 
Vimos  ¡ay!  extinguiéndose  á  medida 
Que  circulaba  la  imperial  gangrena. 

Pero  trepando  cúspides  y  montes, 
De  Anahuac  por   la  adusta  cordillera. 
Atravesando    rudos   horizontes, 
Rodeado  de   selváticos  bisontes, 
Seguido  por  el  tigre  y  la  pantera. 

Un  hombre  en  tanto  va  de  cima  en  cima 
Llevando   en  brazos  los  patricios   lares; 


3^  HISTORIA  CRÍTICA 

Ríe  al  peligro,  al   enemigo,  al  clima, 

Porque  á  su  lado  Libertad  le  anima 

Con  heroico  tesón....    y  ese  hombre  es  Juárez! 

Escoltado  de  un  puño  de  valientes, 
Corona,   Ortega,   Díaz,  Escobedo, 
Sabe  probar  á  entrambos  continentes 
Que  en  pechos  de  demócratas  conscientes 
No  entran  soborno,  lasitud  ni  miedo! 

Y  en  pos  de  un  lustro  de  constancia  austera, 
Ese  indomable  y  fiel  republicano. 

Dando  á  la  historia  una  lección  severa. 
Vuelve  á  enastar  la  liberal   bandera 
Triunfante  sobre  el   suelo  mejicano! 

¿Adonde  están  las  engreídas  greyes 

Que  ayer  vinieron  de  arrogancia  henchidas 

Hollando   fueros,   conculcando   leyes, 

A  suplantar  por  vastagos  de  reyes, 

Oh  Libertad,  tus  mieses  bendecidas? 

Ante  la  lanza  que  en  su  espalda  embotas, 
En  fuga  vil,  oh  Méjico,  las  veo 
A  sus  naos  volver  deshechas,  rotas: 
Pues  ya  en  tu  golfo  no  se  queman  flotas 
De  heroica  decisión  como  trofeo! 

Y  en   Querétaro  en   fin  doblar  la  frente 
Por  tu  supremo  esfuerzo  anonadadas! 
Que  en  todo  tu  talado  continente 

La   Democracia  en   fin   surge   fulgente 
Con  las  sienes  de  lauro  coronadas! 

¡Oh   invencible   pujanza  del   derecho! 
i  Oh   incontrastable   fuerza  de   la   idea! 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  359 


Mientras   libre   alentáis  un   solo   pecho 
No  hay  fuerza  bruta  ni  homicida  acecho 
Que  suficiente  á  derribaros  sea! 

Y  ese  pecho  de  libre  que  ha  salvado, 
Oh  Méjico,  tus  dioses  tutelares; 

Ese  patriota,  de  virtud  dechado, 
Ese  digno  demócrata  esforzado, 
Es  un  azteca  y  se  apellida  Juárez!" 

Aquellos  valientes  versos  terminan  así: 

"De  los  tronos  la  exótica  simiente, 
Ya  lo  veis,  en  América  no  medra. ... 
¡Atrás,   Conquista  imbécil   é   insolente! 
Para  alzar  diques  á  tu  audaz  torrente, 
i  Tenemos  brazos  y  nos  sobra  piedra! 

No  por  ser  más  en  bélico  elemento 
Triunfos  y  glorias  fáciles  celebres: 
Si   hombres   y   naves   nó,  nos   sobra  aliento! 

Y  enemigos  te  son  el  clima,   el  viento, 
Los  caimanes,  el  vómito  y  las  fiebres! 

La  Libertad  en  fin  te  arroja  el  guante 
En   el   cadáver   de   tu   regia   hechura: 
Si  la  habida  lección  no  te  es  bastante. 
Manda  á   otro   emperador   que   lo  levante, 

Y  otra  lección  tendrás  tanto  y  más  dura!" 

Sabido  es  como  concluyó  la  aventura  de  Méjico. 
El  príncipe  Fernando  Maximiliano,  archiduque  de 
Austria,  después  de  no  pocas  dudas  y  de  muchos 
apremios,  aceptó  la  corona  que  le  ofrecía  una  dipu- 
tación, de  origen  azteca,  el  10  de  Abril  de  1864.  Su- 


36d  HISTORIA  CRITICA 

bido  al  trono,  no  pudo  granjearse  la  confianza  del 
núcleo  liberal,  á  pesar  de  que  reconoció  la  libertad 
de  cultos,  ni  pudo  someter  á  las  fuerzas  republicanas, 
á  pesar  de  que  sus  tropas  las  persiguieron  hasta  la 
ciudad  fronteriza  de  Chihuahua.  Ante  lo  enérgico  de 
la  actitud  de  los  Estados  Unidos  y  viendo  que  su  in- 
tervención en  las  cosas  de  Méjico  no  agradaba  á  la 
Francia,  Napoleón  hizo  que  Bazaine  dejase  al  archi- 
duque á  solas  con  sus  cuitas  en  1867.  En  vano  el  pobre 
rey,  que  fió  en  las  promesas  de  otro  monarca,  pidió 
que  se  cumpliera  el  tratado  de  Miramar.  Napoleón 
le  negó  los  hombres  y  el  dinero  que  le  exigía.  En 
vano  la  emperatriz  Carlota  mendigó  espadas  y  ayudas 
en  Roma  y  en  Viena.  El  Pontífice  recordaba  las  com- 
placencias liberales  del  archiduque.  Francisco  José 
recordaba  que  Maximiliano  se  querelló  con  él  en  los 
preludios  de  su  elevación  al  trono  de  Méjico.  En 
vano,  en  fin,  aquella  esposa  desoladísima  celebró  una 
entrevista,  larga  y  violenta  con  Napoleón.  Todo  fué 
inútil.  La  suerte  había  fallado  ya.  Contra  la  suerte 
no  hay  tribunales  de  última  instancia.  Sitiado,  ven- 
cido y  hecho  prisionero  en  Querétaro,  Maximiliano 
fué  pasado  por  las  armas,  junto  con  los  generales  Mi- 
ramón  y  Mejía,  el  19  de  Junio  de  1867.  Entonces  la 
locura  se  apoderó  de  Carlota,  cuyos  gritos  de  pena 
repiten  aún  los  vientos  que  pasan  por  el  castillo  de 
Miramar. 

Fajardo  escribió  sobre  el  suplicio  de  Maximiliano: 

"Del  águila  rapaz  que   anida   el    Sena 
Propiciatoria  víctima  tú   fuiste, 
Y   un   pueblo   ataste   con  servil   cadena 
Que  rota  en  pos  por  ese  pueblo  viste. 

La   púrpura   imperial   vino   en  tu   daño 
A  ofuscar   tu  conciencia   y   tu   mirada.  .  .  . 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  361 

Te  apercibiste  tarde  del   engaño, 
Y  la  ley  del  talión  te  fué  aplicada! 

Fuiste   cruel    como    príncipe ;    como   hombre, 
Fuiste   grande   al  morir,   Maximiliano! 
¡  Maldito   sea,   emperador,  tu   nombre ! 
¡Bendito  sea  tu  martirio,  hermano!" 


III 


Carlos  A.  Fajardo,  hermano  y  émulo  del  autor  de 
La  Cruz  de  Azabache,  es  más  correcto,  aunque  menos 
emotivo  y  fecundo,  que  el  que  cantó  los  tristes  amores 
de  Helio  y  Vitalia.  Más  que  éste  vale,  por  su  mejor 
gusto  y  su  mayor  conocimiento  del  idioma,  don  Ra- 
món de  Santiago,  nacido  en  1833  y  dedicado  á  las 
luchas  de  la  prensa  desde  1854,  ^^  ^^^  ingresó  en 
la  redacción  de  El  Orden,  para  pasar  después  por  las 
columnas  editoriales  de  La  Libertad,  El  Plata,  La  Re- 
pública y  El  Correo.  Fué  romántico  desde  su  inicia- 
ción en  la  vida  de  las  letras;  pero  romántico  sin  ve- 
sánicas sacudidas  ni  ridículos  tropos.  Sonetista  exce- 
lente, vencedor  de  las  dificultades  de  la  oda,  dueño 
de  los  tonos  apasionados  y  tiernos  de  la  elegía,  de- 
dicó todas  las  horas  de  su  vida  honrada  y  humilde 
á  perfeccionarse  en  las  sutilezas  del  decir  poético, 
sin  esperar  y  sin  obtener  los  halagos  de  la  fortuna 
ni  los  favores  de  la  multitud.  Su  composición  de  más 
aliento,  la  más  digna  de  estudio,  es  la  composición 
en  versos  libres  que  se  titula  La  cindadela  de  Mon- 
tevideo. 

Como  yo  soy  enemigo  del  verso  libre,  que  se  me  fi- 
gura prosa  mal  hecha,  quiero  ahorrarme  el  trabajo 
de   transcribir  algunos    fragmentos   de   esta  larga   y. 


36a  HISTORIA  CRITICA 


para  mí,  monótona  poesía,  prefiriendo  que  mis  lec- 
tores conozcan  la  sentidísima  balada  que  se  titula  La 
Joca  de  Bequeló.  Es  la  más  popular  y  la  más  román- 
tica de  las  composiciones  de  Ramón  de  Santiago: 

"En    la  enramada   de   un   rancho   viejo, 
Nido  de  gauchos  cerca  del  Yi, 
Guitarra   antigua   tierna  cantaba, 

Más  bien,   lloraba 
La   triste   historia  que   escribo   aquí. 
—  ¿Sabéis,    paisanos,    por   qué    ando    errante 
Bajo  estos  bosques  de   Bequeló? 
Me  llaman  loca,  pero  es  mentira; 

Es  que  no  tengo  ya  corazón 

Venid,   paisanos,  venid   conmigo; 
Diré   mi  historia  junto  al   fogón. 

Veis  mis  cabellos?   Eran  muy  negros. 
Más  que  las  alas  del  cuervo,  más: 
Están  muy  secos,  tan  blancos.  .  .  .   blancos. . . . 
Como  las  flores  del  arrayán. 
¿Veis  estos  ojos?   ¿No  tienen  vida? 
Pues   antes   puros   como   el   cristal, 
Fueron  dos   luces  que  se  encendieron 
En  una  aurora  del  Uruguay. 
Tristes  mis   labios   son   amarillos 
Como  el  pellejo  del  butyhá;  ' 

¡Ay!  los  tenía  rojos  y  alegres 
Como    el   penacho    del   cardenal. 

Allá   en  la   loma,   como  un  calvario 
Veréis  ruinas  y  un  triste  ombú; 
Fueron   mi   cuna,   fueron  mi   estancia, 
Fueron  mi   nido  verde   y  azul. 
Cuando  yo  muera  clavad,  paisanos. 
Bajo    aquel   árbol   mi    triste    cruz. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  363 

Que   allí    murieron   mis   dichas   todas, 
Allí  he  perdido  mi  juventud. 

Tenía  un  esposo  que  ardiente  amaba, 

Y  un  hijo  bello  que  era  mi   Dios. 

j  Ah,  qué  contenta  perdiera  el  cielo 
Si  yo  pudiera  ver  á  los  dos! 
Una  mañana....    ¡maldita  sea! 
Cuando   esta   guerra  se   pronunció. 
Mi   esposo  tierno  me   dio  un  abrazo, 
Llorando   mucho  su  hijo  besó. 
Pálido  el  rostro  tomó  su  lanza, 
Montó  á  caballo  triste,  y  partió. 
Aún  me  parece  lo  ven  mis  ojos 
De   lejas  lomas  haciendo  ¡  adiós  I 
¡Ay,   mis   paisanos,   en   ese   día 
Perdí    un   pedazo    del   corazón ! . . . . 

Pasaron   meses,   pasaron   años 
Llorando  siempre,  siempre  peor. 
Cuando  una  tarde  que  al  hijo  amado 
De  mis  entrañas  contaba  yo 
Del   pobre   padre,  que   no  volvía, 
La  ausencia  larga,  ^u  último  adiós. 
Cruzando  el   campo  llegó  un  sargento, 
De  su  caballo  se  desmontó, 

Y  al   sólo   rayo   de  mi  esperanza 
Estas  palabras   le  dirigió: 

—  ¿Ves  esta  lanza?   Fué   de  tu   padre; 

Por   su   divisa  bravo   murió: 

Tómala  y  vamos,  no  te  demores 

Que   en   las    cuchillas   se   duerme   el   sol. — 

Llorando   mi   hijo   me  dio  un  abrazo. 

Montó  á  caballo   triste,   y   partió. 

¡Ay,  mis  paisanos,  en  esa  tarde 

Quedó  mi   pecho   sin   corazón! 


364  HISTORIA  CRÍTICA  

Ya  van  dos  veces  que  las  torcaces 
Dulces  arrullan   en  el   sauzal, 
Y    los   boyeros,   cantando   alegres, 
Cuelgan  sus  nidos  del  ñandubay; 
Pero   no  he   visto  más  á  mi   hijo 
Desde   esa  tarde   negra   y    fatal. 
Allá  en   la   loma  como   un  calvario 
Veréis  ruinas  y  un  triste  ombú. 
Cuando  yo  muera  clavad,  paisanos. 
Bajo  aquel   árbol   mi   humilde   cruz. 

Esta  es  la  historia  que  una  guitarra 
De  un   rancho  viejo   triste   lloró. 
¡  Ay,  cuantas   locas   habrá  en  mi   patria 
Como  la  loca  de  Bequeló!" 

Señalen  otros  sobras  de  melodía  y  faltas  de  forma. 
Lo  nativo  del  cuadro  y  lo  profundo  del  sentimiento 
harán  imperecedera  esta  composición.  ¡  Ojalá  siempre 
se  presentase  con  esa  belleza,  limpia  de  coquetería 
y  limpia  de  artificio,  la  buena  y  noble  musa  de  Ra- 
món de  Santiago ! 

Fermín  Ferreira  y  Artigas  pertenece  también  á  los 
mejores  tiempos  de  la  época  romántica.  Nacido  en 
1837  y  muerto  en  1872,  fué  periodista  y  se  sentó  en 
las  bancas  de  la  legislatura;  pero,  bohemio  y  desorde- 
nado, buscó  en  la  embriaguez  las  dichas  del  ensueño 
y  del  olvido.  Es  un  poeta  ligero,  espontáneo,  sin 
grandes  pretensiones  y  cuya  característica  era  la  flui- 
dez. La  mayor  parte  de  sus  composiciones,  por  lo 
común  en  variedad  de  metros,  parecen  inconclusas 
y  pecan  de  breves,  como  escritas  de  golpe,  de  un  solo 
trazo,  ó  como  producto  de  una  inspiración  que  se 
complace  en  traducirse  por  refucilos.  Canta  á  la  pa- 
tria y  á  la  amistad  con  el  mismo  descuido  con  que 
canta  á  la  rosa  y  á  la  madreselva.  Sus  poesías,  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  365 

forman  un  volumen  de  cerca  de  cien  hojas,  fueron 
coleccionadas,  en  el  mismo  año  de  su  fallecimiento, 
bajo  el  título  de  Páginas  sueltas.  Agradan  por  el 
asunto,  sin  entusiasmar  á  causa  de  su  lirismo  pobre 
y  su  dicción  prosaica,  las  dedicadas  al  sol  de  Julio, 
al  sol  de  Mayo  y  á  los  Treinta  y  Tres.  Fermín  Fe- 
rreira  sabe  hacer  versos,  lo  que  no  es  poco ;  pero  mal- 
gasta su  difícil  facilidad  y  sólo  por  excepción  apro- 
vecha las  citas  que  le  dá  su  musa.  Esta  debió  retirarse 
humillada  y  dolorida,  más  de  una  vez,  de  aquellos 
momentáneos  y  poco  ardientes  coloquios  de  amor. 
Si  se  pasasen  por  el  tamiz  de  la  crítica  regañona,  es- 
casos granos  de  oro  dejarían  en  él  los  versos  más  pu- 
lidos  de   Fermín   Ferreira  y  Artigas. 

Como  tenía  ingenio  y  facilidad,  acertó  algunas  ve- 
ces. Dio  estrofas  que  seducen  aún,  como  el  campo 
dá  flores  que  embalsaman ;  pero,  por  lo  común,  sus 
himnos  se  pierden  sin  levantar  un  eco  en  nuestro 
corazón,  como,  por  lo  común,  las  flores  campesinas 
huelen  á  musgo  ó  son  inodoras.  El  talento,  aun  en 
poesía,  difícilmente  llega  á  su  plenitud  cuando  los 
claustros  salamanquinos  no  ayudan  á  la  naturaleza, 
no  faltando  ocasiones  en  que  lo  que  la  naturaleza 
negó.  Salamanca  lo  dá.  Quien  dice  labor  artística  dice 
labor  reglamentada,  porque  no  hay  arte  sin  método 
y  sin  reglas,  siendo  siempre  más  fácil  aplicar  una  re- 
gla que  se  conoce,  que  descubrir  instintivamente  un 
conjunto  de  reglas  que  se  ignoran.  El  orgulloso  des- 
dén con  que  miraron  reglas  y  modelos  perjudicó  á 
los  artífices  del  romanticismo,  como  había  perjudi- 
cado á  los  autores  clásicos  la  admiración  servil  que 
les  inspiraba  todo  lo  que  engendró  la  musa  grecola- 
tina.  Por  miedo  de  parecerse  á  los  insulsos  cultipar- 
listas de  la  centuria  décimaséptima,  nuestros  román- 
ticos  no   se   preocuparon   de   enriquecer   ni   de  puli- 


366  HISTORIA  CRITICA 


mentar  su  elocución,  usando  en  sus  estrofas  de  más 
alto  vuelo  los  mismos  decires  que  usaban  en  sus  con- 
versaciones, en  sus  discursos  y  en  sus  editoriales.  Los 
modos  de  decir  inanimados  y  faltos  de  rapidez,  las 
licencias  usadas  sin  discernimiento  y  sin  parsimonia, 
la  frecuente  enumeración  de  nimiedades  desprovistas 
de  toda  hermosura,  el  empleo  de  los  epítetos  vagos 
y  comunes  y  poco  propios,  la  inoportuna  é  inarmó- 
nica mezcla  de  agudos  y  de  graves,  ó  de  asonancias 
y  consonancias,  son  defectos  que  afean  y  deslustran 
y  prosaizan  la  labor  poética  de  casi  todos  nuestros 
románticos.  Estos  ignoraban  que  el  lenguaje  vulgar 
ó  afectado,  es  decir,  el  lenguaje  que  no  se  caldea  na- 
turalmente en  el  horno  de  lo  pintoresco,  no  es  el  len- 
guaje que  hablan  y  difunden  las  musas.  La  poesía 
tiene  su  lenguaje  propio,  como  el  derecho  y  las  ma- 
temáticas tienen  el  suyo,  porque  cada  modalidad  de  la 
inteligencia  requiere  signos  ó  modos  especiales  para 
traducirse.  Por  ignorarlo  ó  desconocerlo,  produjo 
poco  de  duración  larga  nuestro  romanticismo  del  año 
40.  No  está  nunca  de  sobra  traducir  á  Horacio  ó  con- 
versar con  Blair. 

¿Quiere  decir  esto  que  Fermín  Ferreira  no  debe 
figurar  en  una  antología  de  autores  uruguayos?  De 
ningún  modo,  desde  que  ya  hemos  sostenido  que  so- 
bresale por  la  espontaneidad  y  por  la  fluidez  de  su 
inspiración.  Oídle  como  canta  á  La  mariposa: 

"Cual    la   niebla   vaporosa. 
Como    la    brisa    sutil. 
La    ligera  mariposa 
Va   vagando   en   el    pensil. 

Y   desde   el    jazmín   al    lirio, 
Desde   la   rosa   al   clavel. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  367 


Liba  en   su  loco  delirio 

De   una   flor    y  otra  la   miel. 

Y   al    formar   con   sus   volidos 
Circos  y  líneas  en  cruz. 
Sus   mil    colores  lucidos 
Tornasolan    con    la    luz. 

Gira  inquieta  y  ni  un  instante 
Te   detengas  á  posar, 
Que  así  imitas  lo  inconstante 
De  la  vida  terrenal." 

Después  cambia  de  metro,  ya  caldeada  la  fantasía, 
para  decirle  á  la  flor  con  alas  de  seda: 

"Vuela  del  heliotropo  á  los  jazmines, 
Desde   el   rojo  clavel   hasta  la  rosa, 

Y  vaga  por   los   prados  y  jardines 
Fugaz,   inquieta,   alegre   y   revoltosa. 

¿Qué   importa  que  te  tachen   de  liviana 
Esos  que   habitan   este  impuro   suelo? 
¿Piensas   acaso  que  en   la  vida  humana 
Hay  más  constancia  que  en  tu  raudo  vuelo? 

¿Piensas  que  el  mundo  encierra  realidades? 
¿Piensas  que  de  ellas  gozarán  los  hombres? 
¿Piensas    que   aquí   podrás    hallar   verdades? 
¡Cuánto  te  engañas!  Sólo  existen  nombres.  ,  .  . 

Cifras  que  el  hombre  en  su  fatal  demencia 
Dijo  —  con   ellas  dura  mi   memoria, — 

Y  á  una  llama  opinión,  á  otra  creencia, 
Fortuna,   honor,   reputación   y   gloria. 

Pero  todo  es  fugaz   y  pasajero. 
Todo  lo  borra  el  tiempo  y  lo  arrebata. 
Como   lleva  las  nubes   el   Pampero 
Que   el   cielo   nublan   del   hermoso    Plata." 


368  HISTORIA  CRÍTICA 

La  musa  romántica  es  una  musa  enferma.  ¿Cuál 
es  su  enfermedad?  La  melancolía.  Es  una  melancolía 
literaria,  sin  que  por  eso  deje  de  ser  una  melancolía 
real.  Hay  algo  en  ella  de  las  dudas  del  Hamlet  de 
Shakespeare  y  del  enfermo  imaginario  de  Moliere. 
Ha  soñado  mucho,  y  vuelve  del  mundo  de  los  sueños 
con  las  alas  rotas,  al  ver  que  su  ideal  místico  y  ca- 
balleresco es  una  dulce,  pero  una  irrealizable  qui- 
mera. Bohemios  y  apasionados  por  instinto  ó  por  os- 
tentación literaria,  aquellos  soñadores  ingenios  suc- 
tan,  como  la  mariposa  de  nuestro  bardo,  el  néctar  del 
placer  en  todos  los  cálices  del  jardín  de  la  vida;  pero 
como  no  todos  los  cálices  tienen  azucarado  el  jugo 
y  como  el  tedio  está  en  el  fondo  de  todas  las  locuras 
sensuales,  su  hastío  concluye  por  creer  que  no  existe 
la  dicha  serena,  que  no  es  la  dicha  que  ellos  buscaron 
y  apetecieron.  Entonces  hacen  de  su  tristeza  una  ele- 
gancia y  una  costumbre,  sin  advertir  que  la  vida  es 
un  cuadro  donde  lo  róseo  y  lo  azul,  lo  gris  y  lo  negro 
están  esparcidos  en  capas  iguales,  superpuestas  y  que 
aparecen  sucesivamente  según  el  modo  como  hiere  al 
cuadro  la  luz  diurna.  No  nos  angustiemos,  porque  en 
el  fondo  de  la  tristeza  de  los  románticos  vaga  una 
sonrisa  tranquilizadora.  ¿Cómo  han  de  estar  tristes 
hasta  la  muerte  aquellos  campeones  y  aquellos  aman- 
tes de  la  gloria  inmortal  y  de  la  belleza  soñada  por 
Platón?  Por  otra  parte,  la  imaginación  se  acostumbra 
á  las  penas,  acabando  por  saborearlas  como  á  un  dulce 
manjar.  El  dolor  también  tiene  sus  voluptuosidades 
hechizadoras. 

¿Se  quiere  una  prueba  de  lo  que  afirmamos?  Pues 
óigase  á  la  misma  musa  que  nos  decía  que  la  creencia, 
el  honor,  la  verdad  y  la  gloria  no  son  sino  nombres, 
sostener  en  otra  de  sus  rimas  más  populares: 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  369 

"El  hombre  nació  al  mundo  inteligente, 
Para  emplear  en  el  bien  su  inteligencia, 
Para  legar  á   la  futura  gente 
Un  recuerdo  inmortal  de  su  existencia. 

El  que   3U   vida  terrenal   no  sella 
Con   actos   que   ennoblezcan   su   memoria, 
El  que  no  deja  tras  de  sí  una  huella 
De  valor,   de  virtud,  talento   ó  gloria, 

Desaparece  de  la  humana  vida 
Cual   la  hoja   que   arrastra  la  cascada, 
Y  su  losa  entre  tantas  confundida 
Del  viajero  no  alcanza  una  mirada. 

Virtud,  valor,  talento!  que  de  un  nombre 
Hacéis  un  timbre  de   eternal  ejemplo. 
Vosotros  eleváis  triunfante  al  hombre. 
De   la  inmortalidad  al  sacro  templo! 

Bendito  del  que  al  polvo  ha  descendido 
Con  alma  grande,  exenta  de  vileza; 
¡Bendito  del  que  á  tiempo  ha  comprendido 
Que  la  existencia  en  el  sepulcro  empieza!" 

Esa  variabilidad  de  la  musa  se  debe  á  la  variabili- 
dad de  sus  impresiones.  Como  nuestro  romántico  era 
un  verdadero  poeta,  cada  impresión  le  creaba  un  nuevo 
estado  de  espíritu,  que  necesitaba  traducirse  y  per- 
petuarse por  medio  del  verso.  Las  impresiones  obran 
sobre  la  mayoría  de  los  espíritus  sin  hacerles  sen- 
tir la  necesidad  de  comunicarlas,  reviviéndolas  dra- 
mática ó  estéticamente  en  estado  de  ensueño;  pero 
esa  necesidad  es  tan  imperiosa  como  una  necesidad 
física  para  los  aquejados  por  la  fiebre  poética,  por 
el  delirio  de  la  creación.  Lo  mismo  sucede  con  la  ra- 
diación solar  en  la  naturaleza.  Hay  sustancias  sólidas 
y   transparentes,   como   el  vidrio  de   urano,   que   sólo 


24. 


370  HISTORIA  CRÍTICA 

se  iluminan  hasta  cierta  profundidad  cuando  se  las 
expone  á  los  rayos  solares,  desapareciendo  su  brillan- 
tez cuando  desaparece  la  acción  de  la  luz  incidente, 
como  los  espíritus  que  sólo  vibran  mientras  dura  el 
momento  real  de  sus  emociones.  Hay,  en  cambio,  otros 
cuerpos,  como  los  sulfuros  de  calcio  y  de  bario,  que 
quedan  durante  un  tiempo  fosforescentes  y  luminosos, 
después  de  haber  sido  expuestos  á  la  luz  y  retirados  de 
ésta,  como  hay  espíritus  en  los  que  la  emoción  perdura 
y  necesita  manifestarse  aun  mucho  después  de  haber 
cesado  la  actividad  de  la  causa  emocionadora.  Sumi- 
sos á  esa  inapagable  sed  de  traducir  y  de  perpetuar 
todas  sus  impresiones,  los  poetas  se  encargan  de  de- 
latarnos la  contradicción  que  suele  existir  entre  sus 
múltiples  y  policromos  estados  de  alma,  siendo  más 
universales  y  más  sugestionadores  los  que  tienen  más 
profunda,  más  sinfónica,  más  exaltada  y  más  comu- 
nicativa la  sensibilidad. 

Dicho  lo  que  antecede,  y  para  que  se  pueda  apreciar 
en  todo  su  valor  el  numen  de  Fermín  Ferreira  y  Ar- 
tigas, transcribiremos  la  más  inspirada  de  sus  com- 
posiciones, la  composición  que  atenúa,  aunque  no  jus- 
tifique, los  viciosos  desórdenes  que  la  fama  le  atri- 
buye al  poeta.  Oid  los  alejandrinos  que  su  musa  dejó 
en  el  álbum  de  Rosa: 

"Al  pronunciar  tu  nombre,  se  agolpa  á  mi  memoria 
Tristísimo  un  recuerdo  de  mi  perdido  amor; 
Yo  te  contara,  hermosa,  tan   peregrina   historia, 
Mas  temo  herir  en  tu  alma  la  fibra  del  dolor. 

También  ella  era  joven,  espiritual,  hermosa; 
Era   la  flor  más   pura  y  esbelta  del   pensil; 
Reinaba  entre  las  flores  y  la  llamaron  Rosa, 
jLa  tempestad  un  día  la  marchitó  en  su  Abril! 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  371 


Con  ella   concluyeron  mis   célicas  visiones, 
Los  mágicos  ensueños  de  amor  y  juventud; 
En  llanto  se  trocaron  mis  blancas  ilusiones, 
Y  hallé  en  lugar  de  un  ara,  su  fúnebre  ataúd. 

Desde  tan  cruel  instante,  sin  brújula  ni  estrella. 
Yo  me  lancé  del  mundo  por  el  revuelto  mar; 
O  atravesé  el  desierto  para  dejar  mi  huella 
Sobre  movible  arena,  que  el  tiempo  ha  de  borrar. 

Sin  fe,  ¿qué  puedo  hablarte  de  dicha  y  de  esperanza? 
Mi  estrella  está  en  su  ocaso,  sin  luz  mi  porvenir, 
Pasó  ya  la  tormenta,  más  vino  la  bonanza. 
Remedo  de  la  calma  siniestra  del  morir. 

Así  nada  le  queda  ya  al  pobre  peregrino, 
Sino  reminiscencias   de  su  primera   edad; 
Sus  rosas  deshojaron   las  brisas   del  destino; 
No  tiene  ni  una  sola  que  dar  á  tu  beldad. 

Perdón,  si  en  vez  de  un  canto  radiante  de  alegría. 
No  exhalo,  niña  hermosa,  sino  ecos  de  dolor ; 
Marchita  la  flor  bella  de  la  esperanza  mía. 
Se  destempló  en  mi  lira  la  cuerda  del  amor." 

De  todo  lo  dicho  puede  deducirse  que  nuestro  poeta 
se  distinguió  por  la  espontaneidad,  la  sencillez  y  el 
sentimiento,  aunque  quiten  no  poco  valor  á  su  obra 
el  prosaísmo  de  la  dicción  y  la  falta  de  poder  en  el 
vuelo  de  las  ideas.  Escribió,  además  de  sus  compo- 
siciones líricas,  un  proverbio  en  un  acto.  Donde  las 
dan  las  toman,  estrenado  en  la  noche  del  6  de  Octu- 
bre de   1860  en  el  teatro  Solís. 

La  acción  del  proverbio  se  desarrolla  durante  un 
aristocrático  baile  en  la  señorial  morada  de  doña  Rita, 
tía  y  tutora  de  la  joven  Adela.  Carlos  está  enamorado 
de  Adela;  pero  Alejandro,  que  también  codicia  la 
hermosura  de  la  candida  virgen,  trata  de  convencer 


372  HISTORIA  CRITICA 


á  SU  amigo  y  rival  de  que  el  amor  no  es  sino  una  ilu- 
sión, un  capricho  que  pasa  rápidamente, 

"Una   luz   que   reverbera 

Y  que   un  soplo  hace   morir." 

Don  Sisebuto,  un  bondadoso  anciano  miope  hasta 
el  exceso  y  que  abusa  sin  compasión  de  los  refranes, 
pone  en  conocimiento  de  Carlos  la  intrigante  maldad 
de  su  amigo;  pero  al  notar  que  el  joven,  arrebatado 
por  los  celos  y  por  el  dolor,  habla  de  desembarazarse 
á  tiros  ó  á  estocadas  de  su  antagonista,  procura  cal- 
marle, persuadiéndole  de  que  la  maña  es  preferible 
á  la  fuerza,  porque,  en  intrigas  de  amor,  vale  más  un 
ardid  oportuno  que  una  extemporánea  heroicidad,  pues 
es  bien  sabido  que,  en  el  mercado  del  corazón, 

"No  siempre  el   que  va  primero 
Se  lleva  la  mejor  ganga." 

Después  don  Sisebuto,  viendo  venir  á  Adela  del 
brazo  de  Alejandro,  consigue  que  Carlos  se  oculte 
tras  la  cortina  de  una  de  las  puertas  de  la  sala  en  que 
el  acto  se  desarrolla,  desde  donde  podrá  escuchar  el 
coloquio  de  su  adorada  con  el  rival  odioso.  Sólo,  en- 
tonces, se  hallará  en  posesión  de  los  antecedentes  que 
necesita  para  proceder  con  tino  y  con  cordura,  sin 
escándalo  y  con  esperanza  de  éxito  feliz,  porque, 

"Ya    sabéis    que    perro    viejo 
No  gruñe  antes  de  morder." 

Alejandro  principia  á  requebrar  á  la  sensible  Adela, 
que  quiere  á  Carlos,  pero  á  la  que  la  timidez  de  Carlos 
se  le   antoja  desvío,   hasta   que    Carlos   sale    iracundo 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  373 


de  SU  escondite,  confiesa  su  pasión  y  jura  vengarse 
de  la  perfidia  de  su  rival.  Este  responde  al  insulto 
con  el  insulto,  y  á  poco  andar  se  concierta  un  duelo 
entre  los  dos  antiguos  camaradas;  pero  don  Sisebuto 
da  cuenta  á  doña  Rita  de  lo  que  ocurre,  conviniéndose 
que  los  enamorados  renunciarán  á  jugarse  la  vida, 
siempre  que  Adela  se  decida  á  elegir  á  uno  de  los  dos 
para  dueño  y  esposo.  Adela  se  turba;  pero  al  fin  se 
decide,  diciéndole  á  Alejandro  con  graciosa  ironía: 

"Adela. —      Casi  se  puede  tener 

Vanidad  de  vuestro  amor, 
Porque   es  muy   rara  la   flor 
Que  os  bajáis  á  recoger. 
Os  ofrezco....   mi  amistad 

Y  que  la  guardéis  os  pido; 
Mas  lo  que  es  para  marido 
No  os  merezco,  perdonad. 
Lleváis  de  galán  la  palma. 

Alejandro. — ¿Qué  escucho?   j  Viven  los  cielos! 
Adela. —        Yo   temo   que   me   deis   celos 

Y  estimo  la  paz  del  alma. 
Talvez  cometa  un  desliz 

No  cediendo  á  vuestro  encanto; 
Quiero  que  no  valga  tanto 
Mi  esposo,  y  me  haga  feliz." 

Carlos  se  hiergue  gozoso  y  triunfador,  teniendo  en- 
tre las  suyas  las  manos  de  Adela;  doña  Rita  consagra 
con  su  autoridad  la  elección  de  la  joven ;  y  se  hume- 
decen regocijados  los  ojos  de  miope  de  don  Sisebuto. 
El  vencido  sonríe  con  desdén  y  se  retira  encogiéndose 
de  hombros. 

"Alejandro.  —  Afligirse  uno  es  tontera. 
Que  con  su  pan  se  lo  coman. 


374  HISTORIA  CRÍTICA 

Don  Sisebuto.  —  Así  sabrás,  calavera, 

Que  donde  las  dan  las  toman." 

Así  acaba  el  proverbio.  El  asunto  es  vulgar,  pero 
resulta  interesante  por  lo  bien  llevado;  los  caracte- 
res, aunque  comunes,  son  propios  y  sostenidos;  el  diá- 
logo es  vivo  y  lleno  de  animación,  aunque  afectado 
no  pocas  veces;  las  redondillas  enamoran  por  su  flui- 
dez y  su  sonoridad;  el  desenlace,  aunque  previsto, 
no  carece  de  lógica  ni  de  enseñanza,  atrayéndose  la 
simpatía  de  los  espectadores  por  lo  justiciero  y  lo 
moral  de  la  elección  de  Adela.  Después  de  leer  ese 
lindo  juguete,  parécenos  que  tenía  más  aptitudes  para 
la  escena  cómica  que  para  el  vuelo  lírico  nuestro  Fer- 
mín Ferreira  y  Artigas. 

En  resumen,  á  pesar  de  su  sensibilidad  y  á  causa 
del  prosaísmo  de  su  lenguaje,  nuestros  románticos  no 
siempre  son  poetas.  ¿Por  qué?  Léssing  dice  que  el 
poeta  debe  siempre  pintar,  y  agrega:  "El  poeta  no 
sólo  pretende  hacerse  inteligible.  No  basta  que  sus 
concepciones  estén  expresadas  de  una  manera  clara 
y  precisa.  Esto  sólo  satisface  al  prosista.  El  poeta 
quiere  hacer  tan  vivas  las  ideas  que  despierta  en  nos- 
otros, que  nos  figuremos  en  nuestro  entusiasmo  sen- 
tir de  primer  momento  las  verdaderas  impresiones 
de  los  objetos  mismos,  y  que,  en  el  momento  de  la 
ilusión,  cesemos  de  tener  conciencia  del  medio  de 
que  se  vale  para  obtener  su  resultado,  á  saber,  de  las 
palabras."  Tribunos  ardorosos  y  periodistas  batalla- 
dores, nuestros  románticos  utilizan  el  mismo  len- 
guaje en  sus  artículos,  en  sus  discursos  y  en  sus  poe- 
sías. No  saben  hacer,  del  idioma,  un  pincel  y  una  pa- 
leta. Ese  fué  su  error, y  su  debilidad.  En  su  desprecio 
por  la  forma,  no  quisieron  ver  que  la  poesía  es  una 
r.ucesión  de  sentimientos  que  se  manifiestan  por  me- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  375 


dio  de  imágenes.  No  es  poeta  el  que,  careciendo  de 
esa  imaginación  verbal,  no  esculpe  y  no  colora  sus  en- 
sueños y  sus  ideas  por  la  virtud  sugestiva  y  tiránica 
de  su  dicción.  —  ¿Lo  dudáis?  —  Leed  á  Homero,  leed 
á  Dante,  y  sobre  todo  leed  á  Shakespeare. 

¿Qué  decir,  ahora,  de  nuestra  crítica  literaria? 

Durante  las  dos  primeras  edades  de  nuestro  roman- 
ticismo, la  censura  se  deja  extraviar  por  los  desen- 
frenos de  la  pasión  política.  ¿Queréis  convenceros? 
Leed,  por  ejemplo,  El  azote  literario.  Es  un  folleto 
de  60  páginas,  llenas  de  insulseces,  publicadas  por  El 
demócrata,  un  crítico  á  la  violeta,  á  raíz  de  la  apari- 
ción de  las  Arenas  del  Uruguay  de  Heraclio  C.  Fa- 
jardo. Es  un  desahogo  político  más  que  una  literaria 
elucubración.  El  aristarco  acusa  al  poeta  de  usar  ex- 
presiones tan  prosaicas  como  envuelta  en  pañales;  de 
aconsonantar  ripiosa  y  mecánicamente  esquife  con 
arrecife  y  suplicio  con  vicio;  de  no  dividir  en  dos  síla- 
bas los  vocablos  veía  y  creía;  de  su  afición  á  los  puntos 
suspensivos  y  de  tratar  sin  ceremonias  á  Víctor  Hugo. 
Así  critican,  por  lo  común,  los  que  son  incapaces  de 
hacer.  Así  se  criticaba,  cuando  se  criticaba,  en  aquel 
entonces.  Las  minucias  se  convertían  en  cordilleras. 
Se  juzgaba  al  ingenio  por  un  verso  cojo,  un  adjetivo 
mal  aplicado,  ó  una  imagen  descabellada.  El  tiempo 
ha  enfrenado  á  los  infecundos  que  ladran  á  la  luna 
y  que  niegan  que  el  sol  es  un  globo  adorable,  bajo  el 
pretexto  de  que  el  sol  tiene  manchas.  ¿Qué  importa 
la  divisa  de  los  que  crean?  ¿Qué  importa  que  dormi- 
ten ó  desacierten  de  tarde  en  tarde?  La  perfección 
sin  máculas  no  puede  existir.  En  el  mundo  del  arte 
no  hay  luz  sin  humo  ni  incendio  sin  cenizas.  Homero 
y  Shakespeare,  tal  vez  más  por  sus  defectos  que  por 
sus  virtudes,  son  Homero  y  Shakespeare.  Suprimid 
la  antítesis,  las  paradojas,  los  tropos  con  melena  de 


3f6  HISTORIA  CRITICA 


león  y  pico  de  águila,  y  habréis  suprimido  lo  mejor 
de  la  obra  de  Víctor  Hugo. 

En  la  edad  clásica  los  censores  más  duchos  son  cen- 
sores retóricos  y  gramaticales  á  lo  Hermosilla.  La 
inflexibilidad  de  las  reglas,  la  rigidez  de  la  parte 
preceptiva  de  las  bellas  artes,  no  se  discute.  Saben 
distinguir  entre  la  crítica  estética,  que  juzga  de  la 
belleza,  y  la  crítica  histórica,  que  juzga  de  la  verdad; 
pero  no  saben  diferenciar  el  juicio  ético  del  juicio 
calológico.  Olvidan  que  no  todas  las  obras  obedecen 
á  la  ley  de  buscar  lo  bello  dentro  de  lo  bueno.  Ved 
sino  los  dramas  trágicos  de  Calderón  y  algunas  de 
las  más  celebradas  comedias  de  Shakespeare. 

Así  los  críticos  clásicos  poseen  el  conocimiento  teó- 
rico, la  doctrina  técnica  del  arte  de  componer;  pero 
el  respeto  á  ese  tecnicismo  los  extravía,  como  los  alu- 
ciña  su  constante  afán  de  correr  sólo  en  busca  de  las 
fruiciones  estéticas  más  generosas.  La  censura  ro- 
mántica, que  abomina  las  reglas  y  que  transforma  en 
licencia  la  libertad  á  que  tiene  derecho  el  numen 
creador,  también  estima  las  obras  literarias  confun- 
diendo la  bondad  con  la  hermosura,  el  juicio  de  ín- 
dole calológica  con  el  juicio  de  índole  moral.  La  no 
admisión  de  una  diferencia  posible  entre  los  dos  jui- 
cios se  observa  hasta  en  las  disquisiciones  literarias 
de  don  Andrés  Lamas  y  de  Juan  Carlos  Gómez. 

Horacio  y  Boileau  presiden  por  entero  el  cónclave 
clásico.  El  arte  consiste  en  imitar  á  los  antiguos  y 
apoyarse  en  las  reglas,  sin  ultrapasar  nunca  las  leyes 
del  sentido  común.  La  doctrina  ortodoxa  no  admite 
cismáticos.  La  crítica  no  tiene  miramientos  piadosos 
con  los  rebeldes.  Es  verdad  que  los  franceses  ya  han 
librado  batallas  contra  esa  tiranía.  Perrault  en  1687 
y  Fontenelle  en  1688  han  proclamado  el  amor  de  la 
novedad,  diciendo  que  si  la  ciencia  progresa  incesan- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  377 


temente  desde  los  días  de  Thales  de  Mileto,  no  es 
justo  ni  lógico  que  la  literatura  sea  lo  que  fué  en  los 
días  de  Plauto  y  de  Virgilio.  Esta  tímida  resistencia 
es  á  modo  de  nube  que  se  encargan  de  disolver  suce- 
sivamente Voltaire  con  lo  agudo  de  sus  burlas,  Mar- 
montel  con  la  elegancia  de  sus  artículos,  y  Geoffroy 
con  lo  terco  de  su  muy  fastidiosa  escolástica.  ¿Qué 
sabíamos  nosotros  de  aquellos  combates?  Nada,  por- 
que bueno  es  decir  que,  casi  siempre,  citábamos  por 
reflejo  ó  referencia  las  máximas  de  Horacio  y  de 
Boileau. 

Los  románticos,  que  desdeñan  olímpicamente  las 
reglamentaciones  más  útiles,  ¿qué  es  lo  que  hacen' 
Su  crítica  se  reduce  á  darnos  algunos  datos  sobre  la 
vida  de  los  autores,  sin  estudiarla,  y  á  presentarnos  el 
esqueleto  de  la  obra  en  examen,  sin  penetrar  en  el 
espíritu  de  la  misma.  Les  basta  y  les  sobra  con  que 
haya  rebeldías,  algunas  imágenes  y  un  pequeño  barniz 
de  color  local.  Nada  saben  de  los  métodos  críticos 
maa  en  boga.  El  método  histórico,  empleado  por  Vi- 
llemain  en  1828  y  por  Nisard  en  1834;  el  método  psi- 
cológico y  fisiológico,  empleado  por  Sainte  Beuve  y 
por  Víctor  Cousin  desde  1840  hasta  1869;  el  método 
científico,  empleado  más  tarde  por  Taine  y  Brune- 
tiére,  Schérer  y  Montagut;  todos  los  métodos  de  que 
nos  habla  en  un  opúsculo,  tan  docto  como  interesante, 
el  normalista  León  Levrault,  no  llegan  hasta  nosotros 
ó  son  mal  comprendidos  por  nuestros  ingenios.  Leed 
las  críticas  hechas  á  Fajardo  por  Carlos  L.  Paz,  en 
La  Tribuna  de  Buenos  Aires  durante  el  mes  de  Abril 
de  1859.  Leed  igualmente  lo  escrito  por  don  Alejan- 
dro Magariños  Cervantes,  uno  de  nuestros  mentores 
más  ilustrados  y  más  influyentes,  sobre  Francisco 
Acuña  de  Figueroa,  sobre  Adolfo  Berro  y  sobre  Mar- 
cos Sastre.  Defiende  al  primero  con  timidez;  no  sabe 


378  HISTORIA  CRÍTICA 

que  el  segundo  es  un  poeta,  porque  es  un  enfermo; 
y  vé  en  la  obra  del  último  casi  una  obra  de  utilidad 
práctica,  casi  un  tratado  de  didáctica  pastoril,  dete- 
niéndose poco  en  la  labor  verbal  del  artífice  eximio 
que  ya  á  los  ocho  años  entendía  lo  que  cantan  las 
aves  y  sueñan  las  flores  de  las  islas  paradisíacas  del 
Paraná. 

Nuestra  crítica  nace  después  de  muerto  el  roman- 
ticismo. Blixén  le  infundirá  la  escéptica  dulzura  de 
sus  misericordias  iluminadas,  Ferreira  le  prestará  el 
sereno  atractivo  de  su  tersa  y  armoniosa  dicción,  y 
Víctor  Pérez  Petit  le  dará  profundores  que  no  cono- 
cíamos, hasta  que  Rodó  la  vista  con  el  manto  de  prín- 
cipe de  su  lenguaje  y  la  fecunde  con  la  abundancia 
de  su   saber   estético. 

IV 

Ocupémonos  del  avance  de  nuestra  literatura  jurí- 
dica, cuyo  estudio  tiene  que  distinguirse  por  su  bre- 
vedad, porque  sólo  por  accidente  se  relaciona  con  la 
historia  de  nuestras  letras,  aunque  mucho  se  relacione 
con  la  historia  de  nuestra  cultura. 

El  estilo  forense,  que  es  una  de  las  varias  modali- 
dades del  estilo  técnico,  se  caracteriza  de  un  modo 
cspecialísimo  por  su  método  riguroso,  su  claridad  se- 
vera y  su  mucho  sabor  doctrinal. 

La  fuente  y  la  síntesis  de  la  literatura  jurídica  se 
encuentra  en  los  códigos.  Éstos,  al  tratar  de  armoni- 
zarse con  el  progreso  de  las  costumbres,  se  mejoran 
por  la  observación  y  se  completan  por  el  estudio  com- 
parativo con  otros  códigos. 

La  literatura  codificadora  no  es  una  literatura  pro- 
piamente inventiva,  sino  que  es  una  literatura  de  apli- 
cación sensata  y  de  análisis  ilustrado. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  379 


Un  código  puede  definirse  como  una  colección  de 
leyes  ó  de  constituciones,  la  cual  toma  su  nombre  del 
gobierno  que  la  mandó  hacer,  del  autor  que  la  hizo,  ó 
de  la  materia  de  que  se  trata. 

No  nos  detendremos  en  inquirir  y  explicar  la  esen- 
cia de  la  ley,  contentándonos  con  decir,  como  el  pri- 
mero de  los  oradores  romanos,  que  los  fundamentos 
del  derecho  no  deben  buscarse  en  la  opinión,  sino  en 
la  naturaleza,  —  ñeque  opinione,  sed  natura  constitu- 
tum  esse  jus, —  y  que  las  leyes  deben  ser  las  inter- 
pretadoras fidelísimas  de  aquello  que  es  justo  y  con- 
forme al  derecho,  —  interpretando  inesse  vim  et  sen- 
tentiam  justi,  et  juris  legendi. 

No  diremos,  como  Montesquieu,  que  las  leyes  son 
las  relaciones  que  necesariamente  se  derivan  de  la 
naturaleza  de  las  cosas,  ó  en  otros  términos,  las  rela- 
ciones que  existen  entre  la  razón  primitiva  y  los  di- 
versos seres  creados,  así  como  también  las  relaciones 
de  estos  diversos  seres  entre  sí.  —  No  diremos  tam- 
poco, como  el  célebre  filósofo  francés,  que  la  ley  en 
general  es  la  razón  humana,  desde  que  todos  los  pue- 
blos de  la  tierra  se  someten  al  dominio  de  la  ley,  de 
lo  que  se  deduce  que  las  leyes  políticas  y  civiles  de 
cada  estado  no  deben  ser  sino  los  casos  particulares 
en  que  aquella  razón  se  aplica.  —  Ni  tampoco  diremos, 
como  el  mismo  autor,  que  las  leyes  deben  estar  ar- 
mónicamente relacionadas  con  el  clima,  el  terreno,  la 
religión,  la  cultura,  la  riqueza,  el  comercio,  el  número, 
las  costumbres  y  las  inclinaciones  de  cada  patria  y 
de  los  habitantes  de  cada  país.  —  Ni  diremos  en  fin, 
siempre  como  Montesquieu,  que  las  leyes  no  forman, 
pero  sí  contribuyen  á  formar  los  hábitos  y  el  carácter 
de  las  naciones,  porque  desde  que  la  ley  es  la  razón 
humana  puesta  en  ejercicio,  es  lógico  que  la  ley  eduque 
á  la  sociedad  en  el  ejercicio  de  la  razón. 


38o  HISTORIA  CRÍTICA 

Lo  que  sí  diremos  es  que  nuestros  códigos  no  exis- 
tieron desde  el  comienzo  de  nuestra  vida  libre.  En 
aquel  entonces  las  leyes  peninsulares  eran  las  leyes 
de  la  patria  heroica  y  en  perpetuo  incendio,  comple- 
tamente preocupada  del  difícil  problema  de  nuestra 
organización  política. 

El  primero  de  nuestros  codificadores,  el  primero 
que  trató  de  reunir  en  un  cuerpo  ordenado  las  leyes 
y  estatutos  de  la  nación,  fué  el  ilustre  y  sapiente  don 
Eduardo  Acevedo. 

El  doctor  Acevedo,  del  que  ya  hemos  hablado  en 
otra  oportunidad,  terminó  el  preámbulo  de  su  pro- 
yecto de  Código  Civil,  remate  de  una  obra  laboriosí- 
sima, al  empezar  Setiembre  de  1851.  Ayudáronle  á 
concluirla  satisfactoriamente,  con  sus  observaciones 
y  sus  consejos,  José  Solano  Antuña,  Antonio  L.  Pe- 
reira  y  don  Joaquín  Requena,  á  cuya  amable  sabiduría 
no  escatimó  su  tributo  de  gratitud  el  doctor  Eduardo 
Acevedo. 

Tratábase,  con  aquella  obra,  de  salvar  la  confusión, 
los  vacíos  y  las  incoherencias  que  se  notaban  en  nues- 
tras leyes,  por  ser  muy  amplia  la  legislación  espa- 
ñola de  que  se  servían  nuestros  jurisconsultos,  y  por 
ser  no  pocos  los  obstáculos  con  que  tropezábamos  para 
fallar  con  sana  rectitud,  —  "por  carecer  de  una  legis- 
lación propia,  homogénea  y  en  armonía  con  nuestra 
forma  de  gobierno,  nuestras  costumbres  y  las  nece- 
sidades de  la  época." 

Para  llevar  á  cabo  obra  tan  nueva  y  de  tanta  im- 
portancia, el  autor  espigó  no  sólo  en  las  Instituía 
de  Justiniano,  sino  también  en  las  compilaciones  de 
Fuero  Juzgo  y  Las  Siete  Partidas  del  rey  Alfonso; 
pero  mucho  más,  y  más  especialmente,  en  las  obras 
francesas  de  Domat.  Pothier,  Merlin  y  Troplong. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  381 

Aquella  tentativa  se  derivaba  de  una  imperiosa  ne- 
cesidad. 

A  medida  que  se  fueron  perdiendo  los  añejos  usos; 
á  medida  que  los  contratos  tuvieron  que  escribirse ; 
á  medida  que  la  buena  fe,  en  pugna  con  la  malicia 
de  los  codiciosos,  precisó  de  la  ayuda  del  poder  so- 
cial; á  medida  que  los  pleitos  se  extendieron  y  mul- 
tiplicaron, echóse  de  ver  la  pronta  conveniencia  de 
reformar  los  códigos  que  habíamos  heredado  de  la 
península,  por  ser  muy  obscuras  y  contradictorias  las 
leyes  emanadas  de  esos  mismos  códigos. 

Por  otra  parte,  y  como  bien  manifestaba  el  autor 
en  el  preámbulo  de  su  obra,  ni  siquiera  estábamos  de 
acuerdo  sobre  los  códigos  que  nos  regían,  siendo  cu- 
riosísimo que  mientras  la  península  iba  desprendién- 
dose de  sus  viejas  leyes,  nosotros  nos  obstináramos  en 
dilucidar  la  validez  ó  la  falta  de  jurídico  fundamento 
de  las  ordenanzas  del  Fuero  Juzgo  ó  del  Fuero  Real, 
cuando  ya  contaban  con  una  codificación  propia  y 
homogénea  Chile  y  Bolivia. 

El  proyecto  no  fué  elevado  á  la  legislatura  hasta 
el  mes  de  Mayo  de  1853,  pasando  á  estudio  de  una 
comisión  especial,  entre  cuyos  miembros  figuraban 
Juan  Carlos  Gómez,  Cándido  Joanicó  y  Ambrosio 
Velazco.  —  Estos  no  presentaron  dictamen  alguno, 
por  cuyo  motivo  el  gobierno  del  general  Flores,  en 
Abril  de.  1854,  nombró  una  nueva  comisión  compuesta 
de  quince  miembros  para  el  pronto  examen  de  la  im- 
portantísima labor  codificadora.  —  En  esta  comisión 
de  profesores  de  derecho,  según  la  justa  frase  de  El 
Comercio  del  Plata,  se  sentaron  Manuel  Herrera  y 
Obes,  Joaquín  Requena,  Florentino  Castellanos,  Adol- 
fo Pedralbes  y  Solano  Antuña,  amén  de  otros  no  me- 
nos  expertos   y   sapientes   en  ciencia   jurídica   como 


38a  HISTORIA  CRÍTICA 


Jaime  Estrázulas  y  Carlos  Santurio,  Ramón  Vilar- 
debó  y  Antonio  de  las  Carreras. 

Transcurrido  un  mes  y  después  de  aprobados  al- 
gunos artículos  del  código  en  examen,  la  comisión 
cortó  sus  trabajos  por  falta  de  asistencia  y  por  sobra 
de  lentitud,  hasta  que  en  1856  la  Cámara  de  Diputados 
resucitó  el  proyecto,  sancionándole  casi  por  entero 
después  de  dos  sesiones  de  debate  ruidoso.  Sólo  el 
capítulo  referente  al  matrimonio  civil,  que  el  código 
imponía  como  una  obligación,  quedó  en  suspenso 
hasta  mayor  estudio,  provocando  las  alarmas  y  resis- 
tencias que  ya  había  previsto  en  el  preámbulo  de  su 
obra  el  liberal  instinto  del  doctor  Acevedo. 

Nos  habíamos  educado  en  el  fervor  de  la  religión 
católica,  y  nos  costaba  lo  que  no  es  decible  despren- 
dernos del  seno  ya  enjuto  de  aquella  secular  nodriza. 
—  Tal  vez  por  esta  causa,  pues  lógicamente  no  se 
concibe  otra,  el  notable  proyecto  del  doctor  Acevedo 
quedó  sepultado,  entre  nuestros  papeles  senaturiales, 
en  Mayo  de  1857. 

Entre  tanto  y  desde  Julio  de  1856,  por  disposición 
del  gobierno  de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  el  doc- 
tor Acevedo,  en  compañía  del  doctor  Dalmacio  Vélez 
Sársfield,  ocupábase  de  redactar  un  Código  de  Co- 
mercio. 

Según  Thaller,  tanto  el  derecho  civil  como  el  co- 
mercial no  son  sino  dependencias  ó  desdoblamientos 
del  derecho  privado.  El  primero  estatuye  y  gobierna 
las  relaciones  de  familia  ó  propiedad  entre  los  parti- 
culares. El  segundo  es  la  rama  jurídica  que  estatuye 
y  gobierna  la  circulación  mercantil  de  los  productos, 
el  dinero  y  los  títulos  fiduciarios. 

Cuando  el  doctor  Acevedo  inició  su  obra,  las  tran- 
sacciones comerciales  platenses  se  regían  por  las  an- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  383 


tiguas  ordenanzas  de  Bilbao.  Sin  embargo,  á  falta  de 
leyes  expresas,  los  tribunales  aceptaban  la  jurispru- 
dencia emanada  del  Código  Mercantil  de  Francia.  — 
Así  los  autores  del  nuevo  estatuto  ó  constitución  se 
basaron,  para  redactarla,  en  ese  último  código;  pero 
mejorado  y  reformado  por  las  leyes  comerciales  de 
Portugal,  Holanda,  Wurtemberg  y  el  imperio  del 
Brasil,  así  como  también  por  el  estudio  de  los  usos 
y  costumbres  establecidos  en  las  transacciones  del 
comercio  de  Buenos  Aires. 

Los  elementos  principales  del  código  francés  se 
encuentran  ya  en  las  dos  célebres  ordenanzas  que  so- 
bre el  comercio  terrestre  y  marítimo  dictó  Luis  XIV 
en  1673  y  en  1681.  En  1673  el  imperio  británico  y  el 
imperio  alemán  se  alian  contra  Francia.  Luis  XIV 
pide  recursos  al  genio  de  Colbert,  y  Colbert  regla- 
menta el  comercio  terrestre.  En  1681  Luis  XIV  de- 
rrumba Versalles  y  le  reedifica,  rejuvenecido  por  las 
locuras  de  la  Fontanges.  Luis  XIV  pide  de  nuevo 
recursos  á  Colbert,  y  Colbert  reglamenta  el  comercio 
marítimo.  Más  tarde.  Napoleón  I,  necesitando  reno- 
var todo  lo  estatuido  sobre  las  quiebras,  ordena  la 
redacción  metódica  de  un  nuevo  código  mercantil; 
pero  ese  código,  —  en  que  no  brilla  el  orden  y  que 
no  es  completo,  como  dice  Alauzet,  —  ofrecía  una  me- 
diocre pauta  á  los  doctores  Eduardo  Acevedo  y  Dal- 
macio  Vélez  Sársfield. 

Así,  en  lo  referente  á  las  letras  de  cambio,  el  nuevo 
estatuto  abandonaba  la  vieja  doctrina,  la  doctrina 
francesa,  de  que  esos  papeles  se  formaban  y  se  trans- 
mitían por  los  contratos  conocidos  en  el  derecho  ro- 
mano, para  aceptar  la  doctrina  novísima  de  que  las 
letras  de  cambio  son  una  especie  de  papel  moneda  ó 
títulos  de  crédito,  de  acuerdo  con  las  disposiciones 


384  HISTORIA  CRÍTIC^ 


vigentes  en  Inglaterra,  los  Estados  Unidos  y  la  ley 
general  que  sobre  esta  materia  sancionó  la  Alemania 
de  1848. 

El  Código  de  Comercio,  aceptado  por  el  congreso 
argentino  en  Setiembre  de  1862,  entró  á  formar  parte 
de  nuestra  legislación  en  Mayo  de  1865  y  bajo  el  go- 
bierno provisorio  del  general  Flores.  Así  empezábase 
á  realizar  uno  de  los  anhelos  perpetuamente  acaricia- 
dos por  las  dos  repúblicas  del  Río  de  la  Plata:  el 
anhelo  de  codificar,  dándoles  unidad  y  coherencia, 
todos  los  ramos  de  su  legislación  positiva.  Ya  el  es- 
tado de  Buenos  Aires,  por  decreto  del  20  de  Agosto 
de  1824,  dispuso  y  ordenó  la  redacción  de  un  código 
mercantil,  confiándola  á  una  comisión  de  jurisconsul- 
tos presidida  por  el  doctor  Manuel  José  García,  que 
tuvo  á  su  cargo  el  ministerio  de  la  hacienda  pública 
bajo  el  gobierno  del  general  Las  Heras.  La  comisión  ni 
siquiera  llegó  á  reunirse  para  deliberar,  por  lo  que  en 
Junio  de  1832,  el  gobierno  de  Rosas  renovó  el  decreto 
de  1824,  entregando  la  reforma  de  la  jurisprudencia 
comercial  argentina  á  una  nueva  comisión  formada 
por  los  señores  Vicente  López,  Nicolás  Anchorena  y 
Francisco  Lezica,  los  que  á  nada  arribaron  y  nada 
hicieron,  como  nada  hicieron  las  comisiones  designa- 
das en  1852,  bajo  el  directoriado  de  Urquiza,  para 
armonizar  y  rejuvenecer  toda  la  codificación  del  país 
vecino.  Sólo  en  1862  se  cumple  una  parte  del  propó- 
sito perseguido  por  más  de  ocho  lustros  con  la  obra 
realizada  por  los  doctores  Eduardo  Acevedo  y  Dal- 
macio  Vélez  Sársfield,  la  que,  con  ligerísimas  modi- 
ficaciones de  detalle,  entró  á  formar  parte  de  nuestra 
legislación  positiva  en  1865. 

El  doctor  Acevedo,  —  de  quien  el  doctor  Vélez 
Sársfield  decía  que  era  hombre  de  mucho  estudio, 
muy  capaz,  muy  hábil  y  de  una  laboriosidad  extrema, — 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  385 


tomó  á  su  cargo  el  estudio  de  la  jurisprudencia  com- 
parada y  la  redacción  de  los  títulos  de  la  obra,  cabién- 
dole á  su  ilustre  colaborador  la  tarea  de  censurar  y 
corregir  los  capítulos  ya  redactados,  treinta  de  los 
cuales  no  ofrecieron  motivo  alguno  de  censura  ó  en- 
mienda. Improba  y  difícil  era  la  labor  escogida  por 
nuestro  compatriota,  dado  lo  extenso  y  lo  complicado 
que  resulta  el  examen  metódico  de  la  legislación  com- 
parada, pues,  como  decía  el  doctor  Vélez  Sársfield, 
"sólo  el  que  se  consagre  á  este  género  de  estudios 
puede  medir  el  tamaño  de  las  dificultades  que  en  él 
se  encuentran  para  conocer  en  cada  capítulo  las  leyes 
de  diversas  naciones,  porque  los  títulos  en  los  códigos 
no  siempre  se  corresponden,  ó  están  esparcidas  en  di- 
versos lugares,  y  parten  las  más  de  las  veces  de  un 
antecedente  que  puede  quedar  inadvertido." 

El  Código  de  Comercio,  tan  notable  por  la  armónica 
unidad  de  su  organismo  jurídico  como  por  el  reparto 
y  la  disposición  de  sus  materias,  es  una  obra  que  puede 
considerarse  como  un  alto  y  durable  modelo  de  cien- 
cia jurídica,  aunque  sólo  valiera  al  principal  y  más 
laborioso  de  sus  ledactores  quebrantos  de  salud  é  in- 
justos olvidos. 

Dos  años  después,  en  Enero  de  1868,  el  gobierno 
provisorio  del  general  Flores  declaró  incorporado  á 
nuestra  legislación  el  Código  Civil,  redactado  y  com- 
puesto por  el  doctor  don  Tristán  Narvaja. 

El  Código  había  sido  sometido  al  examen  de  una 
comisión  constituida  por  los  señores  Florentino  Cas- 
tellanos, Manuel  Herrera  y  Obes,  Antonio  Rodríguez 
Caballero  y  Joaquín  Requena.  Esa  comisión,  de  la 
que  también  formaba  parte  principalísima  don  Tris- 
tán Narvaja,  quedó  acéfala  por  el  sentido  fallecimiento 
del  doctor  Castellanos.  —  Apaciguado  el  duelo,  la  co- 
misión, de  acuerdo  con  el  autor  del  código,  se  dedicó 


586  HISTORIA  CRITICA 


con  especialidad  á  conseguir  que  aquel  nuevo  é  im- 
portante cuerpo  de  leyes  estuviese  en  concordancia 
y  en  armonía  con  las  disposiciones  de  nuestro  Código 
de  Comercio. 

Según  afirma  Baudry  -  Lacantinerie,  el  derecho  ci- 
vil, tomado  en  su  sentido  largo  y  usual,  es  un  sinó- 
nimo del  derecho  privado.  Tomado  en  su  sentido  doc- 
trinal y  estricto,  el  derecho  civil  es  una  de  las  ramas 
del  derecho  nacional  privado  que  disciplina  las  rela- 
ciones de  las  personas  como  miembros  de  la  familia 
y  como  sujetos  del  patrimonio,  según  la  poco  com- 
plicada definición  de  Loris. 

La  comisión  decía  en  su  informe:  "Los  Códigos  de 
Europa,  los  de  América  y  con  especialidad  el  justa- 
mente elogiado  de  Chile,  los  más  sabios  comentadores 
del  código  Napoleón,  el  proyecto  del  doctor  Acevedo, 
el  del  señor  Goyena,  el  del  señor  Freitas,  y  el  del 
doctor  Vélez  Sársfield  han  sido  los  antecedentes  so- 
bre los  que  se  ha  elaborado  la  obra  que  hemos  revi- 
sado, discutido  y  aprobado." 

La  comisión  decía  también  que  ningún  código  le 
había  servido  de  norma;  pero  que  los  había  utilizado 
todos,  tomando  de  cada  uno  de  ellos  las  disposiciones 
más  adaptables  á  nuestro  país  y  las  más  en  confor- 
midad con  la  lógica  del  sistema  que  el  autor  se  im- 
puso. Como  ya  hemos  dicho,  también  el  doctor  Ace- 
vedo se  había  preocupado,  muchos  años  antes,  de  nues- 
tra confusa  legislación  civil.  Su  proyecto,  terminado 
en  1851,  fracasó  en  1857;  pero  muchos  de  los  princi- 
pios sustentados  en  aquella  tentativa  infortunada,  tu- 
vieron que  sostenerse  y  aceptarse  por  el  redactor  del 
código  nuevo.  En  lo  referente  al  matrimonio,  el  doc- 
tor Acevedo  había  sostenido  que  el  contrato  civil  y 
el  sacramento  eran  dos  cosas  distintas,  debiendo  el 
primero  ser  protegido  y  registrado  por   los  poderes 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  387 

públicos  de  la  nación,  aunque  el  segundo  correspon- 
diese de  derecho  á  la  iglesia.  El  nuevo  código 
desechó  esta  verdad,  en  lo  que  no  hizo  bien ;  pero 
desechó  en  cambio,  con  réizón  justísima,  otras  dispo- 
siciones del  proyecto,  disposiciones  de  anticuado  pe- 
ninsularismo  y  que  no  estaban  en  armonía  con  las 
necesidades  de  la  época. 

La  antigua  legislación  española,  base  muy  principal 
de  la  difícil  labor  del  doctor  Acevedo,  se  nutrió  en 
las  fuentes  de  la  legislación  romana  justinianesca.  — 
Justiniano  con  su  voluptuosidad,  sus  vejámenes,  sus 
rapiñas,  sus  profusiones,  su  afán  de  monumentos  y 
su  sed  de  reformas,  es  un  monarca  incómodo  y  duro. 
—  Fué  un  político  detestable.  —  Montesquieu  dice : 
"Justiniano,  que  favoreció  á  los  azules  y  rehusó  toda 
justicia  á  los  verdes,  agrió  á  las  dos  facciones,  y, 
por  consecuencia,  las  robusteció.  Ellas  llegaron  hasta 
aniquilar  la  autoridad  de  los  magistrados.  Los  azules 
dejaron  de  temer  á  las  leyes,  porque  el  emperador 
los  protegía  contra  ellas,  y  los  verdes  cesaron  de  res- 
petarlas, porque  ellas  no  podían  defenderles  ya."  — 
Aquel  déspota  y  aquel  lascivo,  pretendió  unificar  to- 
das las  opiniones  en  un  solo  culto  y  reunir  la  suma 
de  todas  las  jurisprudencias  en  sus  cuatro  códigos 
memorables.  —  Así  el  Digesto  es  una  larga  compila- 
ción de  fragmentos  extraídos  de  las  obras  jurídicas 
anteriores  á  la  sexta  centuria,  del  mismo  modo  que  el 
Codex  es  una  compilación  de  las  leyes  imperiales  an- 
teriores al  mes  de  Abril  del  año  529.  —  Las  Instituía 
y  las  Novelice  forman  el  verdadero  derecho  justinia- 
nesco  y  están  destinadas  á  la  exposición  de  los  prin- 
cipios elementales  en  que  se  basaba  el  propio  empe- 
rador, de  acuerdo  unas  veces  con  las  observaciones 
de  su  sapiente  ministro  Triboniano,  y  de  acuerdo  otras 
veces   con   lo   estatuido   por   el    célebre    Gayo,   juris- 


^88  HISTORIA  CRÍTICA 

consulto  que  floreció  en  la  época  de  los  Antoninos. 

Justiniano  permitió  y  hasta  ordenó  que  se  inter- 
polase en  aquellos  códigos  todo  lo  que  el  derecho 
práctico  encontrara  de  útil  á  la  índole  de  su  tiempo, 
lo  que  se  hizo  con  abundancia,  según  Pietro  Bon- 
fante,  en  las  instituciones  de  Gayo,  las  sentencias  de 
Paolo,  las  reglas  de  Ulpiano  y  el  códice  de  Teodosio, 
interpolaciones  á  las  que  se  unieron,  durante  la  edad 
media,  las  exigidas  por  el  derecho  canónico  y  por 
los  jurisconsultos  de  la  escuela  de  Boloña.  —  Así 
aquella  codificación,  variable  y  selvática,  pasó  á  for- 
mar parte  del  derecho  originado  por  el  uso  y  la 
costumbre,  derecho  que  sólo  debe  su  autoridad  al  con- 
sentimiento tácito  con  que  lo  amparan  las  subsiguien- 
tes legislaciones,  según  afirma  y  según  enseña  Bau- 
dry-Lacantinerie.  Aun  en  tiempos  posteriores  al  tiempo 
bolones,  el  derecho  romano,  como  dice  Mourlon,  no 
era  tenido  en  cuenta  sino  por  su  índole  de  razón  es- 
crita, y  las  leyes  romanas,  como  dice  Laurent,  tenían 
más  que  un  carácter  obligatorio,  un  carácter  de  leyes 
derivadas  de  la  costumbre,  lo  que  permitió  corregir- 
las y  suavizarlas,  según  los  usos,  á  Pothier  y  á  Domat. 
Eso  demuestra,  lógicamente,  que  cada  país  debe  bus- 
car su  tradición  jurídica  en  sus  propios  hábitos,  y 
no  en  el  Digesto  ó  en  las  Instituciones. 

Si  se  atiende  á  que  el  derecho,  como  todas  las  otras 
manifestaciones  de  la  vida  popular,  es  un  producto 
de  la  conciencia  social  que  varía  según  los  usos  y  la 
cultura  de  cada  país,  claro  está  que  el  derecho  ro- 
mano, como  el  antiguo  derecho  español  y  como  el 
moderno  derecho  francés,  nunca  pudo  aspirar  á  ser 
inmutable  y  universal,  pues  no  hay  derecho  que  pueda 
ser  aplicado  del  mismo  modo  y  con  las  mismas  rigi- 
deces en  todas  las  patrias.  El  Fuero  Juzgo  y  las  Leyes 
de   Indias   ya  habían   hecho   su   tiempo  antes   de  los 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  389 

albores  de  la  centuria  decimonona.  El  derecho,  como 
los  hábitos  y  las  artes  y  las  ciencias,  es  evolutivo, 
de  donde  se  deduce  que  la  obra  redactada  en  el  año 
46  por  el  doctor  Acevedo  no  podía  aceptarse  sin  cier- 
tas correcciones  y  supresiones  en  1868,  cuando  el  doc- 
tor Narvaja  concluyó  de  formar  su  Código  Civil. 

El  doctor  Acevedo,  que  fué  muy  poco  tradiciona- 
lista  y  muy  tolerante  con  los  errores  de  los  partidos; 
que  combatió  los  privilegios  y  el  pasaporte ;  que  quiso 
que  se  ampliasen  las  rentas  y  las  prerrogativas  de  los 
cabildos ;  que  predicó  el  fomento  de  la  instrucción 
primaria  y  el  fomento  de  nuestra  ya  valiosa  ganade- 
ría; que  luchó  por  la  importación  de  brazos  y  de  ca- 
pitales; que  sostuvo  que  el  ciudadano  naturalizado 
tiene  y  debe  tener  los  mismísimos  fueros  que  el  ciu- 
dadano natural;  que  llamó  injusticia  á  las  confisca- 
ciones y  escuela  de  sucia  inmoralidad  á  las  cárceles 
en  que  se  aglomeraban  todos  los  delitos,  —  no  desco- 
noció ni  podía  desconocer  el  carácter  evolutivo  de 
la  legislación,  que  su  código  perfeccionaba,  pues  si  la 
ley  civil,  en  su  sentido  lato,  comprende  todos  los  de- 
rechos que  se  ejercitan  de  particular  á  particular, 
claro  está  que  la  ley  civil  se  amplía  y  corrige,  á  me- 
dida que  esos  derechos  mejoran  y  aumentan  con  el 
progreso  de  las  costumbres  y  con  el  desarrollo  de  las 
necesidades. 

Sin  embargo,  es  bueno  advertir  que  un  mismo  mé- 
todo y  un  mismo  plan,  un  mismo  sistema  y  casi  una 
misma  lógica  informan  los  dos  códigos  que  nos  ocu- 
pan, aunque  ambos  se  separen  fundamentalmente  en 
lo  que  se  relaciona  con  el  matrimonio,  la  protutela, 
los  bienes  reservables  y  todo  lo  estatuido  para  el 
derecho  sucesorio  por  la  antigua  jurisprudencia  pe- 
ninsular. —  Así  mientras  el  doctor  Acevedo  había  es- 
tatuido  que  el  matrimonio  civil   era   una  obligación 


390  HISTORIA  CRÍTICA 

que  á  todos  alcanzaba,  el  doctor  Narvaja,  por  respeto 
á  las  creencias  católicas,  sólo  lo  imponía  como  un 
deber  á  los  individuos  congregados  en  torno  de  los 
cultos  disidentes,  dejando  á  los  párrocos  de  las  igle- 
sias su  carácter  de  oficiales  del  estado  civil.  Del 
mismo  modo,  en  tanto  que  el  doctor  Acevedo  había 
mantenido  las  reservaciones  de  bienes  para  el  viudo 
ó  viuda  que  pasara  á  segundas  nupcias,  el  doctor  Nar- 
vaja desechaba  con  brío  ese  anticuado  precepto,  por 
creerle  adversario  de  la  familia  é  incompatible  con 
los  principios  fundamentales  de  las  leyes  patrias. 
Igualmente  se  diferenciaban  los  dos  proyectos  en  lo 
relacionado  con  la  legitimación  de  los  hijos  natura- 
les, rechazando  el  doctor  Narvaja  la  legitimación  por 
cédula  legislativa  y  exigiendo  de  un  modo  categórico 
que  el  reconocimiento  del  hijo  natural,  no  producido 
por  el  subsiguiente  matrimonio  de  los  padres,  se  hi- 
ciera por  testamento  ó  escritura  pública.  ¿A  qué  se- 
guir este  somero  y  poco  entretenido  examen?  Bás- 
tanos decir  que  eran  dignas  de  aplauso  muchas  de 
las  reformas  patrocinadas  é  introducidas  por  el  nuevo 
estatuto,  en  cuyo  informe  decía  con  verdad  la  comi- 
sión que,  al  reducir  los  preceptos  de  la  ley  á  un  solo 
volumen  de  posible  estudio  y  de  comprensión  fácil,  se 
cooperaba  mucho  á  la  labor  segura  y  tranquila  de  los 
magistrados,  "mientras  que  en  el  día  hay  muchos  ca- 
sos en  que  no  cabe  quedar  satisfechos  respecto  del 
acierto,  porque  es  menester  recurrir  por  motivos  de- 
terminantes á  una  docena  de  códigos  que,  aparte  el 
mérito  de  algunos,  adolecen  de  todos  los  defectos  de 
la  época  en  que  se  dieron  y  de  las  contradicciones  y 
omisiones  que  todos  conocen."  —  Narvaja  tenía,  como 
Acevedo,  la  facultad  sintética  del  científico  unida  al 
instinto  lógico  del  jurista,  y  aunque  en  algunas  de 
sus  presci'ipciones  fué  menos  audaz  que  su  antecesor, 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  391 

pudo,  gracias  á  los  adelantos  de  la  época,  corregir  el 
exceso  de  españolismo  que  había  adoptado,  para  dar 
á  su  obra  un  carácter  nacional  y  de  raza,  el  doctor 
Acevedo.  De  todos  modos  la  infructuosa  tentativa  de 
1857  y  el  afortunado  esfuerzo  de  1868  nos  dieron  la 
unidad  de  la  legislación  de  nuestro  derecho  privado, 
al  darnos  la  unidad  y  la  congruencia  que  se  advierten 
en  nuestro  claro,  sucinto,  armónico  y  muy  estimable 
Código  Civil. 


CAPITULO  V 


Lra    oratoria    política 

SUMARIO: 

I.  —  Una  novela  de  Díckens.  —  Nuestros  diarios  desde  1855  hasta 
Í870.  —  Carácter  de  la  oratoria  en  aquel  periodo.  —  La  pasión 
partidaria.  —  Cicerón  y  los  Diálogos  del  orador.  —  La  tribuna 
en  Roma.  —  Los  conocimientos  que  requiere  el  arte  de  hablar, 

—  La  retórica  y  la  elocuencia. 

n.  —  La  cámara  de  1858.  —  El  debate  sobre  la  guardia    nacional. 

—  La  oratoria  del  Dr.  Palomeque.  —  La  réplica  de  Vázquez 
Sagastume.  —  El  proyecto  concediendo  honores  excepcionales 
al  presidente  Pereyra.  —  Discusión  sobre  lo  poco  democrático 
del  proyecto  aquél.  —  La  dificultosa  situación  de  Aguírre.  —  El 
poder  de  las  circunstancias.  —  La  tenacidad  tribunicia  de  Palo- 
meque.  —  Una  cita  de  la  Revolución  Francesa. 

in.  —  El  modo  de  decir  de  Vázquez  Sagastume.  —  Don  Enrique 
de  Arrascaeta.  —  El  influjo  de  don  Cándido  Joanícó.  —  Su 
universalidad.  —  Las  modificaciones  al  tratado  de  comercio  con 
el  Brasil.  —  El  convenio  entre  don  Andrés  Lamas  y  el  barón 
de  Mauá.  —  El  proyecto  de  neutralización  de  la  República.  — 
Fragmentos  de  los  discursos  de  Joanicó.  —  Joanícó  y  Cavia.  — 
El  partidarismo  de  los  hombres  de  1860. 

IV.  —  Cicerón  y  la  mejor  manera  de  decir.  —  La  oratoria  y  la 
sabiduría.  —  Los  tres  estilos  ciceronianos.  —  Caracteres  de  cada 
uno.  —  La  invención,  la  distribución  y  la  elocución.  —  El  pro- 
blema del  lenguaje.  —  El  gesto,  la  voz  y  el  ademán.  —  Las 
reglas  retóricas.  —  Un  discurso  de  Vergniaud.  —  La  legislatura 
desde  I86I  hasta  1863.  —  Fragmentos  de  los  discursos  de  Ca- 
rreras y  Vázquez  Sagastume.  —  Errores  cometidos  por  la  ora- 
toria de  aquellos  días.  —  El  proyecto  de  amnistía.  — La  liber- 
tad de  la  prensa.  —  Conclusión. 


394  HISTORIA  CRÍTICA 


Abandonemos  por  un  instante,  para  evitar  la  mo- 
notonía,  al   sagrado   escuadrón   de   los   rimadores. 

Mientras  éstos  soñaban,  el  periodismo  y  la  oratoria 
política  se  habían  desenvuelto  y  desarrollado.  El  pacto 
del  10  de  Octubre  de  1851  no  satisfizo  á  todos.  Ol- 
vidando que  los  hombres  de  la  Defensa  estuvieron 
divididos  en  varias  y  ardorosas  facciones,  gracias  á 
las  cuales  el  bajel  de  la  ciudad  navegó,  de  continuo 
y  con  angustia,  entre  los  escollos  del  tumulto  y  la 
anarquía;  olvidando  que  todos  los  recursos  rentísti- 
cos de  aquella  situación,  belicosa  y  contrariada,  es- 
taban ya  secos,  viviendo  entre  penurias  y  sinsabores 
de  un  subsidio  francés,  dado  con  la  peor  y  con  la  más 
variadiza  de  las  voluntades;  olvidando,  en  fin,  que 
los  intereses  de  la  política  brasileña  y  de  la  política 
unitaria  pugnaban  en  favor  de  una  paz  que  iba  á  con- 
cluir con  el  poder  de  Rosas,  el  pacto  de  1851  valió 
severos  cargos  y  no  pocos  disgustos,  obligándole  á 
refugiarse  en  las  dulces  quietudes  de  la  vida  privada, 
al  desengañadísimo  don  Manuel  Herrera  y  Obes. 

Ni  los  de  afuera  ni  los  de  adentro  creían  en  las 
virtudes  de  la  igualdad  y  de  la  tolerancia.  Era  di- 
fícil la  mansedumbre,  dado  lo  largo  y  lo  fuerte  del 
viento  que  encrespó  las  olas.  Pronto  volvieron  los 
giupos  tradicionales,  los  nacidos  al  nacer  nuestra  his- 
toria de  nación  libre,  á  vivir  y  á  pensar  como  viven 
y  piensan  los  azules  y  los  amarillos  de  las  Aventuras 
de  Mister  Pickwich.  Según  la  satírica  é  inmortal  no- 
vela de  Dickens,  todo  lo  que  los  azules  dicen  y  pro- 
yectan disgusta  de  tal  modo  á  los  amarillos,  que  la 
faz  de  los  amarillos  está  siempre  azulada  por  el  des- 
pecho y  la  indignación,  de  la  misma  suerte  que  todo 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  395 

lo  que  los  amarillos  dicen  y  proyectan  disgusta  de 
tal  modo  á  los  azules,  que  el  despecho  y  la  indigna- 
ción amarillean  incesantemente  la  faz  de  los  azules, 
como  si  los  azules  estuviesen  por  todos  los  siglos  en- 
fermos de  ictericia.  Así,  discutiendo  y  falseando  los 
pactos  de  paz,  que  les  impone  de  década  en  década 
la  guerra  civil,  se  pasan  la  vida  nuestros  amarillos 
y  nuestros  azules,  que  necesitan  de  órganos  y  tribu- 
nos que  ulceren  su  pleito,  como  necesitan  órganos  y 
tribunos  que  agrien  sus  debates,  los  azules  y  los  ama- 
rillos de  la  turbulenta  ciudad  de  Eatanswill.  A  El 
Orden,  fundado  por  Juan  Carlos  Gómez,  y  á  La  Cons- 
titución, redactada  por  Eduardo  Acevedo,  pronto  si- 
guieron, desde  1855  hasta  1862,  La  Nación,  La  Repú- 
blica y  El  País,  como  siguen  á  éstos,  desde  1862  hasta 
1870,  El  Siglo,  La  Reforma  Pacífica,  La  Tribuna  y 
El  Ferrocarril,  el  popular  diario  de  la  tarde  de  don 
José  María  Rósete.  No  faltaban  á  sus  redactores  ni 
patriotismo,  ni  ciencia,  ni  probidad;  pero  cada  uno 
de  los  principales  de  aquellos  órganos  arrojó,  sin  bus- 
carlo ni  pretenderlo,  montones  de  astillas  en  la  ho- 
guera de  nuestros  enconos,  olvidándose,  á  veces,  de 
que  su  fin  no  debía  ni  podía  ser  otro  que  combatir 
por  las  libertades  públicas,  resolver  nuestros  múlti- 
ples problemas  económicos,  y  acrecentar  el  grado  de 
nuestra  cultura  con  la  cultura  esparcida  por  sus  in- 
formaciones de  carácter  universal.  No  sólo  por  sus 
adelantos  tipográficos,  sino  también  por  la  variedad 
y  amplitud  de  sus  noticias,  los  diarios  de  1862  valen 
más  que  los  de  1843,  como  los  de  1843  valían  más  que 
los  de  1838.  También  valieron  más,  indudablemente, 
por  su  labor  escrita,  y  no  podía  ser  de  otro  modo  si 
se  tiene  en  cuenta  que,  desde  1863  hasta  1871,  apa- 
recen y  pasan  por  las  columnas  de  nuestros  diarios 
Carlos  María  Ramírez,   Julio  Herrera  y  Obes,  Pablo 


396.  HISTORIA  CRITICA 


De-María  y  José  Cándido  Bustamante.  En  el  mundo 
moral,  como  en  el  mundo  físico,  todo  obedece  á  la  ley 
de  la  evolución.  El  proceso  evolutivo  de  los  seres  or- 
gánicos empieza  en  la  gelatina  aforma,  concluyendo 
en  el  hombre  del  aereoplano  y  del  submarino.  El  pro- 
ceso evolutivo  de  nuestra  prensa,  desde  1829  hasta 
1862,  principia  en  las  ediciones  trisemanales  de  El 
Universal  y  concluye  en  la  máquina  de  retiración  de 
El  Siglo.  Cada  diario  llevaba  el  sello  de  sus  redac- 
tores. Así,  nuestra  prensa,  en  aquel  período,  fué  ática 
con  Herrera,  doctoral  con  De-María,  valiente  y  briosa 
con  Bustamante,  llena  de  retoricismos  y  brillazones 
con  Carlos  Ramírez.  Si  calentáis  el  carburo  de  calcio, 
éste  no  produce  absolutamente  nada;  pero  si  le  añadís 
un  cuerpo  que  le  proporcione  oxígeno,  como  el  clo- 
rato potásico,  el  carburo  reacciona  violentamente  y 
su  calefacción  llega  á  la  incandescencia.  La  prensa, 
colocada  en  manos  de  la  mediocridad,  de  muy  poco 
sirve;  pero  si  la  ponéis  en  manos  que  sepan  oxige- 
narla, esparciendo  ideas  y  agitando  pasiones,  llega  á 
obtener  un  crédito  igual  al  crédito  que  obtuvo  El  Si- 
glo, y  un  interés  igual  al  interés  que  despertaban  los 
nerviosos  editoriales  de  La  Tribuna. 

La  oratoria  política  siguió  el  mismo  proceso.  Fué 
más  sabihonda,  más  erudita,  más  fácil  y  más  fecunda 
en  galas;  pero  tuvo  también  resabios  de  secta,  des- 
haciéndose en  cóleras,  apostrofes  y  ditirambos,  como 
oratoria  de  partido  ó  de  grupo  más  que  de  asamblea 
ecuánime  y  nacional,  es  decir,  tuteladora  del  interés 
de  todas  las  clases  y  de  todos  los  credos.  El  pueblo, 
el  instrumento  que  debía  servir  para  la  construcción 
del  edificio  de  una  sociedad  nueva,  era  un  pueblo  na- 
ciente é  ineducado,  que  seguía  el  impulso  de  sus  cau- 
dillos y  de  sus  tribunos  como  el  mar  el  impulso  que 
le  imprimen  los  vientos,  pagándose  de  los  programas 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  397 

partidarios  más  que  de  los  mismos  hechos  progresis- 
tas, esto  es,  de  los  hechos  tendientes  á  emancipar  á 
las  multitudes  de  la  aristocracia  hegemónica  de  las 
fracciones  en  que  está  dividido  el  país.  Así,  entonces 
como  ahora,  las  personalidades  más  altas,  las  más  ca- 
paces, las  más  probas  y  las  más  útiles  se  hallaban  en- 
carceladas dentro  del  triple  muro  que  forman  á  los 
hombres  políticos  sus  ambiciosos  y  vulgares  compa- 
ñeros de  bandería,  para  quienes  el  triunfo  se  reduce 
al  éxito  electoral  y  á  la  vida  parasitaria  que  el  poder 
asegura  á  los  nulos,  á  los  egoístas,  á  los  cobardes,  á 
los  que  se  venden  y  á  los  demagogos  de  baja  ralea, 
que  dejan  de  ser  demócratas  y  republicanos  al  día 
siguiente  de  la  victoria.  Aquellos  hombres  vivían  des- 
contentos de  la  política  de  círculo  y  comedero,  por- 
que eran  demasiado  inteligentes  para  no  comprender 
lo  bastardo  y  lo  efímero  de  las  maniobras  de  la  am- 
bición vulgar;  pero  carecían  del  valor  necesario  para 
retirarse  de  los  negocios  en  plena  juventud,  ebrios 
con  las  adulaciones  de  los  que  se  enlodan  con  tal  que 
el  triunfo  de  su  partido  les  ponga  á  cubierto  de  las 
necesidades  de  cada  día,  y  de  esta  suerte,  los  óptimos 
y  los  malos,  los  hábiles  y  los  ineptos,  los  doctos  y  los 
faltos  de  luz,  aceptaban  las  prédicas  basadas  en  el 
odio  y  hasta  el  innoble  pillaje  de  las  urnas  en  los 
días  efervescentes  del  escrutinio. 

La  oratoria  era  el  reflejo  fiel  de  la  enfermedad  que 
carcomía  los  cerebros  y  los  corazones.  ¿Qué  es,  ó  me- 
jor aún,  qué  debe  ser  la  oratoria  política?  De  todas 
las  obras  que  Cicerón  escribió  sobre  el  arte  de  hablar, 
la  más  completa  es  la  que  se  titula  Diálogos  del  ora- 
dor. Ocúpase  en  ella  de  la  elocuencia  aplicada  á  los 
combates  del  foro  y  la  tribuna  pública,  siguiendo 
las  trazas  de  los  dos  filósofos  más  ilustres  de  la  an- 
tigüedad, pues  si  por  las  ideas  se  parece  á  Aristóte- 


39S  HISTORIA  CRITICA 

les,  por  el  estilo  se  aproxima  á  Platón.  La  lectura 
de  los  Diálogos  nos  interesa  no  sólo  bajo  el  punto 
de  vista  literario,  sino  también  bajo  el  punto  de  vista 
histórico,  por  ser  los  personajes,  que  en  ellos  inter- 
vienen, personajes  de  gran  valía  y  de  no  poca  cele- 
bridad en  la  época  en  que  se  disputaban  el  cetro  del 
mundo  el  aristocrático  Sila  y  el  demócrata  Mario.  — 
¿Recordáis,  no  es  verdad,  á  los  interlocutores  de  los 
coloquios  de  Cicerón?  —  Crasso  murió,  poco  después 
de  aquellas  académicas  conversaciones,  pronunciando 
una  arenga  vehementísima  y  defendiendo  la  autonomía 
del  senado  en  contra  de  un  cónsul  que  se  obstinaba 
en  deprimir  su  autoridad.  Cátulo,  que  se  distinguió 
combatiendo  á  los  cimbros,  es  aquel  que  se  asiló  en 
la  muerte  para  huir  del  destierro,  salvándose,  por  su 
propia  mano,  de  la  enemistad  y  de  las  persecuciones 
del  dictador  demócrata,  porque  ya  entonces,  lo  mismo 
que  ahora,  la  extrema  dictadura  utilizaba,  á  modo  de 
disfraz,  la  blanca  túnica  y  el  gorro  frigio  de  la  de- 
mocracia extrema.  Antonio,  á  su  vez,  cayó  bajo  el 
puñal  de  los  sicarios  de  un  colérico  victorioso,  que 
hizo  cortar  la  cabeza  y  las  manos  de  su  cadáver,  ex- 
poniéndolas y  enclavándolas  en  la  tribuna  de  las 
arengas.  Más  de  un  siglo  duró  aquella  época  de  crí- 
menes, de  barbaries  y  de  enconos  sectarios;  pero  no 
olvidemos  que  las  horribles  reacciones  de  los  parti- 
dos, cuyas  sangrientas  rencillas  se  encadenan  como 
los  aros  de  un  collar  de  granates,  favorecieron  el  des- 
arrollo de  la  elocuencia.  El  orador  no  era,  en  la  ciudad 
romana,  lo  que  es  en  nuestros  días;  entonces,  un  gran 
orador  podía  equipararse  á  un  gran  general;  las  vic- 
torias del  sable  no  eran  más  decisivas  ni  más  ruidosas 
que  los  triunfos  de  la  palabra.  La  ambición  y  el  ta- 
lento, utilizando  las  acusaciones  públicas  en  benefi- 
cio del  grupo  en  que  militaban,  podían  entonces,  con 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  399 

un  solo  discurso  pronunciado  ante  el  pueblo,  adue- 
ñarse de  la  fortuna,  del  honor  y  hasta  de  la  vida  de 
sus  adversarios.  La  oratoria  era  un  poder  terrible  y 
absoluto,  del  que  dependían  el  destino  lúgubre  ó  fe- 
liz de  los  reyes,  de  las  comunas,  de  las  naciones  libres, 
de  todo  el  universo  conocido  en  aquella  edad.  Así 
era  lógico  que  lo  primero  que  se  enseñase,  en  las 
academias,  fuese  el  arte  de  conmover  y  persuadir  á 
las  multitudes.  Adquirir  el  talento  de  la  palabra  era 
adquirirlo  todo :  gloria,  fortuna,  amigos,  placeres,  adu- 
ladores, cargos  y  autoridad.  Nuestras  costumbres,  para 
dicha  nuestra,  no  son  las  mismas.  Los  intereses  pri- 
vados y  los  crímenes  de  baja  extracción  forman  la 
materia  de  nuestros  tribunales.  Los  jueces  y  los  juris 
no  son  ya  asambleas  movibles  y  apasionadas  que  obe- 
decen á  la  imagen  de  lo  patético  y  al  encanto  de  lo 
pictórico.  La  retórica  trata  de  persuadir  y  convencer 
con  palabras  escritas,  con  fríos  alegatos  y  citas  de 
código,  lo  que,  si  no  habla  en  favor  de  nuestro  culto 
por  la  belleza,  pone  de  relieve,  lo  que  ya  es  bastante, 
nuestro  culto  por  la  justicia  y  por  la  verdad.  Hasta 
en  nuestras  mismas  asambleas  deliberantes  de  carác- 
ter político,  se  prefieren  los  argumentos  á  las  figu- 
ras, lo  que  hallaríamos  digno  de  imitación  y  enco- 
mio, si  no  se  cayese  por  lo  común  en  el  extremo  opues- 
to, impidiendo  la  aparición  de  verdaderos  oradores, 
que  sepan  apoderarse  de  los  espíritus  y  atraer  la  mi- 
rada de  las  muchedumbres  hacia  los  asuntos  de  interés 
nacional,  uniendo  las  hermosuras  de  la  forma  á  las 
excelsitudes  de  la  idea  como  lo  hicieron  Demóstenes 
y  Mirabeau. 

Los  Diálogos  del  orador  no  tienen  la  precisión  y  el 
método  que  se  admiran  en  la  retórica  de  Aristóteles; 
pero  tienen,  en  cambio,  una  elegancia,  una  viveza  y 
una  brillantez  que  es  inútil  buscar  en  las  obras  di- 


400.  HISTORIA  CRITICA 

dácticas  del  sabio  macedónico.  Cicerón  se  repite,  se 
interrumpe,  divaga,  no  se  somete  jamás  á  las  formas 
precisas  de  un  tratado,  pudiendo  afirmarse  que  en- 
seña la  oratoria  al  mismo  tiempo  que  la  practica,  di- 
sertando agradablemente  sobre  todos  y  cada  uno  de 
los  géneros  de  composición  literaria.  Cicerón,  en  es- 
tos coloquios,  como  en  la  inmensa  mayoría  de  sus 
múltiples  obras,  regit  dictis  ánimos  et  pectora  mulcet. 
Cicerón  empieza  su  primer  diálogo  considerando 
que  los  hombres  más  dichosos  son  aquellos  que  viven 
en  una  república  floreciente,  lo  que  les  permite  gozar 
de  la  gloria  de  sus  acciones,  viendo  como  transcurren 
sus  días  ut  vel  in  negotio  sine  periculo,  vel  in  otio 
cum  dignitate.  Esta  actividad  sin  riesgo  y  este  ocio 
con  dignidad  se  desean  cuando  las  sienes  principian 
á  emblanquecer;  pero  son  difíciles  de  conseguir  en 
medio  de  las  inquietudes  que  agitan  al  hombre  supe- 
rior y  encerrado  en  un  ambiente  removido  por  el  hu- 
racán de  las  calamidades  públicas,  como  el  ambiente 
en  que  se  movieron  nuestros  tribunos  desde  1832  hasta 
1870.  Sin  embargo  de  considerar  que  la  atmósfera  de 
su  tiempo  no  es  propicia  al  estudio  tranquilo.  Ci- 
cerón agrega  que  se  propone  escribir  sobre  los  asun- 
tos que  cautivaron  su  infancia,  dedicando  á  ellos  todo 
el  tiempo  que  le  dejen  libre  la  perfidia  de  sus  adver- 
sarios, la  defensa  de  sus  amigos  y  sus  deberes  para 
con  la  república.  Lo  primero  de  que  se  ocupará,  con 
amorosa  solicitud,  es  del  arte  de  la  palabra.  No  com- 
parte la  opinión  de  los  que  sostienen  que  la  elocuen- 
cia no  necesita  del  auxilio  eficaz  de  una  sabiduría 
extensa  y  variada,  pues  juzga  que  cierta  inclinación 
natural  y  el  ejercicio  constante  de  sus  dotes  no  bas- 
tan ni  pueden  satisfacer  al  orador.  Cicerón  cree,  por 
el  contrario,  que  la  elocuencia  debe  pertrecharse  y 
debe  servirse  de  los  conocimientos  almacenados  por 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  401 

los  hombres  más  esclarecidos.  Roma,  sólo  después  de 
adueñarse  del  universo  y  sólo  después  de  escuchar 
las  lecciones  de  los  retóricos  griegos,  se  entregó  con 
apasionado  afán  al  estudio  de  las  artes  del  buen  de- 
cir. A  pesar  de  eso,  á  pesar  de  la  utilidad  de  los  pre- 
ceptos y  de  lo  continuado  de  los  ejercicios,  el  número 
de  los  grandes  oradores  romanos  es  insignificante. 
¿Cómo  se  explica  que  siendo  innumerables  los  discí- 
pulos, muchos  los  maestros,  no  pocas  las  disposiciones 
de  la  raza,  é  importantísimos  los  premios  concedidos 
á  los  victoriosos,  sean  tan  raros  los  oradores  célebres 
en  la  ciudad  ilustre?  Cicerón  dice  que  esa  escasez  se 
explica  por  las  dificultades  que  entraña  el  estudio  y 
la  práctica  de  la  elocuencia.  El  arte  de  hablar  bien 
requiere  no  sólo  conocimientos  generales,  abundancia 
de  verba  y  tino  supremo  para  servirse  de  esa  abun- 
dancia, sino  que  requiere  de  la  misma  manera  conocer 
á  fondo  todas  las  pasiones,  todas  las  inquietudes,  to- 
dos los  instintos  de  que  es  susceptible  el  espíritu  hu- 
mano, desde  que  el  objeto  del  orador  no  es  otro  que 
el  de  aquietar  ó  embravecer  á  los  que  le  oyen,  siendo 
preciso  unir,  por  otra  parte,  á  lo  que  antecede,  no  sólo 
cierta  gracia  ligera  y  trivial,  sino  el  don  de  la  ré- 
plica pronta  y  concisa.  El  tribuno  debe  servirse  de 
la  historia  para  utilizar  el  poder  fascinante  de  sus 
ejemplos;  de  las  leyes,  para  aplicar  ó  discutir  clara 
y  oportunamente  la  que  se  proyecta  y  la  que  está  en 
debate;  de  la  lógica,  de  la  que  nace  el  orden  armo- 
nioso y  evolutivo  de  las  cláusulas;  de  la  ética,  que 
le  permite  subir  hasta  el  trono  de  la  moral  sin  velos; 
de  la  acción,  que  abarca  los  movimientos  del  cuerpo 
y  las  expresiones  de  la  fisonomía;  de  los  tonos  de 
la  voz,  equiparables  á  la  música  sinfónica  del  discurso, 
y  del  entusiasmo  sin  frenesí,  que  parece  prenda  de 
sinceridad  y  de  buena  fe,  debiendo  el  que  habla,  á 

26.  —  I. 


4p2  HISTORIA  CRÍTICA 


los  cónclaves  y  á  las  multitudes,  poseer  la  ciencia 
acabada  de  todos  y  de  cada  uno  de  estos  saberes  y 
requisitos.  Y  ¿qué  decir  acerca  de  la  memoria,  el  ma- 
yor de  los  tesoros  de  la  elocuencia,  porque  es  el  jo- 
yero donde  conservamos  el  fruto  de  nuestras  medi- 
taciones, de  nuestras  vigilias,  de  nuestras  lecturas,  y 
hasta  de  las  palabras  con  que  traducimos  nuestro  pen- 
samiento? —  La  memoria  es  el  más  brillante  de  todos 
los  dones  concedidos  al  orador.  Y  Cicerón  agrega: 
"Un  orador,  según  mi  entender,  no  llegará  jamás  á 
la  perfección,  si  no  posee  todo  género  de  conocimien- 
tos y  si  estos  conocimientos  no  son  del  orden  más 
elevado."  Así,  para  Cicerón,  es  la  sabiduría  la  que 
nos  proporciona  las  palabras  en  abundancia  y  la  que 
nos  dirige  en  la  acertada  elección  de  las  voces,  de- 
generando el  discurso  en  vano  palabreo  si  no  le  sos- 
tiene un  fondo  de  saber  real  y  positivo.  Mucho  vale 
hablar  con  elegancia  y  facilidad;  pero  el  discurso 
crece  en  valía  si  unimos  el  saber  á  la  elegancia  de  la 
dicción.  La  palabra,  cuando  es  así,  gobierna  las  vo- 
luntades y  encanta  los  espíritus,  mentes  allicere  et 
voluntates  impeliere.  No  hay  poder  que  iguale  al  po- 
der que  somete  á  la  voz  de  un  hombre  solo  los  mo- 
vimientos de  un  pueblo,  la  religión  de  los  jueces  y 
la  dignidad  del  senado.  No  hay  nada  más  útil  ni  más 
generoso  que  socorrer  á  los  suplicantes  y  levantar 
á  los  abatidos,  asegurando  á  los  hombres  su  libertad 
y  su  vida  en  la  patria.  Sin  embargo,  el  arte  de  hablar 
con  elegancia  no  es  prueba  de  hablar  con  conoci- 
miento. Por  encontrar  audaces  é  ignaros  á  los  tri- 
bunos más  célebres  de  su  tiempo,  Platón  y  Diodoro, 
los  jefes  de  la  escuela  socrática  y  de  la  peripatética, 
pensaban  que  debía  alejarse  á  los  oradores  de  com- 
plicado y  difícil  manejo  de  la  cosa  pública.  El  ora- 
dor,  pues,   no   sólo   necesita  de   una  elocución  meto- 


I 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  403 

dica,  elegante,  pulida  con  cuidado  y  ligada  con  arti- 
ficio, sino  que  necesita  también  conocer  por  completo 
el  asunto  que  constituye  el  fondo  de  su  arenga.  De 
lo  contrario  su  discurso  no  es  sino  un  ruido  de  pala- 
bras inútiles,  á  las  que  falta  lo  principal,  el  pensa- 
miento. El  primer  talento  del  orador  es  agitar,  en  el 
alma  de  sus  oyentes,  el  odio  ó  la  cólera,  la  compasión 
ó  la  simpatía.  ¿Cómo,  si  desconoce  lo  que  es  el  es- 
píritu humano  y  nada  sabe  del  poder  de  nuestros 
instintos,  encontrará  los  medios  de  enardecer  ó  apaci- 
guar las  almas?  Los  hombres,  las  naciones,  lo  supra- 
sensible, el  derecho  en  general,  pertenecen  al  domi- 
nio de  la  filosofía  más  que  al  de  la  oratoria;  pero 
compete  al  orador,  más  que  al  filósofo,  la  ciencia  de 
desenvolver,  eríérgicamente  y  de  un  modo  que  en- 
cante, lo  que  el  último  estudia  y  expone  con  fría  se- 
quedad. ¿Cómo  hablar  á  favor  ó  en  contra  de  una 
ley  nueva,  si  no  se  conoce  la  ciencia  del  derecho? 
¿Cómo  hablar  de  lo  que  requiere  el  gobierno  de  la 
república,  si  no  se  conoce  el  arte  de  la  política? 
¿Cómo  dominar  los  espíritus  hasta  convertirse  en 
guía  de  las  pasiones  del  auditorio,  si  no  se  conoce 
lo  que  los  filósofos  nos  enseñan  acerca  de  la  natu- 
raleza, los  apetitos  y  las  costumbres  del  linaje  hu- 
mano? No  creamos,  á  pesar  de  eso,  que  Sócrates  acer- 
taba cuando  decía  que  siempre  se  habla  bien,  de  lo 
que  bien  se  sabe.  Cicerón  asegura  que  esto  es  incierto. 
No  todos  poseen  la  ciencia  de  decir  bien  lo  que  sa- 
ben mejor,  y  el  que  no  tenga  las  condiciones  que 
exige  la  tribuna,  el  que  carezca  de  memoria  y  de  ele- 
gancia verbal  y  de  nobleza  en  los  movimientos,  por 
mucho  y  bien  que  sepa  una  cosa,  corre  peligro  de 
decirla  pésimamente.  Puede  asegurarse  que,  sin  el 
conocimiento  de  la  filosofía,  el  orador  no  podrá  su- 
bir á  las  cumbres  de  la  elocuencia;  pero  puede  ase- 


404  HISTORIA  CRÍTICA 


gurarse,  del  mismo  modo,  que  el  conocimiento  de  la 
filosofía  no  basta  para  hacer  oradores.  Es  necesario, 
sin  duda  alguna,  saber  hablar  elocuentemente;  pero  no 
puede  hablarse  elocuentemente  sino  sobre  aquello  que 
no  se  ignora.  Tratemos,  pues,  de  no  asemejarnos  á 
Sertorio  Galba,  cuya  elocuencia  pudo  parecer  divina, 
pero  que  ignoraba  las  instituciones  antiguas  y  las 
leyes  civiles,  siendo  la  belleza  de  su  lenguaje  igual 
á  su  desconocimiento  de  las  artes  que  se  relacionan 
con  los  públicos  intereses. 

Es  bueno,  pues,  no  sólo  adquirir  muchos  y  muy 
variados  conocimientos,  sino  también  adiestrarse  en 
los  medios  de  que  se  han  servido  todos  los  oradores 
ilustres,  como  un  esgrimista  se  adiestra  en  la  prác- 
tica del  florete  y  del  sable.  La  retórica  no  engendra 
las  dotes  naturales,  las  que  más  necesita  el  orador; 
pero  puede  adiestrarnos  en  el  modo  de  servirse  de 
ellas.  El  hombre  sólo  es  elocuente  cuando  está  do- 
tado de  un  alma  ardorosa,  de  una  imaginación  viva, 
de  una  sagacidad  que  le  ayude  á  escoger  lo  que  debe 
decir,  y  de  una  dicción  tan  fácil  como  abundosa, 
de  una  dicción  que  le  permita  desenvolver  con  mé- 
todo y  ornamentar  con  arte  todos  sus  sentimientos 
y  sus  ideas.  Crasso  y  Antonio,  según  Cicerón,  no 
habían  desdeñado  nada  de  lo  que  puede  adquirirse 
á  fuerza  de  genio,  de  estudio,  de  teoría  y  de  práctica. 
El  orador  debe  saber,  por  lo  menos,  todo  lo  que  con- 
cierne á  las  costumbres  y  derechos  de  sus  conciuda- 
danos, á  los  grandes  intereses  de  la  república,  sin 
ignorar  tampoco  nada  de  lo  que  atañe  á  la  naturaleza 
y  á  las  inclinaciones  de  la  especie  humana.  Es  claro 
que  no  debe  conocer  lo  que  antecede  para  ocuparse 
de  ello  á  la  manera  de  los  filósofos,  sino  para  sacar, 
de  lo  estudiado  y  de  lo  aprendido,  argumentos  y  re- 
flexiones  adaptables   á   sus   discursos   y   de    utilidad 


( 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  405 

para  sus  arengas.  Las  costumbres,  las  libertades  y  los 
intereses  de  la  sociedad  civil  en  que  vive,  deben  ser 
tratados  por  el  orador  como  los  tratarían  los  que  han 
fundado  el  derecho  positivo,  es  decir,  de  una  manera 
noble  y  sencilla,  sin  perderse  en  distinciones  de  vana 
sutileza  y  en  estériles  disputas  de  vocablos,  et  sine 
jejuna  concertatione  verborum. 


II 


El  último  bagaje,  exigido  á  los  oradores  por  la 
retórica  ciceroniana,  justo  es  decir  que  lo  poseían  los 
tribunos  más  altos  de  la  edad  de  oro  del  romanticismo. 
Tanto  es  así  que  la  mayor  parte  de  sus  discursos  no 
versan  sino  sobre  las  libertades  y  los  intereses  de  la 
nación,  que  acababa  de  dejar  sus  pañales  y  en  la  que 
latían  todos  los  hervores  de  la  mocedad.  No  era  me- 
nor su  conocimiento  de  la  humana  naturaleza,  pues, 
dadas  las  inquietudes  del  medio  en  que  se  habían 
desarrollado  y  en  que  habían  hecho  el  aprendizaje 
de  la  política,  empezaban  á  sentir  náuseas  por  la 
turba  de  medianías  que  explotaba  el  encono  de  las 
banderolas,  por  esa  turba  siempre  dispuesta  al  en- 
juague y  al  abandono,  á  la  injusticia  y  al  parasi- 
tismo. Unas  veces  victimados  por  el  poder,  y  otras 
veces  convertidos  en  unidad  sencilla  dentro  del  re- 
baño de  las  exaltaciones  sin  ilustración ;  unas  veces 
transformados  en  cómplices  y  en  voceros  de  las  ira- 
cundias, cuando  su  partido  triunfaba  en  las  lides,  y 
otras  veces  transformados  en  siervos  y  en  desposeí- 
dos, cuando  les  ocurría  estar  en  la  llanura,  bueno  es 
decir  que  aquellos  hombres  carecieron  del  tiempo  y 
del  reposo  que  se  necesitan  para  los  difíciles  y  em- 
peñosos   combates    de    la    oratoria.    ¿Queréis    daros 


4ofe  HISTORIA  CRÍTICA 

cuenta  de  lo  que  fueron  aquellos  cónclaves?  Estu- 
diad el  del  año  1858. 

La  cámara  joven  celebra  su  primera  sesión  pre- 
paratoria á  mediados  del  mes  de  Febrero.  Toman 
asiento  en  ella  Octavio  Lapido,  Cándido  Joanicó, 
Atanasio  C.  Aguirre  y  Juan  José  de  Herrera,  en  re- 
presentación de  los  departamentos  del  Salto,  Monte- 
video, Paysandú  y  Canelones.  Al  lado  de  éstos  nos 
encontramos  con  José  Vázquez  Sagastume  y  con  José 
Gabriel  Palomeque,  elegidos  por  los  sufragantes  de 
Montevideo  y  de  Tacuarembó.  Han  renunciado,  por 
razones  diversas,  Andrés  Lamas,  Antonino  Costa, 
Juan  José  Duran,  Eduardo  Acevedo,  Joaquín  Suá- 
rez,  Francisco  Hordeñana  y  Juan  P.  Caravia,  así 
como  también  don  Jacinto  Vera,  vicario  de  la  pa- 
rroquia de  Guadalupe,  y  don  Juan  Manresa,  cura  de 
la  iglesia  de  Maldonado.  Se  siente  aún  el  eco  de  la 
fusilería  de  Quinteros,  en  donde  las  ordenanzas  es- 
pañolas han  sido  aplicadas  desatinadamente  y  sin 
compasión  por  los  vencedores.  Eso  explica  muchos 
retraimientos.  Se  considera  brutal  el  castigo  y  cruel 
la  vindicta,  por  más  que  don  José  Vázquez  Sagas- 
tume manifieste,  sin  coro  de  aplausos  de  ninguna 
clase,  en  la  sesión  del  21  de  Abril :- "Considero  que 
un  mal  gobierno  es  preferible  á  una  buena  revolu- 
ción." 

El  peso  de  los  debates  lo  soportarán  Joanicó,  Agui- 
rre, Lapido.  Palomeque  y  Vázquez  Sagastume.  Casi 
todas  las  cuestiones  de  trascendencia  serán  encaradas, 
discutidas  y  resueltas  por  ellos.  El  21  de  Abril,  el 
mismo  día  citado  antes,  el  vuelo  oratorio  extiende 
la  malla  de  sus  curvas  sobre  un  proyecto  creando  y 
organizando  la  guardia  nacional.  El  doctor  Palome- 
que combate  el  proyecto.  "El  país  ha  pasado  por  una 
guerra  desastrosa,  cruel,  bárbara,  que  no  sólo  ha  diez- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  407 

mado  á  sus  hijos,  sino  que  ha  hecho  desaparecer  las 
fortunas.  Así,  pues,  creo  que  la  primera  obligación 
del  legislador,  como  del  administrador,  es  dar  ensan- 
che á  los  habitantes  para  que  vayan  á  reparar  los  res- 
tos de  las  fortunas  quebrantadas  por  los  extravíos  de 
todos.  No  se  puede  hacer  esto  movilizando  al  país, 
como  se  pretende  por  este  proyecto."  Si  el  proyecto 
se  convierte  en  ley,  el  labrador  tendrá  que  abandonar 
su  trabajo  personal  y  el  estanciero  la  atención  de  sus 
bienes,  quedando  las  familias  y  las  propiedades  "á 
merced  del  vago ;  del  que  comúnmente  llamamos  gau- 
cho; del  hombre  sin  hogar,  sin  oficio,  y  sin  patria." 
Después,  el  orador  desmenuza  el  proyecto.  "Por  otra 
parte,  el  proyecto  tiene  algunos  inconvenientes.  La 
obligación  que  impone  á  los  hombres  del  foro,  es  abu- 
siva; la  que  impone  á  los  estudiantes  y  practicantes, 
es  puramente  de  retroceso ;  la  que  establece  para  los 
empleados  civiles  y  escribanos,  es  injusta;  las  ex- 
cepciones que  se  encuentran  en  el  proyecto,  son  odio- 
sas; y  la  facultad,  señor  presidente,  que  dá  la  ley 
para  nombrar  un  jefe  militar  para  ponerse  á  la  ca- 
beza de  los  ciudadanos,  es  muy  inconveniente."  Los 
abogados  deben  ser  excluidos  del  servicio  de  guar- 
dias nacionales.  En  una  sociedad  en  la  que  escasean 
los  hombres  ilustrados,  los  hombres  de  toga  son  los 
que  ocupan  los  puestos  de  sacrificio,  las  fiscalías,  los 
ministerios,  las  bancas  de  la  representación  nacional. 
Cuando  descienden  después  de  veinte  años  de  abne- 
gación sin  recompensa,  descienden  aborrecidos  por 
las  tres  cuartas  partes  de  la  sociedad.  El  orador 
agrega  con  amargura:  "El  hombre  público  desciende 
siempre  con  más  enemigos  que  amigos."  Sólo,  cuando 
la  patria  se  encuentra  en  peligro,  el  abogado  debe 
tomar  un  fusil. 

Habla,  en  seguida,  de  los  estudiantes.  El  proyecto. 


498  HISTORIA  CRITICA 

en  un  país  necesitado  de  luces,  es  una  traba  puesta 
á  la  instrucción:  "No  hay  paz,  no  hay  patria  posible, 
no  hay  libertad,  si  no  hay  instrucción,  si  no  hay  cien- 
cia, y  la  ciencia  no  se  va  á  buscar,  señor  presidente, 
en  los  ejercicios  doctrinales,  en  las  marchas  y  con- 
tramarchas, en  las  filas  de  la  formación  de  un  cuadro 
muy  lindo,  en  el  despliegue  de  una  línea  de  batalla, 
en  el  destaque  de  una  guerrilla."  Debe  imitarse  á 
Francia.  Esta  nación,  donde  tuvo  origen  la  guardia 
nacional,  salva  á  los  estudiantes  de  las  fatigas  que 
impone  el  servicio  armado,  aunque  los  enrola  para 
que,  cuando  la  patria  los  necesite,  abandonen,  para 
formar  un  cuerpo  de  juventud  decidida  y  viril,  las 
universidades  y  los  colegios.  Sigue  el  orador,  y  se 
ocupa  de  los  empleados  públicos.  Los  empleados  pú- 
blicos, por  el  hecho  de  serlo,  ya  sirven  á  la  nación. 
Con  las  obligaciones  que  va  á  imponerles  la  guardia 
nacional,  tendrán  un  solo  sueldo  y  un  doble  servicio. 
Esto  es  injusto,  porque  á  ningún  ciudadano  se  le 
pueden  exigir  dos  deberes.  También  son  injustas  las 
excepciones  de  que  el  proyecto  trata,  siendo  inadmi- 
sible, por  otra  parte,  que  el  jefe  de  la  guardia  na- 
cional sea  un  jefe  de  línea,  en  primer  lugar,  por  las 
severidades  que  nacen  de  la  costumbre  de  mandar 
soldados,  y  en  segundo  lugar  porque  poner  un  hom- 
bre de  espada  á  la  cabeza  de  las  milicias  populares, 
es  movilizarlas  veteranamente,  quitándoles  la  inde- 
pendencia que  pueden  y  deben  tener,  en  días  de  quie- 
tud, las  milicias  compuestas  de  ciudadanos. 

El  doctor  Palomeque  era  un  orador  enfiebrado, 
nervioso,  poco  académico.  No  improvisa  sus  ideas, 
pero  sí  sus  voces,  y  como  escribe  con  desaliño,  tra- 
duce sus  pensamientos  sin  elegancia.  Recordemos  el 
precepto  de  Cicerón.  Para  perorar  con  atildada  elo- 
cuencia,  es   preciso   escribir   mucho   y   escribir   bien. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  409 

Palomeque  era  copioso,  fluido,  tenaz,  insistente,  dís- 
cutidor.  Desalojado  de  una  trinchera,  se  acoge  á  otra. 
Resistido  en  una  carga,  vuelve  al  combate  con  ma- 
yores bríos.  Le  tendéis  en  el  suelo,  y  se  levanta  sin 
que  sepáis  cómo.  De  vez  en  cuando,  el  calor  del  de- 
bate y  su  visión  interna  le  proporcionan  una  frase 
feliz,  un  párrafo  á  cincel,  un  período  que  se  des- 
envuelve con  correcta  y  hermosa  maestría.  El  que  le 
sale  al  encuentro  es  su  antítesis,  es  Vázquez  Sagas- 
tume,  más  diplomático  y  con  mayores  conocimientos 
sobre  la  forma,  más  ducho  en  la  ciencia  del  decir 
retórico  y  más  diestro  en  el  arte  de  mover  las  pa- 
siones. Replica  con  destreza;  pero  sin  desmenuzar 
ninguno  de  los  argumentos  de  su  contradictor.  Elige 
todos  los  que  le  placen  y  se  olvida  de  todos  los  que 
le  estorban.  Tiene  algo  de  ateniense.  Prepara  á  su 
auditorio.  Principia  por  la  alabanza  de  la  guardia 
nacional.  "La  organización  de  los  cuerpos  de  guar- 
dias nacionales  ha  sido  siempre  un  elemento  de  or- 
den, de  paz  y  de  seguridad.  Jamás  ha  sido  el  pedestal 
del  despotismo,  ni  la  vanguardia  de  la  demagogia. 
El  ciudadano  armado,  en  las  filas  de  guardias  nacio- 
nales, es  el  defensor  más  ardiente  de  las  instituciones 
y  de  las  libertades  del  pueblo,  es  el  más  interesado 
en  el  respeto  y  en  la  conservación  de  sus  derechos, 
y  es,  por  consiguiente,  la  garantía  más  efectiva  del 
bienestar  y  la  quietud  social.  Si  las  legislaturas  pa- 
sadas hubieran  sancionado  una  ley  semejante  á  la  que 
ahora  se  presenta  en  discusión,  tengo  la  seguridad, 
señor  Presidente,  de  que  el  país  no  hubiera  tenido 
la  necesidad  de  lamentar  tantas  víctimas  y  tantas  des- 
gracias. Los  ciudadanos  dispersos,  sin  un  centro  de 
acción,  sin  dirección,  sin  espíritu  de  cuerpo,  sin  esa 
organización  militar  que  hace  fructíferos  sus  servi- 
cios al  país,  son  un  elemento  inútil  para  la  defensa 


4Í0  HISTORIA  CRÍTICA 

de  la  Constitución  y  de  las  Leyes."  Preparado  el  am- 
biente, sabiendo  que  la  impresión  que  buscaba  está 
producida  por  el  recuerdo  de  lo  pasado  y  por  el  elo- 
gio de  la  guardia  nacional,  el  orador  en  dos  párrafos, 
en  dos  breves  párrafos,  sostiene  que  el  servicio  de 
las  armas,  tal  como  se  proyecta,  ni  dificulta  la  labor 
de  los  abogados,  ni  dobla  las  obligaciones  de  los  que 
sirven  á  la  nación,  ni  aparta  á  los  estudiantes  de  sus 
aulas  y  de  sus  libros.  Es  preciso  que  las  obligaciones 
derivadas  de  la  ciudadanía  sean  repartidas,  equitativa 
y  justicieramente,  sobre  todas  las  clases  de  la  socie- 
dad. Ni  los  miembros  de  la  legislatura  deben  hallarse 
libres  de  esas  obligaciones;  "porque,  si  bien  puede 
llegar  el  caso  en  que  sea  necesario  que,  en  momentos 
de  conflicto,  el  cuerpo  legislativo  se  ocupe  de  dictar 
leyes  convenientes,  considero  también  que  está  en  el 
deber  de  todos  los  representantes  el  ir,  con  su  fusil 
al  hombro,  á  colocarse  en  las  filas  de  la  Guardia  Na- 
cional." La  barra  aplaude  y  los  diputados  apoyan. 
Hacen  bien;  pero  es  casi  seguro  que  el  orador  tenía 
descontado  el  aplauso  y  muy  prevista  la  aprobación. 
Confiaba  en  los  golpes  de  efecto,  porque  su  discurso 
no  es  un  discurso  de  ideas,  sino  de  impresiones.  Le 
bastan  las  ideas  corrientes,  las  dominantes,  las  más 
comunes,  las  que  más  responden  al  concepto  que  de 
la  igualdad  tiene  la  multitud.  Le  bastan  y  sobran,  por- 
que está  convencido  de  que  son  sus  aliados  el  miedo 
á  la  anarquía,  el  odio  á  la  revolución,  la  memoria  de 
lo  que  acaba  de  suceder,  todos  los  recelos  y  todas  las 
inquietudes  del  núcleo  social.  Sin  embargo,  el  doctor 
Palomeque  vuelve  á  la  arena.  Confía  en  sus  músculos 
de  luchador.  El  estudiante  debe  ser  excluido  de  las 
paradas  y  de  los  destaques.  El  estudiante  no  necesita 
que  le  enseñemos  el  mecanismo  de  nuestros  fusiles. 
"Cuando   esta  tierra  pasaba  por  una  guerra  de  ven- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  411 

ganza;  cuando,  por  desgracia,  nos  bayoneteábamos  á 
veinte  cuadras  de  distancia  de  donde  estamos  en  este 
momento ;  cuando  las  bombas  cruzaban  por  encima 
de  los  edificios,  el  preceptor  y  el  estudiante  estaban 
firmes  en  su  aula.  Si  esto  se  puede  hacer  en  la  gue- 
rra, si  esta  necesidad  se  reconocía  entonces,  ¿cómo 
no  se  ha  de  reconocer,  señor  Presidente,  en  plena 
paz?"  El  orador  toma  el  proyecto,  lo  estruja  entre 
sus  manos,  lo  agita  en  el  aire,  y  señala  el  capítulo  de 
las  excepciones.  Al  presidente  del  Superior  Tribunal 
de  Justicia  se  le  excepciona,  y  no  se  excepciona  al 
juez  de  lo  civil.  Se  excepciona  al  catedrático,  y  á  los 
discípulos  no  se  les  excepciona.  ¿Para  qué  sirve  el 
catedrático  sin  los  discípulos?  ¿Para  qué  sirve,  sin 
el  juez,  el  presidente  del  Tribunal?  O  todos  ó  nin- 
guno. Si  se  establece  una  excepción,  es  preciso  esta- 
blecer las  excepciones  que  exige  y  reclama  la  socie- 
dad. Don  Juan  José  de  Herrera  le  responde.  Es  pre- 
ciso, para  asegurar  la  paz,  que  todos  conozcan  como 
se  maneja  un  fusil.  Réplica  inútil,  porque  como  ya 
hemos  dicho,  Palomeque  es  un  orador  incorrecto  y 
nervioso,  pero  tenaz  y  duro,  casi  siempre  impulsivo, 
y  que,  cuando  se  encrespa,  perturba  el  ambiente  de 
la  legislatura.  Reconoce  que  la  paz  es  el  primero  de 
todos  los  bienes,  y  agrega,  ulcerando  el  debate:  "Pero, 
¿es  la  guardia  nacional  la  que  va  á  conservar  la  paz? 
¿Quién  hizo  la  revolución  de  Agosto,  señor  Presi- 
dente? Los  hombres  de  la  guardia  nacional.  ¿Quién 
hizo  la  revolución  de  Noviembre,  señor  Presidente? 
Los  soldados  de  la  guardia  nacional."  Una  parte  de 
la  barra  aplaude.  Otra  parte  de  la  barra  prorrumpe 
en  silbidos.  La  Mesa  quiere  hacer  cumplir  el  regla- 
mento, y  el  orador  se  opone,  diciendo  con  desprecia- 
tivo sarcasmo:  "Pobre  barra!  ¿Para  qué?  Dejadla  que 
se  divierta."  Vázquez   Sagastume  vuelve  á  entrar  en 


4ía  HISTORIA  CRÍTICA 


la  liza.  Es  correcto,  frío,  elegante,  sin  arrebatos,  siem- 
pre retórico,  siempre  flexible,  y  no  se  detiene  en 
los  puntos  espinosos  que  tocó  Palomeque.  Devuelve 
al  debate  su  calma  habitual,  concluyendo  sin  sacudi- 
das ni  desentonos:  "Se  desprestigia  hoy  la  guardia 
nacional,  dejando  impune  la  desatención  con  que  se 
mira  el  mandato  de  la  autoridad:  se  prestigia,  por  el 
contrario,  llenando  cada  ciudadano  el  deber  que  tiene 
de  concurrir.  El  pueblo  no  está  bien  educado,  y  no 
comprende  bien  cuales  son  sus  derechos  y  sus  debe- 
res. ¡Fatalidad  de  la  situación  y  de  las  luchas!  Per- 
fectamente de  acuerdo  con  el  señor  diputado  por  Ta- 
cuarembó en  que  lo  que  conviene  al  país  son  leyes 
que  traigan  recursos,  que  protejan  al  comercio,  que 
aumenten  el  bienestar;  pero  todas  esas  leyes  son  con- 
secuencias de  la  paz,  y  para  establecer  la  paz  es  pre- 
ciso que  haya  una  garantía  que  la  dé,  y  ésta  no  se  en- 
cuentra sino  en  la  guardia  nacional."  De  este  modo 
chocaron  sin  reconciliarse,  la  libertad,  no  siempre 
bien  entendida,  y  la  consolidación  del  orden,  no  bien 
interpretada,  el  21  de  Abril  de  1858.  La  fuerza  es 
un  cordel  para  el  derecho  y  no  una  garantía  para  las 
leyes,  debió  decirle  el  doctor  Palomeque  á  Vázquez 
Sagastume. 

Al  empezar  la  legislatura  de  1858,  el  doctor  Palo- 
meque  cometió  el  error  de  presentar  un  proyecto  por 
el  que  se  acordaba  al  presidente  de  la  República,  don 
Gabriel  A.  Pereyra,  el  título  de  Gran  Ciudadano  Be- 
nemérito de  la  Patria.  El  presidente  tuvo  el  buen  tino 
de  dirigirse  á  la  legislatura  declinando  aquel  honor 
excepcional.  El  29  de  Mayo,  la  Comisión  en  mayoría 
presentó  una  minuta  de  decreto  aconsejando  que  aquel 
asunto  se  postergase  hasta  la  terminación  de  la  pre- 
sidencia del  señor  Pereira.  Reconocía  la  justicia  del 
homenaje;  pero  deteniéndose  ante  la  idea  de  que  no 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  413 

sientan  bien  los  honores  conferidos  á  un  magistrado 
mientras  éste  subsiste  en  el  gobierno.  La  minoría  de 
la  Comisión,  compuesta  por  los  señores  José  Gabriel 
Palomeque  y  Hermegildo  Solsona,  presentó  otro  dic- 
tamen, aconsejando  que  se  promoviera  al  empleo  de 
brigadier  general  de  la  República  al  señor  Pereira. 
Fundaba  su  consejo,  primero,  en  que  era  atributivo 
de  la  asamblea  crear  empleos  á  cambio  de  servicios, 
y  después  en  que  era  público,  notorio,  no  discutible, 
que  el  presidente  de  la  república,  sofocando  la  re- 
volución, había  prestado  un  enorme  servicio  al  país. 
El  doctor  Palomeque,  que  no  quería  que  se  presti- 
giase á  la  guardia  nacional,  recelosa  á  muchos  por 
los  movimientos  subversivos  de  Agosto  y  Noviembre, 
quería  en  cambio  que  se  prestigiase  al  Poder  Ejecu- 
tivo, receloso  á  muchos  por  la  severidad  con  que 
ajustició  á  los  rebeldes  del  lance  de  Quinteros,  olvi- 
dando que  son  las  virtudes,  y  no  los  títulos,  los  que 
ennoblecen,  prestigian  y  enamoran.  El  señor  Aguirre 
sostuvo  su  dictamen,  por  entender  que  este  consul- 
taba los  principios  republicanos  y  la  moral  altísima 
que  debe  dirigir,  en  todos  los  tiempos,  las  resolucio- 
nes de  la  legislatura.  El  doctor  Palomeque  no  se  dio 
por  vencido.  Puso  en  aprietos  á  la  Comisión.  "El  di- 
lema es  este:  ó  merece  ó  no  merece  el  presidente  de 
la  república  un  título.  Si  lo  merece,  es  preciso  dár- 
selo; si  no  lo  merece,  es  preciso  negárselo."  El  señor 
Aguirre  palideció.  Dijo  que  el  homenaje,  que  se  pre- 
tendía, no  era  circunspecto,  aunque  no  fuese  incon- 
dicional, á  lo  que  Palomeque  replicó  con  soltura  que 
era  preciso  destruir  el  efecto  de  ciertos  cargos  y  de 
ciertas  cartas,  demostrando  á  las  claras  que  el  poder 
que  ejecuta  contaba  con  el  apoyo  del  poder  que  le- 
gisla. El  señor  Aguirre  se  encuentra  incómodo,  está 
sobre  brasas,  el  terreno  es  rebaladizo,  y  habla  sin  en- 


414  HISTORIA  CRÍTICA 


tusiasmo.  Dada  la  situación  y  dado  el  ambiente,  el 
homenaje  rechazado  puede  servir  de  arma  á  los  ene- 
migos del  poder  público;  pero,  en  cambio,  aceptar  el 
homenaje,  mientras  dura  la  presidencia  del  ensalzado, 
es  herir  mortalmente  á  la  democracia  y  es  hacer  acto 
de  torpe  cortesanía.  El  señor  Aguirre  lo  siente  y  sabe 
que  está  en  lo  justo;  pero  no  puede  decirlo  por  miedo 
é  las  interpretaciones  que  la  mala  fé  dará  á  sus  pa- 
labras. El  doctor  Enrique  de  Arrascaeta  interviene 
en  su  ayuda.  La  Constitución  no  admite  títulos  per- 
sonales. Nuestro  primer  código  se  refiere  á  otros  tí- 
tulos y  trata  de  otros  premios.  No  fué  una  distinción 
legislativa  la  que  concedió  el  título  de  justo  al  ate- 
niense Arístides.  No  fué  un  decreto  senadurial  el  que 
concedió  á  Cicerón,  después  de  la  derrota  de  Catilina, 
el  precioso  título  de  padre  de  la  patria. 

Lo  ingrato  del  momento  pesaba  sobre  los  hombros 
de  aquellos  hombres.  ¿Qué  hacer?  La  moción  en  de- 
bate no  es  sólo  antidemocrática,  es  también  impolí- 
tica, como  sería  impolítico  resistirla  con  tenaz  acri- 
tud. El  señor  Lerena  está  conforme  con  que  se  con- 
ceda el  título,  con  tal  que  no  se  entregue  hasta  des- 
pués de  la  conclusión  de  la  presidencia.  ¡  Escrúpulos 
de  monja!  ¡Tiranía  de  las  circunstancias!  ¡Quiere 
salvarse  el  principio;  pero  se  delinque  contra  el  prin- 
cipio, porque  lo  antidemocrático  está  en  la  concesión 
del  grado  más  que  en  la  misma  entrega  del  título! 
El  doctor  Palomeque  ha  metido  á  la  legislatura  en 
un  tembladeral  Todos  comprenden  que  están  come- 
tiendo un  error;  pero  todos,  y  especialmente  los  más 
avisados,  no  saben  como  salir  del  atolladero.  Al  fin 
se  difiere  la  entrega  del  título;  pero  se  vota  la  con- 
cesión del  grado. 

En  todo  este  debate  largo,  dificultoso,  sin  inciden- 
tes,  lleno  de   sofismas,  no  hay  un  solo  momento  de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  415 


brillantez,  y  ninguno  de  aquellos  hombres  es  orador. 
¿Cómo  se  explica  que  titubeen  hasta  los  más  exper- 
tos? ¿Cómo  se  explica  que  haya  incoherencia  hasta 
en  los  dotados  de  mayor  lógica?  Se  explica  por  un 
principio  oratorio.  Se  explica  porque  la  primera  de 
las  condiciones  de  la  elocuencia  es  la  sinceridad,  la 
fé,  el  entusiasmo,  la  autosugestión,  y  aquellos  hom- 
bres no  están  convencidos  de  que  deben  hacer  lo  que 
están  haciendo.  Es  indiscutible  que  se  necesita  pres- 
tigiar la  acción  gubernamental.  Es  indudable  que,  una 
vez  entrados  en  el  terreno  de  las  recompensas,  no 
puede  rehuírselas  sin  graves  riesgos.  Es  indudable 
que  las  circunstancias,  ó  si  se  quiere  lo  inopor- 
tuno de  la  moción,  pesa  sobre  aquellos  hombres  más 
que  una  montaña.  Todo  eso  es  cierto ;  pero  no 
es  menos  cierto  que  una  asamblea  legislativa,  popu- 
lar, democrática,  independiente,  proba,  no  decreta  ho- 
nores ni  acuerda  títulos  al  poder  que  ejecuta  y  que 
acaba  de  obtener  un  triunfo  por  medio  de  las  armas. 
El  señor  Palomeque  es  así.  Conoce  los  prodigios 
de  que  es  capaz  la  virtud  de  la  perseverancia.  Enamo- 
rado de  sus  ideas,  se  bate  por  sus  ideas  de  sol  á  sol, 
con  extremo  coraje  y  en  todos  los  campos.  Su  tena- 
cidad nos  recuerda  la  lucha  de  la  ola  y  el  risco.  La 
ola  es  desmenuzada  cincuenta  veces ;  pero,  como  se 
rehace  cincuenta  veces,  la  piedra  se  cansa  y  la  ola  la 
pulveriza.  El  amor  propio,  la  decisión  impertérrita 
de  no  cejar,  la  confianza  en  sí  mismo,  hacen  que  aquel 
orador  sea  un  terrible  adversario ;  pero  ese  amor,  esa 
decisión  y  esa  confianza,  que  son  muy  dignas  de  en- 
comio cuando  aciertan,  son  acremente  censurables 
cuando  se  extravían.  El  orador  tiene  el  talento  dúctil, 
la  réplica  fácil,  la  palabra  suelta,  la  cita  oportuna  y 
ardoroso  el  espíritu,  lo  que  explica  los  triunfos  que 
consigue  y  el  respeto  que  impone.  El  19  de  Junio  se 


4i6  HISTORIA  CRÍTICA 


trata  de  autorizar  al  Ejecutivo  para  que  lleve  á  cabo 
todos  los  arreglos  que  reclama  la  deuda  pública.  El 
señor  Palomeque  es  partidario  de  esa  autorización. 
Le  responde  el  señor  Errasquin  que  es  facultad  ex- 
clusiva de  la  legislatura  consolidar  la  deuda,  desig- 
nando las  garantías  de  que  gozará.  El  Ejecutivo  lo 
único  que  puede  es  iniciar  arreglos,  proponiéndolos 
á  la  sanción  de  los  legisladores;  pero  no  puede  lle- 
varlos á  cabo  sin  sanción  alguna  y  por  su  propia 
cuenta.  El  señor  Palomeque  le  responde  que  la  legis- 
latura nada  tiene  que  hacer  con  la  consolidación  de 
la  deuda,  desde  que  ésta  ya  está  completamente  re- 
glamentada por  la  ley  de  1854.  ^^  ^o  único  que  se 
trata  es  de  facultar  al  Ejecutivo  para  que  verifique 
y  ejecute  arreglos  sin  apartarse  de  las  disposiciones 
de  las  leyes  vigentes.  "Al  Poder  Ejecutivo  se  le  dice: 
le  faculto  á  usted  para  que  haga  reducciones  dentro 
de  las  cifras  del  presupuesto  actual.  Y  ¿qué  dice  la 
Constitución,  señor  Presidente?  ¿No  dice  que  es  al 
Cuerpo  Legislativo  á  quien  toca  sancionar  la  ley  del 
presupuesto,  aumentar  y  disminuir  los  empleos?  ¿No 
dice  eso  la  Constitución?  Pero,  ¿cómo  se  hace,  se- 
ñores, cuando  no  se  puede  marchar,  cuando  el  país 
está  en  peligro?  Se  obra  salvando  á  la  patria.  Si  me 
es  permitido,  señor  Presidente,  yo  citaré  en  este  re- 
cinto, en  apoyo  de  mis  palabras,  las  de  un  orador 
ilustre.  En  la  revolución  francesa  se  discutía,  en  las 
Cámaras,  un  proyecto  de  finanzas  remitido  por  el 
ministro  del  ramo.  La  mayoría  de  la  Cámara  estaba 
en  oposición.  Se  entabló  una  discusión  acaloradísima, 
y  cuando  parecía  que  no  se  encontraba  solución  al 
asunto,  subió  á  la  tribuna  el  célebre  Mirabeau  y  dijo 
allí:  —  ¿Sabéis,  señores,  lo  que  el  emperador  Ale- 
jandro contestó  al  pueblo  romano,  cuando  le  pre- 
guntó si  había  cumplido  la  ley?  Su  contestación  fué: 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  417 

¡He  salvado  la  patria!  ¡Pues,  los  representantes  fran- 
ceses voten  la  ley  de  finanzas  y  la  patria  se  ha  sal- 
vado!—  Esto  es  lo  que  se  hace  en  todos  los  casos  y 
lo  que  está  haciendo  el  Cuerpo  Legislativo.  Puede 
ser,  señor  Presidente,  que  mi  defensa  sea  mal  inter- 
pretada; pero  debo  declarar  que  yo  no  soy  comer- 
ciante y  que  no  tengo  deuda  pública  absolutamente. 
Mi  único  interés  es  el  crédito  de  la  administración 
del  primero  de  Marzo.  Quiero  que  el  gobierno  del 
primero  de  Marzo  nos  saque  del  caos  en  que  otros 
gobiernos  nos  han  dejado.  Eso  es  lo  que  yo  quiero, 
eso  es  lo  que  yo  deseo,  porque  de  eso  vendrá  la  fe- 
licidad de  la  patria,  y  de  la  felicidad  de  la  patria 
vendrá  la  individual,  vendrá  la  mía;  pero  con  el  des- 
crédito de  la  nación,  no  puede  haber  patria,  no  puede 
haber  felicidad,  no  puede  haber  honor  para  ningún 
gobierno." 

¿Comprendéis  el  ardid?  El  orador  se  atreve  á  con- 
fesar que  la  ley  no  vale  más  que  la  salvación  pública: 
pero  como  este  principio  no  es  un  principio,  sino  un 
sofisma  lleno  de  riesgos,  el  orador  trata  de  encegue- 
cer á  los  que  le  oyen  asegurándoles  que  no  obedece 
á  ningún  propósito  mezquino,  enterneciéndoles  con  el 
cuadro  futuro  de  la  felicidad  general  y  presentando 
a  su  imaginación  una  cita  parlamentaria  pintoresca, 
brillante  y  sugestionadora  como  todas  las  citas  en 
que    interviene   el   nombre    de    Mirabeau. 


III 


Vázquez  Sagastume  es  correcto,  elegante,  retórico, 
modelo  de  cortesía,  y  de  afluente  decir.  Vale  más 
por  su  forma  que  por  sus  ideas.  Se  distingue  por  lo 
claro   y  escogido  de   la  elocución.  Tiene  lo  rotundo 


4i8  HISTORIA  CRÍTICA 


de  los  períodos  de  Alcalá  Galiano  y  la  frase  galana 
de  Martínez  de  la  Rosa. 

Este  orador  habla  despacio,  separa  las  palabras,  dis- 
tingue los  sonidos,  sostiene  los  finales,  hace  alto  en 
los  puntos,  toma  los  alientos  con  maestría,  y  enamora 
por  la  variedad  de  la  pronunciación.  Es  natural  la 
postura  de  su  cabeza,  dilatada  su  frente,  brillantes  sus 
ojos,  proporcionados  sus  movimientos  y  armoniosa 
su  voz,  conservando,  en  todos  los  lances  y  en  todos  los 
asuntos,  el  pleno  dominio  de  su  voluntad.  Se  diría 
que  ha  educado  su  espíritu  para  la  elocuencia  en  la 
asidua  lectura  de  las  prescripciones  de  Jovellanos. 

Don  Enrique  de  Arrascaeta  es  más  doctoral  y  me- 
nos tribuno,  siendo  siempre  decoroso  y  preciso;  pero 
de  más  destreza  en  los  modos  de  convencer  que  en 
las  «rtes  de  agradar.  Parece  más  apto  para  la  aplica- 
ción que  para  la  formación  de  las  leyes  y  dá  mas  im- 
portancia á  las  pruebas  que  á  las  figuras,  mostrán- 
dose por  lo  común  más  severo,  más  prosaico  y  menos 
ardoroso  de  lo  que  suele  requerir  la  oratoria  política. 
Lo  mismo  puede  decirse  de  Lapido,  de  Aguirre,  de 
Cavia,  de  Errasquin  y  de  Lerena.  La  historia,  que  es 
el  principal  ornamento  del  decir  tribunicio,  y  la  ima- 
ginación, que  unas  veces  excita,  con  sus  pinturas,  los 
sentimientos  gratos,  y  otras  veces  encrespa,  con  sus 
tropos,  las  más  vehementes  pasiones,  casi  nunca  apa- 
recen en  los  discursos  legislativos  de  nuestra  edad  ro- 
mántica. A  pesar  de  lo  duro  de  los  tiempos  y  de  lo 
dramático  de  las  circunstancias,  sólo  por  excepción 
tropezamos,  en  las  sesiones  de  aquel  período  de  más 
de  dos  décadas,  con  la  frase  breve,  profunda,  reco- 
mendada por  la  magia  del  estilo  y  seductora  por  la 
pureza  republicana,  que  nos  atrae  y  que  nos  seduce 
en  las  arengas  de  Aparisi  Guijarro. 

El   más   sobresaliente   de   aquellos   oradores   es   don 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  419 


Cándido  Joanicó.  Vive  en  un  caserón.  Idolatra  en  los 
libros.  Habla  con  gravedad.  Viste  con  elegancia.  Sabe 
servirse  del  acento  y  del  ademán.  Posee  los  vastos 
conocimientos  teóricos,  los  conocimientos  sociales  y 
administrativos  que  requiere  la  elocuencia  parlamen- 
taria. Conoce  de  memoria  versos  de  Lamartine  y  pá- 
rrafos musicalísimos  de  Castelar. 

Joanicó  interviene  en  todas  las  cuestiones.  Le  agra- 
dan las  difíciles  y  mira  sin  desdén  á  las  triviales.  Se 
le  sigue  con  interés.  Se  le  escucha  con  complacencia. 
Se  le  interrumpe  poco.  Oficia  de  augur.  Es  el  dic- 
cionario enciclopédico  de  la  legislatura.  En  menos 
de  dos  meses,  toma  parte  principalísima  en  los  debates 
sobre  el  nombramiento  de  los  secretarios,  sobre  el  nú- 
mero de  las  comisiones  permanentes,  sobre  el  cómo 
y  el  cuándo  deben  admitirse  los  dictámenes  de  las  co- 
misiones en  minoría,  sobre  el  delito  de  abigeato,  sobre 
la  mejor  forma  de  administrar  justicia,  sobre  el  arre- 
glo de  tierras  públicas,  sobre  nuestro  sistema  de  afo- 
ros aduaneros,  sobre  la  protocolización  de  las  escritu- 
ras hipotecarias  y  sobre  las  obligaciones  á  que  está 
sujeta  la  guardia  nacional,  mostrándose,  en  todos  es- 
tos variados  asuntos,  erudito  y  ecuánime,  correcto  y 
fácil  en  el  decir. 

Aquel  orador  es  una  potencia.  Los  ministros  se  cre- 
cen cuando  los  apoya.  Los  diputados  se  turban  cuando 
los  contradice.  Tiene  la  facundia  de  Arguelles,  la  ló- 
gica de  Ingaunzo,  la  dicción  de  Toreno,  y,  en  ocasio- 
nes algo  de  la  viril  vehemencia  de  Ríos  Rosas,  aun- 
que le  falten  el  vuelo  imaginativo  de  López  y  la 
galana  sublimidad   de   Donoso   Cortés. 

El  primero  de  Julio  de  1858,  al  discutirse  las  mo- 
dificaciones al  tratado  de  comercio  con  el  Brasil,  Joa- 
nicó llena  todo  el  escenario  legislativo.  Después  de 
haber  descrito,   á   grandes   pinceladas,   los  perjuicios 


420  HISTORIA  CRÍTICA 


que  aquel  convenio  ocasionó  á  nuestra  incipiente  ga- 
nadería; después  de  habernos  dicho  que,  por  aquel 
convenio  de  triste  memoria,  el  territorio  de  la  repú- 
blica quedó  convertido  en  el  campo  de  pastoreo  de 
los  vacunos  que  utilizaba  la  industria  imperial,  el  ora- 
dor se  detiene  en  el  análisis  de  los  ensueños  conquis- 
tadores y  de  las  ansias  de  absorción  de  la  familia 
pórtuga.  j  Cuánto  no  le  costó  á  la  ceñuda  Hesperia 
reprimir  la  ambiciosa  política  de  la  raza  inmortal  de 
los  Albuquerques  y  de  los  Camoens! 

"Esa  es  la  política,  repito,  bien  conocida,  y  repito 
también,  que  el  último  sello  de  esa  política  está 
puesto  en  los  Tratados  del  año  51 :  la  política  del  mar- 
qués del  Paraná;  y  desgraciadamente,  esa  política 
tiene  herederos  en  el  Brasil.  —  ¡  Gracias  á  su  monarca, 
hombre  ilustrado;  gracias  á  su  monarca,  que  no  ha 
permitido  dejar  aparecer,  en  sus  consecuencias  in- 
mediatas, esas  tendencias!  —  ¡Gracias  á  su  monarca, 
bajo  cuyos  auspicios  se  inicia  un  tratado  de  una  na- 
turaleza ya  completamente  distinta! 

"Cuando  en  el  año  52,  se  presentaron,  en  la  Cá- 
mara, los  tratados  del  año  51,  la  minoría  de  aquella 
legislatura  no  pudo  sino  indicar  un  deseo,  un  voto : 
el  de  ulteriores  modificaciones.  Y  cuando  esa  oposi- 
ción apareció,  se  encontró,  de  cierto,  impropia,  ridi- 
cula; fué  calificado  de  enigma  inexplicable  ese  pen- 
samiento de  ulteriores  modificaciones,  y  sin  embargo, 
llenaba  un  alto  concepto:  era  el  de  que  había  otro 
medio,  otra  base  de  relaciones  posibles  entre  la  Re- 
pública y  el  Brasil. 

"Ese  medio  está  indicado  en  la  naturaleza,  en  la 
posición  de  los  territorios  recíprocos,  en  la  posición 
geográfica  que  cada  uno  de  ellos  tiene,  y  en  la  natu- 
raleza de  los  productos  que  de  esa  posición  geográfica 
tiene  que  sugerirse  necesariamente.  —  El  imperio  del 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  421 


Brasil,  ó  el  territorio  que  le  pertenece,  produce  ma- 
terias tropicales.  —  El  territorio  de  la  República,  pro- 
duce las  materias  que  corresponden  á  la  zona  tem- 
plada. —  Basta  para  un  hombre  pensador,  al  meditar 
sobre  un  mapa  geográfico,  considerar  las  consecuen- 
cias naturales  que  de  este  primer  hecho  deben  se- 
guirse, para  sacar  la  consecuencia  de  que  el  territorio 
del  Brasil  y  el  territorio  de  la  República  son  dos 
países  de  tal  manera  situados  que  los  productos  del 
uno  tienen  su  natural  consumidor  en  el  otro,  y  re- 
cíprocamente. 

"Si  prescindiendo  de  los  hechos  á  que  antes  he  he- 
cho referencia,  en  cuanto  á  la  historia,  echamos  la 
vista  hacia  el  porvenir,  y  suponemos  que  algún  día 
el  territorio  del  Brasil,  tan  magno,  y  el  nuestro,  que 
no  lo  es  menos,  han  de  formar  estados  prósperos  y 
ricos,  no  puede  menos  de  reconocerse,  de  preverse  de 
antemano,  como  consecuencia  completamente  infali- 
ble, que  el  mercado  de  la  República  ha  de  estar  allí 
donde  está  el  territorio  brasilero,  sea  quien  fuere  el 
que  lo  posea,  y  que  el  mercado  del  Brasil  ha  de  ser 
la  República.  En  otros  términos:  que  son  mercados 
recíprocos.  —  Este  es  un  hecho  marcado  por  la  na- 
turaleza misma;  por  la  nHino  de  Dios  que  lo  ha  im- 
puesto  en   las   obras  de   su   naturaleza." 

En  el  mismo  tono  se  desenvuelve  todo  el  largo  dis- 
curso. Nuestro  orgullo  no  sufre  y  nuestra  descon- 
fianza no  tiene  razón  de  ser  con  el  convenio  nuevo. 
El  pensamiento,  origen  del  nuevo  tratado,  no  es  bra- 
sileño, como  muchos  creen.  El  pensamiento,  origen 
del  nuevo  tratado,  es  oriental.  El  nuevo  tratado  no 
es  una  nueva  red  en  que  quiere  envolvernos  la  habi- 
lidosa política  de  una  nación  extraña.  El  nuevo  tra- 
tado nos  servirá  para  desenvolver  nuestro  comercio 
y  para  dar  ensanche  á  nuestra  industria,  sustituyendo 


433  HISTORIA  CRÍTICA 


la  política  económica  á  la  política  de  predominio  en 
que  estaban  basadas  las  relaciones  de  la  República 
con  el  Brasil. 

No  debe  resistirse  á  ese  cambio  de  política.  Y  el 
orador  agrega: 

"El  hecho  es  cierto,  él  está  ahí ;  es  preciso  estar 
ciego;  es  preciso  estar  dominado  por  prevenciones 
sólo  hijas  de  la  pasión  ó  de  la  ignorancia,  para  des- 
conocer que  la  situación  del  Imperio  y  la  situación 
de  la  República  han  de  traer  consigo,  necesariamente, 
una  relación  comercial  íntima,  grandísima,  de  primer 
orden. 

"¿Seremos  tan  míseros  que  no  hayamos  de  ser  dig- 
nos de  lo  que  la  mano  de  Dios  nos  dá;  que  no  seamos 
nosotros  los  que  hayamos  de  aprovechar  lo  que  la 
naturaleza  nos  brinda?  ¿Por  qué?  Por  esas  ciegas 
prevenciones.  —  Fijémonos  en  la  naturaleza  misma  de 
las  cosas;  en  ese  poder  tan  grande  del  interés,  que 
es  superior  á  las  combinaciones  de  la  política,  que 
domina  todas  las  tendencias  de  los  gobiernos.  —  El 
día  que  el  hombre,  que  el  industrial,  que  el  particular, 
que  cualquier  jornalero  de  esta  República  y  del  Bra- 
sil, vea  su  interés  en  la  paz,  en  las  relaciones  mercan- 
tiles, se  acabó....  no  tenemos  nada  que  temer  del 
Brasil. 

"Juzgar  de  otro  modo,  es  juzgar  como  niños  ó  como 
locos.  —  Sobre  todo,  vuelvo  á  decir,  la  situación  ac- 
tual está  en  optar  entre  los  tratados  del  51  y  la  polí- 
tica que  ellos  representan,  ó  en  el  ensayo  de  una 
política  completamente  nueva.  Esta  es  la  cuestión.  — 
¿Tememos  las  tendencias  del  Brasil?  —  El  medio  de 
arrostrarlas  es  hacernos  ricos,  poderosos,  y  no  perma- 
necer débiles  y  miserables.  —  En  la  miseria  de  los 
pueblos  no  hemos  de  encontrar  los  medios  de  recu- 
perar los  derechos  perdidos;  no  iremos  sino  de  más 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  423 


en  más  decayendo  hasta  perder  nuestra  nacionalidad 
tal  vez,  por  grandes  esfuerzos,  por  heroicos  que  sean 
los  esfuerzos  que  se  hicieren  en  contra." 

Grande  es  también  el  influjo  ejercido  por  Joanicó 
al  discutirse,  en  1859,  el  contrato  celebrado  entre  el 
barón  de  Mauá  y  nuestro  ministro  plenipotenciario 
en  Río  Janeiro.  Seis  sesiones  duró  aquel  ardiente  y 
empeñoso  debate.  En  todas  ellas  Joanicó  habla  con 
amplitud  y  con  elevación.  No  quiere  que  los  produc- 
tos brasileños  sean  beneficiados  de  un  modo  exclusivo. 

"Para  mí  particularmente,  la  población  española  y 
los  intereses  españoles,  todo  lo  que  hace  relación  á 
la  España  entre  nosotros,  es  de  suma  importancia; 
lo  expresé   en   ocasión   anterior. 

"Por  más  que  se  diga  sobre  civilización,  sobre  ade- 
lantos, etc.,  siempre  daré  yo  la  preferencia  á  la  inmi- 
gración española,  porque  es  de  la  que  debem.os  es- 
perar el  desenvolvimiento  del  espíritu  nacional  que, 
de  ninguna  manera,  puede  existir  relativamente  á  pue- 
blos de  distintos  sistemas,  de  distinto  origen,  de  dis- 
tinto idioma  y  hasta  de  distintos  intereses." 

No  le  place  la  importancia  que  se  concede  al  título 
y  á  la  fortuna  del  representante  de  nuestros  acree- 
dores. 

"El  barón  de  Mauá,  ya  no  la  masa  de  acreedores, 
es  la  aristocracia  mercantil. 

"La  aristocracia  nobiliaria  tiene  su  exclusivismo, 
tiene  gravísimos  defectos,  y,  sin  embargo,  tiene  sus 
méritos  en  el  país  donde  ella  existe:  más  de  una  vez 
ha  sido  la  salvación  de  los  Estados.  Lo  que  yo  no 
reconozco  con  esos  méritos,  ni  creo  que  nadie  en  ma- 
teria política,  son  esos  aristócratas  mercantiles.... 

" —  Dije  ya,  la  aristocracia  nobiliaria,  muy  de  paso 
la  toqué  por  la  relación  que  pudiese  tener  con  la  aris- 
tocracia mercantil  y  para  decir  que  ambas  aristocra- 


424  HISTORIA  CRITICA 


cias  tienden  al  exclusivismo  y  que  aun  cuando  la  aris- 
tocracia mercantil  la  hay,  puede  haberla  y  hallo  mu- 
chos individuos  muy  respetables,  muy  honorables:  el 
espíritu,  la  tendencia  de  la  aristocracia  mercantil  como 
de  la  nobiliaria,  es  el  exclusivismo,  es  el  ver  con  enojo 
cualquier  nuevo  elemento  que  se  introduzca.  Está  en 
su  naturaleza  y  hasta  en  el  orden  civil.  Los  individuos 
mismos  que  forman  parte  de  ella,  como  la  otra  aris- 
tocracia, se  ven  arrastrados  por  esa  tendencia  que 
surge  de  la  naturaleza  misma  de  las  cosas." 

Se  impone  concluir,  de  una  vez  por  todas,  con  los 
graves  inconvenientes  de  nuestra  situación  financiera. 

"Es  necesario  matar  la  Deuda  que  es  un  cáncer  para 
la  República,  que  es  un  cáncer,  un  obstáculo  insupe- 
rable, un  algo  que  estorba  al  desenvolvimiento  de  la 
riqueza  de  este  país  y  de  su  crédito. 

"Véase  lo  que  vale  el  Brasil  después  de  haber  hecho 
frente  á  sus  obligaciones  de  la  Deuda;  véase  las  fa- 
cilidades que  obtiene;  véase  la  dotación  que  tienen 
los  títulos  de  su  Deuda;  véase  las  dotaciones  que  tie- 
nen sus  Empresas.  Está  en  la  naturaleza  de  las  cosas, 
y  colocados  en  este  terreno  estamos  en  camino  de  ha- 
cer lo  mismo.  Ahí  debemos  ir.  La  Deuda  arreglada 
se  convierte  en  un  elemento  de  orden.  Desarreglada, 
es  el  desquicio  absoluto  de  la   República." 

Se  hace  mal  dilatando  la  solución  de  este  asunto,  á 
pretexto  de  que  no  son  oportunas  las  circunstancias. 

"Tengo  una  convicción  profunda:  la  he  aprendido 
en  el  estudio  que  he  hecho  de  la  historia.  Las  grandes 
cosas  se  hacen  en  momentos  difíciles:  nunca  ninguna 
innovación  que  haya  influido  sobre  la  suerte  de  los 
pueblos  ha  venido  en  momentos  normales. 

"Y  esto  que  existe  en  la  naturaleza  moral,  existe  en 
la  naturaleza  física;  las  formaciones  nuevas  de  la  na- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  425 


turaleza  física  se  hacen  por  medio  de  un  trabajo  de 
la   misma   naturaleza." 

Ya  antes  ha  dicho,  en  la  discusión  general,  con  no- 
ble entereza: 

"Se  trata  de  saber  si  hay  una  medida  salvadora  para 
la  República.  ¡Oh!  señor  Presidente:  sea  el  que  fuere 
el  Ministerio,  sea  cual  fuere  el  color  político  también, 
(yo  he  protestado  siempre  no  tener  que  ver  con  los 
colores  políticos),  desde  que  haya  algo  nacional,  algo 
salvador,  estaré  por  ello. 

"Tres,  cuatro  meses  llevamos,  señor  Presidente,  del 
período  legislativo;  y  por  cuestiones  miserables,  la 
época  que  más  prometía  al  país  y  á  los  sostenedores 
de  la  situación,  ha  pasado  en  trabajos  estériles!  ¡Es 
lamentable!....  y  creo  que  tarde  ó  temprano,  todos 
los  que  en  poco  ó  en  mucho  contribuyen  á  ésto,  lo 
han  de  lamentar." 

Una  de  las  sesiones  más  borrascosas  de  la  Cámara 
de  1859,  fué  la  sesión  celebrada  en  la  noche  del  25 
de  Junio.  Discutióse  en  ella  el  proyecto  de  neutrali- 
zación del  territorio  de  la  república,  proyecto  presen- 
tado, pocos  días  antes,  por  don  Cándido  Joanicó.  No 
tenía  por  fin  el  proyecto  aquel,  como  algunos  han 
dicho  con  notoria  injusticia,  negociar  misérrimamente 
con  nuestra  independencia.  Según  sus  artículos,  que 
eran  cuatro,  se  trataba  tan  sólo  de  ponernos  en  con- 
diciones idénticas  á  las  condiciones  en  que  se  hallan 
Bélgica  y  Suiza.  La  neutralización  sólo  tendría  efecto 
para  las  naciones  que  la  aceptasen,  comprometiéndose 
á  respetarla  recíprocamente.  Se  llegaría  á  ella  por 
medio  de  tratados,  en  los  que  se  establecería  el  prin- 
cipio del  arbitraje  para  dirimir  todas  las  disidencias 
que  sobreviniesen  entre  los  países  tuteladores  de  la 
neutralización. 


420  HISTORIA  CRÍTICA 

Colocados  entre  dos  naciones  poderosas,  siempre 
fuimos  la  víctima  de  las  querellas  de  intereses  de 
nuestros  vecinos,  cuyo  influjo  pesaba,  como  dantesca 
mole  de  plomo,  sobre  nuestra  modalidad  política  y 
financiera.  Para  librarnos  de  los  horrores  de  la  gue- 
rra civil,  para  salvaguardar  nuestros  hogares  y  nues- 
tras fortunas,  era  preciso  sobreponernos  al  predomi- 
nio de  los  extraños,  buscando  el  mejor  modo  de  hacer 
realizables  nuestras  ardientes  aspiraciones  de  neutra- 
lidad. 

Objetóse  por  el  señor  Díaz  que  el  proyecto  infería 
un  agravio  á  la  independencia  y  á  las  libertades  de 
la  república,  solemnemente  reconocidas  y  declaradas 
por  nuestro  código  fundamental.  El  señor  Arrascaeta 
replicó  que  las  asambleas  legislativas  no  desconocen 
los  preceptos  constitucionales  cuando  celebran  trata- 
dos de  alianza  con  el  extranjero,  y  que,  en  ley  de  ló- 
gica, no  era  sino  una  serie  de  tratados  lo  que  aconse- 
jaba el  proyecto  de  neutralización.  La  neutralidad  es 
una  consecuencia  del  principio  de  soberanía  de  los 
estados,  que,  por  ser  libres  é  independientes,  gozan 
del  derecho  de  intervenir  ó  no,  según  les  acomode, 
en  los  enconos  y  en  las  contiendas  de  sus  vecinos. 
Violar  la  neutralidad,  invadiendo  á  sablazos  la  casa 
de  los  débiles,  es  fácilmente  hacedero  para  los  pode- 
rosos, lo  que  demostraba  que  el  proyecto  de  neutra- 
lización, tutelando  nuestra  soberanía,  pugnaba  por 
salvarnos  del  riesgo  de  perderla,  sin  perjuicio  de  que 
continuásemos  siendo  tan  autónomos  como  Bélgica 
y  tan  independientes  como   Suiza. 

Se  cometía  una  falta  al  deprimir  el  único  medio 
de  que  disponíamos  para  garantirnos  el  bien  de  la 
neutralidad. 

"Entonces,  ¿qué  recurso,  pues,  queda  para  los  Es- 
tados débiles  que  no  pueden  hacer  acto  de  su  sobe- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  427 


ranía  é  independencia,  porque  no  pueden  decir  voy 
á  ser  neutral  en  las  contiendas  de  dos  beligerantes, 
y  sobre  todo  si  éste  es  un  Estado  débil  comparativa- 
mente con  dos  vecinos  fuertes?  Es  precisamente  no 
ser  soberano,  no  ser  independiente,  el  no  poder  ejer- 
cer ese  derecho.  Pues  qué,  ¿la  soberanía  é  indepen- 
dencia de  los  estados  consiste  en  palabras  huecas  y 
vacías  por  ventura?.  .  .  .  Consiste  en  la  realización  del 
derecho  que  las  naciones  tienen,  y  desde  que  no  lo 
pueden  realizar,  no  pueden  decir  somos  libres  é  inde- 
pendientes, sino  en  teoría;  pero  la  independencia  y  la 
libertad  en  teoría  yo  creo  que  no  pueden  agradarle 
á  ningún  hombre  oriental.  Las  quiero  en  práctica. 

"Las  naciones  no  han  encontrado  otro  medio,  para 
salvarse  de  la  prepotencia  de  los  beligerantes  que 
dicen  que  hacen  uso  del  derecho  de  la  guerra,  que 
consignar  en  tratados  la  neutralidad;  y  eso  es  lo  que 
se  llama  neutralidad  convencional,  diferente  de  la 
neutralidad  general  y  escrita  de  que  he  hablado  an- 
tes. La  neutralidad  convencional  es  la  que  viene  á 
poner  á  cubierto  á  los  neutrales  de  esas  violencias, 
porque  se  estipula  en  tratados.  Y  no  se  diga  que  es 
el  mismo  principio  absoluto  establecido  por  el  dere- 
cho de  gentes,  que  no  tiene  una  sanción  preceptiva: 
es  una  estipulación  escrita  que  importa  una  obliga- 
ción internacional,  es  decir,  son  estipulaciones  que 
tienen  fuerza  obligatoria  entre  los  estados.  Los  prin- 
cipios del  derecho  de  gentes  se  ponen  en  cuestión, 
como  antes  he  dicho,  con  cualquier  pretexto;  pero 
las  obligaciones  internacionales  no  están  en  ese  caso. 
Las  naciones  que  han  recurrido  á  los  pactos  para  es- 
tablecer su  neutralidad,  son  aquellas  que  han  podido 
garantir  mejor  sus  derechos." 

El  orador  se  pregunta  qué  es  lo  que  nos  han  dado 
nuestras  largas  heroicidades.   El  señor  Cavia  le  res- 


428  HISTORIA  CRÍTICA 


ponde:  —  "La  independencia."  —  El  señor  Iturriaga 
interviene  para  decir  que  la  neutralidad  permanente 
ya  casi  no  existe  en  el  derecho  público  europeo,  que 
la  repudia.  Bélgica  y  Suiza  no  la  pidieron.  Les  ha  sido 
impuesta  y  no  les  sirve  de  garantía.  Los  fuertes  las 
invaden  cuando  les  acomoda.  En  1814,  los  ejércitos 
franceses  vivaqueaban  en  el  territorio  helvético.  Y  el 
señor  Iturriaga  concluye  diciendo:  —  "La  neutralidad 
permanente  es  una  humillación,  y  yo  no  quiero  que 
mi  país  sea  el  primero,  en  el  continente  americano, 
que  se  someta  á  ella." 

El  señor  Joanicó  habla  entre  una  lluvia  de  inte- 
rrupciones. La  legislatura  es  un  sordo  zumbido  de 
colmena.  El  orador,  erudito  y  correcto,  ya  no  es  es- 
cuchado con  delectación. 

"El  derecho  primitivo,  que  se  llama  en  realidad  el 
derecho  especulativo  de  gentes,  no  tiene  sanción,  por- 
que no  hay  sino  Dios  que  dicte  leyes  para  los  pueblos 
soberanos,  esas  leyes  que  jamás  se  infringen  sin  que 
en  el  pecado  vaya  la  penitencia,  esas  leyes  que  están 
fuera  del  derecho  humano.  —  En  el  derecho  humano, 
en  materia  de  relaciones  internacionales,  no  hay  ver- 
dadera base,  sino  la  que  proviene  de  los  tratados,  por- 
que los  tratados  son  leyes  de  las  naciones,  y  aunque 
tengan  que  faltar  á  las  leyes  que  ellas  mismas  se  im- 
pongan, no  hay  más  ley  que  esa.  Lo  demás,  el  derecho 
puramente  internacional,  es  materia  todos  los  días  de 
disputas. 

"La  neutralidad,  pues,  de  que  hablan  los  publicistas 
como  derecho  inherente  á  la  soberanía  de  cada  pueblo 
considerado  como  nación,  es  asunto  que  en  la  prác- 
tica nada  importa,  mientras  no  esté  apoyado  ese  de- 
recho en  el  poder,  que  lleva  consigo  la  fuerza,  el 
respeto.  —  Así  la  Prusia,  en  la  última  guerra  entre 
la   Inglaterra   y    la    Francia   contra  la   Rusia,   en  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  429 

tomó  parte  la  misma  Austria,  dijo:  —  Soy  neutral. 
—  ¿Cómo?  —  ¡Armando  quinientos  mil  hombres!" 

Es  preciso  buscar,  no  en  las  armas,  sino  en  la  cul- 
tura, en  el  derecho  real  y  positivo,  un  modo  de  en- 
tendernos y  relacionarnos  con  las  otras  naciones.  Si 
algún  poderoso  falta  á  lo  que  se  nos  debe,  el  respeto 
de  los  demás  nos  servirá  de  escudo.  Es  preciso  con- 
vencerse de  que  "la  neutralidad  sin  la  neutralización, 
es  decir,  sin  que  esa  neutralidad  esté  respetada,  es 
una  ilusión  siempre  que  no  haya  un  poder  para  ha- 
cerla respetar." 

La  neutralización  no  es  un  ultraje  á  la  soberanía. 
El  código  fundamental,  en  ninguno  de  sus  artículos, 
se  opone  al  proyecto  que  se  discute. 

"La  neutralización  es  la  confirmación  definitiva  de 
la  independencia  de  esta  tierra.  ¿Qué  país,  qué  go- 
bierno tendrá  la  facultad  ó  el  derecho  de  venir  á 
ingerirse  en  nuestras  guerras  civiles,  de  que  se  ha 
hablado  antes,  á  virtud  de  la  neutralización?  —  Al 
contrario:  le  será  prohibido,  vedado,  por  actos  su- 
yos, por  actos  solemnes.  Si  lo  hacen,  faltarán  á  su 
palabra. 

"Se  ha  hecho  este  falsísimo  argumento:  —  ¿Se  falta 
al  derecho  de  gentes,  y  no  se  ha  de  faltar  á  los  tra- 
tados?—  Quien  falta  á  los  tratados,  es  quien  falta  al 
derecho  de  gentes  especulativo:  y  como  antes  he  di- 
cho, es  lo  único  que  tiene  sanción." 

El  debate  se  alarga  y  se  agria.  El  señor  Moreno 
rompe  una  lanza  contra  el  proyecto.  Los  señores  La- 
pido y  Palomeque  lo  encuentran  patriótico.  —  Al  fin 
el  cansancio  rinde  á  los  gladiadores.  Por  diecinueve 
votos  contra  ocho,  triunfa  el  pensamiento  de  Joa- 
nicó.  ¡  Tal  vez,  de  haberse  llevado  á  la  práctica,  nos 
hubiésemos  evitado  el  sacrificio  de  Paysandú  y  la 
guerra  del  Paraguay! 


430  HISTORIA  CRITICA 


Suiza  es  una  tierra  neutralizada,  lo  que  no  impide 
que  en  las  cumbres  helvéticas  cuelgue  su  nido  la  li- 
bertad. Suiza  es  una  tierra  neutralizada,  lo  que  no 
impide  que  la  consideremos  modelo  de  repúblicas. 
Suiza  es  una  tierra  neutralizada,  lo  que  no  impide 
que  sea  rica,  laboriosa  y  feliz,  entre  el  murmullo  con 
que  la  arrullan  las  aguas  del  Tur  y  bajo  la  sombra 
con  que  la  orean  los  picachos  del  Oberwal. 

Los  tiempos  han  pasado.  A  pesar  de  acuchillarnos 
sin  tregua  y  sin  compasión,  nos  hemos  robustecido. 
Ya  nuestros  ojos  se  fijan,  sin  angustias  patrióticas, 
en  lo  porvenir.  Hoy  sería  insensato  decir  que  somos 
incapaces  de  defender  nuestras  fronteras  y  nuestros 
hogares;  pero  lo  que  hoy  nos  parece  un  acto  de  ve- 
sania, bien  pudo  parecer  un  acto  de  cordura  en  1859. 
Recordemos  que  Joanicó  no  era  el  único  que  pensaba 
en  garantir  nuestro  derecho  á  la  neutralidad.  Al  lado 
suyo  estuvieron  Palomeque,  Antuña,  Arrascaeta,  La- 
pido, Lecoq,  Sienra,  Echenique,  Illa,  Irureta,  Molina 
y  Haedo,  muchos  de  los  hombres  de  pensamiento  y 
de  responsabilidad  de  aquellas  horas.  ¿Qué  preveían? 
¿En  qué  soñaban?  Es  indiscutible,  dada  la  honradez 
de  la  mayor  parte  de  aquellos  caracteres,  que  era  no- 
ble su  ensueño  y  generosa  su  previsión.  Abrid  el  libro, 
lleno  de  saudades,  de  nuestra  historia.  Desde  1860 
hasta  1864,  la  diplomacia  de  la  montaña  dirige  sus 
ojos  hacia  el  Paraguay,  en  tanto  que  la  diplomacia 
de  la  llanura  piensa  en  Buenos  Aires  y  en  el  Brasil. 
Cuando  la  neutralización  se  discutía,  nos  acercába- 
mos á  Rufino  de  Elizalde  y  á  José  A.  Saraiva.  ¿Quién 
estaba  en  lo  cierto?  ¡Ante  el  tribunal  del  juez  inco- 
rruptible nunca  tendrán  razón  los  que  bombardearon 
á  Paysandú!  ¡El  tribunal  del  juez  incorruptible  siem- 
pre será  propicio  á  los  que  levantaban  nuestra  ban- 
dera,  como   un   trofeo,   como   un    homenaje   votivo  al 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  431 

porvenir,  sobre  los  muros  de  la  ciudad  defendida  por 
Píriz ! 

Pertenecemos,  pues,  al  grupo  de  Joanicó  y  de  Ca- 
via, lo  que  no  nos  impide  juzgarlos  con  extrema  im- 
parcialidad. No  se  nos  oculta  que  el  destierro,  volun- 
tario ó  no,  amarga  los  espíritus,  haciendo  que  miremos 
severamente  á  los  que  comparten  y  á  los  que  contra- 
rían nuestras  ideas.  Sin  embargo,  abrigamos  el  con- 
vencimiento de  que  no  incurrimos  en  falta  al  sostener 
que  hubo  engaño  en  las  perspectivas  de  aquellos  hom- 
bres, que  procedían  con  harta  lentitud  y  con  no  poca 
dubitación.  A  unos  les  cegó  el  entusiasmo,  mientras 
que  á  otros  les  helaba  el  descreimiento.  En  el  célebre 
debate  de  1859  se  echa  de  ver  que  unos,  como  Cavia, 
lo  esperaban  todo  de  nuestra  fibra  heroica,  mientras 
que  otros,  como  Joanicó,  creían  que  el  ciclo  de  las 
heroicidades  estaba  clausurado.  Nuestra  tierra  es  rica, 
decían  los  primeros,  y  los  disturbios  pasan  sobre  nues- 
tra tierra  como  las  nubes  primaverales  sobre  el  trigal. 
—  ¿Qué  importa  esa  riqueza,  respondían  los  otros,  si 
carecemos  de  la  quietud  favorable  al  trabajo,  que  es 
el  instrumento  imprescindible  para  explotar  las  rique- 
zas del  suelo?  —  Los  unos  atribuían  nuestras  desgra- 
cias á  nuestras  miserias  de  banderola,  en  tanto  que 
los  otros  las  atribuían  á  la  sed  de  expansión  y  de  pre- 
potencia de  nuestros  vecinos.  Los  unos  lo  esperaban 
todo  de  la  osadía,  de  la  irascible  musa  de  Dantón, 
mientras  los  otros  lo  esperaban  todo  del  utilitarismo 
práctico,  de  la  experimentada  musa  de  Bentham.  Cavia 
es  un  místico  de  la  república;  su  fuerza  es  la  fe.  Joa 
nicó  es  un  teórico  de  la  democracia;  su  fuerza  es  la 
frialdad  del  razonamiento.  Al  primero  le  basta  la  apa- 
riencia embriagante  de  la  soberanía,  aunque  sea  pre- 
ciso desangrarse  mil  veces  para  conservar  aquella 
pomposa   apariencia.   Joanicó   es   más   británico,   más 


433  HISTORIA  CRÍTICA 


material,  más  calculador,  y  como  duda  de  las  virtu- 
des de  una  soberanía  que  carece  de  medios  para  de- 
fenderse, como  no  le  seduce  una  libertad  que  sólo  se 
mantiene  á  fuerza  de  holocaustos,  llega  á  preguntarse 
si  no  sería  preferible  para  su  país  que  otros  le  garan- 
tieran su  cetro  y  su  fortuna,  aunque  ello  nos  costase, 
no  la  realidad  de  nuestra  corona,  sino  nuestra  apa- 
riencia de  nación  soberana.  Joanicó  quería  que  pidié- 
semos á  los  otros  los  consuelos  que  no  sabíamos  en- 
contrar en  nosotros  mismos.  Cavia  antepone  los  sen- 
timientos del  mayor  número  á  las  ideas  de  los  más 
ilustrados.  Joanicó  prefiere  seguir  á  sus  ideas  que 
dejarse  guiar  por  los  sentimientos  del  mayor  número, 
porque  cree  saber  que  sin  la  paz  no  hay  ventura  po- 
sible ni  trabajo  fructífero.  No  se  le  oculta  que  á  fuerza 
de  rastrear  el  espíritu  de  las  leyes,  para  hacerlas  más 
elásticas,  nuestros  partidos  las  han  violado  á  todas. 
Cavia  prefiere  el  decoro  de  la  república  á  la  salud  del 
pueblo.  Joanicó  perora  esgrimiendo  el  principio  de 
la  salud  del  pueblo,  sin  echar  de  ver  que  ese  principio 
ingrato  tiene  dos  caras.  En  su  nombre,  se  degüella  á 
Carlos  I  y  se  guillotina  á  Luis  XVI ;  pero  al  día  si- 
guiente, para  eterna  enseñanza  de  los  devotos  de  ese 
principio,  los  regicidas  adulan  á  Cromwell  y  victo- 
rean á  Napoleón. 

Por  eso  estamos  con  la  dignidad  patriótica  de  Ca- 
via, aunque  nos  duelan  profundamente  los  sucesos  que 
quiso  evitar  la  experimentada  sabiduría  de  Joanicó. 
Nuestro  grito  será  siempre  el  grito  de  Lincoln,  á 
pesar  de  nuestros  amores  por  la  divisa  de  nuestros 
padres.  Lincoln  decía  en  una  ocasión  solemne:  ¡The 
tTuth!  ¡always  the  truth! 

¿Quiere  decir  esto  que  aquellos  hombres  estaban 
libres  del  limo  de  la  tierra?  De  ningún  modo.  Fueron, 
como  sus  adversarios,  hombres  de  partido.  Cavia  era  un 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  433 


empecinado  oribista.  Su  americanismo  no  podía  admitir 
ni  la  sombra  de  la  sombra  de  la  intromisión  europea  en 
nuestros  asuntos.  Joanicó,  más  sagaz  y  menos  exal- 
tado, veía  en  la  neutralización  no  sólo  un  medio  de 
invalidar  el  tutelaje  de  nuestros  vecinos,  sino  tam^bién 
un  medio  de  garantir  la  victoria  de  sus  aliados  y  la 
preponderancia  de  sus  opiniones.  La  pasión  partida- 
ria, que  no  siempre  es  impura;  la  pasión  partidaria, 
que  ha  sido,  muchas  veces,  un  útil  de  progreso;  la 
pasión  partidaria,  de  que  no  renegamos,  ocupa  un 
vasto  lugar  en  las  páginas  del  libro  de  nuestra  his- 
toria. Todos  los  que  han  sido  actores  en  su  escenario 
tuvieron  necesariamente  que  estar  con  unos  ó  con 
otros,  es  decir,  contra  unos  ó  contra  otros,  sin  que 
podamos  pedirles  á  los  combatientes  otras  virtudes 
que  las  difíciles  virtudes  de  la  sinceridad,  del  entu- 
siasmo, de  la  consecuencia  y  de  la  abnegación,  para 
que  no  sacrifiquen,  en  ningún  caso,  los  intereses  pú- 
blicos fundamentales  al  pasajero  interés  de  las  ban- 
derolas. 

Hacia  la  misma  época  sobresalía,  entre  los  senado- 
res, don  Ambrosio  Velazco.  Era  algo  excéntrico,  ver- 
sadísimo en  leyes,  y  le  agradaba  más  leer  sus  discur- 
sos que  pronunciarlos  con  académica  pomposidad.  De 
estatura  mediana,  de  cuello  corto,  no  enjuto  en  carnes 
y  de  voz  sin  metálicos  sonidos  de  clarín,  distinguíase 
aquel  tribuno  forense  por  lo  poco  vulgar  de  sus  co- 
piosas citas  y  por  el  arte  maravilloso  de  presentar 
las  pruebas,  que,  con  arreglo  á  la  retórica  clásica,  dis- 
tribuía por  orden  y  con  mucho  método,  colocando  las 
débiles  en  mitad  de  su  discurso,  para  poner  las  de 
más  importancia  al  principio  y  al  fin  de  su  perora- 
ción. Más  dialéctico  que  elocuente,  no  extendía,  sino 
que  concentraba  sus  razonamientos,  definiendo  bien 
y  ligando  con  maestría  las  consecuencias  á  los  prin- 

28.  —  I. 


434  HISTORIA  CRÍTICA 

cipios  y  las  conjeturas  á  las  consecuencias.  El  más 
importante  de  sus  trozos  orales,  en  aquel  período 
parlamentario,  es  el  que  trata  de  nuestros  convenios 
mercantiles  con  el  Brasil. 

Bueno  es  añadir  que,  para  juzgar  á  aquellos  hom-, 
bres  con  justiciera  imparcialidad,  no  deben  olvidarse 
los  caracteres  que  el  romanticismo  imprimió  á  la  época 
en  que  florecieron.  Todos  los  espíritus,  en  aquel  en- 
tonces, eran  pesimistas,  sin  que  su  pesimismo  les  im- 
pidiera ser  muy  visionarios.  Todos  los  espíritus,  hasta 
los  que  más  desdeñan  lo  poético,  saben  á  maravilla 
que  el  acanto  es  el  emblema  del  arte  y  que  la  acacia 
es  el  símbolo  del  amor  platónico,  como  el  loto  es  el 
símbolo  de  la  elocuencia  y  la  zarzarosa  es  el  emblema 
del  amor  sin  ventura.  Todos  lo  saben;  pero  todos  sa- 
ben también  á  maravilla  la  vaciedad  que  entrañan 
aquellos  estériles  símbolos  y  emblemas.  En  política, 
la  libertad  individual,  desmenuzada  hasta  lo  infinito, 
empieza  á  pesarles,  porque  esa  libertad,  aplicada  sin 
tino,  asegura  la  victoria,  egoísta  y  sin  lustre,  de  las 
mediocridades  llenas  de  audacia.  ¿De  qué  les  sirve, 
entonces,  su  excelsitud?  Ya  se  siente,  á  lo  lejos,  rodar 
el  turbio  río  de  la  olocracia  ignorante  y  desconten- 
tadiza,  que  no  puede  ser  la  última  finalidad  de  los  es- 
píritus superiores.  Están  tristes,  dudan,  comparan  lo 
magno  del  esfuerzo  con  la  pequenez  del  objeto  alcan- 
zado y  se  apartan,  con  lentitud,  del  culto  devoto  de 
la  democracia,  que  se  les  antoja  una  hueca  y  enga- 
ñadora ilusión.  Han  creído  en  la  ciencia  de  los  colo- 
res. La  han  aplicado.  La  mezcla  de  lo  blanco  y  de  lo 
azul,  en  el  idioma  heráldico  de  las  banderas,  significa 
libertad.  Pero,  ¿qué  es  la  libertad  para  nuestras  agru- 
paciones, que,  como  las  multitudes  iniciadas  en  los 
misterios  de  Thuggéa,  creen  conquistar  la  gloria  del 
cielo  cuando  despojan  del  poder  á  sus  adversarios  y 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  435 

cuando  ensangrientan,  con  la  sangre  de  sus  enemigos, 
los  mármoles  odiosos  del  altar  de  Bhowania? 


IV 


Más  que  los  Diálogos  del  orador,  vale  la  obra  cice- 
roniana que  se  titula  de  Óptimo  genere  dicendi.  Cice- 
rón insiste,  en  ella,  sobre  la  importancia  del  estudio 
de  la  filosofía,  agregando  que  su  débil  talento  tribu- 
nicio se  debe  más  que  á  las  lecciones  de  los  retóricos, 
á  sus  paseos  por  los  jardines  de  la  Academia,  non  ex 
rhetorum  ofíicinis,  sed  ex  Academice  spatiis  exsti- 
tisse.  La  elocuencia  falta  allí  donde  no  está  la  filo- 
sofía. Pericles,  según  Sócrates,  llegó  á  ser  el  primero 
de  los  oradores  de  su  tiempo  gracias  á  las  lecciones 
de  Anaxágoras.  Demóstenes,  á  su  vez,  era  uno  de  los 
más  asiduos  oyentes  de  Platón. 

En  la  oratoria,  las  ideas,  que  nos  suministra  la  filo- 
sofía, deben  presentarse  engalanadas  con  las  mejores 
gracias  del  estilo.  El  orador  debe  unir  la  ciencia  de 
las  palabras  á  la  ciencia  de  las  cosas.  Hay  tres  clases 
de  elocución:  la  sencilla,  la  templada  y  la  sublime. 
Los  rasgos  característicos  de  la  primera  son  la  finura 
y  la  claridad.  El  estilo  templado  ó  intermedio  es  aquel 
en  que  los  pensamientos  y  las  expresiones  brillan  con 
un  modesto  resplandor.  El  estilo  sublime  junta  el 
entusiasmo,  la  abundancia,  la  fuerza  y  el  arte  de  atraer 
los  espíritus  á  la  grandiosidad  del  pensamiento  y  á 
la  nobleza  de  la  expresión.  El  estilo  simple  es  escru- 
puloso en  el  empleo  de  las  figuras,  prefiriendo  las 
metáforas  que  explican  á  las  que  hermosean,  y  sir- 
viéndose, si  le  place,  de  la  sátira  y  del  retruécano.  El 
estilo  templado,  que  se  caracteriza  por  la  constante 
igualdad  de  sus  tonos,  es  más  rotundo  que  el  estilo 


4^6 


HISTORIA  CRITICA 


anterior  y  menos  magnífico  que  el  sublime.  Es  el  es- 
tilo que  conviene  á  las  discusiones  doctas  y  extendi- 
das. Su  fin  es  agradar,  sin  perjuicio  de  convencer.  El 
estilo  sublime,  el  más  importante  y  el  más  oratorio, 
es  vehemente  y  variado,  pintoresco  y  amplísimo,  sien- 
do invencible  su  fuerza  de  atracción.  Tertius  est  Ule 
amplus,  copiosus,  ornatus,  in  quo  prefecto  vis  má- 
xima est. 

El  orador  debe  tener  presentes  la  invención,  la  dis- 
posición y  la  elocución,  ó  en  otros  términos,  lo  que 
debe  decir,  el  orden  en  que  debe  decirlo  y  la  manera 
como  lo  dirá.  La  cuestión  del  lenguaje  es  la  más  com- 
plicada y  la  más  difícil.  El  lenguaje,  por  su  enorme 
flexibilidad,  se  presta  á  todos  los  caprichos,  habiendo 
tantos  modos  de  decir  como  almas  y  gustos.  La  ac- 
ción, que  no  es  otra  cosa  que  la  elocuencia  del  cuerpo, 
está  formada  por  el  gesto  y  la  voz.  Demóstenes  decía 
que  la  acción  ocupaba  el  primero,  el  segundo  y  el 
tercer  rango  de  la  elocuencia.  La  acción  reviste,  pues, 
la  más  alta  importancia  en  el  arte  de  hablar,  debiendo 
estar  de  perfecta  armonía  con  nuestras  palabras.  El 
cuerpo  es  útil  que  permanezca  derecho  y  erguido,  au- 
mentando nuestro  deleite  la  gracia  y  la  dignidad  del 
rostro  y  del  brazo,  que  deberá  extenderse  cuando  se 
perore  con  violencia,  y  que  deberá  plegarse,  por  lo 
general,  cuando  el  acento  emplea  inflexiones  más  dul- 
ces. El  placer  del  oído  debe  ser  el  guía  supremo  del 
arte  de  la  voz,  que  debemos  tratar  de  cultivar  y  de 
fortalecer  todo  lo  posible,  empleando  oportuna  y  dis- 
cretamente los  tonos  graves,  medios  y  agudos.  El  mo- 
vimiento de  los  ojos  requiere  también  solícitos  cui- 
dados, porque  si  el  rostro  es  el  espejo  del  alma,  los 
ojos  son  los  intérpretes  del  espíritu.  Según  la  natu- 
raleza del  asunto,  los  ojos  expresan  la  piedad  ó  la 
cólera,  el  gozo  ó  el  dolor.  Nam  ut  imago  est  animi. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  437 


vultus;  sic  Índices  oculi:  quorum  et  hilaritatis  et  vi- 
cissim  tristitice  modus  res  ipsce,  de  quibus  agetur, 
temperabum. 

El  romanticismo  no  excluyó  la  retórica.  Aunque  mi- 
rada con  desdén,  seguía  imperando  en  las  universi- 
dades y  en  los  colegios,  lo  mismo  que  el  latín  y  mu- 
cho más  que  el  griego,  ya  caído  en  desuso.  Retóricos 
eran,  á  despecho  suyo,  los  poetas  y  los  oradores  de 
la  edad  romántica,  porque  en  aquel  entonces  el  estu- 
dio de  la  retórica,  con  ejemplos  latinos,  era  el  estudio 
especializado  de  la  literatura,  como  el  estudio  de  la 
historia  antigua  constituía  lo  mejor  y  lo  más  amable 
del  estudio  somero  de  la  historia  universal.  Aquellas 
reglas  no  eran  inútiles.  Se  desprendían  de  la  misma 
naturaleza  de  la  oratoria.  El  orador  de  raza  hará  sus 
discursos  graduando  los  efectos  y  distribuyendo  con 
habilidad  las  pruebas  de  su  argumentación,  aunque  no 
haya  leído  ningún  tratado  sobre  el  arte  de  hablar; 
pero  no  todos  los  oradores  son  oradores  de  raza.  El 
que  ignore  las  reglas  del  buen  decir,  sólo  por  excep- 
ción podrá  explicarnos  y  podrá  aplicar  científica- 
mente la  armonía  lógica  y  verbal  de  los  discursos  que 
le  cautiven.  Un  ejemplo  aclarará  del  todo  lo  que  an- 
tecede. Vergniaud  nunca  ha  sido  tan  grande  como 
cuando  preparaba  su  defensa  para  el  Tribunal  Revo- 
lucionario. Dividió  su  discurso  en  cinco  partes,  co- 
rrespondiendo cada  una  de  ellas  á  cada  uno  de  los  cinco 
cargos  que  se  le  hacían.  Se  le  acusaba  de  realismo, 
de  feudalismo,  de  haber  deseado  la  guerra  civil,  de 
haber  deseado  la  discordia  europea  y  de  haber  perte- 
necido á  una  facción.  A  cada  una  de  estas  acusaciones, 
correspondía  una  defensa,  subdividida  en  párrafos 
metódicamente  distribuidos.  Así  todo  el  discurso  gi- 
raba en  torno  de  cinco  ó  seis  ideas  capitales,  poniendo 
sumo  empeño  en  prever  y  salvar  las  objeciones  que 


439  HISTORIA  CRÍTICA 

podían  hacerse  á  su  argumentación.  La  parte  dirigida 
á  defenderse  del  cargo  de  realista  estaba  repartida 
en  dieciséis  párrafos,  nueve  destruyendo  la  acusa- 
ción y  siete  saliendo  al  encuentro  de  las  objeciones. 
Las  cinco  partes  desaguaban  en  una  conclusión,  donde 
el  deseo  de  convencer  se  armonizaba  con  el  deseo  de 
emocionar.  Pues  bien,  los  que  no  conozcan  la  teoría 
de  la  elocuencia,  no  adivinarán  jamás  que  este  dis- 
curso no  es  solamente  un  discurso  hecho  con  arreglo 
al  método  clásico,  sino  que  es,  antes  que  nada,  un 
discurso  hecho  con  arreglo  á  la  retórica  del  pulpito 
francés.  Es  un  discurso  de  composición  compuesta, 
como  el  discurso  de  Cicerón  en  defensa  de  la  ley  Ma- 
nilla y  como  la  mayor  parte  de  los  sermones  de  Bos- 
suet.  Las  reglas,  á  que  Vergniaud  se  sometía  cons- 
cientemente, no  son  hijas  del  capricho  de  ningún  dó- 
mine. Nacen  de  la  misma  naturaleza  de  la  oratoria  y 
han  sido  observadas  en  todos  los  tiempos.  Su  persis- 
tencia prueba  su  utilidad,  pues,  aun  sin  conocerlas, 
á  ellas  se  someten,  hasta  desdeñándolas,  todos  los 
maestros  en  el  arte  del  buen  decir,  desde  la  Roma  de 
los  días  de  Cicerón  hasta  la  Francia  de  los  días  de 
Robespierre. 

Volvamos  al  estudio  de  nuestros  oradores,  exami 
nando  á  vuelo  de  pájaro  los  debates  que  van  desde 
1861  hasta  1863. 

El  delegado  del  Poder  Ejecutivo  no  procedió  bien 
en  las  elecciones  de  alcalde  ordinario  verificadas  en 
el  departamento  de  Tacuarembó.  Oid  á  don  Antonio 
de  las  Carreras: 

"Cuando  apoyé  la  moción  del  diputado  por  Cerro 
Largo,  lo  hice  porque  tenía  el  mismo  pensamiento 
emitido  por  él ;  porque  alarmado  por  los  informes  que 
recibía  de  personas  de  toda  verdad,  de  personas  im- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  439 

parciales  del  departamento  de  Tacuarembó,  compren- 
día que  los  hechos  eran  graves,  y  en  presencia  de  la 
impunidad  de  otros  anteriores,  entendía  era  necesario 
que  el  Cuerpo  Legislativo,  guardián  de  las  libertades 
públicas,  tomase  una  actitud  firme  y  enérgica  para 
hacer  cesar  esos  escándalos  que  tanto  mal  hacen  en  el 
interior  como  en  el  exterior  de  la  República. 

"Se  ha  de  creer  probablemente,  señor  Presidente, 
que  al  tomar  esta  actitud,  vengo  animado  de  un  espí- 
ritu de  oposición.  Se  ha  dicho  cuando  venía  á  tomar 
asiento  á  esta  Cámara,  que  tenía  la  intención  de  en- 
cabezar una  oposición,  buscando  círculo.  Creo  que 
tengo  antecedentes,  (porque  soy  bastante  conocido 
por  mi  carácter  independiente  y  mis  ideas  liberales), 
para  esperar  que  no  se  me  haga  la  injusticia  de  creer 
que  vengo  á  hacer  una  oposición  sistemada. 

"Soy  uno  de  los  más  interesados  en  la  conservación 
de  la  actualidad:  á  ella  he  concurrido  y  todos  saben 
los  sacrificios  que  he  hecho  cuando  ha  sido  preciso 
levantar  la  ley  con  prescindencia  de  individualidades. 

"Yo  no  vengo  á  hacer  oposición,  y  tan  cierto  es  esto, 
que  no  he  comunicado  mis  temores  ni  mi  pensamiento 
á  ningún  diputado:  nadie  puede  decir  que  le  haya 
hablado  de  este  negocio  ni  de  otro  cualquiera  para 
pedirle  su  concurso  en  la  discusión  ó  en  la  votación. 
Respeto  la  conciencia  de  cada  uno;  respeto  la  inde- 
pendencia de  cada  diputado;  pero  con  la  conciencia 
de  los  deberes  del  diputado  del  pueblo,  creo  que  debo 
cumplirlos  tal  cual  los  entiendo,  dejando  á  cada  uno 
llevar  la  responsabilidad  de  sus  actos." 

Ganada  así  la  simpatía  de  sus  oyentes,  el  orador  en- 
tra en  el  capítulo  de  las  pruebas,  para  agregar,  des- 
pués, que  el  jefe  político  de  Tacuarembó,  no  contento 
con  intervenir  en  cuestiones  de  voto  y  asuntos  judi- 


449  HISTORIA  CRÍTICA 


cíales,  establecía  impuestos  sobre  el  permiso  de  ven- 
der ganados.  ¡Era  terrible  la  policía  de  aquel  depar- 
tamento ! 

"Cerca  de  la  casa  del  comisario  Childe,  unos  bra- 
sileros avanzaron  una  casa  particular ;  había  tres  ni- 
ños de  color;  se  llevan  dos:  la  madre  ciega  puede  sal- 
var al  más  pequeño  huyendo  á  los  bosques:  se  le  pide 
auxilio  al  comisario  Childe  y  dice  que  no  tiene  poli- 
cía para  perseguir  ladrones.  Se  llevan  su  presa  al  Bra- 
sil y  venden  á  orientales  en  territorio  brasilero!.... 
La  madre.  .  .  .  (¡esto  es  atroz,  señor  Presidente!;  esto 
francamente  subleva  los  sentimientos  del  hombre  más 
frío!!).  ...  la  madre  va  á  buscar  un  asilo,  un  amparo 
en  los  bosques,  donde  moran  las  fieras,  porque  los 
hombres  no  son  capaces  de  darle  las  garantías  que 
la  Constitución  acuerda  á  los  hombres  libres,  nacidos 
en  el  territorio  de  la  República!" 

El  partidismo  de  aquellos  hombres  no  está  exento 
de  misericordia  ni  anda  á  ponchazos  con  la  justicia. 
No  hay,  en  su  actitud,  nada  de  servil. 

"Como  el  señor  Ministro  ha  ofrecido  que  el  Go- 
bierno, ocupándose  de  la  averiguación  de  los  hechos 
á  que  se  refieren  las  publicaciones  de  la  prensa  y  el 
parte  mismo  del  señor  Azambuya,  satisfaría  la  ansie- 
dad pública  con  lo  que  resultase  del  sumario,  me  re- 
servo para  cuando  ese  sumario  aparezca,  hacer  valer 
los  derechos  que  como  diputado  del  pueblo  tengo, 
para  que  si  él  no  satisface  á  las  exigencias  del  orden 
y  de  la  Constitución  de  la  República,  volver  á  lla- 
marlo á  la  Cámara." 

A  pesar  de  lo  exaltado  de  su  partidismo,  aquellos 
hombres  eran  caballerescos  y  generosos. 

El  9  de  Julio  de  1861,  discutíase  si  debía  concederse 
ó  no  el  pago  íntegro  de  la  pensión  de  que  disfrutaba 
don  Joaquín  Suárez.  El  señor  Fuentes  se  opuso  á  ese 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  441 

pago,  por  razones  de  penuria  económica  y  por  haberse 
reducido,  casi  á  su  mitad,  todas  las  pensiones  sancio- 
nadas por  la  legislatura.  El  señor  Carreras  respondió 
al  señor  Fuentes: 

"Declaro  y  repito  que  no  creo  en  semejante  déficit. 
He  demostrado  ya  como  él  es  imaginario;  como  es 
muy  probable,  muy  demostrable  su  inexistencia,  y 
como  puede  el  Poder  Ejecutivo  encontrarse  en  este 
año  con  los  recursos  necesarios  para  pagar  íntegra- 
mente á  las  viudas  y  á  los  inválidos. 

"Pero  aun  cuando  así  no  fuese,  es  preciso  tener  pre- 
sente la  especialidad  del  caso;  es  preciso  reconocer 
la  diferencia  que  hay  entre  todos  esos  servidores  res- 
pecto al  señor  Suárez;  es  preciso  ver  que  ninguno  de 
ellos  puede  compararse  con  un  antiguo  servidor  como 
el  señor  Suárez,  con  un  hombre  que  no  sólo  ha  pres- 
tado el  concurso  de  su  inteligencia  y  de  su  influencia 
á  la  patria;  sino  que  ha  puesto  á  su  servicio  su  propia 
fortuna  y  la  de  sus  hijos.  . .  . 

"Es  preciso  estudiar  la  historia  del  país  para  encon- 
trar al  señor  Suárez  haciendo  grandes  y  valiosos  ser- 
vicios á  la  patria,  sacrificándolo  todo  por  su  indepen- 
dencia; y  haciendo  grandes  servicios  en  las  altas  po- 
siciones públicas  donde  los  compromisos  eran  mucho 
mayores,  donde  su  resultado  incierto  podía  traerle  la 
pérdida  de  su  fortuna  sino  la  de  su  vida,  y  un  por- 
venir incierto,  oscuro  en  la  proscripción  y  en  la  mi- 
seria. . .  . 

"Es  necesario  estudiar  la  historia  de  la  patria,  es- 
tudiar los  hechos  de  esa  época  para  saludar  con  res- 
peto, para  inclinarse  ante  servicios  ¡tan  grandes!  como 
los  que  ha  prestado  ese  servidor  á  la  patria. 

"Por  mi  parte,  declaro :  toda  mi  energía  desfallece, 
toda  mi  razón  se  encoge  ante  los  servicios  de  uno  de 
esos  hombres  á  quienes  debemos  la  independencia. 


442  HISTORIA  CRÍTICA 

"Yo  no  encuentro,  señor  Presidente,  suficiente  fuer- 
za, suficiente  energía  en  mi  corazón  para  oponerme 
á  semejantes  pensiones. 

"Acato  con  veneración  los  grandes  servicios  y  de- 
claro que  no  me  considero  competente. 

"Huiría  de  la  Cámara  antes  que  negar  mi  voto  á 
semejantes  pensiones!.  ...  Es  un  acto  de  justicia  muy 
merecida. 

"No  es  justo  equiparar  á  ciertos  hombres  con  la 
generalidad." 

El  señor  Diago  objeta  que  el  señor  Suárez  tiene 
con  qué  vivir.  El  señor  Carreras  replica  con  noble 
vivacidad: 

"Es  cierto  que  el  señor  Suárez  tiene  propiedades; 
pero  también  es  cierto,  me  consta,  que  el  señor  Suárez 
se  encuentra  endeudado,  tiene  hipotecadas  todas  sus 
propiedades  y  que  por  razón  del  mal  estado  de  su  for- 
tuna ha  tenido  necesidad  de  irse  á  vivir  al  Arroyo 
Seco,  dejando  las  comodidades  del  pueblo,  después 
de  concluida  la  guerra. 

"Y  si  esto  no  fuese  cierto,  repito  lo  que  dije  ante- 
riormente; bastaría  que  el  señor  Suárez,  hombre  des- 
prendido en  servir  á  la  patria,  que  ha  dado  su  fortuna 
á  ese  servicio  con  desinterés  y  con  abnegación,  venga 
á  pedir  al  Cuerpo  Legislativo  una  gracia  semejante, 
para  considerársela,  para  reconocer  que  efectivamente 
se  encuentra  muy  necesitado. 

"Cuando  un  hombre  como  el  señor  Suárez,  desinte- 
resado, que  hasta  ha  prodigado  su  fortuna  en  servicio 
de  la  patria,  viene  al  Cuerpo  Legislativo  y  dice:  me 
encuentro  en  mala  situación,  creo  que  debe  creérsele, 
porque  ese  desinterés  no  puede  desmentirse  en  los  úl- 
timos días  de  su  vida." 

Si  la  oratoria  del  señor  Carreras  es  inclara  y  vehe- 
mente, la  del  señor  Vázquez  Sagastume,  de  quien  ya 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  443 

hemos  hablado,  es  serena  y  florida.  Se  quiere  imponer 
el  impuesto  de  un  peso  por  cabeza  á  los  ganados  ex- 
traídos con  destino  al  Brasil.  Vázquez  Sagastume  en- 
cuentra peligroso  el  proyecto.  Como  alguien  le  ob- 
servase que  estamos  en  condiciones  para  resistir  á  la 
corte  de  San  Cristóbal,  el  orador  contesta  tranquila- 
mente : 

"Esa  es  una  condición  que  puede  estar  en  favor  de 
la  República;  pero  aun  admitiendo  la  hipótesis,  señor 
Presidente,  pero  aun  admitiendo  la  posibilidad  que 
haya  de  poder  obligar  al  Brasil  al  cumplimiento  y 
al  respeto  de  sus  compromisos,  ¿cuáles  serían  los 
resultados  para  la  República  de  semejante  imposi- 
ción?.... Importaría  eso  un  rompimiento:  importa- 
ría una  guerra  nacional. . . . 

"El  señor  Díaz.  —  ¿Qué  importa?  .... 

"El  señor  Vázquez.  —  Yo  pregunto,  —  si  la  sangre 
que  se  iba  á  derramar,  los  intereses  que  se  iban  á  com- 
prometer,  si   su   porvenir  que   iba  á   oscurecerse.... 

"El  señor  Díaz.  —  Todo  el  país  se  levantaría. 

"El  señor  Vázquez.  —  ....  Si  la  riqueza  perdida,  si 
el  retroceso  consiguiente  á  una  guerra  por  justa  que 
sea,  —  no  valen  más,  no  pesan  más  en  la  balanza  que 
el  interés  mezquino  de  un  peso  por  cabeza,  á  las  ha- 
ciendas que  se  exporten  por  la  frontera. . . . 

"Yo  no  esquivo  la  lucha  con  el  Brasil.  —  Si  el  Bra- 
sil la  provocase,  si  viniese  á  atacar  la  dignidad,  la  so- 
beranía, la  independencia  ó  la  libertad  de  la  Repú- 
blica. . . . 

"El  señor  Díaz.  —  Lo  acaba  de  declarar,  el  señor 
Representante. 

"El  señor  Vázquez.  —  ....  Yo  aceptaría  de  lleno  la 
guerra  con  el  Brasil.  —  Pero  ir  á  promoverla  volun- 
tariamente, sin  necesidad  y  para  hacer  lujo  de  entu- 
siasmo patrio,  no  es  enteramente  conforme  á  los  inte- 


444.  HISTORIA  CRÍTICA 

reses  de  la  República,  que  hoy  —  más  que  nunca  — 
claman  por  la  paz,  por  el  afianzamiento  de  la  paz,  más 
que  todo. 

"Esto  en  cuanto  á  la  parte  política." 

Estas  escaramuzas  son  los  primeros  refucilos  de  la 
tormenta  próxima.  El  señor  Díaz,  autor  del  proyecto, 
insiste  en  que  es  demostrar  flaqueza  preocuparse  de 
lo  que  puede  ó  no  disgustar  al  Brasil.  Vázquez  Sa- 
gastume  replica  sin  acritud: 

"Comprendo  que  esta  cuestión  debe  mirarse  más 
económica  que  políticamente. 

"Pero  se  ha  hecho  lujo  de  patriotismo:  se  ha  que- 
rido presentar  á  los  que  opinan  de  distinta  manera 
que  el  señor  Representante  preopinante,  como  mie- 
dosos; como  degenerados  de  nuestros  padres,  y  seme- 
jante aserción,  señor  Presidente,  es  desnuda  comple- 
tamente de  fundamento. 

"Yo,  como  el  señor  Representante,  no  he  firmado 
nunca,  jamás,  ninguna  solicitud  al  Brasil;  nada  en 
que   pudiera  comprometerse   el   decoro  de  la  nación. 

"Creo  que  teniendo  la  República  el  perfectísimo 
derecho  de  dictar  Leyes,  no  tiene  la  facultad  de  dictar 
malas  Leyes. 

"Y  si  bien  es  plausible  el  entusiasmo  desplegado 
para  probar  que  la  nación  debe  sacrificarse,  debe  in- 
molarse antes  que  consentir  nada  en  menoscabo  de  su 
soberanía,  de  su  dignidad,  de  su  independencia  y  de 
su  libertad ;  es  hasta  criminal,  señor  Presidente,  hacer 
derramar  inútilmente  la  sangre  preciosa  de  los  orien- 
tales." 

Tras  un  breve  escarceo  por  el  campo  de  la  ciencia 
económica,  el  orador  prosigue: 

"La  frontera  ha  sido  guardada  en  otras  épocas, 
cuando  el  impuesto  se  pagaba,  con  fuerzas  relativa- 
mente á  nuestros  recursos  considerables,  y  en  ninguna 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  445 


de  esas  épocas,  señor  Presidente,  entre  las  cuales  hay 
alguna  en  que  ha  sido  jefe  de  frontera,  me  parece, 
alguno  de  los  patriotas  nombrados  por  el  señor  Re- 
presentante ;  en  ninguna  de  esas  épocas  han  dejado 
de  haber  invasiones,  contrabandos,  asesinatos  y  de- 
güellos hasta  de  guardias  enteras. 

"El  señor  Díaz.  —  Las  hay  hoy :  hoy  roban  también. 

"El  señor  Vázquez  Sagastume.  —  Y  yo  digo  que  no 
es  acertado  ni  prudente  comprometer  la  vida  de  los 
ciudadanos  de  la  República,  para  cobrar  un  impuesto 
que  ha  de  escapar  siempre  á  la  vista  aduanera,  que  ha 
de  ser  materia  de  fraude  y  desprestigio  para  nuestras 
Leyes,  y  medio  de  corrupción;  y  también  ineficaz 
para  el  resultado  que  se  propone  que  es  el  aumento  de 
la  renta. 

"Y  esto  no  es  miedo,  señor  Presidente,  absoluta- 
mente, no  señor;  esto  no  es  más  que  considerar  los 
intereses  nacionales,  es  velar  por  ellos  y  no  ir  á  pro- 
digar inútilmente  la  sangre  de  nuestros  compatriotas 
sin  ningún  resultado  ventajoso,  sin  que  esa  sangre 
tenga  el  consuelo  de  verterse  en  defensa  de  un  prin- 
cipio de  independencia  ó  de  libertad." 

Aristóteles  dividía  los  discursos  en  tres  distintas 
clases:  eran  demostrativos,  deliberativos  ó  judiciales, 
según  tuviesen  por  finalidad  última  lo  verdadero,  lo 
útil  ó  lo  justo.  La  oratoria  política  de  la  edad  mo- 
derna, que  era  ya  la  oratoria  de  nuestros  románticos, 
no  admite  los  pueriles  distingos  de  la  aristotélica 
preceptiva.  La  oratoria  política  de  nuestro  tiempo, 
como  la  oratoria  política  de  la  edad  romántica,  de- 
muestra y  delibera  y  juzga  simultáneamente,  porque 
nuestro  derecho,  superior  al  derecho  de  los  lustros 
gentílicos,  no  puede  ni  debe  diferenciar  lo  útil  de  lo 
justo  y  lo  justo  de  lo  verdadero.  Vázquez  Sagastume, 
en  aquella  ocasión,  argüía  bien.  El  proyecto  era  im- 


446  HISTORIA  CRITICA 

político  y  peligroso.  Estaba  la  atmósfera  cargadísima 
de  electricidad.  De  un  momento  á  otro,  nuestras  pa- 
siones, nuestras  malas  pasiones,  podían  ponernos  en 
presencia  de  lo  inopinado,  de  lo  imprevisto,  de  lo 
repentino,  de  lo  asfixiador.  ¡  Crearnos  inútiles  difi- 
cultades era  apresurar  la  caída  del  rayo ! 

Se  cometieron  graves  errores,  Al  discutirse,  el  29 
de  Mayo  de  1861,  un  proyecto  de  ley  de  amnistía  para 
todos  los  ciudadanos  que  habían  tomado  parte  en  las 
últimas  conmociones  políticas,  se  regateó  miserable- 
mente aquella  ley  de  perdón  y  de  olvido.  No  se  quiso, 
por  razones  de  orgullo  y  consecuencia,  reintegrar  en 
sus  grados  y  en  sus  empleos  á  los  jefes  del  ejército 
de  línea  complicados  en  aquellos  dolorosos  trastornos. 
Entonces  dijo  el  señor  Carreras,  como  otros  han  di- 
cho muchos  años  después: 

"La  amnistía  no  puede  referirse  sino  á  todo  aquello 
que  es  puramente  legislativo  en  estos  casos. 

"La  devolución  de  los  grados  y  empleos  á  aquellos 
ciudadanos  que  los  perdieron  por  razón  de  la  partici- 
pación en  las  conmociones  que  agitaron  al  país  en 
años  anteriores,  es  un  acto,  como  dice  el  señor  Repre- 
sentante, pero  á  la  inversa,  que  debe  ser  materia  de 
los  Juzgados  competentes. 

"El  Cuerpo  Legislativo  que  aprobó  la  conducta  del 
gobierno  anterior,  que  frente  á  frente  con  la  anarquía 
la  anonadó  y  castigó  á  aquellos  que  tomaron  parte  en 
ella  de  la  manera  que  determinan  las  leyes  en  general, 
el  Cuerpo  Legislativo  hace  cuanto  debe  hacer  amnis- 
tiando, es  decir,  concediendo  perdón  y  la  autorización 
para  que  no  se  promuevan  los  juicios  á  que  estarían 
sujetos  esos  ciudadanos  volviendo  al  país. 

"Por  nuestra  Constitución  no  puede  haber  juicios 
criminales  en  rebeldía;  pero  desde  que  se  presentasen 
esos  individuos  cuyos  actos  son  considerados  crimi- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  447 


nales,  estarían  sujetos  á  la  acción  de  los  tribunales,  y 
serían  sometidos  á  las  consecuencias  de  todos  los 
juicios. 

"La  Ley  de  amnistía  no  quiere  decir  otra  cosa  que 
el  precepto  de  que  no  se  promuevan  esos  juicios  por 
la  autoridad  pública. 

"Hasta  ahí  es  hasta  donde  puede  llegar  la  amnistía, 
porque  tal  es  también  el  sentido  que  tiene  y  en  que 
se  ha  tomado  esta  palabra  en  todas  partes  del  mundo 
en  que  ha  sido  empleada." 

Se  dijo,  entonces,  como  se  dice  ahora, 

"Lo  demás  sería  francamente  reconocer  que  habían 
obrado  perfectamente  los  agitadores  de  la  paz  pública, 
y  que  á  más  de  reponerlos  en  los  empleos  y  grados  que 
habían  perdido  por  razón  de  sus  actos  criminales,  im- 
portaría darles  las  gracias  por  lo  que  habían  hecho. 

"Y  ¿qué  quedaría  entonces  para  los  sostenedores 
del  orden,  para  los  hombres  que  han  sacrificado  su 
vida  en  sostén  de  las  instituciones? 

"Quedarían  todos  por  igual,  y  la  ley  de  amnistía 
lejos  de  ser  una  ley  de  salud  pública,  sería  una  ley 
de  anarquía,  porque  vendría  á  establecer  un  desaliento 
para  los  sostenedores  del  orden  público  y  por  otra 
parte,  aliento  para  la  anarquía,  y  eso  no  puede  con- 
cebirse en  un  país  que  tiene  el  deseo  de  marchar  por 
la  vía  del  progreso." 

No,  debió  contestarse.  El  progreso  no  consiste  en 
que  haya  emigrados  iracundos  y  melancólicos.  El  pro- 
greso consiste  en  unirse  y  no  en  disgregarse,  dismi- 
nuyendo incesantemente  las  fuerzas  vivas  de  la  na- 
ción. El  progreso  consiste  en  arrojar  aceite  sobre  las 
olas  enfurecidas,  y  no  en  arrojar  petróleo  sobre  el  in- 
cendio de  las  enemistades  exacerbadas.  El  progreso 
no  está  en  llamar  crímenes  á  las  rebeldías,  que  son 
extravíos  algunas  veces,  y  que  son,  otras  veces,  una 


448  HISTORIA  CRÍTICA 


justa  protesta  de  los  principios  contra  las  institucio- 
nes. Como  productos  de  un  ideal  contrario  á  la  rea- 
lidad viviente,  las  revoluciones  irritan  y  exasperan  á 
la  realidad,  sin  comprender  que  toda  revolución  es 
una  antinomia  formada  por  el  espíritu  estrecho  de 
los  poderes  públicos  y  por  el  espíritu  expansivo  de 
las  fuerzas  sociales,  siendo  un  error,  un  inmenso  error 
de  los  partidos  de  bandera,  entronizados  en  el  poder, 
no  aprovechar  á  todos  los  elementos  útiles,  en  vez  de 
dispersarlos  y  convertirlos  en  antagónicos,  para  ro- 
barle fuerzas  á  la  revolución  y  para  darle  fuerzas  á 
su  autoridad.  Si  es,  pues,  una  imperdonable  locura 
organizar  á  los  partidos  sólo  y  exclusivamente  para 
la  guerra  civil,  es  una  locura  no  menos  imperdonable 
gobernar  olvidando  que  las  injusticias  y  las  exclu- 
siones forjan  las  revueltas,  como  la  electricidad  de 
la  atmósfera  fabrica  las  borrascas.  Las  dictaduras  per- 
petuas, las  oligarquías  adueñadas  del  poder  público, 
no  defienden  la  paz,  defienden  su  interés,  y  es  salu- 
dable arrancarles  el  cetro  de  las  manos  para  devolver 
ese  cetro  á  la  nación  acongojada  y  desposeída. 

Casi  todas  nuestras  fracciones  gubernamentales  han 
sido  fracciones  oligárquicas,  y  casi  todas  ellas  han 
visto  en  las  resistencias  que  se  les  oponían,  no  un 
ataque  á  su  autoridad,  sino  un  atentado  contra  el  or- 
den público,  puesto  en  peligro  por  sus  intransigen 
cías.  Faltas  de  visión  y  de  previsión,  han  llamado 
crímenes  á  los  extravíos  y  á  las  vindictas  del  derecho 
humillado,  en  vez  de  modificar  sus  rumbos  y  sus 
modos,  afianzando  el  orden  y  la  paz  con  una  política 
templada,  generosa,  caballeresca  y  que,  vertiendo  so- 
bre nuestros  enconos  el  bien  del  olvido,  les  ganase  la 
eterna  bendición  de  la  historia. 

Si  era  grande  el  error  que  cometían,  con  sus  rega- 
teos de  magnanimidad,  los  hombres  de   1861,  no  era 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  449 


menos  su  yerro  al  encresparse  incesantemente  contra 
el  Brasil.  Aquellas  ruidosas  manifestaciones  legisla- 
tivas, hechas  al  discutirse  impuestos  y  tratados,  te- 
nían que  llamar  la  atención  y  que  acrecer  la  animo- 
sidad de  los  agredidos,  que  no  podían  pensar  en  nues- 
tra alianza,  cuando  más  la  necesitaban  para  llevar  á 
cabo  sus  cautelosos  planes  de  diplomático  predominio 
y  de  conquista  territorial.  Su  rencor  al  imperio,  en 
cuya  derrota  veían  el  comienzo  de  nuestra  grandeza, 
vibraba  en  el  fondo  de  los  discursos  de  Joanicó,  de 
Díaz  y  hasta  del  prudente  Vázquez  Sagastume,  apre- 
surando los  acontecimientos  que  corean,  con  el  ron- 
quido de  sus  cañones,  las  invasoras  naves  de  Taman- 
daré.  Aquellos  hombres,  instintivamente,  conocían  su 
yerro.  El  peligro  crispaba  sus  labios  y  la  inquietud 
envejecía  su  rostro ;  pero,  como  sus  ensueños  de  gran- 
deza eran  la  expresión  de  los  más  puros  ensueños  na- 
cionales, de  su  memoria  se  desprende  un  irresistible 
hechizo,  un  hechizo  formado  por  todos  los  perfumes 
y  todos  los  hervores  del  alma  charrúa. 

En  la  sesión  del  23  de  Febrero  de  1863  empezó  á 
discutirse  un  proyecto  de  ley  reglamentando  la  li- 
bertad del  pensamiento  escrito.  El  señor  Vilardebó 
quería  que  el  propietario  de  la  imprenta  respondiese 
por  el  autor  de  los  artículos  abusivos  ó  de  las  publi- 
caciones condenables,  en  todos  los  casos  en  que  el 
autor  no  fuese  hallado  en  el  lugar  del  juicio  ó  no 
compareciera  al  llamado  judicial.  El  señor  Carreras 
se  opuso. 

"La  Constitución  de  la  República  ha  establecido  la 
responsabilidad  del  impresor  en  su  caso;  pero  ha  de- 
jado á  la  aplicación  de  la  ley  los  casos  en  que  esa  res- 
ponsabilidad pueda  tener  lugar. 

"¿Cuál  es,  pues,  ese  caso?  ¿Quiere  el  señor  Repre- 
sentante que  sea  cuando  se  ausente  el  autor  del  ar- 


450  HISTORIA  CRÍTICA 


tí  culo    acusado?    ¡Eso    sería   monstruoso!    ¡eso    sería 
inicuo! 

"¡Por  dónde!  ¿en  qué  principio  de  legislación  del 
mundo  puede  encontrar  el  señor  Representante  la  jus- 
tificación de  semejante  doctrina!  Pues  qué,  ¿puede 
la  pena  recaer  sobre  el  inocente? 

"¿Se  dirá  que  es  cómplice  el  impresor  del  autor? 
De  ninguna  manera. 

"La  prensa  no  es  más  que  un  instrumento  y  así  como 
el  fabricante  de  cuchillos,  por  ejemplo,  no  es  respon- 
sable de  los  crímenes  que  se  cometan  con  las  armas 
que  salgan  de  su  establecimiento,  tampoco  puede  el 
impresor  ser  responsable  de  los  abusos  que  se  come- 
tan por  los  escritos  que  se  publican  en  la  imprenta 
de  su  propiedad;  de  ninguna  manera. 

"Es  impedir  el  ejercicio  de  la  libertad,  pues  que  la 
Constitución  de  la  República  no  establece  limitación 
ninguna  cuando  ha  dicho  que  puede  emitirse  libre- 
mente el  pensamiento,  sea  por  la  prensa  sin  previa 
censura,  sea  en  privado,  etc.  Esa  libertad  no  puede 
ser  restringida  por  la  obligación  de  firmar  los  escri- 
tos, por  la  obligación  de  prestar  tal  ó  cual  garantía; 
no  habría,  señores,  libertad  posible  si  cualquiera  que 
tuviese  que  emitir  su  pensamiento  tuviese  la  obliga- 
ción de  firmar  sus  escritos  y  tuviese  la  necesidad  de 
prestar  una  fianza  al  impresor  de  que  no  se  ausen- 
taría del  país  durante  el  tiempo  necesario  para  pros- 
cribir la  acción  establecida  por  la  ley:  sería  venir  á 
establecer  el  monopolio  especialísimo,  vendría  á  ha- 
cerse un  negocio  indecoroso  de  la  institución  de  la 
prensa  sin  beneficio  alguno  para  la  sociedad  y  con 
perjuicio  notable  de  sus  intereses. 

"¿Quién,  señores,  se  lanzaría  á  la  prensa  á  denunciar 
los  abusos  que  cometiera  una  autoridad,  si  tuviese  la 
necesidad  de  ausentarse  y  tuviese  que  quedarse  y  darle 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  451 


al  impresor  una  fianza  en  garantía  de  que  no  saldría 
del  país? 

"Sería  preciso  que  cada  individuo  tuviese  imprenta 
propia  y  se  hiciera  impresor  para  poder  emitir  sus 
opiniones. 

"¿Cómo  se  estimula,  señores,  á  la  juventud  inteli- 
gente, que  por  lo  mismo  de  ser  inteligente  es  mo- 
desta, á  dedicarse  al  cultivo  de  las  letras  si  á  cada 
publicación  literaria  ha  de  ser  necesario  que  ponga 
al  pie  la  firma  de  su  autor? 

"Señores;  eso  es  matar  el  desarrollo  de  la  inteli- 
gencia, es  ponerle  trabas,  es  impedir  el  progreso  mo- 
ral de  la  sociedad ;  y  yo  que  soy  enemigo  de  la  licen- 
cia, soy  amigo  ardiente  de  la  libertad  que  propende 
al  desarrollo  de  los  intereses  morales  y  materiales  de 
la  República." 

El  señor  Vilardebó  dijo,  en  respuesta,  que  cuantos 
mayores  fueran  los  riesgos  del  editor,  menos  serían 
los  anónimos  en  que  se  abusase  de  la  libertad  de  es- 
cribir. El  señor  Carreras  tomó  la  palabra  por  segunda 
vez,  afirmando  que  el  anónimo  no  siempre  es  con- 
denable: 

"En  la  denuncia  política,  señores,  el  anónimo  es 
conveniente  muchísimas  veces.  Se  denuncia  un  abuso, 
y  no  se  quieren  correr  las  consecuencias  de  presen- 
tarse en  el  primer  momento  ante  el  público.  Pero  el 
hombre  que  deja  su  garantía  en  la  imprenta,  ese  hom- 
bre no  huirá  cobardemente ;  ese  hombre  está  dispuesto 
á  quitarse  la  careta,  cuando  llegue  el  momento  de  res- 
ponder ante  la  ley;  y  al  lanzar  un  anatema  sobre  el 
crimen,  ese  hombre  no  es  cobarde :  ese  hombre  puede 
ser  modesto,  puede  ocultar  por  razones  especiales  su 
nombre,  y  entre  tanto  rinde  un  servicio  importantí- 
simo que  de  otro  modo  no  lo  haría.  —  Señores,  el 
abuso  quedaría  condenado  al  silencio  si  no  se  admi- 


45?  HISTORIA  CRÍTICA 

tiera  el  anónimo  para  denunciarlo,  y  se  prohibiese  la 
publicación  de  los  abusos  cometidos  —  ya  por  parti- 
culares, ya  por  las  autoridades  públicas. 

"El  anónimo  es  indispensable  al  progreso  y  á  la 
libertad  de  imprenta.  —  No  es  posible  que  haya  liber- 
tad de  imprenta  sin  anónimo;  no  es  posible  que  haya 
progreso  moral  y  desarrollo  de  las  luces,  sin  ese 
anónimo." 

El  orador  se  ocupa,  en  la  sesión  siguiente,  de  los 
delitos  contra  el  culto  estadual. 

"La  Constitución  ha  establecido  como  religión  del 
Estado  (error  por  cierto  de  la  Constituyente,  con 
perdón  de  los  señores  que  me  oyen,  y  que  formaron 
parte  de  ella,  porque  el  Estado  no  puede  tener  reli- 
gión), que  la  religión  del  Estado  es  la  católica,  apos- 
tólica, romana  y  todo  ataque  á  cualquier  cosa  relativa 
á  ella,  importa  un  delito.  En  el  mismo  caso  se  encuen- 
tran otros  principios. 

"La  Constitución  ha  establecido  en  un  artículo  que 
la  propiedad  es  inviolable  y  ¿se  viola  la  ley  con  dis- 
cutir la  propiedad,  con  desconocerla  por  ejemplo?  Yo 
creo  que  no. 

"Esto  quiere  decir  que  no  se  puede  atacar  la  pro- 
piedad; cuando  es  reconocida  como  tal  no  se  puede 
atacar  por  los  medios  ilegales,  prohibidos  por  la  ley; 
pero  puede  discutirse.  Y  aun  en  lo  relativo  á  religión 
hay  puntos  que  son  discutibles,  como  son  aquellos 
que  no  pueden  dejar  de  discutirse,  y  que  no  importa 
un  ataque  á  la  religión  el  discutirlos;  la  interpreta- 
ción del  evangelio,  por  ejemplo,  da  lugar  á  mil  y  mil 
discusiones.  ¿Y  se  ataca  á  la  religión  por  discutir  tal 
y  cual  artículo? 

"Yo  creo  que  no. 

"Y  si  se  sienta  como  absoluta  de  que  toda  discusión 
sobre   religión   importa   un   delito   de  libertad   de  im- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  453 


prenta,  señores,  es  matar  la  libertad  de  conciencia» 
porque  de  cierto  la  conciencia  particular  debe  some- 
terse á  la  general,  pero  esa  conciencia  general  puede 
dominar  en  lo  relativo  al  dogma,  pero  no  en  cuanto  á  la 
disciplina,  en  cuanto  á  la  doctrina,  porque  eso  es  va- 
riable; una  misma  doctrina  varía  según  la  época  y  las 
luces  del  siglo;  lo  que  hace  20  años  mirábamos  como 
bueno,  como  moral,  hoy  puede  reconocerse  como  in- 
moral é   inconveniente. 

"Hay  en  la  religión  la  doctrina  ó  parte  moral  y  la 
parte  litúrgica.  ¿Y  por  discutir  puntos  de  la  litúrgica, 
no  dogmáticos,  puede  atacarse  la  religión? 

"Yo  creo  que  no. 

"El  celibato,  por  ejemplo,  de  los  clérigos,  es  una 
doctrina  de  la  iglesia  que  se  reconoce  como  tal  y  sin 
embargo  yo  puedo  discutir  en  la  prensa  y  fuera  de 
ella  en  folletos,  en  libros,  la  inconveniencia  del  celi- 
bato ;  y  de  cierto  podría  probarse  que  es  contra  la  mo- 
ral, contra  la  religión,  contra  la  naturaleza  y  contra 
la  sociedad  misma  y  sin  embargo,  señores,  no  podría 
privárseme  á  mí  que  discutiera  eso  y  no  atacaría  la 
religión  por  ello." 

Se  engañan,  pues,  los  que  consideran  á  un  partido 
dado  como  el  único  poseedor  de  la  tendencia  liberal. 
Eran  liberales,  también,  los  hombres  de  1861. 

Al  discutirse  el  inciso  primero  del  artículo  cuarto, 
inciso  en  que  se  consideraba  como  abuso  de  imprenta 
la  censura  de  los  actos  de  los  tres  poderes  de  la  na- 
ción, el  señor  Vázquez  Sagastume  batalló  porque  se 
modificara. 

"Las  leyes,  y  muy  especialmente  las  leyes  penales 
—  como  la  actual, —  deben  ser  lo  más  claras  y  con- 
cisas posible,  deben  ofrecer  las  menos  dudas  en  la 
ejecución  de  ellas. 

"Si  quedase  establecido  como  un  crimen  punible  la 


454  HISTORIA  CRÍTICA 


censura  de  los  actos  del  Poder  Ejecutivo  ó  de  cual- 
quiera de  los  altos  poderes  del  Estado,  vendría  á  es- 
tablecerse, señor  Presidente,  el  absolutismo  en  los  ac- 
tos administrativos  y  políticos  de  cualquiera  de  esos 
altos  poderes. 

"La  Constitución  de  la  República  es  más  liberal, 
porque  concede  á  cada  uno  de  los  habitantes  de  la 
República  el  derecho  de  censurar  los  actos  de  los 
agentes  públicos.  —  Los  empleados  de  la  nación,  cual- 
quiera que  sea  la  jerarquía  que  ocupen,  cualquiera 
que  sea  la  elevación  y  rango  que  representen  en  la 
sociedad,  están  sujetos  á  la  censura  de  la  sociedad: 
no  se  puede  cometer  un  abuso,  sin  que  tenga  el  úl- 
timo ciudadano  el  derecho  de  censurarlo  por  la  prensa. 
De  otra  manera  no  se  haría  efectiva  la  garantía  ne- 
cesaria para  que  el  país  tenga  buena  administración." 

Agregó,  más  tarde,  el  doctor  Vázquez  Sagastume: 

"Si  se  viniesen  á  establecer  trabas  á  la  plenísima 
libertad  de  discutir,  todos  los  actos  de  los  altos  pode- 
res del  Estado,  vendría  á  rodearse  de  una  especie  de 
prerrogativa  á  los  abusos  posibles  de  cometer  en  los 
que  ejercen  altas  funciones  políticas  y  administrati- 
vas. Es  necesario  que  la  libertad  de  examinar  y  cen- 
surar sea  plenísima.  —  Si  falta  á  los  límites  del  de- 
coro, entonces  cae  en  la  injuria.  —  Y  si  no  son  fun- 
dadas y  son  injuriosas  las  versiones  que  se  hagan  de 
cualquiera  de  los  altos  poderes  del  Estado,  está  el 
artículo  2.'  sancionado  ya  que  establece  la  responsa- 
bilidad del  injuriante. 

"Siempre  que  haya  una  responsabilidad  legal  que 
salga  á  responder  por  lo  que  se  escribe,  creo  que  no 
debe  ponérsele  límite  alguno.  —  No  hay  temor  enton- 
ces de  que  caiga  en  la  licencia;  no  hay  temor  de  que 
se  caiga  en  el  abuso;  porque  el  abuso  está  contenido 
por  la  responsabilidad  que  se  exige  para  ante  la  ley. 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  455 

"No  debe  establecerse  la  duda  de  que  un  ciudadano 
pueda  ofender  á  la  sociedad  con  la  censura  de  los  ac- 
tos de  cual  ó  tal  funcionario  público.  —  En  todo  caso 
si  abusase  de  esa  prerogativa,  de  ese  derecho  inalie- 
nable, lastimaría  la  individualidad  del  empleado,  —  3^ 
entonces  éste  tendría  el  derecho  de  hacer  responsable 
por  la  injuria  inferida  al  que  tiene  la  responsabilidad 
legal. 

"No  hay,  pues,  temor  de  caer  en  la  licencia. 

"Si  en  la  práctica,  en  el  ejercicio  de  ese  procedi- 
miento, llegase  á  quedar  establecido  que  se  ataca  á 
la  sociedad  con  censurar  los  actos  de  un  alto  funcio- 
nario público,  podría  muy  bien  resultar  que  ningún 
ciudadano  pudiera  ejercer  libremente  y  sin  grande 
peligro  el  derecho  de  censurar  un  acto  malo. 

"Lo  que  dá  prestigio  á  las  autoridades  es  su  buena 
administración ;  es  el  respeto  para  las  instituciones, 
para  las  garantías  individuales;  y  por  el  bien  público 
que  haga;  así  se  prestigia.  Y  cuando  una  autoridad 
ha  llegado  á  hacer  el  bien  y  adquirir  las  simpatías 
del  país,  no  hay  temor  de  que  ningún  escritor  ó  nin- 
gún periodista  se  avance  á  censurarla. 

"Lo  que  es  susceptible  de  censura  son  los  malos 
actos.  Esos  malos  actos  deben  ser  censurados  por  to- 
dos, porque  de  esa  manera  se  garante  la  buena  admi- 
nistración pública. 

"Cuando  un  empleado,  cualquiera  que  sea  su  ele- 
vación, sepa  —  que  si  comete  un  acto  censurable  viene 
la  crítica,  viene  la  censura  de  la  prensa,  se  mirará 
mucho  antes  de  desviarse  del  precepto  de  la  ley.  —  Y 
ahí  está  la  principal  garantía  para  el  bien  público ; 
—  garantía  que  no  debe  restringirse  bajo  ningún  as- 
pecto." 

El  señor  Carreras  interrumpe  varias  veces  al  ora- 
dor, y  pronuncia  un  discurso  sosteniendo  que  es  ne- 


456  HISTORIA  CRITICA 


cesario  revestir  á  las  autoridades  de  formas  externas 
y  sensibles  al  pueblo.  Vázquez  Sagastume  responde 
con  su  habitual  modo  de  decir: 

"Hemos  visto  entre  nosotros  (para  no  buscar  ejem 
píos  muy  distantes)  y  hemos  conocido  todos.  —  gober- 
nantes que  se  rodeaban  de  todo  el  prestigio  de  la 
autoridad,  y  sin  embargo  eran  odiados  del  pueblo, 
eran  censurados  amargamente;  y  si  esa  censura  no 
se  manifestaba  públicamente  por  medio  de  la  prensa, 
era  porque  estaba  sofocada  la  libertad  de  emitir  el 
pensamiento,  era  porque  esa  imposición  que  se  esta- 
blece por  medio  del  boato  —  como  por  medio  de  la 
fuerza  —  lejos  de  establecer  el  respeto  por  la  autori- 
dad, no  establece  más  que  el  miedo;  y  el  miedo  en 
el  pueblo  para  las  autoridades  es  el  peor  de  los  sen- 
timientos que  puedan  ligar  al  pueblo  con  el  gobierno." 

Después  de  ocuparse  de  lo  que  son  las  formas  ex- 
ternas, el  orador  añade : 

"Los  disturbios  políticos  que  surgieron  después  de 
la  emancipación  política  del  Río  de  la  Plata  no  fue- 
ron originados  por  la  falta  de  respeto  que  naciera  de 
la  igualdad  social  entre  el  gobernante  y  los  goberna 
dos;  sino  de  los  distintos  intereses  políticos  que  se 
encontraban  entre  sí,  —  del  elemento  heterogéneo  con 
que  se  había  formado  la  revolución,  de  las  distintas 
aspiraciones  que  nacieron  una  vez  sacudido  el  yugo 
de  la  metrópoli ;  —  pero  de  ninguna  manera  de  la  cir- 
cunstancia de  no  revestirse  con  exterioridades  im- 
ponentes á  la  vista  del  pueblo.  —  Y  tan  es  así,  —  que 
todos  los  partidos  en  que  se  dividió  el  gran  partido 
nacional  después  de  la  lucha  con  la  metrópoli,  reves- 
tían esas  formas  externas  impositorias  al  pueblo;  — 
todos  tenían  cierta  posición  ventajosa  en  la  sociedad 
que  la  hacían  valer  para  sus  fines. 

"Yo  recuerdo  el  ejemplo  que  nos  presentan  los  Es- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  457 


tados  Unidos:  —  la  primera  autoridad  de  la  república, 
Washington,  se  presentaba  en  los  espectáculos  — 
cuando  no  estaba  revestido  de  la  primera  autoridad 
del  pueblo,  —  humildemente,  como  un  ciudadano  cual- 
quiera; confundido  entre  el  pueblo;  y  esa  circunstan- 
cia no  le  quitó  jamás  el  aprecio  y  hasta  la  veneración 
de  sus  conciudadanos. 

"No  es,  por  consiguiente,  el  más  ó  menos  brillo  con 
que  se  presenten  las  autoridades  públicas,  lo  que  les 
conquista  el  aprecio  de  los  conciudadanos,  del  pueblo. 
Es  el  acierto  de  sus  medidas,  son  las  providencias 
benéficas  para  el  país,  es  el  bien  que  recibe  la  socie- 
dad de  los  buenos  gobiernos,  lo  que  los  hace  estima- 
bles á  los  ciudadanos — cualquiera  que  sea  la  manera 
con  que  se  presenten.  —  Y  ese  aprecio,  que  nace  de 
las  simpatías  que  se  establecen  entre  el  pueblo  y  el 
gobierno,  es  el  mejor  vínculo  de  unión,  es  la  base  más 
sólida  para  la  permanencia  de  la  paz,  y  es  también  la 
garantía  más  efectiva  para  la  conservación  de  las  ins- 
tituciones y  el  imperio  que  va  ganando  el  respeto  por 
las  leyes  y  las  garantías  sociales." 

Al  fin,  después  de  muchos  tanteos  y  escaramuzas, 
el  señor  Carreras  cae  en  la  cuenta  de  que  están  come- 
tiendo un  error  al  legislar  sobre  la  libertad  de  escri- 
bir, y  dice  en  la  sesión  celebrada  en  la  noche  del  2 
de  Marzo: 

"No  se  puede  apreciar  esta  materia  por  las  doctri- 
nas generales  de  legislación  respecto  de  los  delitos 
de  derecho  común;  es  una  especialidad  de  la  época, 
especialidad  en  sus  condiciones,  en  sus  resultados  y 
en  los  medios  que  deben  emplearse  para  hacer  efec- 
tivas las  garantías  que  la  sociedad  debe  á  los  ciuda- 
danos y  á  ella  misma  por  el  abuso  que  pueda  come- 
terse de  la  libertad  de  imprenta. 

"Sabido  es  que  en  las  naciones  más  adelantadas  de 


458  HISTORIA  CRITICA 

Europa  ha  sido  muy  debatida  esta  cuestión  por  los 
primeros  hombres  de  la  ciencia.  Portalis,  primera  en- 
tidad de  la  legislación  en  el  siglo  presente,  ha  estu- 
diado detenidamente  la  cuestión,  la  ha  presentado  en 
todas  sus  faces  y  sin  embargo  la  Francia  no  ha  podido 
fijar  completamente  sus  ideas,  bien  que  por  estar 
opuestas  en  cierto  modo  á  la  política  dominante  de 
aquella  nación.  Chassan,  que  tuve  el  honor  de  citar 
el  otro  día,  se  ocupa  detenidamente  de  ella  y  presenta 
á  los  ojos  del  hombre  estudioso  todas  las  faces  de  la 
cuestión  y  la  dilucidación  de  ella,  así  como  los  peli- 
gros que  ofrece  la  precipitación  de  los  legisladores 
en  ciertas  medidas  sobre  esta  materia,  porque  si  hay 
algo  delicado  en  toda  legislación  es  la  sanción  de 
leyes  que  tocan  á  los  principios  fundamentales  del 
orden  civil  y  político,  los  derechos  más  sagrados  de 
los  ciudadanos  /  que  por  lo  mismo  es  más  irritante 
todo  ataque  que  pueda  hacerse  á  él. 

"Nada  hay  más  peligroso  que  la  represión  ó  supre- 
sión de  la  libertad  de   imprenta. 

"Sin  ir  muy  lejos  tenemos  dos  ejemplos  que  podría 
citar:  la  caída  de  Carlos  X  no  fué  debida  á  otra  cosa. 
y  la  caída  de  don  Venancio  Flores  entre  nosotros  se 
debió  principalmente  á  haber  atacado  la  libertad  de 
imprenta. 

"Esto  produce  una  irritación  que  cunde  de  los  hom 
bres  que  se  ocupan  sólo  de  la  prensa,  á  todo  el  país 
en  general :  viene  entonces  ese  estado  de  excitación 
popular  en  que  la  opinión  se  manifiesta  uniforme, 
porque  nada  hay  más  celoso  que  el  pueblo  cuando  se 
trata  de  sus  regalías  más  preciosas  como  es  la  libertad 
de  la  prensa,  y  ej  por  eso  que  los  legisladores  al  ocu- 
parse de  materia  tan  delicada  deben  proceder  con  toda 
circunspección,  con  todo  pulso  y  con  estudio  muy 
profundo   de   la  materia,  para  no  hacer  ensayos  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  459 


vengan  á  empeorar  la  situación  que  trata  de  reme- 
diarse y  á  producir  males  tal  vez  muy  grandes. 

"Por  otra  parte,  señores,  (y  seré  franco)  creo  que 
perdemos  un  tiempo  precioso  en  sancionar  una  ley 
que  es  imposible  que  pueda  tener  aceptación  en  la 
Cámara  de  Senadores.  Hago  justicia,  señores,  (y  en 
esto  no  ofendo  á  nadie  tampoco)  á  la  ilustración  de 
los  Senadores  para  esperar  que  no  aceptarían  ninguno 
de  los  artículos  que  figuran  en  este  proyecto  y  que 
son  verdaderamente  monstruosidades. 

"Tengo  la  conciencia  íntima  de  que  por  lo  mismo 
de  encontrarnos  en  una  época  normal  en  que  no  hay 
peligros  para  el  orden  público,  aun  por  la  licencia 
de  la  prensa,  ni  aun  por  los  tumultos  en  la  plaza  pú- 
blica, no  hay  motivo  ninguno  para  reprimir  la  prensa 
del  Estado  y  reprimirla  mucho  menos  en  su  verda- 
dera libertad. 

"Creo  que  la  garantía  verdadera  está  en  el  orden 
público,  en  las  bases  que  lo  constituyen. 

"Haya  completa  libertad  para  la  emisión  del  pen- 
samiento por  la  prensa;  haya  severidad  en  la  concien- 
cia de  los  jueces  para  aplicar  las  penas  correspon- 
dientes al  que  abuse  de  ella  y  no  hay  temor  ninguno 
por  el   orden   público. 

"La  libertad  de  la  prensa  es  una  garantía,  porque 
no  hay  orden  público  desde  que  falte  el  derecho  de 
pensar,  tanto  respecto  á  los  poderes  públicos  como 
respecto  á  los  particulares;  porque  aunque  parezca 
una  paradoja,  señores,  por  violenta,  por  calumniosa 
que  sea  una  publicación,  hay  siempre  una  convenien- 
cia en  que  aparezca,  porque  hay  mucha  utilidad  para 
la  sociedad  en  saber  si  hay  un  calumniador  ó  un  mal- 
vado. 

"Y  no  puede,  señores,  con  penas  severas,  con  dis- 
posiciones ambiguas,  una  verdadera  injusticia,  venir 


46o  HISTORIA  CRÍTICA 

— i 

á  reprimirse  ese  derecho,  á  contener  ese  derecho,  á 
contener  ese  interés  que  debe  tener  todo  ciudadano 
en  denunciar  un  abuso  de  que  puede  tener  pruebas 
especiales,  para  que  se  corrija,  por  el  temor  de  ser 
condenado;  porque  en  materias  de  esta  naturaleza  en 
que  el  fallo  de  la  justicia  se  libra  á  la  conveniencia 
del  jurado,  de  hombres  legos  en  materia  jurídica,  no 
hay  más  garantía,  que  la  pasión  ó  predisposición  de 
ánimo  de  los  jurados." 

Esta  era  la  verdadera  doctrina,  porque  toda  restric- 
ción á  la  libertad  de  pensar,  lo  mismo  en  materia 
política  que  en  materia  filosófica,  es  un  atentado  á 
la  dignidad  humana.  Descartes,  al  proclamar  la  inde- 
pendencia absoluta  del  pensamiento,  dio  á  la  civili- 
zación y  á  la  libertad  la  palanca  maravillosa  pedida 
por  Arquímedes.  La  verdad  filosófica  y  la  verdad 
política  quieren  ser  protegidas  por  la  razón  más  que 
por  el  código,  porque  saben  que  el  código,  interpre- 
tado por  las  fracciones,  ha  sido  muchas  veces  el  cóm- 
plice y  el  verdugo  de  que  se  han  servido  lo  inicuo  y 
lo  mentiroso,  el  dogma  implacable  y  el  poder  tira- 
nizador.  El  código  no  protege  á  Jesús  bajo  Tiberio, 
ni  protege  á  Rousseau  bajo  Luis  XVI. 

Tal  era  el  carácter  de  nuestra  oratoria  parlamen- 
taria desde  1850  hasta  1863.  La  tribuna  política  se 
distinguió,  en  la  época  romántica,  más  por  sus  cuali- 
dades de  calor  y  de  vida,  que  por  sus  cualidades 
de  atractivo  y  de  solidez.  El  sentimiento,  que  es  el 
alma  de  la  oratoria,  predominaba  en  Palomeque,  en 
Carreras  y  en  Sagastume,  como  el  raciocinio,  el  arte 
de  probar,  predominaba  en  Joanicó,  Arrascaeta  y  Am- 
brosio Velazco.  A  veces  los  primeros  nos  atraen  más 
que  los  segundos,  aunque  no  los  excedan  en  método 
y  elegancia,  porque,  como  decían  los  retóricos  de  la 
antigüedad,  probare  necessitatis  est,  flectere  victoríce 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  461 

La  oratoria  política,  que  es  la  que  más  se  aleja  del 
género  didáctico,  es  la  que  más  se  aviene  con  la  ín- 
dole de  nuestra  raza,  porque  lo  pasional  de  nuestro 
temperamento  responde  bien  á  la  variedad  de  estilos 
y  de  tonos  que  requiere  y  exige  el  decir  tribunicio. 
Eso  explica  su  florecimiento  en  casi  todos  los  pe- 
ríodos de  nuestra  historia,  llena  siempre  de  bravu- 
ras y  de  vicisitudes,  debiendo  advertirse  que  si  nues- 
tros oradores  muy  pocas  veces  llegan  á  la  sublimidad, 
es  porque  su  ardentía  por  lo  pequeño  los  conduce  á 
una  agitación  ciega  y  mal  encauzada,  que  anula  su 
valor,  haciéndolo  invisible  como  un  chorro  de  gas 
proyectado  en  el  aire. 

Nuestra  lengua  le  debe  más  al  latín  que  al  godo  y 
que  al  árabe.  El  origen  de  nuestra  elocuencia  debe 
buscarse,  pues,  en  el  foro  del  Lacio.  Yo  de  mí  sé  decir 
que  nada  encuentro  que  más  me  aleccione  y  mejor 
me  sepa  que  los  grandes  discursos  de  Cicerón. 

Cicerón  era  de  alta  estatura,  de  anchurosa  frente, 
de  mirar  seguro,  de  facciones  adelgazadas,  de  nariz 
aguileña  y  de  boca  fina.  Su  voz  grave  y  sonora,  la 
majestad  serena  de  sus  rasgos  nobles,  su  túnica  bien 
ajustada  al  cuerpo  y  cayendo  en  pliegues  perpendi- 
culares, su  mano  armada  con  un  rollo  de  papel  y  con 
un  estilo  de  plomo,  su  cuerpo  extenuado  por  la  pa- 
sión patriótica  y  por  las  vigilias  que  impone  el  es- 
tudio, hicieron  de  aquel  orador,  encarnadura  de  la 
elocuencia,  el  rival  famosísimo  de  Hortensio.  Nació 
en  Arpiño,  patria  de  Mario.  Nació  en  Arpiño,  ciudad 
de  Casería,  no  lejos  del  Vesubio,  bajo  el  sol  de  Ña- 
póles. Era  de  sangre  ilustre,  virtuosa  y  ardiente  por 
su  madre  Helvia.  Tuvo  por  maestro  á  un  griego,  á 
un  platónico,  á  un  enamorado  de  la  filosofía,  al  rí- 
gido Philon.  Oyó,  en  la  adolescencia  y  asiduamente 
las  voces   tribunicias   de    Scévola   y   Cotta,   Crasso   y 


462  HISTORIA  CRITICA 


Antonio.  Nació  á  la  vida  de  los  negocios  cuando  la 
república  romana  empezaba  á  caer  por  sobra  de  gran- 
deza, como  un  astro  que  abrasa  la  irresistible  furia 
de  su  propia  luz.  Siendo  en  su  mocedad  poeta  épico 
y  filósofo  especulativo,  aquel  predestinado  se  prepara, 
se  afirma  y  se  perfecciona  en  la  hechicera  música  de 
las  frases  y  en  el  lógico  encadenamiento  de  las  ideas. 
Tiene  un  amigo:  Roscio.  Tiene  un  teatro:  Roma.  Tiene 
un  asilo:  Túsculo.  Empieza  siendo  cuestor  en  Sicilia, 
donde  descubre  y  restaura  y  enflora  la  tumba  de  Ar- 
químedes.  Seis  años  después  será  edil  en  Roma,  es- 
cribiendo sus  memorables  arengas  contra  Verres.  Más 
tarde  Cicerón  aspira  al  consulado,  teniendo  por  riva- 
les á  Antonio  y  Catilina.  Se  atrae  al  primero  y  estran- 
gula al  segundo,  colgándole  de  las  ramas  del  árbol 
frondoso  de  su  elocuencia.  Clodio,  que  es  la  envidia, 
espera  su  hora.  Cicerón  es  el  orden.  Clodio  es  la  li- 
cencia, la  demagogia,  la  muchedumbre  anárquica  y 
sórdida  y  bestial.  César,  que  necesita  la  ayuda  de  Clo- 
dio para  llegar  al  gobierno  de  las  Gallas,  permite  que 
Clodio  destierre  á  Cicerón.  Tras  el  exilio  vendrán  el 
triunfo,  la  apoteosis,  el  pontificado,  la  vuelta  á  Roma. 
Será  después  general  en  Siria  y  en  Capadocia.  ¿Para 
qué  seguirle?  Le  estrujarán,  apretándole  como  dos 
moles,  las  rivalidades  de  César  y  Pompeyo.  Octavio 
dejará  que  lo  degüelle  la  venganza  de  Antonio.  En 
fin,  sobre  el  sepulcro  de  la  república,  sobre  el  féretro 
de  la  virtud  y  de  la  libertad,  Fulvia  atravesará,  con 
la  larga  espiga  de  oro  que  luce  en  sus  cabellos,  la 
lengua   musicalísima   de   Cicerón. 


CAPITULO  VI 


Juan  Carlos   Gómez 

SUMARIO: 

L  —  Sintética  ojeada  retrospectiva,  —  Connubio  del  pensamiento 
y  de  la  acción.  —  Ejemplos  ya  citados.  —  Los  signos  diferencía- 
les de  nuestro  romanticismo.  —  Monotonía  que  resulta  de  la 
escasa  variedad  de  sus  asuntos.  —  El  estilo  poético  de  Gómez. 
—  Lo  que  fué  el  renacimiento  romántico  europeo.  —  Influencia 
del  medio  ambiente  sobre  las  visiones  románticas.  —  El  drama 
real  se  impone  á  la  naturaleza  física  y  al  desenvolvimiento  de 
la  propia  individualidad.  —  Influencia  del  medio  sobre  el  len- 
guaje de  la  retórica  romancesca. 

II.  —  La  vida  de  Gómez.  —  Fué  un  ave  de  borrasca.  —  Su  melan- 
colía. —  Su  actuación  en  Chile.  —  Se  opone  á  la  intervención 
de  1854.  —  Fundamentos  de  su  protesta.  — La  candidatura  pre- 
sidencial de  César  Díaz.  —  Gómez  en  el  foro  argentino.  —  La 
poesía  y  la  índole  de  la  centuria  decimonona.  —  La  vejez  de 
Gómez.  —  Un  discurso  de  Mitre. 

III.  —  Los  dos  errores  de  Juan  Carlos  Gómez.  —  Los  Estados  Uni- 
dos del  Plata.  —  Como  el  poeta  los  defendía.  —  Confusión  de 
los  íiechos  y  los  principios.  —  Dorrego,  el  Brasil  y  el  Uruguay. 

—  Lo  que  pensó  Bauza.  —  El  motivo  de  nuestra  independen- 
cia. —  Lo  que  decía  el  artículo  de  Gómez.  —  Lo  que  le  con- 
testaron Heraclio  C.  Fajardo  y  Ángel  Floro  Costa.  —  La  auto- 
nomía y  la  federación.  —  El  segundo  de  los  yerros  de  Gómez. 

—  Lo  indisoluble  de  la  alianza  platense  con  el  Brasil.  —  Ecos 
de  la  prensa  brasileña.  —  España  contra  Chile  y  Francia  contra 
Méjico.  —  La  causa  de  las  nacionalidades.  —  Párrafos  de  los 
artículos  que  Gómez  dirigió  al  general  Mitre. 

IV.  —  El  poeta.  —  Gómez  y  el  mar.  —  Su  lirismo  íntimo.  —  Su 
incurable  amor.  —  La  visión  eterna.  —  Gómez  y  los  poetas  de 
su  tiempo.  —  Su  agonía.  —  Su  muerte.  —  Su  entierro.  —  Con- 
clusión. 


464  HISTORIA  CRÍTICA 


Detengámonos  un  instante  en  lo  que  antecede. 

Los  primeros  lustros  de  nuestra  edad  romántica 
presentan,  á  la  crítica,  un  doble  signo  diferencial. 

Todos  sus  hombres  de  pensamiento  son  hombres 
de  acción.  Ninguno  de  ellos  vive  encerrado  en  el  cas- 
tillo de  sus  ensueños,  como  el  gusano  de  seda  en  la 
casa  que  él  mismo  se  fabrica.  La  actividad  pública 
los  hace  suyos,  comparten  los  dolores  y  las  victorias 
de  la  multitud,  son  políticos  y  periodistas  y  gente 
de  armas,  la  patria  es  su  musa  y  la  libertad  es  la  se- 
ñora de  su  corazón.  Como  los  trovadores  del  medio 
evo,  con  la  misma  mano  con  que  acuerdan  la  lira  para 
cantar  los  hechizos  de  su  señora,  manejan  el  fino  hie- 
rro toledano  para  defender  el  nombre  y  la  virtud  de 
su  ilustre  dama.  A  veces  se  extravían,  y  el  ídolo  re- 
sulta zafia  deidad  de  facciones  groseras,  de  modales 
incultos,  de  equipo  rusticano.  ¿Qué  importa?  Para 
ellos,  como  para  el  manchego  paladín  de  Cervantes, 
la  aldeana  del  rucio  tiene  siempre  el  seráfico  rostro 
y  el  atavío  principesco  de  Dulcinea. 

Viven  para  el  hecho  y  para  la  idea.  Son  escritores 
enardecidos  y  son  ciudadanos  valientes.  Ya  hemos 
visto  que  don  Andrés  Lamas,  además  de  ser  un  diplo- 
mático profundo  y  un  historiador  de  los  que  antepo- 
nen las  causas  á  los  efectos,  fué  también  no  sólo  un 
enamorado  de  la  ciencia  económica,  mereciendo  con 
sus  estudios  los  aplausos  de  Molinari  y  de  Leroy 
Beaulieu,  sino  al  mismo  tiempo  un  eminente  y  atil- 
dado estilista,  como  lo  demuestra,  entre  otros  escritos 
suyos,  la  página  que  consagró  á  la  pobreza  de  Lamar- 
tine. Ya  hemos  visto  á  don  Melchor  Pacheco  y  Obes, 
educado   en   la   escuela   de    las   armas   y   de  tempera- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  465 


mentó  tan  irascible  como  dominante,  escribir  versos 
ó  soñar  con  rimas  al  bronco  arrullo  de  los  cañones  de 
la  Defensa.  Ya  le  hemos  visto  escribir  versos  ó  soñar 
con  rimas,  mientras  sus  soldados  fusilaban  á  don 
Luis  Baena  y  mientras  su  pluma,  empapada  en  hiél, 
trazaba  con  relámpagos  la  renuncia  de  su  altísimo 
cargo  de  ministro  de  la  guerra,  poniendo  en  apuros 
á  la  combatida  administración  de  don  Joaquín  Suá- 
rez.  Ya  le  hemos  visto  lastimado  en  su  orgullo,  pero 
no  en  su  brío,  escribir  versos  ó  soñar  con  rimas  en  su 
triste  y  siempre  agitada  proscripción  de  Río  Janeiro. 
Ya  le  hemos  visto,  en  fin,  escribir  versos  ó  soñar  con  ri- 
mas mientras  buscaba  inútilmente  el  modo  de  negociar 
un  empréstito  bancario  entre  el  ruido  ensordecedor 
de  las  calles  populosísimas  de  París  y  de  Londres. 
Ya  hemos  visto  igualmente  á  don  Bernardo  Pruden- 
cio Berro  iniciarse  en  la  vida  de  la  gloria  burilando 
tercetos  de  corte  clásico,  mientras  espera  el  instante 
de  decirnos  que  las  actividades  de  la  vida  republi- 
cana se  educan  en  el  ejercicio  del  régimen  municipal, 
y  mientras  espera  el  instante  de  manifestarnos  que, 
para  que  el  principio  de  autoridad  sea  invulnerable, 
es  preciso  que  los  gobiernos  estén  por  encima  de  to- 
dos los  partidos  y  se  conserven  fuera  de  todas  las  ca- 
marillas. 

Este  primer  signo  característico  engendra  un  nuevo 
signo  diferencial.  Aquellos  cerebros  y  aquellas  liras 
persiguen  un  propósito  análogo  y  emplean  aproximada- 
mente las  mismas  palabras.  Maldicen  á  la  tiranía  con 
los  mismos  términos  que  Rivera  Indarte,  y  ensalzan 
á  la  libertad  con  los  mismos  descuidos  que  Juan  Car- 
los Gómez.  Es  una  su  visión  y  es  uno  también  su 
vocabulario,  porque  es  uno  solo  su  modo  de  sentir 
la  belleza  y  la  democracia.  Hasta  en  su  mundo  ín- 
timo, hasta  en  sus  sensibilidades  amorosas  concuerdan 

30.  -  I. 


4^6  HISTORIA  CRÍTICA 


y  se  parecen,  siendo  los  poetas  y  aun  los  prosadores 
tan  platónicos  como  desencantados  y  tan  idealistas 
como  pesarosos  de  sentirse  vivir,  convencidos  de  que 
la  ilusión  es  un  ave  cantadora  que  pasa  moviendo  las 
rémiges  azules,  pero  que  no  hace  nido  en  la  hiedra 
de  los  muros  de  nuestro  huerto.  Como  la  acción  diurna 
los  fatiga  y  los  gasta,  no  es  verdadero  su  byronismo 
ni  es  verdadera  su  sed  de  deleite.  Ni  aun  en  sus  más 
intensas  composiciones  eróticas  encontraréis  un  re- 
flejo de  la  ardiente  voluptuosidad  que  lloraba  en  las 
arpas  de  aquellas  saturnales  egipcias,  semi  religiosas  y 
semi  profanas,  destinadas  á  conmemorar  las  fúnebres 
honras  hechas  por  Isis  á  su  esposo  Osiris,  por  la  luna 
á  la  luz,  muerta  y  descuartizada  por  el  dios  de  la 
noche,  por  el  cruel  Tifón,  Ni  aun  en  sus  más  intensas 
composiciones  eróticas,  encontraréis  un  reflejo  de  la 
ardiente  sensualidad  que  cantaba  en  las  liras  de  aque- 
llas saturnales  romanas,  en  que  las  bacantes  coronadas 
de  mirto,  flotantes  los  cabellos,  vitrios  los  ojos,  en- 
vueltas en  perfumes  de  almoraduj,  la  túnica  escotada 
y  abierta  en  el  costado  para  lucir  los  senos  y  asomar 
los  muslos,  elevaban  los  brazos  ceñidos  de  brazaletes 
y  que  sostenían  los  líquidos  rubíes  del  cáliz  en  que  . 
hierve  el  vino  de  Falerno, 

Como  todos  aquellos  númenes  tienen  las  pupilas 
clavadas  en  el  mismo  horizonte,  como  todos  aquellos 
símbolos  levantan  la  misma  plañidera  salmodia  ó  el 
mismo  yambo  amenazador,  como  todas  aquellas  almas 
sienten  casi  del  mismo  modo  y  traducen  casi  del 
mismo  modo  su  visión  de  la  vida,  el  florilegio  de  nues- 
tros primeros  lustros  románticos  se  nos  antoja  mo- 
nótono y  burdo,  produciéndonos  una  indecible  im- 
presión de  deleite  las  poquísimas  notas  personales  con 
que  tropezamos  en  los  libros  de  Acha,  de  Fajardo  ó 
de    Fermín    Ferreira,    Es   que   el    arte,   como   arte,   no 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  467 


existe  aún.  Es  que  la  literatura,  que  no  quiere  ser 
sino  literatura,  aun  no  ha  florecido.  Es  que  aquellos 
hombres,  por  culpa  del  medio,  aun  no  pueden  hacer 
sólo  y  exclusivamente  el  oficio  de  artífices  del  verbo 
y  de  la  rima.  Comprenden  que  el  arte  por  la  idea 
es  preferible  al  arte  por  el  arte;  pero  ignoran  que  es 
preciso  que  la  idea,  que  pule  y  engarza  el  orífice  de 
la  dicción,  debe  ser  siempre  y  en  todos  los  casos  una 
idea  artística,  es  decir,  una  idea  que  nos  transporte 
al  mundo  encantador  de  la  hermosura.  Envueltos  por 
su  época,  aquellos  hombres  no  saben  componer  en- 
sueños en  medio  de  sus  dolores  ciudadanos,  como  en 
medio  de  sus  dolores  físicos  Schiller  compuso  sus 
tragedias  y  Beethoven  compuso  sus  sinfonías.  Aque- 
llos númenes  son  soldados  como  Chancer  y  como 
Gotheby;  pero  soldados  que,  al  retirarse  de  las  gue- 
rrillas, volvían  á  vibrar  como  en  medio  de  la  batalla 
y  ahuyentaban  á  la  dulce  amorosa  de  la  belleza  pura, 
que  les  esperaba,  tejiendo  idilios  y  rezando  salves, 
en  la  recogida  quietud  de  su  tienda.  Si  Juan  Carlos 
Gómez  los  domina  á  todos,  es  por  lo  que  tienen  de 
individual,  de  vivido,  de  suyo,  de  humano,  muchos 
de  los  melancólicos  y  descuidados  versos  de  Juan 
Carlos  Gómez. 

Gómez,  como  la  mayoría  de  los  románticos,  carece 
de  elocución  poética.  No  nos  extrañe.  En  primer  tér- 
mino, el  foro  y  el  diarismo  le  perjudican.  En  segundo 
término,  el  fenómeno  es  corriente  y  universal.  Los 
que  se  salvan  son  excepciones.  El  mismo  defecto  se  ob- 
serva, muchas  veces,  en  la  literatura  británica  y  en  la 
literatura  francesa  del  tiempo  aquel.  Es  que  se  exa- 
geraba una  cualidad.  El  clasicismo  de  las  épocas  an- 
teriores había  subordinado  su  lenguaje  á  la  dictadura 
de  las  buenas  maneras.  Fué  palaciego.  Lo  fué  hasta 
con  Voltaire.   Mair  nos  dice,  en  el  capítulo  séptimo 


468  HISTORIA  CRÍTICA 


de  SU  English  literature,  que  Dryden  era  un  poeta 
cortesano,  que  se  adaptó  con  solicitud  á  todas  las 
metamorfosis  de  la  monarquía.  Lo  mismo,  según  Mair, 
sucede  con  Pope,  quien  se  preocupa  incesantemente 
de  no  ofender  los  gustos  de  la  aristocracia,  y  cuyos 
discípulos  se  gozan  en  vivir  bajo  el  patronaje  de  al- 
gún noble  lord.  Y  Mair  añade  que  la  dicción  poética, 
refinadísima  hasta  en  los  hábitos  más  comunes,  fué 
el  estandarte  de  los  retóricos  de  la  centuria  décimo- 
octava. 

El  renacimiento  romántico  no  tuvo,  en  sus  albores, 
otro  ideal  que  el  de  desembarazarnos  de  aquella  falsa 
y  artificiosa  manera  de  decir.  Los  románticos  admiten 
y  usan  las  palabras  plebeyas,  desdeñando  los  afeites 
de  la  dicción.  Aspiran,  sobre  todo,  á  la  sencillez  del 
estilo.  They  desired  simplicity  oi  style,  nos  dice  Mair. 
Por  eso  abusan,  á  cada  instante,  de  una  desrnañada 
llaneza  en  el  fraseo.  Entiéndase  que  hablo  del  período 
inicial  de  la  nueva  escuela.  Después  aparecen  las  otras 
tendencias  del  romanticismo.  Dumas  y  Hugo  utilizan 
la  historia  para  sus  dramas  y  sus  novelas.  Walpole 
es  un  apasionado  de  lo  gótico,  y  Percy  se  aventura 
en  los  castillos  con  pasajes  secretos. 

Ya  el  siglo  dieciocho,  cansado  de  la  cordura  y  del 
buen  sentido  que  le  son  peculiares,  volvió  sus  ojos 
hacia  el  medioevo,  para  pedir  á  lo  pintoresco  que 
diera  carácter  y  diera  relieve  á  las  composiciones  que 
arrullaron  su  último  atardecer.  El  mismo  Jhonson  se 
encariñó  con  los  viejos  romances  de  su  país,  encon- 
trando en  ellos  una  inagotable  fuente  de  delicias  y 
sosteniendo  que  no  eran  tan  inverosímiles  como  el 
vulgo  presume.  El  renacimiento  romántico  se  profun- 
diza á  medida  que  cambia  las  formas  del  estilo.  El 
arte  despierta  á  los  cuidados  del  color  local,  y  se  des- 
envuelve de  un  modo  indecible  la  sensibilidad   ima- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  469 


ginativa.  El  alma,  puesta  de  continuo  en  contacto 
con  el  mundo  físico  y  con  el  mundo  del  sentimiento, 
parece  volverse  más  fecunda  y  más  vigilante.  Es  más 
dúctil  al  impulso  de  las  impresiones  delicadas  que 
recibe,  y  gradúa  primorosamente  los  matices  diferen- 
ciales de  la  sensación.  La  nueva  escuela  une,  á  los 
elementos  estéticos  del  clasicismo,  los  innumerables 
elementos  calológicos  que  aquel  despreció.  Así,  la 
mitología  griega,  con  sus  dioses  y  con  sus  dríadas; 
el  ciclo  medioeval,  con  la  arquitectura  de  sus  san- 
tuarios y  el  decir  morisco  de  sus  caballeros;  la  dig- 
nidad, que  baja  de  las  montañas  inaccesibles  y  surge 
de  los  lagos  de  transparencia  azul,  todo  llega  á  ser 
origen  y  materia  de  poética  inspiración  y  de  gozo 
poético. 

A  lo  local,  á  lo  circundante,  se  agrega  después  lo 
íntimo,  lo  profundo,  lo  filosófico.  Los  númenes  más 
célebres  de  la  nueva  modalidad  retórica  luchan  por 
sorprender  y  por  transmitir  el  influjo  de  la  natura- 
leza sobre  el  espíritu  y  el  influjo  del  espíritu  sobre 
la  naturaleza,  mal  comprendida  por  los  númenes  de 
la  edad  pseudo  clásica.  Leed  á  Lamartine  y  á  Cha- 
teaubriand. Shelley  sufre  cuando  se  desbridan  los  sel- 
váticos vientos  del  oeste.  Byron  canta  mejor  sobre 
el  columpio  y  entre  el  bramido  de  las  olas  del  mar. 
Keats  tiene  por  musa  á  la  musa  que  vive  en  los  bos- 
ques sombríos  y  que  se  place  en  la  mohosa  polvareda 
de  las  rutas  extraviadas.  Wordsworth  nos  dice  todo 
lo  que  se  aprende  bajo  las  verdes  frondas  y  junto  al 
cauce  de  los  arroyos,  en  el  silencio  que  desciende  del 
cielo  estrellado  y  en  la  paz  que  está  en  medio  de  las 
solitarias  colinas. 

The  peace  that  is  among  the  lonely  hills. 

A   nuestros   románticos   la  vida  ciudadana   los  ab- 


470  HISTORIA  CRITICA 


sorbe  con  tanta  ferocidad  que  no  les  deja  tiempo  ni 
para  deleitarse  en  las  hermosuras  de  la  naturaleza 
de  su  país,  ni  para  conocerse  en  las  palpitaciones  de 
su  naturaleza  espiritual.  Son  poco  descriptivos,  del 
mismo  modo  que  sólo  son  superficialmente  psicólo- 
gos. No  disponen  de  tiempo  para  estudiarse  ni  para 
sorprender  las  malicias  charrúas  de  los  tordos  que 
merodean  por  el  trigal,  convertido  en  escombros  de 
panojas  y  granos  por  el  galope  eterno  de  las  parti- 
das. El  drama  histórico,  á  que  asisten  con  ansia  y  á 
cuyos  incidentes  están  mezclados;  aquel  largo  drama, 
que  empieza  en  1843  y  concluye  en  1868;  aquel  largo 
drama  que  ensombrece  á  nuestras  llanuras,  converti- 
das en  rudos  campamentos  por  la  guerra  civil,  y  que 
angustia  á  los  cerebros  que  saben  ver,  por  lo  fúnebre 
de  sus  proyecciones  sobre  el  futuro ;  aquel  drama,  es- 
quiliano  y  dantesco,  es  más  interesante  que  el  espec- 
táculo de  las  frondas  que  el  viento  sacude  y  más  in- 
teresante que  el  mismo  sollozar  de  las  emociones 
ocultas  en  su  ser  interior.  El  hombre  se  confunde 
con  el  medio,  donde  son  más  las  pasiones  que  las 
espigas  y  las  escuelas.  El  hombre  es  grito,  protesta, 
fogonazo,  lanzada,  grupo,  multitud,  nación  en  movi- 
miento. Montevideo,  bloqueado  por  Brown;  Marce- 
lino Sosa,  muerto  en  las  avanzadas  que  acuchilla 
Oribe;  Urquiza,  vencido  por  nuestro  paisanaje  en  los 
campos  monteses  de  India  Muerta;  Deffaudis  y  Ou- 
seley,  interviniendo  en  nuestro  pleito  íntimo  y  caño- 
neando á  los  buques  rosistas  en  el  Paraná;  el  son  de 
los  clarines  atribulados  del  cono  de  las  Animas  y  el 
eco  de  las  salves  victoriosas  de  Monte  Caseros;  el 
motín  de  1853  y  las  revoluciones  de  1855;  la  fiebre 
amarilla  que  hace  sonar  los  generosos  nombres  de 
Lamas  y  de  Vilardebó;  la  batalla  de  Cagancha  y  el 
triunfo  crudelísimo  de   Medina;  la  invasión  de   Fio- 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  471 

res  y  el  cadáver  de  Párraga;  el  sitio  de  Paysandú,  y 
por  último  la  guerra  del  Paraguay,  pesan  demasiado 
sobre  los  ojos  de  las  almas  de  nuestros  líricos,  para 
que  los  ojos  de  aquellas  almas  acierten  á  ver  cómo 
se  abren  los  capullos  bermejos  de  nuestras  ceibas  y 
cómo  se  abren  las  flores  del  cariño  en  el  rosal  de 
nuestro  corazón. 

No  hay  sosiego.  No  hay  público.  No  hay  editores. 
Fuera  de  los  odios,  de  los  combates,  del  esfuerzo  que 
hacíamos  para  consolidarnos  como  nación  republicana 
y  libre  en  las  campiñas  yermas  ó  en  las  ciudades  que 
tocan  á  somatén,  nada  existe  que  conmueva  ó  que  in- 
terese á  las  musas  en  aquellos  negros  lustros  huraca- 
nados. Un  caudillo  pasa,  y  el  país  se  agita.  Otro  cau 
dillo  surge,  y  el  país  le  sigue.  En  pos  de  los  caudillos, 
de  sable  á  veces  y  á  veces  de  toga,  van  las  proscrip- 
ciones, las  represalias,  los  intereses  de  familia  ó  de 
círculo,  cerrando  el  séquito  de  cada  regenerador  ya 
una  falanje  de  extranjeros  jinetes,  ya  el  relucir  de 
extranjeros  cañones.  Koy  es  el  orgullo  de  lord  How- 
den  el  ofendido;  mañana  es  la  insolencia  de  Taman- 
daré.  En  este  medio  cantan  Pacheco  y  Obes,  Heraclio 
C.  Fajardo,  y  Fermín  Ferreira.  En  este  medio  pien- 
san y  en  este  medio  escriben  don  Eduardo  Acevedo, 
don  Andrés  Lamas,  y  don  Teodoro  Vilardebó. 

Aquellos  númenes  tuvieron  el  culto  de  los  héroes, 
como  los  griegos  y  los  escandinavos;  pero  no  tuvie- 
ron, como  los  indus,  el  culto  de  las  plantas,  ni  tuvie- 
ron, como  los  israelitas,  el  culto  de  nuestra  propia 
esencia  individualidad.  Como  todos  cantaban  lo  que 
todos  veían,  como  á  todos  les  dio  por  traducir  la  im- 
presión colectiva  del  hecho  reciente,  aquel  período 
de  la  edad  romántica,  que  va  desde  1843  hasta  1868, 
no  amplió  nuestro  lenguaje  con  los  términos  que  más 
tarde  se  utilizarán  para  describir  de  un  modo  poético 


472  HISTORIA  CRÍTICA 

á  la  naturaleza  ó  para  interpretar  de  un  modo  poético 
los  estados  del  alma.  Las  palabras  son  el  signo  de  las 
ideas.  Á  mayor  variedad  de  cultura  corresponde  ma- 
yor variedad  de  palabras.  La  filosofía  spenceriana 
nos  ha  enseñado  que  el  número  de  palabras  de  que 
se  sirven  los  pueblos  salvajes  es  sumamente  pequeño 
y  poco  preciso.  El  vocabulario  de  los  abipones  y  de 
los  damaras  carece  de  signos  para  expresar  los  di- 
versos matices  de  una  idea  ó  los  distintos  grados  de 
una  emoción.  La  riqueza  del  lenguaje  es  una  de  las 
características  del  progreso.  Una  imagen  nueva  en 
su  forma  ó  en  su  matiz  requiere  una  combinación 
de  signos  traductores  no  empleada  aún,  porque  el 
signo  ó  el  consorcio  de  signos,  para  que  resulte  com- 
prensible y  fiel,  debe  concordar  siempre  con  la  cosa 
significada.  Y  lo  mismo  que  decimos  de  las  imágenes 
podemos  decir  de  las  sensaciones,  desde  que,  en  poe- 
sía, las  sensaciones  se  manifiestan  necesariamente  por 
medio  de  imágenes.  Como  á  cada  estado  social  corres- 
ponde un  estado  ideológico  y  un  estado  emotivo,  cada 
estado  social  agranda  su  lenguaje  con  los  signos  que 
necesita  para  traducir  las  ideas  y  las  emociones  que 
le  son  propias.  Como  en  la  época  auroral  de  nuestro 
romanticismo  el  hombre  se  confunde  con  el  conjunto, 
cuya  vida  vive  á  costa  de  la  expansión  de  su  vida  in- 
terna, el  lenguaje  del  conjunto  es  el  lenguaje  que  usa 
y  consagra  la  poesía.  En  otros  términos:  como  en 
aquellos  lustros  nuestro  numen  sentía  é  imaginaba 
casi  como  la  prensa  y  como  la  oratoria,  lógico  nos 
parece  que  su  lenguaje  fuera  casi  el  mismo  lenguaje 
de  la  oratoria  tribunicia  y  la  prensa  diaria,  lo  que, 
por  otra  parte,  no  nos  puede  extrañar  desde  que  ya 
sabemos  que  muchos  de  los  poetas  del  tiempo  aquel 
fueron  más  tribunos  y  periodistas  que  cultores  de  la 
rima   y  del   ritmo.  Algunos  de  ellos  escribieron  muy 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  473 

poco  en  métrica  forma,  como  lo  demuestra  palmaria- 
mente la  exigua  cantidad  de  lo  versificado  por  Mel- 
chor Pacheco  y  por  Juan  Carlos  Gómez. 


II 


Juan  Carlos  Gómez  nació  en  la  ciudad  de  Monte- 
video el  25  de  Julio  de  1820.  Sombrearon  sus  juegos 
infantiles  los  frondosos  ombúes  que  se  alzaban  en- 
tonces en  la  plaza  de  la  Matriz,  y  perfumaron  sus 
desvarios  de  adolescente  las  flores  eucarísticas  de  los 
limoneros  de  las  huertas  del  Paso  del  Molino.  En 
1841  su  musa  se  dio  á  conocer  junto  al  sepulcro  de 
Adolfo  Berro,  como  la  musa  cancionera  y  romántica 
del  español  Zorrilla  se  dio  á  conocer,  en  la  tarde  in- 
vernal del  15  de  Febrero  de  1837,  junto  al  sepulcro 
de  don  Mariano  José  de  Larra.  La  nueva  vestal  del 
templo  de  lo  hermoso  fué  recibida  con  jubilosas  pal- 
mas, publicándose  en  1841  y  1842  la  leyenda  Figue- 
redo,  el  himno  La  libertad  y  el  canto  La  Nube.  En 
1843,  para  alejarse  del  enconado  pleito  que  sostenían 
nuestros  batalladores  partidos  históricos,  el  poeta  se 
ausentó  de  la  patria,  permaneciendo  dos  años  en  el 
Brasil,  durante  los  cuales  escribió  en  Porto  Alegre 
los  endecasílabos  de  Reminiscencia  y  en  Río  Janeiro 
las  proféticas  octavas  de  Agua  Dormida.  No  se  en- 
gañaba cuando  nos  dijo  en  ellas  que  había  nacido 
para  la  borrasca,  complaciéndole  el  embate  y  los  tum- 
bos de  las  olas  del  golfo  agitado,  advirtiéndose  ya 
en  aquellas  juveniles  composiciones  el  confuso  anhe- 
lar y  la  incurable  melancolía  que  fueron  el  mejor 
patrimonio  de  su  espléndido  numen.  Esa  melancolía 
y  ese  anhelar  hállanse  en  todas  sus  composiciones  de 
1844  y  de  1845,  como  puede  comprobarse  con  la  lee- 


474  HISTORIA  CRITICA 


tura  de  Tristeza,  Deleite,  Soledad,  A  mi  madre  y  Gotas 
de  llanto,  que  son  como  el  espejo  del  espíritu  del  que 
ya  había  sollozado  al  detenerse  bajo  los  horizontes 
cerúleos  de  Jacuy: 

"No  pidas,  virgen,  flores  al  triste  peregrino: 
Las  que  le  dio  su  amada  se  marchitaron  ya." 

Juan  Carlos  Gómez  se  trasladó  á  Chile  en  1845, 
permaneciendo  seis  años  enteros  al  frente  de  la  im- 
portante redacción  de  El  Mercurio,  donde  se  adiestró 
para  la  polémica,  añadiendo  una  fama  de  estilista  exi- 
mio á  su  justa  fama  de  rimador  gallardo.  Allí  tirios 
y  troyanos  le  colmaron  de  encomios,  ampliándose,  con 
la  expansión  del  humo  de  la  lisonja,  la  perspectiva 
de  sus  anhelos  de  fama  y  de  influencia,  de  poderío 
moral  y  nombre  literario.  Apenas  triunfante  la  can- 
didatura presidencial  de  Mont,  defendida  y  patroci- 
nada por  la  pluma  de  Gómez,  éste  regresó  á  su  país, 
que  ya  se  hallaba  libre  de  las  amarguras  apocalípticas 
del  Sitio  Grande,  sin  pedir  recompensas  ni  esperar 
mercedes  de  aquellos  á  cuyo  triunfo  contribuyera  con 
el  vigor  retórico  de  su  alado  fraseo.  En  1853  actuó 
como  diputado  por  el  departamento  de  Paysandú,  y 
hacia  esa  misma  época  dirigió  El  Orden,  órgano  y  tri- 
buna del  partido  conservador.  Fué  ministro  de  Go- 
bierno y  Relaciones  Exteriores  durante  el  triunvirato 
constituido  el  25  de  Septiembre  de  1853;  pero  no  tardó 
mucho  en  abandonar  aquella  cartera  para  unirse  á 
los  que  contrarrestaban  la  política  presidencial  de 
don  Venancio  Flores.  Cuando  éste  en  1854.  para  sos- 
tenerse en  el  poder,  negoció  el  auxilio  de  un  ejército 
brasileño  de  cuatro  mil  hombres,  Juan  Carlos  Gómez 
combatió  aquel  proyecto  de  intervención  armada,  di- 
ciendo el  23  de  Febrero  de  aquel  año  mismo: 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  475 


"La  internación  de  fuerzas  en  nuestro  territorio  es 
una  violación  de  los  tratados  de  12  de  Octubre  de  1851 
en  que  la  alianza  se  funda. 

"Por  el  tratado  de  alianza  la  internación  de  fuerzas 
brasileras  sólo  puede  tener  lugar  á  requisición  de 
nuestro  gobierno  en  dos  casos:  —  i."  en  el  de  un  mo- 
vimiento armado;  2.'  en  el  de  deposición  del  gobierno 
por  medios  violentos. 

"En  plena  paz  la  república,  y  acatado  su  gobierno 
en  todo  el  territorio,  una  internación  de  fuerzas  con- 
tra el  tenor  expreso  de  los  tratados,  supone  un  des- 
conocimiento de  ellos  por  el  gobierno  brasilero,  un 
reconocimiento  de  que  han  caducado,  que  sería  fu- 
nesto á  ambos  países,  convencidos  ya  de  las  ventajas 
de. esos  tratados  hasta  ahora  vigentes. 

"¿Se  habrán  celebrado  nuevos  pactos  derogatorios 
del  tratado  de  alianza  de  12  de  Octubre  de  1851? 

"Pero  tales  pactos  requerirían  la  ratificación  del 
emperador  del  Brasil  y  de  nuestro  Cuerpo  Legislativo. 

"Por  lo  menos,  debemos  presumir  que  la  internación 
de  fuerzas  brasileras  en  el  territorio  no  puede  tener 
lugar  mientras  no  sean  discutidos,  aprobados  y  rati- 
ficados los  pactos  que  la  autoricen,  pues  no  es  de 
creerse  ni  que  el  gobierno  oriental  ni  que  el  gobierno 
brasilero  quieran  dar  el  triste  ejemplo  y  establecer 
el  fatal  precedente  de  la  violación  de  un  tratado  so- 
lemne, que  es  ley  del  Estado  en  las  dos  naciones 
aliadas." 

Y  Gómez  concluía: 

"Pero  por  lo  que  hace  á  inconvenientes,  la  interna- 
ción del  ejército  brasilero  sería  un  pretexto  constante 
para  la  instabilidad  de  las  instituciones  y  del  orden 
que  en  ellas  se  funde.  Los  partidos  vencidos  han  de 
protestar  de  nulidad  de  todo  acto  que  tenga  lugar 
durante  la   residencia  entre   nosotros   de   las  fuerzas 


476  HISTORIA  CRÍTICA 


brasileras,  bajo  el  imperio  de  sus  bayonetas,  como  di- 
rán con  razón  ó  sin  ella:  y  esas  protestas  de  nuli- 
dad serán  otros  tantos  pleitos  que  quedarán  pendien- 
tes para  debatirse  cuando  esas  bayonetas  no  imperen, 
cuando  esas  fuerzas  se  hayan  retirado ;  y  un  día,  tarde 
ó  temprano  han  de  retirarse,  pues  su  permanencia  no 
podría  ser  perpetua  en  el  territorio,  porque  entonces 
sería  la  dominación  que  traería  una  nueva  guerra  de 
la  independencia,  nuevas  glorias  y  nuevos  caudillos 
para  futuras  luchas  intestinas. 

"Se  retirarán  las  fuerzas  brasileras,  y  entonces  se- 
rán puestas  á  la  orden  del  día  las  protestas  de  nulidad, 
que  encenderán  ardientes  cuestiones  de  partido,  que 
darán  origen  á  reacciones  contra  todo  lo  hecho,  y  á 
guerras  civiles  por  último. 

"Tal  es  el  prospecto  futuro  de  estabilidad  que  nos 
ofrece  la  intervención  actual  de  fuerzas  extranjeras. 
Ciego  es  preciso  ser  para  no  verlo,  y  muy  poco  amante 
del  país  para  desearlo." 

Gómez  no  pudo  impedir  que  se  realizara  aquella 
humillante  intervención,  que  no  dio  resultados.  Las 
tropas  brasileñas  permanecieron  en  el  país  hasta  co- 
mienzos de  1856,  sin  que  evitaran  las  dos  revoluciones 
hechas  por  el  partido  conservador,  en  las  que  tomaron 
parte  principalísima  don  José  M.  Solsona,  don  Lo- 
renzo Batlle,  don  José  M.  Muñoz  y  don  Fernando 
Torres.  —  A  pesar  de  la  intervención,  como  Flores  li- 
mitase la  libertad  de  imprenta,  la  fracción  conserva- 
dora apeló  á  la  violencia  en  Agosto  de  1855,  y  volvió 
á  confiar  al  poder  de  las  armas  el  muy  difícil  triunfo 
de  su  hegemonía  en  el  mes  de  Noviembre  del  mismo 
año;  pero  Flores  y  Oribe,  mancomunados  por  el  pacto 
de  la  Unión,  impusieron  á  don  Gabriel  Pereira  é  hi- 
cieron  naufragar  la  candidatura  de  César  Díaz,  que 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  477 


era  el  jefe  y  el  ídolo  de  los  que  se  habían  agrupado 
en  torno  del  redactor  de  El  Orden. 

Este,  desde  mediados  de  1855,  se  encontraba  en  Eu- 
ropa. Su  actividad  política  no  le  impidió  seguir  siendo 
poeta  personal  y  elegiaco,  el  mismo  poeta  que  había 
escrito  en  1852  los  armoniosos  sextetos  —  En  su  tumba, 
—  y  el  que  acababa  de  componer,  en  su  pasaje  por  Río 
Janeiro,  las  octavillas  sentimentales  —  ¿Te  acordarás 
de  mí?  —  Pronto,  muy  pronto  volvió  del  viejo  mundo, 
para  dirigir  La  Tribuna  de  Buenos  Aires.  Dos  años 
después,  á  fines  de  1857,  Y^  torturado  por  el  sueño 
antipatriótico  é  irrealizable  de  anexionarnos  á  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires  para  constituir  los  Estados 
Unidos  del  Plata,  Juan  Carlos  Gómez  regresó  á  Mon- 
tevideo y  se  puso  al  frente  de  El  Nacional.  Unido  de 
nuevo  al  grupo  conservador,  luchó  de  nuevo  por  la 
presidencia  de  César  Díaz;  pero,  si  bien  supo  captarse 
algunos  partidarios  con  el  brillo  de  su  propaganda, 
el  corazón  del  país  se  le  cerró  del  todo,  porque,  uru- 
guayos é  independientes,  no  nos  placía  el  apóstol  que, 
para  inclinarnos  á  la  anexión,  pisoteaba  sin  escrúpu- 
los cívicos  á  nuestros  viejos  hombres  y  á  nuestras 
viejas  glorias.  Renunciar  al  himno  y  á  la  bandera  aun 
nos  parece  la  más  odiosa  de  las  apostasías  y  el  más 
inútil  de  los  delitos.  No  hay  más  que  una  patria,  del 
mismo  modo  que  no  hay  más  que  una  madre.  El  calor 
del  regazo  materno  y  el  calor  de  la  luz  del  terruño  son 
insustituibles.  Nuestra  patria  es  la  patria  que  eman- 
ciparon la  terquedad  de  Artigas  y  el  denuedo  de  La- 
valleja.  Nuestra  patria  es  la  patria  que  enaltecieron 
los  afanes  científicos  de  Larrañaga  y  el  numen  ju- 
guetón de  Figueroa. 

Sarmiento  dijo  con  mucha  verdad  en  1884:  "Gómez 
no  subscribió  al  tratado  que  hizo  de  la  Banda  Oriental 


4?8  HISTORIA  CRITICA 

del  Río  de  la  Plata  una  Nación  distinta  de  la  Banda 
Occidental,  como  Vázquez,  como  Paunero,  Rivas  y 
tantos  otros,  aunque  los  últimos  se  inclinasen  más  á 
este  lado  que  hacia  aquel.  Gómez  ha  vivido  y  muerto 
protestando  contra  la  suerte  de  las  batallas,  y  desde 
que  el  tiempo  ha  cicatrizado  la  ruptura,  se  hizo  por 
sí  mismo  imposible  la  vida  pública,  no  obstante  que 
sus  hábitos  de  pensar  lo  mantenían  por  las  ideas  li- 
berales en  el  seno  de  nuestra  sociedad,  participando 
más  de  sus  sinsabores  que  de  sus  felicidades.  Es  muy 
honorable  para  los  proceres  del  Uruguay  haber  soli- 
citado llevarse  sus  restos,  como  los  de  un  compa- 
triota." 

El  pensar  en  grandezas,  que  nos  reducían,  fué  el 
talón  aquilino  de  Juan  Carlos  Gómez. 

Al  acercarse  las  elecciones  de  1859,  las  conferencias 
celebradas  por  la  fracción  á  que  pertenecía,  le  hicieron 
sospechoso  al  poder,  que  temió  el  estallido  de  una  re- 
vuelta en  los  mismos  ríñones  de  la  capital.  El  destierro 
le  llevó  de  nuevo  á  Buenos  Aires,  donde  se  estableció 
definitivamente,  después  de  una  corta  peregrinación 
por  el  Brasil,  en  Enero  de  1862,  dedicándose  á  sus 
trabajos  profesionales  y  obteniendo  una  justa  reputa- 
ción de  jurisconsulto  en  el  foro  argentino.  Es  clara 
prueba  de  que  la  merecía  la  defensa  que  hizo  de  Bel- 
trán  Neguelona,  que  en  un  ataque  de  locura  epiléptica 
había  asesinado  á  Catalina  Sampol,  defensa  en  que 
revelaba  no  sólo  una  vasta  preparación  jurídica,  sino 
también  un  detenido  conocimiento  de  medicina  legal. 
Es,  de  igual  modo,  clara  prueba  de  lo  merecido  de  su 
renombre,  el  discurso  pronunciado  ante  el  jury  de 
Buenos  Aires,  defendiendo  á  don  Rosendo  María 
Fraga,  ex-gobernador  de  la  provincia  de  Santa  Fe, 

El  roce  del  tiempo  había  gastado  su  numen.  Las 
estrofas   brotaban    de   su    espíritu,   como    claveles    de 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  479 


floración  muy  lenta,  sólo  de  tarde  en  tarde.  Ya  no 
tenían  la  amplitud  y  el  ardimiento  de  las  estrofas  de 
1841  y  de  1852.  Así,  desde  i86o*hasta  1879,  canta  con 
desaliño  y  hasta  con  desgano,  aunque  siempre  con  el 
mismo  tono  de  saudade  y  de  rebelión,  que  fueron  las 
características  de  su  musa.  Ya  en  1860  se  empezaba 
á  dudar  de  que  el  idealismo  de  la  frase  rimada  se 
aviniese  á  la  índole  razonadora  y  utilitaria  de  nues- 
tros días.  Don  Manuel  Cañete,  para  quien  lo  bello 
era  la  forma  de  lo  verdadero  y  para  el  que  la  poesía 
era  la  expresión  del  sentimiento  íntimo,  respondió  á 
estas  dudas  con  académica  autoridad  en  1863,  diciendo 
al  ocuparse  del  numen  melancólico  y  musical  de  Ra- 
fael Mendive:  —  "La  poesía  es  flor  que  nace  espon- 
táneamente en  frondosos  valles  y  en  escarpadas  mon- 
tañas, bajo  los  fuegos  del  trópico  de  igual  suerte 
que  entre  las  nieves  polares.  Donde  quiera  que  exista 
un  alma  que  sienta  y  un  corazón  que  sufra  allí  como 
en  terreno  propio,  mana  y  vive  la  poesía.  En  la  cabana 
del  pastor  como  en  el  palacio  del  magnate,  junto  á  la 
palma  solitaria  del  desierto  lo  mismo  que  entre  el 
bullicio  de  las  ciudades  más  populosas,  en  todos  los 
estados  y  circunstancias  halla  asiento  esta  misteriosa 
deidad,  desahogo  á  veces  del  que  sufre,  refugio  del 
que  padece,  y  regalo  del  espíritu  que  se  apacienta  en 
la  contemplación  de  lo  bello."  —  "Los  que  dicen  ó 
creen  que  no  existe  poesía  en  este  siglo,  y  que  se  han 
secado  los  veneros  de  inspiración  que  dieron  vida  en 
otra  época  á  tantas  obras  inmortales,  reniegan  indi- 
rectamente de  la  humanidad.  ¿Han  variado  acaso,  en 
la  edad  presente,  las  condiciones  propias  del  ser  ra- 
cional y  sensible?  ¿Se  ha  estrechado  el  límite  de  los 
horizontes  donde  la  imaginación  podía  espaciarse  en 
otros  tiempos?  ¿Ha  perdido  quizá  la  poesía,  por  ser 
hoy  en  general  más  sentida  que  ingeniosa,  más  verda- 


4áo  HISTORIA  CRÍTICA 


dera  y  filosófica  que  fantástica?  No  lo  creo  ni  lo 
creerá  ningún  hombre  que  reflexione  maduramente 
sobre  lo  que  son  y  deben  ser  las  inspiraciones  poéti- 
cas, si  han  de  conmover  é  interesar." 

Es  indudable  que,  desde  1860,  Gómez  no  podía  sen- 
tir estéticamente  como  sintió  en  los  días  de  fuego 
de  su  juventud.  Estaba  cansado  de  perseguir  intan- 
gibles quimeras,  y  mal  podía  creer  en  la  eternidad 
de  la  poesía,  el  que  ya  no  creía  en  la  eternidad  de  las 
almas,  diciéndonos  que  no  hay,  más  allá  de  la  tumba, 
sino  un  poco  de  polvo  que  el  hombre  pisa, 

"Polvo  que  lleva  el  viento  y  que  no  llega  á  Dios." 

Allí,  en  Buenos  Aires,  le  encontraron  el  indeciso 
choque  de  Cagancha  y  la  dolorosa  tragedia  de  Quin- 
teros, en  la  que  fueron  sacrificados  sobre  el  altar  de 
los  ídolos  de  nuestras  enseñas  los  generales  César 
Díaz  y  Manuel  Freiré.  Allí  le  encontró  el  eco  de  los 
cañones  que  bombardeaban  á  Paysandú,  donde  caye- 
ron defendiendo  la  honra  del  terruño  Leandro  Gó- 
mez y  Lucas  Píriz.  Allí  le  encontró  también  la  debi- 
lidad de  Villalba,  presentida  y  anunciada  por  las  cla- 
ras luces  de  don  Juan  María  Gutiérrez.  Allí  le  en- 
contró la  guerra  del  Paraguay,  en  la  que  nada  de 
bueno  ganamos  y  en  la  que  mucha  sangre  generosa 
vertimos,  siendo  nuestras  tropas  las  que  triunfaron  en 
las  verdes  orillas  del  Yatay  y  las  primeras  que  pu- 
sieron sitio  á  Uruguayana,  antes  de  que  López  nos 
venciera  en  Estero  Bellaco  y  antes  de  que  la  muerte 
se  llevara  el  espíritu  de  Palleja  en  el  ataque  lacede- 
monio  del  Boquerón.  Allí,  en  Buenos  Aires,  discutió 
sobre  aquella  guerra  de  saña  y  de  conquista  con  el 
general  Mitre,  mostrándose,  al  defender  la  causa  de 
las  patrias  y  el  honor  de  los  débiles,  en  toda  la  pie- 


I 


DE  LA  LITERATURA  URUGUAYA  481 


nitud  de  su  enérgico  y  flexible  y  luminoso  estilo.  Allí 
la  novia  muda,  la  novia  eterna,  la  novia  de  mármol, 
le  puso  en  la  frente  su  ósculo  de  paz,  tras  una  larga 
lucha  con  la  pobreza  y  con  el  olvido,  que  deshojaron 
implacablemente  las  rosas  sin  perfume  de  sus  últimos 
sueños.  Ya  no  era  el  polemista  violento  y  triunfador; 
ya  no  era  el  poeta  romántico  y  sentimental ;  ya  no 
era  el  jurisconsulto  que  conmovía  y  arrancaba  con- 
cesiones á  los  jurados.  Era  un  anciano  de  mirada 
triste  y  de  boca  amarga,  que  había  sobrevivido  á  una 
edad  de  quimeras  y  que  vagaba  sin  rumbo  por  los 
amaneceres  de  un  tiempo  cuyo  numen  fué  la  utilidad. 
Ya  no  esperaba.  Para  los  viejos  carece  de  sentido  la 
palabra  después.  La  noche  antes  de  cerrar  los  ojos, 
la  musa  de  los  versos  de  sus  mocedades,  —  que  nunca 
se  vendió,  que  ignoraba  la  c